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Dos placeres prohibidos: el café y el cigarro

Ya Jim Jarmusch trató la relación que existe entre el sabor amargo de una taza de café sin
azúcar, caliente y bien cargado, con el también amargo sabor de un cigarro. La relación de
estos dos productos, ambos conocidos por sus efectos dañinos y por su gran factor adictivo,
es más que estrecha: los dos tienen propiedades que ayudan a la concentración, a la
digestión o simplemente a pasar una buena charla con los amigos.
La relación que tienen también con la actividad de las Letras es igualmente conocida. En
Stranger than Fiction (2006) se presenta al crítico literario como un asiduo lector que en todo
momento acompaña su actividad con la siempre caliente y siempre oportuna taza de café,
mientras que la artista representada en la historia acompaña sus momentos de reflexión
creativa con un cigarro que se consume entre sus manos nerviosas.
Personajes como Voltaire, Dumas o T. S. Elliot pronunciaron juicios picarescamente
favorables acerca del café: “Claro que el café es un veneno lento: hace 40 años que lo bebo”,
“Una mujer es como una buena taza de café: la primera vez que se toma, no deja dormir” y
“Podría medir mi vida en cucharadas de café”. La delicia del café, que se comenzó a tomar
en los monasterios luego de descubrir que el ganado que lo consumía estaba despierto toda
la noche, ha acompañado las noches en vela de más de uno. Por su parte, el cigarro, oriundo
de América tanto en su nombre como en la planta que lo constituye, ha evolucionado en su
consumo desde la simple degustación del tabaco en una pipa o con la forma de un puro
primitivo hasta lo que conocemos actualmente.
Mentolado, con filtro, sin filtro, saborizado; capucchino, macchiato, espresso, americano
con o sin azúcar, ambos productos han sido relacionados con el adelgazamiento del
consumidor, que a final de cuentas, comienza ansioso por el fluido y termina calmado por el
humo. Ya en el filme de Jarmusch, Coffee and cigarettes (2003), Iggy Pop, en su
participación con Tom Waits, asegura: “Hey, cigarettes and coffee, man: that's a
combination”.1
Para el fumador y el cafeinómano empedernidos, ambos vicios son imprescindibles y
difíciles de dejar pues, además de la fuerte dependencia que causan, provocan síndromes de
abstinencia que resultan demasiado alarmantes para el abstemio que no está preparado. Sin
embargo, la mayor parte de los consumidores se pronuncian en contra de la renuncia: su

1 Trad.: “Oye, cigarros y café, hombre: eso es una combinación.”


necesidad, y más aún su amor, son más grandes que los juicios externos en contra de los
mismos.
El cigarro se consume lento, se saborea, se deleita en su sabor y en el leve mareo que
produce la nicotina al llegar al cerebro cuando se logra la primera y definitiva bocanada
exitosa. Se va consumiendo junto con la ansiedad y el enojo, hasta que se “pacifica”, como
dijera Tom Waitts, el alma del fumador. El café, por el contrario, debe tomarse “caldo come
l'inferno, nero come il diavolo, puro come un angelo e dolce come l'amore 2” según el
proverbio italiano. En lo personal, le quitaría lo de dulce como el amor, pues entramos en la
duda de si éste último es dulce o amargo en realidad. Si nos quedamos con las primeras tres
afirmaciones, obtenemos un sabor inigualable, sobre todo si se habla de un tostado italiano,
que se caracteriza por su amargura y su cuerpo robusto. De cualquier modo, juntos o
separados son de un gusto incomparable.
A pesar de sus perjuicios, ambos, el grano y la hoja, han llegado para quedarse entre los
seres humanos. Su amargura y gusto fuerte que perdura en el paladar de quien los saborea
se convierten, de inicio por estas razones, en verdaderos placeres mundanos que no hay que
perderse. Sólo basta recordar al fumador y al bebedor que los disfruten, pues si se ingieren
maquinalmente pierden su encanto, y todo lo que de ellos es bueno.

2 Trad.: “caliente como el Infierno, negro como el diablo, puro como un ángel y dulce como el amor”.

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