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Don'Sabiduría
Don'Sabiduría
EL DON DE SABIDURÍA
P. Fr. Marcos Rodolfo González O.P.
Introducción
El don de sabiduría es uno de los siete dones del Espíritu Santo. Los dones del Espíritu Santo
son principios operativos buenos sobrenaturales que se ubican en el alma, justificada por la
gracia santificante, por debajo de las virtudes teologales y por encima de las virtudes infusas
morales. Por modo dispositivo y en cierto modo completivo con respecto a las virtudes
teologales; y por modo perfectivo con respecto a las virtudes infusas morales.
En nuestra consideración atenderemos primero a la razón genérica de los dones del Espíritu
Santo; y posteriormente a la razón específica del don de sabiduría.
Procederemos a la luz de la Tradición cristiana, de la S. Escritura y del Magisterio de la
Iglesia. Teniendo, muy en cuenta, el saber teológico de S. Tomás de Aquino O.P., S. Agustín y
S. Gregorio Magno. Con las explicaciones de los grandes comentadores tomistas del tema: más
que nada, del Cardenal Cayetano O.P., Juan de S. Tomás O.P. y Santiago Ramírez O.P.
“Jesús lleno del Espíritu Santo, se volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto y
tentado allí por el diablo durante cuarenta días” (Lc 4,1-2). “Jesús impulsado por el Espíritu, se
volvió a Galilea. Su fama corrió por toda la región; enseñaba en las sinagogas, siendo
celebrado por todos” (Lc 4,14-15).
En la Sinagoga de Nazaret: “Le entregaron un libro del profeta Isaías, y desenrrollándolo dio
con el pasaje donde está escrito:
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres; me envió
a predicar a los cautivos la libertad, a los ciegos la recuperación de la vista; para poner en
libertad a los oprimidos, para anunciar un año de gracia del Señor.
Y enrollando el libro se lo devolvió al servidor y se sentó. Los ojos de cuantos había en la
sinagoga estaban fijos en Él. Comenzó a decirles: Hoy se cumple esta escritura que acabáis de
oír” (Lc 4,17-21)
En realidad, siempre está el Espíritu Santo con Cristo. Hay que tener en cuenta que Dios en su
naturaleza ya es Espíritu y es Santo. Que en Dios hay tres personas divinas que son el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo. Que Cristo es el Hijo de Dios hecho hombre por nosotros y por nuestra
salvación, y que en su condición de tal está lleno de gracia.
En Cristo, en razón de la encarnación redentora, hay una suprema elevación de su naturaleza
humana y del misterio de su gracia santificante. Así, Cristo es hombre perfecto y santo. Y la
intimidad de su condición humana con el Espíritu Santo máxima. Y esto también en el orden
propio de la gracia santificante creada en donde se incluyen los dones del Espíritu Santo. A su
plenitud de gracia y santidad hay que entenderla de una manera suprema: “ Y el Verbo se hizo
carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre,
lleno de gracia y de verdad” (Jn 1, 14).
El P. Fr. Teófilo Urdánoz O.P. dice: “En la Tradición es constante y elocuente el testimonio
de los Padres griegos y latinos, que afirman la realidad del “Espíritu septiforme” por sus dones,
comunicado en su plenitud a Cristo y de El participado en los cristianos. El P. Gardeil ha
expuesto detenidamente esta tradición patrística, ampliando la base de investigación de
Touzard. La serie de testimonios comienza ya con San Clemente, Epístola de Bernabé y Pastor
de Hermas. San Justino “marca la primera incorporación del texto de Isaías a la teología
patrística de los dones “, atribuyéndoles sus nombres de “dones”, “virtudes”, que señalan un
grupo específico de gracias divinas”(3)
El “Decretum Damasi” dice: “Ante todo hay que tratar del Espíritu septiforme que descansa
en Cristo. Espíritu de Sabiduría: Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios /I Cor I, 24/.
Espíritu de entendimiento: Te daré entendimiento y te instruiré en el camino por donde
andarás /Sal 32,8/. Espíritu de consejo: Y se llamará su nombre ángel del gran consejo /Is 9,6;
Septg/. Espíritu de fortaleza: como más arriba, fuerza de Dios y sabiduría de Dios /I Cor I, 24/.
Espíritu de ciencia: Por la eminencia de la ciencia de Cristo Jesús /Ef 3,19; Fl 3,8/ Espíritu de
verdad: Yo el camino, la vida y la verdad /Jn 14,6/. Espíritu de temor de Dios: El temor del
Señor es principio de la sabiduría /Sl 111,10; Pr 9,10/ (4)
En el Sínodo de Sens del año 1140 (¿1141?) bajo Inocencio II, en Errores de Pedro Abelardo
se anota: “11. No hubo en Cristo espíritu de temor de Dios”. (5)
El Papa León XIII en la Encíclica “Divinum illud munus, enseña:
“Por la virtud del Espíritu divino no solamente tuvo lugar la concepción de Cristo, sino
también la santificación de su alma que se llama en los Sagrados Libros “unción” / Act Apost
10,38/ y de tal manera toda su acción “se realizaba presente el Espíritu” principalmente en su
sacrificio: “Por el Espíritu Santo se ofreció a sí mismo inmaculado a Dios”. El que medite estas
cosas no extrañará que todos los carismas del Espíritu Santo inundasen el alma de Cristo.
3
Puesto que en el se asentó una abundancia de gracia singularmente llena en el modo más grande
y con la mayor eficacia que puede tenerse; en El todos los tesoros de la sabiduría y de la
ciencia, las gracias gratis dadas, las virtudes, todos los dones, ora anunciados en las profecías de
Isaías, ora significado en aquella admirable paloma del Jordán cuando Cristo con su bautismo
consagró las aguas para el nuevo Sacramento” (6)
Consta la existencia de los dones del Espíritu Santo en los cristianos justos.
Aunque el texto de Isaías 11, 1-3 se entienda directamente de sólo Cristo, sin embargo,
desde los primeros siglos los Padres de la Iglesia extendieron su contenido a todos los cristianos
justos en base a la revelación plenaria del Nuevo Testamento (7).
Importa para esto, especialmente el reconocimiento de que la plenitud de gracia de Cristo se
extiende a los cristianos; y de que los cristianos son llamados por Dios a ser sus hijos adoptivos
según la imagen del mismo Cristo, el Hijo de Dios natural.
En la S. Escritura se puede leer por ej. :
Rom 8,29-30: “Porque a los que de antes conoció, a esos los predestinó a ser conformes con
la imagen de su Hijo, para que éste sea el primogénito entre muchos hermanos; y a los que
predestinó, a esos también llamó, y a los que llamó, a esos los justificó; y a los que justificó, a
esos también los glorificó”
Act 1,8, palabras de Cristo resucitado a sus Apóstoles:“pero recibiréis la virtud del Espíritu
Santo, que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea, en
Samaría y hasta los extremos de la tierra”
Act 2, 1-4: “Cuando llegó el día de Pentecostés, estando todos juntos en un lugar, se produjo
de repente un ruido del cielo, como el de un viento impetuoso, que invadió toda la casa en que
residían. Aparecieron, como divididas, lenguas de fuego, que se posaron sobre cada uno de
ellos, quedando todos llenos del Espíritu Santo; y comenzaron a hablar en lenguas extrañas,
según que el Espíritu les daba.”
Act 2, 32-33, palabras de S. Pedro en Pentecostés: “A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual
todos nosotros somos testigos. Exaltado a la diestra de Dios y recibida del Padre la promesa del
Espíritu Santo, le derramó según vosotros veis y oís”
Rom 8,14-17: “Porque los que son movidos por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios.
Que no habéis recibido el espíritu de siervos para recaer en el temor, antes habéis recibido el
espíritu de adopción, por el que clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a
nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, y si hijos, también herederos, herederos de Dios,
coherederos de Cristo, supuesto que padezcamos con Él para ser con Él glorificados”
Flp 2,13: “Pues Dios es el que obra en vosotros el querer y el obrar según su beneplácito”
1 Jn 4, 12-13: “...si nosotros nos amamos mutuamente, Dios permanece en nosotros y su
amor es en nosotros perfecto. Conocemos que permanecemos en Él y Él en nosotros en que nos
dio su Espíritu” Cf. 1 Jn 3,8-9
Entre los Padres se puede citar a favor a una multitud de autores griegos y latinos. (8)
El Papa León XIII enseña: “Esta obra se realiza con más amplitud en el hombre justo que
vive la vida de la divina gracia y obra por las oportunas virtudes como por facultades, por
aquellos siete dones que propiamente se llaman del Espíritu Santo. Por beneficio de ellos el
alma se instruye y se fortalece para seguir más fácil y prontamente sus voces e impulsos; tanta
es la eficacia de estos dones que la conducen a la cumbre de la santidad; tanta su excelencia que
permanecen los mismos aunque perfeccionados en el reino celestial: Merced a ellos el alma
llena de carismas es inducida y llevada a desear y conseguir las evangélicas bienaventuranzas
que, cual flores nacidas en primavera, son inicio y presagio de la eterna bienaventuranza. (9)
4
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10
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12l Hijo.
El Espíritu Santo es Amor. Es el Amor que procede del Padre y del Hijo. Un Amor que
remarca su condición de inclinación hacia Dios. Su condición de relación hacia el Padre y el
Hijo. Su origen por modo de voluntad, que supone la procesión u origen del Verbo o Hijo que
procede por modo de intelecto.
El mismo Espíritu Santo se dice Don. En cuanto procede por modo de amor y el amor es la
fuente de las donaciones (14)
La persona en general es la “substancia individual de naturaleza racional” según la inmortal
expresión de Boecio. También se puede decir que la persona es el individuo subsistente en la
naturaleza racional (15).
Persona humana es el individuo subsistente en la naturaleza humana. Persona angélica es el
individuo subsistente en la naturaleza angélica. Persona divina es el individuo subsistente en la
naturaleza divina.
Como son tres las personas divinas que tienen de común una sola naturaleza divina y se
distinguen entre sí según oposición relativa (16), hay que decir teológicamente que la persona
divina es el individuo subsistente y distinto en la naturaleza divina; y más precisamente que la
persona divina es relación subsistente y distinta en la naturaleza divina.
Así la persona del Padre es relación subsistente y distinta de paternidad en la naturaleza
divina. La persona del Hijo es relación subsistente y distinta de filiación en la naturaleza
divina. Y la persona del Espíritu Santo es relación subsistente y distinta de procesión o
espiración quasi pasiva en la naturaleza divina.
El Padre es principio no de principio y se dice en relación al Hijo. El Hijo procede del Padre.
El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. El Hijo, constitutivamente, se dice en orden o
relación al Padre. El Padre y el Hijo dicen una relación distintiva en orden al Espíritu Santo. El
Espíritu Santo dice orden o relación al Padre y al Hijo.
Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo es creador del cielo y de la tierra. Tiene un poder absoluto
sobre todas las creaturas. Y particularmente es la causa primera y principal de los dones del
Espíritu Santo.
Los dones del Espíritu Santo dicen relación y tienen sentido con relación a Dios en cuanto
uno. Consta esto por la causalidad universal de Dios. Causalidad universal que tiene su origen
en la virtud causativa divina que corresponde a la esencia divina y es común a las tres divinas
personas. En este sentido las obras de Dios ad extra son comunes a las tres divinas personas
(17). Dios da sentido y orienta realmente a las personas creadas y a sus dones hacia Él mismo.
Hay que considerar también en los dones del Espíritu Santo una referencia a la Trinidad de
personas. Y esto, particularmente, por razón de lo que se llama la apropiación y por razón de las
misiones divinas.
Con respecto a las apropiaciones consta lo siguiente. Aunque las obras de Dios ad extra sean
algo correspondiente propiamente a la esencia divina, esto no excluye alguna referencia y
expresión del orden trinitario. Por la identidad real de la esencia divina con las divinas
personas y con sus procesiones. Y esto da lugar a las llamadas “apropiaciones”, que son
atribuciones manifestativas de las divinas personas, según las cuales algunos atributos divinos
de la esencia se atribuyen más especialmente a una persona que a otra, en razón de alguna
particular semejanza del atributo de la esencia comparativamente a lo propio de alguna divina
persona. Lo cual permite un mejor acceso al conocimiento de las divinas personas. Así por ej. a
Dios Padre - principio no de principio- se le apropia la creación. Al Hijo que procede por modo
de intelecto se le apropia la sabiduría. Al Espíritu Santo que procede por modo de voluntad se
le apropia el amor.
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En este orden, los dones del Espíritu Santo, genéricamente considerados, se apropian a la
tercera persona de la Santísima Trinidad, particularmente teniendo en cuenta la condición de
Espíritu Santo, Amor procedente y Don que corresponde a esta divina persona. Porque, como
veremos más claramente luego, los dones están bajo el influjo de la inspiración divina;
proceden por connaturalidad con la caridad o amor divino; y son particularmente muestras de la
gracia o donación divina.
También está el aspecto de las misiones divinas. Las misiones divinas importan el origen de
una divina persona a partir de otra con un nuevo modo de existir en el mundo (18). Así por ej.
el Hijo procede o se origina del Padre y es enviado por el Padre al mundo y así se hace hombre
por la salvación de los hombres.
Las misiones que corresponden al Hijo y al Espíritu Santo se distinguen en visibles e
invisibles. La encarnación redentora del Hijo es misión visible del Hijo. En el misterio de
Pentecostés se da una misión visible del Espíritu Santo. En la inhabitación de las tres divinas
personas en los santos por la gracia se dan misiones invisibles del Hijo y del Espíritu Santo.
La principal obra de Dios ad extra es la encarnación redentora del Hijo. Esto importa,
consecuentemente, una ordenación de todo el universo hacia el Cristo redentor. Por otra parte,
las misiones visibles se ordenan hacia la misión invisible.
Hay que considerar a la misión del Espíritu Santo como acompañando y complementando a la
misión del Hijo: “Muchas cosas tengo aún que deciros, más no podéis llevarlas ahora; pero
cuando viniere Aquél, el Espíritu de verdad, os guiará hacia la verdad completa, porque no
hablará de sí mismo, sino que hablará lo que oyere y os comunicará las cosas venideras. Él me
glorificará, porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer. Todo cuanto tiene el Padre es mío,
por esto os he dicho que tomará de lo mío y os lo hará conocer”. (Jn 16, 12-15)
Estando Cristo en el mundo, por la libre y amorosa voluntad divina, dada su condición de
Hijo de Dios o Verbo de Dios, y por tanto, con relación constitutiva hacia el Padre y relación
distintiva hacia el Espíritu Santo, resulta algo propio en el mismo el conducir a la presencia del
Padre y del Espíritu Santo. Y dada la asunción de su naturaleza humana en su persona divina
para que subsista con la subsistencia de su persona divina, hay que considerar también en Él, no
sólo una íntima y unitiva referencia de su naturaleza humana a su persona divina de Hijo; sino
también una misteriosa referencia de su naturaleza humana a las personas divinas del Padre y
del Espíritu Santo. Porque esa naturaleza humana asumida se acomoda a la condición de su
persona divina en la cual queda asumida, y la persona divina del Hijo dice relación hacia el
Padre y hacia el Espíritu Santo. Está la maravillosa enseñanza que se contiene en el Evangelio
de S. Juan 14,5-11: “Díjole Tomás: no sabemos adónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el
camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí.
Si me habéis conocido conoceréis también a mi Padre. Desde ahora le conocéis y le habéis
visto. Felipe le dijo: Señor, muéstranos al Padre, y nos basta. Jesús le dijo: Felipe, ¿ tanto
tiempo ha que estoy con vosotros, y no me habéis conocido? El que me ha visto a mí ha visto al
Padre; ¿ cómo dices tú: muéstranos al Padre? ¿ No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en
mí? Las palabras que yo os digo no las hablo de mí mismo; el Padre que mora en mí, hace sus
obras. Creedme, que yo estoy en el Padre y el Padre en mí; a lo menos, creedlo por las obras”.
De momento que Dios es perfecto e inmutable, las misiones divinas no se realizan por un
cambio en Dios, sino por un cambio en las creaturas. Como cuando uno marcha a caballo hacia
una montaña: el cambio no se produce en la montaña, sino en el caballo con uno que avanza.
S. Tomás de Aquino, con base en la Tradición, dice cosas muy profundas sobre las misiones.
En la Summa Theol. I, 43,7, Sobre la misión visible dice: “Respondo diciendo que Dios
provee a todos según el modo de cada uno. Pero es modo connatural al hombre, el que por las
14
visibles sea conducido hacia las invisibles, como consta por lo que se ha dicho arriba /I, 12,12/:
y por consiguiente convino que las invisibles de Dios se manifestaran por las visibles al
hombre. Por consiguiente, así como Dios a sí mismo y a las procesiones eternas de las personas,
por las creaturas visibles, según algunos indicios, a los hombres en cierto modo demostró; así
fue conveniente que también las invisibles misiones de las divinas personas se manifestaran
según algunas visibles creaturas. De distinta manera sin embargo el Hijo y el Espíritu Santo.
Pues al Espíritu Santo en cuanto procede como Amor, le compete ser don de la santificación:
Pero al Hijo en cuanto es principio del Espíritu Santo, le compete ser Autor de esta
santificación . Y por consiguiente el Hijo fue enviado como Autor de la santificación: pero el
Espíritu Santo como indicio de la santificación”. ( 19)
Sobre la misión visible del Espíritu Santo dice:“Así por consiguiente está claro que la misión
visible ni se atiende según las visiones proféticas que fueron imaginarias y no corporales: ni
según los signos sacramentales del antiguo y nuevo Testamento, en los cuales ciertas cosas
preexistentes se asumen para significar algo. Sino que el Espíritu Santo se dice ser visiblemente
enviado, en cuanto fue mostrado en algunas creaturas, como en signos, para esto especialmente
hechos” (20)
Sobre la misión invisible y visible del E. Santo dice: “Al sexto hay que decir que no es de
necesidad de la invisible misión, que siempre se manifieste por algún signo visible
exteriormente: sino que como se dice I Cor 12, /7/, “la manifestación del Espíritu se da a alguno
para utilidad” a saber de la Iglesia. La cual utilidad es, para que por los visibles signos de este
modo la fe se confirme y propague. Lo cual por cierto principalmente se hizo por Cristo y por
los Apóstoles, según aquello de Hebr. 2, /3/: “Como empezara en un principio a ser anunciada
por el Señor, por aquellos que oyeron fue confirmada en nosotros”. Y por consiguiente
especialmente debió ser hecha la misión visible del Espíritu Santo a Cristo y a los Apóstoles, y
a algunos primitivos santos, en los cuales en cierto modo la Iglesia se fundaba: de tal manera
que la misión visible hecha a Cristo, demostrara la misión invisible hecha a él, no entonces sino
en el principio de su concepción. Pero fue hecha la misión visible a Cristo, en el bautismo por
cierto bajo la especie de paloma, que es animal fecundo, para mostrar en Cristo la autoridad
para donar la gracia por la espiritual regeneración: de donde la voz del Padre entonó /Mt 3,17/:
“Este es mi Hijo amado”, para que a semejanza del Unigénito otros se regeneren. Pero en la
transfiguración, bajo la especie de nube lúcida, para mostrar la exuberancia de doctrina: de
donde se dijo /ib 17,5/: “escuchadlo”. Pero a los Apóstoles bajo la especie de viento, para
mostrar la potestad de ministerio en la administración de los sacramentos: de donde se dijo a
ellos /Jn. 20,23/ “A quienes les remitiereis los pecados, les serán remitidos”. Pero bajo lenguas
de fuego, para mostrar el oficio de la enseñanza: de donde se dice /Act 2,4/ que “empezaron a
hablar en varias lenguas”.
Pero a los Padres del antiguo Testamento, la misión visible del Espíritu Santo no debió
hacerse: porque primero debió perfeccionarse la misión visible del Hijo que la del Espíritu
Santo, en cuanto el Espíritu Santo manifiesta al Hijo como el Hijo al Padre. Fueron sin embargo
realizadas algunas visibles apariciones de las divinas personas a los Padres del antiguo
Testamento. Las cuales por cierto no pueden ser dichas misiones visibles: porque no fueron
hechas, según Agustín / de Trin. L.II, c.17: ML 42,866/ para designar la inhabitación de la
divina persona por la gracia, sino para manifestar algo distinto” (21)
Sobre la misión invisible de la divina persona, el Aquinate dice en la Summa Theol. I, 43,3:
“Respondo diciendo que a la divina persona le conviene ser enviada, según que en nuevo modo
existe en alguno; pero el ser dada, según que es tenida por alguno. Pero ninguno de estos es a
no ser según la gracia que hace grato. Pues es un modo común por el cual Dios es en todas las
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cosas por esencia, potencia y presencia, como la causa en los efectos participantes de su
bondad. Pero sobre este modo común, hay uno especial, que conviene a la creatura racional, en
el cual Dios se dice ser como el conocido en el cognoscente y el amado en el amante. Y porque,
conociendo y amando, la creatura racional por su operación alcanza al mismo Dios, según este
especial modo Dios no sólo se dice ser en la creatura racional, sino también habitar en ella
como en su templo. Por consiguiente ningún otro efecto puede ser razón de que la divina
persona sea de un nuevo modo en la creatura racional, a no ser la gracia que hace grato. De
donde según la sola gracia que hace grato, es enviada y procede temporalmente la persona
divina. De manera semejante solamente aquello decimos tener, que libremente podemos usar o
gozar. Pero tener la potestad de gozar la divina persona, es solamente según la gracia que hace
grato. Sin embargo en el mismo don de la gracia que hace grato, el Espíritu Santo se tiene e
inhabita al hombre”(22)
“De donde, como tanto al Hijo como al Espíritu Santo convenga inhabitar por la gracia y ser
por otro, a uno y otro conviene ser invisiblemente enviado. Pero al Padre, aunque le convenga
inhabitar por la gracia, sin embargo no le conviene ser por otro; y por consiguiente ni ser
enviado”(23)
Las misiones de las divinas personas, se realizan por un cambio no en Dios, que es inmutable;
sino las creaturas, que son mutables. E importan como una apertura misteriosa al interior propio
y formal de las divinas personas. Como aparece más claramente en el misterio de la
encarnación redentora de Cristo: ¡la naturaleza humana llega a tener la subsistencia del Verbo o
Hijo! O en el cielo, en donde se consuma la misión invisible de las divinas personas: ¡ La
naturaleza divina, identificada con las personas divinas, ocupa el lugar cognoscitivo de las
imágenes inteligibles creadas!
Cuando se habla de los dones del Espíritu Santo y se considera especialmente la relación de
los mismos con el Espíritu Santo desde el punto de vista de su misión, hay que atender
inmediatamente, y más que nada, al aspecto de la misión invisible del E. Santo a las almas de
los justos, por la gracia santificante. En el orden de la gracia santificante se encuentran los
dones del Espíritu Santo que son causados por Dios y por tanto por el Espíritu Santo; y se
apropian al Espíritu Santo.
Desde el punto de vista de la misión invisible del Espíritu Santo en las almas de los justos,
hay que pensar en un nuevo modo de existir del Espíritu Santo, como lo conocido en el
cognoscente y como lo amado en el amante, con un sentido profundamente realista de
comunicación divina y al mismo tiempo de referencia y vinculación por los dones y antes por la
caridad y las otras virtudes teologales, a la persona divina del Espíritu Santo distintamente
considerada. Como la encarnación es distintamente en la persona divina del Hijo; la
inhabitación trinitaria es distintamente de las personas del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Y desde el punto de vista que parte de una consideración genérica de los dones hay que
considerar una acentuación de la relación a la persona divina del Espíritu Santo.
III. Los dones del Espíritu Santo son hábitos operativos buenos.
La pasión y la cualidad pasible, la forma y la figura pertenecen al orden físico y corpóreo. Por
tanto, los dones del Espíritu Santo que son algo espiritual y sobrenatural no pueden entenderse
en estos tipos de cualidades correspondientes a la tercera y cuarta especie. Por tanto resta
considerar a la segunda y primera especie.
Los dones del Espíritu Santo no son primariamente potencias, aunque tienen la riqueza de las
mismas. Los dones del Espíritu Santo son principios de operaciones y pasiones; y en este
sentido convienen con las potencias. Pero antes que eso son cualidades espirituales que afectan
a la naturaleza humana en un sentido de bondad sobrenatural. Y esto excede la condición de las
potencias que dicen una cierta indeterminación hacia el bien y el mal; y consecuentemente
requieren una determinación en este sentido para su perfección y su perfecta operación.
Los dones del Espíritu Santo son hábitos. Porque cumplen perfecta y sobrenaturalmente
mente las condiciones requeridas por los mismos. En efecto, vienen al alma infundidos por
Dios en el orden de la gracia santificante. Cuando se dice del hábito o disposición que es
accidente real modificativo o determinativo del sujeto o substancia, en sí misma, en orden a su
propia forma o naturaleza; en la expresión “en orden a su propia forma o naturaleza”, la voz
“naturaleza” señala a la esencia de la cosa en cuanto principio de sus operaciones propias. Y el
orden que dice a esa naturaleza es conveniente o disconveniente; y por tanto, bueno o malo.
En su condición de formas accidentales sobrenaturales de santificación, los dones del E. Santo
se refieren a la esencia del hombre y consecuentemente a sus operaciones con un sentido de
bondad. Aunque en verdad, la naturaleza que se considera es más propiamente la naturaleza de
la gracia que es de índole sobrenatural, lo mismo que las operaciones consiguientes a la misma.
Los dones son en la persona, individuo subsistente en la naturaleza racional, santificada por la
gracia, salvando toda armonía requerida.
En la primera especie de cualidades se coloca al hábito y a la disposición. Hay distinción
esencial y no simplemente de grado entre los hábitos y disposiciones. Los hábitos son
18
difícilmente movibles según su esencia; por ej. las virtudes. Las disposiciones son fácilmente
movibles según su esencia: por ej. la opinión, la salud. Esta distinción se establece según las
causas u objetos fácilmente movibles o difícilmente movibles que corresponden a las
disposiciones y a los hábitos respectivamente. Con esto está que pueden darse hábitos en estado
disposicional como la ciencia en un principiante; y hábitos en estado habitual como la ciencia
en el maestro. Y que pueden darse disposiciones en estado disposicional como la opinión en
una persona cuerda; y disposiciones en estado habitual como la opinión en una persona terca.
Los dones del Espíritu Santo se entienden como hábitos en un sentido esencial. Esto consta
por la soberanía de su causa, que es la causa divina con su voluntad de santificación y
salvación. Aunque puedan darse con mayor o menor perfección en el sujeto.
Los hábitos, como las disposiciones, se distinguen en entitativos y operativos. Los hábitos y
disposiciones de tipo entitativo remarcan su orden hacia la esencia del sujeto. Los hábitos y
disposiciones de tipo operativo, remarcan un orden a las operaciones del sujeto. La distinción se
establece por orden al sujeto inmediato de inherencia de las disposiciones y de los hábitos: si el
sujeto inmediato de los hábitos y disposiciones es inmediatamente operativo los mismos son
inmediatamente operativos; por ej. las virtudes y los vicios que se dicen en las potencias
racionales del alma. Si el sujeto inmediato de los hábitos y disposiciones es sólo mediatamente
operativo, también lo son los mismos, que se acomodan a dicho sujeto y así se dan los hábitos y
disposiciones de tipo entitativo como la salud que se dice en el cuerpo, y la gracia santificante
que se dice en el alma.
Los dones del Espíritu Santo son hábitos de tipo operativo. Porque su sujeto inmediato de
información es en las potencias racionales del alma: lo mismo que en el caso de las virtudes
teologales y morales. Son para la buena operación sobrenatural. Perfeccionan
sobrenaturalmente a las potencias racionales del alma, en su potencia obediencial, en orden a la
naturaleza de la gracia santificante y en orden a las operaciones sobrenaturales.
Los dones del Espíritu Santo son buenos y sobrenaturalmente buenos. Esto se entiende en
orden a la gracia santificante y a la naturaleza del sujeto. Y en orden a la operación sobrenatural
que requiere un cierto funcionamiento natural de la potencia natural en la cual se encuentra.
Así, por ej. el funcionamiento de la fe no anula el de la inteligencia, sino que lo requiere.
La especificación de los hábitos operativos es por sus objetos formales. Y más precisamente
por sus actos en orden a sus objetos formales. Por tanto corresponde aclarar lo correspondiente
a los objetos y actos de los dones del Espíritu Santo.
ej. la luz para la vista; la luz correspondiente a la abstracción formal del primer grado para la
ciencia ética.
Objeto material de los dones del Espíritu Santo es la totalidad de la realidad creada e
increada, natural y sobrenatural. De una manera u otra los dones del Espíritu Santo, bajo la
inspiración divina, sirven para la dirección del alma en este mundo y en el otro. Sobre todo si
se tiene en cuenta la vida de la eternidad, uno tiene espacio para encontrarse con la multitud del
universo bajo Dios.
El objeto formal quod o terminativo de los dones del Espíritu Santo, al presente sólo puede
ser considerado de una manera genérica. Se impone luego una consideración de lo que sería la
especie átoma de cada uno de ellos. Este objeto formal quod o terminativo de los dones puede
ser algo creado, como en el caso del don de ciencia o puede ser Dios como en el caso del don
de sabiduría. Siempre se trata de algo sobrenatural; esto consta por la condición sobrenatural de
los dones determinada en orden a la condición formal y sobrenatural de su objeto. Aunque sea
algo creado contiene una referencia remarcada hacia Dios; por la condición perfectiva que
corresponde a los dones. Y dada la superioridad de los dones sobre las virtudes morales siempre
hay una superioridad del objeto formal de los dones sobre el objeto formal de las virtudes
morales.
El objeto formal quo o motivo de los dones del Espíritu Santo es la inspiración divina. El
Espíritu Santo inspira y dirige a la creatura.
“Pero la inspiración significa cierta moción desde el exterior”dice el Aquinate (Summa
Theol. I-II, 68,1 c.). Esta inspiración divina es una gracia actual especial, más elevada que la
que corresponde a la actuación de las virtudes infusas en una consideración predonal, en tanto a
las mismas corresponde en la acción sobrenatural, un modo humano, en proporción a un motor
racional o humano. Es expresiva del motor divino, del Espíritu Santo que ilumina, dirige y
mueve a la creatura racional, por encima de las limitaciones del interior motor humano que se
constituye en la razón humana, y en acuerdo con las condiciones elevadas del vivir divino,
requeridas por Dios y por la presencia de la gracia santificante y caridad en el alma. El Divino
Tomás dice en la Summa Theol. I-II, 68,1,c. : “ Es manifiesto que todo lo que se mueve debe
ser proporcionado a su motor: y esta es la perfección del móvil en cuanto es móvil, la
disposición por la cual se dispone para que sea bien movido por su motor. Por consiguiente en
cuanto el movente es más alto, en tanto es necesario que el móvil con una más perfecta
disposición a él se proporcione: como vemos que más perfectamente es necesario que el
discípulo esté dispuesto, para que capte una más alta doctrina por el docente. Pero es manifiesto
que las virtudes humanas perfeccionan al hombre según que el hombre connaturalmente es
movido por la razón en aquellas cosas que interior o exteriormente realiza. Por consiguiente, es
necesario que existan en el hombre unas más altas disposiciones para que sea divinamente
movido. Y estas perfecciones se llaman dones: no sólo porque son infundidas por Dios, sino
porque según ellas el hombre se dispone para que se haga prontamente movible por la
inspiración divina, como dice Is. 50,5: “el Señor me ha abierto la oreja, y yo no me resisto, no
me echo atrás”. Y el Filósofo también dice, en el cap. “Sobre la buena fortuna”, que aquellos
que son movidos por instinto divino, no necesitan aconsejarse por la humana razón, sino que
sigan el interior instinto: porque son movidos por un principio mejor que la razón humana”.
Esta gracia de la inspiración tiene una condición eficiente sobre las potencias racionales
informadas por los dones del E. Santo. Y tiene también un sentido formal especificante; de tal
manera que el acto donal originado en la creatura resulta especificado por la inspiración.
Junto a la inspiración hay que considerar una connaturalidad caritativa que se establece en los
dones por el influjo de la caridad. La misión invisible de las divinas personas se realiza en el
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alma por la gracia santificante y la caridad de Cristo: “Si alguno me ama, guardará mi palabra,
y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada” (Jn 14, 23) “La caridad de Dios
se difunde en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5,5) (24).
La caridad es requerida para la unión y el espiritual contacto del alma con el Espíritu Santo. Y
consecuentemente la caridad conforma hacia Dios y hacia sí al resto del organismo sobrenatural
y particularmente a los dones del Espíritu Santo. La connaturalidad caritativa de los dones
importa una conformidad de los dones con la caridad que influye en su operación propia.
Consta que de la castidad no sólo puede dar un juicio el estudioso de la ética; sino también,
según connaturalidad, el hombre casto que se conforma a su materia.
Hay por la caridad una experiencia de lo divino, un amor al Dios que se ama y al cual se está
unido y en el cual se goza, que se transmite a los dones. Los dones en su principio, en el orden
del objeto formal quo o motivo, se alimentan de esta experiencia de lo divino para trascender
perfectamente lo puramente conceptual y sensible fundándose en la realidad de lo divino. Y
terminativamente los dones, en el orden del objeto formal quod los dones más teologales, y en
el orden del objeto principal los menos teologales, acceden a Dios por esta vía caritativa. Así el
santo, el místico bebe en su caridad de la caridad divina. “ El que no ama no conoce a Dios,
porque Dios es caridad” (I Jn 4,8)
En el cielo la visión beatífica por encima de la caridad preside la vida de los santos y concede
una suprema perfección a la vida cristiana y a los mismos dones.
Hay que notar que ya en esta vida por la caridad se da un amor inmediato hacia Dios. S.
Tomás de Aquino en la Summa Theol. II-II, 27,4 en donde se pregunta “Si /Dios/ en esta vida
puede ser inmediatamente amado” enseña: “Por el contrario es que el conocimiento de Dios,
porque es mediato, se dice enigmático, y se evacua en la patria, como consta I ad Cor, 13,
/9sq. /. Pero “la caridad no se evacua”, como dice la I a Cor, 13, /8/. Por tanto la caridad del
camino inmediatamente adhiere a Dios.
Respondo diciendo que, como arriba se ha dicho /q.26, a.1, ad 2 / el acto de la virtud
cognoscitiva se perfecciona por esto que lo conocido es en el cognoscente: pero el acto de la
virtud apetitiva se perfecciona por esto que el apetito se inclina en la cosa misma. Y por
consiguiente es necesario que el movimiento de la virtud apetititiva sea en las cosas según la
condición de las mismas cosas: pero el acto de la virtud cognoscitiva es según el modo del
cognoscente. Pero es tal el orden de las cosas según sí mismo que Dios es por sí mismo
cognoscible y amable en cuanto existe esencialmente como la misma verdad y bondad, por la
cual las otras cosas son conocidas y amadas. Pero en cuanto a nosotros, porque nuestro
conocimiento tiene su origen en el sentido, son primeramente cognoscibles las cosas que son
más próximas a los sentidos; y el último término del conocimiento es en aquel que es
máximamente remoto del sentido. Por tanto según esto hay que decir que la dilección, que es
acto de la virtud apetitiva, también en el estado de vía tiende hacia Dios primeramente, y a
partir del mismo deriva hacia las otras cosas: y según esto la caridad a Dios ama
inmediatamente, pero a las otras mediante Dios. Pero en el conocimiento es por lo contrario: a
saber porque por las otras cosas a Dios conocemos, como a la causa por el efecto, o por modo
de eminencia o de negación, como consta por Dionisio, en el libro “de los nombres divinos” /C.
I: S. Th. Lectio 3/
En el mismo lugar se pone la objeción 1 que dice: “”Pues las cosas desconocidas no pueden
ser amadas”; como Agustín dice, X de Trin. /C.1, 2/. Pero a Dios no lo conocemos
inmediatamente en esta vida: “porque vemos ahora por espejo en enigma”, como se dice en I
Cor 13, /12/. Por tanto tampoco a él inmediatamente lo amamos”.
21
Y responde el Aquinate: “Al primero por consiguiente hay que decir que aunque las cosas
desconocidas no puedan ser amadas, sin embargo no es necesario que sea lo mismo el orden del
conocimiento y de la dilección. Pues la dilección es término del conocimiento. Y por
consiguiente en donde termina el conocimiento, a saber en la misma cosa que se conoce por
otra, allí inmediatamente /statim/ la dilección puede empezar”.
También influyen en los dones la fe y la esperanza que son virtudes teologales junto a la
caridad, pero inferiores a la misma y en dependencia de la misma.
Por tanto, se puede decir que el objeto formal quo o motivo de los dones del Espíritu Santo es
la inspiración divina, por modo de connaturalidad caritativa y de experiencia de lo divino.
En el cielo, la fe y la esperanza son evacuadas. Quedan la visión de Dios y el gozo beatífico
caritativo. La visión de Dios es lo más formal de la vida eterna. Esto influye en los mismos
dones que llegan a su perfección. Lo dones se conforman no sólo con el gozo beatífico sino
también con la misma visión. Es superior la experiencia de lo divino. El vivir es distinto. “Ved
que amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos. Por esto el
mundo no nos conoce, porque no le conoce a Él. Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque
aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que cuando aparezca, seremos
semejantes a Él, porque le veremos tal cual es” (I Jn 3, 1-2).
Así decimos que el objeto formal quo o motivo de los dones del E. Santo es la inspiración
divina del Espíritu Santo según connaturalidad caritativa y experiencia teologal.
Así aparece que los dones del Espíritu Santo son hábitos que disponen al hombre para una
operación sobrenatural, al modo divino, bajo la inspiración del Espíritu Santo. En cuanto
hábitos sobrenaturales buenos conceden al alma ya perfeccionada por la gracia y las virtudes
teologales y morales infusas, una prontitud, facilidad, deleite y poder en este sentido.
Se concede que hay una mayor o menor perfección de los dones en las distintas personas. Y
que en el tiempo se registra un crecimiento y pérdidas en los mismos.
distinción con respecto a los hábitos y potencias naturales queda muy clara por la distinción
general entre lo natural y lo sobrenatural.
Decimos por tanto que los dones del Espíritu Santo se distinguen de las virtudes teologales y
morales infusas.
Por ser distinto el objeto formal quo o motivo. En las virtudes teologales es Dios mismo.
En los dones del Espíritu Santo es la inspiración divina. En las virtudes morales infusas es la
luz de la fe que perfecciona a la razón –dándose también el influjo de la caridad y de la
esperanza-.
Por ser distinto el principio motor. Se distingue el principio motor extrínseco al hombre y un
principio motor intrínseco en el mismo hombre que es con su razón.
En el caso de las virtudes teologales el principio motor extrínseco es Dios mismo que
funciona con una gracia actual muy elevada. Las virtudes teologales están como principio
intrínseco en relación a sus actos propios y funcionan también con la razón natural. Las virtudes
teologales se influyen entre sí y participan su influjo motivo en las morales infusas y en el
orden operativo natural.
En el caso de los dones del Espíritu Santo el motor extrínseco es el Espíritu Santo que
funciona con la gracia actual inspirante. Los dones funcionan como principios de sus propios
actos e influyen superando los defectos o limitaciones naturales y malas consecuencias del
pecado. Y funcionan por modo perfectivo más bien dispositivo con relación a las virtudes
teologales y por modo simplemente perfectivo con respecto a las morales infusas e inferiores.
En el caso de las virtudes morales infusas el motor extrínseco es Dios con una gracia actual
menor que la correspondiente a los dones y a las virtudes teologales. Están las virtudes morales
infusas en las potencias racionales perfeccionándolas para emitir los actos sobrenaturales
correspondientes que se acompañan con movimientos de la razón natural. El motor intrínseco
se da por las virtudes teologales que perfeccionan a la razón. Las virtudes morales dependen en
su funcionamiento de este motor interior constituido por las virtudes teologales que
perfeccionan a la razón –y a la voluntad- Dentro del orden de las virtudes morales tiene un
papel especial la prudencia que rige y mueve a las otras virtudes morales. La prudencia tiene un
papel no en cuanto a la especificación pero sí en cuanto al ejercicio de las virtudes teologales
inclusive de la misma caridad.
Los dones del Espíritu Santo señaladamente apuntan al influjo inspirante del Espíritu Santo,
motor extrínseco que viene a superar los defectos del modo racional de los motores intrínsecos.
Y acentúa el nivel divino de los actos. El instinto divino supera el nivel racional de los actos
humanos particularmente del orden sobrenatural. Así por ej. , uno puede estar dudando respecto
a una actitud a tomar; y el instinto divino supera inmediatamente la duda.
Nota que en el orden espiritual la perfección va aliada con la simplicidad. En Dios toda su
riqueza espiritual se contiene en la misma Deidad. En cambio, en las creaturas, esa perfección
se da con una cierta complejidad. Aparte de la naturaleza misma de las cosas hay un ámbito
para la libertad divina. Se ve que Dios distinguió la perfección de las virtudes y de los dones.
Consecuentemente hay distinción por los actos. Los actos de las virtudes teologales son hacia
Dios como a su objeto formal quod o terminativo. Los actos de los dones del Espíritu Santo son
hacia Dios o hacia algo creado como objeto formal quod o terminativo. En tanto son hacia Dios
tiene una menor teologalidad que los correspondientes a las virtudes teologales; en tanto son
hacia las creaturas siempre dicen una referencia perfecta hacia Dios. Los actos de las virtudes
morales infusas son siempre hacia algo creado como a su objeto formal quod o terminativo;
dicen también un orden a Dios como a su fin; y son diversamente perfeccionados por el influjo
de las virtudes teologales y de los dones del Espíritu Santo.
24
1. - Qué es la sabiduría
La palabra castellana sabiduría proviene de la palabra sapientia en latín; del verbo sapere
“tener inteligencia, ser entendido propiamente, tener gusto, ejercer el sentido del gusto, tener tal
o cual sabor” (27).
Originariamente tiene el sentido de conocimiento supremo o en todos los géneros o en algún
género de cosas.
Así dice el Aquinate: “ Respondo diciendo que según el Filósofo, en el principio de la
Metaf. /L.I, c.2, n 2 seq.: S. Th. Lect. 2/, al sabio le pertenece considerar la causa altísima, por
la cual de los otros ciertísimamente se juzga; y según la cual es necesario ordenar todas las
cosas. Pero la causa altísima se puede tomar doblemente: o simplemente o en algún género. Por
consiguiente aquel que conoce la causa altísima en algún género y por ella puede juzgar y
ordenar de todos los que son de ese género, se dice sabio en ese género, como en la medicina o
en la arquitectura según aquello de la I ad Cor 3,10 “Como sabio arquitecto puse el
fundamento”. Pero aquel que conoce la causa altísima simplemente, que es Dios, se dice
simplemente sabio: en cuanto por las reglas divinas puede juzgar de todas las cosas”(28)
La palabra sabiduría se usa en muchos sentidos (29). Designa en el orden natural: el arte
perfecto, la prudencia perfecta, la ciencia o el conocimiento en estado perfecto, la Metafísica
(en donde se incluye la Teología natural), el atributo divino de la sabiduría.
25
precisión teológica de lo que se entiende por don del Espíritu Santo. Pero en todo caso no se
puede negar una permanencia e influjo especial del E. Santo en los cristianos en gracia,
particularmente en los cristianos que avanzan por los caminos de la santidad. Y esto vale para el
don de sabiduría.
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña: “ 1831 Los siete dones del Espíritu Santo son:
sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen en
plenitud a Cristo, Hijo de David (Cf. Si 11,1-2) Completan y llevan a su perfección las virtudes
de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las
inspiraciones divinas.
Tu espíritu bueno me guíe por una tierra llana (Sal 143,10)
Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios...Y, sí hijos,
también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo (Rm 14.17)” (31)
La encarnación redentora del Hijo es algo original del mismo. El Hijo de Dios se hace
hombre. Y el hombre se hace Dios; esto es, ese hombre que es Cristo Jesús es el Hijo de Dios;
su persona no es humana sino divina y su naturaleza humana es asumida en la persona divina
del Hijo.
La naturaleza humana de Cristo, desde el punto de vista de la causa eficiente, es obra de las
tres personas divinas Padre, Hijo y Espíritu Santo juntamente con la S. Virgen. Y así es
asumida hasta la persona divina del Hijo de Dios, no de Padre, ni del Espíritu Santo. Es decir,
terminativamente, la asunción de la naturaleza humana de Cristo es en la sola persona del Hijo,
en el interior divino. Así el Hijo de Dios existe de un nuevo modo en el mundo y realiza su
misión visible en el mundo.
Se entiende una mutación en la naturaleza racional de Cristo, en cuanto la misma que debió
tener una personalidad humana, antes de que la tenga, es asumida para que tenga una
personalidad divina. Y consecuentemente, esa naturaleza asumida entra a existir de un nuevo
modo en el mundo: con una existencia divina; más precisamente, con el esse divino. Esto
significa que el misterioso ámbito de las personas divinas es penetrado ontológicamente por la
naturaleza humana de Cristo, que subsiste en la persona divina del Hijo.
Pero junto a la naturaleza humana de Cristo, que es del orden substancial y se une a su
persona divina según su subsistencia, se encuentran los accidentes humanos de Cristo y
también los sobrenaturales del orden de la gracia. Y en el orden de la gracia santificante se
encuentran los dones del Espíritu Santo y particularmente el don de sabiduría. Así que los
accidentes de Cristo y particularmente sus dones o espíritus entre los cuales se encuentra el don
de sabiduría, dicen una referencia ontológica misteriosa a su persona divina de Hijo.
Nota que “la naturaleza /humana/ asumida sirve al Verbo divino como órgano de salvación a
El indisolublemente unido”(33)
Cristo se une misteriosamente a la Iglesia y al mundo. Por la encarnación redentora de Cristo
se abre para todos, consecuentemente, una puerta en Dios; directamente en orden al Hijo. Y el
Hijo conduce personalmente al Padre y al Espíritu Santo.
Desde este punto de vista hay que anotar aquí la afinidad profunda entre la persona divina del
Hijo o Verbo de Dios y el don de sabiduría.
Está también la misión invisible del Hijo por la gracia en el alma de los justos. Las tres
personas divinas vienen al alma de los justos por la gracia santificante que importa una
sobrenatural transfiguración y elevación del alma. El Padre queda presente en el alma; el Hijo y
el Espíritu Santo también están presentes. Aunque en el Hijo y en el Espíritu Santo se cumple el
concepto de misión, que no en el Padre. Porque el Padre es principio no de principio; en cambio
el Hijo procede del Padre y el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo.
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo que existen en el cielo, en la tierra y en todo lugar
asumen un nuevo modo de existir en el mundo. Por la elevación del alma de los justos por la
gracia. Y más completivamente por las virtudes teologales y dones del Espíritu Santo. También
por esta vía se abre el orden trinitario a los hijos adoptivos de Dios. Y esto vale para la
actuación donal y señaladamente para los dones intelectuales de intelecto y sabiduría. El don de
sabiduría en definitiva está puesto para una percepción distinta de la sabiduría divina y de las
personas divinas. Y más que nada en relación distinta cognoscitiva amorosa con la persona
divina del Verbo o Hijo de Dios; por su especial afinidad con el mismo.
Esta entrada en el orden trinitario se registra perfectamente en el otro mundo. Por la visión
beatífica. Pero ya tiene en este mundo una realización inicial importante por la caridad de
Cristo que establece a los hijos de Dios en un amor inmediato hacia Dios.
29
El misterio del acceso por vía de la gracia santificante y de la visión beatífica al interior
divino, se podría haber realizado sin la encarnación redentora de Cristo. Pero de hecho se
realiza por esta. Y en Cristo su visión beatífica y particularmente el ejercicio de su sabiduría
donal tienen una fuerza especial por la encarnación redentora del mismo Cristo. Y también
ocurre algo análogo en nosotros en cuanto somos salvados por Cristo y asumidos en El.
En cuanto a lo segundo dice: porque suave es el Señor (según aquello): O cuan bueno y suave
es, Señor, tu espíritu en nosotros (Sab 12,1); cuan grande la multitud de tu dulzura (Sal 30,16).
Y después (añade): bienaventurado el varón que espera en él (is. 30,18): bienaventurados
todos los que esperan en él” (34)
Y el mismo Aquinate, en otro lugar, en orden al mismo tema: “puedo decir porque son dulces,
porque probé; yo a ella la amo y la experimento. Pues ninguno testimonio puede llevar a no ser
el que experimenta” (35)
La inspiración divina tiende a trascender las limitaciones de lo puramente humano y las
decadencias impuestas por el pecado. Lleva consigo una regla y un impulso divino que eleva al
alma más precisamente al plano de lo divino, en consonancia con la naturaleza de las virtudes
infusas en un mejor funcionamiento. En el caso, influye a favor de un funcionamiento
cognoscitivo gustoso y divino.
La connaturalidad caritativa resulta por el influjo de la caridad en los dones, en cuanto los
conforma a sí misma. La condición misma de los dones está a favor de esto; y también la
inspiración divina viene en ese sentido. La connaturalidad importa una conformidad y esto
influye en el funcionamiento, en tanto como uno es, así opera.
La experiencia teologal de la sabiduría divina acontece en razón de la íntima subordinación y
conexión del don de sabiduría con las virtudes teologales. En la tierra, la caridad es la virtud
teologal que nos une a Dios de una manera más perfecta. La caridad dice una inmediación y
unión con Dios. Así se alimenta de Dios. Particularmente se refiere a la bondad divina, a su
amor y sabiduría. Y se alimenta no sólo para sí, sino también para el resto de la persona.
Particularmente para las otras virtudes teologales y dones del Espíritu Santo; y dentro de estos,
más precisamente para el don de sabiduría. Y el don de sabiduría constitutivamente y
operativamente está para vivir según esta divina alimentación de la divina sabiduría.
El santo está con el don de sabiduría con respecto a Dios, como quien toma un vino exquisito
en el cáliz de la caridad del alma; o como quien se alimenta del afecto que en él suscita la
presencia y el contacto de su amada. Nota que el lenguaje místico es metafóricamente muy
cercano al amor esponsalicio.
Con todo, no se debe restringir el ámbito de la experiencia de lo divino sólo a la caridad,
porque se da una experiencia y alimentación de la experiencia en el orden del conocimiento
mismo.
Esto enseña Aristóteles: “Pero el género humano dispone del arte y del razonamiento. Y del
recuerdo nace para los hombres la experiencia, pues muchos recuerdos de la misma cosa llegan
a constituir una experiencia. Y la experiencia parece, en cierto modo, semejante a la ciencia y al
arte, pero la ciencia y el arte llegan a los hombres a través de la experiencia. Pues la experiencia
hizo al arte, como dice Polo /Polo de Agrigento, discípulo de Gorgias y autor de una Retórica/,
y la inexperiencia, el azar. Nace el arte cuando de muchas observaciones experimentales surge
una noción universal sobre los casos semejantes. Pues tener la noción de que a Calias, afectado
por tal enfermedad, le fue bien tal remedio, y lo mismo a Sócrates y a otros muchos
considerados individualmente, es propio de la experiencia; pero saber que fue provechoso a
todos los individuos de tal constitución, agrupados en una misma clase y afectados por tal
enfermedad, por ej. a los flemáticos, a los biliosos o a los calenturientos, corresponde al arte.
Pues bien, para la vida práctica, la experiencia no parece ser en nada inferior al arte, sino que
incluso tienen más éxito los expertos que los que, sin experiencia, poseen el conocimiento
teórico. Y esto se debe a que la experiencia es el conocimiento de las cosas singulares, y el arte,
de las universales; y todas las acciones y generaciones se refieren a lo singular. No es al
hombre, efectivamente, a quien sana el médico, a no ser accidentalmente, sino a Calias o a
31
Sócrates, o a otro de los así llamados, que, además, es hombre. Por consiguiente, si alguien
tiene, sin la experiencia, el conocimiento teórico, y sabe lo universal pero ignora su contenido
singular, errará muchas veces en la curación, pues es lo singular lo que puede ser curado” (36)
Por tanto, hay que pensar también en el influjo de la fe divina, en esta vida. Y en la otra vida,
hay que reconocer el superior influjo de la visión de Dios cara a cara que es lo primero y
formalísimo en la vida eterna
Todo esto importa una cierta condición teologal para el don de sabiduría; pero esta es
inferior a la que corresponde a las virtudes teologales de la fe, esperanza y caridad. Esto se
advierte mejor considerando la condición y proporción entre el objeto formal quod o
terminativo y el objeto formal quo o motivo del don y las virtudes teologales. Con respecto a
Dios hay una mayor inmediación en las virtudes teologales. Hay que tener en cuenta que en el
objeto formal quo o motivo del don de sabiduría, la inspiración divina, la mediación caritativa y
la experiencia bebida en la misma que entran en su constitución, resultan algo menor que Dios
en sí mismo que es lo que directamente corresponde a las virtudes teologales.
mismo E. Santo, en tanto todo el orden donal en su condición genérica está especialmente
presente y relacionado con el mismo.
“connaturalidad caritativa y experiencia teologal”. Son condiciones que diversamente
corresponden a los distintos dones del E. Santo. La connaturalidad caritativa da especialmente
una forma caritativa por participación a los dones del E. Santo. En el caso del acto de
conocimiento del don de sabiduría se puede hablar de un conocimiento afectivo caritativo, por
este especial influjo de la connaturalidad caritativa.
La experiencia teologal es una experiencia de Dios que requiere el vivir de las virtudes
teologales, particularmente de la caridad y en el cielo la visión de Dios. Esto importa una
alimentación desde lo alto que viene a los dones.
“fundado en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y en su sabiduría” Así se remarca la fundación
de los dones y particularmente del don de sabiduría en el misterio de Dios. No se trata
simplemente del aspecto de Dios en cuanto uno como lo puede descubrir la filosofía; sino que
se trata de la Santísima Trinidad en Dios y de un ahondamiento en la consideración de Dios en
cuanto uno. Esto requiere la atención sobre las apropiaciones en Dios y sobre las misiones
divinas. Particularmente sobre el influjo del misterio de la encarnación redentora de Cristo y de
su presencia inhabitante en el alma con relación al don de sabiduría.
El influjo de la sabiduría de Dios en el don de sabiduría es algo correspondiente y propio al
mismo. Por allí se da su principio: fundamento del objeto formal quo o motivo. Y también su
término: como término último en el objeto formal quod o terminativo. La Sabiduría conforma el
sentido profundo y especifico del don de sabiduría.
“por modo de juicio resolutivo sobre Dios y todas las cosas”. El juicio que se dice resolutivo
es un juicio según causalidad, como se da también en los dones de ciencia y consejo. En base al
conocimiento de Dios, la sabiduría mística del alma descubre y en el orden práctico ordena la
causalidad y principialidad.
“en orden al fin divino”. Así se nombra la causa final del don de sabiduría y de los otros
dones del E. Santo. Hay una reafirmación del orden de la caridad, en tanto los dones no se dan
sino en los que están con ella, en orden a una operación por modo divino hacia Dios.
Respecto a la distinción de este acto y de otros actos correspondientes a otros dones y virtudes
hay que tener en cuenta lo siguiente.
Santo Tomás dice: “al segundo hay que decir que la sabiduría que se pone don difiere de
aquella que se pone virtud intelectual adquirida. Pues aquella se adquiere por el estudio
humano: pero esta es “descendiente desde arriba”, como se dice en Sant 3, /15/. De modo
semejante también difiere de la fe. Porque la fe asiente a la verdad divina según sí misma: pero
el juicio que es según la verdad divina pertenece al don de sabiduría. Y por tanto el don de
sabiduría presupone la fe: porque “cada uno juzga bien aquello que conoce”, como se dice en el
I Ethic. / C. 3,n. 5: S. Th. Lect. 3/”. (38)
Hay que notar que la fe puede darse sin el don sabiduría, como acontece en los que están en
pecado y sin la gracia.
Juan de S. Tomás enseña: “Se puede juzgar de dos modos:
1º. Por juicio resolutivo o analítico, cuando juzgamos de las cosas por sus causas o sus
efectos, reduciendo las cosas conocidas a sus principios propios y razonando.
2º. Por un juicio simple y discretivo, por el que juzgamos de una cosa como distinta de otra.
Esto puede lograrse por comparación y reflexión, como lo hace el entendimiento, o de una
manera más sencilla, como hace el sentido, que también distingue los colores, los sonidos, etc.
Los dones de sabiduría y de ciencia juzgan de las cosas espirituales o sobrenaturales de un
modo resolutivo y analítico: la sabiduría por las causas supremas, por la unión íntima con Dios;
33
el de ciencia por las causas inferiores o por los efectos que ella considera en las creaturas. En
cuanto a la fe, no juzga ni asiente por las causas o efectos, sino sólo por un testimonio
extrínseco /de Dios/ a que mueve a asentir sin penetración de causas o efectos”(39).
Hay que notar que el juicio del don de sabiduría no es discursivo sino intuitivo, por
inspiración del E. Santo; aunque pueda darse junto a razonamientos de la razón.
También que el don de intelecto no tiene solamente una simple aprehensión, sino un juicio, lo
que aparece por analogía con el hábito de los primeros principios de la razón natural que juzga;
y porque como advierte S. Tomás, al don de intelecto le corresponde una aprehensión de la
verdad; y esto ya es algo del juicio (40). Se trata de un juicio discretivo.
Juan de S. Tomás enseña sobre el don de sabiduría.”La razón formal por la que enseña estas
causas es cierta experiencia de Dios y de las realidades divinas alcanzada por el gusto, afecto y
deleite, en el contacto íntimo de la voluntad con esos objetos espirituales.
Por esa unión, el alma queda connaturalizada con las cosas divinas, y el gusto que tiene de
ellas hace que las distinga de las sensibles y creadas (en esta vida de un modo imperfecto y
negativo; en el cielo, perfectamente y por evidencia positiva) connaturalidad que impulsa a
penetrar las causas y razones de las cosas que la sabiduría le hace conocer” (41)
Y S. Tomás: “Al primero por tanto hay que decir que como se tiene la sabiduría que es virtud
intelectual al intelecto de los principios -porque en cierto modo lo comprende al mismo, como
se dice en el VI de los Etic. , según que a partir de los principios se negocia acerca de las cosas
altísimas y dificilísimas, y de las mismas también en cierto modo ordena, en cuanto reduce
todas las cosas a un principio, y de la misma es disputar contra los que la niegan- de tal manera
se tiene la sabiduría que es don, hacia la fe que es simple conocimiento de aquellos artículos
que constituyen el principio de toda sabiduría cristiana: mientras que por el don de sabiduría se
alcanza cierta contemplación deiforme y, de alguna manera explícita de aquellos mismos
artículos que la fe tenía como velados, a través de su modo de conocer. Y de este modo la
sabiduría es don; la fe, en cambio, es virtud”(42)
El P. Fr. R. Garrigou Lagrange O.P. expresa: “...una cosa es creer que Cristo por todos los
hombres murió y otra cosa es juzgar este hecho a partir de los altísimos motivos de la
providencia; a saber que así Dios quiso perfectísimamente manifestar en el Cristo muriendo, su
amor hacia Cristo para el cual quiso la gloria de redentor, y su amor hacia todos los hombres,
especialmente hacia los elegidos, de tal manera que sea necesario decir con S. Pablo: “Todas las
cosas son vuestras, pero vosotros de Cristo, pero Cristo de Dios” (43)
conocimiento de Dios y de la obra de Dios; pero también para la dirección de los actos de la
creatura racional. El don de sabiduría debe servir a la fe en los dos ámbitos.
La caridad es para amar a Dios, a uno mismo y al prójimo. Su ejercicio importa el
cumplimiento de deberes morales y religiosos. Esto requiere la condición especulativa y
práctica del don de sabiduría. Para conocer a Dios y marchar por sus caminos espirituales, por
modo divino.
El don de sabiduría es primariamente especulativo y secundariamente práctico. En armonía
con la fe divina, y con los dones de intelecto y ciencia. Y por la condición formal de su objeto,
que ante todo es de Dios y de su sabiduría. El orden práctico humano es posterior a Dios.
Conclusión
Debemos ser consecuentes con las inspiraciones del Espíritu Santo, de tal manera de acceder
a un comportamiento cristiano por modo divino, con las riquezas de la sabiduría divina, en
unión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
36
NOTAS
(1) Biblia Sacra juxta Vulgatam Clementinam, Ed. Colunga-Turrado, BAC, Matriti, 1951, Is
11,1-5. Cf. Septuaginta id est Vetus Testamentum graece juxta LXX interpretes, Ed.
Alfred Rahlfs, Vol. II, ed. 6, in Germany, 1959.
(2) Sagrada Biblia, Ed. Nacar-Colunga, BAC, Madrid, 1955. Los textos bíblicos citados a
continuación corresponden a esta edición. A no ser que expresamente se diga otra cosa.
Cuando se trata de textos bíblicos citados por otros autores se procura respetar la redacción
y edición de los mismos.
(3) T. Urdánoz O.P.,Tratado de los hábitos y virtudes, en Suma Teológica de Santo Tomás de
Aquino,Ed. Bac, T. V, Introducción a la c. 68 de la I-II. Cita a A. Gardeil O.P., art. Dons: Dict.
Théol. Cath. 4 (1924) col. 1754-1770
(4) Denzinger-Hunermann, El Magisterio de la Iglesia, Ed. Herder, Barcelona 1999, n.178.
(5) Ib. 731
(6) Encíclicas Pontificias, Ed. Guadalupe, B. Aires, 1963, I T., 10, p. 573.
(7) Cf. Ramírez, De Donis Spiritus Sancti deque Vita Mystica, Opera Omnia T. VII, Ed. CSIC.
Salamanca 1974, tract. I, P. I, C. II, p. 30.
(8) Autores citados por A. Gardeil en el Dictionnaire de Théologie Catholique, t.IV; 2 p. París
1939. Col. 1754: P. Griegos: S, Clemente PG t.1, col 209. Ps. Bernabé PG, t II, col. 727. Edit.
Funk, Tubinge 1881, p. 2. S. Justino Dialogue Avec Triphon PG. T. Vi, col. 560. Pastor
Hermas PG. T II, col. 922,926. S. Irineo Contra haereses l. II, c. XVII; PG. t. VII, col. 929 sq.
Clemente de Alejandría, PP. T.14, col. 61. Orígenes PG. t XI, col. 122; etc. Eusebio de Cesarea
PG. t. XXIV, col. 685. S. Gregorio Nacianzeno PG. t. XXXVI, n 13, col. 431. S. Gregorio de
Niza PG. t. XLV, col. 1339-1331. S. Macario PG. XXXIV, hom. 9, col. 535, etc. Dídimo de
Alejandría PG. 39, col. 555. S. Epifanio PG. t. XLIII, col. 26, etc. S. Juan Crisóstomo PG: t.
LV, col. 185, etc. Procope de Gaza PG. t. LXXXVII, col. 2042. P. Latinos: Tertuliano De
Trinit. PL. T.III, col. 944. Victorino PL. T. V, Col. 310, etc.
S. Hilario PL: t. IX, col. 1007. S. Ambrosio PL t. XVI, col. 740. Casiodoro PL. T. LXX, col.
199. S. Gregorio el Grande PL. T. XXXV, col. 544, etc. S. Anselmo (+ 1109) PL. CLIII, col.
596, etc. Rupert PL. T. CXLVII, col. 1319, etc. S. Bernardo PL t. CLXXXIII, col. 590, etc. .
(9) Encíclica “Divinum illud Munus” 1897, en Encíclicas Pont. Op. cit. p. 576-577, n. 20.
(10) Pontifical Romano I, Ritual de la Confirmación, n. 25, B. Aires 1978, p. 162.
(11) Catecismo de la Iglesia Católica, Asoc. De editores del Catecismo, Bilbao, 1993, 3ª. P.
(12) De Donis Spiritus Sancti deque Vita Mystica, Op. cit. p. 37
(13) Cf. S. Tomás de Aquino, Summa Theol. Ed. Marietti, Taurini-Romae, 1950, I, 38, 2.
(14) Ib.
(15) Cf. S. Tomás de Aquino, Summa Theol. Op. cit., espec. I, 29-30; III, 2, 1-6.
(16) Cf. Conc. De Florencia, Denz-Huner. Op. cit n. 1330.
(17) Ib.
(18) Cf. S. Tomás de Aquino Summa Theol. Op. cit. I,43,1-2.
(19) Op. cit. I,43,7
(20) Ib. Ad 2
(21) ib. Ad 6
(22) Op. cit. I,43,3, c.
(23) Ib. a.5 c.
(24) Cf. S. Tomás de Aquino, Summa Theol. Op. cit. 1,43,3
(25) Ib. I-II,68,4.
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