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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

Como Domar a un Lord Bestial


Traducción: Tutty, Yanila, Sol Rivers, Nina,

Corrección: Laura

Lectura Final: Sol Rivers

Una dama caída... un Lord bestial... y una noche en el bosque.

Soltera y embarazada, Lady Eugenie entra en un matrimonio de conveniencia


para salvarse a sí misma y a su hijo no nacido de la censura de la sociedad. Sin
embargo, su nuevo esposo resulta ser la rumoreada Bestia de Ravengrove, un
hombre horriblemente marcado que vaga por su casa ancestral en la noche,
provocando el miedo a los corazones de aquellos desafortunados que lo
encuentran.

Marcado por la batalla y cansado de la vida, Adrian Brooks, Conde de


Remsemere, huye de la sociedad y se esconde en su finca. Temeroso de una
vieja maldición, que ya ha enviado a sus seres queridos a una temprana tumba,
pasa sus días en reclusión. Sin embargo, un día, un viejo amigo llega a
Ravengrove y le ruega un favor, un favor que Adrián está obligado a concederle
por honor.

¿Enviará la Bestia de Ravengrove a su nueva novia a huir al bosque? ¿O Lady


Eugenie descubrirá que hay un hombre debajo de su comportamiento bestial?
¿Está Adrian condenado para siempre a una mera existencia solitaria, o
aprenderá a vivir y a amar de verdad otra vez?

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

Prólogo
Traducción Tutty

En el Continente, 1810.

ESTABA VIVO.

A pesar de todo, Adrian Brooks, 9º Conde de Remsemere, no había muerto


hoy. Sin embargo, no podía decir si eso era bueno o malo.

Era simplemente un hecho.

Las costillas de Adrian quemaban mientras respiraba profundamente, el olor


en el aire era una mezcla familiar de barro, lluvia y sangre. Le dolía el cuerpo,
y sus manos temblaban con la repentina quietud mientras estaba al borde del
campo de batalla, incapaz de apartar la mirada de la carnicería que tenía ante
él. Sus oídos aún resonaban con los gritos de hombres heridos, de hombres
muriendo, y de otros rezando por la muerte. Tantos habían perdido sus vidas
ese día, y sin embargo, él había sobrevivido. ¿Por qué? ¿Por qué la Muerte no
estaba dispuesta a llevárselo?

Habían pasado cuatro años desde que Adrián se había unido a las fuerzas
británicas en el continente, y durante cuatro años, se había estado
despertando en el infierno todas las mañanas, con el corazón y el alma

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maltrechos por las pesadillas que le habían seguido desde Inglaterra. Y así,
durante cuatro largos años, Adrián había desafiado a la Muerte a cada paso,
cargando en la batalla sin tener en cuenta su propia vida, esperando, rezando
que el fin estuviera cerca.

Más de una vez, Adrián había pensado que la Muerte había venido finalmente
por él, que finalmente lo aceptaría y lo sacaría de este infierno. Pero como
siempre, su herida no había resultado fatal, y se había recuperado.

Aun así, hoy fue la mayor decepción de todas.

Hoy, se había ido con apenas un rasguño.

¿Cómo era posible?

Bajando la cabeza, Adrián cerró los ojos, sintiendo la tensión de su piel


alrededor de la larga cicatriz que atravesaba su ojo derecho y bajaba por su
cara hasta la línea de su mandíbula. Había sido una herida importante, y aún
no podía creer que no le hubiera costado ni su ojo ni su vida.

Eso había sido obra de Emery, y Adrian no sabía si enfadarse con su amigo o
no.

Con un suspiro, forzó sus ojos a abrirse de nuevo, se forzó a sí mismo a aceptar
la realidad. Había sobrevivido.

Otra vez.

En la tenue luz de otro día nublado, encontró su mirada rozando una pequeña
cinta roja atada alrededor de su muñeca derecha... y se calmó, con la
mandíbula apretada por la ira. -¿Cómo te atreves?-, dijo mientras sus manos
se convertían en puños, la indignación le quemaba todo el cuerpo y
ahuyentaba el cansancio que había sentido hacía sólo un momento.

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Demasiadas veces había visto esa cinta como para no saber qué era, qué
significaba... y quién la había puesto allí. ¿Cómo no se había dado cuenta?
¿Cómo podría Emery haberla deslizado alrededor de su muñeca sin que se
diera cuenta?

Un joven delgado y algo enfermizo, Emery se había unido a las fuerzas


británicas para atender a los heridos, aliviar sus sufrimientos y, si era posible,
salvar tantas vidas como pudiera. No sabía cómo manejar un arma, pero sus
manos sabían cómo moverse por el cuerpo humano. Sabían cómo curar y
restaurar, y la calma que siempre descansaba en sus oscuros ojos grises era tan
tranquilizadora como el toque de una madre. Él tenía una manera de tratar a
la gente, y había visto la oscuridad en el alma de Adrián desde el primer
momento en que se conocieron.

A su manera, Emery era tan soldado como cualquiera de ellos, ya que se había
pasado los últimos cuatro años luchando contra la voluntad de Adrian de
entregar su vida. Más de una vez, Emery había intentado convencerle de que
merecía vivir. Más de una vez, su amigo le había instado a cuidarse mejor. Más
de una vez, le había animado a considerar su futuro y no sólo a pensar en su
pasado.

A menudo, Adrián había visto la frustración de Emery cuando todas sus bien
intencionadas palabras no habían servido para nada. Pero su amigo nunca se
había rendido, levantándose cada día con la misma determinación que el día
anterior. Emery había demostrado ser tan terco y obstinado como el propio
Adrián, y a pesar del infierno en el que vivían -o quizás por ello- se había
desarrollado una amistad poco probable entre los dos hombres.

Una amistad que se había basado en la compasión y el respeto.

O eso es lo que había pensado.

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Apretando los dientes contra otra oleada de ira, pasó las puntas de sus dedos
sobre el lazo rojo, ahora manchado de sangre y suciedad después de todos los
horrores que había presenciado. Durante los últimos cuatro años, había
estado atada firmemente alrededor de la muñeca de Emery, un regalo de su
hermana pequeña en casa. Algo para mantenerlo a salvo. Algo para traerlo de
vuelta cuando todo esto terminara.

Un recuerdo.

Una memoria.

Un amuleto de buena suerte.

Más de una vez, cuando Adrian había vuelto con una herida sangrante, Emery
amenazó con arrancarse el símbolo de su hermana de su brazo y atarlo al de
Adrian de tal manera que nunca más pudiera quitárselo. -Tú necesitas esto
más que yo-, había dicho Emery una y otra vez, con la esperanza brillando en
sus ojos grises para que Adrián aceptase su ofrenda, así como la protección
que prometía.

Aun así, Adrian siempre había declinado y, hasta hoy, Emery había respetado
la decisión de su amigo.

La decepción y la traición se apoderaron de Adrián mientras él tocaba la


pequeña cinta, incapaz de apartar la mirada. -¿Es por esto?- Susurró ante sus
ojos, una vez más, se deslizó sobre los muertos que yacían en el campo
empapado de sangre que tenía ante él. -¿Es por esto que nada pudo tocarme
hoy?-

Normalmente, no era un hombre que creyera en supersticiones o en amuletos


de buena suerte o malos augurios. Hace años, se habría reído al pensar que un
pequeño lazo rojo podría protegerle de los peligros del campo de batalla. Pero

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todo eso había cambiado el día en que la Muerte se había llevado a su familia...
y lo había dejado atrás.

Enderezándose, Adrián se volvió del campo donde debería haber respirado


por última vez y se dirigió de vuelta al campamento. Sin duda, Emery esperaba
ansiosamente su regreso, y Adrian se preguntó qué diría su amigo. ¿Se
disculparía? ¿Intentaría justificar sus acciones? ¿O fingiría que no había tenido
elección?

Ciego a la rutina normal del campamento después de una batalla, siguió


adelante, sus oídos sordos a los gritos a su alrededor. La determinación corría
por sus venas, y sus ojos buscaban la tienda del cirujano mientras sus pies lo
llevaban por el suelo empapado de lluvia. Una leve llovizna había empezado a
caer, y el fino rocío de la lluvia enfriaba el calor que ardía en sus mejillas. Le
dolía el corazón, y apretó los dientes contra las lágrimas que le pinchaban los
ojos.

¿Cómo se atrevía?

Después de todo lo que había perdido, todo en lo que había dejado de creer,
su amistad con Emery había sido la astilla de esperanza en el horizonte, una
pequeña llama en la oscuridad que mantenía a raya a los demonios... al menos
cuando estaba despierto. Tener esa única medida de consuelo en su contra se
sentía peor que el día en que una bayoneta había abierto el lado de su cara. Se
había atrevido a confiar, a bajar la guardia, y ahora estaba pagando el precio.

Cuando se acercó a la tienda del cirujano, un soldado salió, con la cara tensa y
sus ojos buscando. — ¿Dónde está Emery? — preguntó al ver que Adrian se
acercaba. Su voz tenía urgencia, y Adrian pudo ver el ligero temblor que lo
hacia sacudir: la réplica de la batalla.

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Los pasos de Adrian se ralentizaron cuando su objetivo se desvaneció


repentinamente de su alcance. —No lo sé — respondió, y la decepción le
pesaba ahora sobre los hombros. —Debería estar aquí –

El soldado simplemente asintió y luego continuó su búsqueda, incapaz de


quedarse quieto y no hacer nada. Adrian sabía muy bien cómo se sentía.

Respirando hondo, entró en la tienda de campaña, sabiendo que Emery no


podía estar lejos, que no se iría por mucho tiempo. Después de una batalla, a
veces no salía de la tienda del cirujano durante días enteros, durmiendo una o
dos horas en el pequeño catre de la esquina.

Mientras los colgajos de la tienda se cerraban detrás de él, se detuvo. Al


principio no sabía por qué, pero luego sintió que los pequeños pelos de la nuca
se levantaban y que un frío corría por sus extremidades. Algo estaba mal, y su
mano derecha involuntariamente se dirigió al sable que tenía a su lado.

Sus ojos se entrecerraron al pasar sobre las filas de catres que esperaban al
siguiente grupo de soldados heridos. Una mesa de cirujano, robusta y con una
gran lámpara puesta sobre ella, estaba a un lado junto a una estrecha mesa
donde Emery guardaba sus herramientas de cirujano. En la parte de atrás, una
sábana colgaba del techo al suelo, separando un pequeño espacio del resto de
la tienda. Detrás de ella había otro catre -para uso exclusivo de Emery- así
como un pequeño baúl con todas sus posesiones.

Desde el lugar que ocupaba junto a la entrada, Adrián no podía ver detrás de
la sábana, pero sabía que la fuente de su malestar se encontraba allí. El miedo
se extendió por su cuerpo, y tragó con fuerza, intentando sacar el bulto que
se había asentado en su garganta mientras sacaba su sable de su vaina. Forzó
sus pies hacia delante mientras un frío glacial se apoderaba de sus miembros.
-¿Emery?- Llamó, deseando que su amigo saliera del pequeño espacio, con una
sonrisa de alivio en sus labios al ver a Adrian vivo.
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—Por favor — susurró mientras caminaba alrededor de la sábana, su pulso


latiendo frenéticamente en su cuello.

Al principio, el pequeño espacio parecía vacío y, durante el transcurso de un


latido, Adrián sintió que el temor en sus huesos disminuía... hasta que su
mirada cayó sobre la punta de una bota, asomándose por debajo del catre.

Un gemido estrangulado surgió de su garganta, y Adrián se arrodilló mientras


su sable caía al suelo. Su mirada recorrió todo el cuerpo de su amigo,
siguiéndolo hacia arriba hasta que se encontró con los ojos sin vida de Emery.

Sangre se acumulaba bajo la cabeza de su amigo por el largo corte que tenía
en la garganta.

—¡No! — La agonía de esa palabra resonó en cada fibra de su cuerpo, y Adrián


sintió que la herida de sus pérdidas se volvía a abrir. Un crudo dolor le agarró
hasta que apenas pudo mantenerse en pie y las lágrimas fluyeron libremente
de sus ojos, nublando su visión.

Aun así, sabía que vería la mirada sin vida de su amigo hasta el final de sus
días... por mucho tiempo que eso pudiera ser.

Casi adormecido, sus dedos alcanzaron la pequeña cinta roja que aún estaba
atada alrededor de su muñeca. —No deberías haber hecho esto — lloró
mientras las palabras de Emery resonaban en su mente, -Tú necesitas esto más
que yo-. — Era mi vida la que debía ser tomada, no la tuya. Nunca la tuya –

Sentado al lado del cuerpo sin vida de su amigo, Adrian se sintió una vez más
atraído por un día de verano despreocupado cuando sólo era un niño. Una
pequeña feria había llegado a la aldea cerca de Ravengrove, la finca de su
padre, y él y sus hermanos habían ido a ver al adivino. Adrián nunca olvidaría
los ojos abiertos de la anciana mientras colocaba las cartas delante de él, con
las manos temblorosas cuando se le reveló su destino. La muerte camina contigo,
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había murmurado, recogiendo rápidamente las cartas como si el mirarlas


durante demasiado tiempo les diera poder.

Sus palabras habían asustado a Adrián casi sin sentido. Sin embargo, la risa
de sus hermanos pronto había ahuyentado su inquietud y, como suelen hacer
los niños, había pasado de ese día sin apenas recordarlo.

Hasta que su destino se había cumplido y le habían arrebatado a su familia.

Y ahora a Emery.

¿Estaba maldito? se preguntó, ya que no importaba lo que hiciera, la Muerte


no parecía quererlo a él, en su lugar le arrebataba a los que amaba.

¿Se detendría alguna vez?

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Capítulo Uno
Un lugar llamado hogar
Traducción Tutty

Wentford Park, primavera de 1812

Dos años después

—¡Hermoso! — Exclamó Eugenie mientras miraba la imagen de un pequeño


pájaro que tomaba lentamente forma en las manos de su hijastra. Con sólo seis
años, Amelia (o Milly como la llamaban todos, excepto la abuela de la niña)
poseía una rara paciencia mientras guiaba la aguja a través de la tela, sus
puntadas eran finas y precisas. —Realmente tienes un don –

Los ojos color avellana de la niña brillaban con tanta alabanza, y un calor
rosado llego a sus mejillas. —Gracias por enseñarme — respondió Milly antes
de que su atención volviera a la pequeña criatura que sus ágiles dedos estaban
dando vida. —Me encantan los pájaros—. Un suspiro de anhelo salió de sus
labios mientras miraba a Eugenie.

—Pueden volar.

Eugenie sonrió, pasando una mano suave sobre los rizos marrones claro de su
hijastra. —De hecho, son criaturas magníficas, libres de ir a donde quieran
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Milly se rio. —Quieres decir, libres de volar a donde quieran

Riendo, Eugenie asintió, y el calor la inundó al ver la alegría de Milly. Sólo


había pasado un año desde que se había casado con el padre de la niña, pero
Milly se había ganado rápidamente su corazón con su exuberancia y su
entusiasmo por la vida.

La primera esposa de su marido había muerto tres años antes en un accidente


de carruaje, y cuando ella llegó a Wentford Park, la pequeña Milly se había
quedado sin el afecto de una madre. Eugenie, a su vez, había estado más que
dispuesta a intentar llenar ese vacío ya que su propia vida también la había
dejado sin familia. En cierto modo, estaban hechas la una para la otra.

Mientras que su propia madre había muerto al dar a luz, Eugenie había
perdido a su hermano y a su padre poco antes de aceptar la propuesta de Lord
Wentford. De un día para otro, su mundo entero se había desmoronado.
Nunca antes había estado sola. Siempre había habido alguien que se
aseguraba de que ella estuviera bien. Su padre, aunque estaba decidido a
seguir su camino, la había adorado, asegurándole que tendría rienda suelta
sobre su corazón. Sin embargo, cuando falleció poco después de perder a su
único hijo en la guerra con Francia, ella se encontró bajo el cuidado de un
guardián insensible, que estaba decidido a verla casada con la mayor rapidez.
No había quedado nadie que luchara por ella ya que el título de su padre había
ido a parar a un pariente desconocido en América.

Alguien a quien ella no conocía.

Alguien a quien nunca había conocido.

Alguien que no se preocupaba por ella.

Nunca en su vida Eugenie se había sentido más indefensa. Para su sorpresa y


alivio, Lord Wentford había sentido de alguna manera su miseria, su
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desesperación. La había invitado a bailar, y sus amables ojos verdes musgo


habían mirado a los de ella. ―Pareces fuera de lugar – había observado, un
indicio de una pregunta se aferraba a su tono. ―¿Hay algo que pueda hacer? –

Desde el principio, Eugenie se había sentido segura con él y, hasta el día de


hoy, se consideraba afortunada de tenerlo como esposo... aunque podía ver
cada día que su corazón seguía latiendo por su difunta esposa.

Las pisadas resonaron desde el pasillo, y entonces la puerta se abrió y entró la


condesa viuda, la misma mirada altiva que siempre tenía en sus ojos. — ¿Has
tenido noticias de Wentford? — preguntó mientras su mirada se fijaba en su
nieta. —¿Ha enviado un mensaje? –

—No lo ha hecho—. Aunque su marido era amable con ella en todos los
sentidos, Eugenie sabía bien que estaba lejos de ser su confidente. Sólo sabía
lo que él había elegido para compartir con ella, y no sabía dónde había ido,
sólo que había estado ausente estos últimos días.

—Aún no ha vuelto — exclamó Milly mientras dejaba a un lado sus bordados,


sus piernitas se movían de repente por la necesidad de moverse. — He estado
mirando por mi telescopio toda la mañana y no lo he visto —. Una sonrisa de
satisfacción descansaba en sus labios mientras ofrecía los conocimientos que
había adquirido.

Desafortunadamente, en vez de alabanzas, su abuela solo ofreció reproches.


—No es apropiado espiar a los demás — regañó a Milly, sin darse cuenta de
la luz tenue en los ojos de la niña. —Nunca debiste haber recibido un
telescopio en primer lugar. Hablaré con tu padre cuando regrese —.
Sacudiendo la cabeza, la viuda condesa se giró sobre sus talones y salió de la
habitación.

Milly miró de reojo a Eugenie. —Padre no me la quitará, ¿verdad? –

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Sonriendo, Eugenie apretó las manos de la niña. —No lo hará —, le aseguró a


su hijastra. —Él sabe cuánto te gusta. Nunca te quitaría nada –

Con un profundo suspiro de alivio, Milly saltó hacia la puerta. —Estaré en la


fortaleza— gritó por encima de su hombro, refiriéndose a la casa del árbol que
su padre había construido para ella en la parte trasera de los exuberantes
jardines de Wentford Park. —Te avisaré si veo que papá regresa—. Después,
salió por la puerta, tarareando una suave melodía mientras sus pequeños pies
la llevaban hacia su siguiente aventura.

Sonriendo, Eugenie deseó tener también el espíritu despreocupado de su


hijastra, ya que a pesar del frecuente ceño fruncido de la condesa viuda, la
alegría de vivir de Milly no disminuía. Había recorrido un largo camino desde
la triste niña que había sido a su llegada a Wentford Park, y no podía negar
que estaba orgullosa de haber marcado una gran diferencia en la vida de Milly.
Ellas se habían necesitado la una a la otra, y sabía muy bien que esa había sido
la verdadera razón por la que su esposo había elegido casarse con ella.

Lord Wentford había necesitado una madre para su hija, no una esposa.
Aunque su madre no estaba de acuerdo, subrayando la importancia de un
heredero para su título, el marido de Eugenie parecía preocuparse muy poco
por la continuación de su línea. Todo lo que parecía importarle era Milly.

Levantándose, se acercó a la ventana y se asomó a los extensos jardines de su


casa, que acaban de florecer. De hecho, había tomado la decisión correcta al
aceptar la propuesta de Lord Wentford. Era un hombre amable y considerado,
y la trataba con dignidad y respeto. Eugenie no podía negar que se preocupaba
por él y, en el último año, había llegado a pensar en Wentford Park como su
casa.

Sin embargo, una pequeña parte de ella anhelaba más, anhelaba el tipo de
amor que su esposo había compartido con su primera esposa. Un amor que ni
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siquiera terminaba con la muerte. Un amor que iluminaba una habitación y


alegraba todos los días.

Un amor que, si se perdía, lo arrojaba a uno a la oscuridad por todos los días
venideros.

Estaba segura de que su marido se preocupaba por ella. Simplemente era el


tipo de hombre que se preocupaba por los demás. Sin embargo, también sabía
que nunca la amaría, y por eso tal vez era mejor que tampoco hubiera perdido
su corazón por él. Lo que le dolía de vez en cuando era simplemente el
pensamiento de que podría quererlo, de que podría haberlo hecho... si las
cosas hubieran sido diferentes.

Suspirando, sintió que su mano se elevaba y se apoyaba suavemente en su


sección media. Una parte de ella no podía evitar lamentar que nunca
conocería el amor y, sin embargo, al mismo tiempo, su vida estaba resuelta.
Estaba a salvo una vez más y tenía una familia maravillosa a la que cuidar. Una
familia que estaba a punto de añadir un nuevo miembro.

Desde hacía poco tiempo, sospechaba que estaba embarazada. Sin embargo,
hacía sólo dos días que el Dr. Daniels había confirmado sus sospechas. Desde
entonces, había estado esperando el regreso de su marido para poder
compartir sus buenas noticias con él. ¿Sería feliz? ¿Daría la bienvenida a otro
niño? ¿Heredero o no?

La condesa viuda, por supuesto, esperaría un hijo mientras que ella no podía
deshacerse de la sensación de que su marido amaría nada más que a otra hija
para adorar. ¿O no sería lo mismo que con Milly? ¿La adoraba de una manera
tan devota porque era la hija de su madre? ¿La mujer que había amado y
perdido?

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La única vez que su marido parecía contento era cuando pasaba tiempo con
su hija. Más de una vez, había visto una mirada profundamente triste en sus
ojos y sabía más allá de la sombra de la duda que Milly se parecía a su madre
en muchos aspectos. Siempre traía un anhelo desesperado a los ojos de su
esposo, y sabía que la pérdida de su esposa todavía le dolía tanto como hace
tres años.

La primera condesa de Wentford tenía que haber sido una mujer poco común
para haber capturado el corazón de su marido tan completamente, y Eugenie
no podía negar que le envidiaba esa experiencia. ¡Qué no daría por que alguien
la mirara como su marido había mirado a su primera esposa!

Pero ella había tomado su decisión y nunca lo sabría.

Ravengrove

ADRIAN NO sabía cuánto tiempo había estado parado aquí, en medio de la


habitación quemada, con la mirada perdida en el techo ennegrecido y las
paredes carbonizadas. Aunque había regresado de Francia hacía casi dos años,
todavía se sentía como un intruso en su propia casa.

En su casa.

La palabra había perdido su significado hace muchos años, la noche en que su


familia perdió la vida.

Aún quedaba un leve eco de la alegría que había vivido dentro de estos muros.
De vez en cuando, aún podía escuchar sus risas, oír la melodiosa voz de su
madre y las palabras de su padre cargadas de emoción mientras susurraba

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palabras de cariños a la mujer que amaba. Adrián todavía podía oír los
vibrantes gritos y aclamaciones de sus hermanos mientras transcurría su día.

Ravengrove nunca había conocido el silencio.

Nunca.

Al menos no hasta ese fatídico día de ocho años atrás.

Ahora, estaba en silencio. Demasiado tranquilo. Casi como una tumba, como
si no hubiera quedado ningún alma viviente. Los sirvientes hacían sus tareas
como si fueran fantasmas y sus pies no tocaban el suelo. Eran silenciosos y
casi invisibles, con los ojos abatidos y la cabeza agachada. Una oscura
penumbra persistía en el viejo castillo que había sido el hogar ancestral de su
familia durante muchas generaciones. Adrian a menudo se sentía solo en
Ravengrove sin un alma a la vista.

Aun así, era como él lo quería.

Al acercarse a la ventana, Adrian miró el paisaje inalterado. A veces, cuando le


dolía el corazón con un anhelo casi insoportable, se paraba aquí y fingía que
no había pasado el tiempo, que su familia seguía aquí, en algún lugar del
terreno, viva y bien. Las lágrimas llenaban sus ojos mientras se deslizaban por
el denso bosque que bordeaba el castillo por un lado y por el río que
serpenteaba por el campo por el otro. Rocas afiladas sobresalían del agua
helada, y recordó las muchas veces que él y sus hermanos se habían atrevido a
encontrar un camino para cruzar.

Un verano, hace mucho tiempo, uno de sus hermanos, Florian, había perdido
el equilibrio y había sido arrastrado por la corriente. Las aguas bravas lo
habían arrojado de un lado a otro, y su cabeza había chocado fuertemente con
una de las rocas. Había perdido el conocimiento y había sido arrastrado bajo
el agua.
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El miedo se había apoderado de todos ellos, congelando sus miembros, con los
ojos abiertos de par en par por la conmoción. Incapaces de moverse, habían
visto como su padre había saltado a la corriente detrás de su hijo... y se las
arregló para ponerlo a salvo.

Después, su padre se puso furioso con ellos, gruñéndoles por su estupidez.


Incluso entonces, Adrián había visto que la ira de su padre había sido
alimentada por el miedo en lugar de la decepción. Quería que recordaran el
pánico que les había invadido, que recordaran lo que podría haber pasado, que
pensaran siempre antes de actuar. Había sido una lección valiosa, y sin
embargo, no había salvado las vidas de su familia esa noche.

Siempre habían estado hombro con hombro, embarcándose en todas sus


aventuras juntos, como uno solo. Solo que esa noche, el destino había tenido
un camino diferente en mente, alejando a la familia de Adrián y dejándole atrás
para que llorase sus muertes.

Se oyó un decidido golpe en la carbonizada puerta que estaba detrás de él, y


Adrián se limpió rápidamente la niebla de sus ojos. No se molestó en
responder, ya que sabía sin duda alguna quién era, ya que solo había una
persona en Ravengrove que se atrevía a molestarle aquí.

En el ala oeste.

Donde su familia había encontrado su fin.

Como era de esperar, la puerta se abrió con un crujido sobre viejas bisagras un
momento después y delicadas pisadas se acercaron por detrás. —¡Bonjour! —
Isabelle lo saludó con su habitual efervescencia. La delicada y joven mujer era
terca como una mula y, a pesar de las dificultades que ella también había
sufrido, simplemente quería estar alegre. ¡Era enloquecedor!

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—Confío en que haya dormido mal, mi señor— bromeó, su acento francés


espeso ligeramente ahogado por el desorden de cubiertos y platos mientras
colocaba la bandeja que había estado cargando sobre la mesa pesada en el
centro de la habitación y comenzó a preparar su desayuno. —Es un día
hermoso. Deberías salir fuera –

Girando desde la ventana, Adrian la fulmino con la mirada. —¡Vete! —Siseó


mientras su alegre voz abría las heridas que aún le dolían, como lo habían
hecho desde el día en que el destino había cortado su carne. En su corazón. —
¡Fuera de aquí! –

De pie, Isabelle simplemente agitó su cabeza hacia él, completamente sin


impresionarse por la oscura mirada que él le dio. La mayoría de la gente
buscaba poner tanta distancia como fuera humanamente posible entre él y
ellos. La mayoría de la gente tenía el buen sentido de hacerlo.

Pero no Isabelle.

—¿Tienes que ser tan grosero? — preguntó, como una madre que regaña a su
hijo. Sus ojos azules se llenaron de reproche, y sus rubios rizos bailaban de un
lado a otro mientras ella una vez más sacudía su cabeza. —¿Necesitas comer,
n'est-ce pas? Corrígeme si me equivoco –

—¡Eso no te concierne! — espeto Adrian mientras él la acechaba.

—Les ordené a todos ustedes que se mantuvieran alejados de este lugar.


¡Nadie debe entrar!— Su voz era amenazadora, y se elevó a su máxima altura,
elevándose sobre ella como un gigante.

Pero ella no se inmutó. No dio un paso atrás. Sus azules ojos sostuvieron los
suyos durante un largo rato antes de que una sonrisa se asomase a sus labios.
—Ahora, puedes gritar y despotricar todo lo que quieras, mi señor, pero la
señora Perry dice que necesita comer—. La pequeña sonrisa se extendió en
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una amplia sonrisa. —Y no soy tan tonta como para cruzarme con esa mujer
y causar su ira –

Adrian bajo la cabeza derrotado. Pero una pequeña chispa de diversión se


encendió en algún lugar en lo profundo de su ser y lo calentó de una manera
que no había sentido en mucho tiempo.

A pesar de su reputación como la Bestia de Ravengrove, la pequeña Isabelle no


veía ninguna razón para temerle. En cambio, no se atrevía a cruzarse con su
ama de llaves, la señora Perry, una mujer pequeña y corpulenta, que siempre
llevaba una cuchara de cocina de madera dondequiera que fuera... por si acaso.

Cuando era niño, Adrian había sentido esa cuchara de vez en cuando mientras
había caminado por los jardines de su madre o había robado galletas de la
cocina. La señora Perry le había regañado hasta que le ardían las orejas, y
parecía que nada ni nadie podía impedir que esa mujer gobernara su vida
incluso hoy en día.

—Sabes que si te niegas a comer— continuó Isabelle, con sus ojos azules
luminosos mientras le miraba —te dará de comer con la cuchara—. Una gran
sonrisa apareció en su cara al pensarlo. —Prométeme que me buscarás si eso
sucede, porque no me gustaría perdérmelo –

—¡Fuera! — Adrian gruñó, sin querer permitir que esa sensación de calidez se
prolongara. Necesitaba mantener su distancia, en corazón y mente, o temía
que la maldición se cobrara otra víctima. La muerte camina contigo. No pasaba un
día en que Adrián no escuchara la voz de la vieja adivina en sus sueños,
recordándole el precio que ya había pagado.

Primero, su familia.

Y luego Emery.

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

Si permitiera que otros formaran parte de su vida, ¿quién sería el siguiente?


Miró la cinta manchada de sangre que había llevado desde el día en que su
amigo se la había puesto en secreto en su muñeca. Aunque al principio estaba
furioso, la muerte de Emery solo había dejado tras de sí dolor y pena y culpa,
y le roían a diario.

El suave toque de la mano de Isabelle contra su mejilla sorprendió a Adrian de


sus pensamientos, y se encontró con sus ojos azules mirando a los suyos. —
No puedes asumir la responsabilidad de todo lo que sucede en el mundo— le
dijo. Pudo ver una silenciosa lágrima formarse en el rabillo del ojo de ella. Sin
embargo, su voluntad de continuar se obligó a retroceder. —Hiciste lo que
pudiste, y eso es suficiente. Nadie puede pedir más—. Luego se echó hacia
atrás y se volvió hacia la puerta, sus silenciosos pasos apenas perceptibles en
la gran sala. En la ennegrecida puerta, se detuvo y le miró por encima del
hombro, y sus ojos volvieron a tener alegría. —Come— le dijo — o si no...

Luego se escabulló hacia el salón y su suave risa resonó a lo largo del largo
pasillo mientras se dirigía de vuelta a la parte del castillo donde la vida aún
existía, aunque fuera tranquila.

Adrián se tragó el bulto que se le subió a la garganta. Una parte de él sabía que
tenía razón, que la idea de una maldición era ridícula. La vida era vida, e hizo
lo que quiso. A veces la gente encontraba la felicidad, y a veces la angustia
total. Aun así, una vida vivida con miedo era una vida desperdiciada.

Hundiéndose en la silla, Adrián comenzó a comer distraídamente mientras


sus pensamientos volvían a la única pregunta que lo había estado
atormentando durante años. ¿Qué debía hacer?

A estas alturas, dudaba de que estuviera destinado a morir pronto. Demasiado


a menudo había sido arrebatado de las fauces de la Muerte. No parecía
quererlo, solo a los que le rodeaban. A los que le importaban. ¿O era solo una
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coincidencia? ¿Se atrevería a probar esa teoría? ¿Se atrevería a arriesgar la vida
de alguien más?

Mirando hacia abajo, Adrian encontró que el plato frente a él estaba vacío – la
Sra. Perry estaría complacida – sin embargo, no podía recordar lo que había
comido o cómo había sabido. Todos sus sentidos, que no servían para
mantenerlo vivo, para permitirle engañar a la Muerte una y otra vez, parecían
embotados y casi ineficaces.

La Muerte no lo quería, pero tampoco la Vida.

Durante mucho tiempo, Adrián sólo había existido, pero no había vivido, y
sabía que era esa distinción la que Isabelle había estado tratando de hacer. Lo
sabía bien, pero no sabía qué hacer al respecto. Era un hombre que no estaba
ni vivo ni muerto, y se preguntaba si se vería forzado a existir en este limbo
hasta el final de sus días. ¿Hasta que la Muerte finalmente eligiera reclamarlo?

¿Cuándo sería eso?

Ese día no podía llegar lo suficientemente pronto.

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Capítulo dos
Una mujer caída
Traducción Tutty

Wentford Park

Después de correr salvajemente por los jardines durante la mayor parte de la


mañana – para disgusto de su abuela – Milly se había instalado finalmente en
el salón trasero, con sus bordados en la mano. Eugenie se sentó a su lado, de
vez en cuando dándole consejos acerca de cuál era la mejor manera de copiar
las delicadas líneas de la hoja que la niña había traído fuera cuando la puerta
se abrió en silencio.

Mientras la cabeza de Milly permanecía inclinada sobre su trabajo, su


pequeña frente arrugada por la concentración, Eugenie levantó la vista y su
corazón se aceleró cuando su esposo cruzó el umbral después de cuatro días
de inexplicable ausencia.

Su pelo marrón chocolate estaba despeinado y, todavía, pasaba una mano por
las mechas oscuras, con fuerza, como si necesitara recordarse a sí mismo que
estaba despierto. La tensión se aferraba a sus bonitos rasgos, y sus ojos verde
musgo estaban distantes mientras miraban fijamente a Milly como lo hacían
a menudo. Pero, algo diferente acechaba en su mirada, y Eugenie sintió una
extraña sensación de presentimiento correr por su espalda con escalofríos.

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—¡Ay!

Ante la exclamación de dolor de Milly, la cabeza de Eugenie giró hacia su


hijastra y la tomó suavemente en sus brazos, examinando el dedo que había
tocado el extremo puntiagudo de la aguja. — Silencio, pequeña, sólo fue un
pequeño pinchazo. ¿Ves? No hay sangre. Inténtalo de nuevo

— Es precioso — dijo el padre de la niña desde la puerta antes de avanzar,


una alegría innegable se aferró de repente a sus rasgos.

—¡Has vuelto! — exclamó Milly, su bordado fue olvidado mientras se ponía


de pie de un salto y se arrojaba a los brazos de su padre. Fue un momento
hermoso, uno de los muchos que habían ayudado a Eugenie a sentirse en casa
en su nueva familia.

—Bienvenido a casa, mi lord —. Ella saludó a su marido con la misma


amabilidad que siempre había existido entre ellos. Aun así, podía sentir la
distancia que persistía y se preguntó si permanecería durante el resto de sus
vidas juntos.

Con su hija aún en sus brazos, Lord Wentford miró a su esposa por primera
vez desde que cruzó el umbral y asintió en silencio. Luego se volvió hacia Milly
y le dijo: — Escucha, querida, hay algo de lo que tengo que hablar con mi lady.
¿Irás a ver a tu abuelo?

Ante la petición de su marido, Eugenie respiró estrepitosamente. Parecía que


su intuición había sido correcta. Algo había sucedido. Algo importante. Algo...
que alteraría su vida allí. Estaba segura de ello, aunque no podía entender lo
que pudiera ser.

Después de que Milly se hubiera ido, se volvió hacia su marido, incapaz de


soportar más el silencio. —¿Pasa algo malo, milord?

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Sus ojos se encontraron con los de ella, y aun así, no dijo nada. Sin embargo,
la mirada en su rostro hablaba de culpa y remordimiento, y Eugenie sintió que
su piel se llenaba de temor. — ¿Puedo preguntarle dónde ha estado, milord?
—, preguntó, aunque sólo fuera para llenar el silencio. —La condesa viuda ha
estado muy preocupada.

Su esposo asintió, un toque de molestia iluminó sus ojos verdes. —Sí, ella ya
ha expresado su desaprobación alto y claro —. De nuevo, se detuvo y, de
nuevo, su mirada se encontró con la de ella. Respiró hondo y apretó los dientes
como alguien que se prepara para soportar el dolor que sabe que se avecina.
— Escucha, ha habido un nuevo desarrollo de los acontecimientos, que
desafortunadamente también te afecta a ti

Luchando contra las ganas de hundirse en un charco en el suelo, Eugenie echó


hacia atrás sus hombros. — ¿Qué novedad? — preguntó, doblando las manos
delante de ella para darles algo a lo que agarrarse.

—Mi suegro — comenzó, hablando del padre de su primera esposa que aún
residía con ellos en Wentford Park — recientemente recibió una carta —.
Tragó antes de continuar. — Hablaba de una mujer en una abadía del norte,
que había sido sacada del mar unos tres años antes. Una mujer que había
perdido la memoria y no sabía quién era ―

Sintiendo los ojos vigilantes de su marido sobre ella, no permitió que la


avalancha que se dirigía hacia ella la hiciera correr. No, se mantuvo firme, sus
miembros se congelaron en su lugar mientras su corazón gritaba en pánico
silencioso. Hacía un momento, no podía imaginar lo que su marido necesitaba
decirle. Sin embargo, ahora estaba claro como el agua.

Soltando lentamente el fuerte agarre que Eugenie tenía sobre su cuerpo,


inhaló un aliento estremecedor, sintiendo que sus músculos tensos

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empezaban a temblar bajo la tensión y el shock. Incapaz de evitarlo, sintió que


se formaba una gran lágrima en su ojo derecho. Creció hasta que finalmente
se derramó y bajó lentamente por su mejilla. —Tú... tu esposa — respiró,
viendo la alegría y la culpa pelear en su cara.

Lord Wentford asintió. — Sí — respondió. —Yo mismo fui allí para saber si
podía ser verdad —. El dolor oscureció sus ojos. —Te aseguro que no creí que
fuera posible. Había renunciado a la idea de encontrarla viva hace mucho
tiempo —. Hasta donde Eugenia sabía, el carruaje que había estado llevando
a la primera esposa de su marido a visitar a su prima había caído en un gran
arroyo y había sido arrastrado. Durante semanas, Lord Wentford había tenido
hombres buscando en el campo, sin embargo, más allá de los restos rotos del
carruaje, nunca se había encontrado nada. Su esposa se había ido,
presumiblemente muerta.

—Fue su padre — continuó su esposo — Quien no podía abandonar a su hija


y se aferró a la esperanza —. Él tragó. — No pude ignorar la carta que me trajo

La desesperación y el miedo comenzaron a llenar su corazón, ocupando sus


antiguos lugares desde el momento en que su padre había fallecido, dejándola
sola en el mundo. Entonces, Lord Wentford había venido a rescatarla, pero no
ahora. Ahora, no podía ayudarla, y lo sabía.

El frío se extendió por su cuerpo, y podía sentir el miedo acechando en cada


rincón de su corazón como un monstruo que la acecha en la interminable
oscuridad de la noche. Sería fácil sucumbir al pánico ciego y, sin embargo, no
lograría nada. Por eso, volvió sus ojos hacia su esposo y vio la silenciosa alegría
que descansaba en sus oscuros ojos. Después de tres años de vivir – existir –
sin la mujer que amaba, ella finalmente había regresado a él.

Era realmente un milagro, y no podría haber otra persona que lo mereciera


más.
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— Por supuesto que no podía — le aseguró ella, con el fantasma de una


sonrisa en sus labios mientras intentaba compartir su alegría... aunque sólo
fuera para desterrar su propio miedo al futuro.

—Nunca quise ponerte en esta posición — se apresuró a asegurarle su marido.

—Lo sé — susurró Eugenie mientras un sollozo se elevaba en su garganta


amenazando con abrumar su autocontrol. Presionando sus labios juntos, ella
lo forzó a bajar. — Siempre supe que tu corazón era suyo y lo sería hasta el
final de los tiempos —. Mirando a su marido, sabía que era un buen hombre y
que no merecía sentirse culpable por amar a la mujer que siempre había
amado. —Me alegro por ti. De verdad –

La conmoción marcó los rasgos de su marido durante un largo momento antes


de que sus brazos se levantaran y se pasara los dedos a través de su pelo, sus
labios estaban apretados mientras la miraba fijamente, la frustración
resplandecía en sus ojos verdes. — Lo siento mucho. No esperaba volver a
verla. Nunca esperé que la encontraran viva —. Sus ojos se fijaron en los de
ella, había una súplica casi desesperada en ellos. — Nunca hubiera pedido tu
mano si hubiera pensado aunque fuera un momento que...

Poniendo su mano sobre la de él, Eugenie lo miró. — Está bien. Sé que no


podías haber previsto esto. Sé que tenías la intención de seguir adelante. Sé
que lo intentaste, y estoy agradecida por lo que hiciste por mí. No sé qué
habría pasado si no hubieras pedido mi mano —. Ella tragó entonces. — ¿Q…
qué pasará ahora?

El rostro de Lord Wentford se tensó. — Hablé con el Sr. Thatcher. Según él,
nuestro... nuestro matrimonio es nulo

Un sollozo lleno de dolor se le escapó a Eugenie mientras confirmaba lo que


ya sabía.

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—Como Nessa no murió, nuestro matrimonio permanece intacto, lo que


también significa que el nuestro —, suspiró torturado, — nunca fue
legalmente vinculante

Las manos de Eugenie comenzaron a temblar y, tarde, se dio cuenta de que su


mano derecha todavía estaba apoyada en la suya. Ella sólo había querido
ofrecer consuelo; sin embargo, al mirarlo ahora, le pareció totalmente
equivocado que lo estuviera tocando. Al tragar, la retiró.

— Estaré arruinada — susurró en la quietud de la habitación antes de


cerrar los ojos para no ver el mundo que la rodeaba.

Como si no quisiera otra cosa que contradecirla, Lord Wentford le cogió la


mano una vez más, manteniéndola segura dentro de la suya.

— No permitiré que te pase nada — juró, con la mandíbula apretada en


determinación. — Nada de esto es culpa tuya, y haré lo que pueda para que
estés a salvo. Estoy seguro de que podemos encontrar un... un marido que
entienda que no hiciste nada malo

Su voz sonó con la desesperada necesidad de creer que sus propias palabras
eran ciertas. Eugenie, sin embargo, sabía lo duro que podía ser el mundo,
especialmente para una mujer. El bien y el mal no importaban cuando se
perdía la reputación de uno. — Sabes tan bien como yo que a la sociedad no
le importa si he actuado mal o no. Estaré arruinada, y ningún hombre decente
querrá casarse conmigo –

La desesperación se abrió paso a través del muro de protección que había


levantado apresuradamente alrededor de su corazón, y de repente su mente
solo era capaz de pensar en una sola cosa. ¿Qué hay de mi hijo? ¿Qué voy a hacer?
Mirando a la distancia, sintió que su mano se elevaba y luego se posaba
suavemente sobre su vientre, protegiendo la preciosa vida que llevaba dentro.
Era todo lo que podía hacer.
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Al ver el movimiento, su marido se quedó quieto y sus ojos se abrieron de par


en par en el momento en que comprendió la situación. El aire salió corriendo
de sus pulmones antes de que cerrase los ojos, sin duda esperando que solo se
hubiese imaginado lo que había visto. —¿Cuánto tiempo hace que lo sabes?
— preguntó finalmente, con una mirada amable y llena de compasión... pero
también de desesperanza.

La misma desesperanza que ardía en el corazón de Eugenie. —No mucho —,


susurró ella mientras toda la fuerza parecía estar dejándola. — Quería
decírtelo pero...

Asintió, y durante un largo momento, no hubo nada más que silencio entre
ellos.

Sabía que no había esperanza. No importaba lo que Lord Wentford quisiera


hacer por ella, no importaba si deseaba o no protegerla, ella sabía que no
podría hacerlo. El mundo era el que era, y aunque no estuviera embarazada
ahora mismo, estaría arruinada. Ningún hombre decente querría casarse con
una mujer que llevara el hijo de otro hombre, y la idea de casarse con un
hombre que no pudiera describirse correctamente como decente le daba
escalofríos.

Sólo unos momentos atrás, había pensado que estaba a salvo. Había tenido un
hogar y una familia, sin un marido que la amara. Se había establecido de forma
segura y cómoda, y había sido tratada con respeto y amabilidad. ¿Y ahora?

Todo eso se había ido, arrancado de sus manos por un giro del destino.

Aun así, no sentía ira hacia su marido o su primera esposa. ¿No la convertiría
eso en una persona horrible? ¿No merecían una segunda oportunidad después
de todas las dificultades y pérdidas que habían sufrido? Por supuesto que sí.

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Sin embargo, una pequeña voz en lo más profundo de su ser susurró: ¿Pero qué
hay de mí?

Tener a alguien a quien culpar por su repentino aprieto no cambiaría lo que


era. Había aprendido eso hace mucho tiempo. La gente tomaba sus decisiones,
incapaz de prever todas las consecuencias que estas decisiones traerían
consigo. no dudaba de la palabra de su marido. No había actuado con malicia
y engaño cuando le había pedido la mano. Tampoco había actuado sin honor
ni decoro cuando lo había aceptado.

Ninguno de los dos había hecho nada malo.

Sin embargo, lo peor había sucedido. ¿A dónde iría ella ahora?

— Adrian –

Al oír la voz de su marido, Eugenie parpadeó, frunciendo las cejas mientras


intentaba comprender. — ¿Perdón, milord?

Una chispa de esperanza bailó en los ojos verdes de su esposo y él habló con
entusiasmo. — Necesito ir y...hablar con un viejo amigo —, le dijo, con su
cuerpo temblando por la necesidad de estar fuera. — Por favor, no te
desesperes. Prometo que encontraré la manera de protegerlos a ambos —.
Luego salió corriendo de la habitación.

Permaneciendo atrás, Eugenie respiró hondo, dispuesta a escuchar las


palabras de su marido y a no desesperarse. ¿Había pensado realmente en una
solución?

Sintiéndose entumecida, se hundió de nuevo en el sofá, sus piernas ya no


podían sostenerla. Sus manos temblaban, y las lágrimas ahora fluían
libremente de sus ojos y por sus mejillas, goteando de su barbilla y cayendo
sobre sus manos dobladas. ¿Qué pasaría ahora? ¿Y quién era Adrián?

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En el año que estuvo casada con Lord Wentford, no recordaba haber conocido
nunca a un hombre con ese nombre. Pero su esposo lo había llamado un viejo
amigo. ¿Eso significaba que no se habían visto en mucho tiempo? ¿Era por eso
que ella no podía recordarlo?

¿Por qué él? Una voz en lo más profundo de su ser murmuró.

La idea de casarse con un extraño ― ¿qué otro curso de acción podría haber?
– trajo nuevos escalofríos a su cuerpo. Una vez más, estaba a merced de otros,
forzada a elegir sin opción. Pero, ¿había realmente un hombre ahí fuera que se
casaría con ella en esas circunstancias? ¿Por qué diablos lo haría?

Lord Wentford parecía muy seguro de que la ayuda le esperaría dondequiera


que se dirigiera. Sólo podía esperar que la elección de su marido no fuera una
elección por desesperación, y que su viejo amigo fuera, de hecho, un hombre
que cumpliera la palabra.

Todo lo que podía hacer era confiar en su marido para que los mantuviera a
salvo. A ella y su hijo.

Una bocanada de aire salió de sus pulmones. — Ya no eres mi marido, ¿verdad?


— murmuró. —Parece que nunca lo fuiste. Soy una mujer caída, y mi hijo será
un bastardo –

A menos que...

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Capítulo Tres
Eugenie
Traducción Tutty

A veces, Adrián se preguntaba qué pensaría su madre de su uso del antiguo


salón de baile de Ravengrove. ¿Se habría reído, sacudiendo la cabeza de buena
gana? ¿O le habría regañado por su falta de decoro?

Quizás un poco de ambos.

Sacudiéndose hacia atrás, apenas logró sacar su cabeza del camino en el que
se encontraba el puño derecho del señor Spencer antes de que pudiera chocar
con su mejilla izquierda. Considerando la constitución corpulenta de su
jardinero, habría sido considerablemente doloroso y probablemente lo habría
puesto de rodillas.

Sus pies descalzos se movieron rápidamente sobre el liso suelo de la


habitación abovedada, y Adrián se giró, atacando al gigante hombre con
vehemencia. El Sr. Spencer, sin embargo, no parecía preocupado en lo más
mínimo, respondiendo con movimientos igualmente fluidos para proteger su
propio rostro.

Se movían de un lado a otro, atacando y retrocediendo, mientras el sudor les


brotaba de las cejas y corría por sus rostros. Sus delgadas camisas de lino se

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aferraban a la parte superior de sus cuerpos y sus respiraciones se aceleraban


con rostros enrojecidos por el esfuerzo.

Adrián sintió que su cuerpo se movía sin pensar, su corazón latía


constantemente mientras su mente se concentraba en su oponente y nada
más. Más que nada, el enfrentamiento con el Sr. Spencer le daba paz a Adrián.
Paz en un mundo lleno de pesadillas cada vez que cerraba los ojos. Paz en un
mundo donde los días los pasaba en soledad.

Tan a menudo como era posible, empujaba su cuerpo hasta los límites,
recordando la intensidad de la batalla cuando el mundo a su alrededor dejaba
de existir y él vivía sólo por el momento. De una manera extraña, Adrián
extrañaba su vida de soldado porque en esos momentos en que había luchado
por su vida se había sentido en paz.

En esos momentos, sus demonios permanecían en silencio.

Después de regresar por primera vez del continente, estuvo inquieto,


encontrando la quietud de Ravengrove casi sofocante. Con el tiempo, se había
acostumbrado a ello, y ahora apreciaba el silencio del lugar, la falta de
compañía, la soledad. Aun así, sus pensamientos permanecían y, la mayoría de
las veces, eran una carga.

Su cuerpo le dolía por no poder liberarse, de ahí que Adrián se había acercado
de mala gana al señor Spencer. Los ojos del jardinero se habían abierto
considerablemente cuando le ofreció su propuesta antes de que el hombre se
negara de plano a pelearse con su amo en un combate amistoso.

Sin embargo, Adrián había insistido y, con el tiempo, su relación había pasado
de ser entre amo y criado a ser entre dos oponentes que se reunían con el único
propósito de perderse en el agotamiento del momento. Pocas palabras se

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decían, y Adrián sabía muy poco del hombre que en ocasiones lograba hacerle
volar por el preciado salón de baile de su madre.

Todo lo que Adrián sabía era que el Sr. Spencer podía mantenerse firme en
una confrontación y que tenía un mal gancho de derecha. Se llevaban el uno al
otro al borde del agotamiento. Era un sentimiento de bienvenida y la única
hora del día en que Adrian no se sintia incómodo en su propia piel.

Cuando el cansancio finalmente frenó sus extremidades, los dos hombres


intercambiaron una cortés inclinación de cabeza antes de separarse. Adrián
salió al exterior al caluroso día de primavera y se dirigió al pequeño pozo cerca
de los establos. Levantó un cubo de agua helada y se lo echó sobre la cabeza.
Como siempre lo hacía, su corazón se detenía, se saltaba un latido, como si no
estuviera seguro de cómo continuar o si no lo haría en absoluto. Tal vez una
pequeña parte de Adrián esperaba que un día simplemente no volviera a latir.

Sin embargo, hoy no era ese día.

Volviendo a entrar, Adrián se deslizó por una entrada lateral y luego se dirigió
por un pasillo desierto hacia el salón delantero. Sus húmedos pies hicieron un
extraño sonido en los pulidos suelos, y su cuerpo empezaba a enfriarse.
Cuando llegó al gran salón, su mirada subió por la larga escalera que se dividía
por la mitad, un lado se curvaba hacia el ala este y el otro hacia el ala oeste.

Como siempre hacía, Adrián se detuvo al pie de la escalera y un pequeño


charco se formó alrededor de sus pies mientras esperaba. Su mirada se
desplazó de este a oeste, y se maravilló de la división que siempre veía al subir
estas escaleras. La vida y la muerte existían lado a lado, una traía calor y luz,
mientras que la otra sólo otorgaba dolor y oscuridad.

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Estas escaleras eran como una bifurcación del camino y aunque siempre se
detenía a mirarlo, Adrián siempre hacía la misma elección. Suspiró y, con los
hombros caídos, empezó a subir los escalones hacia el ala oeste.

—¡Mi señor, debo protestar!

Al oír la voz de la Sra. Perry, Adrián se detuvo y una pequeña parte dormida
de su corazón se despertó. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez
que la había visto? Se preguntó. ¿Una quincena o dos? Aunque todos vivían
bajo el mismo techo, los sirvientes tendían a evitarlo.

Como él había ordenado.

Nadie se dirigía directamente a él, y si se le encontraban por accidente, se


retiraban rápidamente. Su ceño fruncido, así como la larga cicatriz que
recorría su cara asustaba a la mayoría de ellos sin sentido, reforzando los
susurros que circulaban por la Bestia de Ravengrove.

Lentamente, Adrian se volvió, deseando no recordar a la severa pero amable


ama de llaves de su infancia y solo verla como a un sirviente atreviéndose a
detenerle en su camino. —¿Qué es lo que quieres decir? —preguntó con un
tono gélido en su voz.

De pie al final de las escaleras, justo al lado del pequeño charco que había
dejado atrás, la señora Perry lo miró con el mismo tipo de preocupación
maternal en sus ojos marrones que siempre había tenido. Un gorro cubría su
canoso cabello, y un gran delantal protegía su sencillo vestido. No se mantenía
erguida, pero había algo formidable en ella. Abrochado a un cinturón, el gran
anillo con las llaves de Ravengrove colgaba en el aire, y Adrián vio que un largo
bjeto de madera se deslizaba por el fino cuero del otro: la cuchara.

Una sonrisa casi se le escapó de las manos al verla, atada a su costado como
un caballero que llevaba su espada.
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—Como sé que no está ciego, mi señor —comenzó la señora Perry, sus ojos
marrones se posaron en los suyos sin el menor signo de inquietud, — debo
suponer que es la indiferencia la que lo guía –

Adrian frunció el ceño. —¿Qué quiere decir? –

Sus cejas se levantaron en desafío antes de que señalase el charco que estaba
a su lado. —Es como si dejaras migas de pan. Si no te importa, te sugiero que
llames para que te traigan un baño caliente a tus habitaciones en lugar de
gotear sobre mis suelos... milord —. Había un claro reproche en su voz, y ella
mantuvo su mirada, esperando que él respondiese.

Adrian se puso tenso, y su ceño fruncido se oscureció. —No deseo un baño


caliente –

La señora Perry inhaló algo molesta y, por un momento, se preguntó si ella le


pondría los ojos en blanco como lo había hecho innumerables veces cuando
era un niño. —Entonces, ¿puedo sugerirle que tome una ruta más directa a sus
aposentos? –

La sorpresa redujo la mirada de Adrian, ya que se esperaba que ella ordenase


con más vehemencia, quizás incluso sacase su arma de confianza para
presionarle a que cumpliese. Sin embargo, al mirarla ahora, encontró la mirada
en sus ojos más suave de lo que nunca había visto. Vio allí arrepentimiento, y
compasión, incluso lástima. Sabía que verle así le dolía, pero ella sabía tan bien
como él que no había nada que hacer al respecto.

Sólo arrepentimiento de lo que era.

—Consideraré tu petición — forzó Adrian a salir a través de los dientes


apretados mientras su cuerpo le dolía por dejar la presencia de sus ojos
compasivos. Le hizo sentirse peor de lo que ya se sentía y le recordó las
decepciones que había traído a su casa. El hermano equivocado había
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sobrevivido, ya que Adrian estaba seguro de que ninguno de sus hermanos


mayores habría permitido que Ravengrove cayese en este abismo de
desesperación. No, habrían encontrado una forma de continuar a pesar de su
dolor.

Girando hacia el ala oeste, Adrian se alejó a paso brusco, no queriendo nada
más que la soledad de su carbonizada habitación. El olor a fuego aún estaba
en el aire, y Adrian se preguntó por milésima vez si solo sería su memoria y no
las quemadas paredes que le rodeaban.

Sus movimientos estaban lejos de ser fluidos mientras se ponía ropa seca por
sus músculos apretados y desatados casi espasmódicamente con
pensamientos negativos de todo lo que una vez había sido y todo lo que había
perdido. La mayoría de los días, se las arreglaba para seguir adelante, ignorar
los recuerdos que persistían y encontrar la manera de poner un pie delante del
otro. Pero a veces, un momento que no veía venir le robaba el aliento de su
garganta y le perforaba el corazón de nuevo, enviando dolor a cada fibra de su
cuerpo.

De alguna manera, la señora Perry había conjurado tal momento, ahuyentando


toda la calma que le había traído la sesión de entrenamiento de esa mañana.
De alguna manera, necesitaba recuperarla, y sólo había un lugar que había
demostrado hacerlo en el pasado.

Escapándose de su habitación, Adrian dejó el ala oeste y se dirigió de nuevo


abajo. Por el rabillo del ojo vio a Hammond, el mayordomo de confianza de
Ravengrove, mientras se acercaba a la sala principal.

Delgado como un palo y tan antiguo como el gran roble que crecía en los
jardines traseros, Hammond había estado al servicio de los amos de
Ravengrove durante años y años. Su pelo oscuro era ahora casi blanco y había
retrocedido de tal manera que sólo quedaba una coronilla. Aun así, sus ojos
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verdes eran más agudos que nunca antes, y Adrian no tenía ninguna duda de
que no importaba lo silencioso que se moviera, Hammond siempre estaba al
tanto de su paradero.

Sus pies, ahora calzados, apenas hacían ruido cuando Adrián se dirigió por el
pasillo y luego se detuvo ante una gruesa puerta con bisagras bien engrasadas.
Había sido el estudio de su padre y, aún hoy, Adrián no podía entrar sin un
momento de pausa. No podía decir por qué. Una parte de él siempre se sentía
como un intruso y por eso, al menos en silencio, necesitaba pedirle permiso a
su padre para cruzar el umbral.

Era ridículo, ¡de verdad! Sin embargo, ¿no era porque sentía a su padre cerca
cada vez que venía aquí cuando se detenía junto a la ventana o a se sentaba en
su silla tapizada de la misma manera que a veces escuchaba la risa de su madre
cuando ponía un pie en el salón de baile? ¿No era por eso que había elegido
precisamente ese como el lugar de la pelea de entre todos los lugares de la casa
y no porque proporcionara suficiente espacio? ¿Había un fantasma allí?

Parecía que había fantasmas por todas partes en Ravengrove. Pero algunos
lugares los acercaban más que otros, de una manera que Adrian casi podía
oírlos si cerraba los ojos. A veces, estaba seguro de que olía el perfume de su
madre, pero quizás eso era sólo un recuerdo. De la misma manera, el olor a
humo y fuego siempre permanecía cerca, aunque el fuego de Ravengrove se
había extinguido hacía ocho años.

Por muy ordenado y pulcro que fuera Ravengrove bajo la atenta supervisión
de la señora Perry, el estudio de su padre siempre se había resistido a esta
situación. En el momento en que la vieja puerta se abrió, los ojos de Adrián
cayeron sobre las altas torres de libros y libros de contabilidad, situadas en
los rincones de la habitación, así como en el borde del gran escritorio. Había
papeles esparcidos por todas partes y parecía, a todos los efectos, que el dueño
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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

de Ravengrove había estado trabajando duro aquí hace solo unos momentos.
Era como si su padre se hubiera visto perturbado en su tarea -tal vez por uno
de sus hijos revoltosos- y se hubiera apresurado a regresar más tarde y
terminar lo que había empezado.

Era un pensamiento reconfortante, y trajo tal anhelo a su corazón que tuvo


que desviar la mirada. Se acercó a la ventana y miró hacia afuera a los extensos
terrenos que conocía tan bien. Una solitaria vela estaba en el alféizar de la
ventana, y la encendió como lo hacía a menudo y luego simplemente se quedó
allí, con las manos unidas a la espalda. Era un ritual, algo que le traía paz.

Aunque solo fuera un poco.

Sin que se lo pidieran, sus pensamientos se volvieron hacia su propia vida y se


encontró buscando paralelismos entre él y su padre. Desafortunadamente, no
encontró nada. Por mucho que una parte de él deseara poder seguir los pasos
de su padre y gestionar los asuntos de Ravengrove, ocuparse de su gente y
asegurarse de que todo estuviera bien, no se atrevía.

Después de años de buscar la Muerte, sabía que ya no era el hombre que había
sido. Ya no era apto para vivir entre gente civilizada. Ya no podía caminar
entre ellos y fingir que pertenecía a la sociedad. Y por eso se había retirado a
las sombras y había dejado los asuntos de Ravengrove en manos de otros.

Hacía que su propia vida pareciese incluso más inútil. Tal vez…

Frunciendo el ceño, se calmó, sus pensamientos se vieron cortados por el


suave eco de las pisadas mientras se dirigían por el pasillo hacia el estudio de
su padre. Había una cierta urgencia en ellos y sabía, más allá de la sombra de
la duda, que no pertenecían a nadie aquí en Ravengrove.

Un visitante. ¿Pero quién? ¿Y por qué?

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Adrian no podía recordar cuándo fue la última vez que un visitante vino a
Ravengrove. No muy a menudo desde el incendio. No muy a menudo en los
últimos ocho años.

Las pisadas se acercaban, y estaba claro que quien había venido sabía adónde
ir. Como Hammond sin duda conocía el paradero de Adrián, ¿había
compartido ese conocimiento con el visitante? Pero incluso si así fuera, ¿no
habría insistido en que el visitante esperara la llegada de su amo al salón?
Adrian estaba seguro de ello, por lo que era razonable suponer que quien
había llegado a Ravengrove tan inesperadamente había ido en contra de las
instrucciones de Hammond.

¿Quién se atrevería a hacerlo? reflexionó. ¿Y por qué no se escuchaban los


pasos de Hammond persiguiéndole? ¿A quién permitiría Hammond entrar en
las áreas privadas de Ravengrove sin siquiera sentir la necesidad de informar
a su amo?

Los ojos de Adrian se cerraron cuando los pasos se detuvieron


momentáneamente fuera de la puerta del estudio. —Grant —, susurró en la
quietud de la habitación, sorprendido al sentir una pequeña chispa de afecto
que saltaba a la vida al pensar en su viejo amigo.

Grant Barrett, Conde de Wentford.

Habían pasado años desde la última vez que se habían visto. Sin embargo,
hacía mucho tiempo que estaban unidos. Como él mismo había sido el menor
de cuatro hermanos, Adrian había disfrutado la idea de ser el mayor. Unos
años más joven, Grant lo había idolatrado, siguiendo la guía de Adrian sin
dudarlo. Con el tiempo, su relación se había convertido en una de iguales,
mientras que el vínculo que se había desarrollado entre ellos en esos primeros
años había permanecido inalterado.

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La puerta se abrió silenciosamente, y Adrián pudo sentir la tensión de su viejo


amigo como si estuviera mirando su cara y pudiera ver el profundo pliegue
entre sus cejas. Algo estaba mal. ¿Por qué había venido Grant hoy aquí?

Entró en la habitación, y entonces Adrian pudo sentir los ojos de su amigo


sobre él. El silencio se mantuvo hasta que Adrian lo rompió. —¿Qué estás
haciendo aquí? — Su voz salió más dura de lo previsto. Aun así, Adrian no
quería que su amigo se quedara más tiempo del necesario. Quería que dijera
lo que vino a decir y luego se fuera.

Era mejor así.

Una risa familiar se levantó de la garganta de Grant, y Adrian sintió un alivio


inesperado de que su amigo no se ofendiera por su tono. —Necesito tu ayuda
— dijo Grant, sin molestarse con las sutilezas.

Los hombros de Adrian se tensaron. Nadie había necesitado su ayuda en


mucho tiempo. Bien, quizás eso no era completamente cierto. Emery lo había
necesitado, y sin embargo, su amigo estaba ahora muerto, demostrando que
era mucho mejor que nadie confiara en él para cualquier tipo de ayuda.

Inhalando profundamente, Adrian se volvió hacia su amigo, con la mirada fija


en el rostro de Grant, tratando de ver qué era lo que había traído a su viejo
amigo aquí hoy.

Su pelo seguía tan alborotado como siempre, diciéndole a Adrian que Grant
aún no había perdido el hábito de pasarse las manos por él cada vez que se
agitaba. También le dijo que había algo por lo que agitarse. Algo que le había
dejado sin opciones, ya que sólo un hombre desesperado habría venido aquí.
—¿Mi ayuda? — Preguntó Adrián, dolido por la idea de que todo lo que su
amigo encontrara aquí hoy sería una decepción.

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—Sí, algo pasó—, dijo su amigo, había fuertes emociones en su voz que
hicieron que la piel de Adrian se erizara, —y he venido aquí hoy porque
necesito tu ayuda.

Adrian resopló incrédulo mientras veía a su amigo cerrar la puerta, sus ojos
verde musgo volvían a encontrarse con los suyos, la esperanza descansaba allí.
¡Maldita sea! — ¿Por qué acudes a mí? — Preguntó Adrian, preguntándose
cómo Grant no podía conocer al hombre en que se había convertido. —Sabes
muy bien que no estoy en condiciones de hacer nada en estos días. No soy de
ninguna ayuda para nadie — Al menos, Grant debería saberlo.

Su amigo tragó, y luego soltó: —Nessa está viva –

Era como si un rayo hubiera caído, y Adrián apenas pudo evitar que se
estremeciera. Recordaba bien la devastación que Grant había sentido cuando
su esposa había sido arrastrada por la corriente, para no ser encontrada nunca
más. Había sido un momento raro en el que Adrián había sido capaz de
relacionarse con su viejo amigo. Después de su propia pérdida, sabía bien lo
que se sentía al tener a alguien querido arrancado de la vida de uno sin previo
aviso, sin la oportunidad de decir adiós, sin la oportunidad de luchar por ellos.

Grant también había sentido todo eso cuando le quitaron a su amada esposa...
pero no para siempre, según parecía.

¡Qué no daría Adrian para que le devolvieran su familia! Incluso aunque sólo
fuera uno de ellos

—Fue sacada del mar hace tres años y ha estado en una abadía en el norte—
explicó Grant, la incredulidad brillaba en sus ojos verdes como si temiera que
no fuera cierto después de todo. — No recuerda quién es—. Él tragó. —No
me recuerda—. Sus ojos se oscurecieron, y el miedo le hizo agarrar el respaldo
del alto sillón que daba al viejo escritorio. —La asusté —murmuró mientras

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su mirada se elevaba para encontrarse con la de Adrian. —Yo... estaba tan


abrumado cuando la vi, que simplemente tuve que... quiero decir, sabía que
ella no recordaba. Lo sabía. Pero en ese momento... tenía que sentirla. Ella se
encogió, rogándome que no la tocara.

Al escuchar las palabras abiertas de su amigo, Adrian sintió que el manto de


desprendimiento que había colocado sobre sus hombros se deslizaba hasta el
suelo. No podía negar que se sentía honrado por la confianza que Grant le
había otorgado, atreviéndose a abrir su corazón de esa manera. —Fue un
momento—, aconsejó, viendo la esperanza y el miedo luchando en la mirada
de su amigo. —Nada más.

Grant asintió, y más palabras salieron de sus labios mientras compartía con
Adrián todos los miedos que vivían en su corazón. Y por primera vez en años,
Adrian se enfrentó a la pérdida de otro. Lentamente, su corazón comenzó a
recordar lo que se sentía al preocuparse y así hizo lo que pudo, instando a su
amigo a que aprovechara esta oportunidad y reclamara a la mujer que amaba.

Grant apretó los dientes antes de que la culpa le llegara a la cara.

—Hay una complicación adicional. Hace casi un año, me volví a casar –

Incapaz de ocultar su asombro, Adrián miró fijamente a su amigo antes de


empezar a revolver los papeles del escritorio de su padre, con la mente
ausente. —Entonces necesitas la ayuda de un abogado, no la mía –

—Ya hablé con el Sr. Thatcher— respondió Grant apresuradamente como si


el tiempo fuera esencial. —Y me confirmó que mi segundo matrimonio es nulo
porque sin la muerte de Nessa, nuestro matrimonio nunca dejó de ser
vinculante –

—Esas son buenas noticias para ti— comentó Adrian, preguntándose por la
joven e inocente mujer cuya vida estaba a punto de ser destruida.
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Una vez más, Grant se pasó las manos por el pelo como si quisiera arrancarlo
de raíz. —Lo es — estuvo de acuerdo, y la frustración quedó clara en sus ojos,
—pero no para mi nueva esposa—. Cerró los ojos como si le doliera. —Está
embarazada –

Una oscura sensación de premonición hizo que Adrian se enfriara mientras


levantaba la vista y se encontraba con la mirada suplicante de su amigo. —
¿Qué harás ahora? — preguntó mientras la sospecha se adentraba en su alma.
—¿Por qué has venido? Habla claro –

—Muy bien—. Grant asintió, con un poco de alivio en sus ojos por haber
llegado al momento de la verdad. — He venido a pedirte... que la protejas... y
al niño –

Adrian sintió sus músculos tensos. —¿Protegerla? —, exigió, en un bajo


gruñido en su voz mientras miraba a su amigo.

—Sí—. La desesperada determinación brilló en los ojos de Grant mientras


sostenía la mirada de Adrian, su propia e inquebrantable determinación.

Adrian respiró lentamente, cruzando los brazos frente a su pecho. —No me


casaré con ella –

El gemido de su amigo era de una desesperación abrumadora. —Adrian, por


favor. No sé qué más hacer. Ella estará arruinada, y nuestro hijo será un
bastardo. No quiero ese destino para ellos –

La súplica de Grant rompió las defensas alrededor del corazón de Adrián, y


sintió una punzada de culpa, mezclándose lentamente con el deseo de ayudar
a su amigo.

Aun así, esta idea era absurda. No podía... no podía. Simplemente no podía.
¡Era absurdo! La pobre mujer probablemente huiría de su propiedad a la hora

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de su llegada. Después de todo, se le llamaba la Bestia de Ravengrove por una


razón. No era una buena compañía para nadie, y menos para una mujer con el
corazón roto que llevaba un niño y anhelando un marido que nunca había sido
capaz de amarla.

La mirada de Grant permaneció en la suya, esperando, esperanzado.

Adrian apretó los dientes y deseó poder simplemente salir de la habitación.


Sin embargo, no pudo, y así se encontró inclinado hacia adelante, con la
mirada fija en su amigo, las manos apoyadas en el robusto escritorio de su
padre y preguntó: —¿Por qué yo? –

¡Seguramente, había hombres más adecuados en Inglaterra!

La boca de Grant se abrió y se cerró, y Adrián pudo ver que su amigo había
pasado muchas horas atacando este problema desde todos los lados antes de
que decidiera venir a Ravengrove. Al final, la razón que dio fue una que derribó
otra de las defensas de Adrián. —Porque confío en ti. Porque siempre has
cuidado de mí. Porque sé que estarían a salvo contigo –

Adrian podría haber gemido por los recuerdos que las palabras de Grant
trajeron. Recuerdos de sentimientos que él abandonó hace mucho tiempo y
enterró para siempre. En lugar de ello, retrocedió y volvió a su lugar junto a la
ventana, aliviado de apartar la mirada y tener un momento para sí mismo.

—Sólo te pido que tengan un matrimonio de conveniencia— continuó Grant,


sintiendo claramente la nueva debilidad que su respuesta había traído a la
resolución de Adrián — para que nuestro hijo nazca en el matrimonio y la
sociedad no tenga motivos para rechazarlos. Sólo tendrías que firmar con tu
nombre, y ellos estarían protegidos para siempre por él. Eso es todo lo que
pido

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Hacía mucho tiempo que Adrian había abandonado la idea del matrimonio y
la familia, y era demasiado obvio que Grant recordaba esas palabras. En
realidad, no era que Adrian no anhelara una familia, tal vez incluso una esposa.
Sin embargo, había sufrido la pérdida de una familia una vez. No podía hacerlo
de nuevo. No sobreviviría. Su cuerpo podría, pero su mente no iba a ser capaz
de soportarlo.

Grant lo sabía. O por lo menos, sabía que no buscaba el tipo de amor que
Grant compartía con su esposa y por lo tanto había razonado que sólo sería
un pequeño sacrificio de parte de Adrian entrar en un matrimonio de
conveniencia.

Por supuesto, su razonamiento no estaba equivocado. Aun así...

—Ninguna mujer merece vivir en una tumba — dijo sin darse apartarse de la
ventana, recordándole a su amigo que Ravengrove no era un lugar donde se
encontrara la felicidad.

—Por favor, Adrian — Grant siguió sin inmutarse como si no hubiera


escuchado una palabra de lo que Adrian había dicho. —Ellos merecen algo
mejor que ser dejados de lado, y no está dentro de mí poder protegerlos. Todo
lo que podría hacer sería proveerlos financieramente, pero sabes tan bien
como yo que eso sólo empeoraría la situación en lo que respecta a la sociedad

Con cada palabra, Adrián sentía cómo su resolución disminuía y el miedo se


apoderaba de su corazón. Inhalando una respiración profunda, se volvió para
mirar a su amigo. —Soy la Bestia de Ravengrove —dijo con una risa oscura que
no tenía ningún sentido del humor. —¿Qué mujer se casaría conmigo
voluntariamente? ¿Has hablado con ella sobre esto?

Grant agitó la cabeza. —Vine a hablar contigo primero antes de darle


esperanzas

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—¿Esperanzas? — Adrián se burló, preguntándose si su amigo poseía ojos


funcionales o si estaba tan perdido en su deseo de resolver este problema que
no veía lo que tenía delante.

—Estará de acuerdo — le aseguró Grant sin dudarlo. — Puede parecer


delicada y frágil, pero hay una fuerza oculta en Eugenie que... –

Adrián se congeló cuando un frío se apoderó de su cuerpo y pudo sentir como


la sangre se drenaba de su cara. Eugenie.

Tomando nota de la reacción de su amigo, Grant se interrumpió y entrecerró


los ojos. —¿Estás bien? ¿Fue algo que dije? ¿Fue...? — Su mirada se posó en el
rostro de Adrian antes de que se diera cuenta. —¿La conoces? –

Nunca había conocido a la hermana pequeña de Emery, pero había oído hablar
de ella. Muchas veces. Incontables veces. Su hermano había hablado de ella
con tal amor y devoción que una parte de Adrian sentía como si la conociera.

Al tragar, sintió los dedos de su mano izquierda alcanzar el pequeño lazo rojo
que aún estaba atado alrededor de su muñeca derecha. Sintió la textura
áspera, y las puntas de sus dedos encontraron las manchas donde la sangre
había empapado la tela y se había secado. Un amuleto de la buena suerte que
le había salvado la vida y le había traído de vuelta a casa.

A él, no a Emery.

Adrián tragó al sentir la mirada de Grant sobre él. —Tal vez la conozca—
respondió mientras una nueva tensión se apoderaba de su cuerpo. —¿Es la
hija del difunto Lord Pembroke? –

Grant asintió. — Es ella. ¿Lo conocías? –

—A él no—, Adrian forzó a salir sus palabras a través de los dientes apretados.
—Pero conocía a su hijo –

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Emery.

Otra vez, Adrian vio que los ojos sin ver de su amigo le miraban fijamente
desde debajo del pequeño catre. Otra vez, vio el charco de sangre bajo su
cabeza. Otra vez, sintió la pérdida de Emery como si su amigo acabara de
morir hacía un momento.

Murió en su lugar.

Otra vez, los dedos de Adrian rozaron la pequeña cinta. ¡No deberías haber hecho
esto! El pensamiento resonó en su mente como lo había hecho muchas veces
en los últimos dos años, y deseó con todo su corazón y alma que hubiera
alguna forma de deshacer lo que había pasado. Devolver el listón y proteger a
Emery de...

Hasta el día de hoy, Adrian no podía decir con certeza quién había tomado la
vida de su amigo. Tenía sus sospechas, sin embargo, una carta encontrada
entre las posesiones de Emery había evitado que Adrián buscara una
retribución. Si no podía salvar la vida de su amigo, entonces al menos podía
cumplir su último deseo. Y así, Adrian había regresado a Inglaterra.

—Si ella está de acuerdo — se oyó decir Adrian antes de que su mirada se
centrara y se encontrara con la de Grant. —Me casaré con ella, y tienes mi
palabra de que haré todo lo que esté a mi alcance para verlos a salvo –

Por un momento, Grant miró fijamente a su amigo, con incredulidad en sus


ojos. Sin embargo, luego el alivio apareció sus rasgos y la tensión de los
últimos días cayó de él. —Gracias— jadeó, inhalando una profunda
respiración. —¿Volverás conmigo a Wentford Park? Creo que lo mejor sería
que la ceremonia tuviera lugar lo antes posible. Enviaré al Sr. Thatcher a
Londres para conseguir una... –

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—No dejaré Ravengrove—, gruñó Adrian mientras el pensamiento de lo que


acababa de acordar se iba hundiendo lentamente. —Si ella está de acuerdo en
casarse conmigo, entonces tráela aquí. Haré que el ala este se prepare para ella

No es que hubiera mucho que preparar ya que la Sra. Perry parecía tener todo
bajo control como siempre lo había tenido.

Momentáneamente sorprendido, Grant se detuvo, pero luego asintió con la


cabeza antes de despedirse rápidamente, con el afán de acelerar sus pasos.
Aseguró a Adrián que se ocuparía de los preparativos y que llevaría a Eugenie
a Ravengrove lo antes posible.

Adrián dijo muy poco y se sintió aliviado al oír el eco de los pasos de su amigo
hacia el salón delantero. No en muchos años había pasado tanto tiempo en
compañía de otro.

Era agotador, cuanto menos. Considerando la agitación que la visita y la


petición de Grant traía a Ravengrove y la existencia solitaria de Adrián, éste
no se sorprendió al encontrarse exhausto. La preocupación le hizo fruncir las
cejas mientras se hundía en la silla de su padre. Aunque sabía que no podía
rechazar a su amigo, no podía evitar maldecirse a sí mismo.

¿Qué iba a hacer con una esposa y un hijo? ¿Qué les haría estar en Ravengrove?
Adrian no se atrevió a contemplar el asunto. No podía negarse. Le había
fallado a Emery, pero esta era una oportunidad para enmendar las cosas.

Si pudiera proteger... a Eugenie (suspiró por el calor que corría hacia su


corazón) quizás encontraría algo de paz. Quizás Emery podría perdonarle por
su fracaso. Quizás al menos Grant sería feliz de nuevo, libre del peso de la
culpa.

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Enterrando su cara en sus manos, Adrian gimió. ¿Qué demonios se supone que
debía hacer con una esposa?

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Capítulo cuatro
La Bestia de Ravengrove
Traducción Tutty

¡La bestia de Ravengrove!

Eugenie sintió una sensación de hundimiento en la boca del estómago.


Aunque podría haberle echado la culpa a su embarazo o al balanceo del
carruaje al retumbar por el camino rural, sabía sin lugar a dudas que era el
hombre que la esperaba al final de su viaje el que le causaba tanta inquietud.

Por supuesto, Lord Wentford no se había referido a él como la Bestia de


Ravengrove; sin embargo, Eugenie había escuchado los comentarios.
Especialmente considerando que Ravengrove limitaba con Wentford Park,
los cotilleos abundaban con respecto al solitario señor que había perdido a su
familia en un terrible incendio. La gente susurraba que una maldición había
marcado su rostro y ennegrecido su alma. Nadie se había aventurado a
acercarse a la finca en años y se sabía muy poco sobre su amo, ya que sus
sirvientes permanecían leales a la bestia a la que servían. Eso solo magnificaba
la creencia de algunas personas en una maldición, ya que ¿quién estaría
dispuesto a servir a un monstruo?

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Cerrando los ojos a la verde campiña que pasaba a toda prisa, Eugenie inhaló
un profundo aliento cuando una ola de náuseas pasó por su cintura. Cerró los
labios y respiró por la nariz, deseando que su mente se centrase en algo más
que en el asqueroso balanceo del carruaje.

¿Pero qué más había?

—¿Estás bien? –

Abriendo los ojos, Eugenie miró a su marido (no, ya no era su marido)


mientras él la miraba con preocupación oscureciendo sus ojos. Sentado en
diagonal a su lado, la miraba con atención, como si temiera que se desmayara
a sus pies.

En ese momento, era un pensamiento muy atractivo.

—Estoy bien— respondió Eugenie, deseando que su voz no flaqueara


mientras le lanzaba una sonrisa intranquila. Sin poder explicarlo, su mano se
posó en su cintura sin pensarlo, y lo vio casi encogerse cuando se dio cuenta
de lo que quería decir.

—Lo siento — dijo Lord Wentford, sus hombros se desplomaron e inclinó la


cabeza, un profundo pesar grabado en sus verdes ojos. —Lo siento mucho –

Eugenie asintió, sabiendo que no se trataba de un simple tópico, sino de un


profundo pesar expresado al ver su miseria. Sabía bien que ella era la que
pagaba el precio de la felicidad que le esperaría a su regreso a casa. Se le había
concedido una segunda oportunidad con la mujer que había amado más allá
de la muerte mientras ella iba a casarse con una bestia.

¿Cómo era esto justo?

Una pequeña chispa de ira se encendió, pero no ardió en una llama. No,
Eugenie tenía demasiado sentido común para entretener tales pensamientos.

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La justicia era irrelevante. Lo que había sucedido ya había sucedido y, ahora,


ella haría bien en buscar soluciones y no poner la culpa donde no
correspondía. Después de todo, Lord Wentford no tenía la culpa aquí; no más
que ella. Él le había propuesto matrimonio, y ella lo había aceptado, sin que
ninguno de los dos supiera que su esposa aún estaba viva en ese momento.

—No se preocupe, milord— le dijo Eugenie con más valentía de la que ella
sentía. A pesar de su determinación de desearle el bien, no podía negar que
estaba aterrorizada por lo que le esperaba en Ravengrove. —Estoy bastante
bien –

El verde de sus ojos se oscureció, y un frustrado suspiro salió de sus labios.


Tanto si la creía como si no, no había nada que pudiese hacer para cambiar lo
que era. Lo sabía tan bien como ella misma.

El único consuelo provenía de pensar que los rumores podrían no ser ciertos,
que el título de Lord Remsemere que habían dado los chismosos era de alguna
manera inmerecido, que después de todo la bestia era un hombre. Un hombre
que la trataría con amabilidad. Un hombre que la protegería. Un hombre al
que no tenía que temer.

Después de todo, no creía que Lord Wentford la sacrificase para reclamar su


amor. No la instaría a casarse sin la convicción de que sería bien atendida. No
le mentiría para asegurar su acuerdo. No se libraría de ella sin pensar en su
futuro y su seguridad.

No lo haría.

Eugenie estaba segura de ello.

Por lo tanto, se propuso creer que Lord Remsemere era un hombre decente a
pesar de su reputación. Por favor, ¡que sea verdad!

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Cuando Ravengrove apareció en el horizonte, sintió que sus uñas se clavaban


en las palmas de sus manos. Un escalofrío corrió por su espalda cuando vio las
altas y prohibitivas torres que se alzaban en un cielo nublado. La gran
fortaleza de piedra contenía algo oscuro, y parecía que el sol brillaba en
cualquier lugar menos aquí. Pero mientras seguían el rápido río durante un
rato y luego subían una pequeña pendiente hacia el edificio principal y su
inmensa puerta de doble ala, no vio ningún descuido, como se esperaba, por
los rumores que susurraban de un hombre que se retiró del mundo y vivía en
la oscuridad.

Como mínimo, el hombre tenía un ama de llaves competente que se ocupaba


de mantener su propiedad. Un pequeño alivio en un día tan oscuro.

—Mi lady –

Alejando su mirada de los muros de piedra oscura, encontró a su marido, Lord


Wentford, que le tendía la mano para ayudarla a bajar del carruaje. Una suave
sonrisa apareció en sus labios, y ella sacó fuerzas de flaqueza mientras tomaba
la mano ofrecida y bajaba sobre los lisos adoquines que formaban el largo
camino.

¡Puedo confiar en él! Se susurró a sí misma mientras la llevaba más allá de la


entrada principal y hacia los jardines donde había una pequeña capilla
enclavada en un bosquecillo de fresnos. Tragándose el nudo en la garganta,
miró a su nuevo hogar (si es que alguna vez se sentiría en casa allí) y lo
encontró extrañamente vacío. No se veía ni un alma en ninguna parte, aparte
del mozo de cuadra que había salido corriendo a ayudar a cuidar de los
caballos. A todos los efectos, parecía que los rumores eran ciertos y que solo
fantasmas habitaban este lugar.

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Sus pasos se ralentizaron involuntariamente, y los músculos del brazo de Lord


Wentford se tensaron. Tragando, la miró, una alentadora sonrisa en sus
labios. —No sabía que fueras tan valiente — susurró. La admiración brillaba
en sus ojos verdes. —Te juzgué mal, y no debería haberlo hecho –

Luego siguió adelante y, abrumada aún más que antes, Eugenie se aferró a su
brazo, sin sentirse valiente en lo más mínimo.

De hecho, el miedo se abrió paso lentamente en su corazón y en cada fibra de


su cuerpo hasta que se sintió lista para huir. ¡Ojalá las cosas hubieran sido de
otra manera!

Sintiéndose una vez más impotente ante el giro que había dado su vida,
Eugenie inhaló una profunda respiración para poder soportar la abrumadora
presión. Como antes, cuando su padre había fallecido, ahora se encontraba en
una situación en la que su vida estaba dictada por otros y no era libre de elegir.
Aunque siempre fue una hija obediente, su padre le prometió hace mucho
tiempo que le permitiría elegir su propia pareja. Él había sido un hombre de
buen corazón, y ella le había creído, sin pensar ni una sola vez en lo que pasaría
si él falleciera antes de casarse.

Entonces, no había tenido elección o al menos no mucha. Y tampoco la tenía


ahora si deseaba que su hijo tuviera una oportunidad en este mundo.

Por el rabillo del ojo, Eugenie captó el movimiento y su cabeza giró hacia los
establos. Una cabeza pequeña y oscura se asomaba desde el edificio de piedra,
pero desapareció rápidamente cuando sus ojos se posaron en él, un niño
pequeño que no quería mostrarse.

Sin embargo, Eugenie no podía negar que el verlo le daba esperanzas. Si un


niño podía sobrevivir en este lugar, ¡entonces ella también podía! No era

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mucho, pero se aferró a este pensamiento mientras seguía a Lord Wentford a


la pequeña capilla.

Cuando Eugenie cruzó el umbral y sus ojos vieron al alto y oscuro extraño de
pie de espaldas a ella en el altar, todo lo demás se desvaneció. No vio el suave
resplandor del sol que brillaba a través de los cristales ni las hermosas tallas
en las filas y filas de bancos. No, todo lo que Eugenie podía ver era el hombre
de negro, con su cabello oscuro medianoche, largo hasta la barbilla y metido
detrás de las orejas. Incluso desde el pasillo, podía ver que no estaba afeitado,
sino que escondía la mitad inferior de su rostro detrás de una barba tan oscura
como el pelo de su cabeza. Se mantenía erguido, y la anchura de sus hombros
le hacía parecer un gigante. Sus manos estaban unidas a su espalda, y sus pies
estaban ligeramente separados, su cuerpo estaba alerta, consciente de lo que
le rodeaba.

Eugenia no dudaba de que era bien consciente de su entrada; sin embargo, no


se dio la vuelta, sino que le dio la espalda como si no se atreviera a mirarla.

Su corazón latía frenéticamente, más rápido con cada paso que daba hacia el
extraño con el que se iba a casar. Y tardíamente, se dio cuenta de que nunca
se había preguntado por qué este hombre había aceptado casarse con ella. ¿Era
simplemente porque Lord Wentford se lo había pedido? ¿Era simplemente un
favor a un amigo? ¿Era una razón suficiente?

Avergonzada, Eugenie se dio cuenta de que desde que su mundo se había


derrumbado a su alrededor, sólo había pensado en sí misma. Ni una sola vez
se había preguntado a qué renunciaba él al casarse con ella y darle su nombre.
Porque no era sólo ella, sino ella y su hijo.

No sólo estaba renunciando a cualquier oportunidad de casarse por amor,


sino que también podría estar perdiendo el título de su familia por el hijo de
otro hombre. ¿Por qué no le importaba? ¿O sí? Pero si ese era el caso, ¿por qué
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demonios había accedido a esto? ¿Eugenie sabía por qué había accedido, por
qué tenía que acceder, pero él?

Sin embargo, en el momento en que sus pies llegaron al frente del pasillo y se
pararon junto al altar, todos los pensamientos huyeron de su mente. Todo lo
que ella sabía era que su corazón latía salvajemente, y luego estaba sola
cuando Lord Wentford le soltó el brazo y dio un paso atrás para sentarse en
el banco delantero.

Sola con un extraño.

Un extraño alto y moreno que ni siquiera se había molestado en mirarla.

Sólo cuando el sacerdote comenzó a murmurar, Eugenie registró la presencia


del hombre mayor, y se preguntó si había otras personas presentes de las que
no se había dado cuenta. Su mente no se detuvo en esa pregunta, aunque sus
ojos se dirigieron inmediatamente al hombre que estaba a su lado.

Mientras el sacerdote hablaba, su prometido se movió sobre sus pies y su


cuerpo se volvió ligeramente hacia ella. Al verlo como un signo de buena
voluntad, Eugenie inhaló aliviada. Sin embargo, se retiró rápidamente a su
cuerpo cuando su mirada cayó sobre la larga cicatriz que cubría el lado
derecho de su cara. Como un relámpago, le cortaba el ojo y la mejilla hasta que
se desvanecía en su espesa barba.

Tal vez él había escuchado su respiración porque sus ojos azul claro se
encontraron con los de ella, y el frío en ellos le recordó a Eugenie el hielo de
un lago congelado. Un escalofrío involuntario se apoderó de ella, y su cuerpo
comenzó a temblar al notar las duras líneas de su rostro. Tenía la mandíbula
apretada como si estuviera enojado, y parecía que la miraba fijamente, con un
profundo ceño entre sus cejas.

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

Sin ser invitado, el pánico la recorrió y las lágrimas brotaron de sus ojos.
Eugenie no quería nada más que darse la vuelta y correr cuando todo lo que
podía hacer era apretar los dientes para evitar que estallara en un sollozo.

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

Capítulo cinco
Solo de nombre
Traducción Yanila

La joven mujer a su lado era la imagen de la miseria.

Apretando los dientes, Adrian hizo todo lo posible por no mirarla e ignorar
las lágrimas que nublaban su visión. Lo había sentido en el momento en que
había entrado en la pequeña capilla. El miedo había irradiado de ella. Miedo,
dolor y arrepentimiento; sentimientos que conocía bien. Eran sus compañeros
diarios, y los percibía en otros con una facilidad pasmosa, ganada a través de
años de experiencia.

Una parte de él no pudo evitar lamentar el hecho de que había aceptado


casarse con ella. Su fuerte respiración cuando había vislumbrado su cicatriz
habló en voz alta y clara del terror que vivía en su corazón. Sin duda había
escuchado los rumores de la Bestia de Ravengrove. ¿Quién sabía qué
pensamientos, qué miedos vivían en su corazón?

Ciertamente, este matrimonio la protegería de la censura de la sociedad, pero


¿era eso suficiente? Tal vez debería haber instado a Grant a buscar a otro
hombre dispuesto a casarse con ella a pesar de las circunstancias en las que
ahora se encontraba. Quizás eso hubiera sido lo mejor.

Para ella.

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

Para todo el mundo.

Aun así, por mucho que lamentara los acontecimientos que los habían llevado
hasta este momento, Adrian no pudo evitar mirarla. Era la hermana pequeña
de Emery, y una parte de él anhelaba conocerla. Sus ojos llenos de lágrimas
brillaban con el mismo brillo plateado que los de su hermano y poseían la
misma amabilidad. Era una mujer esbelta, no baja en estatura, pero grácil y
delicada. Su piel blanca aterciopelada contrastaba con los rizos negros como
el cuervo que bailaban por sus sienes, y a pesar de la palidez de sus mejillas,
sus labios parecían saber el significado de una sonrisa.

Había sido feliz... una vez.

Ahora, su mandíbula temblaba mientras luchaba contra el pánico, sus ojos


estaban fijos en algo que solo ella podía ver, lejos de él y el miedo que la visión
le infundía.

La culpa inundó su corazón, y Adrian susurró una disculpa silenciosa a su


amigo. Había esperado estar al servicio de la hermana pequeña de Emery. Sin
embargo, parecía que su mera presencia le estaba causando más angustia de
la que había conocido alguna vez. Su mandíbula se apretó al pensar que estaba
decepcionando a su amigo una vez más, incapaz de pagar la deuda que le
debía.

Sus pestañas revolotearon hacia abajo y cuando volvieron a subir, una lágrima
solitaria rodó por su mejilla derecha Ella tragó saliva, y él pudo ver su mirada
moverse hacia atrás como si quisiera darse vuelta para mirar al hombre que
estaba sentado en el banco detrás de ella.

Grant.

El hombre con el que se había casado.

El hombre que había amado.


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El hombre que aún amaba.

Mientras Grant regresaría con su primera esposa, alcanzando un felices para


siempre con la mujer que le había robado el corazón hace años, la hermana de
Emery tendría que despedirse del hombre que le había robado el suyo.

Fue, de hecho, un día oscuro. Adrian se sentía como una verdadera bestia al
ver su terror cada vez que se atrevía a mirarlo. En silencio, rezó para que el
sacerdote se diera prisa para poder retirarse al ala oeste y dejarla en paz.

Porque esa era la única forma en que encontraría un poco de paz aquí en
Ravengrove.

Según lo prometido, se casaría con ella, le daría su nombre, su protección... así


como su ausencia. Podía hacer su hogar en el ala este mientras él permanecía
lejos, en los viejos aposentos de su familia donde la vida no se atrevía a
aventurarse. Mantendría su distancia y la evitaría siempre que fuera posible.
Era lo menos que podía hacer, para que la oscuridad de su vida no la envolviera
también.

No, él nunca permitiría que eso sucediera. Su fracaso para mantener su


distancia se ya había cobrado la vida de Emery. No permitiría que la hermana
de su amigo lo siguiera a la tumba.

Cuando el sacerdote murmuró las últimas palabras, proclamándolos marido


y mujer, Adrian parpadeó, sabiendo que no podía simplemente salir
corriendo. Al menos, necesitaba asegurarle que ella no tenía nada que temer
de él, que él mantendría su distancia.

—¡Felicidades! — Grant murmuró, con una sonrisa algo tensa en su rostro


cuando ambos se giraron para mirarlo. Se acercó y sus ojos verdes pasaron de
Adrian a la nueva Lady Remsemere. —Te deseo lo mejor — Su voz se convirtió
en un susurro cuando extendió la mano para tocar su brazo, una oferta de
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consuelo. —Todo estará bien. Lo juro — Durante un instante, sus ojos se


encontraron con los de Adrian antes de que Grant se volviera hacia su ex
esposa y las comisuras de sus labios se torcieron. —Ladra, pero no muerde.
Tienes mi palabra, milady. Él te mantendrá a salvo. Siempre –

A pesar de la tensión que aún abrazaba sus rasgos, Eugenie logró sonreír
tentativamente. —Gracias milord.

Adrian simplemente inclinó la cabeza, sin saber cómo sentirse con las
palabras susurradas de su amigo. Luego, simplemente le ofreció el brazo a su
nueva esposa.

Su señora respiró hondo antes de levantar su mano a regañadientes,


deslizándola por el hueco de su brazo. Podía sentir la delicadeza del toque de
su mano, excepto que se cernía sobre su brazo, temeroso de sentirlo. Mantuvo
los ojos desviados, sin atreverse a mirarlo, y luego caminó a su lado como si
quisiera liberarse y correr.

Adrian estaba disgustado consigo mismo, sintiéndose como un monstruo


arrastrando a una víctima indefensa a su guarida. Necesitaba irse ... lo antes
posible.

Rápidamente, regresaron a la fortaleza. Al acercarse, las grandes puertas


dobles se abrieron invitándolos, y para horror de Adrian, encontró a los
sirvientes de Ravengrove reunidos en el salón principal, esperando ser
presentados a su nueva dama. El entusiasmo se aferró a sus rasgos mientras
miraban a la joven a su lado.

—Bienvenido a Ravengrove, mi señora— la saludó Hammond con una


reverencia formal, sus movimientos rígidos y su rostro inexpresivo como
siempre lo habían sido.

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La señora Perry, por otro lado, era la viva imagen de alegría. Su rostro brillaba
mientras se inclinaba hacia adelante y hacía una breve reverencia, dando la
bienvenida a la nueva novia de Adrian con una calidez que, al menos por el
momento, calmó el suave temblor que aún podía sentir en la mano que
descansaba sobre su brazo.

Una sonrisa de respuesta dibujó las comisuras de los labios de Eugenie y miró
a la señora Perry con gratitud en sus ojos.

Adrian no sintió nada diferente, y le dio a la Sra. Perry un gesto de


agradecimiento, con la esperanza de que su ama de llaves de confianza se
asegurara de que su nueva esposa se sintiera a gusto en este lugar embrujado.

Sin preguntar, la Sra. Perry siguió adelante y presentó al resto del personal de
Ravengrove, que era bastante limitado a pesar del tamaño de la finca. Sin
embargo, dado que ningún invitado cruzó su umbral, después de todo, su amo
era tan solitario como siempre lo había sido, no había necesidad de tener
innumerables sirvientes a mano, ya que había relativamente poco que hacer
para el mantenimiento de la finca.

Adrian observó cómo su nueva esposa intercambiaba algunas palabras con los
sirvientes de Ravengrove. Atrapó los ojos de Isabelle antes de que ella mirara
a Eugenie y luego a él. Había un brillo burlón en sus profundidades azules y
las comisuras de su boca se curvaron de una manera que le hizo pensar que
ella comentaría sobre eso más adelante.

Adrian gimió.

—Gracias — dijo Grant, acercándose a él, la expresión de su rostro era más


seria de lo que Adrian lo había visto antes. —Gracias por hacer esto. Confío
en que la cuides bien... a ellos

Adrian se tensó. ¿Había habido un indicio de duda en la voz de su amigo?


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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

Di mi palabra — gruñó por lo bajo.

Los ojos de Grant se entrecerraron mientras pasaban sobre su rostro.

—No dudo de ti. Nunca lo haría. Espero que lo sepas.

Adrian inhaló lentamente y asintió rápidamente.

Solo quise transmitir lo agradecido que estoy porque hayas hecho esto. Eres
verdaderamente generoso.

El asco barrió a Adrian ante las palabras de su amigo. —No conoces al hombre
que soy hoy — se quejó cuando los músculos de su mandíbula se endurecieron
con el cumplido inmerecido.

Grant suspiró. — Eres el mismo hombre que siempre has sido. Solo que, por
alguna razón que no entiendo, estás tratando de ocultarlo ahora —. Dio un
paso más cerca, sus ojos verdes buscaron los suyos. —Sé que nos separamos
después de...

Adrian asintió con la cabeza.

—Te dejé solo porque pensé que era lo que querías. Pero si alguna vez cambias
de opinión, sigo siendo tu amigo como era y siempre lo seré.

Adrian inhaló lentamente mientras una familiar sensación de camaradería lo


invadía, trayendo consigo recuerdos de días más felices que se fueron. Días
que apenas podía recordar. Días que no se había permitido recordar en
muchos años.

—He preparado un pequeño almuerzo — exclamó la Sra. Perry, sacando a


Adrian de sus pensamientos. De pie junto a su esposa al final de la línea de
sirvientes, hizo un gesto hacia la sala de desayuno que no había sido utilizada
en años. —Mi señora, si gusta seguirme.
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Adrian maldijo por lo bajo, atrayendo la atención de su amigo una vez más. —
Vamos, comamos algo — dijo Grant, dándole una palmada en el hombro. —
Te dará la oportunidad de hablar con tu nueva esposa.

Eso era exactamente lo que Adrian había deseado evitar. Aun así, no podía
simplemente irse, ¿verdad? Entró en la antigua sala de desayunos donde se
había sentado por última vez rodeado de su familia y se sentó a la cabecera de
la mesa ... en la silla de su padre.

Los fantasmas parecían arremolinarse a su alrededor y, por un breve


momento, Adrian cerró los ojos, deseándolos. Aunque solo sea por un
momento para no asustar más a su nueva novia.

Sentada a su lado, Eugenie solo miraba en su dirección. En cambio, su mirada


se detuvo en Grant, un profundo anhelo en sus pálidos ojos plateados que
obligó al aire a salir de los pulmones de Adrian.

Pocas palabras pasaron entre ellos ese día y, en poco tiempo, Grant se levantó
para irse.

—Si quiero regresar a Wentford Park antes del anochecer, debo partir ahora.

Adrian le deseó a su amigo un viaje seguro y luego observó a Eugenie acercarse


a Grant. Tenía los ojos bajos y sus manos temblaban mientras susurraba un
adiós.

Grant le sonrió; una sonrisa que hablaba de aliento, no de alegría o felicidad.


Él tomó sus manos y las apretó suavemente.

—Todo estará bien — le dijo una vez más, sabiendo tan bien como el resto de
ellos que no había nada más que decir. —Adiós, mi señora.

Un momento después, Grant salió de la habitación, dejándolos atrás, solos por


primera vez.

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Cuando el eco de sus pasos se desvaneció lentamente, Eugenie se volvió para


mirar a su nuevo esposo. Sus facciones parecían tensas, y sus ojos solo se
levantaron de mala gana para encontrarse con los de él. Luego dio un paso
hacia él, con las manos cruzadas delante de ella como para mantenerlo a raya.

El terror en sus ojos hizo que Adrian se sintiera enfermo, y sus músculos se
apretaron dolorosamente.

Para mantener la calma.

—Mi señor— finalmente se dirigió a él, con los ojos no fijos en los de él —aún
no he tenido la oportunidad de agradecerte...lo que hiciste...por mí—. Tragó
saliva y él pudo ver el pulso martilleando en su cuello. —Prometo que haré
todo lo posible para instalarme en esta casa. Me esforzaré por ser una...buena
esposa y... y...

Sus mejillas se habían puesto tan pálidas que Adrian temió que pudiera
desmayarse en el acto.

—No hay necesidad — la interrumpió, su voz más áspera de lo que debería


ser. —Tienes libertad absoluta de movimiento en la casa, más específicamente
al ala este. Haz lo que quieras. Solo te pido que no pises el ala oeste. — El tragó

—Tuvimos un incendio allí hace unos años, y aún no se ha restaurado—. No


es que tuviera plan alguno de hacerlo. —Buenos días, mi señora—. Le hizo un
gesto cortés y luego se dirigió hacia la puerta, ansioso por dejar su presencia
y el pánico que se alzaba en sus ojos suaves.

Emery habría estado furioso con él, y en ese momento, la pequeña cinta que
Adrian había escondido dentro de su manga parecía un grillete de hierro, que
lo abrumaba.

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

—¿Milord? — llegó su voz suave y melodiosa, débil y apenas audible.

Deteniéndose en seco, Adrian inhaló profundamente y luego se volvió para


mirarla.

Cuando sus ojos se encontraron con los de ella, instantáneamente bajó la


mirada al suelo, sus dedos ahora se movían nerviosamente con el borde de su
manga. Tragó saliva antes de que sus ojos se alzaran para tocar los de él por
un breve momento mientras reunía el coraje para hablar.

Adrian frunció el ceño, preguntándose qué era lo que le provocaba tanta


inquietud. Había esperado que ella apreciara su apresurada partida y
encontrara alivio en su ausencia. ¿Qué más podría estar en su mente?

—Mi señor, quería preguntarle...es decir, yo...yo...— Su respiración se aceleró,


y sus mejillas se sonrojaron, borrando la palidez que había estado allí un
momento antes. Luego se mordió el labio y cerró los ojos antes de que su
barbilla se levantara y su mirada buscara la de él con nueva determinación. —
¿Debo ... esperarte en mi habitación esta noche?

Los ojos de Adrian se entrecerraron cuando se dio cuenta del significado,


explicando el terror que había visto en sus ojos. La incredulidad lo atravesó y
maldijo en silencio a su amigo por no haberla tranquilizado. ¿Acaso Grant no
le había hablado de un matrimonio solo de nombre? ¿Había fallado en
mencionar ese aspecto a Eugenia?

Al ver sus ojos atronadores, su nueva esposa se estremeció, malinterpretando


el origen de su ira. Con el deseo de tranquilizarla, comenzó a acercarse a ella,
pero de inmediato retrocedió, con los ojos muy abiertos por el miedo y los
latidos del corazón, si el pulso que latía rápidamente en su cuello era una
indicación.

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Adrián se miró los pies y tragó saliva, con los hombros tensos mientras
luchaba contra la ira que había aumentado tan abruptamente. Le revolvió el
estómago verla tan asustada de él. Aunque estaba al tanto de los susurros,
sabía que la gente se refería a él como la Bestia de Ravengrove, nadie había
huido de él. Sus sirvientes podrían abandonar una habitación cuando él
entraba, sin embargo, nunca había visto miedo real en sus ojos. Inquietud, tal
vez; lo cual no era irrazonable considerando que bajo ninguna circunstancia
podría considerarse una buena compañía.

—Milady — se dirigió a ella, tratando de mantener la calma. —Te aseguro


que no tienes nada que temer en esta casa

Su labio inferior tembló antes de cerrar la boca. Al menos ya no estaba


retraída. Tenía los ojos muy abiertos, pero simplemente vigilantes.

—Nuestro matrimonio es solo de nombre — le dijo, notando la forma en que


su respiración se calmó, — y mientras te quedes en el ala este, no necesitamos
vernos en absoluto —. Después de un largo momento, una vez más inclinó la
cabeza hacia ella y luego se alejó.

Con ganas de irse.

Desesperado por estar solo.

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Capítulo seis

Fantasmas
Traducción Yanila

Mirando fijamente a su nuevo esposo, Eugenie finalmente logró tragarse el


nudo que se había asentado en su garganta al entrar en la pequeña capilla.
Todavía le temblaban las manos y un escalofrío le recorrió el cuerpo
lentamente. Sin embargo, sus latidos se calmaron poco a poco, aliviando su
respiración mientras se aferraba a sus palabras.

¿Había querido decir lo que había dicho?

Cuando Lord Wentford le habló sobre ese acuerdo, sobre su intención de


verla casada con su amigo más antiguo, se sintió demasiado avergonzada para
pedirle detalles. El solo pensamiento la había aterrorizado, causándole noches
de insomnio mientras reflexionaba sobre lo que significaría casarse con la
Bestia de Ravengrove. ¿Qué esperaría él de ella? ¿Qué tipo de arreglo había
hecho Lord Wentford con él?

Aun así, todos los hombres se acostaban con sus esposas incluso cuando el
matrimonio era de conveniencia y no por amor. Incluso Lord Wentford había

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

venido a su cama para engendrar un heredero y darle el hijo que siempre había
deseado. Sin embargo, había sido dolorosamente consciente de que él solo
había acudido a ella con gran renuencia, ya que el recuerdo de su difunta
esposa todavía estaba impreso en su corazón y alma. Había sido amable y
considerado, pero nunca...

Suspiró, deseando tener alguna idea de lo que se sentía compartir algo tan
íntimo con alguien a quien amara, alguien que la amara.

Pero eso nunca sucedería; Eugenie lo había sabido desde siempre. Si bien su
primer esposo había regalado su corazón mucho antes de conocerla, su
segundo esposo de hacía solo una hora parecía incapaz de reunir ni una pizca
de compasión. Demasiado bien recordaba sus pálidos ojos azules, la dureza
grabada en sus rasgos. No la quería aquí, estaba segura de eso; y, sin embargo,
había aceptado casarse con ella. ¿Por qué?

Como ella no tenía nada que ofrecerle y él incluso le había asegurado su


intención de no visitarla en su habitación, parecía que la única razón por la
que había aceptado casarse con ella era como un favor a su amigo.

Una pequeña medida de alivio floreció en el corazón de Eugenia al recordar


su promesa. ¿Realmente vivirían vidas separadas? ¿Él en el ala oeste y ella en
el ala este?

Un recuerdo brilló ante sus ojos, y solo ahora, cuando su corazón latía con
calma, notó la chispa de dolor en esos duros ojos azules cuando él había dicho:
Tuvimos un incendio allí hace unos años. Parecía una oración lo
suficientemente simple como si solo la propiedad hubiera sido dañada. Algo
que apenas valía la pena mencionar. Sin embargo, sabía que había sucedido
más esa noche. No sabía ningún detalle, pero sabía que él había perdido a su
familia esa noche. ¿Era eso lo que lo había endurecido tanto? ¿Todavía sufría,

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

recordando su pérdida e imaginando lo que podría haber ido diferente esa


noche?

Una vez más, descubrió que sus pensamientos se desviaban de su propio


destino en la vida de él y su corazón se puso triste al pensar en lo que había
sucedido en esta casa. De lo que le había pasado. ¿Quién había sido antes de
que la bestia naciera del dolor y la pérdida?

¿Lo sabría ella alguna vez?

Suspirando, Eugenie miró alrededor del pequeño salón, preguntándose sobre


el lugar que había sido Ravengrove cuando una familia todavía vivía allí. Sus
pasos la llevaron al pasillo mientras miraba su nuevo hogar. Todo estaba
limpio y ordenado...pero tranquilo. Muy silencioso. Con solo un puñado de
sirvientes empleados, la majestuosa fortaleza parecía vacía, y sabía que no
hacía falta imaginación para ver fantasmas flotando en los rincones oscuros.
Incluso ahora, podía sentir una presencia cerca, y los pequeños pelos en la
parte posterior de su cuello se levantaron mientras miraba a su alrededor, sin
ver nada ni a nadie.

Solo el vacío.

Una casa vacía.

Una vida vacía.

Se estremeció, y su corazón anheló la alegre risa de su hijastra, el golpeteo de


sus pequeños pies mientras corría de habitación en habitación, la travesura
iluminando sus ojos. A pesar de la pérdida de la primera esposa de Lord
Westford, la alegría y la risa habían existido en Wentford Park. Allí, solo
sentía una opresiva sensación de fatalidad.

¿Alguna vez sería feliz aquí? ¿Lo sería su hijo?

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

A juzgar por la expresión de la cara de su nuevo esposo, dudaba que


Ravengrove hubiera escuchado alguna risa en los últimos años. Aun así, el
recuerdo de la cara radiante de la señora Perry trajo algo de alivio al corazón
de Eugenia. Al instante le gustó la rotunda ama de llaves y se preguntó por la
larga cuchara de madera que llevaba en el cinturón. La forma en que la anciana
había mirado a su señoría había hablado de muchos años compartidos en esta
casa, y Eugenie deseaba saber más sobre las personas bajo este techo.

Al recordar el ansia vacilante y la alegría silenciosa en los rostros del sirviente,


Eugenie se dio cuenta de que no era la fatalidad o la oscuridad lo que
permanecía en esa casa, sino el dolor. Dolor que no se había aliviado en todos
esos años. Dolor aún tan crudo y agonizante como lo había sido años atrás.

A pesar de su reputación como bestia, Lord Remsemere parecía ser muy


apreciado por sus sirvientes. Había visto las miradas rápidas y las sonrisas
delicadas mientras la miraban, pasando de ella a él como si no hubieran
deseado nada más que expresar su felicidad por su amo.

Una vez más, se recordó a sí misma que si Lord Remsemere no fuera un buen
hombre, Lord Wentford nunca habría organizado el matrimonio. No
importaba su reputación, ella le debía su buena voluntad y su mente abierta.
Después de todo, hasta ahora, no había sido más que considerado con ella ...
aunque un poco solemne.

Bien; muy solemne, a decir verdad. Pero…

Pasos resonaron en sus oídos, y sus pies se congelaron, sus ojos se


ensancharon mientras miraba por el gran salón.

—Un niño— susurró, segura de que reconocería el sonido en cualquier lugar,


mientras un recuerdo surgía en su mente del pequeño niño de cabello oscuro
que había visto afuera, mirando alrededor del lateral edificio. —¿Hola? ¿Hay

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alguien ahí? — Su voz sonaba hueca en la sala abovedada, y un escalofrío le


recorrió la espalda cuando, sin querer, su mente se desvió a los rumores que
hablaban de fantasmas que deambulaban por el castillo oscuro.

Luego, una puerta se cerró en algún lugar por uno de los corredores laterales
que conducían hacia el ala este, y se estremeció. Su mano voló hacia su pecho
y respiró hondo, sintiendo su corazón martillear bajo su palma. Su cabeza se
giró cuando más pasos resonaron en sus oídos; estos, sin embargo, no eran los
de un niño, y en poco tiempo, una joven salió al pasillo.

De constitución esbelta, caminó resuelta, con la barbilla ligeramente


levantada y su mirada serena. Mientras contemplaba a Eugenia, sus ojos
azules se abrieron y, después de un breve momento de sorpresa, se apresuró
hacia ella, sus rizos dorados rebotando con cada paso rápido. —Milady,
pareces perdida— observó correctamente, su mirada recorrió el gran salón
para ver si alguien más estaba cerca. Luego sus ojos volvieron a encontrarse
con los de Eugenie y una amable sonrisa dibujó las comisuras de sus labios. —
No te preocupes, mi señora—continuó, con un fuerte acento francés
acentuando sus palabras, —Yo misma me he perdido en esta casa
innumerables veces—. Una risa despreocupada se derramó de su boca,
dándole a sus rasgos un brillo cálido. —Pero me olvido de mis modales—.
Dando una breve reverencia, le sonrió. —Soy Isabelle. Su señoría me pidió que
la atendiera y me asegurara de que tuviera todo lo que necesita.

—Es un placer conocerte, Isabelle — respondió Eugenie, sintiendo que el frío


del gran vestíbulo retrocedía ante la naturaleza alegre de Isabelle. De hecho,
la joven mujer era como una luz en la oscuridad, y Eugenie estaba agradecida
con su nuevo esposo por enviarle a esa encantadora criatura. ¡Era algo muy
considerado por su parte, de hecho! Quizás había más en él de lo que parecía,
pensó, recordándose a sí misma que no debía sacar conclusiones precipitadas.

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—Debo decir que estoy encantada de que estés aquí— dijo Isabelle instándole
a que se pusiera a su lado. Juntas, comenzaron a subir la gran escalera que iba
hasta la mitad del siguiente piso antes de partirse por la mitad, con cada
extremo serpenteando en direcciones opuestas. —Es una buena señal, de
hecho.

—¿Una buena señal? — Eugenie preguntó, sorprendida por la forma


desenfrenada en que Isabelle parloteaba... como si hubieran sido amigas
durante años y confiaran la una en la otra. Como si fueran amigas, y no
Eugenie, la nueva Lady de la casa e Isabelle, la sirvienta ... presumiblemente.

Isabelle se detuvo a medio paso y suspiró, con las facciones oscurecidas.

Al instante, pareció como si el sol hubiera caído del cielo, y Eugenie deseó no
haber dicho una palabra.

—Este es un lugar oscuro — dijo Isabelle, con sus ojos azules cargados
mientras barrían el salón abovedado. —Un lugar lleno de tristeza y dolor—.
Suspiró y sus rizos bailaron de un lado a otro mientras sacudía rápidamente
la cabeza como si tratara de ahuyentar un sueño. —Pero eso fue hace mucho
tiempo, y es hora de mirar hacia el futuro —. Al instante, la vieja chispa volvió
a sus ojos y sus labios se curvaron hacia arriba. — Su señoría hizo bien en
casarse, y espero que en el futuro la alegría vuelva a esta casa ―.

Eugenie tragó saliva, sin saber qué decir. Si bien la evaluación de Isabelle de
la atmósfera actual de Ravengrove era innegable, se sintió horrible por hacerle
tener falsas esperanzas. ¿Los sirvientes de su esposo creían que al casarse con
ella estaba dejando atrás el pasado?

¡Nada podría estar más lejos de la verdad!

Aun así, antes de que pudiera decir algo para advertir a la joven de que su
alegría era bastante desenfrenada, el sonido de pequeños pies corriendo por
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los suelos de parquet una vez más resonó en sus oídos. Su cabeza se levantó y,
antes de que se diera cuenta, sus pies la guiaron hacia arriba. —¿Hay un niño
aquí? — preguntó ella, sus oídos tratando de determinar de dónde venía el
sonido.

A su lado, Isabelle se echó a reír. —Ese es mi hijo, Liam. Le gusta jugar a los
fantasmas ―

Aliviada de tener una explicación, frunció el ceño ante las palabras de Isabelle.
—¿Fantasmas? — preguntó mientras miraba a la joven a su lado. —¿Qué
demonios quieres decir? ―

—Le gusta esconderse — explicó Isabelle antes de mirar hacia uno de los
corredores que conducían hacia el este. —¡Liam! — ella llamó. —¡Sal y saluda
a su señoría! ―

Tardíamente, se dio cuenta de que era bastante extraño que la criada de una
dama tuviera un hijo. Un niño, nada menos, que corría salvaje en la casa de su
amo. — ¿Tu marido también está empleado aquí? ―

Durante una fracción de segundo, la mirada de Isabelle se oscureció antes de


que pudiera ocultarse a la máscara alegre y despreocupada que parecía usar.
—Mi ... el padre de Liam falleció — le dijo a Eugenie antes de caminar unos
pasos por el pasillo y llamar a su hijo una vez más.

Eugenie frunció el ceño. Claramente, había algo que Isabelle no deseaba


compartir con ella.

Un momento después, el suave golpeteo de los pequeños pies resonó por el


pasillo y Eugenie levantó la vista y vio al niño que había visto afuera cerca de
la capilla corriendo hacia su madre. Tan bello como Isabelle, el cabello de su
hijo era tan negro como la noche y sus ojos de un azul plateado. Miró a su

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alrededor tímidamente, permaneciendo medio escondido detrás de su madre


y solo miró cuidadosamente a Eugenia cuando su madre lo presentó.

—Buenos días, Liam —dijo Eugenie amablemente, poniéndose de rodillas


para no asustarlo. De Milly, había aprendido que los niños lo apreciaban
cuando uno buscaba conversar con ellos en el mismo nivel. —Escuché que te
gusta esconderte—.

Lentamente, el niño asintió. Era quizás un año más joven que Milly.

Eugenie le sonrió. —Eso es un alivio —, le dijo ella, notando el toque de


sorpresa que apareció en sus ojos. —¿Significa eso que conoces el camino? Me
temo que estoy terriblemente perdida ―

De nuevo, la cabecita se balanceaba arriba y abajo.

—¡Maravilloso! — Exclamó Eugenia. ¿Te importaría llevarme a mis


habitaciones? Estoy seguro de que, si tratara de encontrarlas yo misma, estaría
caminando durante horas. ¿Me ayudarías? ―

Una pequeña sonrisa hizo cosquillas en la boca del niño, y sus ojos brillaron
con orgullo. Cuadró los hombros y se puso más alto, con un nuevo propósito
grabado en sus rasgos. —Por favor, sígueme, mi señora—.

—Muchas gracias— le dijo Eugenie mientras se levantaba. Al ver los ojos de


Isabelle, sonrió al ver el cálido resplandor en la mirada de la joven.

—Gracias también — susurró Isabelle, inclinándose con confianza, mientras


ambos seguían al joven Liam por el pasillo. —Es un niño muy tranquilo, al que
le gusta estar solo. Aun así, a veces creo que se siente solo. Ella suspiró. —No
siempre es fácil encontrar el lugar de uno mismo ―

Eugenie asintió, sabiendo muy bien cómo se sentía eso.

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

Cruzaron un gran pasillo donde fueron colgados los retratos de la familia de


su marido, presumió Eugenie, los condujo por la casa. Eugenie mantuvo los
ojos abiertos e hizo todo lo posible por recordar los giros que Liam tomó
cuando Isabelle parloteó. —Hay pocos sirvientes aquí en este momento como
habrás notado — agregó con una mirada de reojo a Eugenia. —No se necesita
mucho cuando el dueño de la casa vive como un recluso —. Soltó un bufido
de desaprobación, y Eugenie tuvo la impresión de que Isabelle estaba bastante
familiarizada con el dueño de la casa. De hecho, su forma de hablar, tan libre
y desenfrenada, no era la forma habitual en que la criada de una dama hablaría
de su amo, especialmente cuando estaba en compañía de su nueva esposa.

Eugenie se preguntó si Isabelle era, de hecho, una simple sirvienta o si había


algo más en su historia.

Liam se detuvo frente a una puerta grande con un toque de deleite, de logro
en sus ojos azules.

Eugenie le sonrió. —Muchas gracias por tu ayuda, Liam. ¿Puedo volver a


llamarte si necesito tu ayuda? ―

Sonriendo, el niño asintió antes de salir corriendo, desapareciendo por los


rincones oscuros y grietas de la antigua fortaleza.

Isabelle se rió entre dientes antes de dar un paso adelante y abrir la puerta de
la gran cámara que estaba al otro lado.

A pesar de su tamaño, era una habitación acogedora con paneles de madera


cálidos y una enorme chimenea que ocupaba la mitad de la pared lateral. Los
apliques colgaban de las paredes y las alfombras cubrían los pisos, mientras
que un candelabro equipado con una miríada de velas colgaba sobre su centro.
Un diván estaba cerca de la chimenea, y varios sillones estaban en semicírculo
junto a él. Mesas y gabinetes pequeños adornaban las paredes, y una mesa más

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grande con cuatro sillas tapizadas habían sido colocada cerca de la pared del
fondo.

Junto a la pared exterior, una puerta conducía a otra habitación.

—El dormitorio está allí—, dijo Isabelle, confirmando sus sospechas,


mientras daba un paso adelante y abría el camino.

Siguiendo a la doncella, Eugenie se encontró en una habitación igualmente


agradable, una gran cama con dosel con cortinas de color rojo rubí estaba
frente a otra chimenea. Aquí, también, las alfombras calentaban los suelos
mientras los tapices colgaban de las paredes.

—Este solía ser el ala de invitados— explicó Isabelle mientras su mirada se


movía sobre los baúles de Eugenie que habían sido traídos aquí por uno o más
de los sirvientes invisibles de Ravengrove. — Se orienta al este y le permite
levantarse con el sol—. Una pequeña sonrisa apareció en sus labios cuando
comenzó a desempacar los baúles de Eugenie. Isabelle agregó: —Si lo desea

Eugenie le devolvió el amable gesto, pero no pudo evitar preguntarse por qué
su marido le daría una habitación en el ala este. ¿Realmente odiaba su
compañía para que la quisiera en el lado opuesto de Ravengrove?

Tuvimos un incendio allí hace unos años, y aún no se ha restaurado. Eugenie


frunció el ceño al recordar las palabras de su esposo. ¿Aún no? ¿Eso significaba
que el ala oeste seguía siendo un lugar quemado por el fuego? ¿Y, aun así, su
marido residía allí? ¿O el fuego solo había afectado una o dos habitaciones?
Pero si ese fuera el caso, ¿por qué le dijo que no pusiera un pie en el ala oeste?

—¿Hace cuánto fue el incendio? — Eugenie se escuchó soltar antes de que la


precaución pudiera detener su lengua.

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

Isabelle hizo una pausa en sus movimientos, uno de los vestidos de Eugenia
colgando de sus delicados dedos. Sus ojos se apartaron de su tarea y se
encontraron con su amante. —Hace unos ocho años, mi señora. ¿Por qué
preguntas?

—Su señoría me dijo que el ala oeste aún no ha sido restaurada—. Una
pregunta se aferró a sus palabras, y pudo ver que Isabelle entendía su
significado con facilidad cuando los ojos azules de la joven se oscurecieron
con algo parecido al dolor.

—No lo ha hecho — confirmó, con un tono duro en su voz como si


desaprobara ese hecho. —Su señoría le ha prohibido a cualquiera entrar—.
Ella sacudió la cabeza mientras volvía a desempacar los baúles. —Se aferra al
pasado como si pudiera protegerlo del futuro —. Un resoplido burlón escapó
de sus labios, y sus rasgos se endurecieron cuando sus movimientos se
avivaron por la ira latente. Sus manos todavía se movían con fluidez; sin
embargo, hubo una dureza en la forma en que desempacó las pertenencias de
Eugenie que hablaban de frustración.

Eugenie no pudo evitar preguntarse por qué la joven parecía tan


personalmente afectada por la decisión de su amo de abandonar el ala oeste
como estaba. ¿Había tratado de convencerlo para que lo restaurara? Si es así,
ciertamente no habría sido el lugar de una doncella para hacerlo. Además, si
la familia de Lord Remsemere había muerto en el incendio hace ocho años,
¿por qué Isabelle todavía estaba allí ya que no había habido una dama en
Ravengrove hasta hoy?

Eugenie no podía negar que todas estas preguntas la molestaban. En el fondo


de su mente, una sospecha comenzó a arraigarse que ella se negó a reconocer
... al menos por el momento. Por ahora, Eugenie se sintió aliviada de haber

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encontrado un alma amable en su nueva criada y se negó a permitir que


rumores y sospechas dictaran su vida.

No, ella mantendría una mente abierta y aceptaría amabilidad y compañía


siempre que pudiera encontrarla. Después de todo, no había visto un solo
fantasma en Ravengrove, solo almas pobres plagadas por el pasado que aún
no habían encontrado su lugar en este mundo.

Quizás, de una manera extraña, Eugenie tenía la intención de encontrar su


camino aquí, ya que ella tampoco sabía a dónde pertenecía.

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Capítulo siete
Envidia
Traducción Yanila

Adrian podía sentir que su cuerpo zumbaba con la necesidad de moverse.

Durante las últimas dos semanas, apenas había salido de sus habitaciones en
el ala oeste, con cuidado de no cruzarse en el camino de su nueva esposa.
Después de todo, le había hecho una promesa y tenía la intención de
cumplirla, sin importar lo que le costara. Tampoco podía arriesgarse a que ella
viera la cinta de su hermano en su muñeca.

Por eso, solo salía de su habitación para colarse en la cocina cuando su


estómago retumbaba en protesta. Utilizaba las escaleras traseras y tomaba el
camino más largo, pero menos frecuentado para mantenerse fuera de la vista.
Una vez, había escuchado su voz, la voz de su esposa, mientras ella hablaba
con una criada.

Al instante, sus pies lo habían arraigado al lugar y apenas había podido


respirar. Había permanecido escondido a la vuelta de una esquina del pasillo
donde ella estaba parada, y solo cuando ella se alejó, el suave eco de sus pasos
siguiendo su estela, había sido capaz de moverse.

El sonido de su voz le había hecho algo que no podía entender, y más de una
vez, lo escuchó susurrar en su cabeza como si ella estuviera parada junto a él.

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

Caminar a lo largo de sus aposentos a veces le proporcionaba un poco de


alivio, calmando el temblor en sus músculos. Sin embargo, cuando eso fallaba,
Adrian llamaba al Sr. Spencer y después se reunía con su jardinero en el salón
de baile. Solo cuando forzaba su cuerpo hasta el punto de agotamiento, tenía
la sensación de estar dejando su corazón y su alma allí.

Su cuerpo ardía con el esfuerzo. Sus pulmones gritaban por ser aliviados. Su
sangre hervía con la agonía de sus demandas. Y, sin embargo, Adrian se sentía
liberado de las cargas de su vida.

Nuevamente, se perdió en la guerra, la determinación de la batalla, la forma en


que solo el aquí y ahora importaban y nada más. Había sido una vida simple y
mucho más adecuada para él, un hombre que no se atrevía a refrenar su propio
pasado ni a mirar hacia el futuro.

A medida que pasaban los días, seguía desgarrado con respecto a su decisión
de casarse con la hermana de Emery. A veces, sentía alivio por haber podido
ayudarla. Estaba decidido a darle todo lo que pudiera, esperando hacer las
paces así consigo mismo por no poder salvar a su hermano. ¿Cómo habría sido
su vida si Emery hubiera vivido? ¿Habría necesitado salvarla también?

Otras veces, se maldecía por permitir que la boda se llevara a cabo. Ahora, la
hermana de Emery estaba en Ravengrove, un lugar donde la felicidad se había
perdido hace mucho tiempo. Donde una maldición amenazaba a todos los que
le importaban. Donde siempre tendría que pisar con cuidado para no ponerla
en peligro también.

Desde que Emery había sido asesinado en su lugar, temía que otros pudieran
seguir su destino. Que la maldición pudiera atacar de nuevo, tomando otra
vida cerca de él. Y así, se había resistido con más o menos éxito a los intentos
de todos por atraerlo de vuelta a la vida en Ravengrove, gruñendo y
chasqueando como un perro rabioso y así, mantener a la gente a raya. Solo la
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señora Perry e Isabelle lo conocían demasiado bien como para no


malinterpretar sus acciones. Se negaban obstinadamente a dejarlo en paz, su
cuidado y compasión las conducía de vuelta a él una y otra vez.

Solo podía esperar que no tendrían que pagar por su insistencia ... con sus
vidas.

Afortunadamente, su nueva esposa no mostró inclinación a buscarlo, y Adrian


rezó para que las cosas continuaran así y poder seguir manteniéndola a salvo.

Pero, desde su llegada a Ravengrove, sus pesadillas habían sido


particularmente insistentes. Como si pudieran sentir su debilidad, su miedo
y supieran que era el momento de atacar. De nuevo, escuchó los gritos de su
hermano. De nuevo, el humo se apoderó de sus pulmones. De nuevo, sintió el
calor del fuego en su piel.

Una y otra vez, se despertaba empapado en sudor, su corazón martilleaba


contra sus costillas como si buscara liberarse. Ni siquiera el agua fría que
arrojaba sobre su cabeza logró enfriar su carne o ahuyentar los recuerdos que
persistían. Durante horas, permanecía de pie junto a la ventana, mirando hacia
la oscuridad de la noche y observando cómo el sol comenzaba a emitir sus
rayos sobre el cielo.

Se despertaba cada día exhausto, con ojeras, sus movimientos eran lentos
mientras que sus extremidades lo instaban a descansar. Aunque anhelaba el
olvido del sueño, no se atrevía a descansar por miedo a lo que podría esperarle
una vez que su subconsciente se hiciera cargo, abriendo la puerta al pasado y
permitiéndole regresar al presente.

Una noche, la lluvia caía del cielo en fuertes torrentes y un fuerte viento
azotaba contra las paredes exteriores, sus ráfagas sacudían las persianas de

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sus goznes. A lo lejos, Adrian pudo ver un rayo en el cielo, como una chispa
encendida, pero luego desapareció.

El miedo se apoderó de él, se arrastró por sus brazos y piernas y dejó la piel de
gallina a su paso. Sin previo aviso, los recuerdos volvieron a su mente, la
puerta que se había cerrado con llave hace solo un momento ahora estaba
abierta de par en par.

Inmóvil, Adrian se había quedado junto a la ventana, sin parpadear, mientras


esperaba el ensordecedor trueno.

¡Trueno!

Un sonido que ahora estaba irrevocablemente ligado a la noche que le habían


quitado a su familia. Un sonido que envió terror a través de sus huesos. Un
sonido que le hizo desear haber muerto con ellos.

Pero nunca llegó.

Esa noche, todo permaneció en silencio. La tormenta pasó por Ravengrove a


distancia, solo un leve eco de su fuerza visible. Aun así, Adrian pasó la noche
junto a la ventana, recordando, viendo con los ojos de su mente, incapaz de
separarse.

Debería haber muerto con ellos, pero no lo hizo. ¿Por qué?

Un golpe seco lo sacó de su ensimismamiento y su cabeza se alzó


dolorosamente.

Apenas un momento después, Isabelle entró en su habitación sin pensarlo dos


veces, con sus rizos rubios bailando sobre sus hombros y una suave melodía
en sus labios como si la vida fuera buena.

Podría haberla estrangulado en ese momento.

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

Afortunadamente, la melodía murió en sus labios cuando sus ojos azules


notaron su cara demacrada. Su mirada se amplió en sorpresa y desaprobación
antes de dejar la bandeja en sus manos y caminar hacia él.

—Mon Dieu, te pareces a la Muerte —, comentó, con las manos en jarras, y


una mirada de pura molestia en su rostro. — ¿Qué te estás haciendo?

Adrian resopló ante lo absurdo de la noción. Desde que podía recordar, se


había sentido completamente fuera de control cuando se trataba de su propia
vida. ¿Qué estaba haciendo realmente?

—¡Necesitas comer!

—¡Te dije que te mantuvieras alejada! — gruñó cuando ella tomó su brazo en
un esfuerzo por empujarlo hacia la mesa. —¡Te dije que no vinieras aquí! —
Sus ojos estaban duros mientras la miraba fijamente, y, sin embargo, ella ni
siquiera se estremeció.

En cambio, sus ojos azules también se endurecieron, como si aceptara su


desafío, preparándose para la batalla. — Di todo lo que quieras —, le dijo, con
determinación en su mirada, — Pero no prestaré atención a tus palabras hasta
que comiences a prestar atención a las mías.

—¡Soy el amo de esta casa!

Sus rasgos se suavizaron cuando le puso una mano en el brazo. —Y soy tu


amiga, te guste o no, y haré lo que deba para protegerte de ti mismo—. Una
suave sonrisa tocó sus labios. —Ahora, ven y come.

En el momento en que ella había entrado en su habitación, Adrián supo que


no podría resultar vencedor. No, Isabelle tenía una forma de desarmarlo que
le recordaba mucho a Emery. Él también sabía siempre exactamente qué decir
para meterse debajo de su piel, para ver la verdad y decirla sin temor a ofender.

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

Así, se encontró una vez más sentado a la pequeña mesa, llevándose una
comida a la boca que no saboreaba, mientras su mirada permanecía en la
ventana, barriendo las colinas distantes, verdes, exuberantes y prometedoras.
Un profundo anhelo creció en su corazón, y sus pensamientos una vez más se
desviaron hacia donde no deberían ir. —¿Cómo está ella?

Por un momento, Isabelle permaneció extrañamente callada. Solo cuando


apartó la mirada de la ventana Adrian detectó el curioso brillo en sus ojos
azules mientras lo miraba con gran interés.

—¿Qué? — exigió, metiéndose otro bocado en la boca y masticando


ruidosamente.

Isabelle se echó a reír y luego se encogió de hombros. — Oh nada. Parecía que


hubieras olvidado su existencia —. Luego se volvió para enderezar su ropa de
cama.

Adrian apretó los dientes, sabiendo muy bien que estaba ignorando su
pregunta a propósito. — ¿Bien entonces? — Sin embargo, preguntó, sabiendo
que necesitaba saber.

Una vez más, se volvió para mirarlo y las comisuras de sus labios se crisparon
con el conocimiento de su victoria. — ¿Bien qué?

Adrian se puso de pie, la ira ardiendo en sus ojos mientras la miraba. —¡No
juegues conmigo, Isabelle! ¡Te lo advierto!

Todo el humor abandonó su rostro antes de que ella se acercara a él,


lentamente. —Si desea saber, milord, entonces vaya y pregúntele usted
mismo—. Sus cejas se levantaron en desafío. Antes de que él pudiera
arremeter contra ella, se dio la vuelta bruscamente y salió de la habitación.

Respiró hondo, haciendo todo lo posible para calmar su ira antes de que
pudiera invadirlo. Luego se dirigió hacia la ventana, esperando que la imagen
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pacífica de las colinas verdes y el cielo azul lo calmara una vez más. No se
atrevió a detenerse en la pregunta de por qué su ira había surgido tan
abruptamente o por qué Isabelle lo había utilizado a propósito para
provocarlo.

No se atrevió a hacer estas preguntas por temor a que ya supiera la respuesta.

Luego, un movimiento abajo en los jardines llamó su atención, y se volvió


hacia él.

Apenas vio a la pequeña ardilla marrón grisácea antes de que corriera por el
tronco del pino, ansioso por verse a salvo. Sin embargo, lo que sí vio fue al
joven Liam, con su cabeza negra apareciendo de la nada en medio de un mar
de diferentes tonos de verde. Con la cabeza levantada, el niño caminó
cuidadosamente hacia el pino, sin duda su mirada fija en el pequeño animal
mientras lo miraba.

Durante un largo momento, ambos permanecieron donde estaban, apenas


moviendo un músculo, cuando una sombra cayó sobre Liam desde atrás.

El corazón de Adrián se encogió de pánico y, por un momento, se sintió


transportado de regreso al medio de un campo de batalla donde la Muerte
podría llegar a una persona desde cualquier lado en cualquier momento.
Apretó las manos y abrió la ventana con un grito de advertencia en la punta
de la lengua, cuando la sombra se movió ... y se detuvo junto a Liam.

Adrian se quedó quieto, las palabras se le quedaron en la garganta y se


encontró mirando a su encantadora y joven esposa.

Su cabello negro como un cuervo brillaba al sol, y el frío que aún permanecía
temprano en la mañana les había dado a sus mejillas un brillo rosado. Una
sonrisa se adhirió a sus labios mientras pasaba una mano sobre el hombro de

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Liam, alertando al niño de algo en el árbol. Su brazo apuntaba hacia arriba, y


la mirada de Liam la siguió.

Otra ardilla estaba sentada en una rama, mirándolos con idéntica atención.

Se intercambiaron palabras susurradas entre los dos, y pudo escuchar el débil


eco de la voz de su esposa cuando se elevó en una brisa fuerte, subiendo más
y más hasta que encontró sus oídos. No pudo entender las palabras, pero sabía
que no era más que alegría lo que le daba fuerza a su voz.

Transfigurada, Adrian la observó, prestó atención al brillo en sus ojos cuando


miró a Liam. Escuchó la risa entrecortada burbujeando de sus labios cuando
la ardilla dejó caer su nuez y golpeó a Liam en la cabeza.

Sonriendo, el joven se pasó una mano por los rizos antes de que su esposa se
inclinara para inspeccionar su cabeza con gran diligencia, como si temiera
haber sido gravemente herido. Aun así, una sonrisa se aferró a sus labios, y
Adrian se dio cuenta de que abajo había una mujer que voluntariamente
desafiaba el destino.

A pesar de los obstáculos que el mundo había lanzado frente a sus pies una y
otra vez, se había negado a inclinar la cabeza y rendirse. No, allí estaba ella,
sonriendo y riendo, decidida a encontrar la felicidad una vez más.

Aunque solo fuera un momento.

Un momento breve y fugaz.

Adrian hizo una pausa mientras la miraba, recordando cómo Grant había
hablado de ella cuando había venido a Ravengrove en busca de su ayuda. La
había llamado delicada y, de hecho, su delicada constitución sugeriría que era
una mujer incapaz de resistir la dureza del mundo y que era una mujer que
necesitaba protección. Sin embargo, Grant también había hablado de una
fuerza interior, una que él mismo había descubierto recientemente que poseía.
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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

Mirándola ahora, tenía que estar de acuerdo con la evaluación de su amigo. De


hecho, como Emery, ella parecía frágil. Sin embargo, sus ojos grises plateados
brillaban con una voluntad de sobrevivir, de vivir, que rara vez había visto en
personas que habían sufrido como ella.

Una parte de Adrian la envidiaba mientras que la otra temía que su voluntad
pudiera romper la de él ... y condenarlos a ambos.

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

Capítulo ocho
El ala oeste
Traducción Yanila

Un fuego cálido ardía en la chimenea mientras el viento azotaba la antigua


fortaleza. La lluvia golpeaba las ventanas, pero el interior estaba seco y
acogedor.

Suspirando, Eugenie se acurrucó más profundamente en el sillón tapizado en


la pequeña sala de estar fuera de su dormitorio. Una manta le calentaba las
piernas y un libro descansaba en su regazo mientras sus ojos miraban las
llamas danzantes, proyectando luces parpadeantes en la habitación.

El sueño la había evadido, por lo que se levantó, se puso una bata y luego volvió
a terminar el libro que había comenzado la noche anterior.

La oscuridad todavía se aferraba al mundo, y la oscuridad de la noche flotaba


en el aire. Además de la tormenta fuera de su ventana, la quietud se aferraba a
la casa, y sentía como si pudiera escuchar el suave aliento de aquellos que
dormían pacíficamente en Ravengrove.

Su mano se deslizó debajo de la manta y se detuvo sobre la hinchazón casi


imperceptible de su vientre. Como siempre, la idea de su hijo calentó su
corazón y una sonrisa apareció en su rostro al imaginarse diez dedos pequeños

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

de manos pies. —No puedo esperar para conocerte —, susurró en la quietud


de la noche. —Tendrás que ser fuerte, pero estarás bien. Lo sé.

Imágenes de su hermano vinieron a su mente. Vio la gentil amabilidad de su


sonrisa, así como la dura determinación de sus ojos grises. ¡Si tan solo pudiera
verlo una vez más y que él la mirara...! Siempre le había dado su fuerza y una
feroz creencia de que todo estaría bien. Durante el tiempo que Emery había
vivido, nunca había tenido realmente miedo. La había hecho sentir segura de
una manera que nadie más lo había hecho.

Había sido su hermano y siempre la había cuidado.

Y ahora se había ido.

Habían pasado dos años desde que Eugenie regresó de un paseo por los
jardines y encontró a su padre desplomado en la silla de su escritorio, con la
cara enterrada en sus manos. Las lágrimas habían surcado su rostro, y solo
cuando la había visto fue capaz de contener los sollozos desgarradores que le
arrancaban la garganta.

Ella los había escuchado, y su corazón se había roto en mil pedazos ese día,
sabiendo sin necesidad de decir una palabra por qué sus ojos de tenían esa
tristeza, esa pena que le destrozaba el alma.

Su mundo entero había cambiado ese día como si ya no pudiera sostenerse en


pie sin Emery en él.

Y luego su padre había sucumbido a su dolor y la había dejado sola en el


mundo.

Ni una sola vez desde que perdió a su hermano, se había sentido


verdaderamente segura. Lord Wentford había sido un esposo amable y
Wentford Park había comenzado a sentirse como en casa. Aun así, había algo,
algo que ni siquiera podía nombrar, que siempre había estado presente. Era
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como si una parte de ella hubiera sabido todo el tiempo que no se le permitiría
quedarse. Que su tiempo en Wentford Park era solo temporal.

¿Y en Ravengrove? No podía evitar preguntarse. ¿Se quedaría allí por el resto


de sus días? ¿Era realmente su hogar ahora? ¿Para bien?

Durante las últimas dos semanas, había comenzado a explorar la casa,


haciendo todo lo posible para orientarse sin perderse. Por extraño que
pareciera, rara vez había visto a Liam en esas exploraciones. Sin embargo, cada
vez que se había perdido, él siempre la encontraba, guiándola hacia atrás y
mostrándole el camino.

Tan tranquilo y tímido como parecía el niño, sus ojos grises a menudo
brillaban con el anhelo de compañía, de reconocimiento, de un lugar que fuera
suyo en ese mundo. Ansiosamente respondió todas sus preguntas y compartió
con ella los secretos de Ravengrove.

Aparentemente, Liam también creía que los fantasmas deambulaban por los
pasillos. Le habló de misteriosos sonidos en la noche y de gemidos de agonía
y tortura. Se le ponía la piel de gallina cada vez que lo contaba y, al mismo
tiempo, sus ojos brillaban con una sensación de aventura. — Un día, veré uno
—, le había dicho con voz solemne. —Y luego lo ayudaré. Tienen asuntos
pendientes, ¿sabes? ―

Eugenie le había sonreído, apretando su manita mientras otro escalofrío


sacudía su delicado cuerpo. — Eres un joven muy amable — le había dicho, y
él se hinchó radiante de orgullo.

Aunque sus temperamentos no podrían ser más diferentes, Liam a menudo le


recordaba a su antigua hijastra, Milly. Los niños tenían una forma única de
dar forma al mundo para que se ajustara a sus propios deseos y expectativas,
y le alegraba el corazón ver a Liam tan absorto en esas historias de fantasmas

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de Ravengrove. Porque a pesar de los ligeros temblores de los que nunca


parecía poderse sacudir, claramente amaba el papel de aventurero que había
encontrado para sí mismo.

Suspirando, Eugenie se preguntó a qué edad perdió la capacidad de pretender


simplemente que el mundo era como uno quería que fuera y, desde ese
momento, se vio obligada a verlo bajo una luz más severa.

—Oh, no, no lo harás — se reprendió Eugenie mientras apretaba los dedos


alrededor del libro en su regazo. —Pensamientos como estos solo te harán
sentirte miserable—. Tragando saliva, parpadeó para alejar la persistente
oscuridad y la desesperación que podía sentir invadiendo su corazón. De
hecho, pensamientos como estos eran peligrosos porque tenían el poder de
romper el espíritu de uno y sumergirlo en un abismo negro desde donde no
habría retorno.

No, la vida era buena, se recordó. Después de todo, su hijo nacería dentro del
matrimonio y crecería en un hogar confortable. A pesar de que se hablaba de
fantasmas y de rumores sobre una maldición que descansaba sobre
Ravengrove, no había encontrado más que amabilidad en este lugar.

La señora Perry, en particular, la había ayudado a sentirse más cómoda allí.


Como el corazón y el alma de Ravengrove que era, la robusta ama de llaves
había hecho todo lo posible para asegurarse de que su nueva ama se instalara
en su nuevo hogar. Era una mujer entrañable, siempre acompañada de una
cálida sonrisa y un puño ondeante, con la cuchara de madera metida en la
cadena de su delantal, trabajando día y noche para asegurarse de que la casa
funcionara sin problemas y todo fuera como debería ser.

Isabelle también se había convertido en una querida amiga. A pesar de sus


sospechas iniciales de que la joven tenía una conexión más íntima con Lord
Remsemere de lo que debería tener un sirviente, no había visto ninguna
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evidencia que apoyara estos pensamientos. Por el contrario, Isabelle parecía


decidida a hacer que ella se sintiera como en casa, haciéndole compañía cada
vez que podía. Su alegría natural era un bálsamo para los tensos nervios de
Eugenie y la charla continua de la joven ayudaba a distraerla de sus
pensamientos sombríos durante sus primeros días en Ravengrove.

El viento aullaba fuera y, con una última mirada, Eugenie cerró su libro y lo
dejó a un lado. Luego se puso de pie y se acercó a la ventana. —Parece que se
acerca una tormenta— le susurró a su hijo por nacer, con una mano aún
apoyada protectoramente sobre su vientre.

La lluvia caía con fuerza, las pesadas gotas sonaron como guijarros arrojados
a las ventanas. El aullido aumentó, y luego se escuchó un fuerte estallido que
resonó desde algún lugar en lo profundo de Ravengrove.

Eugenie se encogió cuando la piel de gallina se le puso en brazos y piernas. Al


instante, las palabras susurradas de fantasmas de Liam que deambulaban por
los pasillos volvieron a su mente, y tragó saliva con dificultad, sintiendo que
la piel se erizaba con la espeluznante noche.

Luego cerró los ojos y una pequeña sonrisa llegó a sus labios. —No hay
fantasmas —, se recordó a sí misma, sintiéndose como una niña otra vez,
temerosa de la oscuridad. —Probablemente fue solo el viento que cerró una
puerta o una persiana. Nada más — Una pequeña risita surgió de su garganta
mientras miraba su mano sobre su vientre, imaginando la pequeña vida en su
interior. —Debes pensar que soy una tonta ―

Un destello de luz cruzó el cielo un momento después, iluminando la noche,


y se estremeció de nuevo. Aun así, un segundo después, la risa se derramó de
su boca cuando su mirada barrió la oscuridad una vez más. —Tonta o no,
supongo que esta es una noche para historias de fantasmas, ¿no te parece? ―

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Miró la puerta de su habitación, pero rápidamente abandonó la idea de


retirarse a la cama. —De todos modos, no podré dormir, así que podría buscar
otro libro —. Agarrando la vela solitaria puesta en la mesa junto a la silla que
había dejado unos minutos antes, salió al pasillo. — ¿Para qué estás de humor,
mi vida? ―

La oscuridad la envolvió mientras se alejaba de la puerta de sus habitaciones,


su capa pesada se tragaba la escasa luz de su vela. —Afortunadamente —
murmuró en voz baja mientras luchaba contra el impulso de darse la vuelta y
volver corriendo a su habitación — la biblioteca de Ravengrove está bien
abastecida. Dudo que alguien pueda leer todos estos libros en una sola vida
—. Forzó una sonrisa cuando el aullido del viento aumentó hasta casi ser un
ensordecedor rugido. —Bueno, considerando la falta de entretenimiento que
hay en este lugar, probablemente tendré tiempo suficiente para probar esa
teoría ―

Paso a paso, Eugenie regresó al vestíbulo y pronto llegó a la escalera de caracol


que conducía a la planta baja. La oscuridad se aferraba a todo. Pero los
destellos que surcaban el cielo de vez en cuando proyectaban sombras
misteriosas. De hecho, era una noche para perseguir fantasmas, y se preguntó
si Liam estaría despierto en algún lugar de Ravengrove, tratando de ayudar a
una pobre alma a lidiar con sus asuntos pendientes.

—Dios, espero que no — murmuró Eugenia en voz baja. Su corazón se calentó


al pensar en la bondad y la compasión de Liam, incluso hacia un fantasma.

Caminando cuidadosamente por la escalera este, se estremeció cuando otro


fuerte trueno resonó a través de la antigua fortaleza.

Molesta consigo misma, apretó los dientes e inhaló profundamente,


negándose a huir de regreso a su habitación. No, ella no mostraría miedo, sin

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importar cuánto se erizara su piel. Levantando la barbilla, miró hacia la


oscuridad y dio un paso adelante.

¡Bang!

Maldiciendo por lo bajo, decidió que la mejor manera de superar su miedo era
revelar al fantasma como el impostor que era. Después de todo, en este punto,
no solo no se podía dormir, sino que volver a sentarse en su sillón y centrar su
atención en un nuevo libro parecía igualmente improbable.

Permaneció de pie en el rellano entre las dos escaleras sinuosas, una de las
cuales conducía al ala este mientras que la otra la guiaría hacia el ala oeste.
Durante largos y eternos momentos, simplemente se quedó parada allí y
escuchó.

Pero todo permaneció en silencio; lo más tranquilo posible para una noche de
tormenta.

—Ciertamente — se burló, tocando su pie para ahuyentar su miedo, — Ahora


que lo estoy escuchando, no hay nada que escuchar. Ven, pequeño fantasma,
muéstrate... ―

¡Bang!

De nuevo, ella se encogió, y un nudo se asentó en su garganta cuando se volvió


hacia el ala oeste. Una pequeña voz le susurró sobre la demanda de su marido
de que no entrara en la mitad occidental de Ravengrove. Aun así, lo ignoró,
decidida a no encogerse de miedo, así que levantó el pie y lentamente subió
las escaleras.

En la oscuridad, algo inquietante parecía persistir como una espesa niebla,


volviéndose más densa con cada paso que daba hacia el ala oeste. La vela
comenzó a parpadear cuando una corriente fría la rozó, le enfrió la piel y la

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enraizó momentáneamente. —¿Ves? — susurró en la oscuridad, haciendo


todo lo posible para hablar alrededor del nudo en su garganta. —Es solo una
ventana abierta. La encontraré y la cerraré, y luego habré terminado con este
fantasma ―

Paso a paso, recorrió el largo pasillo. Se preguntó si debería despertar a


alguien, pero rápidamente descartó el pensamiento. ¡No era necesario que
todos pensaran en ella como una tonta nerviosa!

Una gruesa alfombra cubría el piso y pinturas al óleo decoraban las paredes, a
diferencia de los pasillos en el ala este. Sin embargo, cuanto más avanzaba,
más se rancio volvía el aire. Cuando otro destello de luz iluminó su entorno,
vio que el polvo permanecía en el aire como si la vida hubiera abandonado este
lugar hacía mucho tiempo. ¿Su marido realmente residía aquí?

¡Bang!

Su cabeza se giró hacia la izquierda y sus ojos se posaron en una puerta


cerrada. Inhalando una respiración profunda, se acercó a ella, escuchando
atentamente. Afortunadamente, todo permaneció en silencio, y su mano
obedeció cuando quiso extender la mano y empujar hacia abajo el mango.

Lentamente, la puerta se abrió, sus bisagras estaban secas por falta de uso. El
aire viciado se abalanzó sobre ella y tuvo que tragar para reprimir la tos. Aun
así, cuando tomó otro respiro, una nueva frescura que no había notado antes
permanecía en el aire.

Al entrar en la habitación, sonrió cuando notó la ventana abierta. —¿No te


dije que no había nada de qué preocuparse? — le susurró a su hijo mientras
entraba en la habitación. —Es simplemente el viento ―

Al acercarse, encontró la ventana abierta y el obturador golpeando


fuertemente en la pared exterior. La lluvia había formado un charco justo
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debajo de la ventana, y se movió con cuidado mientras colocaba los pies en el


suelo húmedo. —No hay necesidad de caerse—, murmuró en voz baja cuando
extendió la mano y cerró la persiana, asegurándola en su lugar. —Allí. Hecho

Una pequeña sensación de orgullo y logro llenó su corazón cuando cruzó el


charco. Después de cruzar la habitación, volvió a salir al pasillo. —¿Ves? — le
susurró a su hijo. —Sin fantasmas. Solamente… ―

Un gruñido amenazante sacudió el aire nocturno.

Su mano apretó dolorosamente en el candelabro cuando su corazón se detuvo


momentáneamente. Su aliento se congeló en los pulmones, y sus pies se
negaron a moverse más mientras giraba lentamente la cabeza, sus ojos
miraban por el pasillo ...

... hacia el ala oeste.

Sabía que debía regresar a su habitación. Debería correr y dejar atrás este
lugar. Lo sabía con cada fibra de su ser ...

... pero no pudo.

Involuntariamente, sus pensamientos volvieron al fantasma de Liam y la


fuerte creencia del niño de que sin importar quién fuera el fantasma,
necesitaba su ayuda. A pesar de su miedo, Liam nunca había pensado en el
fantasma como hostil, sino como alguien con dolor, y su compasión lo había
instado a ayudar.

Inhaló un aliento fortificante, deseando quedarse donde estaba. Fantasma o


no, ella también había escuchado dolor en ese gruñido.

Agonía.

Terror.
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Por supuesto, quien había hecho ese sonido no era un fantasma, sino una
persona de carne y hueso. Estaba segura de ello. Y, sin embargo, esa
conclusión planteó la siguiente pregunta: ¿quién era?

Tragó saliva, sabiendo que solo había una respuesta. ¿Quién más podría ser el
fantasma si no la bestia de Ravengrove?

Lord Remsemere.

Su marido.

La vela comenzó a parpadear nuevamente cuando las manos de Eugenie


temblaron con lo que sabía que tenía que hacer. Nunca su hermano se había
alejado de alguien necesitado, y ella era la esposa de Lord Remsemere sin
importar las circunstancias de su matrimonio. ¿No era su deber velar por él?
¿Para asegurarse de que estaba bien?

En su mente, vio los bondadosos ojos grises de su hermano mirándola,


instándola a seguir, y supo que no podía decepcionarlo. Toda su vida había
atendido la llamada de ayudar a otros. Incluso lo había seguido al campo de
batalla, y le había costado la vida. Aun así, incluso sabiendo hacia dónde lo
llevaría su camino, no dudaba de que su hermano hubiera hecho lo mismo de
nuevo.

Pasó un momento antes de que notara que sus pies habían comenzado a
moverse por sí solos, llevándola más lejos por el pasillo. Levantó su vela y vio
telarañas colgando en las esquinas y una fina capa de polvo que se aferraba a
los marcos de las paredes. Los retratos parecían cubiertos por un velo de
polvo, sus colores y líneas distorsionadas, dando una imagen equivocada de
las personas que alguna vez vivieron en este lugar. Parecía que la mitad de
Ravengrove había sido casi olvidada, abandonada en un pasado que no tenía

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nada más que dolor. Entonces su mirada se dirigió hacia arriba, e incluso en la
tenue luz de su vela, vio el gran agujero en el techo sobre ella.

Allí, nada más que negrura esperaba, y se preguntó qué había sucedido al
rasgar una sección tan grande de vigas y tablas resistentes desde el techo. La
idea de una bala de cañón cruzó por su mente, pero luego su mirada se desvió
hacia adelante y sus ojos recorrieron las rayas de cenizas.

—Un incendio — murmuró en voz baja, recordándose cómo había muerto la


familia de su marido. Un escalofrío le recorrió la espalda al pensar en lo que
había sucedido aquí hace tantos años y su mano protectora fue hacia su
vientre.

Con cada paso que daba, las rayas negras se agrandaban hasta que las paredes
a su alrededor parecían completamente carbonizadas, las pinturas ardían sin
dejar nada de ellas. El humo parecía persistir en el aire y, por un momento
deslumbrante, temió que el fuego se desatara una vez más.

Un gemido llenó el aire, ahora menos amenazante, pero más bien lleno de
dolor y arrepentimiento como si estuviera atormentado por un recuerdo que
no lo liberaría.

A pesar de su propio terror, sintió que su corazón estaba con su esposo,


recordando muy bien el dolor y la desesperación que había sentido por la
muerte de su hermano y luego por la muerte de su padre. ¿Qué le hubiera
hecho si los hubiera visto morir en agonía? ¿Había estado su marido allí la
noche que su familia había muerto en las llamas?

La idea le provocó un escalofrío en las extremidades, y se encontró avanzando


con pasos determinados. Las paredes ennegrecidas la envolvían como si
estuviera bajando al infierno, y su corazón latía violentamente, casi
dolorosamente, en su pecho. Sus ojos permanecieron fijos en la oscuridad que

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tenía delante, al final del corredor, porque Eugenie sabía, más allá de la sombra
de la duda, que era donde encontraría a su marido.

Lejos del resto de Ravengrove.

Tan lejos como fuera posible.

Cuando finalmente llegó al final del largo pasillo, casi entró por la puerta
chamuscada, que apenas colgaba de sus bisagras por su aspecto, ya que
parecía tan negra como la noche a su alrededor. Conteniendo el aliento,
levantó la vela e inspeccionó la pesada puerta de roble. Luego su mano fue
hacia el mango ennegrecido y, después de respirar profundamente, lo empujó
hacia abajo.

Sorprendentemente, las bisagras estaban bien engrasadas y la puerta se abrió


sin hacer ruido. El aire frío se encontró con ella, y sus ojos se movieron hacia
las tres ventanas abiertas en la pared del fondo. La lluvia caía y el viento
entraba en la habitación, sus remolinos agarraban su bata y camisón y tiraban
de ellos.

Otro destello cruzó el cielo, revelando un tenue contorno de la oscura


habitación. Una mesa y una silla estaban cerca de la ventana de la derecha y
un armario estaba en la parte de atrás. El único otro mueble era una cama con
dosel sin cortinas. Descansaba cerca del armario en la pared del fondo, sola y
desierta, sus sábanas completamente blancas bajo la tenue luz.

Y vacía.

Eugenie tragó saliva mientras sus pensamientos corrían. Si su esposo no


estaba en la cama, ¿dónde estaba? Un escalofrío le recorrió la espalda mientras
miraba a su alrededor, temiendo que él, en cualquier momento, pudiera saltar
sobre ella desde las sombras que la rodeaban. Después de todo, él le había
pedido que se mantuviera alejada, ¿no? ¿Qué haría si la encontrara aquí?
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Sin embargo, antes de que pudiera analizar ese pensamiento tan


desconcertante, otro gemido atravesó la noche de tormenta, avergonzando
incluso al trueno. Sin pensarlo, dio un paso adelante hasta que sus ojos se
posaron sobre una pila de mantas en el piso al lado de la cama. Un ceño
fruncido arrugó su frente, pero luego abrió mucho los ojos cuando vio que las
mantas se movían.

Por enésima vez esa noche, su corazón se detuvo bruscamente mientras


miraba a la oscura figura girando y girando como si sintiera dolor. ¿Se había
caído de la cama? ¿O había dormido en el suelo?

Sabía que debía irse. Sería mejor para ella. ¿Pero qué había de él?
Curiosamente, su dolor la afectó, abriéndose paso en su corazón hasta que le
dolió aún más. No, ella no podía dejarlo. Dejaría que se enfureciera con ella
por encontrarla en su habitación, pero no podría abandonarlo a sus pesadillas.

Tragando su miedo, se acercó a él.

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Capítulo Nueve
Un momento raro
Traducción: Nina

Adrián sabía que estaba soñando, y, sin embargo, era más que una simple
pesadilla.

También era un recuerdo.

Algo que había sido real y verdadero y que había sucedido en algún momento
de su vida. No era algo que su subconsciente hubiera conjurado para ayudarlo
a manejar los eventos de su pasado. No, este era su pasado.

Y él lo revivía noche tras noche.

Luego, se había perdido en el sueño, acurrucado en su cama después de un


largo día con su familia en el bosque. De vez en cuando, iban a cazar en el
bosque que bordea Ravengrove, disfrutando de su tiempo juntos. Había sido
idea de su madre porque ella siempre había enfatizado la importancia de que
sus hijos estuvieran uno al lado del otro, hombro con hombro como hermanos.

Adrián recordaba bien la sensación de unidad con sus hermanos. Tan


diferentes como eran cuando se trataba de temperamento y talento, en los
momentos en que sus padres les asignaban una tarea que completar,
trabajaban como uno solo. Como si supieran sin lugar a dudas lo que los
demás estaban pensando, sintiendo o contemplando.

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Era esa sensación lo que Adrián había extrañado más en los últimos años.

Había sido reemplazada por un sentimiento de soledad.

Exilio.

El trueno se estrelló en la distancia, y Adrián sintió que su cuerpo se sacudía


de terror. Aun así, a pesar de la reacción de su cuerpo ante la tormenta que se
acercaba, sus sueños no lo liberarían. Lo sujetarían, obligando a su mente a
regresar a otra noche.

Otra tormenta.

Una que lo dejaba demasiado exhausto como para prestar atención a la


amenaza que se aproximaba. Entonces, no lo había considerado una amenaza
en absoluto. Se había perdido en un sueño profundo y pacífico.

En ese sentido, sus sueños diferían de la realidad de lo que había sucedido


porque, en sus sueños, Adrián nunca se perdía en un sueño tranquilo. En sus
sueños, siempre estaba acostado en la cama completamente despierto, pero
incapaz de moverse.

Escuchaba el estallido del trueno en algún lugar arriba.

Sentía la vibración de un rayo golpeando el techo.

Olía el fuego mientras se extendía rápidamente.

Y después veía las llamas.

El fuego llegaba a su habitación desde arriba, las llamas lamían las vigas de
madera mientras se alcanzaban la parte de abajo. El aire se calentaba y el humo
le subía por la boca y la nariz como si tuviera el único propósito de sofocarlo.
A la velocidad de la luz, el fuego se extendió por la habitación y en solo unos
instantes, todo estaba en llamas.

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Adrián sabía que iba a morir.

Estaba seguro de ello.

Y de repente, pudo moverse.

Una vez más, sus extremidades obedecieron cuando las impulsó hacia
adelante, fuera de la cama y hacia la puerta. Seguía respirando con dificultad,
tenía tos áspera, y sus extremidades se movían lentamente como si pesaran
una tonelada. Pero al menos se movían.

Recordaba haberse tirado al suelo, respirando cuidadosamente, mientras se


acercaba a la puerta. El calor era insoportable, y gotas de sudor le caían por la
frente, caían en sus ojos y nublaban aún más su visión.

Pese a todas las dificultades, siguió adelante, sabiendo que no tenía otra
opción si deseaba vivir, si deseaba salvar a su familia. Una parte de él sabía,
recordaba, que no podía salvarlos. Pero en sus sueños, la esperanza aún
existía.

Esperó ser aplastado por el techo.

Con sus últimas fuerzas, logró abrir la puerta. Hizo todo lo posible por
respirar, pero sus pensamientos volvieron hacia su familia y, antes de darse
cuenta, volvió a ponerse de pie, mirando hacia el pasillo donde las llamas
devoraban las paredes y el techo.

El pánico se apoderó de su pecho mientras avanzaba tambaleándose, sus ojos


estaban fijos en las llamas que envolvían las puertas que conducían a las
habitaciones de su familia.

Un grito atravesó el crepitar del fuego, y la sangre en las venas de Adrián se


convirtió en hielo. Sus músculos se tensaron y estaba a punto de lanzarse

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

hacia adelante cuando una fuerte grieta destrozó el mundo a su alrededor y,


un momento después, una parte del techo se derrumbó.

Instintivamente, Adrián saltó hacia atrás. Aun así, un gran trozo de madera
cayó sobre sus piernas, haciendo que tropezase y cayera al suelo. Su camisa de
dormir se incendió y rodó de un lado a otro, haciendo todo lo posible para
extinguir las llamas mientras su piel gritaba en agonía.

Pasaron unos momentos preciosos hasta que Adrián finalmente logró ponerse
de pie y se puso de pie frente a la barricada en llamas que cortaba el acceso a
las habitaciones de su familia.

Podía oírlos gritar.

Gritando su nombre.

Gritando por ayuda.

Gritando de dolor, terror y agonía.

Y sin embargo, incluso hoy, Adrián no estaba seguro de si realmente los había
escuchado o si había sido solo su imaginación, torturándolo con la impotencia
que había sentido en ese momento.

Toda su vida, sus padres y hermanos habían estado allí. Siempre cerca.
Siempre cerca. Siempre con él. Siempre se habían mantenido juntos, y ni una
sola vez se había sentido realmente asustado porque nunca había estado solo.

Pasara lo que pasara, no estaba solo. Siempre lo había sabido. Había sido el
mayor consuelo de su corta vida.

Pero en ese momento, cuando cayó derrotado en el suelo y miró las llamas, las
lágrimas corrieron por sus mejillas mientras el calor del fuego dejaba ampollas
en su piel, pudiendo sentir cómo se deslizaban una por una.

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Todo el miedo, el dolor y la desesperación que nunca antes había sentido lo


envolvieron en ese momento.

Solo.

Estaba completamente solo.

En ese punto, sus sueños generalmente lo arrastrarían a un abismo negro,


torturándolo con lo que había visto y sentido, obligándolo a imaginar cómo
su madre, su padre y sus hermanos habían muerto esa noche.

Adrián ya podía sentir que extendía sus garras por él.

Pero entonces algo cambió.

Aunque su piel todavía ardía con el calor del fuego, de repente sintió una
calma relajante extenderse sobre su mejilla izquierda. Por un momento,
permaneció allí como vacilante, pero luego rozó su frente y su otra mejilla. Su
cabeza comenzó a aclararse, y podía sentir que la oscuridad se retiraba como
si ahora no se atreviera a alcanzarlo.

El aliento quedó atrapado en la garganta de Adrián cuando se dio cuenta de


por qué.

Ya no estaba solo.

Alguien estaba con él.

Alguien.

Sus ojos se abrieron de golpe y, por un breve momento, todo lo que vio fue
oscuridad. Pero luego parpadeó y la imagen se aclaró, revelando los rasgos
gentiles de su esposa que se cernían sobre él.

Sus ojos se abrieron mucho por la sorpresa y, sin embargo, pudo ver
preocupación en esas piscinas plateadas que brillaban como dos lunas en el

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cielo nocturno. Su mano todavía descansaba en su mejilla, cálida y viva contra


su piel húmeda, y por un momento, un momento raro, Adrián simplemente
quiso hundirse en sus brazos y que ella lo abrazara de vuelta.

—Estás bien ahora —susurró ella, su voz era amable pero temblaba cuando
su mano dejó su mejilla y sus dedos suavemente apartaron un mechón de su
frente. —Solo ha sido un sueño.

Durante un momento maravilloso, sus palabras calmaron el doloroso dolor en


el corazón de Adrián y él no quiso nada más que agradecerle por su
amabilidad. Entonces, su mente le recordó dónde estaba, donde ellos estaban,
y lo que acababa de presenciar.

Avergonzado por el control que sus sueños aún tenían sobre él después de
todos los años pasados, Adrián se puso de pie, apretando su mandíbula con
fuerza mientras trataba de contener la tormenta de emociones que ahora
corrían hacia la superficie.

—¡Te dije que no vinieras aquí! — gruñó cuando ella tropezó hacia atrás.

—Lo siento — tartamudeó ella con los ojos muy abiertos y temerosos,
mientras se apartaba de él.

Frotándose la cara con una mano para ahuyentar los últimos fragmentos de
sus sueños que aún se aferraban a su mente despierta, Adrián la acorraló.

—¡Nunca vengas aquí! ¡Nunca! — a ciegas, la alcanzó, sintió sus manos


cerrarse alrededor de sus brazos antes de tirar de ella contra él, sus ojos ardían
sobre los de ella. —¿Escuchaste lo que dije? ¡Nunca vengas aquí! ¡Nunca!

Su pecho subía y bajaba con rápidas respiraciones mientras lo miraba con los
ojos muy abiertos. Aun así, no era simplemente miedo a él lo que vio allí.

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—Lo siento — susurró, su voz ya no temblaba. —No quise entrometerme. No


quise ... — Pesarosa y llena de tristeza, pero sus ojos grises plateados no se
apartaron de los suyos. —Lo siento.

En el fondo, Adrián sabía que no se estaba disculpando por entrar a su


habitación, por ignorar su pedido de mantenerse alejada. No, ella había visto
el horror que vivía en sus sueños. Incluso en ese momento, sus ojos parecían
mirar más allá de la cicatriz en su rostro y la ira grabada en cada fibra de su
ser. Estaban mirando más profundo, viendo algo que nadie había visto antes.

Algo que nunca había dejado que nadie viera antes.

Respirando con dificultad, Adrián la miró fijamente, por una vez desgarrado
sobre qué debía hacer. Podía sentir su cuerpo cálido y vivo en sus brazos.
Podía sentir su presencia alejar el vacío en su corazón. Podía sentir su
compasión y su deseo de ayudar.

Suspiró. Ella realmente era la hermana de Emery.

Pero al igual que Emery, vio demasiado, y pudo sentir sus entrañas retorcerse
y girar bajo su mirada. En respuesta, todos los músculos de su cuerpo se
endurecieron mientras hacía todo lo posible por ignorar la abrumadora
inquietud de volver a mirarlo así.

—¡Sal!

Ante su gruñido, su esposa se estremeció y contuvo el aliento.

—Por favor, libérame —, susurró, tratando de dar un paso atrás, pero fue
incapaz de hacerlo ya que sus manos todavía la sostenían contra él.

Adrian parpadeó y luego retiró las manos como si le quemaran.

—¡Sal! — gruñó una vez más, haciéndola huir de la habitación.


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Huyendo de él.

De pie en medio de su cámara mientras el viento frío se arremolinaba a su


alrededor y le ponía la piel de gallina, escuchó sus pasos alejándose y resonar
por el pasillo. Su pecho se agitaba con rápidas respiraciones, y su cuerpo se
enfrió, su calor ahora ausente. Una vez más, el recuerdo de sus sueños se
acercó sigilosamente, sin miedo de atacarlo, sintiendo que, de nuevo, era
vulnerable.

El olor a humo aún permanecía como siempre cuando se despertaba de una


pesadilla, y se preguntó si alguna vez volvería a respirar aire fresco. Debilitado,
se acercó a las ventanas y las cerró una por una, sus pies pisaron los charcos
helados que dejó la lluvia en el suelo. Sus ojos permanecieron en el cielo oscuro
cuando, de repente, un rayo brilló una vez más.

Adrian se encogió y rápidamente se dio la vuelta antes de tropezar unos pasos


contra la pared del fondo. Hundiéndose, levantó las piernas y se rodeó las
rodillas con los brazos. Su cabeza se sentía pesada, y ya no pudo evitar que
cayera hacia adelante hasta que descansase sobre sus rodillas dobladas.

Entonces el trueno cayó en la distancia, y los brazos de Adrián se apretaron


alrededor de sus rodillas. Su mandíbula se tensó y cerró los ojos cuando los
gritos de su familia una vez más resonaron en sus oídos. ¿Se detendría esto
alguna vez?

Al menos su esposa estaría a salvo ahora.

Incluso a pesar de la compasión que compartía con su difunto hermano,


después de lo que había presenciado esa noche, después de la forma en que le
había gruñido en la cara, estaba seguro de que no volvería. Había visto a la
Bestia de Ravengrove y, sin duda, la había atterorizado. No, ella nunca
volvería a entrar en el ala oeste.

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Estaba seguro de ello.

Una parte de él sentía pesar por la forma en que la había asustado y, sin
embargo, sabía que había sido necesario. Ella no debería haber ido allí en
primer lugar, y era su responsabilidad asegurarse de que nunca volviera a
hacerlo. Cuanto antes supiera la verdad, mejor.

La mantendría alejada.

La mantendría a salvo.

Eso, era lo menos, que podía hacer por ella.

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Capitulo Diez

Sobre una taza de té


Traducción Sol Rivers

Sintiendo su corazón tronando en su pecho, Eugenia huyó del ala oeste.

Incluso ahora, podía ver la mirada monstruosa en los ojos de su esposo, sentir
sus manos como grilletes de hierro envueltos alrededor de sus brazos y
escuchar la dureza del tono de su cuando había ordenado su presencia.

El miedo había estado en la habitación con ellos. Eugenia lo había sentido casi
como un ser separado. Tan monstruoso como su esposo parecía, había sentido
algo más en la forma en que él había mirado, la forma en que había aferrado a
ella.

Como si una parte de él no hubiera querido que se marchara.

Tropezando a ciegas, sus pensamientos corrían frenéticos mientras intentaba


hacer lo que podía para reducir su respiración, soltó un pequeño grito cuando
alguien se puso repentinamente en su camino.

— ¡Mi señora! — La señora Perry exclamó, con una mano en el pecho y la otra
levantada, sosteniendo su cuchara de madera. — ¿Qué demonios hacéis
levantada a esta hora?

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Sorprendida, Eugenia miró fijamente a la robusta ama de llaves, incapaz de


formar un pensamiento coherente.

Los rasgos de la Sra. Perry se suavizaron cuando vio el estado de desasosiego


de Eugenia y la cuchara desapareció rápidamente, metida de nuevo en el
cordel de su bata de noche. —Ven conmigo — dijo suavemente, tomando la
fría mano de Eugenia en la suya. —Lo que necesita es una taza de té caliente

Murmurando algo bastante incoherente en voz baja, Eugenia siguió a la mujer


mayor hasta la gran cocina de Ravengrove, agradecida de que otra persona se
hiciera cargo y le concediera un momento de descanso.

La cocina, limpia y ordenada, permanecía en silencio tan cerca de la


medianoche, y una parte de Eugenia se sentía como una intrusa. Sin embargo,
la señora Perry la sentó en una silla antes de que ocuparse en darle de un poco
de agua y poner una taza en un plato. —Parece que has visto un fantasma, mi
señora, si no le importa que se lo diga

Eugenia reconoció una breve sonrisa bailando en su rostro al recordar sus


primeros pensamientos de esa noche.

No es un fantasma.

Ni siquiera una bestia.

Pero sí un hombre torturado.

Mientras esperaban que el agua hirviera, la Sra. Perry se acercó y se sentó


frente a Eugenia, con sus ojos vigilantes deslizándose sobre su ama. — ¿Está
usted bien?

Eugenia sostuvo la mirada de la mujer mayor. —No lo sé. Yo... — Sus


pensamientos corrían desenfrenados, y no sabía qué iba arriba o abajo.

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—El inicio es generalmente un buen lugar para comenzar — dijo la señora


Perry en el silencio, con una sonrisa en su amable rostro.

Sonriendo al ama de llaves, Eugenie asintió, luego se lamió los labios y


comenzó su relato. Por una razón que no podía nombrar, no tenía dudas de
que la Sra. Perry estaba al tanto de los tormentos de su amo. —Me pidió que
no pusiera un pie en el ala oeste.

La Sra. Perry asintió. —No se permite a nadie entrar ahí— Una leve sonrisa
llegó a la comisura de su boca, y Eugenie se encontró preguntando si la Sra.
Perry había entrado alguna vez allí. De alguna manera, no podía imaginar a la
robusta ama de llaves que empuñaba una cuchara ser refrenada por nada.

—No quise desobedecerlo — Eugenia le aseguró a la mujer mayor. —No


podía dormir y pensé en buscar otro libro de la biblioteca—. Tragó. —Fue
entonces cuando lo escuché

De nuevo, la Sra. Perry asintió con la cabeza a sabiendas.

—No podía irme — dijo Eugenia en el silencio, más para sí misma que para
alguien más. Lo que había sucedido estaba todavía tan vivo en su mente que
tenía que tener tiempo para procesarlo todo. —Quizás debería haber
atendido su petición, pero sonaba tan torturado que... no podría detenerme y
dejarlo ahí

La Sra. Perry le sonrió, y Eugenie supo que la otra mujer lo aprobaba. —¿Qué
te dijo?

Suspirando, Eugenie sacudió la cabeza. —No dijo nada. Simplemente me dijo


bruscamente que me fuera. Yo... nunca he visto a nadie tan enfadado, y sin
embargo... —. De nuevo, respiró profundamente, sin saber cómo poner en
palabras lo que su corazón había sentido cuando su esposo la había agarrado.

Como si hubiera tenido miedo de ahogarse.


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Como si necesitara un salvavidas.

Como si no hubiera querido que se fuera... a pesar de que sus palabras decían
lo contrario.

—Él ladra — dijo la Sra. Perry, sus ojos vigilantes mientras miraban a Eugenia,
—pero no muerde. No es la bestia que se rumorea que es.

Eugenie asintió. —Ya lo sé.

Un momento de silencio se extendió entre ellas antes de que la Sra. Perry se


pusiera de pie. —Te haré una taza de té. Te sentará bien.

Eugenia se sentía como si acabara de pasar una prueba, como si la hubieran


pesado y medido y la hubieran encontrado digna.

Digna de la confianza y el respeto de la robusta ama de llaves.

El té tenía un sabor celestial y su calor se extendió por todo el cuerpo de


Eugenia, aliviando la tensión que aún persistía.

—Debería saber lo que pasó aquí— dijo la señora Perry sin preámbulos
cuando se sentó de un nuevo frente a Eugenia. —Qué fue lo que lo cambió
tanto ―

Eugenia levantó una mano. —Por favor, no traicione su confianza por mi


culpa ―

Una cálida sonrisa apareció en la cara de la ama de llaves antes de que sus
rasgos volvieran a estar sobrios. —Tienes que saber esto... por el bien de
todos— ―Parecía insegura. —Pero sobre todo por el suyo

En la voz de la mujer mayor se reflejaba un profundo afecto y comprensión, y


Eugenia se dio cuenta de que todavía había alguien en Ravengrove que se
preocupaba profundamente por su marido. Había perdido a su familia, pero

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no estaba solo. No realmente. Era un pensamiento reconfortante, ya que nadie


se merecía estar sin la compañía de los demás. Eugenia se preguntó si él lo
sabía. — ¿No se enfadará contigo por decírmelo? — preguntó, recordando el
temperamento de su marido, así como su obstinada insistencia en mantener a
todos a raya.

La señora Perry se encogió de hombros. —Está muy enfadado estos días.


¿Quién puede saber por qué? — Una pizca de humor estaba en sus ojos, y
Eugenia no pudo evitar sonreír.

—Entonces la escucharé — respondió, preguntándose qué esperaba la señora


Perry que hiciera con la información que estaba a punto de recibir. Después
de todo, el suyo era un matrimonio de conveniencia en el sentido más básico.
No había nada entre ellos. ¿De qué serviría si ella supiera qué demonios lo
atacaban por la noche?

Sin embargo, no podía negar que quería saberlo. Que le importaba saberlo.

La Sra. Perry respiró con fuerza y comenzó su relato. —Todo sucedió hace
ocho años en una noche no muy diferente a esta—. Suspiró, y su mirada barrió
las paredes como si pudiese ver el viento que aún aullaba alrededor de la
fortaleza de piedra. —Era finales del verano, y había sido un verano seco.
Hacía tiempo que no llovía. El río estaba bajo y los caminos no eran más que
baños de polvo. La familia se había mudado al ala este, donde hacía aún más
frío.

La vieja ama de llaves cerró los ojos, y Eugenia supo que lo que iba a decir era
la raíz de las pesadillas de su marido.

—Entonces las temperaturas empezaron a bajar — continuo la Sra. Perry, —


y el aire se volvió más agradable—. Su mirada se posó en la puerta cerrada, y
Eugenia supo sin duda alguna con quién estaban los pensamientos de la otra

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mujer. —Sugirió que se mudaran de nuevo al ala oeste esa noche. Había sido
un día largo, ya que habían aprovechado el clima más fresco y habían salido a
cazar — Una pequeña sonrisa apareció en el rostro de la Sra. Perry cuando sus
ojos se apartaron de la puerta y se encontraron con los de Eugenie. —Eran una
familia muy unida—. Suspiró. —Si no lo hubieran sido, su pérdida sería más
fácil de soportar para él.

Eugenie tragó. Una parte de ella deseaba poder simplemente salir de la


habitación y fingir que nada estaba mal, que la pérdida que había sufrido su
marido no tenía nada que ver con ella. Sin embargo, recordó bien el momento
en que se enteró de la muerte de su hermano. Al menos entonces, había tenido
a su padre para aferrarse, y él la había tenido a ella.

Después había estado sola, y eso había hecho que la pérdida fuera más difícil
de sobrellevar.

—Un rayo golpeó el techo — dijo la Sra. Perry, su voz sonó débil como nunca
la había escuchado — y el fuego se extendió rápidamente porque las vigas se
habían secado por el largo calor—. Sus ojos se elevaron de sus manos cruzadas
y se encontraron con los de Eugenie, había una mirada de disculpa en sus
oscuros ojos. —Para cuando nos dimos cuenta de que Ravengrove estaba en
llamas, ya era demasiado tarde—. Agitó la cabeza. —Nunca he visto un fuego
como ese. Nunca. Y espero no volver a verlo nunca más.

Al tragar las lágrimas que se formaron en la parte posterior de su garganta,


Eugenie extendió la mano y colocó una mano sobre las de la Sra. Perry. El
rostro de la mujer mayor se vio afectado y la pena se veía tan clara como el día
en sus ojos. Ella también había perdido a su familia esa noche; familia que
todavía lloraba. —¿Sólo él sobrevivió?

La Sra. Perry asintió. —Salió de su habitación antes de que el techo se cayera.


¿Viste el agujero?
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Eugenie asintió, recordando el negro abismo sobre su cabeza donde una gran
parte del techo había desaparecido. Si de verdad se hubiera caído, entonces
habría cortado la única forma de entrar en las habitaciones que estaban más
atrás. El pensamiento envió un frío escalofrío por su espalda.

—No sé quién se despertó primero— Eugenie podía detener a la señora Perry,


con la mirada distante mientras revivía la peor noche de su vida, pero no quiso
hacerlo. —El pánico se extendió rápidamente cuando nos dimos cuenta de
que Ravengrove estaba ardiendo y la familia estaba atrapada. Tratamos de
llegar a ellos, pero todo lo que pudimos hacer fue evitar que el joven amo se
arrojara al fuego al tratar de salvarlos—. Un profundo suspiro dejó sus labios.
—Desde ese día ha estado deseando no haber sobrevivido. Puedo verlo en sus
ojos. Arrepentimiento. Culpa. Pena. Han estado con él desde entonces. Al
igual que sus sueños.

—No puedo imaginar tal tragedia— susurró Eugenia mientras las lágrimas
rodaban por sus mejillas. —Yo también perdí a mi familia, y eso me rompió el
corazón. Pero... — Ella tragó. —No los vi morir. No vi... — Su voz se
interrumpió al recordar los gemidos torturados de su esposo mientras se
retorcía y giraba en el suelo, mientras sus pesadillas lo sostenían en sus garras.

Incluso antes de que la Sra. Perry comenzara su relato, había sabido que su
pena había sido grande. Que todavía lo era. — ¿Tenía hermanos? — pregunto,
tratando de imaginar la familia que había vivido aquí.

La Sra. Perry asintió con la cabeza. —Era el más joven y de un día para otro,
era el nuevo conde. Fue como un castigo para él, especialmente cuando el
período de luto pasó y la gente casi lo felicitaba por su nuevo título. Para él,
creo que era como si se estuviera beneficiando de su pérdida y no podía
soportarlo. No podía soportar la vida—Ella lo sospechaba. —Y entonces él
huyó.
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—¿Adónde se fue?

—A Francia— respondió la Sra. Perry. —A la guerra. Ya no tenía razón para


vivir—. La mandíbula de la mujer mayor se tensó, y un indicio de ira llegó a
sus ojos.

Eugenia tuvo problemas al sentir como su sangre se enfriaba. — ¿Quiere decir


que tenía la intención de... acabar con su vida?

La vieja ama de llaves se pasó una mano por la cara. —No puedo decirlo con
certeza, milady, pero parecía que le importara nada. No era más que una carga,
y buscó el modo de deshacerse de ella.

El shock congeló sus pensamientos, pero podía imaginárselo en el campo de


batalla, con la locura en sus ojos mientras se lanzaba contra el enemigo. Y sin
embargo, allí estaba, vivo y bien... al menos en cuerpo, y no muerto y enterrado
en un campo en algún lugar lejano. —¿Que le pasó allí?

La Sra. Perry se encogió de hombros. —Eso no lo sé. Se mantuvo alejado


durante años, y no supimos nada de él. Entonces, un día, regresó y estaba claro
como el agua que algo había sucedido. Debió ser otra pérdida porque parecía
loco de dolor. Pero nunca dijo una palabra. Isabelle parece ser la única que
podría saber más. Puedo ver que ella trata de instarlo a dejar su autoimpuesta
prisión, pero... —Suspirando, la Sra. Perry sacudió la cabeza.

— ¿Isabelle ? — Eugenia murmuró antes de que su mirada se centrara una vez


más en la vieja ama de llaves. —¿Por qué iba a saber más? — En el momento
en que las palabras salieron de sus labios, recordó sus sospechas iniciales; la
forma en que Isabelle hablaba de él como si fueran cercanos, como si lo
conociera bien, mejor de lo que debería una sirvienta. Pero, por otra parte, no
era una sirvienta, ¿verdad?

No, hablaba con acento francés y...


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—Cuando regresó a casa —explicó la Sra. Perry, — trajo a Isabelle y al


pequeño Liam. Nos dijeron que las hiciéramos sentir como en casa, y luego
desapareció en el ala oeste y rara vez vimos su cara—. Suspirando, la Sra. Perry
se sentó. —Nosotros también estábamos confundidos, pero ninguno de ellos
ofreció una explicación.

Sintiendo cómo su corazón latía en su pecho, Eugenie se preguntó por qué esa
noticia le molestaba tanto. —Creí que iba a ser mi doncella. ¿Estás diciendo
que no es una sirvienta sino una invitada?

La Sra. Perry se encogió de hombros. — No puedo decirlo con certeza. Todo


lo que sé es que Isabelle no puede estar ociosa. Le gusta estar ocupada. —Una
risa afectuosa retumbó en la garganta de la Sra. Perry. —Tiene un corazón
amable y una voluntad feroz, y trata de ayudarlo, pero... — La derrota llegó a
la mirada de la Sra. Perry —. No sé qué más podemos hacer. Se aferra al pasado
y a esa tragedia. Se niega a que se restaure el ala oeste. Sólo se arregló el techo,
y eso requirió algunas dificultades—. Un resoplido de disgusto se le escapó a
la mujer mayor. —Es un testarudo, pero comprendió que un tejado dañado
acabaría por destruir todo Ravengrove. Así que finalmente aceptó.

— ¿Y vive allí? — preguntó, sabiendo muy bien qué respuesta recibiría.

—Quizás piensa que no merece seguir adelante— susurró la mujer mayor, con
la pena clara en su voz — O tiene miedo de olvidarlos si se permite apartarse
del pasado y mirar al futuro.

De repente, sintiéndose exhausta, Eugenia miró a la otra mujer desde el otro


lado de la mesa. —Me dolió verlo así— admitió libremente, sabiendo la vieja
ama de llaves lo aprobaría. —Estas pesadillas, ellos...

La Sra. Perry se encogió de hombros. —No puedo decir si las sufre cada noche
ya que se mantiene alejado del resto de la casa, pero sé que no puede soportar

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las tormentas desde esa noche. Se encierra en sí mismo y las combate. Pero
por la mañana, sólo parece una sombra de sí mismo. Es horrible mirarlo.

—Desearía que hubiera algo que pudiéramos hacer por él— murmuró
Eugenia, deseando que su hermano estuviera aquí. Siempre había sabido qué
era lo que agobiaba a otro y cómo podía ayudar.

—Tú estás aquí.

Parpadeando, Eugenie miró a la Sra. Perry y vio que los ojos de la anciana
brillaban con algo que podría llamarse esperanza o incluso confianza en que,
un día, todo volvería a estar bien. Instantáneamente, comenzó a retorcerse en
su silla, sabiendo que no era más que una falsa esperanza de que su
matrimonio había sido motivado por nada más que la desesperación... por
parte de ella, no de él.

Eugenie lo había necesitado, no al revés.

—Tal vez un día él salga de nuevo al sol— murmuró la Sra. Perry, el fantasma
de una sonrisa malvada bailando en su rostro mientras se acercaba para
limpiar la taza de té de Eugenie.

Ella por su parte, solo podía esperar que él encontrara la salida por sí mismo,
ya que no sabía cómo ayudarlo.

¡Si tan solo Emery estuviera aquí…!

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Capítulo Once
Un corazón traidor
Traducción Sol Rivers

Desde que su esposa llegó a su habitación aquella noche, Adrián se había


recluido más y apenas salió de sus habitaciones, eso por no hablar de la
reclusión en el ala oeste que se había autoimpuesto.

Al principio, pensó que era simplemente vergüenza y una no pequeña


punzada de culpa lo que le mantenía confinado. De hecho, ¿cuánto tiempo
había pasado desde que alguien le había visto en tal estado de debilidad, de
tormento?

No desde que Emery estaba vivo. Él también se había sentido obligado a


ayudar a Adrián a desterrar su pasado, y ahora estaba muerto.

Por la noche, los susurros continuaron, diciendo que había sido su cercanía a
Adrian lo que le había costado la vida a Emery. Todavía hablaban de una
maldición. Y aunque durante el día estos pensamientos parecían absurdos,
Adrián aparentemente no podía deshacerse de ellos.

Al menos no completamente.

Era el miedo lo que le mantenía atrapado.

Miedo a lastimar a otro.

Porque en el fondo, sabía lo que más le había aterrorizado esa noche.

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De alguna manera, la presencia de su esposa había mantenido sus sueños a


raya, incluso los había hecho retroceder, los había obligado a retirarse. En el
momento en que sintió la mano de ella en su mejilla, la oscuridad lo liberó y
pudo luchar contra la atracción de sus pesadillas. Aun así, grabó su cara
flotando sobre la suya mientras regresaba de los horrores de su subconsciente.
Y no había huido. Simplemente había estado allí, tratando de ayudarlo.

Como Emery.

Sus amables ojos grises plateados le recordaban tanto a su viejo amigo que
Adrián tuvo que conceder la existencia de su similitud. Podía ver que, en
muchos aspectos, ella era como su hermano, y una parte de él había deseado
que ella se quedase.

En el momento en que se dio cuenta, el pánico se apoderó de él. ¡No podía


quedarse! ¡No podía! Porque los que se habían quedado se habían
muerto...tarde o temprano.

Y por eso, la había asustado, la había aterrorizado para que huyera de su


presencia, para que nunca volviera. Sería mucho mejor para ella. Más seguro.

Pero día tras día, Adrián se encontraba de pie junto a la ventana, mirando
hacia los jardines, esperando, deseando verla.

Aunque solo fuera por un momento.

Había una luz en ella, una fuerza, que brillaba cálida y reconfortante y, al
menos por un momento, hacía retroceder la fría negrura que siempre parecía
rezagarse a su alrededor. Eso le seguía a donde quiera que fuera.

Sólo cuando Adrián la veía casi como si fuera un duende que se había
levantado de la tierra ―una visión inaudita ― tenía un poco de paz.

Y su corazón traidor anhelaba más.

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De nuevo, el miedo salió a la superficie, y supo que no podría atreverse a


acercarse a ella. Sería demasiado fácil dejarse abrumar por la calidez de su
mirada y la amabilidad que se reflejaba en su rostro. Para él, ella se había
convertido en la encarnación de la vida, mientras que él mismo no tenía nada
que ofrecer excepto la muerte.

No eran adecuados el uno para el otro. Ni mucho menos. Y aun así, su corazón
anhelaba más y más. El regreso del sol. El calor. La paz. El amor...

Poniéndose en pie, se acercó a la ventana, sus ojos se dirigieron a las nubes


oscuras que se acercaban desde el oeste. Había estado tan perdido en sus
pensamientos que ni siquiera se había dado cuenta de ellas hasta ahora.

El miedo se extendió por su corazón, y sus manos se convirtieron en puños.


¡Otra noche más no! No tenía la fuerza para enfrentarse a eso tan pronto de
nuevo. Su cuerpo y su mente se sentían débiles, exhaustos por la falta de sueño
así como por el constante asalto de sus pensamientos. Necesitaba descansar,
pero si se permitía quedarse dormido cuando una tormenta golpeara
Ravengrove, no había forma de saber lo que podría pasar.

En el mejor de los casos, sus pesadillas le volverían loco. En el peor de los


casos, podría vagar por el castillo como un monstruo furioso. La bestia que se
rumoreaba que era. ¿No había caminado antes en sueños? Apenas recordaba
esos momentos. Sin embargo, había escuchado los susurros de los sirvientes
y, en ocasiones, había despertado en lugares extraños sin recordar cómo había
llegado allí.

No, si se acercaba una tormenta, no podía permitirse dormir. Necesitaba


mantenerse despierto, ¡sin importar cómo!

Con temor en su corazón, esperó hasta que el cielo se oscureciera y la noche


estuviera en camino. Sólo entonces se atrevió a poner un pie fuera del ala oeste,

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apresurándose a bajar las escaleras de atrás hacia el piso inferior. Sus ojos se
dirigieron a cada rincón y grieta, esperando no encontrarse con nadie,
mientras que sus oídos se esforzaron por escuchar para poder avisar con
tiempo. Se movió en silencio y con determinación, sabiendo que no sería capaz
de mantenerse despierto si no tenía una distracción para mantener sus
pensamientos ocupados.

Habiendo crecido en esta casa, sabía cómo orientarse en Ravengrove incluso


en la oscuridad. Se movía con paso firme, sin preocuparse en absoluto por
chocar contra una pared o por tirar un jarrón, solo le preocupaba tropezar con
alguien. A cada paso, miraba por encima de su hombro, asegurándose que
seguía solo, hasta que giró por el pasillo que le llevaría a la biblioteca.

Afuera, el viento aullaba y su piel se arrastraba con los recuerdos que traía. Su
paso se aceleró y casi a ciegas, caminó hacia las altas puertas dobles tras las
que esperaba encontrar una distracción para la noche.

Empujando el mango, Adrián entró en la habitación y... se congeló.

Si no hubiera tenido tanta prisa, podría haber visto el suave brillo de la luz
que llegaba al pasillo desde debajo de la puerta. Pero como sus pensamientos
estaban distraídos por la tormenta que se acercaba, la conmoción le golpeó
sin previo aviso, sin siquiera un atisbo de presentimiento.

Tragando, miró de un lado a otro, pero todo lo que vio fue un lejano resplandor
de algún lugar entre las largas filas de libros. Brillaba a través de los huecos y
tocaba el alto techo.

Adrián sabía que debía irse, y casi por su propia voluntad, sus pies parecían
retroceder, sabiendo que era un riesgo que no podía correr. Un riesgo que no
tenía que correr. ¿Quién sabía quién había llegado a la biblioteca en medio de

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la noche? ¿Quién sabía a quién asustaría si no se iba? Y sin embargo, ¿cómo


pasaría la noche? ¿Y si se quedaba dormido? ¿Y si...?

Quizás si se mantuviera en las sombras, nadie tendría que saber qué había
dejado el ala oeste.

Tragándose el nudo en la garganta, se movió silenciosamente. Movió un pie


delante del otro mientras se mantenía al lado del gran estante que estaba a su
lado. Sus viejos instintos de su época de soldado se despertaron, y una calma
familiar se extendió sobre él cuando todo lo demás se desvaneció y
simplemente vivió en el aquí y ahora, con sus pensamientos centrados en un
solo objetivo.

Un objetivo y nada más.

Nada más allá.

Necesitaba un libro, y lo necesitaba ahora.

¿Pero qué libro? ¿Debería simplemente tomar el más cercano y correr? ¿Un
libro sobre agricultura o sobre oposiciones políticas lo mantendría realmente
despierto durante la noche?

En algún lugar de la fila más abajo, Adrián escuchó el leve crujido de la ropa
cuando alguien se movía. Tomó nota de la suave respiración de esa persona,
acentuada de vez en cuando por un suspiro o una leve risa.

¡Eugenie! Una voz dentro de él gritó, y un pánico fresco se apoderó de su


corazón, apretándolo. Sus rodillas amenazaron con doblarse, y casi se
derrumbó antes de que lograra refrenar sus emociones.

Casi jadeando, se quedó en una esquina, consciente de que ya no estaba


tranquilo, que cualquiera que estuviera cerca lo escucharía. De espaldas a la

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estantería, se apoyó en ella, cerró los labios y se obligó a respirar lenta y


tranquilamente por la nariz, esperando calmar sus nervios agitados.

Y entonces escuchó pasos.

Pasos que se acercaba.

El pánico se apoderó de él. Antes de que pudiera dominarlo, un viejo instinto


se apoderó de él. En silencio, Adrián se llevó la pequeña cinta más arriba del
brazo, asegurándose una vez más de que no podría ver en caso de que él lo
hiciera. Luego se retiró a las sombras junto a la puerta abierta justo cuando su
esposa llegó caminando por la esquina del estante en el que se había apoyado
solo un momento antes.

La vela que tenía en su mano derecha iluminó un pequeño espacio a su


alrededor, y vio que tenía dos libros en el hueco de su otro brazo. Una sonrisa
complacida descansaba en sus labios, y sus ojos plateados brillaban en la
cálida luz de la vela. Llevaba un vestido rojo oscuro de noche, su dobladillo y
mangas blancas asomaban por debajo. Su pelo negro estaba recogido en una
trenza suelta, pero algunos ricillos se habían escapado y bailaban por sus
sienes.

Era una imagen de paz, calor y tranquilidad, y Adrián la envidiaba con cada
fibra de su ser.

Incapaz de no hacerlo, la siguió con los ojos, traspasado por su silencioso


resplandor. De hecho, no era una mujer que nunca hubiera conocido el miedo.
Lo había visto en sus ojos la noche que había llegado a su habitación. Sabía lo
que era el miedo, cómo me movía, cómo podía ahogar la vida de uno. No estaba
libre de la oscuridad ni era una mujer que solo había conocido la alegría y la
armonía.

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Y sin embargo, el miedo no la controlaba. No la mantenía cautiva. No


determinó su vida. Ella era más fuerte que eso, y la envidiaba.

De repente, sus pies se aquietaron y un ligero ceño fruncido apareció en su


cara cuando sus ojos empezaron a barrer el recinto de un lado a otro.

Adrián contuvo la respiración. ¿Había hecho algún sonido? ¿Sabía ella que
estaba aquí? ¿Sabría ella...?

En ese momento, sus ojos casi chocaron con los de él y ella respiró hondo, el
miedo una vez más acechó en sus ojos grises.

Adrian se sintió terriblemente mal por haberla asustado tanto. Debió haberse
ido y luego regresar más tarde a buscar un libro una vez que ella se hubiera
retirado a la cama. Hubiera sido prudente hacerlo. Pero eso era el pasado, y si
había aprendido algo en sus días de encierro era que los arrepentimientos no
tenían poder sobre la vida.

—Buenas noches, mi señor. No te vi ahí —. Su voz era suave y gentil, y el


miedo que había despertado en sus ojos casi había desaparecido. La calma
descansaba en sus rasgos y, quizás, un toque de curiosidad mezclado con
cautela.

Extrañamente, el verlo no la inspiró a darse la vuelta y correr, y Adrián se


preguntó cómo podía explicar eso. La noche anterior, había estado
aterrorizada por él, ¿no? ¿No había sido ese el motivo por el que había actuado
de la manera que lo había hecho para asustarla? ¿Había fracasado? ¿La había
malinterpretado?

La mirada de ella estudió sus rasgos, escondidos en las sombras. Cuando no


respondió, su aliento tembló un poco antes de que ella sobresaliera su
mandíbula, pudiendo ver la determinación brillante en sus ojos.

Determinación para no dejarse intimidar.


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No retroceder.

Para mantener su posición.

La admiración de Adrián por ella crecía con cada momento que pasaba en su
presencia. Desde la pérdida de su familia no había sentido la necesidad de
alcanzar a alguien. Para mantener a alguien cerca. De no estar solo.

Había sido este deseo ― nuevo y desconocido ― el que le había aterrorizado


la noche de la tormenta; su propia necesidad de tener a alguien cerca, de que
alguien le conociera, de que alguien le comprendiera, de que alguien le sacara
de su existencia solitaria.

¿Quién quiere vivir así? Eso era lo que Emery le había preguntado una vez, y
Adrián no había sabido qué decir. Al final, no había tenido nada que decir,
pero nadie había elegido realmente estar solo. No era una decisión basada en
el deseo, sino en la necesidad.

Adrián sabía que no había otra forma de mantenerla a salvo. Incluso si no era
una mujer que se dejara dominar por el miedo, podría hacer que ella le temiera.

Si tan solo...

Por su propio bien.

Dando un paso entre las sombras, vio como sus ojos se abrían un poco al
reducir la distancia entre ellos. Vio la forma en que ella inhalaba un aliento
tembloroso y agarraba con más fuerza los libros contra su cuerpo, sintiendo
la necesidad de agarrarse a algo. Vio la forma en que se movía de un lado al
otro, la mirada en sus ojos revelando muy claramente su deseo de retroceder.

Tiene miedo ―era evidente ― pero se tuvo firmeza.

Su esposa expresó mientras su mirada se posaba en su rostro, sin duda


notando la tensión que había convertido sus rasgos en piedra.
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Adrián podría sentir que sus músculos se tensaban contra la rigidez que les
imponía, y sin embargo, no permitía que se soltaran. Necesitaba parecer la
bestia que se rumoreaba que era. Necesitaba que ella le temiera... antes de que
fuera demasiado tarde y no tuviera la fuerza para mantenerla a raya.

En ese momento, pudo sentir cómo un profundo anhelo se despertaba. —¿Qué


estás haciendo aquí? — Adrián gruñó, poniendo tanta amenaza en su voz
como pudo. La miró con desprecio, recordando como esa mirada había hecho
que muchos soldados temblasen en sus botas. Nunca había fallado en su
propósito.

Hasta ahora

Aunque pudo ver cómo el ligero temblor se apoderaba de su cuerpo delicado,


era solo confusión lo que brillaba en sus ojos plateados, sin miedo. Su mirada
se entrecerró mientras le miraba, y él pudo leer en ella el deseo de
comprenderle.

Por un extraño momento, Adrián pudo jurar que le conocía, que se conocían
bien, como podría decirlo con una sola mirada. Nuevamente complicándolo
un anhelo tiró de su corazón y, otra vez, lo apartó con un gruñido amenazador.

—¿Qué estás haciendo aquí? — Gruñó como antes. —Respóndeme—. Dio un


paso hacia ella, esperando que su imponente presencia fuera suficiente para
hacerla huir de la habitación. En vez de eso, fue él quien cambió de posición y
su propia fuerza disminuyó mientras que el calor de su presencia le tocaba
como una caricia.

Un leve fruncimiento de ceño bajó sus cejas mientras levantaba su barbilla,


sus ojos permaneciendo fijos en los de él. —Vine por un libro, milord —
respondió ella, con un toque de decepción en su voz que se instaló como un
golpe en el estómago de Adrián. — ¿No es por eso que la gente viene a este

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lugar? — antes de que Adrián pueda responder con otro gruñido, las
comisuras de su boca se enroscaron suavemente hacia arriba y su mirada se
suavizó. — ¿Por qué estás aquí? Tú no vienes por un libro ―

Su voz era amable y apagaba las llamas de la ira de Adrián; ira que había
avivado por pura desesperación. De alguna manera, sabía que él estaba
actuando, y estaba dispuesta a mirar más allá de su paso en falso y ofrecerle
una rama de olivo.

Para empezar de nuevo.

Para conocerse mutuamente.

Para...

—¿Quieres uno de los míos? — ofreció mientras sus grandes ojos grises
permanecían en los suyos, estudiando, aprendiendo, desenterrando lo que
Adrián había luchado tanto por mantener oculto. —Podríamos decidir cómo
elegir— Con la vela en una mano, sacó con cuidado los libros del codo de su
brazo, sosteniéndolos hacia él. —Aquí— dijo con una sonrisa mientras sus
pies la acercaban a él. —No puedo leer ambos en una noche. Elige el que
quieras— su mirada se iluminó como dos estrellas en el cielo nocturno, —y
quizás mañana podamos intercambiarlos ―

Se quedó atónito. Sabía qué se requeriría para atacarla, tirarle los libros y
ordenarle que volviera a su habitación. Ciertamente eso la asustaría, ¿o no?
Adrián ya no podría decirlo, y su corazón se congeló cuando encontró su mano
derecha extendiéndose hacia ella por voluntad.

Su mandíbula se cerró con fuerza, y en su interior se gritaba a sí mismo para


detenerse. Aun así, su mano siguió moviéndose hasta que sus dedos se
cerraron alrededor del libro más cercano, quitándolo suavemente de su
alcance.
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Una suave sonrisa jugó en sus labios mientras ella le miraba. —Hasta mañana
entonces — susurró ella, colocando el libro restante de nuevo en el hueco de
su brazo. —Buenas noches, milord—. Luego pasó junto a él, su manga
rozando la de él mientras se movía y, hacia Adrián, podría haber dejado atrás
algo de su calor con él.

Él todavía podría sentirla, incluso cuando la puerta se cerraba entre ellos.

Durante un largo instante, Adrián permaneció donde estaba, con el corazón y


el alma estremecidos por lo que había ocurrido entre ellos. Era una simple
interacción humana, nada más, y sin embargo, no pudo recordar la última vez
que había estado tan cerca de otro ser humano. Ni siquiera Isabelle le miraba
con tanta claridad. Lo conocía tan bien como Emery, y aun así...

Había algo en la mirada de Eugenie que hablaba de una comprensión más


profunda, como si le conociera de verdad, en el fondo, no solo el hombre que
pretendía ser.

Adrián no podría decir cuánto tiempo había pasado antes de que finalmente
lograra mover sus miembros y volver a su habitación. No recordaba el camino
que recorrió por el pasillo y las escaleras ya que su mente permanecía en la
biblioteca, aun disfrutando del suave brillo de ese precioso recuerdo.
Tampoco identificó que el sueño extendiese sus brazos hacia él, atrayéndole
a su abrazo mientras el viento aullaba fuera de sus ventanas.

Todo lo que sabía era que se despertó a la mañana siguiente con la cabeza
apoyada en el libro que Eugenie le había dado y se dio cuenta de que no había
leído ni una sola página. En cambio, había dormido profundo y pacíficamente
por primera vez en años.

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Capítulo Doce

Una simple petición


Traducción Sol Rivers

Ella sabía que estaba allí.

Caminando por el sendero hacia los jardines, Eugenie luchó para resistir el
impulso de mirar por encima de su hombro. Su corazón latía a un ritmo
inestable y juntó las manos con la esperanza de calmarse. Aun así, no podía
evitar la pequeña sonrisa que reclamaba sus labios y se preguntaba de dónde
había salido. ¿No debería sentirse preocupada?

Desde que su camino se había cruzado con el de su esposo esa noche en la


biblioteca, Eugenie podía jurar que estaba cerca. La mayor parte del tiempo,
no podía verlo, pero podía... sentirlo como si su presencia fuera algo tangible.
Su piel le cosquilleaba y su respiración se aceleraba mientras que cada parte
de ella fantaseaba con la sensación de que él estaba cerca. —No seas tonta—
se advirtió a sí misma en un susurro mientras sus pies la llevaban hacia
adelante y más cerca del río. El sonido del agua calmó sus nervios, y ella se
apresuró hacia él sin pensarlo dos veces.

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Esa noche en la biblioteca, él había querido asustarla. Estaba segura de ello.


Sólo que no podía entender por qué. ¿Por qué quería que los demás le
temieran? ¿Quería que lo llamaran la Bestia de Ravengrove? ¿No era esa una
existencia solitaria?

Recordaba bien la mirada de angustia en sus ojos cuando él la había mirado


esa noche. Al igual que los gemidos que sus pesadillas le arrancaban de la
garganta, había estado sufriendo, incapaz de protegerse de los recuerdos que
aún le perseguían.

No podía negar que le había aterrorizado el día que llegó a Ravengrove. Sin
embargo, ahora sabía que el miedo tenía muy poco que ver con él y más con el
hecho de que su vida se había puesto patas arriba. De un momento a otro,
había perdido todo, su casa, su familia, su futuro. El miedo le había tenido en
sus garras y cuando puso un pie en la pequeña capilla de Ravengrove y vio a
su oscuro y amenazante prometido, algo dentro de ella se rompió, enviando
pánico a cada fibra de su ser.

En aquel momento, lo había considerado frío y malicioso, a pesar de las


afirmaciones de Lord Wentford . El azul pálido de sus ojos había congelado
su corazón, y la oscuridad de su rostro había enviado escalofríos a su piel. En
efecto, ella había tenido miedo.

Pero ya no lo tenía.

La noche en que la señora Perry había compartido con ella la tragedia de


Ravengrove, había llegado a comprender que no era la mala voluntad la que
había convertido al señor de Ravengrove en una bestia, sino el dolor, el miedo
y la pérdida. Él también había perdido a su familia, su hogar, su futuro.

De una manera extraña, parecían perfectamente adaptados el uno al otro, y se


sorprendió al darse cuenta de que ese pensamiento no la disgustaba. No

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podría decir que había pasado exactamente, pero en algún momento había
empezado a abrir su corazón a su nuevo marido. ¿Sentiría él lo mismo? Se
preguntaba, deseando que sus ojos permanecieran fijos en las altas rocas que
salpicaban las orillas del río delante de ella.

Al principio, parecía que él la había estado evitando a toda costa. Sus caminos
nunca se habían cruzado y ella se había sentido aliviada al no tener que ver su
presencia, temerosa de mirar a esos fríos ojos azules. Sin embargo, todo había
cambiado después de la noche en que se habían encontrado en la biblioteca.
¿O simplemente se lo estaba imaginando?

Después de todo, Eugenia nunca lo vio realmente cerca. Sin embargo, podría
jurar que estaba observándola, tal vez tan atraído por su presencia como ella
por la suya, pero demasiado asustada para admitir qué él también quería
alguien con quien compartir su vida. ¿Era eso posible? ¿O era simplemente una
ilusión?

Deteniéndose en su camino, Eugenia frunció el ceño. ¿Deseo? ¿Qué era lo que


deseaba? A pesar de que ya no temía a su marido, seguía siendo un extraño,
un hombre del que sabía muy poco. ¿Lo estaba juzgando mal? ¿Se estaba
imaginando su presencia? ¿La mirada torturada en sus ojos?

Inhalando un profundo aliento, se movió hacia delante, una mano


descansando sobre la pequeña hinchazón de su vientre. —Estoy confundida,
pequeño — susurró mientras se paraba en la orilla del río, su mirada siguiendo
las rápidas corrientes de agua que seguían el cauce del río abajo. —Tal vez me
equivoco. Tal vez realmente no me quiere aquí. Tal vez no soy más que un
inconveniente ―

Por un momento, Eugenie cerró los ojos mientras la soledad barría su corazón.
Luego, rápidamente se deshizo de las lágrimas que habían brotado y dio un

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paso más hacia la orilla del agua. Su mirada cayó sobre grandes rocas situadas
en el lecho del río en una línea curva y punteada, el paso al otro lado no era lo
suficientemente fuerte como para arriesgarse a ser arrastrado por la rápida
corriente.

Cuidadosamente, Eugenie se abrió camino, deseando no desear nada más que


sentir la frescura del agua sobre su rostro caliente. Las rocas cercanas al borde
estaban mojadas por el rocío del agua, y Eugenia se movió lentamente hacia
un lugar donde parte del río se juntaba entre dos grandes rocas. Una alta roca
estaba a su lado y colocando una mano sobre ella para mantener el equilibrio,
Eugenia se encontró yendo hacia la piscina de gorgoteo.

El sonido de su nombre cortó la quietud del aire en ese momento, helado y


amenazante, de modo que su sangre se enfrió. El miedo se apoderó de su
corazón mientras se movía a la deriva... y su pie derecho se deslizó por debajo
de ella en la húmeda orilla del río.

Por un momento aterrador, Eugenia encontró que su mundo se derrumbaba


mientras su equilibrio la abandonaba y sus oídos resonaban con el sonido del
río que corría por debajo.

Y entonces él estuvo allí.

No era simplemente una presencia, un pensamiento, un deseo o una


esperanza, sino una realidad sólida, cálida y fuerte.

Con sus brazos sujeto a Eugenia tirando de su espalda desde la orilla del agua
y contra su pecho. Tropezaron hacia atrás y sin embargo, sus brazos
permanecieron envueltos alrededor de ella, amortiguando el fuerte choque
con la alta roca que estaba detrás de ella.

Por un momento, Eugenie cerró los ojos mientras su corazón saltaba a su


garganta. Luego vio la vista y encontró la cara de su esposo a solo centímetros
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de la de ella, su aliento salía tan rápido como el de ella, el azul de sus ojos ya
no era frío, sino que estaba lleno de algo que mostraba el miedo de su corazón.

El alivio la invadió y, siguiendo un impulso, Eugenie se hundió más


profundamente en sus brazos, apoyando su cabeza contra el hombro de él, y
se sintió dependiente de otro.

Aferrada a alguien.

Abandonó la soledad que se le había impuesto.

Aunque sea por un momento.

¡Había estado sola durante tanto tiempo…! Incluso en su matrimonio con Lord
Wentford, había estado sola. Él había sido amable y esperado, pero nunca la
había abrazado, ni por comodidad o compañía. Sólo los pequeños abrazos de
Milly le habían dado un precioso contacto humano, y ella había extrañado la
simple sensación de sentir los brazos de otro a su alrededor.

Un suspiro salió de sus labios al sentir que su cuerpo se relajaba con el


conocimiento de que estaba a salvo, que no estaba sola, que...

Su cuerpo se puso rígido, y ella pudo sentir como se alejaba de ella como si su
toque fuera insoportable para él.

Al tragar, Eugenie se enderezó, deseando levantar su barbilla, pero sin poder


ver sus ojos. No ahora, cuando él la había rechazado por completo. ¿Era
realmente tan difícil de amar? ¿Estaría condenada para siempre a vivir en
soledad al lado de los que la rodeaban?

—No deberías haber venido aquí— dijo su marido al dar un paso atrás. Sin
embargo, una mano permaneció en su brazo, urgiéndola a seguirlo lejos del
torrente. —Estas rocas son traicioneras. Deberías cuidarte mejor a ti misma y
a tu hijo ―

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Por un momento, Eugenia pensó que había oído una emoción más profunda
en la voz de su marido y sus ojos se elevaron para encontrarse con los suyos.

Su cara estaba tensa cuando la miraba, su mano solo soltó su brazo cuando
salieron de la orilla rocosa del río. Bajo la cálida luz del sol, no parecía tan
amenazador como en la oscuridad de la noche. Sin embargo, la larga cicatriz
grabada en su cara le daba un aire de peligro, subrayado por el duro plano de
su mandíbula. De nuevo, estaba aparentemente enfadado, molesto porque su
descuido le había forzado a intervenir, pero tenía algo en sus ojos que hablaba
de una honesta preocupación.

Aun así, cuando la vio mirándolo, rápidamente lo apartó con un parpadeo,


como si nunca hubiera sido así. Luego se volvió hacia la casa.

—Gracias— exclamó Eugenie antes de que pudiera salir corriendo. —


Gracias... por tu preocupación ―

Por un momento, se detuvo en su camino y ella pensó que podría volverse y


mirarla. Pero no lo hizo. Sin decir nada más, se alejó, dejándola atrás.

Mirando hacia abajo, Eugenia descubrió que sus manos temblaban mientras
la realización de lo que había sucedido regresaba con toda fuerza. Su mirada
fue atraída hacia el río, y se estremeció al pensar en lo que podría haber pasado
si él no hubiera llegado. Pero, ¿no había sido él, al llamarla por su nombre, el
que la había hecho perder el equilibrio? Quizás nada habría pasado si él no
hubiera interferido. Pero ¿por qué lo había hecho?

Hundida en la hierba, le temblaban las piernas, incapaz de mantenerse


erguida por más tiempo. Sus rodillas parecían un pudín, y necesitó de más que
un par de respiraciones profundas antes de que su corazón comenzara a
calmarse. Apoyando su barbilla en sus brazos cruzados, cerró los ojos.

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Instantáneamente, su mente la devolvió al momento en que su esposo la había


alejado del río y la había abrazado. Una vez más, vio la profunda chispa de
azul en sus ojos, cómo su pecho subía y bajaba con cada respiración alarmada
y supo que no se había equivocado.

Él había estado allí.

No solo hoy.

La había visto. La había estado observando. De otra manera, ¿cómo podría


haber sabido donde estaba? ¿La había seguido desde la casa? En ese momento,
no había tenido ningún peligro aparente. ¿Por qué entonces? A pesar de su
dura negativa, parecía que era muy consciente de ella. Había algo que le
preocupaba profundamente, y Eugenia se preguntaba por qué no se atrevía a
admitirlo.

El día de su boda, se había sentido aliviada al saber que su nuevo marido no


tenía intención de compartir su vida de ninguna manera. Ahora, no podía
negar que una parte de ella deseaba saber más sobre el hombre con el que
había casado. Pero ¿se atrevería a buscarlo? ¿Cómo reaccionaría él?

Más tarde ese día, al preguntar sobre el paradero de su marido, se enteró por
la Sra. Perry de que él a menudo pasaba su tiempo entrenando con el Sr.
Spencer, el jardinero de Ravengrove. —Y en el salón de baile de todos los
lugares posibles — el ama de llaves resopló, sacudiendo la cabeza con buen
humor. —Su madre se revolcaría en su tumba, te lo aseguro ―

Sonriendo, Eugenia le dio una palmadita en el brazo a la vieja ama de llaves.


—No se usa para mucho más, ¿verdad? ―

La Sra. Perry sacudió la cabeza y luego se rió. —En la actualidad, no se utiliza


para nada más, claro está—. Dudó. —¡Qué desperdicio! ―

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Después de ofrecer unas palabras más de consuelo, se dirigió hacia el


majestuoso salón de baile. Sólo una vez había puesto un pie en él, hace
semanas, cuando Liam la había guiado por primera vez alrededor de
Ravengrove, mostrándole cómo no perderse en la inmensa fortaleza.

La quietud continuó mientras caminaba por el pasillo abandonado, el sonido


de sus pasos sonó a través del silencio. De hecho, era una sensación extraña.
Era como si algo aún viviera en la casa, y Eugenia se preguntó acerca de todos
los susurros que había escuchado sobre los fantasmas de Ravengrove.

Un fuerte gruñido interrumpió sus pensamientos, deteniendo sus pies, y se


dio cuenta de que estaba justo fuera de las dobles puertas del gran salón de
baile que la hacían sentir enana en comparación. Estando perfectamente
quieta, se esforzó por escuchar y sus oídos captaron un movimiento apagado
desde dentro, aquí y allá intercalado por un gruñido o un gemido.

Pasaron los momentos, y reflexionó sobre qué hacer. ¿Debería entrar? No, no
parecía correcto entrometerse. Tal vez debería simplemente esperar allí. Una
vez que él saliera de la habitación, podría...

Demasiado preocupada por sus pensamientos, no se había dado cuenta de los


pasos que se acercaban desde el otro lado de la puerta y cuando se abrió de
repente, el aliento se marchó en su garganta.

Su marido también parecía sorprendido al encontrarla de pie en el pasillo. Sus


ojos se abrieron brevemente al detenerse, su cara estaba enrojecida y su
aliento era jadeante. El sudor brillaba en su frente, y su delgada camisa de lino
se le pegaba al pecho, con el cuello abierto y las mangas subidas hasta los
codos.

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Se sonrojó profusamente, regañándose a sí misma por no haber anticipado el


atuendo más bien informal de su marido. ¡Por supuesto, él no escatimaría en
vestirse formalmente como si asistiera a un banquete de estado!

—Lamento molestarlo, milord — balbuceó, con las manos formando puños


mientras luchaba por recuperar la compostura.

Los músculos de su mandíbula se tensaron, y sus ojos se posaron sobre ella.


—¿Qué es lo que quieres? —cortó, la molestia estaba clara una vez más en sus
ojos.

Las mejillas de Eugenia se enfriaron instantáneamente, y ella sintió su propia


ira alzarse ante su respuesta frívola. Por un momento, intentó marcharse sin
más antes de recordar por qué lo había buscado en primer lugar.

Buscando calmar sus nervios, intento entender su ira, así como la suya propia,
solo estaba destinada a cubrir algo totalmente vulnerable. —Vine a pedirle—
comenzó, dando un cuidadoso paso hacia él —¿quieres cenar conmigo esta
noche? ―

Por un raro momento, la sorpresa resplandeció en sus ojos mientras miraban


a los de ella y su pecho se calmó como si se hubiera olvidado de respirar. —
¿Cenar? — murmuró, claramente sorprendido.

—Sí. Pensé que sería una buena oportunidad para conocernos mejor—. En el
momento en que las palabras salieron de sus labios, Eugenie supo que eran un
error.

Donde antes había tenido una chispa de tentación, no quedaba más que una
resuelta condena. —No aprecio la compañía — gruñó, sus ojos duros mientras
miraban fijamente a los de ella, —y le aseguro, mi señora, que estará mejor sin
la mía también—Luego se puso en marcha y se fue.

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Mirándolo fijamente, Eugenia se dio cuenta que sus pequeñas esperanzas se


desmoronaron. Aunque sabía que había algo más profundo en juego, no pudo
evitar la puñalada de indignidad que sentía al ser rechazada con tanta
facilidad, con tanta vehemencia. ¿Era una persona tan horrible como para
estar cerca de ella? ¿Había malinterpretado su preocupación? ¿Estaba
simplemente cumpliendo con su deber como esposo? ¿Asegurándose de que
ella no sufriera ningún daño? Le desconcertaba la forma en que a veces parecía
tan cariñoso y luego un momento después la rechazaba con tanta frialdad.

Suspirando, regresó por el camino que había recorrido, deseando que hubiera
alguien con quien compartir su vida. Alguien que apreciara su compañía.
Alguien que quisiera estar con ella. Alguien que pueda amarla... algún día.

Eugenie respiró hondo cuando un pequeño golpe en su vientre alejó sus


pensamientos de su marido y los llevó de vuelta a su hijo. Una sonrisa llegó a
sus labios, y puso una mano suave sobre la preciosa vida que llevaba dentro.
—Yo también te quiero —susurró mientras las lágrimas brotaban de sus ojos
al pensar en la primera patada de su hijo.

En un momento ni demasiado pronto ni demasiado tarde.

Simplemente perfecto.

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Capítulo trece

Nacido para estar solo


Traducción Sol Rivers

Pasos apresurados acompañaron a Adrián por el corredor del oeste y hacia su


habitación. Apenas tenía aliento. Sin embargo, sabía más allá de cualquier
sombra de duda, que no había sido su lección de lucha contra el Sr. Spencer
lo que lo había acelerado tanto.

Sabía que estaba huyendo; lejos de una mujer cuya calidez le tentaba cada vez
que la miraba.

La puerta se cerró detrás de él con un golpe fuerte y aunque finalmente había


llegado a su santuario, no se sentía a salvo. Incapaz de calmar sus piernas,
comenzó a caminar por la habitación quemada, rastrillando sus manos a
través de su cabello y pasándoselas por la cara como si estuviera una vez más
atrapado en una pesadilla y solo necesitara despertar.

Con cada día que pasaba, parecía cada vez más difícil mantenerse alejado de
su nueva esposa, mantener su distancia y fingir que ella no estaba en algún
lugar cercano. Su calidez le llamaba, grabando algo que alguna vez había
conocido, algo que alguna vez había dado por sentado... antes de que se lo
arrancaran de su vida.
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Había vivido solo durante tanto tiempo, distanciado de todos los que le
rodeaban, que casi había olvidado lo que había sido ser... querido.

Aunque solo fuera como compañero para la cena.

Una parte de él anhelaba conocerla como le había sugerido y, por un momento


peligroso, había estado tentado de aceptar su petición. Recordaba muy bien
lo que sintió cuando la sacó del río y la puso en sus brazos. La forma en que
ella apoyó su cabeza contra su hombro como si confiara en él y se sintiera
segura con él le había abrumado por completo.

Inesperadamente, un profundo deseo de estar cerca de otro le había golpeado


como un cuchillo atravesando su corazón, y no había querido nada más que
compartir sus problemas con otra alma, para dar consuelo y recibir a cambio.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que se había permitido ser
tan vulnerable.

Afortunadamente, su sentido común había vuelto antes de que hiciera una


tontería. Sin embargo, dos veces en un día había estado a un punto de
abandonar sus principios y ceder a la soledad que vivía en su corazón. ¿Qué
pasaría si un día fuera incapaz de resistirse a su atracción? ¿Sufriría ella
también el destino de Emery? ¿La perdería como perdió a su mejor amigo?

Apoyando sus manos contra la pared, Adrián apoyó también su cabeza. Un


escalofrío bajó por su columna vertebral mientras el frío ahuyentaba el calor
que aún persistía bajo su piel. Cerró los ojos, y se imaginó a su esposa en sus
habitaciones, tomando la cena ella sola.

Ella también comía sola, ¿no era así?

Instantáneamente, y, sin pensarlo, giró sobre sus talones y abrió a la puerta. A


mitad de camino, se detuvo, con la mandíbula apretada dolorosamente antes
de que un gruñido oscuro saliera de su garganta. — ¿Qué estás haciendo?—
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se dijo a sí mismo, sacudiendo la cabeza ante su estupidez. — ¡No puedes


acercarte a ella! ¡No ahora! ¡Nunca! — Su mano se enroscó en un puño y antes
de que supiera lo que estaba haciendo, golpeó la puerta cerrada.

Un dolor sordo subió por su brazo, y sus nudillos protestaron por el dolor que
los envolvía. Aun así, solo podía sentir el frío que se extendía lentamente por
su corazón. Había estado solo, encerrado en su propia miseria, durante los
últimos años, y ni una sola vez había pensado que la soledad que había sentido
entonces podría haber agudizado por otra persona tan cercana... y sin
embargo tan lejana.

Antes había sabido sufrido las horas de soledad, la quietud, la falta de


compañía y de conversación. Habia sido fácil, con las visitas ocasionales de
Isabelle o las charlas esporádicas de la Sra. Perry. De alguna manera, había
sido capaz de defender sus intrusiones en su soledad. Había sido capaz de
mantenerse separado, con el corazón cerrado, y por eso nunca había conocido
el profundo anhelo que tenía ahora.

El anhelo de más.

Pasó el resto del día y la mayor parte de la noche caminando por su habitación
hasta que sus piernas ya no le sostuvieron. Entonces se hundió, con la espalda
contra la fría pared de piedra, y los parpados pesados cerraban sus ojos.
¿Cuándo se quedó dormido? No podía decirlo. Pero el sol estaba en lo alto del
cielo cuando se despertó.

Le dolían los hombros y su espalda estaba rígida. Se frotó una mano en la parte
posterior de su cuello, intentando librarse de la tensión que se aferraba a sus
músculos. Luego se puso en pie, momentáneamente cegado por el sol mientras
entraba en su habitación. Abrió la ventana, y los cantos de los pájaros llegaron
a sus oídos con una suave brisa.

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Era un día hermoso. Pero Adrián no se había sentido tan mal en mucho
tiempo.

El movimiento en los jardines llamo su atención, y parpadeó cuando una


figura solitaria se adentró más en su campo de visión. Su pelo negro como un
cuervo estaba recogido, pero unos cuantos rizos bailaban en la suave brisa. Se
movió lentamente, y él se preguntó si ella podía estar perdida en sus
pensamientos, sus ojos sin ver los colores florecientes a su alrededor, su mente
volvió a...

La puerta de su habitación se cerró y Adrián se puso tenso, sabiendo sin


necesidad de girar la cabeza que era Isabelle la que volvía a molestarle. ¿Cómo
no la había oído acercarse?

—Vete— siseó como de costumbre. Era como si estuvieran recitando una


escena, cada uno con las mismas líneas que decir. Una y otra vez.

Una suave risa se elevó detrás de él, y escuchó el suave rasguño de una bandeja
que se coloca sobre la mesa. —¿Por qué te molestas, mon ami? ― preguntó
Isabelle mientras le servía una taza de té. — ¿Cree usted realmente que un día
de estos atenderé su petición y me iré? ―

—No fue una petición— dijo Adrián, sabiendo que requería girarse desde la
ventana, pero sin poder hacerlo. —Fue una orden ―

De nuevo, Isabelle se rió. — ¿Realmente importa? El resultado es el mismo—.


Suspiró, un poco exasperada por la forma en que el aliento salía de sus
pulmones. —Sabes tan bien como yo que a la Sra. Perry no le gusta que no
comas. Así que, si de verdad deseas evitar que invada tu habitación, la solución
es muy simple, ¿no estás de acuerdo? ―

Al oírla acercarse, Adrián se giró desde la ventana, sin querer que supiera que
había estado observando a su esposa en los jardines. Aun así, mientras él se
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alejaba, ella siguió caminando hacia la ventana y, un momento después, una


sonrisa triunfante se le mostró en los labios. —Te gusta — desafío, un desafío
que iluminaba sus ojos azules.

—No la conozco— dijo Adrián, incapaz de pensar en algo que podría distraer
a Isabelle del camino que sus pensamientos habían tomado. ¡La mujer era
como un sabueso! Cada vez que su resolución se debilitaba, ella estaba allí,
pinchando y empujando la herida, y él encontró incapaz de sacudirla.

Todo lo que podía hacer era irse, y entonces Adrián se volvió hacia la puerta y
casi huyó de su habitación.

Desafortunadamente, Isabelle no era tan fácil de disuadir. Rápida como un


zorro, se apresuró a seguirlo, y pudo sentir su respiración en su cuello
mientras se dirigía a las escaleras traseras. — ¿Por qué huyes de ella? — le
preguntó, con sus delicados pasos casi en silencio mientras lo seguía.

—Estoy huyendo de ti —señaló Adrián, poniendo más esfuerzo en alargar sus


pasos sin correr directamente.

Isabelle se rió. — ¡Oh, los hombres suelen estar tan equivocados…! Y tú no eres
la excepción—. Por un momento, se calló, y Adrián se preguntó si había
abandonado su búsqueda. Entonces una mano le agarró el brazo y, con una
fuerza sorprendente, le instó a que detuviera sus pasos. —Tienes que dejar de
vivir en el pasado —le dijo ella en el momento en que él se volvió hacia ella.

Adrián suspiró, viendo las lágrimas que se formaron en sus ojos. Lágrimas que
ella luchó por contener. Lágrimas que demostraban que ella también estaba
atormentada por su propia pérdida. — ¿De verdad? — susurró, su mirada
encontrándose con la de ella sin pensar en seguir fingiendo.

Ella le conocía demasiado bien.

Como él la conocía a ella.


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Su mandíbula se endureció, y ella parpadeó rápidamente, la precisión


ardiendo en sus profundidades azules. —Conozco el dolor de perder a alguien
que amas— dijo, forzando las palabras sin permitir que su voz se quebrara. —
Sé lo que es desear... — Ella se separó, y él pudo ver el momento en que sus
pensamientos se apartaban de su propio dolor y se fijaban en el suyo. —Tú...

— ¡No! — Retrocediendo, Adrián agitó la cabeza. — ¿Cómo puedes


pedírmelo... cuando ni puedes o puedes...? — Apretando los dientes,
retrocedió, con la mirada fija mientras continuaba sacudiendo la cabeza. —
¡Déjame en paz, y te prometo que haré lo mismo por ti! — Luego se giró y se
apresuró hacia la puerta que le llevaría fuera y le permitiría escapar de los
recuerdos que habían empezado a agitarse en los oscuros rincones de su
mente.

Desafortunadamente, una vez más había subestimado la decisión de Isabelle.


Al poco tiempo, Adrian pudo escuchar el sonido de sus delicados pasos en la
grava detrás de él. Aceleró y se deslizó hacia los establos, ignorando al joven
caballerizo que se puso en pie de un salto en su entrada. Agarró la brida de
Strorm de una estaca en la pared y luego entró en la caja del castrado. —
Buenos días, viejo amigo — murmuró mientras deslizaba la brida sobre el
hocico del caballo.

El lomo de Storm era tan oscuro como la noche y tan negro como el alma de
Adrián. Tenía un temperamento mezquino y muy poca gente se atrevía a
acercarse a él. Sin embargo, la forma en que sus ojos se movían, la forma en
que miraba el mundo que lo rodeaba, hablaba de temor y gran aprensión.
Adrián sospechaba que algo había sucedido en el pasado del corcel que se
había grabado en su alma; algo con lo que Adrián podría identificarse. Lo
había encontrado en el campo de batalla, enloquecido por el pánico,

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pataleando y mordiendo, y había intervenido cuando sus camaradas estaban


preparados para disparar al diablo que les amenazaba.

Después de apretar la cincha de la silla, llevó a Storm afuera, sintiendo en los


flancos del caballo una urgencia similar a la que le dio fuego a sus propios
miembros. En efecto, estaban bien emparejados, y quizás había sido su cautela
con el mundo lo que les había permitido unirse. —Nos iremos en un
momento— le susurró a Storm, quien se volvió hacia él, presionando su
cabeza contra el hombro de Adrián.

Por un momento, Adrián recordó el momento en que había tomado a su esposa


en sus brazos y ella había apoyado a su cabeza en su hombro. Una señal de
confianza, de alguien que se permite ser vulnerable porque sabe que está en
un lugar seguro

—¡Tu huida sólo prueba que tengo razón! — Isabelle intentó interponiéndose
en su camino, con su mano buscando las riendas de Storm.

—¿Alguna vez te detienes? — Preguntó Adrián, adelantándose para ponerse


entre Isabelle y Strorm mientras su corcel aplastaba sus orejas y enseñaba los
dientes, listo para atacar.

Isabelle se encogió de hombros. —No me atrevo porque es sólo otra palabra


para rendirse—. Cerrando la distancia entre ellos, ella colocó suavemente una
mano sobre su pecho, sus ojos azules se elevaron para encontrarse con los
suyos. —Me preocupo por ti —susurró ella y, por una vez, no había burlas en
su voz, sólo había quedado vulnerabilidad.

Fue esa vulnerabilidad la que arraigó a Adrián en el lugar.

—Estás en mi corazón, y estoy bastante segura de que yo también estoy en el


tuyo—Una sonrisa suave curvo sus labios. —No importa si compartimos la

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misma sangre o no, pero somos familia, y me rompe el corazón verte tan
miserable ―

Cuando Adrián bajó la mirada, la otra mano se posó en su mejilla. —Mereces


ser feliz de nuevo — susurró, sus ojos azules le instaron a creerla.

Adrian suspiró, sin querer evitar daños. — ¿Lo estas logrando? — vio como la
luz de sus ojos se atenuaba.

Isabelle tragó. —Lo intento — respondió, su voz se ahogó mientras luchaba


por sacar las palabras que tenía que decir. —Mi corazón nunca volverá a estar
entero, pero mi vida no se ha terminado y sé qué tengo que sacar lo mejor de
ella—. Su pulgar rozó el hueso de la mejilla de él mientras sus ojos lo miraban.
—Como tú. Necesitas empezar a vivir de nuevo ―

Sin que se lo pidieran, el anhelo de su corazón creció y le impulsó a tomar un


camino que no podía seguir. Dando un paso al costado, camino a su alrededor,
pero Isabelle lo igualó, reteniéndolo. —No la ignores— le imploró, y su voz
era ahora más vehemente. —Es una mujer maravillosa, y le debes tanto a ella
como a ti mismo llegar a conocerla ―

Adrian se burló, haciendo todo lo posible para evitar que las palabras de
Isabelle penetrasen en su corazón. — ¿Por qué? ―

Ladeando la cabeza, Isabelle miró con una nueva curiosidad en sus ojos. —
¿Alguna vez has estado enamorado?

Adrián bajó la mirada, recordando que una vez había esperado encontrar el
amor. Ahora, parecía como si hubiera sido en una vida diferente. —No
importa— le dijo a Isabelle, más desesperado por escapar que antes. —El
amor no tiene nada que ver con... ―

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—Tiene todo que ver con la vida— interrumpió, una certeza en la forma en
que sus ojos miraban a los suyos que él nunca había visto antes. —No has
vivido hasta que has encontrado tu corazón latiendo en el pecho de otro.
Créeme ―

Adrián respiró lentamente. — ¿Cómo puedes decir esto? ¿El amor te ha traído
alguna vez algo más que dolor? ―

Ante sus palabras, Isabelle bajó la cabeza y se inclinó hacia él como si de


repente necesitara su apoyo. Sin embargo, justo cuando él estaba a punto de
estirar la mano para estabilizarla, ella encontró su barbilla y sus ojos
encontraron los suyos una vez más. —Hay mérito en lo que dices, y sin
embargo, es unilateral. Sí, el amor me ha traído dolor, pero también me ha
traído a Liam y a ti y un tiempo maravilloso con el hombre que amé—. Las
últimas palabras salieron de sus labios como si temiese que la rompiesen si les
permitía quedarse. —No lo cambiaría por nada— susurró, con la voz cargada
de lágrimas mientras hizo lo posible por sonreírle. —No importa lo que
pienses, mereces ser feliz. Quiero verte feliz ―

Adrián puso una mano sobre la suya. —Tienes un buen corazón, y siento que
esto te duela tanto, pero no nací para encontrar la felicidad. Ahora lo sé ―

—No, tú estás... ―

—Él aceptó eso. Yo lo acepté hace mucho tiempo, y tú también necesitas


aceptarlo o estarás siempre a merced de tus esperanzas—. Suavemente, le
apretó la mano antes de retroceder y ponerse sobre el lomo de Storm.

Ansioso por irse, el castrado brincó nerviosamente, y Adrián se alegró por ello
mientras hacía retroceder a Isabelle, quien tenía los ojos cautelosos mientras
miraba a la enorme bestia. —Adrian, por favor ―

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Pero Adrián agitó la cabeza. —Acéptalo, Isabelle. Yo lo he hecho—. Entonces


pateó los flancos de Storm, y se fueron volando, dejando atrás Ravengrove y
sus fantasmas.

En el fondo, Adrián sabía que sus palabras no habían sido completamente


verdad. Una vez, había llegado a aceptar que su destino era solitario. Pero
últimamente, tenía que admitir que la esperanza había llegado a su corazón,
torturándole con la promesa de una vida diferente.

En los últimos años, había encontrado una manera de vivir la vida que tenía.
La aceptación lo había hecho más fácil. Había eliminado las dudas y preguntas
que le perseguían. Ahora, habían regresado ya que había permitido
tontamente que el anhelo volviera a su corazón. Anhelar más que simplemente
existir. Había bajado la guardia y, de alguna manera, la esperanza se había
apoderado de él, forzándole a elegir, luchar todos y cada uno de los días para
mantener el rumbo, para no vacilar y dejar todo lo que consideraba correcto y
verdadero.

¿Y si un día perdía esa batalla?

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Capítulo catorce

Desilusión
Traducción Sol Rivers

Parada en el pequeño sendero que conducía de los jardines a los establos,


Eugenie miró a su marido y a su doncella con asombro.

Su aliento se había alojado en su garganta, y podría oír su corazón


martilleando en sus oídos. El frío se apoderó de ella, enfriando su sangre y
congelando su corazón. Sus pies estaban arraigados al lugar y, por mucho que
lo intentara, no podíamos girar la cabeza ni cerrar los ojos. No podría hacer
otra cosa que mirar fijamente.

La forma en que se mantenían juntos, la mano derecha de Isabelle en su pecho


y la izquierda acariciando su mejilla, traía lágrimas a los ojos de Eugenia. Sin
embargo, incluso en su miseria, acogió con agrado la ligera borrosidad que le
impedía ver, aunque fuera un poco. Nada, sin embargo, podría protegerla del
profundo afecto que demostraba su abrazo, la confianza y el conocimiento
íntimo del otro que reverberaba en cada mirada, cada palabra susurrada, cada
toque.

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Aunque había sospechado alguna vez que había más entre Isabelle y su marido
de lo que normalmente había entre el criado y el amo, no estaba preparada
para ver confirmadas sus sospechas. ¿Estaban enamorados?

Sus ojos se abrieron de par en par cuando Isabelle se hundió de repente en los
brazos de su marido, con la frente apoyada en el pecho de él, recordándole la
forma en que su marido la había abrazado el día anterior. Entonces se había
sentido muy segura y ahora lo veía como la mayor traición que había sufrido.

Por la Sra. Perry, supo que Isabelle y Liam habían llegado a Ravengrove con el
marido de Eugenie cuando él regresó de Francia. Desafortunadamente, la
robusta ama de llaves no había explicado lo que había llevado a su señoría a
traer a casa a una joven y a su hijo. Tal vez ella no lo sabía... y ella no se había
atrevido a presionarla. ¿Se habían conocido en Francia? ¿Se habían convertido
en amantes? ¿Era Liam el hijo de su marido?

Sus pensamientos corrían mientras se imaginaba la carita del niño, su pelo


negro como el cuervo y sus ojos azul claro. De hecho, no se parecía a su madre
con sus hermosos rizos dorados y sus profundos ojos azules. No, esos
atributos los compartía con su marido. Aunque Liam era delgado y no era alto
para su edad, sabía que no todos los niños crecían de la misma manera. Tal
vez en un año o dos, se dispararía, y con el tiempo, alcanzaría la misma
estatura alta que la había intimidado primero en su marido. ¿Podría ser cierto?
¿Podría ser Liam el hijo de su marido?

Sin embargo, si ese era el caso, ¿por qué Lord Remsemere no se había casado
simplemente con Isabelle? ¿No se había atrevido de verdad a casarse con una
mujer muy por debajo de su estatus? ¿Las restricciones sociales habrían
impedido que un hombre como él reclamara a la mujer que amaba? Habría
tenido un heredero. Podría haber sido... feliz. Podría haber tenido lo que

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Eugenia siempre había soñado, lo que esperaba cuando aceptó la propuesta


de Lord Wentford. ¿Por qué no lo hizo?

Su corazón se puso triste mientras sus pensamientos corrían salvajemente


alrededor de su cabeza. Por supuesto, ella siempre supo que él se había casado
con ella solo como un favor a su amigo, para protegerla a ella y a su hijo. Nada
más. Sin embargo, desde la noche de la tormenta, desde que supo el destino
que había perdido, su corazón había empezado a abrirse a él, deseando
conocer al hombre que estaba detrás del ceño fruncido y las cicatrices. Sabía
que él estaba solo como ella, y una parte distante de ella había esperado que
eventualmente su matrimonio se convirtiera en algo más que uno de
conveniencia.

En el fondo, su corazón todavía tenía esperanza, sin querer dejar su anhelo


por una familia propia, por amor e intimidad.

Ahora, sabía que había sido una falsa esperanza ya que el corazón de su esposo
no era libre de fijarse hacia ella. Una profunda tristeza la inundó al pensar que
ninguno de sus maridos la había deseado nunca, ni siquiera por un momento,
sino que habían anhelado a otra. ¿Era realmente tan imposible de amar?

Las lágrimas brotaron de sus ojos y, finalmente, sus pies se movieron, dándole
la vuelta y llevándola de vuelta por el camino que había llegado. Nunca antes
se había sentido tan pequeña e inútil, sabiendo que ninguno de sus maridos la
había elegido, si en efecto, hubieran tenido la posibilidad de elegir. En su
primer matrimonio, al menos había sido capaz de ser madre de la joven hija de
su marido. Ahora, ella no era más que un inconveniente, una carga.

Enjugándose frenéticamente las lágrimas que se negaban a dejar de caer,


Eugenie se apartó de la casa por miedo a encontrarse con otra alma. Le
mortificaba que alguien la viera en tal estado, y por eso se adentró más en los
jardines... solo para tropezar con Liam.
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Afortunadamente, su suave voz la advirtió que se alejase antes de que pudiese


notar su presencia, su total atención se centró en el pequeño pájaro posado en
una rama encima de él, piando en voz alta.

Escondida detrás de un alto arbusto, Eugenie hizo que su respiración se


calmara antes de que se apresurara a seguir adelante, lejos de Liam, de su
esposo y de Ravengrove. Sus pies se movieron sin pensar, llevándola cada vez
más lejos hacia el río, cuyas aguas se precipitaban extrañamente tranquilas
mientras su cabeza giraba con todo lo que había aprendido en los últimos
momentos.

La brisa era más fuerte aquí, y rozó con más vehemencia sus calientes mejillas.
Su pelo bailó alrededor de su cara, y sus faldas se balanceaban en
concordancia. La calma comenzó a extenderse por sus miembros ante la
refrescante sensación que enfrió el trastorno de su corazón y su mente.
Eugenia siguió adelante, siguiendo el río que la guiaba lejos del lugar donde
ahora solo tenía decepciones y esperanzas aplastadas.

Mirando hacia el horizonte lejano, dejó que sus ojos se deslizaran sobre el
denso bosque cercano, y sus lágrimas se detuvieron lentamente. —No sirve de
nada llorar por lo que no es— se repitió a sí misma, pasando una mano por sus
ojos secos. —No te detengas en tus pérdidas, sino considera lo afortunada que
eres ―

Instintivamente, su mano se acercó a su vientre y una suave sonrisa llegó a sus


labios. —Sí, seré madre— susurró a su hijo no nacido mientras la sorprendía
con otra patada contra la palma de su mano. —No puedo responder con
palabras lo agradecida que estoy de tenerte, pequeño —. Suspirando con una
alegría tensa, giró la cabeza hacia el viento mientras sus pies continuaban
llevándola a lo largo de la orilla del río.

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A pesar de todo lo que había pasado, se dijo a si misma que, aunque no había
encontrado el amor, había conocido la amistad, la lealtad y el apoyo. Aunque
el corazón de Lord Wentford nunca había sido suyo, había hecho todo lo que
estaba en su mano para verla a salvo, para que ella y su hijo no salieran
lastimados. Ella siempre le agradecería por ello y por haberle dado el hijo que
siempre había querido.

A pesar de que su segundo matrimonio tampoco le había brindado amor,


había encontrado un hogar cómodo con gente amable que la cuidaría a ella y
a su hijo. Una sonrisa apareció en su rostro cuando consideró en la Sra. Perry
y Liam y sí, en Isabelle. Habían sido tan acogedores, sin dudas de las
circunstancias de su matrimonio. Y su nuevo marido...

Eugenie suspiró, bajando una pequeña pendiente que la alejaba un poco de la


orilla del río y la llevaba hacia el bosque. Su mirada, sin embargo, se desplazó
hacia el interior y no vio los altos árboles que pronto la rodearon. Todo lo que
pudo ver era la cara de su esposo. Un rostro que una vez la había asustado.
Una cara que parecía fría e insensible.

Ahora, Eugenia sabía que lo había juzgado mal. De hecho, lo que le había dicho
en respuesta a su petición de compartir la cena con ella la había llevado a creer
que todo lo que él había hecho desde su boda había sido su manera de mostrar
resistencia. Se había mantenido a distancia porque no se consideraba una
buena compañía. Le había dado rienda suelta a su hogar, instruyendo a los
sirvientes para que le proveyeran de todo lo que pidiera. Aunque no había
dicho más que unas pocas palabras, estaban marcadas por el mismo
sentimiento... así como por algo que no podía comprender.

El ceño fruncido se instaló en su cara al recordar los pocos encuentros que


había tenido con él. Sí, la había asustado, incluso le había gritado una vez. Aun
así, la ira que ella creía haber visto solo le hizo pensar en alguien que estaba
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sufriendo, alguien que intentaba ocultar su miseria, alguien que temía que
otro la mirara demasiado de cerca.

De hecho, ¿por qué compartir sus pensamientos más íntimos con ella?
Después de todo, eran extraños. Se conocían muy poco. La única persona que
demostraba conocerlo bien era Isabelle.

Respiró hondo, dispuesta a ignorar la puñalada de decepción que la asaltó una


vez más.

—Sólo se casó conmigo para protegerme — se repitió a sí misma en voz alta,


esperando un tono fuerte en su voz ayuda a calmar a su corazón traidor. —No
me prometió nada más, y no tengo derecho a exigir lo que no puede dar— Por
un momento, se detuvo y cerró los ojos, su mano apoyada en la áspera corteza
de un árbol mientras, sin ser invitado, sus pensamientos volvían al momento
íntimo que había visto.

— ¡No! — Eugenie se advirtió a sí misma, cerrando los ojos con más fuerza,
tratando de deshacerse de la imagen. Aun así, no sirvió de nada. Una vez más,
vio la forma en que su marido e Isabelle se habían aferrado al uno al otro, algo
profundo y completamente significativo en sus ojos, algo que solo ellos
entendieron. ¿Pero era una prueba suficiente?

Los ojos de Eugenia se abrieron, y sus cejas se dibujan hacia abajo. ¿Había
llegado a una conclusión sin suficientes pruebas que la apoyaran?

Una pequeña sonrisa apareció en su cara cuando escuchó la voz de su difunta


abuela susurrando en su cabeza. Siempre había sido la madre de su padre la
que se guiaba por su cabeza, guiada por la razón y no por la emoción. Las
emociones se equivocaban con demasiada frecuencia. Hacían que uno viera lo
que quería o temía, no lo que era.

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—Te echo de menos, abuela— susurró Eugenia, tratando de recordar el rostro


sonriente de la mujer, con los ojos bien abiertos y atentos, siempre
contemplando.

De hecho, si su marido tenía una aventura con la doncella, sabía que no tenía
derecho a envidiar su felicidad. Mientras que Isabelle tenía una alegría
contagiosa, estaba claro que ella también había sufrido en el pasado. Sus ojos
azules oscuros a menudo brillaban con tristeza y con el anhelo de algo que
había perdido hace mucho tiempo. Más de una vez, la había visto mirando por
una ventana, con ojos distantes, sin duda recordando tiempos más felices.
¿Sufría porque no podía casarse con el hombre que amaba? ¿O había otra
razón?

Considerando las circunstancias de su propio matrimonio, sabía que no tenía


ningún derecho sobre su marido y haría bien en recordarlo. Su matrimonio no
se había basado en el afecto. Ni siquiera habían sido un matrimonio común
por conveniencia. No había sido más que un intento desesperado de
protegerla, un acuerdo que solo la benefició a ella. Después de todo, su nuevo
marido no se había beneficiado en absoluto por casarse con ella, ¿verdad? Ni
siquiera había tenido una dote que aportar al matrimonio. No, no tenía
derecho a exigir nada.

Con un profundo suspiro, se adelantó cuando oyó un pequeño crujido bajo su


pie.

Parpadeando, llevando su mirada hacia abajo y, levantando el pie, vio una


ramita rota en el suelo. Instantáneamente, su corazón se calmó y exhaló con
alivio...

... hasta que sus ojos se dirigían lentamente hacia el mundo que la rodeaba y
se dio cuenta de los cambios de paisaje que se le habían escapado antes.

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Girando en círculo, se encontró rodeada de altos árboles, que crecían en un


grupo denso a su alrededor. Las zarzas florecieron en el medio, cubriendo el
suelo aquí y allá, bloqueando su camino. El sol, que había brillado con fuerza
cuando ella se había puesto en marcha, apenas la alcanzaba a través del denso
follaje que había sobre ella, sus rayos se debilitaban a medida que el día llegaba
lentamente a su fin. ¿Cuánto tiempo había tardado en llegar caminando hasta
aquí?

Sacudiendo la cabeza, inhaló profundamente, sus ojos buscaron algo familiar.


¿Por qué no había prestado más atención? ¿Por qué se había permitido estar
tan distraída? Ni siquiera podía decir cuánto tiempo había pasado o decir con
certeza por dónde había llegado.

Levantando el cuello, esperando ver algo que le diera una pista, gimió cuando
se dio cuenta del dolor sordo en la parte baja de su espalda. Llevaba demasiado
tiempo de pie, especialmente en su estado. Necesitaba volver a casa y
descansar. Pero, ¿en qué dirección estaba su casa?

Dando un paso en una dirección aleatoria, se detuvo cuando un pensamiento


entró en su mente: ¿alguien se daría cuenta si ella no regresara a Ravengrove
esa noche?

Haciendo un lado ese pensamiento, Eugenia se volvió por el único camino que
no parecía estar lleno de zarzas, esperando que la llevara de vuelta a casa antes
de que el sol se pusiera y sumiera al mundo en la oscuridad. Pero, ¿y si no fuera
así?

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Capítulo quince

Asuntos del corazón


Traducción Sol Rivers

No fue hasta después de anochecer que Adrian volvió a Ravengrove.

Instó a Storm a través de los campos en un galope salvaje le había traído una
cierta sensación de calma después de la agitación que parecía ser su
compañero constante últimamente. Storm también parecía más tranquilo,
satisfecho de haber gastado un poco de energía y finalmente dispuesto a
regresar y descansar un poco. Aunque sus músculos se quejaron, aún no
exigían pero pedían un respiro, no pudo evitar mirar la alta fortaleza de
Ravengrove con sentimientos encontrados.

Si bien este lugar siempre había sido su hogar, irrevocablemente ligado a los
recuerdos de su familia, su infancia, también era el lugar donde habían
perdido la vida y lo habían dejado atrás. ¿Sentiría siempre como si fuera
empujado en dos direcciones diferentes? ¿Nunca habría paz?

Involuntariamente, las gentiles facciones de Eugenie se materializaron ante


sus ojos y mientras su mente le advertía que mantuviera su distancia, su

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corazón lo impulsó hacia adelante, de regreso a su lado. Por mucho que había
tratado de ignorar las palabras de Isabelle, se había consumido con
pensamientos sobre su nueva esposa, incapaz de sacudir la mirada en sus ojos
grises cuando le había pedido que cenara con ella. Había sido una petición
muy simple y, sin embargo, él la había rechazado como si ella le hubiera
pedido su brazo derecho.

La culpa lo asaltó. Sin embargo, no podía negar que había hecho lo correcto
por ella. Después de todo, había jurado protegerla... también de sí mismo. Ella
no iba a ser su esposa en un sentido verdadero. Había tomado la decisión de
no compartir su vida con nadie hacía mucho tiempo.

Aun así, desde que había venido a vivir a Ravengrove, una parte de él, una
parte que había pensado inerte, había comenzado a moverse, recordándole
que una vez había creído en el amor. Lo había visto en sus padres y esperaba
encontrarlo para sí mismo algún día. Pero entonces el amor se había
convertido en pérdida y dolor, y había pensado que era mejor, más seguro, más
sabio permanecer solo, mantener su distancia y no cargar a otros con su
maldición.

Hasta que Isabelle y Liam necesitaron su ayuda. ¿Realmente los había


ayudado? ¿O los había puesto en un riesgo mucho mayor al traerlos de vuelta
a Inglaterra con él? ¿Habrían estado mejor si se hubieran quedado en Francia?

¡Adrian solo podía esperar que no hubiera cometido un error monumental al


traerlos a Ravengrove!

Mientras cabalgaba hacia el patio, miró hacia la estructura alta,


preguntándose dónde estaba su esposa y qué estaba haciendo. ¿Ya había
cenado? ¿Sola en su habitación?

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De nuevo, Adrian vio sus ojos gris plateado mirándolo, una fuerza silenciosa
descansando en ellos que lo dejó sin aliento, haciéndole preguntarse cómo
había seguidos siendo una mujer tan reafirmante. Más de una vez, la había
visto con una sonrisa sincera en su rostro, deleitándose en una conversación
con Liam o la Sra. Perry. Más de una vez, la había visto suspirar de satisfacción
mientras estaba afuera en los jardines, mirando el floreciente mundo a su
alrededor. Más de una vez, había tratado de comunicarse con él, ofreciéndole
su compañía, su ayuda, su compasión.

¿Cómo la hacía? Adrian se preguntó. ¿No temía encontrar más dolor si se


atrevía a abrir su corazón a la alegría? Si no ahora, ¿eventualmente? ¿No había
aprendido la misma lección que él? ¿Que la felicidad era un riesgo que no valía
la pena correr?

Deteniéndose frente a los establos, desmontó cuando los pasos resonaron


cuando alguien corrió por la grava hacia él. Se volvió y vio a Liam, con el rostro
extrañamente pálido y los ojos muy abiertos con urgencia.

Al instante, su corazón se detuvo. Dios mío, ¿qué había pasado?

— ¡Se ha perdido! — Liam llamó mientras se detenía a no dos pasos delante


de Adrian. Su respiración se aceleró y sus manos hicieron un gesto salvaje. —
No podemos encontrarla. Está desaparecida. Buscamos en todas partes
pero...―

—¿Quién falta? —Preguntó Adrian, agarrando los delgados hombros del niño
mientras se inclinaba hacia abajo para mirarlo a los ojos. — ¿A quién no
puedes encontrar? ―

—Su señoría ―

De alguna manera Adrian lo había sabido, y sin embargo, la respuesta de Liam


envió una onda de choque a través de su cuerpo que hizo que cada fibra de su
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cuerpo gritara de agonía. ¡No otra vez! Le había dado a Grant su palabra de
que garantizaría su seguridad. ¿Cómo pudo haber dejado que esto sucediera?

Más pies se agitaron sobre la grava, y levantó la vista para ver a Isabelle
seguida de un rápido avance de Hammond hacia él. La preocupación estaba
grabada en sus rasgos, y cuando sus ojos se encontraron, sabía que esto no era
una instancia de la imaginación salvaje de Liam. ¡Su esposa estaba, de hecho,
desaparecida! Él le había fallado, y ahora tenía que pagar el precio.

— ¿Qué pasó? — preguntó, su voz áspera cuando Isabelle se paró frente a él.

Una mano alcanzó a su hijo, acunándolo cerca, mientras que la otra se levantó
para apartar un mechón suelto de su frente. —No estoy segura. Salió a
caminar por los jardines, pero no podemos encontrarla por ningún lado. Ha
estado fuera toda la tarde. —Algo brilló en los ojos azules de Isabelle, como si
hubiera algo más que no se atreviera a decir en voz alta.

Adrian se tragó el nudo que se formaba en su garganta, recordando que él


también había visto a Eugenie desde la ventana antes de salir corriendo de su
habitación para escapar de las entrometidas tendencias de Isabelle. —¿Has
buscado en los jardines? ―

Isabelle puso los ojos en blanco y respondió antes de que Hammond pudiera
decir algo. —Por supuesto que sí. Hemos mirado por todas partes, afuera,
adentro… pero no hay señales de ella ―

Apretando los dientes, Adrian dio un paso atrás y tiró de Storm hacia
adelante. — ¡Sigan buscando! — instruyó mientras volvía a montar su corcel
cansado, mirando a Liam y Hammond regresar corriendo a la casa.

—¿A dónde irás? — preguntó Isabelle mientras se apretaba más el chal sobre
los hombros. El viento se había levantado y el sol se había desvanecido casi
por completo, llevando consigo sus cálidos rayos.
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—No lo sé— respondió Adrian mientras sus ojos recorrían el horizonte como
si solo necesitara mirarlo para encontrarla. Luego tiró de las riendas de Storm
para darle la vuelta, pero se detuvo cuando Isabelle dio un paso adelante. Echó
una mirada sobre su hombro antes de acercarse, con su mirada llena de
preocupación... y culpa. —Si ella estuvo en el jardín… — dijo en un susurro
medio, apenas lo suficientemente fuerte como para que él oyera el suave
aullido del viento, — podría habernos visto juntos ―

Adrian se congeló, recordando su conversación anterior con Isabelle, tratando


de verla a través de los ojos de otro.

—Podría haber tenido la impresión equivocada —continuó Isabelle, con


angustia en sus ojos azules. —¿Crees... crees que ella podría haberse
escapado? ―

Adrian sacudió la cabeza. —No puedo imaginar por qué lo haría. Es


demasiado sensata para actuar con tanta brusquedad ―

Un resoplido escapó de los labios de Isabelle y ella sacudió la cabeza hacia él.
—Muy pocos pueden mantenerse equilibradas en lo que respecta a los
asuntos del corazón ―

Adrian hizo una pausa, por un momento incapaz de dar una respuesta. —
Ella... ella no... El nuestro es un matrimonio basado en... —

¿En qué exactamente?

Isabelle se puso de puntillas y sus ojos ardieron de desafío. —¡No me digas


que tu corazón no dio un vuelco cuando escuchaste que faltaba! — Luego se
volvió bruscamente y se apresuró a seguir a los demás.

Por un momento, estuvo demasiado aturdida para moverse y simplemente la


miró, entendiendo muy bien lo que Isabelle había querido decir, lo que ella

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quería que él entendiera. ¿Tenía razón? ¿Sentiría algo más además de culpa y
arrepentimiento si algo le sucediera a su nueva esposa? ¿A Eugenie?

Captando la agitación interna de su maestro, Storm se movió nerviosamente,


finalmente sacudiendo a Adrian de sus pensamientos. Una vez más, miró
hacia el horizonte y estiró el cuello de un lado a lado. — ¿En qué dirección? —
murmuró, con sus dedos apretados alrededor de las riendas en sus manos.

Una imagen de Eugenie caminando hacia el río entró en su mente, su rostro


tranquilo y en paz, al menos antes de que él interfiriera. ¿Era la orilla del río
un lugar que la tranquilizaba? Si ella lo hubiera visto con Isabelle, ¿se habría
enojado? ¿Habría tratado de calmarse?

Sin saber a dónde ir, espoleó a Storm, esperando no estar equivocado. Y, sin
embargo, no pudo evitar preguntarse qué había pensado su esposa cuando se
había encontrado con él y con Isabelle, porque en este punto, tenía que
admitir que parecía una explicación probable para su desaparición. ¿Se había
sentido traicionada porque habían intercambiado votos, sin importar cómo
hubieran llegado a ser? ¿O verlos la lastimó porque...?

Adrian sacudió la cabeza antes de que el pensamiento pudiera completarse,


alimentando el anhelo que incluso ahora intentaba escalar las paredes que
había construido alrededor de su corazón.

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Capítulo dieciséis

Perdida en el bosque
Traducción Sol Rivers

El viento se hizo más fuerte, y nubes casi negras cubrieron el cielo oscuro.

De pie en un pequeño claro rodeado de árboles, Eugenie miró hacia arriba. Sin
embargo, todo lo que podía ver fue una masa gris que se movía a través del
antiguo cielo azul. El viento aullaba a su alrededor, hacía que susurrasen las
ramas sobre su cabeza y, una por una, las gotas de lluvia comenzaron a caer a
la tierra.

Retirándose bajo la cubierta de los árboles, deseó haber traído su chal cuando
el frío se instaló más profundamente en sus huesos, poniéndole la piel de
gallina y enviando escalofríos por su columna vertebral. Se abrazó a sí misma,
tratando desesperadamente de mantenerse caliente, y una vez más se movió
en círculos, tratando de ver cualquier cosa que pudiera darle una idea de qué
camino tomar. ¿Estaba dejando Ravengrove más atrás con cada paso que
daba? ¿Había caminado en círculo?

No lo sabía, y el miedo lentamente comenzó a llegar a su corazón. —Tengo


que seguir adelante— se dijo con más valentía de la que sentía. —No debo
parar—Tragando, empujó hacia adelante, sus pasos eran más lentos ahora
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mientras la luz se desvanecía en la nada y el suelo era poco más que oscuridad
bajo sus pies.

Un lobo aulló en la distancia, y el corazón de Eugenie se congeló. El aire se


alojó en su garganta cuando sus pies se detuvieron y su mirada recorrió su
entorno casi en pánico. Con la espalda presionada contra el tronco de un
árbol, se quedó mirando a la nada, sintiendo su pulso latir a un ritmo frenético.

De nuevo, el aullido triste de la bestia atravesó la oscuridad; solo que esta vez
sonó tan cerca que se dio la vuelta sin pensarlo dos veces y huyó ciegamente
entre los árboles que bloqueaban su camino. Sus pies tropezaron con las raíces
y a través de pequeñas madrigueras excavadas en el suelo. Las zarzas le
rasgaron las faldas y los brazos y, sin embargo, siguió adelante, temerosa de
contemplar qué pasaría si...

Chilló en estado de shock cuando algo revoloteó a su alrededor en la tenue


luz, sus ojos incapaces de distinguir nada específico. Su cabeza giró, pero sus
pies siguieron moviéndose. Un paso y luego otro después del siguiente. No
encontraron terreno sólido, pero se hundió más de lo esperado y se inclinó
hacia adelante.

Sus manos se dispararon instintivamente para detener su caída. Aun así, el


dolor que surgió de su tobillo arrancó un grito de sus labios, solo amortiguado
cuando chocó con el suelo del bosque.

Por un momento, permaneció inmóvil, aturdida, su corazón latía


frenéticamente mientras escuchaba los sonidos de la noche del bosque a su
alrededor. ¿Qué tan cerca estaba el lobo? ¿Estaba siguiendo su aroma? No,
¿verdad?

Apretó los dientes cuando su mandíbula comenzó a temblar de miedo. Sus


manos se apretaron en puños, y luego se levantó del suelo y se sentó con la

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espalda contra el tronco de un árbol. Su pulso continuaba acelerado, y sus ojos


recorrieron su entorno sin pausa, temerosos de lo que pudieran encontrar.
¿Qué iba a hacer? ¿Había alguna forma de protegerse si el lobo la encontraba?
E incluso si no, el frío que permanecía en el aire la hacía temer pasar una noche
afuera sin nada para calentarse.

Aun así, no era una elección que ella pudiera hacer. Si no encontraba el camino
de regreso, había poco que pudiera hacer.

Cuando todo permaneció en silencio, levantó su pierna y examinó su


punzante tobillo. Pincharlo le provocó un dolor nuevo, como un cuchillo que
perforase su extremidad. Aun así, dudaba que estuviera roto, simplemente
torcido. Caminar, sin embargo, sería difícil, si no imposible. Sus ojos se
dirigieron hacia arriba. Quizás debería trepar a un árbol. Ciertamente la
mantendría a salvo del lobo, pero ¿sería capaz de hacerlo?

Sosteniendo el árbol en su espalda para sostenerse, se puso de pie. Incapaz de


no hacerlo, se sacudió la suciedad y las hojas de su caída del vestido, sabiendo
que no importaba cómo se veía. Luego, lentamente, trató de poner peso sobre
su pie lesionado, solo para respirar hondo cuando el cuchillo volvió a atacar
su tobillo.

Jadeando, miró a los árboles a su alrededor, dándose cuenta de que nunca sería
capaz de treparlos incluso si tuviera los pies intactos. No, no había más
remedio que continuar, pero ¿cómo?

Sus ojos recorrieron el suelo, deslizándose sobre formas oscuras ocultas por
la oscuridad. Sin embargo, después de un rato, vio algo prometedor y saltó
hacia él con un pie. Inclinándose, extendió la mano y tiró del extremo de una
rama que sobresalía de un matorral de zarzas. Tiró con fuerza para liberarlo
de su enredo y suspiró aliviada cuando vio que, de hecho, era lo
suficientemente largo y parecía ser resistente para soportar su peso.
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Después de una respiración profunda y fortificante, continuó, esperando que


sus esfuerzos fueran recompensados y finalmente encontrara el camino de
regreso a Ravengrove. Su progreso fue lento y doloroso. Aunque el bastón le
ayudó, todavía le palpitaba el tobillo y sintió que su fuerza disminuía.
¿Cuándo fue la última vez que comió?

Una ola de náuseas la inundó, y su mano libre fue a su vientre mientras su


corazón se retorcía con un nuevo miedo. —Lo siento, pequeño. Nunca debería
haberme marchado. Fue una tontería de mi parte. Debería haber prestado más
atención —. Hablar con su hijo por nacer ayudó a mantener a raya el miedo e
hizo que se sintiera menos sola. Y así continuó, abriéndose camino a través
del matorral de árboles y arbustos, mientras mantenía una conversación
bastante unilateral.

Pronto, el sol desapareció por completo, haciendo que la oscuridad a su


alrededor se sintiera más apremiante, como una gruesa manta que había sido
arrojada sobre ella. Afortunadamente, una luna casi llena brillaba esa noche y
algunos de sus rayos plateados se filtraron a través del espeso follaje de arriba,
otorgando a Eugenie al menos un poco de luz. Sin ella, ella no habría podido
continuar.

Se había acostumbrado a un ritmo ligeramente reconfortante, sus


pensamientos se centraron en su hijo y no en los peligros que la rodeaban,
cuando otro aullido atravesó la quietud de la noche.

Al instante, se congeló y el pánico volvió a apoderarse de ella. Su mano se


apretó alrededor del bastón y su cabeza giró de lado a lado, con los ojos muy
abiertos revisando el área a su alrededor.

Todo permaneció quieto, pero la respiración de Eugenie no se calmó. Sintió


que su cabeza comenzaba a girar cuando sus músculos se aflojaron y casi se
cayó contra un árbol cercano. Su hombro se quejó cuando se conectó con la
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corteza dura, pero no le prestó atención mientras luchaba contra el impulso


de hundirse en el suelo.

De repente, otro sonido llegó a sus oídos y su cabeza se levantó, sus sentidos
en alerta máxima. ¿Estaba su mente jugando con ella? ¿Lo había imaginado
ella solo? ¿O…?

—¡Eugenie!

Al oír su nombre, un alivio absoluto la inundó, poniéndola casi de rodillas.


Las lágrimas saltaron a sus ojos y tuvo que tragarse el nudo que se formó en
su garganta antes de gritar: —¡Aquí! ¡Estoy aquí!

Mirando hacia la oscuridad cercana, escuchó, rezando para no haberse


equivocado cuando una gran figura se materializó entre los árboles. Su
corazón se detuvo y contuvo el aliento, sus pensamientos acelerados con
imágenes temerosas una vez más. Luego, un suave golpe llegó a sus oídos, y
sus ojos se cerraron aliviados. Cuando los abrió de nuevo, encontró un gran
caballo negro que avanzaba hacia ella, con las orejas aplastadas y sus
movimientos tensos.

Para gran sorpresa de Eugenie, no era otro que su propio esposo sentado
encima de la bestia monstruosa. La larga cicatriz en su rostro brillaba
peligrosamente con la luz plateada y, sin embargo, la expresión de sus ojos era
de gran preocupación.

Poco más que mirarlo por segunda vez ese día pudo hacer.

En el momento en que la vio, la expresión de su rostro cambió, se suavizó de


una manera que Eugenia nunca hubiera creído posible, y saltó al suelo,
corriendo hacia ella.

Esperaba que él se detuviera a unos metros delante de ella, que se elevara sobre
ella, exigiéndole saber qué había sucedido, por qué se había alejado,
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escucharlo reprenderla por ser tan tonta como para perderse. Esperaba que él
estuviera enojado, decepcionado, molesto, y se preparó para un sentimiento
de vergüenza y pesar, para encogerse en el suelo bajo el peso de su mirada
despectiva. Después de todo, había actuado sin pensar y sabía que no podía
culparlo por decirle eso.

Esperaba todo eso y más. Lo que no esperaba, para lo que no estaba preparada
era la distancia cada vez menor entre ellos, ya que él no se detuvo, no frenó
sus pasos hasta que sintió sus manos sobre sus hombros, rozando sus brazos.

— ¿Estás bien? — Su voz era suave y oscilante con algo tierno y cariñoso
que calentó su corazón, ahuyentando el frío que había permanecido allí solo
un momento antes.

Sus manos la recorrieron, apenas tocándola como si temiera tocarla pero


necesitando ver si ella había sido lastimada. Sus manos subieron por sus
brazos, sobre sus hombros y luego viajaron por los costados de su cuello. Ella
sintió las puntas de sus dedos rozar su piel, y un escalofrío la atravesó ante el
contacto íntimo. Sus nudillos se trazaron a lo largo de la línea de su mandíbula
antes de que sus manos ahuecaran su rostro, sus ojos sostenían los de ella de
una manera que nunca antes habían tenido. —¿Estás bien? — preguntó una
vez más, y ella pudo sentir su cálido aliento contra su piel.

Su labio inferior comenzó a temblar, y nuevas lágrimas llenaron sus ojos


mientras lo miraba. Había pasado mucho tiempo desde que alguien se había
preocupado. Cuidándola con una devoción tan abierta, una determinación tan
inflexible, una preocupación tan tierna.

Una lágrima se derramó y rodó por su mejilla hasta que encontró su mano. Sus
ojos se abrieron, y ella pudo sentir sus manos tensas donde descansaban
contra su piel. Abrió la boca, pero antes de que pudiera hablar, Eugenie
retrocedió, incapaz de soportar más el peso de su mirada. —Estoy bien —
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murmuró mientras sus manos caían lentamente, su piel cada vez más fría
cuando el aire nocturno la rozó una vez más.

Aclarando su garganta, él también dio un paso atrás. Luego sus ojos se posaron
en el bastón que ella sostenía a su lado. — ¿Qué es esto? ¿Te lastimaste? —
Instantáneamente, sus manos volvieron a ella, su derecha se posó debajo de su
barbilla, inclinando su cabeza hacia arriba. —Dime ―

Eugenia tragó saliva. —Mi tobillo. Me caí y... ―

Los ojos de su esposo se movieron hacia abajo antes de que se enderezara una
vez más, escaneando sus alrededores. Luego, sin una advertencia, la tomó en
sus brazos como si no pesara nada y la llevó unos pasos antes de dejarla caer
sobre un tronco de árbol volcado.

El corazón de Eugenie latía violentamente en su pecho y no se detuvo cuando


él se arrodilló frente a ella. —¿Cuál?

—Derecho — exclamó Eugenie antes de que el aliento se quedara en su


garganta cuando sus dedos comenzaron a desatar los cordones de su media
bota. Trabajó con suavidad pero de manera eficiente y, en unos momentos,
había liberado su palpitante pie de su encierro.

Eugenie suspiró aliviada, pero hizo una mueca cuando intentó mover el
tobillo.

—Está hinchado — comentó, con la cabeza inclinada mientras colocaba


suavemente una mano sobre su pie con medias. Aplicó una leve presión y
cuidadosamente movió su pie hacia arriba y hacia abajo.

Eugenie apretó los dientes por el dolor.

—No está roto—. Poniéndose de pie, su esposo giró la cabeza y silbó


suavemente. Un momento después, su monstruoso corcel llegó trotando

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como un perro bien entrenado, frotando su nariz contra su brazo. Él palmeó


el cuello del caballo antes de volverse hacia ella. —Te llevaré a casa, pero es
un poco difícil, así que creo que es mejor volver a ponerte la bota. El aire
nocturno es frío.

Asintió, preparándose mientras él aflojaba aún más los cordones de su bota y


luego la deslizaba sobre su pie. El dolor fue mínimo, y ella se sintió aliviada al
ver que él dejaba su bota desatada.

Luego se levantó y sus ojos encontraron los de ella. Hubo un momento de


vacilación antes de que él se inclinara, las manos la alcanzaron.

Eugenie contuvo el aliento cuando la levantó una vez más. Su mano se detuvo
contra su pecho, y pudo sentir su corazón golpeando contra su palma. Su
mirada se alzó para encontrarse con la suya, pero él volvió la cabeza y la llevó
hacia su caballo.

—Yo…

Se detuvo y la miró. — ¿Hay algo mal?

Eugenia tragó saliva. —El médico me ha prohibido viajar... por el bien del
niño—. De nuevo, el aliento se quedó en su garganta mientras esperaba ver
cómo reaccionaría él ante la mención de su hijo. Su hijo, no el suyo.

Desde que había venido por ella, Eugenie había sentido una extraña cercanía
entre ellos como si el futuro aún fuera prometedor. Nunca lo había visto tan
preocupado, tan involucrado. Parecía que un vínculo delicado hubiera llegado
a través del abismo entre ellos, conectándolos. Sin embargo, ese vínculo era
delgado y frágil, y ella sabía que no tomaría mucho cortarlo.

Durante mucho tiempo, él simplemente la miró, sus ojos no se abrieron con


sorpresa o se estrecharon con pesar. Su mirada simplemente sostuvo la de ella
mientras ella yacía en sus brazos, su corazón aún latía contra la palma de su
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mano. Luego inhaló profundamente y ella sintió sus brazos apretarse sobre
ella. —No te dejaré caer

Sus palabras fueron pronunciadas suavemente y, sin embargo, escuchó la


solemne promesa que tenían. Una vez más, prometió protegerla a ella, a ella y
a su hijo, y la expresión de sus ojos le pedía que confiara en él.

Sorprendida, se dio cuenta de que sí. Donde antes había dudas, ahora había
una certeza absoluta de que haría todo lo que estuviera en su poder para verla
a salvo. Después de todo, ¿no había ido a buscarla cuando lo necesitaba?

—Lo sé —susurró, sus palabras fueron igualmente suaves. Sintió que su


corazón se saltaba un latido y no pudo evitar preguntarse si realmente había
pensado que ella lo rechazaría, que se negaría a confiar en él. ¿Dudaba de ella?
O más bien ¿de sí mismo?

Después de colocarla en su caballo, su esposo se colocó en la silla detrás de


ella. Por un momento, se quedaron quietos, sus cuerpos no se tocaban, antes
de que sus brazos la rodearan una vez más. Mientras su mano derecha tomaba
las riendas, su izquierda serpenteaba vacilantemente alrededor de su cintura,
instándola a recostarse contra él.

Exhalando un tembloroso aliento, se permitió relajarse, dando la bienvenida


al calor de su amplio pecho mientras se acomodaba en sus brazos. Podía sentir
su cálido aliento contra el costado de su cuello cuando él giró su caballo hacia
Ravengrove. Sus brazos la mantuvieron a salvo y, después de un rato, ella ya
no detectó ninguna reticencia en la forma en que la sostenía. Sus propios
músculos se aflojaron después de la tensión por la que los había sometido y,
en poco tiempo, descansó en sus brazos con una facilidad que la sorprendió.
Por extraño que pareciese, se sintió casi natural y su corazón comenzó a
calmarse mientras se dirigían a casa.

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A casa, se preguntó Eugenia y sonrió.

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Capítulo Diecisiete

De la familia
Traducción Sol Rivers

Con un miedo terrible de que cualquier cosa podría pasarle, Adrian abrazó a
su esposa con fuerza, y lentamente regresaron a casa. Su piel estaba fría al
tacto cada vez que su mano rozaba la de él, y le preocupaba que se resfriara si
no la llevaba de vuelta a Ravengrove pronto. Pero si él espoleaba a Storm,
podría dañar a su hijo y, por lo tanto, se conformó de mala gana con un ritmo
más lento, abrazándola más fuerte contra sí. Deseó haber traído un abrigo que
pudiera ponerle alrededor de los hombros para mantenerla abrigada. Sin
embargo, no tenía sentido desear lo que no era. Lo había aprendido hace
mucho tiempo.

Mientras Storm se abría paso a través del bosque, el silencio cayó sobre ellos
y Adrian escuchó la suave respiración de la mujer en sus brazos. Parecía
tranquila, con los músculos flojos, y esperaba que no le molestara la cercanía
que la situación les imponía. Por un momento, se preguntó si debería
desmontar y caminar. Sin embargo, cabalgando con ella, podría garantizar su
seguridad mejor, evitando que se deslizara fuera de la silla si la fatiga la
alcanzaba. Después de todo, a juzgar no solo por los rasguños y las

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contusiones en su piel pálida, sino también por el miedo que había visto en
sus ojos, sabía que había pasado por muchas cosas esa noche y que
probablemente estaba cerca del agotamiento.

—¿Estás bien? — susurró al lado de su oreja, mirando cómo su pecho subía y


bajaba mientras ella respiraba temblorosa. Quizás debería desmontar después
de todo.

—Lo estoy — respondió ella después de un rato antes de que su cabeza se


volviera ligeramente hacia él. —Gracias—. Ella tragó saliva y una pequeña
sonrisa apareció en su rostro. —Gracias por venir a buscarme ―

Sintiéndose incómodo por el de algo que había hacho, Adrian levantó la


barbilla, rompiendo el contacto visual. Su mandíbula se endureció y se
preguntó por qué no estaba molesta con él. Después de todo, había sido su
deber mantenerla a salvo, y le había fallado. Debería pedirle perdón; sin
embargo, no se atrevió, sabiendo que, sin duda aprovecharía la oportunidad
para descubrir sus secretos. Era una mujer compasiva, y no le había llevado
mucho tiempo sentir su tormento. Sin duda, se sentiría obligada a ayudarlo.

No podía permitir eso.

—Estaba aterrorizada— dijo de repente en el silencio y su cabeza bajó sin


pensar, permitiéndole mirarla por el rabillo del ojo. —Ni siquiera recuerdo el
momento en que entré en el bosque. Estaba caminando, perdida en mis
pensamientos, y luego... — Suspirando, sacudió la cabeza y su mejilla rozó la
de él.

Adrian sintió cómo le atravesaba un escalofrío, y no podía negar el calor que


se extendía en cada fibra de su ser.

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—Debería haber prestado más atención. Lo siento. Siento ser un


inconveniente. Si no me hubiera perdido, no hubieras tenido que venir por mí

Ante sus palabras, algo duro se alojó en su garganta y la ira comenzó a hervir
en sus venas. —No eres un inconveniente— gruñó, sorprendido por la oleada
de emociones que lo asaltaron. Que ella se considerara una carga le dolía. Aun
así, su mente podía entender cómo había llegado a esa conclusión.

—Eres muy amable por decir eso — respondió su esposa, con un tono distante
en su voz. —Sé que sacrificaste tu propio futuro para protegerme, y te pago
con… ―

Deteniendo a Storm, Adrian se movió en la silla de montar antes de que su


mano izquierda agarrara su barbilla, obligándola a mirarlo. —No sacrifiqué
nada — gruñó, enojado consigo mismo por permitirle creerse tan inútil. — Tú
no eres un inconveniente.

Por un momento, contuvo el aliento, con los ojos muy abiertos y plateados
como la luna distante mientras se elevaba sobre los árboles, enviando rayos
individuales a través del matorral sobre ellos. La luz brillaba en su cabello
negro, oscuro como la noche, y su piel clara brillaba como si estuviera cubierta
de diamantes. Parecía preciosa y, sin embargo, frágil.

Pasaron momentos mientras se miraban, y Adrian se dio cuenta de que habían


pasado años largos y solitarios desde la última vez que había sostenido a
alguien en sus brazos. Casi había olvidado lo que se sentía por tener a alguien
cerca, sentir el latido del corazón de otra persona y el calor de su piel.
Involuntariamente, sus ojos se dirigieron a sus labios donde permanecieron
un momento demasiado largo. La tentación se elevó en su sangre, urgente y
desconocida, ya que había estado durmiendo durante largos años.

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Sentimientos que había pensado enterrados hacía mucho tiempo revivieron,


y una pequeña voz en el fondo le susurró que simplemente existir podría no
ser lo suficientemente bueno después de todo.

Su esposa respiró temblorosa y supo que había entendido la dirección de sus


pensamientos. Al instante, la culpa lo asaltó, aún más cuando vio temblar su
mandíbula y supo que la había asustado. Tragando, rápidamente desvió la
mirada. —Pronto estaremos en Ravengrove — dijo en la quietud ya que el
peso de todo lo que quedaba sin decir se volvió demasiado para soportarlo —
¿Cómo está tu tobillo? ―

—Duele — respondió ella mientras miraba la extremidad en cuestión. —Pero


estará bien—. Luego se acomodó en sus brazos con naturalidad como si
perteneciera allí. Adrian casi contuvo el aliento, preguntándose por qué su
aspecto salvaje, su cicatriz y sus modales bruscos ya no la asustaban. Había
esperado que ella estuviera tensa, reacia a la cercanía que le obligaba a alejarse
de él. Pero no lo hizo.

Quizás estuviera demasiado exhausta. Era la explicación más probable.

—Háblame de tu familia —Adrian susurró al lado de su oreja. — ¿Teníais una


relación cercana? — No podía decir por qué había preguntado eso, pero había
una parte muy profunda dentro de él que quería saber más sobre la mujer con
la que se había casado, escucharla hablar de su hermano, de la vida que ella
tenía.

Un tembloroso aliento abandonó sus labios. —La teníamos — susurró ella —


Tenía un hermano, Emery. Él... murió en la guerra ―

Adrian apretó los dientes cuando el recuerdo de cómo había descubierto el


cuerpo de su amigo resurgió una vez más. —Lo siento — susurró,

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preguntándose si debería decirle que había conocido a su hermano. Una


mirada a su muñeca le dijo que la cinta seguía oculta a la vista.

—Era un buen hombre— dijo ella, y pudo escuchar la sonrisa que apareció en
sus labios. —No era fuerte, era bastante enfermizo, pero tenía el corazón más
compasivo que jamás he conocido—. El orgullo sonó en su voz. —Nuestro
padre y él a menudo discutían ya que Emery no deseaba ser un Lord y llevar
la vida que conllevaba heredar ese título. Creo que unirse a las tropas inglesas
fue su forma de expresar su opinión, de seguir su propio camino. —Ella
suspiró y su mano derecha se posó en su brazo como si quisiera consolarlo. —
Estaba orgullosa de él y, sin embargo, cuando nos dejó, en mi corazón sabía
que nunca lo volvería a ver. Aun así, era algo que tenía que hacer. Así era él y
no hubiera querido cambiarlo por nada del mundo.

Sus dientes chasquearon levemente cuando un estremecimiento rodó por su


espalda. Su mano sobre su brazo se tensó, y Adrian sintió que su otro brazo la
apretaba más contra él, ofreciéndole el poco consuelo que podía darle. La
muerte de Emery todavía la dolía, un eco del tormento que aún vivía en su
propio corazón, y Adrian se alegró de ver que su amigo había sido amado de
esa manera.

—No pretendo sobrepasarme — susurró de repente en la oscuridad — pero


también escuché que sabías lo que era perder a un hermano ―

Adrian sintió que se tensaba ante sus palabras. Era como si una puerta dentro
de él estuviera cerrada, bloqueando los recuerdos que aún vivían allí. Apretó
la mandíbula y le resultó difícil tragar.

—Lo siento —dijo su esposa, su mano era ahora gentil mientras descansaba
sobre su brazo. —Entiendo si no quieres hablar de eso. Todo lo que quiero

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decir es que me he dado cuenta de que siento alegría al hablar de mi hermano


Adrian se burló. — No puedes hablar en serio ―

— Lo hago—. Por el rabillo del ojo, Adrian la vio respirar


contemplativamente antes de lamerse los labios. —Lo que quiero decir es que
no deseo olvidar a mi hermano o tan solo recordar su muerte. Quiero
recordarlo a él. Su sonrisa. El calor en sus ojos. La forma en que me atraía a sus
brazos y me decía que todo estaría bien. Un suave suspiro escapó de sus
labios, y Adrian pudo ver una pequeña sonrisa aparecer en su rostro. —Emery
siempre se ocupó de todas las reparaciones de Pembroke Hall, incluso cuando
era un niño. Nuestro padre se enfadaba porque no correspondía a su puesto,
pero nada ni nadie podía evitar que atendiera a alguien que lo necesitaba. Él
era... excepcional ―

Cerrando los ojos, Adrian respiró hondo. —Hay quienes ven con una mirada
cómo curar a otros ―

Girando la cabeza, Eugenie le sonrió. —Mi hermano era una de esas personas.
Tenía manos curativas; un regalo raro. Solo necesitaba mirar a alguien y... de
alguna manera sabía lo que le dolía. — Suspirando, sacudió la cabeza. —
Nunca supe cómo lo hacía, pero a menudo me hubiera gustado tener el mismo
don ―

Adrian recordaba bien las muchas veces que Emery lo había reparado. Más
que eso, recordó la forma en que los ojos de Emery habían mirado dentro de
su alma, viendo no solo los cortes en su carne, sino también las piezas rotas
de su alma. Mirando a su esposa, Adrian se preguntaba cómo no podía ver
que una parte de su hermano vivía dentro de ella. Ella también sabía cómo
mirar el corazón de otro. Sus ojos conmovedores eran lo que más lo asustaba,

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ya que parecían ver sin dificultad lo que vivía en su pasado, lo que lo


atormentaba a diario.

Como si supiera sus pensamientos, le preguntó: — ¿Me hablarías de tus


hermanos? ―

Al instante, Adrian se sintió transportado de regreso a la noche en que habían


muerto. Una vez más, escuchó sus gritos y olió el humo que pronto extinguiría
sus vidas. Sintió que sus músculos se tensaban mientras cada fibra en él
luchaba contra el recuerdo, sabiendo que no podía desmoronarse ahora.
Ahora no. Aquí no. No con ella

Su mano recorrió la longitud de su brazo hasta que se posó sobre la suya. —


No cómo murieron— susurró —sino cómo vivieron—. Las puntas de sus
dedos se posaron sobre las de él, instándolo a escucharla. —¿Cómo se
llamaban? ―

Adrian cerró los ojos mientras sus labios susurraban sus nombres por primera
vez en años. —Julian, Florian y Christian ―

Una suave risa retumbó en su garganta. —Y Adrian. ―

El sonido de su nombre en sus labios lo llenó de una alegría inesperada, y no


podía negar que se sintió bien al escuchar de nuevo los nombres de sus
hermanos. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que fueron
pronunciados, y de repente sintió como si los hubiera traicionado.

Olvidándolos.

—Mis padres pensaron que era apropiado — se apresuró a decir antes de que
el dolor sordo en su pecho pudiera extenderse. —Querían que supiéramos que
siempre estaríamos conectados. — Tragó saliva. —Nunca solos ―

— Háblame de ellos ―

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Adrian respiró hondo. —Julian siempre nos cuidó a todos — comenzó


mientras una imagen de su hermano mayor aparecía ante sus ojos. —Se
esforzó mucho por ser el mayor, actuar sabiamente y enorgullecer a nuestro
padre. Hablaba muy en serio, y Florian a menudo se burlaba de eso, diciendo
que había pasado de ser un bebé a ser un hombre.

Eugenie rio suavemente. —Se sintió responsable como lo hacen los mayores a
menudo. ¿Qué hay de Florian? ―

Adrian no pudo evitar la sonrisa que se extendió por su rostro. —Era todo lo
contrario, pero era así para dar un equilibrio a Julian. Era salvaje e imprudente
y a menudo se metía en problemas, confiando en él para sacarlo de ellos. —
Una risa retumbó en su pecho, y Adrian se dio cuenta de que no había pensado
en sus hermanos en años.

Solo en cómo habían muerto.

—¿Y Christian? — preguntó su esposa, su mano ahora se posó cómodamente


sobre la de él como si realmente perteneciera allí y a ningún otro lugar.

—Le encantaba la música—. Para sorpresa de Adrian, todavía podía escuchar


la suave melodía de su hermano haciendo eco a través de la fortaleza. —No
había un solo instrumento que no dominara. Cuando tocaba, se olvidaba del
mundo que lo rodeaba. —Suspiró y una profunda sonrisa apareció en su
rostro. —Más de una vez, se perdió la cena y nunca supimos por qué ―

Eugenie se rio una vez más, y Adrian deseó que nunca se detuviera. ¿Cuánto
tiempo había pasado desde que había oído reír a alguien? Ravengrove se había
convertido en una tumba llena de tristeza y arrepentimiento, dolor y desamor.
¿Cambiaría eso ahora que Eugenie estaba aquí? ¿Ahora que estaba esperando
un hijo? Un niño que crecería en Ravengrove. ¿Ravengrove los cambiaría? ¿O
cambiarían a Ravengrove tanto como a su gente?

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—¿Qué hay de ti? — preguntó su esposa mientras volvía la cabeza para


mirarlo. Una suave sonrisa apareció en sus rasgos antes de que ella se
recostara contra su pecho.

La suave sensación de ella lo abrumaba y, por un momento, Adrian no pudo


pensar con claridad. El temor que vivía en su corazón día y noche ahora solo
existía como un eco suave, y podía sentir una nueva ligereza mientras la
acercaba involuntariamente como si su mera presencia lo aliviara y, sin ella,
sus demonios regresarían. —Yo era el más joven— dijo finalmente — y
deseaba no serlo. Florian a menudo se burlaba de mí, tal como se burló de
Julian, y me hizo ser atrevido cuando debería haber sido cauteloso. A
menudome arriesgué demasiado, sin tener en cuenta la seguridad, ya que mis
hermanos siempre habían estado allí para cuidarme—. Las palabras salieron
de sus labios, y Adrian se preguntó cómo había vivido, ¡existido! Sin hablar de
ello antes. —Luchamos como hermanos, pero también nos mantuvimos
unidos como hermanos—. Tragó saliva al sentir que sus pensamientos
giraban. —Ahora, se han ido, y yo estoy solo ―

Su mano apretó la suya, y Adrian respiró hondo, abrumado por lo mucho que
había compartido con una mujer que apenas conocía. No podía negar que
había una conexión entre ellos. Ella entendía su pérdida ya que ella misma lo
sabía y no lo miró con lástima en sus ojos, sino con compasión. Y, sin embargo,
aunque solo podía pensar en el momento en que su familia le había sido
arrancada de sus brazos, de alguna manera había encontrado una manera de
recordar la vida que habían compartido. Miró hacia el lado plateado incluso
en los días más oscuros.

—Todavía tengo a Grant— murmuró Adrian sin pensar, solo dándose cuenta
de lo que había hecho cuando la sintió endurecerse en sus brazos.

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Adrian se maldijo por ser tan desconsiderado. Después de todo lo que había
hecho por él esta noche, ahora había arrastrado otra pérdida para ella. No
pudo evitar preguntarse cuán profundamente había llegado a cuidar de su
amigo durante el tiempo de su matrimonio. Aunque Grant siempre había
estado enamorado de su primera esposa, no se sabía cuán profundamente
Eugenie podría haberse enamorado de él.

—Lo siento — murmuró, sabiendo que haría poco bien.

—No lo hagas, —respondió su esposa con valentía. — Soy... feliz por él—.
Ella suspiró. —Y por ti. Por la manera en la que te aferras en la amistad donde.
Es precioso; porque los amigos son la familia que elegimos nosotros mismos

—¿Tienes amigos íntimos? — preguntó Adrian, sabiendo que Emery y su


padre habían sido la única familia que había tenido. Ahora, ellos también se
habían ido. ¿Estaba realmente sola en el mundo?

—Uno — susurró, y su voz sonó con recuerdos alegres. —Pero no la he visto


en mucho tiempo ―

—Quizás deberías remediar eso— le dijo Adrian, pensando que un tiempo


lejos de Ravengrove, ¡y de él! le haría bien. En ese momento, cuando la instó a
irse, una parte de él comenzó a doler ante la idea de no verla todos los días.

Aunque solo fuera desde lejos.

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Capítulo dieciocho

Sospechas
Traducción Sol Rivers

Eugenie descubrió que no le gustaba el recordatorio de su primer matrimonio,


no porque no le gustara el hombre, sino porque de repente parecía que dos
partes de su vida estaban chocando.

Hacía apenas unas semanas, había sido la esposa de Lord Wentford, una
madre para su pequeña hija y estaba a punto de compartir sus felices noticias
con su nueva familia. ¿A Milly le hubiera gustado tener un hermano pequeño
o una hermana? ¿Qué clase de padre habría sido Lord Wentford para su hijo?
Recordaba bien sus esperanzas y sueños de aquella época, no hace mucho
tiempo.

Pero ahora, todo era diferente.

Ahora, esa noche, estaba sentada en un caballo, con los brazos de su segundo
esposo envolviéndola. Podía sentir su calor persiguiendo su frío y sabía que
sus brazos tenían la promesa de protección, seguridad y tal vez más. Y, sin
embargo, ¿no había esperado siempre más de su primer marido y se había
sentido amargamente decepcionada? ¿Sería diferente su vida como Lady

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Remsemere? ¿O terminaría con un sentimiento similar de arrepentimiento y


decepción?

Por mucho que su nuevo esposo la hubiera asustado al principio y por mucho
que intentara mantenerla a distancia, no podía ignorar que había algo en sus
ojos que despertaba su curiosidad. Más que nada, quería conocer al hombre
detrás de la bestia que se rumoreaba, y ahora, solo unos momentos atrás, había
compartido recuerdos de su pasado con ella de los que sabía que no había
hablado en muchos años.

El orgullo se hinchó en su pecho, y se maravilló de la conexión gentil que de


repente sintió con él. Aun así, por el rabillo del ojo, pudo ver que una sombra
oscura se aferraba a su rostro, y se preguntó si había algo más. Algo que no
había compartido con ella. Por la Sra. Perry, supo que había servido en la
guerra durante muchos años y que había regresado... cambiado; incluso para
un hombre tan perseguido por la pérdida como Adrian.

Adrian, su corazón reflexionó, y sintió una pequeña sonrisa cosquillear las


comisuras de sus labios. Sus ojos se dirigieron hacia abajo y se posaron sobre
su propia mano, aun cubriendo la de él. Podía sentir el calor de su piel contra
la suya y se maravilló de la comodidad que extraía de un toque tan simple.
¿Cuánto tiempo antes había colocado su mano allí? ¿Le importaba?

—Allí ―

Alejada de sus pensamientos, Eugenie levantó la mirada y le permitió seguir


la dirección del dedo puntiagudo de su marido. Sus ojos se posaron sobre el
tenue contorno de Ravengrove mientras se alzaba como un gigante contra el
lienzo ennegrecido de la noche, con sus ventanas iluminadas brillando
misteriosamente.

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Una vez más, no había notado el momento en que habían salido del bosque y
habían dejado atrás la oscuridad que ni siquiera la brillante luz de la luna
podía penetrar. ¿Por qué estaba tan ajena a todo últimamente? Se preguntó.
Nunca antes sus pensamientos se habían alejado tanto que no había podido
tomar nota de su entorno. ¿Qué era diferente ahora?

El brazo de su esposo una vez más se acomodó alrededor de su cintura, y


Eugenie sintió cómo el lamento crecía dentro de ella al pensar que su viaje
estaba llegando a su fin. Por extraño que pareciera, había disfrutado todas
estas últimas horas, acurrucada en los brazos de su marido, su cálido aliento
le hacía cosquillas en la piel mientras habían compartido los momentos más
oscuros y felices de su pasado.

Durante meses, se había sentido profundamente sola. Primero, en Wentford


Park y luego en Ravengrove. Ansiaba aferrarse al sentimiento de cercanía que
acababa de compartir con su esposo. ¿Serían las cosas diferentes después de
hoy? ¿Compartiría sus comidas? ¿Le hablaría? ¿Le hablaría como lo hizo esta
noche? ¿O este lado de él estaría perdido para ella otra vez?

El pensamiento rompió su corazón de una manera que no había esperado, y se


dio cuenta de que al menos una parte de ella lo deseaba.

¿O fue solo la soledad la que produjo este anhelo?

Cuando entraron en el patio, no solo un lacayo y un muchacho estable


llegaron corriendo, sino también la señora Perry, Hammond, ― él, por
supuesto, de una manera bastante digna ― así como Isabelle y Liam se
apresuraron hacia ellos. Sus ojos estaban muy abiertos por la preocupación, y
las miradas en sus rostros hablaban de una profunda urgencia por asegurarse
de su bienestar.

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

Se le llenaron los ojos de lágrimas al ver que realmente había personas en el


mundo que se preocupaban por ella. No estaba sola como había pensado.

Temido.

Su esposo desmontó y una parte de ella temió que él simplemente se fuera y la


dejara al cuidado de su personal. Sin embargo, después de entregar las riendas
de su corcel al muchacho del establo, se giró hacia ella. Sus manos la
alcanzaron, la sacó del castrado y la abrazó.

El corazón de Eugenie latía salvajemente mientras la acunaba contra su pecho.


—Hammond, trae al doctor—ordenó mientras la llevaba a la casa. —Su
señoría le ha torcido el tobillo. Sra. Perry, ¿le traerían algo de comida a sus
habitaciones? Y ten un baño preparado―

—Por supuesto, por supuesto— murmuró la señora Perry mientras se


apresuraba a hacer lo que él le había ordenado. Hammond también salió
corriendo con sorprendente velocidad.

—¿Estará bien, mamá? — Preguntó Liam, su pequeña voz sonó preocupada


antes de que diera un gran bostezo. Por encima del hombro de su esposo,
Eugenie pudo verlo frotándose las manos sobre los ojos mientras se ponía al
lado de su madre y los seguía por el pasillo.

—Ella estará bien — le aseguró Isabelle, revolviéndole el pelo como solían


hacer las madres. —Ahora vete a la cama. Prometo que pronto estaré allí y te
meteré dentro. Después de subir las escaleras hasta el siguiente piso, lo abrazó
rápidamente y luego lo envió por otro pasillo hacia su cama.

Desgarrada, miró a la joven por encima del hombro de su marido, incapaz de


olvidar las imágenes que volvieron de manera espontánea. Una vez más, pudo
verlos encerrados en un abrazo íntimo, y su interior se retorció

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dolorosamente. Él es mío, parecía gritar, y Eugenie se maravilló de la repentina


posesividad que sintió.

Al mismo tiempo, vio que los profundos ojos azules de Isabelle se oscurecían
con preocupación, preocupación que había ocultado a su hijo para darle una
buena noche de sueño. Sus miradas se encontraron e Isabelle le dirigió una
sonrisa genuina antes de exhalar una respiración profunda que no hablaba
más que de alivio.

¿Qué debía a creer? se preguntó. ¿Había juzgado mal la situación? ¿O Isabelle


era una actriz convincente? ¡Si se hubiera atrevido a preguntarle a su esposo
antes de que regresaran...! Sin embargo, ¿quién era ella para reclamarle nada?
Él había sido amable con ella, prometiéndole su protección.

Nada más.

—Isabelle, mi esposa necesita un vestido limpio— dijo Adrian mientras


llevaba a Eugenie a través de su sala de estar y cruzando el umbral hasta su
dormitorio.

Isabelle se rio entre dientes. ― ¿Te refieres a un camisón, n'est-ce pas ?


Teniendo en cuenta que la noche ha caído hace mucho tiempo y que es hora
de irse a la cama. — Con un guiño a Eugenie, Isabelle se volvió hacia el gran
armario en la esquina.

Sintió el calor en sus mejillas ante la implicación que había provocado las
palabras de la doncella, y supo con una mirada que su esposo también lo había
entendido, ya que no se atrevió a bajar la mirada hacia ella.

¿Isabelle habría dicho algo así si tuviera una aventura con el marido de
Eugenie? No lo creía. No podía creerlo. Y, sin embargo, sabía que era
demasiado inexperta en los caminos del mundo como para estar segura.

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Después de todo, una doncella adecuada tampoco lo habría dicho. ¿O estaba


equivocada?

Suavemente, su esposo la sentó en la cama. Mientras se inclinaba, su cálido


aliento rozó sus labios. Eugenie se estremeció, y casi podía creer que él
también estaba afectado por su presencia en sus brazos.

Luego, sin embargo, se apartó y, sintiéndose casi desesperado por abrazarlo


un momento más, Eugenie permitió que su mano se deslizara por su brazo,
sintiendo los contornos de sus músculos a través de la tela. Contuvo el aliento
mientras sus ojos miraban los de ella. —Gracias— susurró una vez más,
temerosa de que lo que existía entre ellos se perdiera en el momento en que él
saliera de su habitación. —Gracias por venir por mí ―

Él tragó saliva, y sus ojos se dirigieron hacia donde sus dedos se arrastraban
sobre el dorso de su mano antes incluso de que se cortara esa última conexión.
Se enderezó, cuadrando los hombros, su mirada no se posó realmente en
ningún lado, sino que divagó como si no supiera dónde mirar. —Te deseo
buenas noches, mi señora—. En el momento en que las palabras salieron de
sus labios, sus ojos se posaron en los de ella y, por un momento, permaneció
de pie junto a su cama, aparentemente inseguro de qué hacer a continuación.

Eugenie buscó en su mente algo que decir, algo que lo mantuviera a su lado;
sin embargo, antes de que pudiera hacer nada, la señora Perry entró en la
habitación. —El agua caliente está en camino, y el médico ha sido enviado a
buscar — Caminando alrededor de Adrian, dejó que sus ojos se deslizaran
sobre Eugenie, observando su vestido manchado y la bota abierta. —Estarás
bien— le dijo a Eugenie con una sonrisa antes de volverse hacia su señoría. —
Estará bien. No te preocupes Ahora, vete a la cama también. —Agitó las
manos hacia él como si quisiera expulsarlo de la habitación. —A juzgar por
las ojeras bajo tus ojos, podrías dormir bien por la noche ―
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Aunque puso los ojos en blanco ante su ama de llaves, pudo ver una chispa de
afecto en los pálidos ojos azules de su marido. Luego se giró para irse, cada
paso lo llevaba más cerca de la puerta donde se detuvo, lanzándole una última
mirada por encima del hombro.

Eugenie sintió que su corazón se detenía en su pecho, maravillándose de


cuánto había cambiado en solo unas pocas horas. De repente, no solo
lamentaba su ausencia, sino que la sentía como una verdadera pérdida. ¿Qué
significaba eso?

—Oh, pareces cansada, milady — comentó la Sra. Perry, llamando la atención


de Eugenie desde la puerta ahora cerrada. — ¿Te gustaría comer algo? ―

En respuesta, el estómago de Eugenie rugió y sintió que el calor le subía por


las mejillas.

La señora Perry se echó a reír. —No hay necesidad de avergonzarse. Después


de todo, estás comiendo para dos ahora—. Mientras reflexionaba sobre cómo
demonios la Sra. Perry sabía que estaba embarazada, la robusta ama de llaves
desapareció de la habitación, sin duda para regresar pronto con una bandeja
de comida para su señora

— ¿Estás embarazada? ―

Al oír la voz de Isabelle, Eugenie dirigió su atención a la doncella,


momentáneamente abrumada ante la idea de compartir lo que hasta ahora
había sido su secreto con el resto de Ravengrove. Solo su marido lo había
sabido, por supuesto.

Eugenia tragó saliva. —Lo estoy — respondió ella, observando atentamente a


la doncella. ¿Las mejillas de Isabelle estaban más pálidas que antes? ¿La idea
de que Eugenie tenía el hijo de su marido molestaba a la joven? Después de
todo, no tenía razón para sospechar que no era de él. ¿Era esta la prueba final
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que Eugenie necesitaba? ¿Isabelle se enfurecería? ¿O sucumbiría a las


lágrimas?

Con el camisón de Eugenie agarrado en sus manos, la joven se acercó, sus ojos
azul oscuro extrañamente distantes. La mirada de Eugenie se detuvo en el
rostro de Isabelle mientras contenía la respiración, esperando su reacción.

Lágrimas brotaron de los ojos de Isabelle y el corazón de Eugenie se hundió.


Entonces, sin embargo, una sonrisa profunda reclamó el rostro de la joven y
un suspiro sincero abandonó sus labios. —Eso es maravilloso, mi señora.
¡Estoy tan feliz por ti! — Su rostro sonrió como si a ella misma le hubieran
dicho que pronto sería madre. Pese a ello, un toque de tristeza descansaba en
sus ojos que Eugenie no podía entender.

Confundida, Eugenie miró a la doncella de su dama. — ¿Estás... feliz por esta


noticia? ―

—Mais bien sûr ! ¡Por supuesto que sí! —, exclamó Isabelle, juntando sus
manos. — ¿Por qué no lo estaría? Oh, recuerdo lo maravillosa que me sentí
cuando supe que tendría a Liam. — Otro suspiro melancólico salió de sus
labios. — ¡No hay nada como esa felicidad! ―

Lentamente, Eugenie sintió que se relajaba cuando la reacción emocional de


Isabelle comenzó a tener sentido. Aun así, había algo en la forma en que
Isabelle la miraba que hizo que se sintiera un poco incómoda. Era como si la
joven compartiera su alegría de una manera reservada solo para la familia. ¡Si
tan solo supiera más sobre el pasado de Isabelle…! Tal vez hubiera una
explicación completamente razonable.

Después de que la señora Perry regresara con una bandeja cargada de comida,
instando a Eugenie a comer todo lo que pudiera, el médico la revisó.
Afortunadamente, anunció que el tobillo de Eugenie no estaba roto, pero le

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recomendó descansar en cama durante una semana, prometiéndole que la


vería al día siguiente. Después de tomar un baño tibio y ponerse su camisón,
volvió a la cama, se puso las mantas debajo de los brazos y se acurrucó en la
almohada.

Tenía los párpados pesados y ya no tenía la fuerza para mantenerlos abiertos.


Pronto, su mente se desvió, y sin embargo, no divagó mucho. Esa noche, por
primera vez, soñó con su esposo, con cómo se había sentido en sus brazos, con
la forma en que su corazón había dado un vuelco cuando sus ojos la miraron.
Fue un sueño completamente fascinante, y cuando despertó a la mañana
siguiente, sus primeros pensamientos fueron sobre él.

Desafortunadamente, su alegría inicial pronto se desvaneció cuando pasó una


agonizante semana de reposo en la cama y ni siquiera vio a su esposo. Por una
razón que no podía entender, había vuelto a evadirla, y con ella casi encerrada
en su habitación, ni siquiera había la posibilidad de tropezar con él por
accidente.

Si tan solo supiera lo que salió mal. ¿Tenía algo que ver con Isabelle después
de todo?

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Capítulo diecinueve

Lady Wentford
Traducción Sol Rivers

Las semanas pasaron, y Eugenia empezó a preguntarse si la noche en el bosque


sólo había sido un producto de su imaginación. Por mucho que hubiera
esperado pasar más tiempo con su esposo y conocer al hombre con el que se
había casado, él parecía tener otros planes. Y fueran lo que fueran, parecían
excluirla.

Una vez que el médico le dio permiso para caminar por los jardines una vez
más, pasó muchas tardes afuera con Liam. El chico siempre se mantenía cerca
a su lado, sus pálidos ojos azules la miraban como si temiera que ella volviera
a perderse. Su preocupación le calentó el corazón, y ella le agradeció
gentilmente por cuidar su seguridad con tanta diligencia.

Ante su alabanza, el pequeño pecho de Liam se hinchó y una sensación de


orgullo apareció en sus jóvenes ojos. Parecía profundamente comprometido
con la tarea de mantenerla a salvo, ya que solo la voz severa de su madre podría
disuadirlo del lado de Eugenia.

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—Espero que no te moleste, milady — dijo Isabelle en una de esas ocasiones


cuando envió a su hijo adentro para ayudar en la cocina. —Puede ser bastante
serio a veces y perderse en las historias que inventa—. Una carcajada cariñosa
salió de sus labios. —Se ve a sí mismo como un caballero de brillante
armadura ―.

Eugenie sonrió. —Él es el más brillante de todos— le dijo a la doncella.


Aunque su mente no había podido refutar sus sospechas, Eugenie había
decidido escuchar su corazón cuando se trataba de en quién confiar. Por
supuesto, todavía sabía muy poco sobre el pasado de la doncella; sin embargo,
había algo completamente sincero y devoto en los ojos azules de Isabelle que
Eugenie ya no podía sospechar nada de la joven.

El beneficio de la duda, susurró, recordándose a sí misma que las sospechas


no eran hechos y podían llevar a conclusiones erróneas.

Fuera y ya sola, después de que Isabelle hubiera llamado a su hijo para que
terminara su comida, Eugenie caminó por los jardines en silencio, con las
manos descansando tranquilamente sobre su pequeño vientre. Sin embargo,
su hijo parecía estar durmiendo hasta tarde ese día ya que sus manos no
podían detectar ninguna patada.

Como siempre, su corazón se encogió ante la idea de que algo podría haber
salido mal. Sin embargo, se recordó rápidamente que este no había sido el
primer momento de silencio. Todo estaría bien como había estado antes.

Rodeando el edificio principal desde los jardines, pasó junto a los establos
justo cuando un jinete montado en un caballo gris entraba corriendo al patio.
Un muchacho de los establos corrió hacia adelante y tomó las riendas, y
Eugenie entrecerró los ojos, tratando de ver quién había venido a visitarlos.

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Un invitado en sí mismo era tan inesperado que, por un momento, se sintió


abrumada ante la idea de recibir una visita.

Durante semanas, no había tenido a nadie más que su compañía, excepto a los
sirvientes que se apresuraron alrededor de la antigua fortaleza, así como en
ocasiones a su esposo. Una parte de Eugenia deseaba conversar con otro;
alguien de su propia posición que no hiciera reverencias, no elegía sus
palabras con cuidado ni la llamó mi señora con esa deferencia que se aferraba
a la voz de un sirviente.

Eugenie suspiró. Lo que necesitaba era un amigo con quien hablar y,


nuevamente, sus pensamientos se dirigieron a Becca, una amiga de la escuela
a la que no había visto en mucho tiempo. Tal vez realmente debería terminar
la carta que había comenzado a escribir hacía quince días e invitarla a visitar
Ravengrove. En su condición actual, Eugenie no deseaba viajar, y hasta el
momento había estado inquieta por invitar a un extraño, al menos a los ojos
de su esposo, a Ravengrove. Sin embargo, ¿no había sido él quien le había
sugerido que retomara la amistad con ella?

Inhalando un aliento fortificante, caminó hacia adelante, con los ojos puestos
en el jinete mientras desmontaba: era una mujer vestida con un fino vestido
con ondulantes faldas, vistiendo una fina capa sobre sus hombros. Aunque
algunos mechones escapaban de su moña, su cabello castaño estaba recogido
como si fuera a asistir a un baile.

Cuando el muchacho del establo se llevó el gris, los ojos de Eugenie se


deslizaron sobre el abrigo del caballo y de repente un recuerdo se agitó. Había
visto a ese caballo antes; estaba segura de eso. Incluso lo había montado antes,
hacía mucho tiempo, cuando su marido, Lord Wentford, claro, le había
enseñado su patrimonio, Wentford Park.

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La mirada de Eugenie se centró en el visitante y el aliento quedó atrapado en


su garganta. Abrió mucho los ojos y miró a la mujer, que estaba de espaldas a
ella y contemplaba los imponentes muros de Ravengrove. La tensión se
acumulaba en sus hombros de la mujer, y ella se retorció las manos.

Apenas un segundo después, Eugenie supo exactamente quién había venido a


visitarla mientras todas las pequeñas piezas del rompecabezas caían
lentamente en su lugar. ¿Quién más podría ser esta mujer, si no Lady
Wentford, quien había regresado de la muerte después de más de tres años?

El asombro recorrió a Eugenie mientras la miraba, por un momento


preguntándose qué demonios había llevado a la puerta a la primera esposa de
su primer marido. ¿Lady Wentford deseaba hablar con ella? ¿O había venido
a ver a Lord Remsemere?

Cualquiera que fuese la razón, no podía negar que sentía curiosidad por
conocer a la mujer que había reclamado el corazón de Lord Wentford tan
completamente que ni siquiera la muerte había podido cortar su control sobre
él. A pesar de sus propios sufrimientos, Eugenie siempre supo que el de ellos
había sido un gran amor y una parte de ella se regocijó cuando supo que Lady
Wentford estaba viva. Después de todo, si su historia podría tener un final
feliz, ¿no era un buen augurio para el resto de ellos? ¿No significaba que
incluso las cosas que parecían imposibles podían hacerse realidad?

Enderezándose, dio un paso adelante, decidida a hablar con la mujer cuyo


lugar había ocupado, al menos por un tiempo.

—¿Lady Wentford? — se dirigió a la mujer, su voz oscilaba con las emociones


que latían en su corazón.

Ante sus palabras, Lady Wentford casi se estremeció antes de que ella
lentamente girara. En ese momento, Eugenie supo que sabía exactamente

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quién se había dirigido a ella, lo que se confirmó un momento después cuando


la mirada de la dama cayó sobre ella, con los ojos color avellana muy abiertos.

—¿Lady Remsemere? — Su voz sonaba estrangulada, y la incertidumbre que


descansaba en su rostro dolía a Eugenie. ¿No eran felices? Se preguntó,
recordando la mirada de anhelo en los ojos de Lord Wentford que había visto
tan a menudo. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué había venido su esposa a buscarla?

—Bienvenida a Ravengrove — dijo Eugenie amablemente, sin saber cómo


dirigirse a la otra mujer. Claramente, no había salido de la finca, para
inspeccionar a la mujer que la había reemplazado por un tiempo. No, su
mirada era casi temerosa, como si temiera lo que podría aprender aquí en
Ravengrove... de Eugenie. Y, sin embargo, era necesario saber, comprender el
brillo en sus cálidos ojos color avellana. Un brillo que despertó la compasión
de Eugenie.

—¿Por qué no me odias? — Lady Wentford gruñó, con incredulidad en su


rostro, y Eugenie reconoció el coraje que le costó haber venido aquí y no
ocultar sus dudas detrás de una máscara de triunfo.

Sonriéndole a Lady Wentford, Eugenie dio un paso adelante. Podía imaginar


lo difícil que había sido para Lady Wentford saber que su esposo se había
vuelto a casar, ya que a Eugenie le había resultado difícil saber que su primera
esposa todavía estaba viva. Ambas habían sido lastimadas por las
circunstancias, y tal vez les haría bien a ambas hablar entre ellas. —Creo que
tenemos mucho de qué hablar— dijo Eugenie, invitando a Lady Wentford a
entrar. Después de todo, ¡este asunto no era algo para discutir en el patio!

Después de guiar a su visitante al pequeño salón que Eugenie había reformado


para su propio gusto en las últimas semanas, la invito a tomar té y galletas
mientras la otra mujer parecía casi cansada. El silencio permaneció mientras
Lady Wentford miraba a su alrededor de manera ausente, sus pensamientos
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estaban claramente atraídos hacia adentro. Sin embargo, una taza de té y una
galleta después, le dieron la fuerza suficiente, y sus ojos color avellana se
encontraron con los de Eugenie. — ¿Puedo ser franca? ―

Eugenie se rió entre dientes, disfrutando de la franqueza de la mujer. —Por


favor, pregunte lo que desea saber.

Por un breve momento, Lady Wentford pareció reconsiderar qué decir.


Entonces, sin embargo, las palabras salieron de su boca en un apuro
desesperado, como si temiera no poder decir todo lo que tenía en mente. Ella
habló de un baile que Lord Wentford había dado en su honor, de regresar a su
antigua vida, de la extrañeza de no saber quién era, quienes habían sido ella y
su esposo juntos. Al final, lo que realmente deseaba saber era: — ¿Mi esposo...
te amaba? ―

Si no había sido evidente antes, ahora estaba tan claro como el día que, tanto
si recordaba su vida o no, Lady Wentford amaba a su esposo. El miedo y la
duda estaban claros en sus ojos, y Eugenie podía ver la confusión en la otra
mujer por hacer esa pregunta. Después de todo, su regreso había cambiado la
vida de Eugenie, incluso si no había sido intencionado.

Aun así, en ese momento, cuando vio la disculpa en la mirada de Lady


Wentford, se dio cuenta de que ya no lamentaba el giro que había tomado su
vida. Ciertamente, había sido impactante e inquietante en ese momento, pero
su nuevo hogar se había convertido en... hogar. Su corazón se había vuelto
hacia su nuevo esposo mucho más en estos pocos meses de lo que nunca se
había sentido hacia Lord Wentford en su año de matrimonio. Había llegado a
cuidar y preocuparse por su primer marido, sí, pero nunca se había sentido
atraída por él, desquiciada por él en la forma en que había llegado a sentirse
por... Adrian.

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La sola idea de su nombre hizo que se le cortara la respiración y sonrió,


dándose cuenta de lo liberador que era enfrentarse al pasado y aceptarlo. ¡Si
tan solo pudiera ayudar a Lady Wentford a hacer lo mismo…! y así dijo la
verdad en tres simples palabras, y su corazón se regocijó porque no le dolió
que lo hiciera. —No ―

El alivio en el rostro de lady Wentford era palpable y, sin embargo, quedaba


una sombra.

—¿Por qué estás aquí? — preguntó Eugenie, sintiendo que algo aún pesaba
mucho en el corazón de Lady Wentford.

Lanzando un profundo suspiro, enterró la cara en sus manos. —No sé qué


pensar. Desde que regresé, la gente me ha dicho quién era y cómo me sentía al
respecto. Intenté recordar, sentir lo que esperaba, y sin embargo, me sentí
vulnerable porque todo lo que podía hacer era creerles y esperar que no me
engañaran ―

El corazón de Eugenie le dolía por la otra mujer, preguntándose cuán terrible


sería no recordar el pasado de uno. — ¿Crees que te engañó? — preguntó con
cuidado, no queriendo sembrar dudas, pero sabiendo al mismo tiempo que los
problemas que no se habían resuelto podían agravarse fácilmente.

Lady Wentford sacudió la cabeza. —No creo que me haya engañado a


propósito. Sin embargo, él... no mencionó que se había casado nuevamente
después de mi presunta muerte, y luego no mencionó eso... ―

—Que estoy embarazada — Eugenie terminó por ella, preguntándose por el


miedo que tuvo que haber vivido en el corazón de Lord Wentford para que le
mintiera a su esposa. Era un hombre honesto y honorable. Tenía que haber
estado aterrorizado. Aterrorizado de perderla una vez más.

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Sabiendo que no podía permitir que la duda destrozara a dos personas que se
pertenecían, sonrió a su consternada invitada, rogando a Lady Wentford que
la escuchara. —Se casó conmigo por muchas razones, buenas razones, pero
no para ser su esposa. No en la forma en que tú lo fuiste —Ella suspiró,
recordando los muchos momentos en que Lord Wentford se había perdido en
sus pensamientos, con una mirada lejana y melancólica en sus ojos verde
oscuro. Eugenie siempre había sabido que había estado pensando en su
difunta esposa en esos momentos. —Siempre supe que su corazón siempre te
pertenecería. Lo veía en sus ojos todos los días, y estoy feliz de que ustedes
dos hayan recibido una segunda oportunidad.

Lady Wentford parpadeó para contener las lágrimas. —Lo amo —susurró. —
No sé por qué ni cuándo sucedió, pero a pesar de todos los secretos que siento
a mí alrededor, yo... quiero ser su esposa. Lo quiero y quiero la vida que una
vez tuvimos.

Eugenie sintió como si le hubieran quitado una roca del corazón. —Entonces
no permitas que nadie te detenga. Mucho menos por mi porque no hay razón,
lo juro.

Aun así, otro momento de indecisión siguió antes de que Lady Wentford
preguntara: — ¿Qué pasa con... el niño?

Eugenie suspiró y suavemente colocó una mano sobre su vientre, sintiendo


una patada suave como respuesta a su preocupación anterior. —La vida a
veces nos lleva por caminos inesperados. He pasado muchas noches sin
dormir pensando en lo que debería hacer o decir, cómo criar a mi hijo y si
incluir o no a Lord Wentford en su vida. La respuesta es, simplemente no lo
sé. Todo lo que sé es que amo a mi hijo y que haré lo que pueda para
asegurarme de que él o ella sea feliz. Todo lo demás caerá en su lugar a medida
que paseemos por la vida —Eugenie esperaba desesperadamente que así
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fuera, preguntándose qué le depararía el futuro. Aun así, esta era su


oportunidad de hacer preguntas y recibir respuestas también. — ¿No deseas
que tu esposo vea al niño?

Lady Wentford se quedó quieta, con los ojos muy abiertos, y Eugenie pudo
ver que todavía no había contemplado esa parte de su futuro. Los
pensamientos corrieron por su rostro antes de mirar a Eugenie una vez más,
preguntando: —Realmente no lo amas, ¿verdad? ¿No hay una sola parte de ti
que desearía que nunca hubiera regresado?

En última instancia, todo se reducía a eso, ¿no? Si no hubiera animosidad entre


ellos, ni celos, ni competencia, ni odio, ¿serían capaces de compartir la vida de
los demás y ser felices? Eugenie solo podía desearlo por el bien de su hijo, pero
también por el suyo. Su mirada se dirigió hacia la puerta y, ante su ojo interior,
vio la escalera de caracol que conducía al ala oeste donde encontraría a su
marido... si se atrevía. —Si nunca hubieras regresado — susurró Eugenie, —
mi vida habría tomado un giro diferente y nunca habría venido aquí.

Los ojos de lady Wentford se deslizaron sobre su rostro cuando se dio cuenta
de la comprensión. Una suave sonrisa jugó en sus labios, y Eugenie pudo ver
que todas sus dudas habían sido apaciguadas por esta simple admisión.

— ¿Quieres decir…? ¿Tu marido... tú...? ¿Eres feliz en tu nuevo


matrimonio?

Inicialmente, Eugenie solo había querido darle tranquilidad a Lady Wentford


para que pudiera regresar a su vida y al hombre que amaba. Aun así, confesar
sus propios sentimientos, hablar de ellos en voz alta por primera vez se sintió
total e inesperadamente maravilloso. Tal vez fue, de hecho, más fácil hablar
con un extraño que a revelar algo por lo que altera la vida de alguien más
cercano.

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—Tengo esperanzas— admitió, sintiendo sus mejillas cálidas cuando la mujer


sentada a su lado preguntó si, de hecho, había venido a cuidar a su nuevo
esposo.

La tensión que había estado en el aire antes fue reemplazada por una de
esperanza en ambos lados, y Eugenie se encontró con la mirada de la otra
mujer sin reservas, deleitándose con la simple verdad que brotaba de sus
labios. —No es lo que la gente piensa que es. Está poseído de algo que sucedió
en el continente. Todavía lo persigue, y él se retiró del mundo, poniendo cara
de enojo para mantener a los demás a raya. — Ella recordaba bien la noche en
que le había hablado de sus hermanos y, sin embargo, sabía sin lugar a dudas
que había más. —Desearía que confiara en mí porque nadie debería sufrir solo.
Sé que la gente lo llama la Bestia de Ravengrove, y admito que estaba asustada
cuando vine aquí. Pero ahora sé que él no es una bestia. Hay amabilidad en la
forma en que me mira. Intenta ocultarlo, pero lo he visto con mis propios ojos.

— ¿Has hablado con él sobre... cómo te sientes? — Preguntó Lady Wentford


cuidadosamente.

Los ojos de Eugenie se abrieron y su corazón se apretó en su pecho. —No me


atrevería a hacerlo—. En verdad, el pensamiento la aterrorizó. —Al principio,
me evitó por completo. Apenas me dijo una palabra, y a veces no lo veía
durante semanas ―

La compasión brilló en los ojos color avellana de Lady Wentford mientras


colocaba una mano suave sobre el hombro de Eugenie. — ¿Y ahora?

Sorprendida por la facilidad con la que de repente estaban conversando,


Eugenie se dio cuenta de que realmente no había razón para que fueran
enemigas. Ninguna de ellas podría ser culpada por lo que había sucedido.
Eugenie no se había casado intencionalmente con un hombre que perteneciera

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a otra, y Lady Wentford no había alterado intencionalmente la vida de


Eugenie. Ambas eran víctimas en esto y, como tal, parecía natural estar
unidas. Quizás ambas podrían encontrar la felicidad después de todo. ¿Era eso
posible? Eugenie se preguntó mientras sus ojos se dirigían hacia la puerta una
vez más.

Al sentir los ojos de lady Wentford sobre ella, suspiró. —Algo... sucedió —
susurró casi, recordando los pocos momentos preciosos de cercanía que había
compartido con su esposo. —Hice algo estúpido, y luego... él estaba allí. Él
vino por mí, y la mirada en sus ojos no hablaba solo de exasperación o deber.
Hablaba de preocupación... y miedo por mi seguridad. — A veces, cuando
yacía en la cama por la noche, Eugenie todavía podía sentir sus brazos
envolviéndola, la forma en que sus nudillos le rozaban la mandíbula y la forma
en que su cálido aliento le hacía cosquillas en la piel. . El anhelo creció en su
corazón entonces, y deseó saber qué hacer. —Después de eso—continuó,
mirando a la mujer a su lado, —una vez más se retiró como si no se atreviera
a mirarme.

Una mirada a Lady Wentford le dijo a Eugenie que la otra mujer entendía la
incertidumbre y el miedo que conllevaba dar el corazón a otro sin saber cómo
sería recibido. Aun así, ¿no siempre fue más fácil ver la verdad en los demás
que en uno mismo? ¿Por qué era tan fácil para Eugenie estar segura de que
Lord Wentford se preocupaba por su esposa y al mismo tiempo tenía dudas
sobre cómo se sentía su propio esposo con respecto a ella?

Antes de que alguno de ellos pudiera decir más, oyeron pasos apresurados
acercándose. Un momento después, la puerta se abrió y no entró nadie más
que el propio Lord Wentford.

Sus rasgos estaban tensos, y sus manos en puños como si estuviera colgando
de un hilo. Sin embargo, en el momento en que su mirada cayó sobre su esposa,
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el alivio llegó a sus ojos y el aire salió de sus pulmones en un largo silbido. Ni
siquiera miró a Eugenie, sino que solo tenía ojos para su esposa, su cuerpo aún
tenso mientras caminaba hacia ella.

Eugenie sonrió, viendo los signos obvios de su miedo y desesperación,


insuficientemente escondidos detrás de una máscara de molestia y
exasperación. Su esposa se había ido sin informarle, y él temía haberla
perdido. Era obvio. Muy obvio.

Pero solo para ella.

Lady Wentford, sin embargo, se encontró con su esposo con una mirada
igualmente enojada, preparada para discutir cuando todo lo que quería era
preguntarle si realmente la amaba. ¡Un malentendido en ciernes!

Y así, Eugenie dio un paso adelante y colocó una mano tranquilizadora en el


brazo de Lady Wentford y susurró: —Él no está enojado contigo. Temía
haberte perdido otra vez ―

Solo entonces Lord Wentford se dio cuenta de la otra persona en la habitación


además de él y su esposa. Él pronunció un saludo, hubo culpa y
arrepentimiento en sus ojos cuando se posaron sobre ella. Aun así, para
Eugenia, este fue otro momento liberador cuando se dio cuenta de que
realmente deseaba que se hablaran y admitieran que estaban enamorados. Ella
quería que fueran felices, y su corazón no sufriría por ello.

Alejándose, sonrió, deseando que algún día supiera lo que se siente anhelar a
otro con tanto ardor.

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

Capítulo Veinte

Indefenso
Traducción Sol Rivers

—¿Qué diablos están haciendo aquí? — Adrian casi gruñó en el momento en


que Grant cruzó la puerta y entró en la cámara quemada. Nadie más que
Isabelle se había atrevido a entrar aquí. Y Eugenie, se dio cuenta cuando sus
pensamientos volvieron a la noche de la tormenta cuando ella había venido a
consolarlo.

—¿Alguna vez planeas restaurar esta parte de Ravengrove? — Preguntó


Grant, ignorando el tono áspero de Adrian mientras miraba las vigas
ennegrecidas.

—Eso no es de tu incumbencia — siseó Adrian, mientras la ira hervía en sus


venas. ¿Por qué era tan rápido como para criticar a su amigo más antigo? ¿Era
simplemente porque Grant había invadido su santuario? ¿o era por otra cosa?

Sacudiendo la cabeza, Grant respiró hondo cuando sus ojos verdes se


detuvieron en el rostro de Adrian. Sin embargo, en lugar de preguntar por las

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razones del mal genio de su amigo, simplemente dijo: —Nessa vino a hablar
con tu esposa –

Los ojos de Adrian se abrieron, y tuvo que luchar contra el impulso de salir
corriendo de la habitación y buscarla. ¿Cómo había sido para Eugenie
enfrentar a la mujer que la había obligado a abandonar su vida? ¿Del lado de
su marido? ¿Y en un matrimonio con... él? —¿Ella está bien? –

Grant asintió, malinterpretando la dirección de la pregunta de Adrian. —


Nessa necesitaba respuestas, y creo que las encontró—. Por un momento, sus
ojos se volvieron distantes, y un profundo suspiro dejó sus labios, uno lleno
de arrepentimiento. —Anoche, mi madre le dijo que Eugenie está embarazada

Adrián se tensó, no le gustaba la familiaridad con la que Grant hablaba de


Eugenie, usaba su nombre de pila como si... — ¿Por qué no se lo dijiste? —
preguntó, caminando hacia la ventana donde apoyó las manos en el alféizar,
con la voluntad de calmar su corazón.

Grant suspiró detrás de él, y Adrian escuchó sus pasos hacer eco más cerca
cuando él también se acercó a las ventanas. —Tenía miedo de perderla... otra
vez— finalmente confesó, su mirada dirigida a los jardines de abajo. —
Después de todo lo que había sucedido, yo... no podía arriesgarme a que nada
se interpusiera entre nosotros. Quiero decir, ella no se acordaba de mí y había
una distancia entre nosotros que nunca antes había estado allí. Simplemente
no quería empeorarlo. Me dije que le contaría cuando... — suspirando, se
encogió de hombros. —Debería habérselo dicho. Tenía razón al enojarse, al
interrogarme –

Al mirar a su amigo, Adrian se preguntó por el hombre alegre y desenvuelto


que había conocido. — ¿Te recuerda ahora? –

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Grant sacudió la cabeza. —No lo hace—. Cerró brevemente los ojos antes de
girarse para mirar a Adrian. —Pero me ama—. Una profunda sonrisa apareció
en su rostro, y sus ojos verdes brillaron con la misma exuberancia que Adrian
siempre había visto crecer allí. — Podría recordar algún día, pero ahora me
ama. Lo hace—. Grant se echó a reír, la felicidad resonaba en su voz. —Me
ama –

Adrian podría haberlo golpeado en la cara... y ni siquiera sabía por qué.

— ¿Estás bien? — preguntó Grant, frunciendo el ceño mientras miraba a


Adrian. —Pareces enojado por alguna razón —

“Lo estoy desde que pusiste un pie aquí”

— ¿Todo está bien? ¿Cómo está tu esposa?

Los dientes de Adrian se apretaron con tanta fuerza que su mandíbula estuvo
a punto de separarse. —Está bien— dijo entre dientes, abrumado por la
repentina ira que lo había vuelto a apoderar. —Prometí cuidarla, y lo hice.
¿Dudas de mi palabra? — La idea de Grant en la vida de Eugenie, de que él
estaba preocupado por ella le apretó un poco el pecho, y Adrian bajó la cabeza
cuando finalmente se dio cuenta de que se preocupaba más por ella de lo que
alguna vez se había atrevido a admitir a nadie.

Incluso él mismo.

La mirada de Grant se entrecerró y Adrian supo que su amigo sospechaba


algo. ¿Quién no lo haría? Después de todo, estaba haciendo el ridículo. — ¿Hay
algo más? — Espetó, ansioso por ver a su amigo irse y volver a la soledad que
se había autoimpuesto. Solo recientemente, comenzó a parecer más un castigo
que un alivio.

Grant suspiró. — ¿Te importaría que pasamos la noche? Ya es tarde, y no


quiero que mi esposa pase la noche de camino a Wentford Park –
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De hecho, a Adrian le importaba mucho. Sin embargo, no había una razón


aceptable para rechazar a su amigo, ¿verdad? —Muy bien— dijo finalmente,
contando los momentos hasta que volvería a estar solo. Después de todo,
Ravengrove era una estructura grande, incluso teniendo en cuenta el ala oeste
inhabitable. Si Grant y su esposa se quedaban o no, no debería importarle, ya
que de todos modos no los vería.

—Gracias—. Al retroceder y acercarse a la puerta, Grant se encontró con la


mirada de Adrian, la suya aún vigilante y algo preocupada. ¿Había algo más en
su mente? ¿O estaba preocupado por el comportamiento errático de Adrian?
—Te veré en la cena entonces –

La indirecta de una pregunta permaneció en su tono, y Adrian sacudió su


cabeza. — Como en mis habitaciones, pero siéntanse libres de sentirse como
en casa. Habla con la señora Perry y ella se encargará de todo –

Un ceño oscuro se posó en la cara de su amigo cuando regresó a la habitación.


— ¿No compartes tus comidas con tu esposa? –

Aunque había confusión en el tono de Grant en lugar de acusación, Adrian se


encontró incapaz de hablar con ninguna cortesía. —No fue parte de nuestro
acuerdo, ¿recuerdas? –

— ¿Qué te pasa? — Preguntó Grant, la mirada en sus ojos ahora era de


disgusto mientras caminaba hacia Adrian con pasos medidos. —Hablas como
si fuera tu enemigo, como si no hubiéramos sido amigos desde la infancia. Por
supuesto, no nos hemos visto mucho en los últimos años, pero... —Su voz se
apagó y un profundo suspiro salió de sus labios, sus ojos verdes retrataban el
pesar que sentía por ese desarrollo. —Pero sigo siendo tu amigo. Lo dije antes,
y lo dije en serio. Dime qué te molesta –

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Todos los músculos del cuerpo de Adrian se tensaron, desgarrados porque no


sabía qué hacer. Sus instintos lo empujaban en dos direcciones diferentes.
Uno le decía que huyera de la situación inmediatamente, mientras que el otro
lo instó a ponerse de pie y luchar, para desahogar su ira. Grant claramente
quería saber qué lo estaba molestando y, sin embargo, Adrian había pasado
los últimos años encerrado en su propia mente, sin compartir sus
pensamientos con nadie más. ¿Podría romper ese hábito? ¿Debería hacerlo?

Grant había confiado a Eugenie al cuidado de Adrian, pidiéndole un


matrimonio de conveniencia. Eso fue lo que Adrian había acordado, y aunque
Grant claramente deseaba que su amigo fuera más cortés con ella, no podía
evitar preguntarse si le molestaría saber que su interés en Eugenie se había...
profundizado.

Adrian apretó los dientes cuando ese pensamiento solo le robó el aire de los
pulmones y le dio un apretón doloroso en el corazón. Su mente susurraba un
camino peligroso que se extendía por delante de él, instándolo a apagar estos
deseos antes de que pudieran echar raíces.

Por su bien y por el de ella.

—No es nada— espetó Adrian finalmente, encontrando la mirada inquisitiva


de Grant con una desafiante propia. —Te dije antes que no sería una buena
compañía, ni para ella ni para nadie más. No te sorprendas al saber que su
existencia aquí es solitaria. Ella está mejor sin mí –

Durante un largo momento, Grant simplemente lo miró y Adrian se preguntó


qué estaba pasando por la cabeza de su amigo en ese momento. Su rostro
permaneció casi inmóvil, y no se sabía si creía en las palabras de Adrian o no.
—Sea como fuere, —dijo Grant finalmente, su voz más tranquila ahora como
si, de hecho, hubiera recibido la respuesta que estaba buscando —Nessa
quisiera conocerte, así que te pido que hagas una excepción –
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La mandíbula de Adrian se apretó, y él negó con la cabeza, sin confiar en sí


mismo para hablar pues, en el fondo, sabía lo que estaba haciendo su amigo.

—Una noche— dijo Grant, dando un paso hacia él, con los brazos abiertos
como si fuera una invitación. —Una comida, eso es todo lo que pido –

Adrian se mantuvo firme. —Podrías pensar que le estás haciendo un favor,


pero te garantizo que ella se arrepentirá de su deseo de conocerme –

Una sonrisa bastante juvenil reclamó la cara de Grant. —Lo dudo mucho.
Nessa no es el tipo de mujer que se rinde fácilmente. Ella generalmente
obtiene lo que quiere—. Él se rio entre dientes. —Lo aprendí hace mucho
tiempo—. Su expresión se puso seria cuando dio un paso hacia su amigo. —
Por favor, haz esto por mí –

Inhalando una respiración profunda y bastante frustrada, Adrian supo que


estaba perdido. Nunca había sido capaz de rechazar la solicitud de otro,
especialmente si fue hecha por alguien que le importaba. Y Grant tenía razón.
Aunque apenas habían hablado una palabra el uno al otro en los últimos años,
no podía negar que una parte de él se había regocijado el día que Grant entró
en el estudio de su padre. Una parte de él ansiaba recuperar la amistad que
habían compartido. Una parte de él deseaba más.

Justo como una parte de él deseaba a Eugenie.

Ciertamente, esta parte de él estaba lejos de ser sabia, y sin embargo, se


encontró incapaz de rechazarle. —Muy bien— dijo finalmente,
sorprendiéndose incluso a sí mismo con las palabras que pronunció. —Solo
por esta noche cenaré con vosotros –

—Gracias —, exclamó Grant, golpeando el hombro de Adrian con un


entusiasmo que había estado ausente de la vida de Adrian. ¿Qué se siente vivir

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con tal ardor? ¿Despertar cada día con esperanza y expectativa? ¿No temer ni
que te teman?

—Te veré en la cena entonces —, dijo Grant mientras se apresuraba hacia la


puerta, sin duda ansioso por volver con su esposa. Aun así, se detuvo en la
puerta, y sus ojos volvieron a Adrian, barriendo su aspecto más que casual. —
Asumo que tienes la intención de cambiarte antes de la cena –

Una sonrisa apareció en la cara de Grant, y Adrian puso los ojos en blanco. —
Si insistes—. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que había usado algo más
que una camisa y pantalones?

Grant se rio. —Me temo que debo hacerlo —. Luego se apresuró a salir de la
habitación, un salto en su paso que hizo que Adrian quisiera golpearlo en la
cabeza.

Enterrando su rostro en sus manos, se dejó caer en una de las sillas alrededor
de la pequeña mesa, la incredulidad inundó su ser por lo que acababa de
aceptar. ¿Estaba enojado? ¿O era debilidad mental, lo que le hizo incapaz de
negar la solicitud de su amigo?

Aun así, su breve intercambio le había recordado un tiempo antes de que la


vida se volviera insoportable. Hace mucho tiempo, había disfrutado la
compañía de Grant y se burlaban el uno del otro casi a diario. Tal vez había
sido ese recuerdo lo que lo había convencido de aceptar la solicitud de su
amigo. ¿Pero cuánto le costaría?

Desde la noche en que había ido tras su esposa, apenas la había visto,
encontrando sus pensamientos desenfocados cada vez que ella se acercaba,
cada vez que se le ocurría. Había estado completamente tentado de ir a verla
durante la semana que estuvo confinada en su cama. Sin embargo, se había
resistido, aterrorizado por la cercanía que había sentido entre ellos esa noche.

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Y luego Isabelle lo había buscado, felicitándolo por convertirse en padre. Sus


palabras casi lo habían sorprendido dejándolo sin sentido, y lo habían
cambiado todo. Sonriendo, ella le dio una palmada en el hombro,
reprendiéndole por dejarla creer que no le importaba su esposa. Ella había
hablado y hablado, alternando entre la felicidad sobre el futuro que había
elegido y lamentando el hecho de que no se lo había confiado.

En ese momento, Adrian se dio cuenta de que se había permitido desviarse en


un sueño, que en verdad no había futuro para él y Eugenie. Su hijo no era suyo,
y su corazón pertenecía a Grant. Recordaba bien la forma en que ella se
estremeció ante la mención de su nombre la noche en que regresaron a
Ravengrove. Le dolía pensar en él, reunido con su primera esposa. ¿Qué le
había hecho verlos a los dos aquí hoy? ¿Cómo se sentiría al verlos a los dos esta
noche en la cena, sabiendo lo que había perdido?

Temía que la comida de esta noche fuera un desastre. Aun así, no había nada
que pudiera hacer para evitarlo.

Indefenso, tendría que ver cómo se desarrollaba.

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Capítulo veintiuno
Una cena largamente esperada
Traducción Sol Rivers

Eugenie no podía negar que la idea de cenar en el gran comedor de Ravengrove


tenía cierto atractivo. Durante los últimos meses, siempre había comido sola
en su sala de estar, sin nadie con quien hablar, nadie a quien hacer compañía.
En consecuencia, no se había molestado en cambiar su atuendo. Después de
todo, ¿quién habría estado allí para verla?

Sintiendo que su corazón daba un vuelco, pasó una mano sobre la suave tela
de su vestido de noche color esmeralda mientras conversaba con Lady
Wentford en su salón recién reformado. Su pulso latía rápido y, sin embargo,
no podía negar que se estaba divirtiendo. Demasiado tiempo había extrañado
ese aspecto de su vida, tomando una comida con otros, para sentarse a la mesa
conversando entre ellos.

—Pareces nerviosa— observó Lady Wentford con una suave sonrisa en su


rostro. — ¿Es por mí? ¿No deberíamos habernos quedado?

—Oh, no— aseguró Eugenie a la otra mujer, juntando sus manos como si se
hubieran conocido por mucho tiempo. —Estoy encantada de que estés aquí.
Raramente tengo compañía, y admito que se siente un poco... –

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— ¿Solitario? –

Eugenie asintió con la cabeza.

—Mi... — Lady Wentford hizo una pausa, un momento de duda nubló sus
ojos color avellana, antes de continuar. —Mi esposo me dijo que habló con su
señoría, y... — Una pequeña sonrisa llegó a sus labios. — parentemente, él
acordó cenar con nosotros esta noche –

Incapaz de evitarlo, Eugenie sintió que sus ojos se abrían en estado de shock.
¡Eso no lo había esperado!

Una risita encantada salió de los labios de Lady Wentford, y apretó las manos
de Eugenie para tranquilizarla. —No olvides respirar, o serás tú quien no cene
con nosotros esta noche.

Haciendo lo que le ordenaba, Eugenie hizo todo lo posible para calmar sus
nervios. ¡Había aceptado cenar con ellos! ¿Por qué? ¿Qué le había dicho lord
Wentford?

—No sé qué pasó— dijo Lady Wentford como si hubiera leído sus
pensamientos. —Todo lo que sé es que su señoría era bastante reacio, pero
finalmente estuvo de acuerdo—. Ella sonrió, luego se inclinó hacia adelante
conspiradora y susurró: —Debo admitir que tengo curiosidad por conocerlo.
Sé que está mal escuchar rumores, pero después de todo lo que he escuchado,
también de ti, me muero por saber qué es verdad y qué no. —Miró el reloj de
la repisa de la chimenea. —¿Dónde están? –

—Quizás algo los retrasó –

La mirada de lady Wentford se entrecerró con fingida indignación. — ¿Te


importaría si nos dirigiéramos al comedor ahora? Quizás les enseñe una
lección el hecho de que no tienen que dejarnos esperando –

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Sonriendo, Eugenie asintió, aliviada al ver que ella y Lady Wentford lograron
conversar educadamente entre sí sin ningún signo de incomodidad. Era más
de lo que se había atrevido a esperar. Solo podía esperar que su suerte se
mantuviera y que la noche que les esperaba pasaría de una manera agradable
para todos ellos.

No mucho después de haberse sentado alrededor de la gran mesa, la puerta se


abrió, revelando no solo a Lord Wentford, sino también al esposo de Eugenie.

Abrumada, trató de no mirar fijamente, agradecida de que ya estaba sentada


cuando sus rodillas se convirtieron en agua y su aliento se quedó en su
garganta. Ella hizo todo lo posible para mover su mirada alrededor de la
habitación. Sin embargo, rápidamente volvió al hombre con el que se había
casado, a pesar de su ceño oscuro y su evidente disgusto por haber sido
invitado a asistir, había algo en él que atrajo su atención y le hizo latir el
corazón con fuerza.

Vestido con ropa formal de noche, su esposo parecía un hombre diferente.


Aunque se había recortado la barba, seguía en marcado contraste con la cara
afeitada de Lord Wentford. Parecía tenso como siempre, con la mandíbula
apretada y la mano izquierda tirando de su manga derecha. Se movió con
bastante rigidez, haciendo que pensara que se sentía muy incómodo al estar
aquí entre ellos. Por qué, ella no lo sabía, pero no podía creer que fuera la
compañía de su amigo más antiguo lo que había causado su inquietud. ¿Era la
compañía en general a la que ya no estaba acostumbrado? ¿O era ella? ¿Le
importaría estar cerca suyo?

Con la excepción de la noche en que había encontrado en el bosque,


abrazándola mientras regresaban a Ravengrove, nunca habían pasado mucho
tiempo en compañía del otro. Siempre se había retirado rápidamente cada vez
que se había topado con ella por accidente. ¿Pero por qué?
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Tragó saliva, observando a su esposo saludar a Lady Wentford, su voz áspera


mientras se disculpaba por llegar tarde. Ninguna sonrisa apareció en su
rostro, y lanzó una mirada un tanto acusadora a su amigo, sin duda por
persuadirlo a esta situación. Aun así, a pesar de su inquietud, Eugenie no
podía negar la cuidadosa alegría que sintió cuando su esposo se volvió y se
sentó en la cabecera de la mesa.

Tan cerca de ella.

Tragando saliva, inhaló profundamente antes, por un breve momento, su


mirada se dirigió a ella y sus ojos se encontraron.

Al instante, Eugenie se sintió mareada y un escalofrío tentador le recorrió la


espalda.

Los ojos de su esposo se entrecerraron muy ligeramente antes de que su


atención fuera dirigida hacia sus invitados mientras se intercambiaban
bromas y comentarios sin sentido sobre el clima. Concedido un respiro,
Eugenie quiso calmar sus nervios, esperando que nadie hubiera notado su
agitación.

—Mis mejores deseos en tu regreso seguro al lado de tu marido— dijo Adrian,


ni su voz ni su mirada retrataban ningún tipo de emoción. —Espero que te
hayas adaptado bien –

Momentáneamente, Eugenie sintió que los ojos de su esposo se volvían hacia


ella antes de que Lady Wentford expresara amablemente su gratitud y su
felicidad por haberse reunido con su familia. Lo que dijo a continuación fue
algo que Eugenie sabía que debería haber esperado. Pero la golpeó con una
fuerza que no había visto venir.

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—Y mis felicitaciones por sus nupcias— exclamó Lady Wentford, con una
gran sonrisa en su rostro y amabilidad en sus ojos color avellana. —Debes
sentirte bastante afortunado de tener una esposa tan encantadora a tu lado –

Eugenie no se atrevió a mirar a su marido, sabiendo, temiendo que ella fuera


poco más que un inconveniente, a pesar de sus palabras en sentido contrario.
Indudablemente, lady Wentford tenía buenas intenciones. Sin embargo, sus
palabras solo sirvieron para recordarle a Eugenie, y con toda probabilidad
también a su esposo, que su matrimonio había sido provocado por poco más
que las circunstancias.

—De hecho, muy afortunado — respondió su esposo después de un largo


momento de silencio casi doloroso. Su voz sonó uniforme y sin sentimiento,
marcando sus palabras falsas y aplastando las esperanzas tentativas de
Eugenie.

Con los ojos fijos en su plato, Eugenie rezó para que sus mejillas no ardieran
de un rojo carmesí. Y, sin embargo, no quería nada más que mirar a su esposo,
para ver si realmente se había equivocado acerca de la cercanía que había
sentido entre ellos esa noche. ¿Era posible que dos personas experimentaran
la misma situación de dos maneras completamente diferentes?

Por mucho que Eugenie había esperado una noche lejos de la soledad de su
habitación, no podía disfrutar de su compañía actual. Aunque Lord y Lady
Wentford eran personas amables y maravillosas, solo sirvieron para
recordarle la diferencia entre ellos. Su amoroso matrimonio eclipsó todo lo
demás, arrojando una luz oscura sobre los pequeños pasos que Eugenia había
dado hacia su esposo, recordándole que su matrimonio nunca sería feliz.

El tiempo transcurrió lentamente, y la atmósfera pesada los demoró a todos.


Eugenie podía verlo en la forma en que sus invitados hicieron todo lo posible
para mantener una conversación animada, hablando del baile que acababan
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de realizar, riéndose de parientes molestos y burlándose unos de otros de la


manera más adorable.

Eugenie sintió que se ponía verde de envidia.

Aun así, durante toda la noche, ella creyó sentir repetidamente los ojos de su
esposo sobre ella. Sin embargo, como no se atrevía a mirarlo, no podía estar
segura, temiendo haber imaginado el más mínimo interés de su parte. Sus
nervios se tensaron y su cuerpo zumbó con la necesidad de escapar de esta
situación insoportable.

Y luego sucedió.

De alguna manera, su copa de vino se resbaló de su mano y se hizo añicos en


el suelo, un sonido ensordecedor resonó en la quietud de la gran sala.

El corazón de Eugenie se detuvo.

Sin embargo, antes de que ella pudiera hacer algo más que sentir la vergüenza
calentar sus mejillas, su esposo repentinamente estaba a su lado.

Nunca había visto a nadie moverse con tanta velocidad.

Al encontrarlo elevándose sobre ella, su mano no muy lejos de la suya, se


encontró con sus pálidos ojos azules. El aliento se le quedó en la garganta
cuando vio el miedo acechando allí y, de repente, sus pensamientos volvieron
a la noche en que la había encontrado en el bosque. Entonces, también, su
mirada había hablado de algo más que molestia o decepción. Entonces,
también, la había mirado con preocupación, con la necesidad de garantizar su
seguridad, con algo que le había permitido creer... que él se preocupaba por
ella.

Ahora, él la estaba mirando de la misma manera, y Eugenie deseaba que ella


tuviera el coraje de decirle que ella también había venido a cuidarlo.

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— ¿Estás bien? — susurró. Por una fracción de segundo, su mano se posó en


su hombro... antes de que él se la quitara.

—Estoy bien— le aseguró Eugenie, deseando que no siempre se retirara de


ella. —Gracias –

Por un momento, su mirada se detuvo en la de ella. Luego tomó un poco de


aliento inestable y regresó a su asiento.

Lord y Lady Wentford parecían encantados con el momento privado que


habían observado y pronto expresaron su deseo de retirarse por la noche, ya
que tenían un largo viaje por delante al día siguiente. Después de desearles
una buena noche, Eugenie no logró ocultar su sorpresa cuando se volvió y
encontró a su esposo no solo todavía en la habitación, sino justo frente a ella.

Una parte de ella esperaba que él se escapara sin decir una palabra.
Afortunadamente, ella se había equivocado.

—Permíteme acompañarte a tu habitación —dijo, con voz


sorprendentemente tranquila mientras le ofrecía su brazo.

Le temblaban las manos cuando aceptó su oferta. —Gracias mi Lord –

Juntos, salieron del comedor y se dirigieron hacia la gran escalera que


conducía al piso superior. Todo el tiempo, Eugenie se atormentaba por no
tener algo que decir. Su boca, sin embargo, estaba seca, y vio el ocasional
punto brillante bailar ante sus ojos. ¿Por qué demonios sus nervios tenían que
estar a flor de piel?

En poco tiempo, llegaron a su habitación y sintió que el brazo de su marido se


le escapaba cuando él retrocedió, dándole una cortés reverencia. —Buenas
noches, milady. Duerme bien. — Luego se volvió para irse.

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Sin pensar, Eugenie extendió la mano, sintiendo las puntas de sus dedos rozar
la tela de su chaqueta. —Quería agradecerte —, espetó ella cuando él se volvió
para mirarla, su mirada se entrecerró un poco confundido por su reacción.

—¿Por qué? — preguntó cuándo su silencio se convirtió en algo incómodo.

—Por asistir a la cena de esta noche —, aclaró Eugenie, aliviada al ver que su
voz al menos no la había abandonado. —Sé que... no fue fácil para ti, y
simplemente quería que supieras que estoy agradecida –

Su mandíbula se tensó, y Eugenie tuvo la impresión de que había dicho algo


mal.

—No hay necesidad —, le dijo, su voz más áspera que antes. —Soy yo quien
debería disculparse. Nunca debería haberles permitido quedarse. No fue justo
para ti, y lamento que hayas sufrido –

Al principio fue incapaz de dar sentido a sus palabras, Eugenie finalmente


sintió que entendía. Sus ojos notaron la culpa que marcaba sus rasgos. La
mirada de Eugenie se entrecerró mientras trataba de mirar más de cerca,
intentaba entender, para ver si había llegado a la conclusión equivocada. —
No debes temer, mi Lord. Lady Wentford es una mujer maravillosa y espero
llamarla amiga algún día –

La confusión oscureció sus ojos, y su boca se abrió como si quisiera pedirle


que le explicara. Luego, sin embargo, se detuvo, sacudiendo la cabeza
ligeramente, como si tratara de librarse de un pensamiento desagradable, y
ella pudo ver que él se retiraba una vez más. —Buenas noches, mi señora –

Como antes, Eugenie sintió una necesidad casi desesperada de evitar que se
fuera. Y así, sin pensarlo más, se encontró caminando hacia él. Levantó la
mano para tomar su mejilla derecha mientras se inclinaba para presionar un

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suave beso sobre la otra. Podía sentirlo endurecerse, sentir su barba contra su
piel y su corazón latir en su pecho.

Tan aterrorizada como se sentía, este pequeño momento de coraje trajo una
sonrisa a sus labios, y las puntas de sus dedos rozaron audazmente la línea de
su mandíbula mientras ella se hundía sobre sus talones. Sin embargo, antes de
que ella pudiera alejarse, él se puso de pie. Sintió su cabeza girar hacia ella,
sintió su cálido aliento abanicarse primero sobre su mejilla y luego sus labios
antes de que su boca reclamara la de ella.

La conmoción se estrelló contra Eugenie como un jabalí que carga y ella casi
cayó hacia atrás, sin haber esperado eso. Cualquier cosa, pero no eso. Aun así,
la boca de su esposo permaneció sobre la de ella mientras la seguía, sus brazos
la alcanzaron, tirando de ella contra él mientras se tambaleaban hacia atrás
juntos hasta que la pared en su espalda detuvo su retirada. Sus manos se
deslizaron por su cuello hasta su cabello y, en poco tiempo, Eugenie sintió que
los mechones de su cabello se soltaban y bailaban por el costado de su cuello
sobre sus hombros.

Su piel zumbaba donde la tocaba, y sus labios hormigueaban de una manera


que nunca hubiera creído posible. Ella luchó contra él mientras él
profundizaba su beso, sus brazos serpenteando por los planos de su pecho y
sobre sus hombros.

Nunca hubiera pensado que un beso podría sentirse así. De modo que todo lo
consume, detiene el corazón y altera la vida.

En su primer año de matrimonio, Lord Wentford nunca la había besado.


Había acudido a su cama fuera de servicio y tal vez por su consideración, ya
que sabía que ella quería un hijo. Había sido amable y gentil, pero nunca la
había besado.

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

Ni una sola vez.

Ahora, Eugenie sabía por qué.

Aferrándose a Adrian, Eugenie sintió que el mundo se balanceaba sobre sus


goznes. Se perdió en el momento ya que no solo su cuerpo sino también su
corazón y alma resonaron con la profundidad de su beso. Las emociones que
no se había atrevido a esperar sentir surgieron a la superficie, y supo en ese
momento que, si algún otro hombre la hubiera besado así, no las habría
sentido.

Así no.

Su cuerpo podría haber sentido placer, pero su corazón y su alma no se


habrían visto afectados. Con Adrian, sin embargo, era diferente porque su
corazón era el de él, porque se preocupaba por él, porque... porque podía
amarlo si se atreviera.

Lord Wentford siempre había amado a su esposa e incluso en la muerte, la


había amado aún. Eugenia nunca habría podido conquistar su corazón. De
eso, estaba segura.

Ahora.

Ahora, Adrian la estaba besando con el mismo anhelo profundo que Eugenie
había visto en los ojos de Lord Wentford una y otra vez. Las paredes que había
erigido a su alrededor para mantener a raya a las personas cayeron lentamente
y derramaron años de soledad y dolor. Había una urgencia en él que
amenazaba con abrumarla y, sin embargo, la forma en que la acunaba en sus
brazos le daban ganas de llorar.

Si estaba o no dispuesto a admitirlo, su corazón sentía por ella, anhelaba que


lo viera, lo abrazara, lo deseara.

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Amara.

Oh, ella podría amarlo tan fácilmente... ¡si tan solo se atreviera!

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Capítulo veintidós

Corazón y mente
Traducción Sol Rivers

Besando a su esposa, sosteniéndola en sus brazos, Adrian perdió todo


contacto con la realidad. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que se había
sentido tan profundamente vivo? No lo sabía… ¿Años? ¿Al menos una década?
Durante tanto tiempo, había querido no sentir, incluso se prohibió entretener
cualquier emoción, ignorando el anhelo que latía en su corazón, no solo para
existir sino para vivir.

¡Dios, quería volver a vivir!

Y sentir.

Y amar.

En el momento en que su esposa se acercó y luego le besó tan suavemente la


mejilla, todo ese anhelo se había liberado. Un escalofrío lo había atravesado
cuando sintió las puntas de sus dedos rozar la línea de su mandíbula, y cada
fibra de su ser se había girado hacia ella, incapaz de luchar contra la necesidad
de sentirla en sus brazos.

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A pesar de la bruma en la que se había desviado, había sentido su sorpresa


cuando sus labios descendieron sobre los de ella. Sabía que debía liberarla y,
sin embargo, no había sido capaz de hacerlo. Y luego ella se había derretido en
sus brazos y él estuvo completamente perdido.

En lugar de frío, el calor lo inundó. Sintió la suavidad de su piel y las suaves


caricias de sus dedos contra los costados de su cuello. Ella era vacilante,
vacilante, pero la forma en que se esforzó por devolverle el beso le dio
esperanza.

¿Esperanza de qué?

Una nube oscura descendió sobre la paz que calentó su corazón, y fue en ese
momento cuando sintió una suave patada contra la palma de su mano que
descansaba sobre su cintura.

Se congeló.

¡El niño! Su mente gritó. El hijo de Grant. Suyo y... de ella.

Rompiendo el beso, casi tropezó hacia atrás, su respiración se aceleró y su


corazón latía violentamente en su pecho. Él la miró fijamente, la conmoción
congelando momentáneamente sus extremidades y recordándose las
circunstancias que la habían traído aquí.

A Ravengrove.

A él.

Había estado desesperada y desconsolada, por lo que Grant le había pedido


ayuda, le había pedido que se casara con ella, para protegerla. Su amigo le
había pedido un matrimonio de conveniencia, nada más, y Adrian había
aceptado, había prometido a su esposa que no tendría nada que temer de él.

Le había dado su palabra.


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Sus ojos muy abiertos lo miraron fijamente, buscando su rostro, uno frente al
otro, el ancho del corredor entre ellos. Sus mejillas estaban sonrojadas y sus
labios más rojos de lo que Adrian los había visto. Su pecho subía y bajaba con
cada respiración rápida, y sus extremidades temblaban como si ya no tuviera
la fuerza para mantenerse erguida.

—Lo siento — finalmente susurró antes de levantarse de la pared y


apresurarse por el pasillo y alejarse de ella.

Maldiciéndose a sí mismo, Adrian sabía que nunca debería haber ofrecido


acompañarla a sus habitaciones. Había sabido que no debía acercarse a ella,
pero, incluso entonces, el anhelo lo había instado a seguir. La noche que
habían vuelto a casa juntos regresó a él, y él todavía podía sentir el calor de su
cuerpo descansando en sus brazos. Las semanas habían pasado desde
entonces. Semanas durante las cuales se había obligado a mantener la
distancia, a no confundir amabilidad y necesidad con afecto.

Corriendo por el corredor en el ala oeste, cerró la puerta de su habitación


detrás de él y se quitó la corbata, luego rápidamente se quitó la chaqueta. Sus
pensamientos corrían desenfrenados y sus venas latían con la necesidad de
moverse, apresurarse a su lado y estar cerca de ella.

Involuntariamente, sus pies giraron y lo acercaron a la puerta, su mano ya


alcanzaba la manija antes de que pudiera detenerse, llamarse a sí mismo a
razonar.

Aunque de mala gana, él le había prometido protección y siempre había sabido


que esa promesa también se extendía a él. Adrian sabía que no era buena
compañía. Más aún, sabía que las personas más cercanas a él siempre habían
sufrido por ello, y la idea de cualquier daño que pudiera causarle a Eugenie
casi lo volvía loco.

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Después de todo lo que había pasado, merecía un poco de felicidad. Había


perdido a su marido, un hombre bueno y devoto que sin duda había llegado a
cuidar, y se había visto obligada a casarse con una... una bestia.

Una risa sardónica retumbó en su garganta mientras caminaba de un lado a


otro entre la puerta y las tres ventanas en las gruesas paredes de Ravengrove.

Casi como un animal enjaulado.

Quizás los susurros eran ciertos después de todo. ¿No se había abalanzado
sobre su delicada esposa esa noche? ¿Ignorando por completo su sensibilidad
debido a sus propias necesidades?

El solo pensamiento de ella agitó su sangre y le calentó el corazón, y no pudo


evitar intentar imaginarla. ¿Qué estaba haciendo ella ahora? ¿Se estaba
preparando para la cama? ¿Seguían pensando en su encuentro?

Adrian se encogió. ¿Estaba disgustada con él por la forma en que la había


atacado? ¿Había perdido todas las oportunidades de ganarse su confianza? ¿Su
simpatía? Su... ¿cariño?

Apoyando las manos en el alféizar de la ventana, Adrian bajó la cabeza. Cerró


los ojos y respiró hondo una y otra vez, recordándose a sí mismo que debía
mantener la calma. Aun así, era más fácil decirlo que hacerlo, ya que su pulso
seguía acelerándose. Todavía podía sentir su toque contra su piel y saborearla
en sus labios, y su corazón anhelaba que volviera a ella.

¡Ojalá se atreviera!

Mirando hacia la noche, recordó cada palabra, cada toque, cada respiración
entre ellos. Había pensado que su corazón estaba roto al ver al hombre que
amaba una vez más feliz con su primera esposa, y sin embargo...

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Frunciendo el ceño, Adrian imaginó una vez más el momento en que se habían
detenido en el pasillo frente a su habitación. Sus ojos casi brillaban a la luz de
las velas en la pared. No había habido tristeza en ellos. De hecho, parecía estar
en paz cuando él había hablado de su viejo amigo, y luego había...

Adrian levantó la cabeza bruscamente. —Ella no quería que me fuera—,


susurró hacia el cielo oscuro, con incredulidad aferrada a sus palabras.

Recordó que había sido ella quien le había tendido la mano. Recordó cómo le
brillaban los ojos cuando le había agradecido por asistir a la cena. Recordaba
cómo ella le había pedido que lo hiciera antes, y lo tristes que habían estado
sus ojos cuando él la había rechazado.

¿Realmente había buscado su compañía? ¿Podría ser que significara tanto para
ella? ¿Lo añoraba tanto como él la deseaba a ella?

Cerró los ojos y apoyó la frente contra la piedra fría. Ella le había devuelto el
beso, ¿no? Estaba abrumada, pero había estado dispuesta.

Adrian sintió que se acercaba y, sin embargo, no pudo evitar la suave sonrisa
que llegó a sus labios al pensar que su esposa podría cuidarlo. ¿Cómo podría
hacerlo ella? ¿Quién cuidaría de una bestia? Bien, ella lo había hecho, ¿no?

La sonrisa en el rostro de Adrian se hizo más profunda, y se sintió


completamente extraña y fuera de lugar después de todos esos años. Su rostro
parecía una mueca cuando su reflejo lo miró desde el cristal de la ventana.
Mucho tiempo atrás, esa cara le era familiar, pero ahora parecía la de un
extraño.

—Ella... se preocupa por mí— susurró una vez más, su mirada se desvió de su
propio reflejo y salió hacia los jardines que se extendían hacia el bosque. De
repente, su corazón comenzó bailar en su pecho, y se encontró incapaz de
dejar de sonreír.
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Sus pensamientos volvieron a Eugenie una y otra vez, recordando los pocos
momentos que habían compartido. Antes de darse cuenta, su mente cambió
del pasado al futuro. La esperanza floreció en su corazón, y se imaginó la vida
que alguna vez había soñado. Una vida llena de amor, una familia, niños, un
hogar donde todos estarían a salvo.

Ante esos pensamientos, el anhelo en su corazón creció a nuevas alturas, y


Adrian se dio cuenta de que quería todo eso y más. Después de todos esos años
de mera existencia, finalmente quería algo... y no era nada pequeño, sino un
sueño de toda la vida. ¿Pero era un sueño a su alcance? Si realmente se
preocupaba por él...

Si pudiera amarlo...

Suspirando, su corazón se hundió cuando recordó las consecuencias del amor.


Por un momento alegre, se había atrevido a esperar, viendo solo la promesa de
un futuro con su esposa mientras ignoraba los peligros que tal futuro sin duda
traería.

Aun así, había prometido protegerla, y lo haría incluso a expensas de todo lo


demás.

Una vez más, las palabras de la adivina hicieron eco en su mente, la Muerte
camina contigo. Y aunque Adrian sabía que era una tontería basar la decisión
de su vida en una predicción ominosa, sabía muy bien que había una amenaza
real por ahí.

Una amenaza que ya le había costado la vida a Emery. ¿Qué pasaba si había
encontrado su camino a Inglaterra? ¿A Ravengrove? Como su esposa, Eugenie
sería un objetivo, aún más si se hiciera evidente que se preocupaban el uno
por el otro. Ella sería el medio para castigarlo, destruirlo.

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

Apretando los dientes, forzó sus pensamientos a abandonar la idea de un


futuro que se había infiltrado en su corazón tan inesperadamente. ¿Había
sucedido con tanta facilidad porque ella había logrado derribar las paredes
que él había construido a su alrededor? ¿Era ahora vulnerable?

Cualquiera que fuera la respuesta, Adrian sabía que solo había un curso de
acción. Sabía que debía proceder con precaución. Sabía que necesitaba
mantener la distancia.

Sabía que debía enviarla lejos.

Pero también sabía que tendría que ser un hombre más fuerte para hacerlo.

Y así, simplemente se mantuvo solo, solo mirando por la ventana de la cámara


chamuscada de Florian al día siguiente cuando su esposa se despidió de Lord
y Lady Wentford. Debería haberse unido a ella y, sin embargo, temía que
acercarse a ella lo rompiera definitivamente.

Y no podía permitir que eso sucediera.

Necesitaba ser fuerte.

Para ella.

Por si acaso.

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Capítulo veintitrés

Una vieja amiga


Traducción Sol Rivers

Casi tropezando sobre sus propios pies, Eugenie agarró la barandilla de apoyo
puesto que su corazón latía con fuerza en el pecho. A mitad de camino por la
gran escalera, se detuvo y cerró los ojos, respirando con calma. Después de
todo, no había necesidad de apresurarse. Y especialmente en su estado actual,
era bastante desaconsejable

Sonriendo, puso una mano sobre su vientre redondeado y le susurró unas


palabras de consuelo tanto a su hija como a ella. Luego continuó, pero a un
ritmo más lento, un ritmo acorde con una condesa. Porque eso era lo que ella
era a pesar de la naturaleza reticente de su esposo.

Desde que Lord y Lady Wentford habían regresado a casa hacía unas semanas,
Adrian, como seguía llamándolo en su cabeza, había vuelto una vez más a
mantener su distancia. No corrió hacia el otro lado cuando se encontraron,
pero tampoco la buscó. Cada vez que sus ojos se encontraban, ella veía el
recuerdo de esa noche en su mente y más de una vez parecía que hubiera

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querido decir algo. Sin embargo, entonces sus ojos inevitablemente se


dirigirían hacia su creciente barriga, y él se retiraba.

Cruzando el gran salón, giró hacia el oeste y se dirigió hacia su salón. El


entusiasmo se extendió por su cuerpo y, por primera vez en semanas, estaba
esperando algo.

Con una sonrisa en su rostro, cruzó las puertas y luego se detuvo en seco
cuando su mirada se posó en la joven que estaba junto a las ventanas. Su
cabello castaño brillaba bajo el sol de otoño mientras miraba hacia los
jardines, sus labios se curvaron hacia arriba muy ligeramente de una manera
que siempre la había hecho parecer traviesa.

Habían pasado al menos dos años desde la última vez que se vieron, desde que
terminaron la escuela cuando sus vidas las llevaron por caminos diferentes.
Sin embargo, en el momento en que Eugenie vio a su amiga, supo que en el
fondo Rebecca Hawkins seguía siendo Rebecca Hawkins, y se preguntó si ella
misma seguiría siendo la misma mujer que había sido dos años antes.

Ante el sonido de su entrada, Rebecca se volvió hacia ella y sus profundos ojos
esmeraldas brillaron con alegría sin adulterar. Solo por eso, Eugenie la amaba.

Avanzando, le tendió las manos a su amiga. —Becca, ¡qué maravilloso verte!


—Sus ojos revolotearon sobre la cara de su amiga. —No has cambiado en
absoluto, ¿verdad? –

Las manos de Rebecca se cerraron alrededor de las suyas, apretándolas


cariñosamente. —Tal vez no—. Una sonrisa burlona llegó a sus labios cuando
su mirada se movió hacia abajo para tocar el vientre redondo de Eugenie. —
Pero ciertamente lo has hecho, Genio. ¿De cuánto tiempo estás? ¿Trece,
catorce meses? –

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Eugenie se echó a reír. —¿Estás insinuando que estoy excepcionalmente


grande? — Tirando de la mano de Becca por el brazo, atrajo a su amiga hacia
el sofá.

—Para nada, querida amiga— Rebecca se apresuró a asegurarle mientras


ambas se hundían en el cómodo asiento. Sin embargo, sus ojos brillaban con
picardía, como siempre. — Sin embargo, no me sorprende ver que tus piernas
ya no son lo suficientemente fuertes como para sostenerte. Tal vez deberías
tener una litera encargada, ya sabes, las de la Antigua Roma, para poder
llevarte –

—¡Qué idea tan maravillosa! — dijo Eugenie con fingido entusiasmo; y


mientras se sentaban una al lado de la otra, con las manos agarradas a las de
su amiga, se encontró completamente sorprendida por la repentina necesidad
de aferrarse a alguien.

A juzgar por la mirada en los ojos de Becca, se dio cuenta de que algo estaba
pasando, y su rostro se puso serio cuando miró a Eugenie con gran percepción.
— ¿Estás bien, querida Genio? —Su nariz se arrugó con ese pensamiento. —
¿Se me permite llamarte así? Después de todo, ahora eres una condesa. — Un
poco de ceño confuso se asentó en su rostro. —De nuevo –

Incapaz de no hacerlo, Eugenie se echó a reír, sintiendo que algo del peso se
levantaba de sus hombros. —Puedes llamarme como quieras. Eso nunca
cambiará –

Rebecca se rio entre dientes. —Cuidado, Genio. No sabes a quien estás


invitando por ser tan liberal. Ahora, dime cómo eres una condesa... otra vez.
Lo último que supe es que te ibas a casar con un Lord Wentford. He
escuchado algunos comentarios aquí y allá, pero nada específico, ya que mi tío
parece decidido a mantenerme en la inopia — puso los ojos en blanco al

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pensar en su odioso tío mientras lo nombraba. Sin embargo, su entusiasmo no


fue disuadido por mucho tiempo. —Dime todo lo que hay que saber –

Con un suspiro, Eugenie se lanzó a contar su triste historia: cómo se había


casado con Lord Wentford, cómo habían encontrado viva a su primera esposa
y cómo había arreglado que se casara con su amigo de la infancia, Lord
Remsemere.

— ¡Qué emoción! — exclamó Becca, su rostro alternativamente radiante de


alegría y congelado por la sorpresa. — ¡Eres una verdadera aventurera! —
Sacudiendo la cabeza, sonrió. —Tímida, pequeña Genio, atrapando no uno
sino dos condes en corta sucesión –

Incapaz de no hacerlo, Eugenie se rió de la forma en que su amiga veía los


cambios que su vida había tomado. — Te aseguro que fue bastante espantoso
encontrarme soltera y esperando un hijo. Yo no... –

— ¿Con un niño? — Interrumpió Becca, y sus ojos verdes se entrecerraron con


sospecha. — ¿Estás diciendo que Lord Wentford es el padre de este niño?

Al apretar los labios, Eugenie maldijo por dentro. ¿Cómo podía haber dejado
pasar esto? Para asegurar que su hijo creciera sin que la sociedad susurrara a
sus espaldas, era necesario que nadie lo supiera. Especialmente no Becca,
quien, sí, era una querida amiga, pero también un poco chismosa.

—La culpa está escrita en toda tu cara— comentó Becca, sus ojos algo
penetrantes mientras miraba a Eugenie, — Así que bien podrías decirme la
verdad— Levantando su mano derecha, habló solemnemente. —Juro que lo
haré No le dire una palabra de esto a nadie. ¿Está bien? –

—Esto es serio, Becca— Esperaba que Becca entendiera las consecuencias si


esto salía alguna vez.

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—Por supuesto que sí —confirmó su amiga con un ligero giro de los ojos. —
Puedo ser de espíritu libre, pero no soy una tonta—. La expresión de su rostro
se puso seria y sus manos apretaron tranquilizadoramente a Eugenie. —
Créeme. Nunca haría nada para lastimarte... o a tu hijo –

—Lo sé — murmuró Eugenie, esperando que Becca no lo dejara escapar


accidentalmente como lo había hecho ella misma hace un momento. —Bueno,
sí, este — puso una mano sobre su vientre, — es el hijo de Lord Wentford. Sin
embargo, todos estamos de acuerdo en que es mejor si la sociedad cree que
Lord Remsemere es el padre. Así que, ni una palabra, Becca –

—Ni siquiera una sílaba— prometió su amiga. Sin embargo, sus ojos verdes
ya habían tomado una mirada un poco distante, y Eugenie sabía que su mente
estaba trabajando duro en... algo. ¡Solo podía esperar que no fuera nada
desastroso!

Aclarando su garganta, Eugenia trató de alejar todos estos pensamientos


sombríos. —Cuéntame sobre ti. ¿Alguna posibilidad de matrimonio? –

Burlándose, Becca puso los ojos en blanco. —Entonces, ¿no lo has escuchado?

—Podría haber estado un poco preocupada últimamente — dijo Eugenie con


una sonrisa, disfrutando de la oportunidad de hablar con una vieja amiga y
compartir confidencias. Había pasado demasiado tiempo de hecho.

Becca soltó un suspiro molesto. —Aparentemente, me comprometeré pronto.


Ese odioso tío mío ha logrado desenterrar al Lord más aburrido de Inglaterra
y ahora se apresura a cerrar el trato ya que teme que pueda hacer algo para
estropearlo – Se encogió de hombros bastante teatralmente como si fuera un
miedo completamente irreal.

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Aun así, Eugenie vio con demasiada claridad la infelicidad bajo la


bravuconería de su amiga y recordó bien el momento después de la muerte de
su padre cuando su tutor la había instado a aceptar la primera propuesta que
recibiría. Se había sentido sofocantemente indefensa, su vida dirigida por
otras personas que no apreciaban su felicidad. Gente a la que no le importaba.

Al menos, no sobre ella.

— ¿Quién es él? — Preguntó Eugenie cuando Becca permaneció extrañamente


silenciosa. — ¿Tu futuro prometido? Supongo que no apruebas la elección de
tu tío –

— ¡Por supuesto que no!, — Exclamó Becca antes de ponerse de pie, sus
brazos volaban salvajemente mientras transmitía sus quejas. —Es el hombre
más aburrido que he conocido. Honestamente, siempre pensé que aquellos
que decían que se estaban muriendo de aburrimiento estaban exagerando—.
Mientras paseaba arriba y abajo por la corta longitud de la habitación, Becca
se detuvo para mirar a Eugenie para enfatizar. —¡Pero en realidad es posible!
—Sus ojos se abrieron, y su mandíbula se cerró como si estuviera sofocando
un grito de frustración. —Si me caso con él, sé que lo haré... — Las palabras le
fallaron, ¡muy probablemente por primera vez en su vida! Y ella se dejó caer
en el sofá, exhausta.

— ¿Es al menos amable? — Preguntó Eugenie, sabiendo que no tenía sentido


instarla a hablar con su tío, un hombre que consideraba a las mujeres un
accesorio, nada más.

Becca tragó, el verde en sus ojos extrañamente aburrido. —Sí, él es amable y


joven y guapo y titulado y rico y respetado y... — Ella suspiró. —Mi tío me
dice que debería considerarme afortunada de haber llamado su atención, pero,
Genio, yo... no puedo... tengo que encontrar una salida. Simplemente tengo
que hacerlo. Yo... —Tragando, cuadró la mandíbula. — ¿Qué tal tú y... tus
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maridos? — Un indicio de un brillo volvió a sus ojos. — ¿Te preocupaste por


uno de ellos? — Ella movió las cejas. — ¿O por los dos? –

Ignorando la insinuación de su amiga, Eugenie suspiró, tratando de evitar


cualquier tipo de expresión traidora de su rostro para que su amiga no captara
su aroma como un sabueso. —Lord Wentford es un hombre amable y decente,
y me caía bien. Estaba... contenta de ser su esposa –

—Eso suena completamente aburrido—, comentó Becca, la decepción pesaba


en su voz. — ¿Y tu nuevo marido? ¿Dirías que es una mejora? –

El corazón de Eugenie respondió con una oleada de emociones que, bastante


incómodamente, le trajeron el recuerdo de la noche en que Adrian la había
besado tan apasionadamente. Al instante, el aliento se alojó en su garganta y
sus mejillas se calentaron cuando sintió un hormigueo en todo el cuerpo.

Al levantar la vista hacia su amiga, Eugenie supo que había perdido. —Eso
parece prometedor— observó Becca, una sonrisa satisfecha curvó sus labios
mientras veía a Eugenie casi retorcerse en su asiento. —Ahora, cuéntame
sobre el esposo número dos –

Eugenie huyó del sofá y de la mirada escrutadora de su amiga. —No hay


mucho que decir— comenzó mientras sus pies la llevaban a través de la
habitación. —Él también es un hombre amable, que se casó conmigo... a pesar
de mis circunstancias. Siempre le estaré agradecida. — Con la espalda vuelta,
no podía ver si Becca aceptaba su explicación; sin embargo, ella lo dudaba
bastante.

— ¿Pero por qué? –

Eugenie se estremeció al escuchar la voz de Becca a solo unos pasos detrás de


ella. — ¿Por qué qué? —Preguntó ella. Después de todo, no había escapatoria

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de este interrogatorio. Tal vez sería prudente dejar atrás esta desagradable
molestia lo más rápido posible.

— ¿Por qué aceptó casarse contigo? —, Reflexionó Becca, con un dedo en los
labios. — ¿No le preguntaste? –

—Lord Wentford le pidió este favor. Son amigos de la infancia — Se apresuró


a agregar Eugenie.

Becca se burló. —No es el tipo habitual de favor que uno podría pedirle a un
amigo—. Sus ojos se entrecerraron mientras sacudía la cabeza, dudando
aferrarse a su rostro. — No, si me preguntas, hay más. Ningún hombre en su
sano juicio, especialmente un Lord sin heredero de su título, al menos no
todavía, estaría de acuerdo en casarse con una mujer caída (¡sin intención de
ofender!) Y aceptar al hijo de otro hombre como su heredero. — Su rostro se
arrugó. — ¿Quién haría eso? –

—No lo sé — murmuró Eugenie, recordando que ella también había tenido


tales pensamientos al enterarse de sus inminentes nupcias con Lord
Remsemere. Sin embargo, no había recibido respuestas y últimamente, sus
pensamientos se habían dirigido a otra parte –

—Deberías preguntarle — presionó Becca, ansiosa por la forma en que miraba


a Eugenie.

Esta suspiró, sin saber cómo explicar su relación con su esposo sin traicionar
su confianza, su confianza. —No hablamos mucho — comenzó finalmente,
consciente de la mirada escrutadora que inmediatamente volvió a los ojos de
Becca. — Es bastante reservado y prefiere guardarse las cosas para sí mismo,
yo respeto su decisión –

El silencio permaneció por un momento. —Pero algo sucedió entre ustedes


dos, — concluyó Becca con la certeza de un erudito que interpretaba un texto
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antiguo. —¿Por qué si no tu cara no se volvería de color rojo oscuro con la


simple mención de su nombre? — preguntó inocentemente.

El calor se precipitó a las mejillas de Eugenie ante la observación correcta de


su amiga, y las cejas de Becca se alzaron triunfantes, una sonrisa profunda
llegó a sus labios.

—¡Dime! — Instó Becca, agarrando las manos de Eugenie.

Eugenie suspiró en derrota. —Hace unas semanas, después de cenar con Lord
y Lady Wentford, él… –

— ¿Vino aquí con su primera esposa? ¿Para la cena? — Becca siseó,


sorprendida y con los ojos abiertos por la conmoción. —Eso es... eso es... –

—Está bien—, aseguró Eugenie a su amiga. —Estoy bien. No me preocupo


por él, y nunca lo he hecho, no de la manera... –

—No de la manera que te importa... Lord Remsemere, ¿verdad? –

Eugenie asintió, manteniendo su mirada desviada con la esperanza de no


alentar más a Becca. —Estoy feliz de que se hayan vuelto a encontrar. No
puedo imaginar lo que debe ser perder... –

—Muy bien, volvamos a lo que sucedió después de la cena—. Becca estaba


saltando de un lado a otro, esperando ansiosamente la historia de su amiga.

Sonriéndole a su amiga con indulgencia, Eugenie continuó: —Me acompañó


a mi habitación y... –

— ¿Y? –

Eugenie se lamió los labios, sintiéndose extrañamente vulnerable. — Me besó


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La sonrisa en el rostro de Becca murió lentamente. — Eso es poco


sorprendente. Después de todo, es tu esposo –

Al recordar su beso, podía entender por qué Becca podría pensar eso. —Es mi
esposo solo de nombre. Nosotros no... Compartimos la vida del otro. Él vive
en el ala oeste mientras mi cámara está en el ala este. No cenamos juntos,
caminamos por los jardines o salimos — La tristeza envolvió su corazón ante
la simple descripción de su matrimonio. —Está encerrado en sí mismo. No
desea mi compañía –

La compasión brilló en los ojos de Becca cuando una vez más tomó las manos
de Eugenie. —Tal vez él cree que estás de luto por tu primer marido –

Eugenie asintió con la cabeza. —Creo que pensó eso al principio pero parece
que hay más. Otra razón por la que se niega a compartir conmigo –

—Entonces — comenzó Becca, — En lugar de hablar contigo, ¿mantiene su


distancia? –

—Si –

—Pero ha habido... ¿momentos? — Preguntó Becca, con un brillo perverso en


sus ojos verdes que le hizo sonreír.

—Sí, ha habido momentos—. Ella respiró melancólicamente. —A veces creo


que se preocupa por mí, que no se mantiene alejado porque no le gusta mi
compañía sino... por otra razón. Parece que su corazón y su mente están en
guerra. —Ella sacudió la cabeza con frustración. —Desearía que hablara
conmigo –

—Entonces búscalo — instó Becca con una pequeña sonrisa. —Simplemente


porque se niegue a hablar contigo no significa que no puedas hablar con él –

Eugenie se echó a reír. —Serás una buena esposa algún día –

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La cara de Becca se arrugó con disgusto. —No me lo recuerdes. Prefiero hablar


de ti –

—Pero no hay nada más que decir— Sin querer, la mente de Eugenie regresó
a la tarde en que se había topado con la criada y su esposo en lo que parecía
un abrazo íntimo. Desde entonces, no había observado nada más que sugiriera
una conexión más profunda. Por el contrario, la alegría que Isabelle había
expresado al escuchar que estaba embarazada no hablaba de un amante
celoso, ¿verdad? Aun así, quedaban dudas, manchando los recuerdos de sus
momentos compartidos.

— ¡Dime! –

Eugenie parpadeó. — ¿Perdón? –

—Estabas pensando en algo mientras hablaba —dijo Becca con certeza, ansia
una vez más vigorizando sus rasgos. —Dime qué era –

—No era nada—. Evitando su mirada, Eugenie sacudió la cabeza.

—No me mientas — reprendió Becca, una chispa furiosa iluminó sus ojos
esmeralda. —Nos conocemos desde hace demasiado tiempo para eso. Ahora
dime –

Eugenie suspiró. ¿Cuándo se había vuelto tan débil, permitiendo a su amiga


dictar los términos de su relación? Aun así, sabía que Becca tenía buenas
intenciones, y tal vez le haría bien sacar esa sospecha de su pecho y
compartirla con alguien.

Y nadie mejor que un querido amigo.

De hecho, había pasado demasiado tiempo.

Contemplando sus palabras, Eugenie regresó al sofá y se dejó caer en el suave


asiento, agradecida de haberse levantado cuando su espalda baja comenzó a
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dolerle. —Hay una mujer— comenzó cuando Becca se sentó a su lado. —De
hecho, ella es mi doncella, y… –

— ¿Está teniendo una aventura con ella? —, Exigió Becca, la ira ahora
oscurecía sus ojos.

Eugenie la amaba por su lealtad. —No sé —susurró, tratando de ordenar sus


pensamientos. —No... Creo que sí, pero me temo que podría ser solo mi
imaginación. No confío en mí misma para... –

—Entonces confía en mí— exclamó Becca mientras sus manos volvían a


posarse en las de Eugenie. —Prometo que descubriré la verdad—. Una suave
sonrisa apareció en su rostro. —También podría hacer algo bueno mientras
estoy aquí y demostrar que mi tío está equivocado—. Frunciendo el ceño,
sacudió la cabeza — Tiene una opinión muy baja de mí. No sé de dónde sacó
eso –

Tampoco Eugenia porque no podía imaginar a una amiga más leal. —Gracias,
Becca. Estoy realmente feliz de verte. Me he sentido un poco sola. ¿Cuánto
tiempo crees que podrás quedarte? –

Becca se encogió de hombros, con una mirada sospechosamente inocente en


su rostro.

Los ojos de Eugenie se entrecerraron. — ¿Tu tío sabe que estás aquí? –

—No por mí, al menos —dijo Becca, sonriendo.

Suspirando, Eugenie sacudió la cabeza. Aun así, no pudo evitar la sonrisa que
se apoderó de sus labios. — ¿Cuánto tiempo piensas que pasará antes de que
te encuentre? –

Becca se rio entre dientes. —Oh, al menos una quincena –

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— ¿Me prometes que no harás nada... estúpido mientras estés aquí? —,


Preguntó Eugenie, un poco preocupada de cómo su amiga pretendía saber la
verdad sobre Adrian y la naturaleza de su relación con Isabelle.

Golpeando sus pestañas, Becca sonrió inocentemente y, sin embargo, ese


brillo perverso volvió a sus ojos. ¡No era un buen augurio! —Oh, ya me
conoces, vieja amiga —dijo, alejando las preocupaciones de Eugenie.

Eugenie se echó a reír. —Esa es precisamente la razón por la que estoy


preocupada

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Capítulo veinticuatro

Miss Hawkins
Traducción Sol Rivers

¡Había una extraña en la casa!

Caminando a lo largo de su cámara, Adrian no podía negar que no quería nada


más que bajar corriendo las escaleras y descubrir quién era esa mujer. La había
visto descender de su carruaje desde la ventana de la cámara chamuscada de
Florian, sus rizos rojo oscuro brillaban ferozmente bajo el brillante sol de
otoño. La forma en que había levantado la barbilla y examinado a Ravengrove
sugería una mente fuerte, siempre vigilante y evaluadora.

Como Adrian no tenía ni idea de su identidad, la única explicación de su


presencia aquí en Ravengrove era que conocía a su esposa. No era familia, así
que quizás fuera un amigo. ¿Eugenia no le había hablado de una amiga que no
había visto en mucho tiempo?

Respirando lentamente, sintió que sus pensamientos volvían a la noche en que


habían vuelto a casa juntos. A pesar de la incomodidad de ser empujados el
uno al otro de una manera tan íntima, no podía negar que apreciaba el

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recuerdo. Se había hablado el uno al otro libremente... con confianza, y al


menos en ese momento, no se había sentido solo. Había anhelado otro
momento así desde entonces, maldiciendo las circunstancias que lo obligaban
a mantener la distancia.

Alrededor del mediodía, la puerta de su habitación se abrió como solía hacerlo


y, por primera vez, sintió cierto alivio al ver entrar a Isabelle, bandeja en mano
como siempre. Hoy, él no estaba molesto con ella por entrometerse en su
santuario. Hoy, él no le gritó que saliera. Hoy, la saludó amablemente.

En respuesta, sus ojos azules se estrecharon con sospecha mientras dejaba con
cuidado la bandeja. —¿Estás bien? — preguntó ella, caminando hacia él.

—Estoy bien — respondió Adrian secamente, reprendiéndose a sí mismo por


no actuar más encubierto. Y sin embargo, ¿no tenía derecho a preguntar por
su esposa? ¿Después de ver al visitante que había venido a Ravengrove?
Cualquier otro sirviente probablemente le habría respondido sin dudarlo,
inclinando la cabeza en deferencia.

Pero no Isabelle.

Después de todo, ella no era un simple sirviente. Ella era mucho más que eso,
y lo sabía tan bien como él.

Una lenta sonrisa se extendió por su rostro. —Entonces lo sabes –

Adrian se alejó hacia las ventanas. — ¿Qué quieres decir? –

Detrás de él, Isabelle se echó a reír. —No te hagas el tonto conmigo. Pero si
desea respuestas — dijo dulcemente, acercándose a él, — al menos tendrá que
hacer la pregunta –

Adrian se volvió para mirarla. Como se esperaba, no tuvo ningún efecto visible
en ella. — ¿Es esto un juego para ti?

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Isabelle se encogió de hombros. —Debes admitir que esta casa carece bastante
de entretenimiento –

— ¿Eso es un sí? –

Isabelle le sonrió, sus ojos azules emitían un desafío que Adrian no podía
ignorar. Después de todo, necesitaba saberlo. No sabía por qué, pero
necesitaba saberlo. Necesitaba ser parte de la vida de su esposa.

Incluso solo fuera desde la distancia.

Adrian suspiró, derrotado. —Muy bien— dijo, otorgándole la victoria que


buscaba. Aun así, sus brazos se levantaron y cruzaron sobre su pecho. — ¿Me
dirás quién es el visitante de mi esposa? –

—Sabes, una parte de mí quiere mantenerte en suspense — le dijo ella con


seriedad, y Adrian sintió que sus músculos se tensaban. —Sin embargo, como
no soy una persona cruel y puedo ver cuánto anhelas saber — Adrian apretó
los dientes ante el tono burlón en su voz — Te lo diré. — Una risa escapó de
sus labios y, un momento después, la amabilidad natural que siempre había
poseído volvió a su rostro. —Que yo sepa, se llama Rebecca Hawkins. Llegó
hace unas dos horas y, a juzgar por los baúles y bolsos que trajo, tiene la
intención de quedarse –

Adrian frunció el ceño, sintiendo su piel erizarse ante la idea de que un


extraño se quedara en Ravengrove. La visita de una tarde era una cosa. Sin
embargo, no sabía cuánto tiempo pensaba quedarse esta mujer. —¿Hablaste
con ella tú misma? –

Isabelle sacudió la cabeza. —No, estaba arriba con su señoría. Hammond la


recibió y luego envió a Liam para informarle a su señoría de su invitada. —
Una sonrisa cariñosa llegó a los labios de Isabelle. — Estaba tan emocionada

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que casi salió corriendo de la habitación. Ella ha estado sola, Adrian. Muy sola

Adrian casi se estremeció al escuchar su nombre. Isabelle rara vez lo usaba, y


él sabía que solo lo hacía ahora para que prestara atención a sus palabras. —
Le sugerí que retomara la amistad con su amiga— respondió, sin saber por
qué. Quizás era la necesidad de defenderse, de explicarle que no quería que
ella se sintiera sola, que no quería nada más que verla feliz.

—Eso fue bueno y noble de tu parte — Isabelle lo elogió de esa manera


maternal que usaba con Liam. —Pero no te libera de tus responsabilidades
como su esposo—. Dio un paso atrás. —Recuérdalo –

Después se fue, dejándolo con sus pensamientos. Pensamientos que solo


conocían un tema: Eugenie.

En los días sucesivos, Isabelle no regresó a su habitación para traerle una


bandeja con comida que, a su vez, hizo que Adrian se preguntara si alguna vez
había sido la insistencia de la señora Perry que comiera lo que había enviado
a Isabelle a buscarlo. Parecía que había sido ella misma, y ahora que quería
algo de él, que quería que saliera de su habitación, simplemente hizo lo
necesario para asegurarse de que lo cumplía.

Con el estómago retumbando, se deslizó escaleras abajo, manteniéndose en la


escalera de los sirvientes para mantenerse fuera de la vista. Entró en la cocina
sin encontrarse con otra alma y, sin embargo, su piel se estremeció todo el
camino. No pudo evitar preguntarse dónde estaba su esposa y qué estaba
haciendo.

Tiempo atrás, pasar sus días en soledad había sido suficiente. No había
necesitado más. No había estado más contento que cuando estaba solo, sin
problemas del mundo en general.

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Pero ya no.

Ahora, no podía negar el suave tirón que sentía al pensar en su esposa, y


contaba los días desde la última vez que la vio, la conoció, habló con ella, o vio
cómo su sonrisa y sus ojos se iluminaban. Ella sentía algo por él; estaba seguro
de eso ahora. Y aunque el pensamiento solo hizo que su corazón saltara de
alegría, no se atrevía a permitirse sentirlo.

¡Si lo hiciera, no podría mantenerse alejado de ella!

—No es nada propio de ti — la voz de Isabelle habló desde detrás de él, —


Acechar en rincones oscuros. Alguien podría confundirte con un intruso. —
Pareciendo bastante satisfecha de sí misma por haber logrado su objetivo, dio
un paso hacia él.

Molesto por la presunción en su rostro y por el hecho de que lo habían


atrapado, Adrian la fulminó con la mirada. —Le agradecería que dejara de
entrometerse en mis asuntos— dijo entre dientes, mirando hacia arriba y
abajo del pasillo para asegurarse de que todavía estuvieran solos.

Isabelle se rio entre dientes. — Entonces, ahora que has comido, ¿a dónde te
diriges? –

—¡Basta! — Gruñó Adrian, sintiéndose como un tonto por escabullirse por su


propia casa, haciendo todo lo posible para evadir a su esposa y su invitada. —
Sabes que no puedo... — Apretó los dientes, incapaz de explicarse incluso a sí
mismo por qué no se atrevía a compartir su vida. Hubo momentos en que lo
supo, y luego hubo otros cuando la respuesta se le escapó por completo.

¿Se estaba volviendo loco? ¿Era eso lo que la soledad le hacía a uno
eventualmente?

Acercándose, Isabelle puso una mano suave sobre su brazo, sus ojos ahora
amables. Atrás quedó el humor, la burla, el desafío. —Sé que crees que no
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puedes —susurró mientras las comisuras de sus labios se curvaban en


comprensión. —Sé qué piensas que tu vida ha terminado, que has tenido tu
oportunidad y ahora todo lo que puedes hacer es... esperar a la muerte—.
Parpadeó contra las lágrimas que empañaron sus ojos, Isabelle tragó y Adrian
pudo ver cuánto le costó empujarlo a vivir todos los días. —Pero te equivocas,
y no puedo quedarme esperando a ver cómo desperdicias tus días, no cuando
tu camino hacia la felicidad está justo frente a tus ojos. Todo lo que necesitas
hacer es acercarte y aprovechar esta oportunidad. Por favor –

Suspirando, Adrian la alcanzó, la tomó en sus brazos y apoyó la barbilla en la


parte superior de su cabeza. Sintió que su pecho subía y bajaba con los
sollozos que obligó a retroceder y en ese momento, se dio cuenta de que le
había fallado como amigo. A pesar de sus intenciones, a pesar de su promesa,
no había hecho nada más que garantizar su seguridad. ¿Pero qué hay de su
bienestar? ¿Su felicidad? ¿No merecía todo eso y más?

—Dios mío, ¿qué tenemos aquí? –

Ante el sonido de la voz de la mujer, Isabelle se encogió, secándose las lágrimas


que habían caído a pesar de su voluntad de hierro. Adrian también se sintió
un poco nervioso. Pero se negó a permitir que su desconcierto se mostrara en
su rostro. En cambio, volvió los ojos al intruso.

La amiga de su esposa estaba a solo unos metros de distancia, su cabello rojo


rebelde forzado en una serie de trenzas que habían sido enrolladas alrededor
de su cabeza. Sus oscuros ojos verdes no tenían sorpresa, No, ella solo
examinó la situación en la que se había topado con una especie de
entretenimiento divertido. Como amiga de su esposa, Adrian habría esperado
que ella se indignara, se sorprendiera, se enojara. Sin embargo, la mirada en
sus ojos hablaba simplemente de curiosidad.

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— Je suis désolée. Lo siento —murmuró Isabelle, su mirada yendo y viniendo


entre él y la señorita Hawkins. Parpadeó sus ojos rápidamente un par de veces
más y, en poco tiempo, esa sonrisa familiar resurgió. Luego les deseo un buen
día y salió corriendo, dejándolo atrás para enfrentar a la señorita Hawkins.

Lentamente, cada paso medido, la joven mujer se acercó a él, sus grandes ojos
vigilantes, evaluando. — ¿Era Isabelle?–

Tomado por sorpresa, Adrian la fulminó con la mirada. —¿Qué significa su


nombre para ti? — preguntó, notando el desafío que descansaba en el rostro
de la mujer, marcándola como alguien que hacía lo que deseaba, como le
parecía, alguien que no inclinaba la cabeza, alguien que se atrevía a hacer
preguntas inapropiadas.

Un indicio de decepción llegó a su mirada. — ¿Realmente necesito explicar?


¿No te imaginas quién podría haberme hablado de ella? —Sus ojos se abrieron
muy levemente, desafiándolo a alegar ignorancia.

Adrian respiró hondo, tratando de medir la motivación detrás de la


investigación de la señorita Hawkins. —Aun así, no es de tu incumbencia–

—Oh, pero no estoy de acuerdo— respondió ella sin dudarlo, con los hombros
cuadrados mientras se detenía a solo unos metros delante de él. Sus ojos
verdes se entrecerraron, y por un momento muy desconcertante, Adrian
pensó que podía leer su mente. — ¿Te preocupas por ella? –

Sus ojos se abrieron. — ¡Esa es una pregunta bastante inapropiada! —, Gruñó,


bajando su mirada hacia la de ella.

La señorita Hawkins solo se echó a reír. —Si uno no está dispuesto a hacer
preguntas, nunca recibirá respuestas, y como no puedo extender mi visita
aquí indefinidamente, me temo que no tengo tiempo para simplemente
observar. Especialmente porque parece tan difícil de detectar como un
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unicornio en la naturaleza. Decidme, milord, ¿por qué aceptasteis casaros con


mi amiga? –

Nunca en su vida Adrian había conocido a una mujer más irritante. Su


franqueza lo ponía nervioso, y no pudo evitar preguntarse si eso era
simplemente porque no se atrevía a responder sus preguntas.

—Te deseo un buen día— siseó Adrian antes de darse la vuelta y marcharse.

Desafortunadamente, eso no disuadió en lo más mínimo a la señorita


Hawkins. Sus pasos resonaron en el suelo detrás de él mientras se apresuraba
a alcanzarlo. —No tan rápido — insistió, su respiración no se alteró incluso a
pesar de la velocidad que él le impuso. —Todavía no has respondido mi
pregunta –

—¡Y no tengo la intención de hacerlo! — Adrian se detuvo, y ella casi chocó


con él. —Teniendo en cuenta que sus días aquí son limitados, le sugiero que
regrese con su amiga –

—¿Está tratando de deshacerse de mí? — preguntó con obvio deleite, sus ojos
verdes brillaban como si hubiera estado hambrienta de compañía y ahora se
deleitara con ella, sin importar cuán desagradable pudiera ser la
comunicación.

—Debería haber pensado que era obvio —respondió Adrian con igual
franqueza, ya no estaba preocupado por ofender a la amiga de su esposa, ya
que parecía una tarea bastante imposible de completar.

Miss Hawkins se echó a reír. —¿Y por qué es eso? ¿Tienes miedo de que si te
quedas y hablas conmigo, descubriré tus secretos? –

Adrian se calmó, sabiendo que había al menos una cosa que debería haber
compartido con su esposa hacía mucho tiempo. Y, sin embargo, decirle que él

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había conocido a su hermano sin duda los habría acercado, pero no se atrevió
a arriesgarse.

Los ojos de la señorita Hawkins se entrecerraron. —Ya veo —murmuró,


sopesando su voz mientras sus pensamientos sin duda corrían para
interpretar su desafortunada reacción a su desafío. — Sois bastante expresivo,
milord, si bien no con las palabras, sí al menos con respecto a la respuesta
física. Así que permitidme preguntaros: ¿tienes una aventura con la doncella
de mi amiga? –

Si lo hubiera golpeado en el estómago, habría estado menos sorprendido

—No puedes hablar en serio —tartamudeó, mirándola como si a ella le


hubiera surgido otra cabeza. No podía decidir si su franqueza o la dirección
de sus pensamientos lo aturdían más en este momento. — ¿Cómo te atreves a
pensar eso? ¿Cómo te atreves a hacer una pregunta así? ¿Tienes modales?
¿Alguna sensación de decoro? ¿De propiedad? –

La señorita Hawkins se encogió de hombros, con esa sonrisa molesta y


petulante aún en su rostro. —Me temo que no. Mi tío se queja de eso todos
los días. — Su semblante se oscureció y sacudió la cabeza, con ira en sus ojos
verdes. —Un hombre bastante odioso si me preguntas –

Francamente, Adrian no sabía cómo responder a eso y, una vez más, se dio la
vuelta y se alejó. Quizás todos esos años de soledad le habían robado la
capacidad de tratar con mujeres inapropiadas. ¿Esa mujer era amiga de su
esposa? ¿Cómo demonios era eso posible?

—Si estás decidido a escapar de mí— dijo la voz de la señorita Hawkins, tres
pasos detrás de él — Sugiero que bajes la cabeza y vayas arriba, porque no
habrá más ocasión para escapar de mí —. Y se echó a reír.

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Afuera del corredor que conducía al ala oeste, Adrian se dio la vuelta para
mirarla. —Entonces, ¿qué es lo que deseáis saber? —, Gruñó, haciendo todo
lo posible para mirarla. — ¿Qué respuesta buscáis desenterrar con todas estas
preguntas? –

Respirando profundamente, lo miró por un largo tiempo sin decir una sola
palabra. Adrian comenzó a preguntarse si ella misma sabía lo que quería
saber. Luego, una sonrisa amable llegó a sus labios, una que no hablaba de
desafío o superioridad presumida, sino que era fiel a su nombre. —Eugenie —
susurró, sus ojos verdes se quedaron en su rostro, vigilantes, evaluadores.

Adrian sintió que sus entrañas se apretaban por la simple mención del nombre
de su esposa porque conjuraba su imagen, la forma en que lo había mirado esa
noche fuera de su habitación. Recordaba el coraje que había provocado en sus
ojos plateados una fracción de segundo antes de que ella extendiera la mano
y besara su mejilla. Recordaba el suave toque de sus dedos rozando la línea de
su mandíbula. Recordó el calor de su abrazo y la paz que había sentido con
ella en sus brazos.

Un escalofrío atravesó a Adrian, y su anhelo por ella regresó con una fuerza
abrumadora, robándole el aliento de los pulmones y obligando a su corazón a
una carrera que no podía ganar.

Por un breve momento, cerró los ojos, tratando de recuperar la compostura.


Cuando los abrió de nuevo, la mirada de la señorita Hawkins lo inquietó de
una manera que pocas cosas habían podido hacerlo antes.

¡Lo sabía!

Sus ojos verdes sostuvieron los de él, y la expresión de su rostro le dijo que
estaba contenta con su respuesta. ¿Había respondido? ¿Había hablado sin
darse cuenta? ¿Había...?

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—Me alegro de que te haya encontrado — dijo la señorita Hawkins, el tono


en su voz ya no era desafiante. —Más que nadie, ella merece ser amada –

La sangre de Adrian se congeló. —Yo no l…

—No os preocupéis. Vuestro secreto está a salvo conmigo — Como si fuera


un niño, le dio unas palmaditas en el brazo y un profundo suspiro escapó de
sus labios. —A pesar de la opinión popular, no soy una chismosa. Créame. No
soy nadie para revelar un secreto que se me ha confiado.

—No confié… –

—Ahora, si te interesa mi consejo, te sugiero que... –

—No estoy interesado — gruñó Adrian, completamente desequilibrado por


esta conversación y todo lo que había revelado, tanto para ella como para él.

—Oh, pero deberías— le aseguró. —Después de todo, no hay nadie mejor para
asesorar a un hombre que la mejor amiga de su amada –

Sin palabras, Adrian puso los ojos en blanco ante lo absurdo de sus palabras.
—Estás equivocada. Yo… –

— Se preocupa por ti—, interrumpió la señorita Hawkins, su voz no era


áspera en un esfuerzo por silenciarlo. —Te casaste con ella por una razón que
solo tú conoces, pero incluso un hombre ciego pudo ver que ya no hay solo
conveniencia entre ustedes dos. Ella se preocupa por ti mientras las cuidas. —
Levantó las manos para aplacar las emociones crudas que sin duda vio en sus
ojos. —No te conozco y no sé qué te trajo a este punto de tu vida, pero te estoy
instando a que me escuches—. Sus ojos sostuvieron los de él, esperando una
respuesta.

Tragando, Adrian asintió casi imperceptiblemente.

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

—No la alejes— le dijo, su voz adquirió el tono de un general al mando, —


porque volveré aquí, no sé cuándo, ya que mi tío odioso tiene otros planes
bastante inquietantes para mi futuro, pero cuando lo haga y la vea angustiada,
te haré responsable, ¿entiendes? — Ella le señaló con el dedo. —No te
escondas de ella. No eres realmente una bestia, ¿lo has olvidado? En la
actualidad, no eres más que un marido horrible; sin embargo, es algo en lo que
puedes trabajar. Habla con ella. Hazle compañía. Conócela. Es la mujer más
encantadora y amable que jamás he conocido, y eres afortunado de haber
ganado su mano en matrimonio. Trátala con respeto y consideración, y verás
que hay esperanza... incluso para un unicornio como tú—. Ella soltó un
suspiro y su dedo cayó de su pecho antes de que una sonrisa
sorprendentemente alegre alegrara sus rasgos. —Podrían ser felices, estoy
segura de eso. ¡Si dejas de hacer un lío de las cosas! –

Luego se alejó y Adrian la miró, completamente perdido.

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Capítulo veinticinco
Un plan pasado horriblemente... correcto
Traducción Sol Rivers

—¿A dónde vamos? — preguntó Eugenie mientras se apresuraba hacia su


amiga. Habían tomado la gran escalera hasta el piso superior y ahora
avanzaban por un pasillo que conducía a la parte posterior de la gran
estructura. —¿Y por qué con tanta prisa? –

Mirando a Eugenia sobre su hombro, Becca finalmente disminuyó sus pasos.


—Lo siento. Olvidé que actualmente estás en desventaja—. Una sonrisa
maliciosa se curvó en las comisuras de sus labios. —¿Crees que puedes
lograrlo? ¿O debería cargarte? –

—¡Eres horrible! — Eugenie se echó a reír, agarrando el brazo de su amiga y


enganchando el suyo a través de su hueco para evitar que Becca volviera a
correr. —Has estado actuando bastante extraña estos últimos días, ¿te
gustaría decirme qué está pasando? –

—Todo se revelará a su debido tiempo — dijo Becca misteriosamente, y


Eugenie sintió un escalofrío que le recorrió la espalda al pensar en el nuevo
plan que su amiga podría haber tramado esta vez.
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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

—¿Debería estar asustada? –

Becca rio. — Te aseguro que mis intenciones son buenas –

—Tus intenciones siempre son buenas, pero eso no significa que las cosas
siempre terminen bien. ¿Qué hiciste? En estos últimos días, has seguido
desapareciendo sin decir una palabra, y cuando regresas, siempre has tenido
esa mirada en tus ojos –

—¿Qué mirada? –

Echando un vistazo a su amiga, Eugenie se encogió de hombros. —No puedo


explicarlo, pero me preocupa –

El estrecho pasillo las condujo a una escalera trasera que Eugenie nunca había
usado antes. Sospechaba que era para que el personal se moviera por
Ravengrove sin llamar la atención. —Que hac…? –

Al instante, Becca la hizo callar, atrayéndola hacia un rincón donde estaban


ocultos para aquellos que pudieran salir al pasillo. Sus ojos verdes brillaron de
emoción mientras miraba la escalera, todavía desierta, antes de volverse hacia
Eugenie. —No hagas ningún sonido, ¿quieres? –

Las manos de Eugenie comenzaron a temblar. —¿Qué hiciste? –

—Nada –

—Becca— dijo Eugenia, una advertencia claramente sonó en su voz. —¿Por


qué estamos aquí? — Ella miró a su alrededor. —¿Ocultas? ¿Qué…? –

En ese momento, un sonido suave, casi inaudible, que no era más que una
pisada, desde el otro lado del corredor llamó su atención y se volvió hacia él
sin pensarlo más. Al instante, sus ojos se abrieron y su boca se abrió.

¡Adrian!

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Vestido informalmente como siempre, estaba subiendo los últimos escalones


de la escalera, con sus ojos azul pálido distantes como si estuviera perdido en
sus pensamientos. Un mechón de su cabello negro le caía a la cara y se lo quitó
de forma distraída. Al verlo, su corazón se aceleró y se dio cuenta de cuánto
había extrañado su compañía. ¡Había pasado tanto tiempo desde la última vez
que se dijeron algo más que un saludo al pasar...! Aun así, cada vez que sus ojos
se encontraban, sabía que él sentía algo, que la visión de ella agitaba algo
dentro de él que ella también sentía. Entonces, ¿por qué insistía en poner esta
distancia entre ellos? ¿Era su hijo?

Recordaba demasiado bien el momento en que la había besado fuera de su


habitación. También recordaba el momento en que él se había alejado. Su
mirada se había desviado hacia su vientre, y supo que él también había sentido
la patada de su hijo.

Ahora que el suyo ya no era un verdadero matrimonio de conveniencia, ahora


que habían llegado a cuidarse el uno al otro, ¿le molestaba que tuviera el hijo
de su amigo? ¿Vendría a molestarla por eso? ¿Y su hijo?

Quizás Becca tenía razón, y ella simplemente debería preguntarle. Tan


incómoda y potencialmente dolorosa como la conversación sería, con cada día
que pasaba, se daba cuenta de que necesitaba aclarar la situación entre ambos.
Necesitaba saber qué posibilidades había en su futuro. Necesitaba saber si
estaba albergando falsas esperanzas.

—¡Ah, justo a tiempo! — Becca murmuró a su lado, la sonrisa en su rostro era


la de un gato que había encontrado la olla de crema.

Rápidamente, Eugenie se retiró a la esquina, ocultándolas de la vista de su


esposo. — ¿Qué hiciste? — Siseó en voz baja, volviendo los ojos frenéticos a
su amiga. — ¿Sabías que él estaría aquí? –

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Becca sonrió y, por un momento, Eugenie sintió ganas de abofetearla. —Es


como un reloj— comentó su amiga, mirando a la vuelta de la esquina cuando
el esposo de Eugenie entró al rellano. —No puedes culparme por usarlo como
una ventaja –

Entonces, eso era lo que Becca había estado haciendo estos últimos días
cuando no había sido encontrada en ningún lado. ¡Había espiado a Adrian!

Un ceño fruncido bajó las cejas de Eugenie mientras observaba a su amiga,


sintiendo que se estaban acercando cada vez más a la razón del secreto de
Becca. —¿Ventaja de qué? ¿Por qué estamos aquí? –

Becca sonrió y movió las cejas de la manera más molesta. —Ventaja de tener
una oportunidad única —explicó vagamente. Luego agarró el brazo de
Eugenie y la arrastró hacia adelante, fuera de la esquina... y hacia afuera.

—Mi Lord, —llamó Becca, con el brazo enganchado con el de Eugenie


mientras avanzaba. —¿Tienes un minuto? –

Al sonido del saludo de su amiga, su esposo se congeló. Sus ojos se


entrecerraron antes de posarlos sobre las dos mujeres que se acercaban a él. A
pesar de que su propio corazón latía salvajemente, Eugenie notó la forma en
que su mirada se detuvo en la de ella por un breve momento, la forma en que
su pecho subía y bajaba mientras respiraba profundamente como para
fortalecerse para su encuentro. Se preguntó si era el miedo lo que lo detenía
o la misma emoción burbujeante que sentía en sus propias venas.

—Milady — la saludó Adrian, inclinando ligeramente la cabeza. Luego su


mirada cambió, y Eugenie notó un toque de disgusto, de tensión llegando a
sus hombros. —Señorita Hawkins –

Sin inmutarse, Becca le sonrió. — ¡Qué conveniente que nos encontremos con
usted aquí! De hecho, tengo un favor que pedirte –
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Eugenie miró de su amiga a su esposo, notando la sospecha y la inquietud que


surgieron en sus ojos azules, y sintió que sus entrañas se llenaron de temor.
¿Qué estaba haciendo Becca? Más que nada, Eugenie quería hundirse en un
agujero en el suelo porque la experiencia le había enseñado que los planes de
Becca a menudo iban acompañados de un profundo sentimiento de
humillación para los involucrados.

No para Becca, por supuesto.

—¿Un favor? —Preguntó Adrian, su voz traicionando su propia sospecha.

Acercándose más, Eugenia le susurró a su amiga: —Becca, deberíamos irnos.


Lo que sea que hayas planeado... –

—¡Tonterías! — exclamó Becca, sus rasgos eran estoicos y la mirada en sus


ojos implacables. Luego se volvió para mirar a Adrian, con una sonrisa
encantadora en su rostro como si fuera una fiesta en el jardín y ella la vivaz
anfitriona. —Sí, ¿me concederías un favor? –

La mirada de Adrian se entrecerró aún más. —No sin saber lo que es –

Eugenie apenas podía respirar mientras miraba de un lado a otro entre su


amiga y su esposo. ¿A dónde iba Becca con esto? Sin duda, ella no...

—¿Besarías a tu esposa? — Becca pidió como si simplemente le hubiera


pedido que le trajera el chal.

—¡Becca! — exclamó Eugenie, sintiendo el calor en sus mejillas, mientras


luchaba por ignorar la expresión de asombro en el rostro de su marido. ¿Había
algo más humillante que hacer que el propio marido la rechazara? ¿Por qué
nunca se abría el suelo cuando una lo necesitaba?

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

Tirando del brazo de su amiga, Eugenie trató de irse, su mirada dirigida hacia
el pasillo, lejos de su esposo. Pero su determinación no era rival para la de
Becca.

—Ciertamente, debes estar bromeando — oyó decir a su marido, con


incredulidad total en su voz.

—En absoluto— le aseguró Becca alegremente.

Adrian se burló antes de que Eugenie lo oyera a un lado, acercándose al


corredor que llevaría al ala oeste. Sabía que él huiría. Siempre lo hizo. Aun así,
la decepción que lentamente se apoderó de su corazón fue de un peso
aplastante.

—Te deseo un buen día— llegó la voz de Adrian antes de que zancadas
rápidas se lo llevaran.

—¡No tan rápido! —Gritó Becca. En un segundo, su brazo se deslizó del de


Eugenie y se apresuró a seguirlo, bloqueándole rápidamente el camino.

Sorprendida más allá de la comprensión, Eugenie simplemente se quedó allí y


miró. Miró a su esposo mientras él miraba a su amiga. Miró a Becca mientras
ella le hablaba en voz baja, la mirada en sus ojos era de acero sin importar la
sonrisa que aún se aferraba a sus rasgos.

Las palabras salieron de sus labios, y Eugenie deseó poder escuchar lo que se
decía. Claramente, la discusión continuó y, a juzgar por la mirada en el rostro
de su esposo, él estaba perdiendo. ¿Qué podría decir Becca que pudiera...?

—¡Entonces estamos de acuerdo! —, Exclamó Becca antes de acercarse a


Eugenie, con el triunfo iluminando sus ojos verdes.

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

—¿Qué le dijiste? — Susurró Eugenie, notando cómo su esposo no aprovechó


la oportunidad para salir corriendo, sino que se volvió para mirarla, sus ojos
azules eran atronadores, y sin embargo...

—Eso no importa— insistió Becca, apretando suavemente las manos de


Eugenie. —Ahora, no luzcas tan aterrorizada. Él es tu esposo y lo quieres, ¿no?

—Por supuesto que sí— susurró Eugenie, aterrorizada ante la idea de que
Adrian podría escucharla. —Pero no quiero que lo obligues a besarme cuando
él no quiere –

—¡Oh, pero lo hace! — Becca le aseguró, sus brillantes ojos verdes brillaban
como esmeraldas. —¡Créeme! –

Apenada, Eugenia trató de pensar en algo que la salvaría de esta humillación.


—Pero... pero ¿qué pasa con Isabelle? — siseó por lo bajo. —Te lo dije… –

—Lo sé, y estabas equivocada –

Eugenie se congeló. —¿Qué? ¿Cómo lo sabes? –

Becca suspiró significativamente, y Eugenie sabía que su amiga nunca


revelaría los detalles de cómo había llegado a su convicción. — Todo lo que
puedo decirte es que no son amantes y nunca lo han sido. Sí, tienes razón,
parece haber algún tipo de conexión entre ellos, aunque tengo miedo de
admitir que hasta ahora no he podido descubrir su naturaleza—. Una suave
sonrisa se dibujó en sus labios mientras miraba a Eugenie. —Pero él no la ama,
no de la forma en que te ama a ti. En todo caso, la ve como una hermana –

Abrumada, Eugenie miró a su amiga. —¡No puedes saber esto! Dudo que haya
dicho algo así, e Isabelle... yo... — Eugenie sacudió la cabeza, tratando de
aclararlo y fallando miserablemente. —¿Cómo lo sabes? –

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

Becca se encogió de hombros, sonriendo. —Es un Don—. Luego se volvió


hacia el esposo de Eugenie, arrastrando a su amiga junto con ella. —Bueno, mi
lord, aquí están las reglas— dijo alegremente, ignorando por completo la
mirada asesina que él le disparó. —En el momento en que tus labios toquen
los de ella— evitando sus ojos, Eugenie sintió que se volvía más oscura —Me
daré la vuelta y me marcharé. Una vez que ya no puedas escuchar el eco de mis
pasos, eres libre de detenerte, aunque no estés obligado. ¿Entendido? –

Eugenie no pudo decir si su esposo asintió o simplemente continuó mirando


a Becca. Sin embargo, no pronunció una respuesta.

—¡Maravilloso! —, Exclamó Becca antes de dar un paso atrás, dejando a


Eugenie pararse sola, su mirada dirigida a las puntas de sus zapatos. —Puedes
proceder –

Los sofocos se precipitaron sobre la piel de Eugenie, y ella no supo qué sentir.
La vergüenza latía en sus mejillas, y todavía deseaba que la tierra simplemente
se abriera y se la tragara entera. Al mismo tiempo, no podía negar que la idea
de besar a su esposo era bienvenida, a pesar de sus nervios. Su respiración se
aceleró con cada paso que él dio hacia ella. Podía sentirlo cerca, incluso antes
de que las puntas de sus zapatos aparecieran en su línea de visión.

— ¿Me mirarás? — susurró, su voz era gentil y no estaba llena de


resentimiento como ella temió.

Tragando el nudo en la garganta, Eugenie levantó lentamente la barbilla. Sus


ojos, sin embargo, permanecieron cerrados.

—No me estás mirando — comentó su esposo, y ella se sorprendió al escuchar


un toque de humor en su voz.

Parpadeando, Eugenie hizo lo que le había pedido. Sus ojos se encontraron


con los de él, y el aire se aferró a su garganta.
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Una esquina de su boca se curvó hacia arriba en una sonrisa vacilante. —


¿Estás bien? –

Eugenie asintió mientras más calor se precipitaba en sus mejillas. —Lo siento
—susurró, apenas capaz de mirarlo. —No tienes que... –

Se inclinó más cerca. —¿Te opones? –

El aliento quedó atrapado en su garganta, y todo lo que pudo hacer fue sacudir
la cabeza.

Él tragó saliva en reconocimiento, y ella pudo ver cierto nerviosismo en sus


ojos cuando se acercó. Su mirada azul permaneció sobre la de ella, y sintió un
escalofrío atravesarla cuando sus manos se posaron en sus brazos, justo
debajo de sus hombros. Suavemente, la instó a acercarse aún más mientras
inclinaba su cabeza hacia la de ella.

Eugenie cerró los ojos cuando sintió que su cálido aliento se abría sobre sus
labios, cada nervio terminaba hormigueando por lo que estaba por venir. Ella
sintió su mano derecha deslizarse hacia arriba y sobre su hombro antes de que
las puntas de sus dedos trazaran la columna de su cuello.

Un momento antes de que su boca tocara la de ella, su nombre cayó de sus


labios, y el sonido fue una caricia que nunca antes había sentido.

Esta vez, no había urgencia en él, sino paciencia, como si se estuviera tomando
su tiempo deliberadamente, besándola suavemente y con cuidado,
conociéndola y permitiéndole conocerlo.

Vagamente, escuchó los pasos de Becca alejándose, manteniendo su parte del


trato, y comenzó a temer el momento que no se oiría ningún sonido. En el
momento en que él se alejaría y huiría de su presencia como lo había hecho
tantas veces antes.

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Desesperada por aferrarse a él, Eugenie le devolvió el beso y le rodeó el cuello


con las manos mientras se acercaba. Para su sorpresa, él no se tensó, no se
apartó, no trató de desenredarse de ella.

En cambio, él sonrió contra sus labios antes de besarla nuevamente.

Eugenie se regocijó en la forma en que la abrazó, en la forma en que le


respondió. De repente, el hombre cauteloso y distante atormentado por su
pasado ya no existía y en su lugar estaba su esposo gentil y cariñoso, un
hombre... ¿qué podría amarla?

Débilmente, se dio cuenta de que ya no podía escuchar los pasos de Becca.


Finalmente estuvieron solos, y él era libre de romper su beso.

Afortunadamente no lo hizo.

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Capítulo veintiséis

Lágrimas

Traducción Tutty

Adrian podría besar a su esposa para siempre.

Había tanta ternura en la forma en que se aferraban el uno al otro, todas las
incertidumbres de sus pasados puestas a un lado, unidas contra un enemigo
común: la señorita Hawkins.

Sin embargo, Adrián tuvo que admitir que sin la Srta. Hawkins el sol se habría
puesto ese día sin que su camino se cruzara nunca con el de su esposa. En el
momento en que vio a Eugenie y a su entrometida amiga, vio el brillo
conspirativo en los ojos de la Srta. Hawkins. Él supo inmediatamente que
debía estar en guardia; sin embargo, nunca esperó que ella le pidiera tal favor.

En efecto, se había quedado totalmente sorprendido, al igual que su esposa,


aún más cuando la tentación comenzó a remover su sangre.

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

Como era su naturaleza, había tratado de huir de la situación, reacio a poner


a prueba su resolución, a arriesgar la poca contención que poseía cuando ella
estaba cerca.

Pero la Srta. Hawkins había interferido.

Con sus ojos verdes ardiendo, se había puesto en su camino, diciéndole en


términos inequívocos que no se avergonzaría de compartir todo lo que había
aprendido de él el otro día con su esposa.

Adrian se había quedado atónito. —Eso es chantaje— había siseado,


luchando por mantener baja su voz.

—Tienes razón— había respondido la Srta. Hawkins, con esa sonrisa


engreída en su cara.

—¡Es inmoral! –

A eso, ella simplemente se había encogido de hombros, batiendo sus pestañas


inocentemente. —Bueno, ¿qué puedo decir? Una chica hace lo que debe hacer.
Y ahora que ves que estoy por encima del chantaje cuando me conviene, te
ruego que me digas cuál es tu respuesta –

Adrian había apretado los dientes mientras la ira se apoderaba de él. Pudo
haber estrangulado a la entrometida Srta. Hawkins en ese mismo momento.
Sin embargo, su esposa probablemente nunca lo habría perdonado.

Su opinión sobre él le importaba. Ella le importaba, y había sabido en ese


momento que necesitaba saber si él también le importaba a ella. ¿Ella lo sentía
con la misma fuerza? Sabía que ella se preocupaba por él. Lo podía ver en sus
ojos. Pero temía que sus sentimientos solo fueran de naturaleza fugaz. ¿Y si un
día, pronto, se despertara y se hubieran ido?

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Sosteniéndola en sus brazos, Adrian la besó suavemente, sintiendo la suave


presión de sus labios contra los de él. Sus dedos rozaron la parte posterior de
su cuello, y él sintió la suave hinchazón de su vientre mientras la sostenía
cerca.

En ese momento, nada más importaba que las dos vidas que tenía que
proteger. No importaba cómo había comenzado su matrimonio, la presencia
de Eugenie en Ravengrove era la promesa de la familia. Pronto, ella tendría un
hijo. Ella sería una madre, y él... ¿podría ser un padre?

Hace mucho tiempo, Adrian había abandonado todos los pensamientos de


familia, de amor y de paternidad. Una vez, todo eso le había parecido una
parte de la vida tan natural como respirar, pero después todo había cambiado.
¿Podría la vida cambiar de nuevo? ¿Podría? ¿Se atrevería? ¿Y qué pasaba con el
riesgo, la apuesta que estaba tomando en su vida? ¿Y si ella... como su
hermano?

Retrocediendo, Eugenie lo miró, sus ojos gris plateados buscando en los


suyos. —¿Pasa algo malo? — susurró contra los labios de él, los suyos no muy
lejos de donde habían estado un momento antes.

Adrián sintió su deseo de estar cerca, de sentirlo pero también de


comprenderlo. Sin duda, ella lo había notado tenso, había sentido que su
miedo se elevaba, y no podía negar que se sentía profundamente atesorado
que ella lo conociera tan bien a pesar de sus esfuerzos por mantenerla a raya.

Anhelando tenerla cerca por un momento más, Adrián la tiró hacia atrás,
besándola profundamente. Su respuesta fue libre y sin restricciones, y él sabía
que ya no podría mantenerse alejado. Esto era lo que él había temido. Sin
embargo, en ese momento, no era el miedo lo que vivía en su corazón.

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Cuando finalmente la liberó, ambos estaban sin aliento, con los ojos clavados,
diciendo lo que no podían expresar con palabras. Sus manos alcanzaron la de
ella, sosteniéndola cerca, sintiendo el calor que palpitaba bajo su piel. Sus ojos
grises sostenían los de él, y una suave sonrisa se dibujó en sus labios.

Aún así, había dudas.

Incertidumbre.

Y Adrián sabía que ella se preguntaba sobre la profundidad de sus afectos


tanto como él se preguntaba sobre los de ella.

—¿Es mi hijo el que se interpone entre nosotros? — preguntó ella de repente


antes de que una mano cayera de la suya y se posara sobre su vientre. Ella
tragó, y un escalofrío la atravesó mientras reunía su valor. —Sé que sientes
algo por mí —, susurró, claramente temerosa de equivocarse. —Así como yo
siento algo por ti –

Adrian respiró lentamente mientras sus pensamientos corrían. ¡Eso era todo!
La bifurcación del camino. Durante semanas, había huido de ella, sabiendo en
la parte de atrás de su cabeza que se encontraría aquí eventualmente.
Mientras su mente, su miedo, le instaba a ser cauteloso, su corazón anhelaba
algo totalmente distinto. No quería tener miedo por más tiempo. Quería
sentirse seguro de nuevo, en paz, incluso feliz. ¿Era eso posible? ¿Después de
todo lo que había pasado? ¿Había alguna posibilidad de conquistar su miedo?
¿O era sólo una ilusión?

En realidad, no era la maldición lo que Adrian temía. Nunca lo había sido.


Ciertamente, le había perturbado cuando era niño, y el recuerdo de ello había
añadido la culpa al dolor de perder a su familia. Sin embargo, en el fondo, sabía
que no existía tal cosa. Pero había servido para algo, ya que se había sentido
con el alma destrozada por haber sobrevivido cuando toda su familia había

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perecido. Había querido algo (necesitaba algo) que asegurara su sufrimiento,


que le impidiera encontrar la felicidad de nuevo... porque simplemente no la
merecía. No con todos ellos muertos. No con el dolor de su pérdida, que era lo
único que quedaba de ellos. Si él perdiera eso, ellos se irían de verdad.

Y les habría fallado de verdad.

Adrián sabía que era una forma de pensar destructiva y, sin embargo, no había
podido detenerse. Nada ni nadie en el mundo había sido capaz de persuadirlo
de pensar de manera diferente.

Nadie más que Eugenie.

De alguna manera, ella le había hecho sentir de nuevo. Ella le había hecho
querer sentir de nuevo, querer más que simplemente existir. Mirando a sus
ojos gris oscuro, Adrian se sentía más vivo de lo que se había sentido en los
últimos ocho años. El deseo de aprovechar el futuro que ella le había
prometido corría por sus venas, y el frío que tan a menudo persistía en sus
huesos se deslizaba como si nunca hubiera existido. El calor lo llenó, y
finalmente (después de años aparentemente interminables) Adrián encontró
el coraje para admitir que quería vivir de nuevo.

Que quería volver a amar.

Su mano se apretó sobre la de ella, y pudo ver algo diferente en la forma en que
ella lo miraba. De alguna manera, ella había sentido el cambio en él, y una leve
sonrisa le hacía cosquillas en los labios.

—Hay muchas cosas que no sabemos del otro— comenzó él, entristecido al
ver la mirada de ella sobria. Aun así, no podía meterse de cabeza en esto. Tenía
que considerarla a ella y a su hijo, y era su responsabilidad garantizar su
seguridad por encima de todo.

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

—Eso es cierto— susurró ella, y su mano se apretó contra la de él, el regreso


de una promesa que él le había concedido un momento antes.

—¿Pero quizás podríamos remediar eso? — Había esperanza en su voz, así


como miedo a que la decepcionaran.

Adrian sabía exactamente cómo se sentía. —¿Quieres...? — Tragó, nervioso de


repente para revelar sus deseos más íntimos, para hacerse vulnerable a otro.
—¿Quieres... más de este matrimonio de lo que se acordó inicialmente? –

Una sonrisa divertida dibujó las comisuras de sus labios, e incluso Adrian
sabía que podría haberlo expresado mejor de lo que lo había hecho. Una vez
más, se había escondido detrás de las formalidades, forzando una distancia en
sus palabras que le daba una cierta sensación de seguridad. Y aun así, la
mantuvo a raya.

—Lo siento— susurró, devolviéndole la sonrisa con una torcida de las suyas.
—Me temo que ya no sé cómo expresarme bien. Yo… –

—Sí— lo interrumpió ella, su mano derecha se acercó a la cara de él. Sus ojos
brillaban con fuerza, pero él vio el ligero temblor que agitó su labio inferior.
—Sí quiero más—. Ella tragó. —¿Pero nos quieres tú? — Su mirada se dirigió
a la parte superior de su vientre antes de volver a encontrarse con el suyo. —
No quiero que mi hijo se sienta rechazado y tampoco quiero que te sientas
obligado a... –

—¿Lo amas a él? –

Sus ojos se entrecerraron. —¿A él? –

Adrian sabía que no podía huir de esto. —Grant –

Los ojos de su esposa se abrieron de tal manera que le dijo que no había
considerado ni por un segundo la dirección que habían tomado sus

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pensamientos. —¿Por eso te fuiste esa noche después de besarme? —


,preguntó ella, tratando de entender. —Porque pensaste... –

—Debí haberme disculpado por haberme tomado tales libertades—, dijo


Adrian a través de sus dientes apretados, con la sangre hirviendo de vergüenza
por la forma en que había actuado. —Nunca debí haberlo hecho en primer
lugar. Yo… –

—¡Me alegré de que lo hicieras! — interrumpió una vez más, con una mirada
feroz en sus ojos mientras su mano se cerraba detrás de su cuello, sujetándolo
a ella, sin dejarle escapar. —¿No puedes ver que...? — Tragó, un toque de
miedo acechando en sus ojos grises. —¿Que es a ti a quien quiero? –

Al oír sus palabras, el aire salió de los pulmones de Adrian y, por un momento,
pensó que sus rodillas se rendirían.

—Para responder a su pregunta: no, no lo amo. Nunca lo he hecho. Me gusta.


Es un hombre amable, y me consideraba afortunada de ser su esposa, pero...—
Una suave sonrisa llegó a sus labios. —Cuando su esposa regresó, mi corazón
no se rompió. Simplemente estaba asustada, temerosa de lo que me
sucedería... a mí, a mi hijo — Eugenie tragó, y un suave temblor sacudió su
labio inferior. —Acerca de mi hijo, ¿Crees...?— Se rompió, abriendo y cerrando
la boca. —¿Te molesta...? –

—¡No! — La palabra salió de su boca sin pensarlo y, por un momento, Adrian


se preguntó si realmente lo decía en serio.

Una tímida sonrisa recorrió su cara. —¿Estás seguro?— Su mano apretó la de


él. —Necesito que seas honesto conmigo. Por el bien de todos –

Adrián tragó antes de que respirara largamente en su cuerpo, su mente


escudriñando su corazón y todas las emociones florecientes que Eugenia
había suscitado. —No me he mantenido a distancia por tu hijo, porque no es
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mío, sino porque... tenía miedo de que fuera él a quien quisieras—. De repente,
su boca se sintió seca. —Y a mí no –

El aire pasó por los labios de Eugenie y ella cerró los ojos, una sonrisa de alivio
recorriendo su cara mientras se apoyaba en él, con las manos apretadas sobre
las suyas. —Tenía tanto miedo que... –

—Yo también tenía miedo — admitió Adrián, luchando contra el impulso de


mantenerse protegido de tales vulnerabilidades. —Durante muchos años,
pensé que si me mantenía separado, dolería menos, mientras que al mismo
tiempo pensaba que era un castigo adecuado –

El ceño fruncido se le apareció en la cara. — ¿Un castigo? ¿Pero por qué?

Adrian suspiró. —Por sobrevivir. Primero, la noche del incendio, y luego en el


continente. Muchos murieron cuando yo debería haberlo hecho. Estaba
seguro de que era un castigo. Pensé que me lo merecía y... no pensé que alguna
vez merecería a alguien como tú, que si me atrevía a llegar a ti, sólo podría
terminar en otra pérdida.

Una variedad de emociones revoloteó por su cara mientras escuchaba, y podía


ver que la comprensión se iluminaba lentamente en sus ojos. —¿Todavía crees
eso?

—Una parte de mí sí— admitió Adrián, incapaz de acallar la voz de


advertencia que le instaba a apartarla y retirarse a su habitación. Aun así,
ahora sabía que no podía permitir que eso dictara sus decisiones. —No estoy
seguro de si debo atreverme a esperar más –

Una sonrisa radiante iluminó su rostro. —Deberías luchar por más— afirmó
con la certeza de que al menos por un momento bloqueó todas sus dudas. —
Tienes derecho a vivir, a ser feliz. Como yo. Como todos nosotros—. Su pulgar

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rozó suavemente la cicatriz que marcaba su cara. —¿Te arriesgarás conmigo?


Adrian suspiró, acercándola, deleitándose con su suave calor. —Quiero—


respiró, apoyando su frente contra la de ella. —Dios, quiero hacerlo—. Con
los ojos cerrados, podía oír su sonrisa, podía sentir su aliento contra su piel, y
sabía que no podía volverse atrás.

—¿Me enseñas el ala oeste? –

Su voz no era más que una gentil petición, pero Adrian sintió como la sangre
se congelaba en sus venas. Cada fibra de su cuerpo luchaba contra el mero
pensamiento de ello. Sin embargo, entendió por qué lo había preguntado.
Tragando, levantó la cabeza y se encontró con sus ojos sin arrepentirse. —Lo
haré— susurró y luego le ofreció su brazo.

El ala oeste era un lugar quemado, desprovisto de vida, y lleno de recuerdos


que le perseguían día y noche. A pesar de los restos que había dejado el fuego,
el frío persistía aquí, un frío tan profundo y agarrador que Adrián siempre
sentía un escalofrío sobre su piel cada vez que ponía un pie en ella. Sin
embargo, el frío se había vuelto familiar. Una parte de la vida.

Una parte de su vida.

Lentamente, caminaron por el pasillo, su mirada se vio atraída por los


primeros puntos negros a lo largo de las vigas del techo. En el ojo de su mente,
una vez más vio el fuego, sintió su calor y escuchó...

—Cuando eras pequeño, ¿dormías con tus hermanos o cada uno tenía su
propia habitación? –

Parpadeando, Adrian miró a su esposa, y tardó un momento en entender su


pregunta. —Cada uno de nosotros tenía su propia habitación— le dijo con
una voz estoica cuando desde algún lugar lejano (años en el pasado) una risa
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estridente le hizo cosquillas en los oídos. —Sin embargo, rara vez dormíamos
separados. Una vez que nuestra institutriz se había retirado, nos
escabullíamos y nos reuníamos normalmente en la habitación de Florian —.
Sin pensarlo, sus pies se movieron hacia la derecha y abrió la carbonizada
puerta, mostrando una quemada habitación. —Aunque Julián era el mayor,
Florian tenía una forma de ser que atraía a la gente. Lo seguíamos a menudo,
y siempre pensé que a Julián no le importaba, ya que detestaba mucho la idea
de que sus hermanos menores destrozaran su habitación –

Al ver la sonrisa en el rostro de su esposa, Adrian se dio cuenta tardíamente


de que él también sonreía ante ese recuerdo.

Lo que no era inesperado era la culpa que le siguió.

Mientras trataba de alejarse, Eugenie lo alcanzó, cerrando sus manos sobre las
de él, tirando de él hacia atrás, sin permitirle retroceder.

— Se te permite recordarlos con cariño— le dijo, sus ojos grises


sosteniendo los suyos, instándole a creerla. – Se te permite reír y sonreír y
disfrutar del recuerdo de los tiempos felices compartidos con los demás. No
significa que olvides su pérdida o que ya no te arrepientas del destino que
sufrieron. Sobreviviste mientras ellos no lo hicieron, y eso es trágico y
aplastante y desgarrador — su labio inferior tembló y él pudo ver las lágrimas
empañando sus ojos — pero no debes permitir que te rompa. Siempre los
extrañarás, pero debes permitir que el dolor disminuya para que los recuerdos
felices puedan surgir. Si no lo haces, nunca volverás a vivir –

Alargando la mano, Adrian le frotó una lágrima de su mejilla cuando su propia


visión comenzó a desdibujarse. —No sé cómo dejarlos ir –

—No tienes que hacerlo — susurró su esposa, tomándolo en sus brazos. —


Todo lo que tienes que hacer es recordar cómo vivieron y no cómo murieron—

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

. Su mano rozó la nuca de él mientras le susurraba al oído: —Dime, ¿alguna


vez te escabulliste abajo en Nochebuena? –

Adrian sintió la estruendosa risa en su garganta antes de que el recuerdo


llenase su mente. —Lo hicimos. Florian nos despertaba –

—¡Lo sabía! — declaró triunfante, con sus brazos todavía sosteniéndolo. —


Eras un niño travieso, ¿no es así? –

Adrian sonrió a través de una cortina de lágrimas. —No tienes ni idea –

Eugenie se rió. Luego se echó hacia atrás y cuando sus ojos se encontraron con
los suyos, él vio un indicio de alegría que brillaba en sus profundidades. —
¿Alguna vez te atraparon? –

El recuerdo de una noche escalofriante llegó a la mente de Adrián, y una vez


más escuchó a Florian susurrar: —¡Ni un solo sonido! O la Sra. Perry nos
despellejará vivos —. El olor a pino flotaba en el aire, mezclándose con el
suave olor a humo del gran fuego de la chimenea. La nieve permanecía en los
alféizares de las ventanas, apilándose cada vez más alto cuando el fuerte
viento arrojaba los suaves copos contra el cristal.

—Nunca nos atraparon — dijo finalmente Adrián, con la mirada aún distante,
recordando una parte de su vida que casi había olvidado. Una parte de su vida
que casi se había hecho olvidar. ¿Cómo pudo ser tan descuidado? —Cuando
éramos más jóvenes, nos escabullíamos por las escaleras cada año. Incluso
cuando Julián finalmente decidió que era demasiado mayor Florian todavía
nos urgía a Christian y a mí a salir de nuestras camas — Curiosamente, Adrian
sintió una sonrisa en sus labios, y bajó la cabeza, mirando a su esposa. —Lo
amamos por eso. Durante mucho tiempo, no quisimos crecer porque la mirada
en la cara de Julián lo decía todo; ¡sabía que se estaba perdiendo toda la
diversión! –

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Eugenie se rió, un eco del recuerdo que aún perdura en su mente. —No creo
que nunca seas demasiado mayor para hacer travesuras –

Adrian la acercó a sus brazos. —Florian siempre lo decía —. Suspiró.

—Y le creímos –

—¿Alguna vez estuviste cerca de ser atrapado? –

Otra risa retumbó en su garganta. —Incontables veces—, le dijo, pasando sus


dedos por los de ella. —La Sra. Perry solía sentarse en el gran sillón junto al
fuego, con esa cuchara mortal en la mano, cuidando el árbol y los regalos
debajo de él –

Enterrando su cara en los pliegues de su camisa, Eugenie se rió.

—Solíamos asomarnos por la esquina y esperar a que se durmiera—, continuó


Adrian su historia, sintiendo su corazón caliente con cada palabra que salía
de sus labios. —Cuando lo hacía, nos acercábamos a hurtadillas; sin embargo,
en el momento en que llegábamos al árbol, ella se agitaba y sus párpados
revoloteaban—. Agitó la cabeza. —¡Nos íbamos corriendo en un instante! –

Mirándolo, Eugenie sonrió. —Me pregunto si alguna vez se ha dormido de


verdad— susurró, con una sonrisa melancólica en los labios. —¿Nunca se te
ha ocurrido que ella podría haber seguido tu juego? –

Adrián se detuvo, recordando las muchas Navidades de su infancia, viéndolas


ahora a través de los ojos de un adulto. —Puede que tengas razón— susurró
entonces, recordando cómo los labios de la Sra. Perry se movían de vez en
cuando como si apenas pudiera evitar sonreír. Se rió—. ¡Nos engañó! ¡Esa
astuta dama dragón nos engañó! –

—¿Dama dragón? –

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—Así la llamó Florian— explicó Adrian mientras su mente se fijaba en otro


recuerdo. —Cuando éramos pequeños, éramos bastante felices jugando a ser
caballeros. Sin embargo, a medida que fuimos creciendo, Florian decidió que
para ser valientes caballeros, tendría que haber un dragón que pudiéramos
matar.

—¿Y ese dragón fue la dulce Sra. Perry? — preguntó Eugenie, secándose una
lágrima de risa por el rabillo del ojo.

—¿Dulce? — Adrian la miró embobado. —Sólo alguien que nunca ha sentido


toda la fuerza de su cuchara la llamaría dulce –

Suspirando, Eugenie le miró, sus ojos grises brillando suavemente en la tenue


luz de la cámara quemada. —Ella te ama ferozmente. A todos ustedes. Eran
su familia—. Sus manos apretaron las de él. —Todavía lo eres –

Adrian sintió que su garganta se cerraba mientras las lágrimas brotaban de


sus ojos.

—Parece que todavía tienes familia aquí, cuidando de ti –

Apretando los dientes contra el torrente de emociones que repentinamente se


desató, Adrian asintió, preguntándose cómo no había visto esto antes. Toda
su vida, la señora Perry había cuidado de él, y nada de lo que él había hecho
había logrado apartarla de su lado. Ella era en verdad de la familia.

Como lo era Eugenie.

—Quiero más Navidades como las de mi infancia — susurró sin pensarlo, sin
sorprenderse en absoluto al ver que su lengua se regía sólo por su corazón.
Cuidadosamente, puso una mano en el vientre de Eugenie, sus ojos se posaron
en el de ella. —Quiero que él o ella se sienta así también. Que sienta la magia
de la temporada. La magia de la familia –

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Las lágrimas corrían ahora libremente por las mejillas de Eugenie mientras lo
miraba, la alegría en su rostro casi palpable. —Yo también quiero eso—
susurró entonces. —Nosotros... –

Sus palabras se interrumpieron en el momento en que Adrián sintió un


pequeño golpe en la palma de su mano. Sus ojos se abrieron de par en par
mientras miraba fijamente su mano en la barriga de ella antes de volver a
posarse en la de ella.

Eugenie se rió entre dientes. —Supongo que los tres tenemos la misma
opinión –

Tomando a su esposa en sus brazos, Adrian se preguntó si este momento de


paz total, de alegría y la promesa de un mañana que lo viera sonreír una vez
más era sólo un sueño. Si es así, no quería volver a despertarse nunca más.

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Capítulo veintisiete

Sin Pensar
Traducción Tutty

Cuando Eugenie regresó a su habitación esa noche, estaba total y


completamente agotada.

Y casi delirantemente feliz.

Nunca en sus sueños más felices hubiera imaginado que su marido le


permitiría entrar en su mundo, que le permitiría ver su dolor y su miedo, que
le permitiría abrazarlo y consolarlo. Había sentido el calor de sus afectos, y el
peso de su confianza casi le había quitado el aliento. La esperanza latía en su
pecho y aunque sabía que había un largo camino por delante, ya no lo temía.

Para su sorpresa, Adrián le había pedido que cenara con él esa noche. Por un
momento, ella que su discapacidad auditiva era un problema, y él se había
reído al ver la mirada en su rostro. Nunca antes le había oído reírse así. El

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sonido había resonado en su corazón y todo su cuerpo había tarareado con el


vínculo que de repente existía entre ellos.

Otra sorpresa había llegado en forma de la decisión de Becca de comer en su


habitación esa noche.

—¿Te preocupa que no esté bien? — había preguntado su marido, con los ojos
clavados en los de ella.

Eugenie había sacudido su cabeza. —No, sólo estoy sorprendida. Como te has
dado cuenta, Becca no suele ser el tipo de mujer que se preocupa por las
expectativas de los demás. Ella hace mayormente lo que le place, y yo habría
pensado que estaba ansiosa por... por saber qué pasó entre nosotros después
de que se fue —. Eugenie sintió cómo sus mejillas se acaloraban de nuevo.
Había sido un calor placentero, del mismo tipo que había persistido en los
ojos de su esposo mientras la miraba, con una sonrisa melancólica en sus
labios.

—Quizás estaba tan segura de su éxito… — había sugerido entonces —que


nos concedió una comida a solas, juntos –

De hecho, Becca siempre había poseído una extraña habilidad para manipular
a los que la rodeaban, prediciendo sus acciones y ajustándolas de la manera
que más les convenía a ella. El único que había frustrado sus planes había sido
su odioso tío. Parecía que nada ni nadie en el mundo podía hacerle cambiar de
opinión.

Poniéndose en el camisón, Eugenie oyó abrirse la puerta de su salón. Por un


momento, su corazón se detuvo y rápidamente se puso una bata, atando las
cintas con dedos temblorosos. Luego se adelantó, preguntándose si su
esposo...

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

—¿Estás decente? — una voz entrometida llamó a través de la puerta cerrada,


seguida de una risita burlona.

Riéndose entre dientes, Eugenie fue a saludar a su amiga. —¿Qué estás


haciendo aquí? Pensé que te habías retirado temprano –

Sonriendo, Becca la miró con curiosidad, con una mano girando el extremo de
la correa de su bata en un pequeño círculo. —Oh, no esperabas de verdad que
me fuera a dormir sin verte antes ¿verdad? ¿Cuánto tiempo hace que nos
conocemos? –

Eugenie suspiró, hundiéndose en el sillón tapizado. —Parece que es


demasiado. Todavía no puedo creer lo que hiciste hoy –

El verde de los ojos de Becca se iluminó mientras avanzaba. —¡Ni siquiera


finjas que estás molesta conmigo! Te besó, ¿verdad? –

Eugenie tragó, intentando que las comisuras de su boca se quedaran donde


estaban para no animar a su amiga a continuar con este comportamiento
deliberado. —Lo hizo –

—¿Y? –

—Y nada— respondió Eugenie, consciente de que con cada segundo que


pasaba, poco a poco dejaba de ocultar su alegría a su amiga.

—Puedo ver que eres feliz — observó Becca, cruzando sus brazos. Sin
embargo, el mohín que le venía a la cara no podía enmascarar la alegría que
ella también sentía al ver a su amiga de tan buen humor... así como al saber
que su plan había sido un éxito total.

—No lo negaré — le dijo Eugenia, con una profunda sonrisa que ahora rozaba
sus rasgos — pero no diré nada más –

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—No has dicho nada en absoluto — resopló Becca, poniendo los ojos en
blanco por si acaso. —Bueno, supongo que entonces será otra noche muy
aburrida para mí —. Girando sobre su talón, se dirigió hacia la puerta. —
¿Puede recomendarme un buen libro? — Sacudiendo la cabeza, suspiró antes
de murmurar para sí misma: —No puedo creer que por fin esté en el mundo,
y aun así, sigo pasando las tardes con un libro –

—¿Becca? –

—Sí—. Parándose en la puerta, miró a Eugenie.

—Gracias –

Una sonrisa honesta llegó a la hermosa cara de su amiga. —De nada, querida.
Honestamente, deberías haberme llamado antes. Podría haberte ahorrado
muchos problemas –

Riendo, Eugenie le dio las buenas noches a Becca antes de retirarse finalmente
a su dormitorio. Le dolía la espalda y su corazón necesitaba un respiro de las
muchas emociones que había experimentado ese día. Las sábanas se sentían
maravillosas contra su piel, y sus ojos se cerraron en el momento en que su
cabeza se hundió en la almohada.

Algún tiempo después, Eugenie sintió que su mente se alejaba del olvido del
sueño mientras algo rozaba su espinilla, algo cálido y sólido y muy vivo. El
temor se extendió a través de ella, empujándola más rápido hacia la
conciencia, cuando un tirón de la manta la puso de lado en un rápido
movimiento.

Sus ojos se abrieron de golpe y miró hacia el otro lado de su cama,


momentáneamente cegada por la oscuridad que la rodeaba. Un tenue
resplandor de las brasas de la chimenea se aferraba a la habitación, pero no
lograba penetrar el espeso gris que la rodeaba.
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El calor permanecía cerca, y podía escuchar el débil aliento de otro que estaba
a apenas un brazo de distancia de ella. El miedo congeló sus miembros, y su
piel se congeló con todo tipo de imágenes espantosas que surgieron en su
mente.

Pero entonces su hijo nonato dio una patada, recordándole que era madre, y
las madres no conocían un miedo mayor que el de que su hijo pudiera sufrir
un daño.

Aguantando la respiración, sacó lentamente la manta de su cuerpo, y luego,


tan rápido como un destello (o tan rápido como una mujer en su condición
podía hacerlo) rodó sobre su otro lado y sacó las piernas de la cama. Sintió las
tablas frías del suelo debajo de sus pies mientras huía hacia la puerta, con una
mano protegiendo su vientre de forma protectora.

—Eugenie –

La voz fue apenas un susurro, pero la golpeó como un jabalí de carga. Sus
músculos se congelaron al desaparecer todos los pensamientos sobre el vuelo.

Al acortar distancias, se volvió hacia la cama, entrecerrando los ojos contra la


oscuridad. Pero no sirvió de nada. Así que tras un momento de vacilación, se
acercó a la mesilla de noche, cogió el candelabro que había dejado allí antes de
retirarse y cuidadosamente se dirigió al hogar. Afortunadamente, las brasas
encendidas sólo tardaron unos instantes en volver a encender el candelabro y
en cuanto lo hicieron, Eugenie se encontró de nuevo en la cama.

El suave resplandor de la vela arrojó una tenue luz sobre los rasgos de su
esposo mientras yacía en su cama, con los ojos bien abiertos mientras miraba
el techo.

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—Adrián— susurró ella conmocionada, pero él no respondió, no parpadeó,


no hizo nada más que mirar fijamente la brillante oscuridad que había encima
de él.

Dejando la vela en la mesita de noche, Eugenie se sentó a su lado.


Tentativamente, extendió una mano y la puso cuidadosamente sobre la suya,
temerosa de asustarlo. Para su alivio, él no se inmutó. Sin embargo, sus ojos se
cerraron brevemente y un profundo suspiro se escapó de sus labios como si su
presencia, su tacto, fuera un consuelo para él.

Cada vez más segura, Eugenie le pasó las manos por los brazos y los hombros
antes de acunar suavemente su rostro. —Adrian, ¿puedes oírme? –

Nuevamente, parpadeó, pero no respondió.

—Adrian—. Subiendo completamente a la cama, Eugenie lo miró, dándole


una suave sacudida. —Adrian, despierta —. De hecho, si no fuera por sus ojos
bien abiertos, parecería muy dormido. ¿Cómo había terminado en su
habitación? ¿En su cama? ¿Podría estar sonámbulo?

Aunque Eugenia había oído hablar de ese fenómeno, nunca había conocido a
nadie que lo hubiera experimentado y no estaba segura de qué hacer. ¿Sería
perjudicial para él si trataba de despertarlo? ¿Despertaría él solo?

—Eugenie –

Al oír su nombre, Eugenie se calmó, sus ojos se fijaron en los de él.


Desafortunadamente, los suyos no se veían, y sin embargo, había dicho su
nombre. Otra vez. Y había llegado a su habitación. Podría haber ido a
cualquier otra parte (¿quién sabe con qué frecuencia caminaba dormido?)
pero la había buscado. Su subconsciente le había enviado a ella.

Las lágrimas empañaron sus ojos, y Eugenie le pasó suavemente una mano por
la mejilla, sintiendo la delgada cicatriz que serpenteaba por un lado de su
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rostro. Una vez, ella pensó que él era aterrador. Ahora, no podía imaginar que
alguna vez pensase así de él.

Por impulso, Eugenie se inclinó hacia delante y tocó suavemente sus labios
con los de él. ¿No era eso lo que hacían en los cuentos de hadas? ¿Para reclamar
a su verdadero amor?

Sus labios estaban calientes y, para sorpresa de Eugenie, pronto devolvieron


la suave presión de su beso. Un suave estruendo se escapó de su garganta
antes de que sus brazos se elevaran para abrazarla.

Al retroceder, Eugenie lo miró fijamente, sorprendida al ver que sus ojos


estaban ahora cerrados. —Adrian, ¿estás despierto? –

Sus cejas se fruncieron al instante y un momento después, sus ojos se abrieron


de par en par, brillando con la conciencia de una mente consciente. —Eugenie
— murmuró mientras su mirada revoloteaba de un lado a otro, absorbiendo
lo que le rodeaba.

Luego se enderezó y casi la tiró de la cama. En el último segundo, su mano


salió disparada, tirando de ella en sus brazos. Su mirada buscó la de ella, y ella
pudo ver allí la confusión. —¿Qué...? — De nuevo, miró a su alrededor. —Esta
es tu habitación — murmuró, sin recordar claramente cómo había llegado
aquí.

—Lo es— respondió Eugenie, deleitándose en la forma en que él se aferraba a


ella como si su sola presencia tuviera el poder de mantener a raya el miedo que
persistía. —¿No recuerdas cómo llegaste aquí? –

Su marido tragó, y sus oscuros ojos encontraron los de ella una vez más. —No
—. Luego bajó la mirada, y ella pudo ver que sus ojos se abrieron de par en par
cuando se dio cuenta de que sólo llevaba un camisón. —¿Qué hice...? –

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—Viniste a mí— susurró Eugenie, poniendo suavemente su mano en la cara


de él. —Algo debió haberte sacado de tu cama, y luego viniste a buscarme—.
Una sonrisa se mantuvo en su cara, y ella se sintió aliviada de que su aliento
se igualara al verlo. —No sabía qué hacer. Tus ojos estaban abiertos, pero no
parecías verme –

—Lo siento — murmuró él, sus ojos abatidos. —Esto... esto pasa de vez en
cuando— Se encogió de hombros, sin mirarla. —No sé por qué, pero a veces
me despierto en... lugares a los que no recuerdo haber ido –

—Me alegro de que hayas venido aquí –

Su mirada se elevó para encontrarse con la de ella. —¿Lo estás? –

Eugenie asintió. —Lo estoy. Yo… –

Un fuerte alboroto de la habitación contigua congeló sus miembros, y por un


momento, simplemente se miraron fijamente. —¿Qué fue eso? — Eugenie
susurró mientras miraba a la puerta.

—No lo sé — respondió su marido, su voz ya no era suave y vulnerable, sino


dura y amenazante. Sus ojos se habían entrecerrado y, por un momento, le
recordó a un lobo mostrando sus colmillos.

Cuando todo se quedó en silencio al otro lado de la pared, Adrián la dejó


suavemente a un lado y se deslizó de la cama. Todavía estaba completamente
vestido y Eugenie se preguntaba si dormía así en preparación de sus paseos
nocturnos. — Quédate aquí — susurró antes de rodear la cama y acercarse a
la puerta.

Con una mano sobre su vientre, Eugenie se revolvió por el gran colchón, con
los ojos fijos en la cara de su marido.

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Sus miradas se encontraron mientras él escuchaba atentamente antes de


agitar la cabeza, sin decir nada. Luego se dio la vuelta, sus ojos volaron sobre
la habitación como si estuviera buscando algo. Los momentos pasaron, y un
atisbo de frustración apareció en su cara.

Al darse cuenta de lo que quería, Eugenie se deslizó de la cama y se apresuró


a ir al baúl del rincón. En el momento en que tiró del pestillo, su marido estaba
a su lado, ayudando a levantar la pesada tapa. Eugenie le sonrió y luego abrió
una pequeña caja que estaba en el rincón superior derecho. De ella sacó una
pequeña daga y, girando, se la ofreció con la empuñadura primero.

La mirada de su esposo se amplió al ver la pequeña arma. —¿De dónde la has


sacado? — susurró, inclinándose más para que ella escuchara sus silenciosas
palabras.

Eugenie respiró hondo. —Mi hermano — fue todo lo que dijo antes de que
sus ojos volvieran a la daga en sus manos.

El cuerpo de Adrián se quedó quieto y él también miró hacia la pequeña arma


casi con reverencia, girándola suavemente en sus manos como si supiera lo
preciosa que era para ella. Quizás lo sabía. Después de todo, él también sabía
la pérdida de...

Eugenie se congeló cuando tomó nota de la pequeña cinta roja en la muñeca


derecha de su marido. En la oscuridad de la habitación, se veía casi negra, y
sin embargo, su corazón le dijo que era rojo. Había sido roja hace mucho
tiempo.

Su mano salió disparada, y las puntas de sus dedos tocaron el trozo de tela
desgastada. Se le saltaron las lágrimas antes de que mirara a su esposo y viera
la mirada en su rostro. Lo que vio allí fue nada menos que una admisión.

Un shock. Culpa. Dolor. Arrepentimiento.


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Su corazón se contrajo dolorosamente y, en ese momento, supo que de alguna


manera su marido había conocido a su hermano, que de alguna manera él
había estado allí cuando Emery había sido asesinado. ¿Cómo es posible que el
lazo rojo que le había dado a su hermano llegara a la muñeca de su marido?

Una mano caliente se cerró sobre su hombro, y Eugenie parpadeó, y luego


enjugó las lágrimas que le nublaban la visión. El rostro de su esposo flotaba
sobre ella, sus ojos se disculpaban mientras señalaba detrás de él la puerta.

Tragando, Eugenie asintió. Sus preguntas tendrían que esperar hasta más
tarde. En este momento, había un asunto más urgente que requería su
atención. Así que se forzó a sí misma a mantener la calma y, al menos por el
momento, a olvidar la idea de que su marido podría estar relacionado con la
muerte de su hermano.

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Capítulo veintiocho

Un extraño en la noche

Traducción Tutty

Acercándose a la puerta lo más silenciosamente que pudo, Adrián hizo todo


lo posible para desterrar de su mente el shock del descubrimiento de su
esposa. Todavía podía ver el dolor que había llegado a sus ojos, el dolor y la
duda. Lo había sentido como una puñalada en su corazón, y sin embargo, no
podía culparla. ¿Cómo no iba a preguntarse sobre su implicación en la muerte
de su hermano cuando llevaba una baratija del difunto en su muñeca?

Pero todo eso tendría que esperar hasta más tarde, así que volvió a apoyar su
oído en la puerta, escuchando cualquier sonido que le ayudase a determinar
si, efectivamente, había alguien en la habitación al otro lado de esta pared.

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Cuando todo se quedó en silencio, Adrián cogió la manilla y lentamente la


empujó hacia abajo. Luego abrió un poco la puerta y se asomó. En la casi
oscuridad, había poco que ver aparte de las grandes sombras.

Sin embargo, nada se movió y abrió la puerta un poco más y luego cruzó el
umbral para entrar en la sala de estar de su esposa, con la daga de su hermano
en su mano derecha. —Quédate detrás de mí — susurró sin darse la vuelta,
con los ojos mirando a la pequeña habitación.

Por lo que pudo ver, nada parecía fuera de lugar, excepto por el ligero frío en
el aire. Girando la cabeza, Adrián vio que una de las ventanas estaba abierta,
con sus cortinas ondeando en la suave brisa nocturna, dejando entrar la
plateada luz de la luna.

Lentamente, Adrián se adentró en la cámara y miró de un lado a otro entre la


ventana abierta y la puerta del lado opuesto de la habitación que daba al
pasillo.

—Adrian –

En la silenciosa llamada de su esposa (bastante raro es el momento en que se


dio cuenta de que ella se dirigía a él por su nombre de pila) Adrián se giró, y
el miedo se apoderó de su corazón.

Para su sorpresa, la encontró no detrás de él, sino de pie junto a la ventana


abierta. En su mano tenía el extremo de una cuerda que colgaba del techo.

Frunciendo el ceño, se acercó, inspeccionó la cuerda y se asomó a la ventana.


Desafortunadamente, no había nada que ver. Nada excepto la brillante luna
sobre un lienzo azul de medianoche, proyectando su espeluznante luz sobre
el mundo, iluminando las grises paredes de piedra de Ravengrove y brillando
sobre las rápidas aguas del cercano río.

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—¿Crees que hay alguien aquí? — susurró Eugenie, con los ojos muy abiertos
mientras se agarraba con las manos la barriga.

Adrián tragó, dolorido por el miedo en sus ojos. —Me temo que sí — dijo,
preguntándose quién se atrevería a entrar en Ravengrove por la noche y desde
el tejado nada menos.

—¿Qué hacemos?

No sabía cuántos se habían colado en su casa, con qué propósito y tampoco


se sabía dónde habían ido. ¿Era una coincidencia que hubieran entrado por la
ventana a la sala de estar de su esposa? ¿O había sido simplemente una
elección aleatoria?

Un escalofrío helado se apoderó del corazón de Adrian cuando sus


pensamientos se remontaron a aquel día aplastante de hace más de dos años
cuando había regresado al campamento para encontrar a su amigo muerto.
Incluso entonces, había sospechado que Emery había muerto en su lugar, y si
eso era cierto, entonces no era irrazonable pensar que quienquiera que
hubiera entrado en Ravengrove esta noche estaba aquí por la misma razón.

Para vengarse.

¿Quién más tendría que morir en la búsqueda de ese loco para devolverle a
Adrian lo que había hecho hace tantos años? ¿Eugenie y su hijo? ¿Isabelle?
¿Liam?

—Adrian –

El urgente susurro de su esposa finalmente sacó a Adrian de sus


pensamientos. —Todo va a estar bien— le dijo, extendiendo una mano a su
cara. A mitad de camino, sin embargo, se detuvo, recordando todo lo que había
entre ellos ahora. —No tengas miedo. Simplemente quédate detrás de mí –

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Al tragar, su esposa asintió antes de que repentinamente se adelantara y le


diera un rápido beso. —Ten cuidado — susurró ella contra sus labios, y
Adrian no pudo evitar sonreír.

La determinación surgió en su corazón. Si ella podía confiar en él, cuidarlo, a


pesar de las dudas que su reciente descubrimiento había despertado en ella,
entonces él podía salvarla. Tenía que hacerlo. En silencio, iría de habitación
en habitación, despertaría a tantas personas como pudiera, les informaría del
peligro y se aseguraría de que todos permanecieran juntos. Armaría a sus
lacayos y los dejaría bajo el mando de Hammond. Y luego cazaría a ese loco él
mismo.

Después de todo, era la Bestia de Ravengrove, ¿no era así? Nada ni nadie podía
escapar de él. No esa noche. Era hora de terminar esto de una vez por todas.

A medio camino de la puerta, Adrian se congeló abruptamente y Eugenie casi


se chocó con él. Su mano libre se extendió para estabilizarla mientras
mantenía su atención enfocada en la puerta. Sus oídos se esforzaron por
escuchar. ¿Se había equivocado? Podría haber jurado que escuchó...

Su aliento se alojó en su garganta cuando la puerta se abrió de repente muy


lentamente. Adrian no podía escuchar al otro que estaba al otro lado, los ojos
del hombre se fijaron en el hueco que se iba abriendo lentamente, tratando de
ver lo que le esperaba dentro.

Y entonces sus ojos se encontraron, y el choque de su encuentro calmó cada


uno de sus movimientos.

Durante una pequeña eternidad, los dos hombres se pararon y se miraron


fijamente.

El intruso estaba vestido de negro de pies a cabeza. Incluso su cara estaba


cubierta por una máscara negra que revelaba poco, dejándole envuelto en la
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oscuridad. Era alto y musculoso, capaz de trepar por los tejados y de entrar y
salir por las ventanas situadas en lo alto del suelo. Una cuerda con un gancho
de agarre colgaba de su cinturón, y un cuchillo estaba envainado en su lado
izquierdo.

En el momento en que la mirada del hombre cayó sobre la daga de Adrián,


alcanzó su arma, sacando la hoja con la velocidad del rayo. Aun así, a pesar de
su obvia competencia, Adrian se preguntó si este hombre podía ser realmente
el que recordaba. ¿O era posible que fuese simplemente un asalariado? ¿Un
mercenario, al que se le pagaba para que hiciera las órdenes de otro?

—¿Quién es usted? — Adrian gruñó, consciente de la temblorosa presencia


de su esposa detrás de él. —¿Por qué está aquí? –

Los ojos del intruso se entrecerraron durante una fracción de segundo antes
de encogerse de hombros y, para sorpresa de Adrian, bajó su cuchillo. —Me
temo que no puedo divulgar quién soy —, dijo el hombre, su inglés era
impecable pero con un sonido extraño, aunque no con acento francés. —Sin
embargo, me vendría bien su ayuda –

—¿Mi ayuda? — Adrian casi se ahogó, preguntándose sobre el extraño


comportamiento del hombre. ¿Era esto una trampa de algún tipo? ¿Estaba
tratando de mantener su atención en él, dando a sus socios tiempo para
rodearlos? —¿Estás solo? –

Mirando por encima de su hombro, el hombre se encogió de hombros. —Eso


parece. Supongo que no considerarías bajar la daga ¿verdad? –

—¿Te sorprende? — Adrian exigió, sorprendido por el tono de conversación


del hombre. —Después de todo, irrumpiste en mi casa. ¿Puedes culparme por
considerar eso un acto hostil? –

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Una risita salió de los labios del hombre. —Admito que esto parece... hostil
como dijiste. Sin embargo, le aseguro que no quiero hacerle daño –

La mirada de Adrian se estrechó. —¿Entonces por qué estás aquí? –

Por un momento, el hombre permaneció callado como si estuviera


contemplando qué decirles. —Estoy buscando algo —, dijo finalmente, y
luego sacudió la cabeza mientras otra risita salía de su boca. —Sin embargo,
considerando el tamaño de su casa, podría llevarme una eternidad
localizarlo... si es que está aquí –

—¿Qué estás buscando? — Preguntó Eugenie, dando un paso adelante, con


curiosidad en su voz mientras miraba al intruso.

El corazón de Adrian se aceleró, e inmediatamente la hizo retroceder. —


Quédate detrás de mí— le instó, manteniendo los ojos en el hombre que
estaba frente a ellos.

El hombre levantó las manos, la empuñadura de su cuchillo presionada contra


la palma de su mano por no más que su pulgar derecho. —Juro que no le haré
daño a su esposa... o a usted — Tragó, y por primera vez esa noche, su tono se
volvió serio. —Tienes mi palabra. Nunca he hecho daño a otra alma, ni lo haré
nunca — Suspiró. —Simplemente estoy tratando de recuperar algo que... me
fue arrebatado –

Pasando su brazo por el de Adrian, Eugenie dio un paso adelante una vez más.
Adrian no podía negar que el hecho de que ella de repente pareciera no tener
miedo lo calmaba. —¿Eres de América? –

El hombre se rió. —No puedo ocultar eso, ¿verdad? –

Devolviéndole la sonrisa, Eugenie agitó la cabeza. —Me temo que no—.


Entonces su mirada se extendió por su sala de estar. —¿Qué te han quitado?

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Supongo que debe ser algo pequeño, ya que has hurgado en mis armarios —
Su mirada se quedó en un cajón medio cerrado.

—Le pido disculpas, mi señora —dijo el hombre, asintiendo de manera un


tanto informal y formal, revelando que era un hombre que claramente no
estaba acostumbrado a ello. —Estoy buscando una reliquia, un anillo—.
Respiró lentamente. —Esto... tiene un valor sentimental para mí –

—¿Por qué lo buscarías aquí? — Preguntó Adrián, preocupado porque los


modales educados del hombre no fuesen más que una artimaña para
mantenerlos distraídos.

La mandíbula del hombre se tensó. —Se lo llevó un tal Lord Mortimer—, dijo,
con una animosidad que resonaba fuerte y clara en su voz — Que luego lo
perdió en un juego de cartas. Por lo que he podido deducir, seis hombres
estuvieron presentes esa noche. Por desgracia, no he podido averiguar cuál de
ellos lo ganó —. Suspiró. —Ha sido una especie de búsqueda inútil –

—Aun así—, comenzó Adrian, sin saber si creer o no en la historia del hombre,
— ¿por qué lo buscarías aquí? He oído hablar de un Lord Mortimer, pero
nunca lo conocí, y mucho menos jugué a las cartas con el hombre. Entonces,
¿por qué asumes que lo gané? Me temo que tu información es inexacta... si esa
es, de hecho, la verdadera razón de su presencia aquí esta noche –

De nuevo, el hombre se rio. Por mucho que Adrián se instase a sí mismo a estar
en guardia, el hombre no le parecía tan deshonesto... por lo que podía ver en
las circunstancias actuales. —Usted no, mi lord. Su hermano, Florian Brooks.
Me dijeron que había estado allí esa noche –

Al mencionar a su hermano, Adrián sintió que sus entrañas se retorcían


dolorosamente y que el impacto congelaba sus miembros. Sus músculos se
pusieron rígidos y el aliento se alojó en su garganta. Todo esto no duró más

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que unos segundos y, sin embargo, Eugenie tuvo que haber sentido su
agitación emocional, ya que apretó su brazo con más fuerza y su mano se
agarró a la suya.

Agradecido, Adrian apretó su mano para tranquilizarla, abrumada por el


vínculo tácito que ahora las unía.

—Podría dibujarlo para usted — dijo el hombre, y luego se acercó al pequeño


escritorio de Eugenie en el rincón, tomó un trozo de pergamino y mojó la
pluma en el tintero. Su daga la había dejado caer descuidadamente sobre la
mesa mientras su mano se movía por el pergamino, con golpes rápidos y
practicados que daban vida a un delicado anillo con una joya de buen tamaño.
—Es una esmeralda — les dijo, con una simple mirada sobre su hombro antes
de terminar y les mostró el dibujo. —No vale mucho, pero para mí... no tiene
precio –

Por el rabillo del ojo, Adrian miró el cuchillo que el hombre había dejado atrás
junto a los utensilios de escritura de su esposa. —Me temo que no me resulta
familiar— le dijo al intruso, preguntándose si debería simplemente cortarle el
cuello al hombre. Sin embargo, Eugenie seguía aferrada a su otro brazo y al
menos, por el momento, el hombre parecía bastante inofensivo.

—Ese juego de cartas — preguntó Adrian entonces, —¿ocurrió hace más de


ocho años?

El hombre frunció el ceño. —No –

—Entonces no pudo haber sido mi hermano –

—¿Por qué? — exigió el hombre, con sospechas en sus ojos.

Adrian tragó. —Porque ha estado muerto durante todo ese tiempo. Pregunta
por ahí. Cualquiera te lo dirá. Me temo que tu esfuerzo aquí esta noche ha sido
una pérdida de tiempo –
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Por un momento, sus miradas permanecieron cerradas antes de que Adrian


viera la aceptación y una buena cantidad de decepción en los ojos del hombre.
Sus hombros se desplomaron, y un profundo suspiro se le escapó. —Entonces
me disculpo por la intrusión, mi lord, milady — Asintió.

—Les deseo una buena…–

De repente, el sonido de pisadas que se acercaban resonó más cerca desde el


pasillo. Otra vez, todos se quedaron quietos, con sus ojos abiertos de par en
par mientras cada uno de ellos consideraba lo que podría pasar a
continuación.

Adrián sabía que no importaba que su primer deber (y deseo) fuera asegurar
el bienestar de su esposa. También sabía que el primer instinto del hombre
era escapar. Podía verlo en la forma en que su rostro enmascarado se volvía
hacia la ventana, sin duda buscando la cuerda que había dejado atrás.

Y entonces alguien apareció en el marco de la puerta abierta, con una vela


brillante en la mano.

—¿Eugenie? –

Adrian reconoció la voz de la Srta. Hawkins en el momento en que el intruso


se lanzó al frente. El boceto se le cayó de la mano y flotó hasta el suelo. Los
ojos de la Srta. Hawkins se abrieron de par en par cuando Adrián cogió a
Eugenie en sus brazos y la apartó del camino del hombre enmascarado que
corría hacia la ventana. Casi chocaron con la pared lateral, pero la cogió contra
él, amortiguando el impacto con su cuerpo, sus manos envueltas en el centro
de ella, protegiendo a su hijo.

Su respiración era rápida, y podía sentir el corazón de ella latiendo


salvajemente en su pecho. —¿Estás bien? — Preguntó mientras la miraba,
percibiendo la palidez de sus mejillas.
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Eugenie asintió con la cabeza, una mano sobre su vientre y la otra presionando
su corazón. —Estoy bien. Yo… —Su mirada se dirigió hacia la ventana donde
el intruso se había agarrado a la cuerda y ahora estaba subiendo al alféizar de
la ventana.

—¿Qué está pasando aquí? — La Srta. Hawkins exigió mientras se apresuraba


hacia adelante, sus manos alcanzando a Eugenie. —Genie, ¿estás bien? ¿Quién
era ese? –

Dejando a su esposa al cuidado de su amiga, Adrian se precipitó hacia la


ventana. Vio al hombre enmascarado agarrando con fuerza la cuerda, con los
pies apoyados en el exterior de los muros de piedra de Ravengrove mientras
subía y se dirigía hacia el tejado. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios
al inclinar su inexistente sombrero, con su mirada dirigida a Eugenie. —Pido
disculpas por la intrusión, milady –

Apretando los dientes, Adrian se lanzó al frente. Sus manos se enroscaron en


el extremo de la cuerda y se subió al alféizar de la ventana. Pero cuando se
asomó a la ventana, con los ojos dirigidos hacia arriba, solo vio al hombre
enmascarado mientras escalaba la pared que estaba encima de él. Sus
movimientos eran seguros y practicados, y escalaba con una velocidad que
Adrián no esperaba. Momentos después, desapareció de su vista, subiendo al
tejado.

Todo lo que quedó atrás fue la cuerda colgante.

—¿Estás bien? — Preguntó Adrian mientras se apresuraba a volver con su


esposa.

Eugenie asintió. —No te preocupes.

Adrian se volvió hacia la Srta. Hawkins, que tenía su brazo envuelto alrededor
del hombro de Eugenie. —Cuídala.
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—Por supuesto — fue la respuesta de la Srta. Hawkins, acompañada de un


giro de ojos como si fuera un tonto por haberse molestado en hacer tal
petición.

—¿A dónde vas? — preguntó su esposa, con los ojos bien abiertos mientras
buscaba su mano. —Se ha ido. No es necesario... –

—Tengo que intentarlo — fue todo lo que pudo dar como explicación antes
de salir corriendo de la habitación, casi volando por las escaleras en su prisa
por alcanzarlo.

Aunque dudaba que el hombre que habían encontrado esa noche tuviera algo
que ver con su pasado en Francia, Adrian no podía negar que le inquietaba
pensar que un extraño había logrado entrar en Ravengrove sin ser detectado.
A primera hora de la mañana, se encargaría de que se empleara más personal
en la vigilancia y seguridad del lugar. Era hora de que Ravengrove despertara.
No podía permitir que Eugenie saliera lastimada.

No lo haría.

Y luego haría planes para volver a Francia y resolver su pasado de una vez por
todas. Después de todo, no era una maldición a lo que temía, sino un hombre
de carne y hueso. Un hombre que no había venido por ellos esa noche, pero
que podría estar tramando su venganza en ese mismo momento. Un hombre
que un día podría ir tras Adrián y sus seres queridos, y no podía permitir que
eso sucediera.

Eugenie y su hijo necesitaban estar a salvo, y se aseguraría de que lo


estuvieran. Adrián no se atrevía a dejarla ahora, pero una vez que el bebé
naciera, regresaría al continente, visitaría la tumba de Emery y se enfrentaría
al hombre que le había quitado mucho. Acabaría con esa amenaza de una vez
por todas y luego...

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...entonces se atrevería a ser feliz de nuevo.

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Capítulo veintinueve

Una promesa
Traducción Tutty

—¿Quién era ese hombre, Genie? –

Hundida en el sillón tapizado junto a la ventana aún abierta, Eugenie se


encogió de hombros. —No puedo decírtelo — le dijo a su amiga. —¿Te
importaría cerrar la ventana? Está empezando a hacer un poco de frío aquí –

Apresurándose a hacer lo que se le pidió, Becca rápidamente vino a sentarse


con su amiga. —Pero, ¿qué estaba haciendo aquí? No puedes decirme que no
sabes nada de lo que ha pasado aquí esta noche—. La excitación se hizo
evidente en la cara de Becca mientras se retorcía las manos, ansiosa por saber
qué había pasado.

—Dijo que estaba buscando una reliquia, un anillo — le dijo Eugenie, sacando
el chal del respaldo de su silla y poniéndolo sobre sus hombros. Luego asintió
con la cabeza hacia el pergamino desechado que había caído al suelo.

En un instante, Becca lo recuperó, sus ojos verdes brillando en la tenue luz de


la vela que había traído. —¿Este es el anillo que estaba buscando? –

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Eugenie asintió.

— ¿Por qué pensó que estaba aquí? No lo encontró, ¿verdad?

Eugenie se rio entre dientes, permitiendo que su diversión ahuyentara el frío


que el encuentro nocturno le había dejado. —Dudo que tuviera tiempo de
registrar todo el lugar. De hecho, nos pidió ayuda para localizarlo. Sin
embargo, parece que había sido mal informado —. Rápidamente, Eugenie
contó los pocos detalles que habían aprendido de su intruso, viendo los ojos
de Becca crecer con emoción.

—¿Lord Mortimer? — musitó Becca, con un dedo en sus labios y sus ojos
entrecerrados, pensando. —No, no puedo decir que haya oído hablar de él.
¿Mencionó el nombre de alguno de los otros sospechosos? –

—No — respondió Eugenie mientras observaba a su amiga con atención. —


¿Por qué te importa saberlo? Él se ha ido, y estamos a salvo –

—¿Crees que tu marido lo alcanzará? — La esperanza brilló en la mirada de


Becca.

Eugenie se rió. —Lo dudo. Ravengrove es una estructura grande, y no tenemos


forma de saber dónde saldrá del techo –

—¡Eso fue bastante impresionante! — Exclamó Becca, la admiración


oscureciendo sus ojos verdes mientras volvían a mirar la ventana cerrada.

—Tengo que decir que pareces un poco enamorada de ese joven—, observó
Eugenie, preocupada de que su amiga se dejara llevar por su entusiasmo.
Siempre que los ojos de Becca se iluminaban así, había peligro. Y sin embargo,
¿qué podía hacer? No tenían forma de saber quién era.

—¿Puedes culparme? — Becca se quebró, hundiéndose más profundamente


en su asiento. —Estoy rodeada de aburridos señores, con quien uno mi odioso

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tío insiste en que me case, y luego entro aquí y veo a un hombre que...— Se
sentó derecha. —¿Crees que podría ser un lord? ¿O al menos de la alta
sociedad? –

Eugenie frunció el ceño, preguntándose qué pasaba por la cabeza de su amiga.


—¿Estás contemplando las posibilidades de encontrarte con él en la pista de
baile? –

Sonriendo, Becca se encogió de hombros. —Una chica puede soñar, ¿no? ¿Y?

Eugenie suspiró. —No tengo forma de saberlo –

—Pero, ¿qué piensas?

Durante un largo momento, Eugenie miró a su amiga, que estaba sentada al


borde de su asiento, con los dientes hundidos en su labio inferior y los ojos
casi suplicantes. —Bien— Eugenie cedió con un suspiro. —Si quieres saber...

—¡Oh, debo hacerlo! — Becca exclamó con una sonrisa. —Después de todo,
me perdí toda la diversión. Por cierto, ¿qué hacía tu marido en tu dormitorio?
Pensé que sólo estabas casada en papel… —. Una sonrisa burlona jugó en sus
labios.

Eugenie sintió que sus mejillas se calentaban. — Él... entró cuando escuchó
un ruido— mintió, que aún no estaba preparada para compartir lo que había
sucedido esta noche con nadie más. —Debió haber sido el intruso a quien
escuchó –

Resoplando, Becca asintió con la cabeza de arriba a abajo. —Muy bien.


Finjamos que te creo—. Su dedo índice derecho voló hacia arriba. —Pero
prométeme que un día me dirás lo que realmente pasó aquí, ¿de acuerdo? –

Eugenie asintió, sabiendo cuando una batalla estaba perdida. —Lo prometo.

—Bien. Ahora, volvamos al intruso. ¿Qué me decías?


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El alivio y la gratitud calentaron el corazón de Eugenie, y ella le sonrió a su


amiga. —Es de América, lo que fue fácil de determinar por su acento—.
Contrariamente a su habitual vivacidad, Becca permaneció perfectamente
quieta mientras su mente absorbía la respuesta de Eugenie. Sólo que su
mirada parecía ensancharse ligeramente, y por un segundo o dos, casi se
olvidó de respirar.

—¿Estás bien? — Eugenie preguntó, preguntándose qué pasaba por la mente


de su amiga.

Tragando, Becca asintió, con la cara un poco tensa. —América —, musitó, su


voz sonaba casi sin aliento antes de que se aclarara la garganta, recuperando
la compostura. —Me pregunto qué está haciendo aquí. ¿Crees que este Lord
Mortimer le robó el anillo allí, obligándolo a seguirlo para recuperarlo? –

—Dijo que no tenía precio para él— murmuró Eugenie, recordando el tono
sobrio que había llegado a la voz del hombre al hablar de su herencia. Había
quedado bastante claro que no se trataba de dinero o fortuna. Era algo
personal. Algo que él vería a través de todas las probabilidades.

—¿Qué más puedes decirme? –

—¡Becca, por favor! –

—Vamos, vamos, Genie. ¿Dónde está el daño en compartir lo que sabes? –

Eugenie se burló. —Contigo, uno nunca sabe hasta que es demasiado tarde,
¿no estás de acuerdo? –

—¡Por favor! — Becca suplicó, con las manos cruzadas mientras miraba
suplicantemente a Eugenie.

Agitando su cabeza, Eugenie suspiró. —¿Hay alguien capaz de rechazarte? –

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El semblante de su amiga se oscureció. —Mi odioso tío, por supuesto. Pero no


hablemos de él. Ya me ha mimado bastante. ¿Y? –

—Muy bien—, Eugenia cedió por segunda vez esa noche, rezando para que
no condujera al desastre. —A juzgar por la forma en que se expresó, creo que
pertenece a la alta sociedad. Si no es aquí, al menos en América — Con algo
de suerte, su intruso pronto reclamaría su herencia y volvería a casa. Entonces
estaría a un océano de distancia, una distancia que ni siquiera Becca podría
superar fácilmente. —Sus modales hablaban de buena crianza y una
educación apropiada. A juzgar por lo que está dispuesto a hacer para
recuperar esta reliquia, yo diría que la familia significa mucho para él. Sin
embargo, sus medios ponen en duda su carácter. Después de todo, entró aquí...
y estaba armado –

—Pero no te hizo daño—, insistió Becca, sus ojos verdes vigilantes y


entrenados en la cara de Eugenie. —¿Crees que es peligroso? –

Eugenie suspiró. —No lo sé –

—Pero no lo crees, ¿verdad? — Becca casi se declaró triunfante antes de mirar


el dibujo en su regazo. —¿Puedo quedarme esto? No lo necesitas, ¿verdad? –

Los ojos de Eugenie se entrecerraron. —¿Por qué? ¿Para qué lo quieres? –

—Me conoces — murmuró Becca, con la mirada fija en el anillo dibujado. —


Siempre tengo un plan –

—Eso es lo que me preocupa — le dijo Eugenie, sabiendo muy bien que sin
importar lo que dijera, Becca haría lo que quisiera. Después de todo, Becca
siempre hacia lo que quería. Eugenie sólo podía esperar que su plan no fuera
más allá de algo tan inofensivo como enmarcar el dibujo y colgarlo en la pared.
Desafortunadamente, temía que así fuera.

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Sintiendo que la emoción de la noche la alcanzaba, Eugenie se levantó de la


silla y permitió que Becca la ayudara a meterse en la cama. Sus párpados se
sentían pesados y le dolía la espalda. —Sólo descansaré mis ojos por un
momento — murmuró, pasando una mano sobre su vientre, mientras Becca le
cubría con la manta. —Por favor, no me dejes dormir. Necesito ver a mi
marido. Necesito saber que está bien –

—No te preocupes —susurró Becca, apartando un mechón de la frente de


Eugenie. —Estará bien. Es la bestia de Ravengrove después de todo. Nadie
puede superarlo –

Sonriendo a los intentos de su amiga por tranquilizarla, se acomodó más


profundamente en su almohada, sintiendo el abrumador atractivo del sueño
que la impulsaba.

—Oh, quería preguntarte — comenzó Becca, sus palabras apenas lograron


atravesar la neblina que ahora se aferraba a los pensamientos de Eugenie. —
¿Ya has conocido al nuevo Lord Pembroke? –

Eugenie frunció el ceño ante la mención del heredero de su difunto padre e


intentó abrir los ojos. Pero no quisieron obedecer sus órdenes.

—No lo he hecho. ¿Por qué lo preguntas? –

—Oh, no hay razón. Ninguna en absoluto —. Aun así, incluso perdida en la


neblina que la arrastraba más profundamente, notó el indicio de excitación en
la voz de su amiga.

—Duerme ahora — instó Becca, una vez más pasando una mano suave sobre
la cabeza de Eugenie.

—No, no me dejes dormir — murmuró una vez más, antes de perder la batalla
sólo unos momentos después y caer en un profundo sueño.

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Cuando despertó, el sol estaba en lo alto del cielo y sus rayos proyectaban un
cálido brillo sobre su dormitorio. Sus pensamientos estaban revueltos, pero
se aclararon rápidamente cuando vio a su esposo sentado en un sillón junto a
su cama, su cabeza girada hacia atrás y sus ojos cerrados.

—¡Adrián! — exclamó, poniéndose en posición vertical y despertando no sólo


a su marido sino también a su hijo, que le dio unas rápidas patadas.

Los ojos de su marido se abrieron de par en par, con la alarma en la cara,


mientras se lanzaba hacia ella. —¿Estás bien? ¿Algo anda mal? ¿Qué...? –

—Lo siento—. Alcanzando sus manos, ella lo acercó. —No quise quedarme
dormida. Le pedí a Becca que no me dejara. Quería... –

—Lo sé— respondió Adrian, con una sonrisa en su rostro mientras la miraba.
—Me lo dijo, pero no me atreví a despertarte. Parecías exhausta –

—Lo estaba, pero...— Sintiendo el calor de sus manos envueltas alrededor de


las de ella, Eugenie se preguntó cómo había podido vivir sin él a su lado. En
estas últimas horas, habían pasado tantas cosas que los habían acercado que
apenas podía contener la alegría de su corazón. —¿Dormiste en la silla? –

Sonriendo, su marido asintió. —No podía dejarte. No después de lo que pasó


—Podrías haberte metido en la cama— ofreció Eugenie sin pensarlo más.

Su marido inhaló un aliento lento. —No estaba seguro de que lo aprobaras—


. Un toque de vergüenza llegó a su cara antes de que dejara caer sus ojos hacia
donde sus manos estaban unidas. —Después de entrar sonámbulo en tu
habitación, en tu cama anoche, no quería hacerte sentir incómoda. Yo… –

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—No lo hiciste — le aseguró Eugenie, aliviada al ver que una suave sonrisa
volvió a su rostro cuando la miró de nuevo. —Me sorprendió, sí, pero... pero
no me importó –

El silencio se mantuvo mientras se miraban el uno al otro, los acontecimientos


de la pasada noche colgaban entre ellos. Mucho había cambiado. Aún quedaba
mucho por hacer. Pero ahora, había esperanza, y Eugenie se aferraba a ella.
Después de todo, saber cómo había acabado el lazo de su hermano en la
muñeca de su marido no traería a Emery de vuelta. Y con una certeza que casi
le hizo llorar, Eugenie sabía que no importaba la respuesta, no rompería el
vínculo provisional que se había formado entre ella y Adrian la noche anterior.
Confiaba en él. Confiaba en que él era un buen hombre. Que nunca dañaría a
otro. Mucho menos a un hombre amable como su hermano. No, había otra
explicación, pero podía esperar hasta mañana.

Hoy, ella necesitaba respuestas más urgentes. ¿Pero por dónde empezar?

—No lo alcanzaste, ¿verdad? — Eugenie finalmente dijo, deseando que


volviera la sensación de normalidad, tener algo de lo que hablar además de su
relación.

Adrian sacudió la cabeza. —No lo hice. Ni siquiera lo vi. Era como si hubiera
desaparecido en el aire —. Una risa se le escapó de la garganta. —La Srta.
Hawkins estaba totalmente decepcionada. Sin ánimo de ofender, pero es una
joven un poco peculiar, ¿no? –

Eugenie se rió. —No tienes ni idea. Ella es...— Su mano voló a sus labios
mientras una ola de náuseas comenzó.

—¿Qué sucede? — Exclamó su marido, la preocupación le arrugaba la frente.


—¿Qué puedo hacer? –

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Eugenie tragó, obligándose a respirar lentamente. — Estoy bien, pero necesito


comer —. Sintió que su estómago retumbaba y vio una mirada de alivio en la
cara de su marido.

—Te traeré algo —, le aseguró, deslizándose de la cama. —¿Puedo dejarte


sola? –

Eugenie asintió. —No te preocupes. Estoy bien—. La preocupación de sus


ojos azules calentó su corazón, y no podía imaginar que los hubiera pensado
fríos.

Como el día ya había avanzado mucho más de lo esperado, el resto de


Ravengrove se había despertado hacía un rato, y por lo que solo unos
momentos después de su salida, su esposo volvió con una bandeja llena de
comida, instándola a comer. Después de dar un bocado, Eugenie le ofreció un
trozo de pan, invitándole a unirse a ella. Pronto, ambos estaban sentados en
la cama, comiendo y hablando, disfrutando de la compañía del otro como
nunca antes habían hecho.

—¿Comemos juntos a partir de ahora? — Eugenie le preguntó mientras se


recostaba contra las almohadas, sintiéndose maravillosamente contenta.

— ¿No te opondrás a mi compañía? — le preguntó su marido en tono


burlón; sin embargo, la mirada de sus ojos hablaba de duda, como si todavía
no se atreviera a creer.

—Al contrario — le aseguró Eugenia, extendiendo la mano para volver a


meterla en la suya. —Lo valoraría. Siempre –

Una sonrisa vacilante reclamó sus labios antes de acercar la mano de ella y
darle un beso. —Entonces es un trato — susurró, y ella supo que lo decía en
serio.

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Había que decir más. Mucho más. Aun así, en su corazón, Eugenie sabía todo
lo que necesitaba saber para sentirse a gusto. Cualquier respuesta que su
mente aún necesitara, su corazón estaba en paz. Era un sentimiento que ella
apreciaba, desconocido y nuevo, y lucharía por mantenerlo durante todos los
días venideros.

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Capítulo Treinta

La Cinta Roja
Traducción Tutty

—¿Quién es?— preguntó Adrian a Hammond, que estaba en la puerta de su


estudio.

Su mayordomo se mantuvo derecho como siempre. —Según tengo entendido,


es el tío de la Srta. Hawkins –

Adrian frunció el ceño. —¿Qué clase de hombre es? –

Apenas recordaba las pocas cosas que su esposa le había dicho sobre la Srta.
Hawkins y las circunstancias de su llegada a Ravengrove. Aún le calentaba el
corazón cada vez que pensaba en cómo ella le había confiado sus
preocupaciones sobre su amiga, así como la naturaleza bastante temeraria de
la joven.

— Tiene la cara más bien roja, milord —comentó secamente Hammond.


—No me sorprendería que tuviera un agujero en la alfombra para cuando lo
reciba –

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—Gracias, Hammond — dijo Adrian entre risas, notando la ligera chispa que
llegó a los pálidos ojos del viejo antes de que se fuera.

Durante la semana pasada, Adrian había visto una expresión similar en varios
rostros al ir contratando nuevo personal y fortificando Ravengrove de manera
que se aseguraba de que el sueño de su esposa nunca más se viera perturbado.

Al menos no por un intruso.

Muchas cosas habían cambiado. Él había cambiado. Adrian podía sentirlo, y


sabía que era obra de Eugenie. El mero pensamiento de ella lo llenaba de
calidez y satisfacción, y por mucho que la había evitado antes, ahora buscaba
continuamente su compañía y la forma en que sus ojos se iluminaban cada vez
que se encontraba con ella de forma inesperada.

Se preocupaba por él.

Ella... lo quería.

Por mucho que antes hubiera luchado por mantener la distancia, Adrian ya no
podía imaginar que simplemente existía. Ahora, quería más.

Mucho más.

Apresurándose por el pasillo, Adrian podía oír voces bastante agitadas que
venían del salón, una de las cuales pertenecía a la Srta. Hawkins mientras que
la otra era presumiblemente de su tío.

—¿Cómo te atreves a irse sin pedir permiso?

—Me lo habrías prohibido...

—¡Por supuesto, lo habría hecho!

—Entonces claramente tomé la decisión correcta al no preguntar –

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Una risita se le escapó a Adrian por la bravuconería de la Srta. Hawkins, y él


se preguntó, de nuevo, cómo era posible que ella y su esposa se habían hecho
amigas considerando lo diferentes que eran en carácter.

—Adrian –

Al oír la voz de Eugenie, se detuvo y se volvió para encontrarla corriendo hacia


él. Con una mano sobre su vientre, se movía a velocidad reducida, sus mejillas
estaban sonrojadas, pero sus ojos estaban ansiosos.

—Es él, ¿verdad? —, preguntó ella, con la ansiedad en su cara.

Adrián asintió y ralentizó sus pasos cogiendo su mano y tirando de ella a


través de la curva de su brazo. —Así parece — Sus ojos vagaban por su cara.
—¿Estás preocupada? –

Se burló. —Siempre estoy preocupada. No es un hombre amable. Nunca lo


fue, y Becca parece incapaz de no burlarse de él. Su actitud siempre ha
empeorado su mala relación –

Al apretarle la mano, Adrian la detuvo. —Pero, ¿qué más puede hacer sino
reprenderla? –

Eugenie suspiró, y su mirada se oscureció. —Puede casarla con un hombre


que ella no quiere –

Por la forma en que sus ojos lo miraron, Adrian sintió que sus entrañas se
retorcían. Su mirada plateada hablaba de su propio pasado, de sus propios
miedos. ¡Ella también había sido forzada a casarse dos veces!

—Lo siento— susurró Adrian, de repente inseguro sobre la cercanía que había
sentido la semana pasada. —Sé que tú también no tuviste elección cuando...–

Al acercarse, ella le puso la mano en la mejilla. —Me dolió — susurró, y él


pudo ver una profunda sonrisa que se extendía lentamente por su rostro, —
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pero ya no es así—. Suspirando, se lamió los labios, una pizca de timidez


jugando con sus rasgos. —Ahora, tengo esperanza –

Sus palabras eran como una onda que atravesaba su cuerpo; una que sentía en
cada minúscula fibra. Sus brazos la abrazaron con fuerza y enterró su cara en
el cuello de ella, respirando su cálido aroma.

Adrián podría haberse quedado así para siempre si no hubiera sido por la Srta.
Hawkins y su odioso tío.

—¿Cómo te atreves a hablarme así? Te he acogido, te he criado junto a mi


propia hija, ¿y cómo me lo pagas? ¡Huyendo en medio de la noche! –

—¡Estás siendo demasiado dramático! El sol ya estaba despuntando cuando


me fui

Alejándose, Eugenie miró hacia la puerta. —Será mejor que entremos. Me


preocupa que se meta en más en problemas.

Adrián se rio y, sorprendiéndose no sólo a sí mismo sino también a su esposa,


le robó un rápido beso, disfrutando del ligero rubor que llegó a sus mejillas.
Luego volvió a poner su mano en su brazo y la acompañó al salón.

Sin molestarse en anunciar su llegada, abrió la puerta a empujones (hizo una


nota mental para contratar más lacayos) y entró con una calma que no sentía.
—Bienvenido a Ravengrove—, gritó, silenciando eficazmente a los dos
fanáticos de la sala. —He oído que usted es el tío de nuestra querida Srta.
Hawkins. Debo felicitarle por criar a una joven tan consumada y bien
educada. Es un verdadero honor para usted y su familia –

Mientras que la Srta. Hawkins estrechaba la mirada de sospecha ante sus


palabras bastante falsas, su tío se ensanchaba de sorpresa. Su boca se abrió y
cerró un par de veces mientras se encontraba inseguro de cómo responder.

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Sus mejillas se enrojecieron y siguió empujando sus gafas hacia arriba, sobre
su nariz. Si seguía así, sin duda acabarían encima de su cabeza.

—Es muy amable de su parte, Lord Remsemere —, dijo finalmente con una
mirada de reojo y algo incrédula a su sobrina. —Me alivia saber que no ha sido
una carga para su hospitalidad –

—Oh, en absoluto — le aseguró Eugenie, con una sonrisa encantadora en su


hermoso rostro. —Ha sido una verdadera amiga al venir a visitarme cuando
me he visto incapaz de visitarla— Su mano derecha aún descansaba sobre su
vientre, y Adrián pudo ver el amanecer de la comprensión en su improvisado
visitante.

—Sí, ciertamente — se apresuró a aceptar. Sin embargo, la sospecha


permanecía en sus ojos brillantes, y Adrián se preguntaba si esta manera tan
nerviosa era simplemente una máscara detrás de la cual el hombre escondía
una mente aguda y calculada. Sólo podía esperar que la Srta. Hawkins
encontrara la manera de librarse de la influencia de su tío lo antes posible.
Desafortunadamente, excepto por el matrimonio, Adrian no podía pensar en
otra manera de lograr tal objetivo.

Mientras Eugenie continuaba aplacando al tío de la Srta. Hawkins con más


elogios para su sobrina, Adrian pensó en decirle algunas palabras bien
intencionadas a la sobrina del hombre. Aunque dudaba que ella siguiera su
consejo, al menos necesitaba intentarlo. Le debía mucho. Después de todo, sin
su intromisión, ¿quién sabía qué habría sido de él y Eugenie?

—Tu tío es un hombre peligroso — le dijo sin preámbulos, mirando al hombre


en cuestión por el rabillo del ojo mientras su tío estaba de pie junto a la
ventana intercambiando palabras con Eugenie. —Sería prudente que
recordaras eso –

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—Soy consciente de ello — le aseguró la Srta. Hawkins y, por una vez, su voz
no estaba teñida de humor.

—Entonces, ¿por qué te enfrentas siempre a él? — exigió, tratando de


entender lo que pasaba por la mente de la joven. Después de todo, no le parecía
que fuera una imbécil ni alguien que fuera esclava de sus propias pasiones. Al
menos, no hasta el punto de autodestrucción.

La Srta. Hawkins suspiró. —Si no lucho contra él, pensará que soy débil —
siseó, con asco en su voz. —Peor, me sentiré débil—. Su mandíbula se
endureció. —No inclinaré mi cabeza ante él sin importar lo que diga o haga –

Adrian asintió. Eso, él podía entenderlo. —En cualquier caso, te deseo lo


mejor y espero que, eventualmente, salgas victoriosa –

Una sonrisa sorprendida apareció en la cara de la Srta. Hawkins. —¿Es así?


Bueno, le agradezco, mi señor. De hecho, hay algo que yo también quería
decirle—. Sus ojos verdes se oscurecieron, pero sus labios conservaron ese
rizo burlón. —No quiero ponerte en un aprieto. Sin embargo, me siento
obligada a advertirte — dio un paso comedido más cerca, —si tratas a mi
amiga con algo que no sea devoción absoluta, volveré –

Adrian sonrió. —¿Es eso una amenaza? –

La Srta. Hawkins se encogió de hombros. —Es una promesa –

—Lo entiendo. Gracias –

Durante un largo momento, se miraron y, por primera vez desde la llegada de


la Srta. Hawkins, Adrian comprendió cómo estas dos improbables mujeres se
habían convertido en amigas. Ninguna de ellas había tenido una familia que
las apoyara, que las protegiera. Mientras que el hermano de Eugenie había
estado en el continente, su padre se había jugado la fortuna familiar. Podía
haber sido un hombre amable, sin embargo, había tenido sus propios
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problemas. Por lo que Adrian había sobreentendido, la Srta. Hawkins tuvo


que haber perdido a sus propios padres en algún momento y quedar bajo la
tutela de su tío. Ambas se habían sentido solas y se refugiaron la una en la
otra.

Los ojos de Eugenie se nublaron con lágrimas mientras se despedía de la Srta.


Hawkins y veía el carruaje de su tío retumbar, bajando por el camino y
saliendo por la puerta principal. —La echaré de menos— susurró,
agarrándose a su brazo. — ¡Fue tan maravilloso tenerla aquí…!

Adrian se rió. —Supongo que la vida es bastante... agitada con ella alrededor

Mirándolo, su esposa se rio —Ella también ha tenido tristeza en su vida, pero


siempre ha estado decidida a mantenerse firme. A menudo he deseado ser tan
fuerte como ella –

—Todos tenemos nuestras propias fortalezas — le dijo Adrian, agarrando su


barbilla y sosteniéndola cerca. —La tuya puede ser más silenciosa, pero no
menos impresionante — Sus ojos gris plateados le miraron, y él pudo ver que
sus palabras la conmovieron. —Has sido increíblemente fuerte. Has sostenido
la oscuridad aquí en Ravengrove, y ahora finalmente la luz ha regresado —
Sonriendo, miró por el patio. —Has hecho despertar este lugar. Me has
despertado a mí, y quería darte las gracias por ello –

Una lágrima rodó por su mejilla y, por un momento, apartó los ojos de Adrián,
quien temió haber dicho algo que la ofendiera.

—¿Pasa algo malo? — preguntó finalmente, odiando el escalofrío que una vez
más se había apoderado de su corazón.

—No soy fuerte —susurró ella, alejándose. Más lágrimas cayeron por su cara
antes de que se diera la vuelta y huyera de nuevo a la casa.
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Confundido, Adrian permaneció atrás, sin saber qué hacer. Sin embargo,
luego se apresuró a buscarla, sabiendo que, si permitía que se escondiera de él
ahora, tal vez nunca encontrarían el camino de regreso al otro.

Al cruzar el pasillo, temió haberla perdido, pero luego vio que se escabullía
por la puerta lateral hacia los jardines. Rápidas zancadas lo llevaron, y pronto
la alcanzó. — ¡Eugenie, espera! Por favor, dime qué está pasando

Sus pies se quedaron quietos y, por un momento, se quedó con la cabeza


inclinada como si estuviera avergonzada. Luego se volvió hacia él, sus ojos aún
rebosaban de lágrimas, y su mirada bajó hasta que llegó a quedarse en su mano
derecha.

No, no su mano.

Su muñeca.

La comprensión golpeó a Adrián en el pecho y, en ese momento, sintió todo


su dolor y duda, y se maldijo a sí mismo por no haberla visto antes, por
permitir que ella permaneciera con la duda por toda una semana.

—No soy fuerte — repitió, su voz débil, pero su mandíbula cuadrada en


contradicción. —Si lo fuera, te habría preguntado por mi hermano hace una
semana — Otra vez, su mirada cayó sobre la pequeña cinta roja escondida bajo
el dobladillo de su manga. —Habría exigido una explicación y enfrentado la
verdad—. Sacudiendo la cabeza, dio un paso atrás, una mirada de asco en sus
pálidos ojos. —Pero no podía renunciar a lo que he estado esperando estas
últimas semanas —. Su cuerpo tembló cuando sus ojos se encontraron con los
de él. —Te quiero. Nos quiero a nosotros. Quiero...

Los ojos de ella se cerraron, e inhaló una profunda respiración. —Tenía miedo
de preguntar. Tengo miedo de preguntar, miedo de escuchar tu respuesta,
miedo de que todo cambiara antes de empezar
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Adrian tragó mucho. Aunque su duda estaba justificada considerando lo poco


que sabían el uno del otro, le dolía saber que ella no confiaba en él. Sin
embargo, la semana pasada, ella había permanecido a su lado, en sus brazos,
compartiendo su vida con él a pesar de sus dudas.

A pesar de sus miedos.

¿No hablaba eso de la profundidad de sus sentimientos por él?

—Pregúntame — dijo finalmente Adrián, viendo cómo luchaba con el deseo


de saber y el miedo a que sus esperanzas se vieran frustradas.

Eugenie tragó y sus ojos grises se elevaron para encontrarse con los de él. De
nuevo, ella tragó, un bulto se alojó en su garganta. —¿Estabas allí... cuando mi
hermano murió? ―

Alejando las imágenes que sus palabras conjuraban, Adrian agitó su cabeza.
—No, no estuve ―

Una ráfaga de aire escapó de sus pulmones en un fuerte silbido, y pudo ver un
gran alivio en sus rasgos al doblarse sus rodillas.

Lanzándose hacia adelante, Adrian cogió su débil cuerpo entre sus brazos,
sintiendo como ella temblaba por el shock del momento. Suavemente, la cogió
y la llevó al banco escondido en un rincón del jardín donde el frío viento no
les alcanzaría.

El invierno estaba cerca, y el aire era definitivamente frío. Aún así, Adrián no
se atrevió a llevarla a la casa. Todavía no. Por una razón que no podía nombrar,
sabía que ella deseaba permanecer al aire libre donde estaban solos, donde el
mundo era interminable, donde el sol aún brillaba por encima de sus cabezas.

Sentado en el banco, la tomó en sus brazos, calentándola contra el frío, y luego


comenzó a decirle todo lo que necesitaba saber. Mientras la abrazaba, su

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respiración se calmó, y ella escuchó atentamente. Pero, su cuerpo permaneció


rígido en sus brazos y él conocía el miedo que vivía en su corazón. Aunque su
hermano había muerto hacía dos años, todavía temía escuchar sus últimos
momentos.

Y así, Adrián comenzó a hablar de cómo él y Emery se habían encontrado un


día, cómo su hermano había visto con una sola mirada que algo le perseguía, y
cómo había hecho suya la responsabilidad de liberar a Adrián de sus
demonios.

Una pequeña sonrisa reclamó sus labios. —Siempre ha sido así—susurró. —


Totalmente insistente cuando pensaba que alguien necesitaba su ayuda ―

Devolviendo su sonrisa, Adrian se encontró con sus ojos. —En aquel entonces,
no quería su ayuda. Quería que me dejara en paz, pero no lo hizo. Antes de
que me diera cuenta, era mi amigo, y hoy, estoy agradecido de haberlo
conocido ―

—¿Es por eso que robaste la cinta? —Preguntó mientras sus dedos buscaban
la pequeña muestra que había quedado de su hermano.

Adrian agitó la cabeza. —No la robé. Él... me la dio—. Adrian suspiró


profundamente. —La puso alrededor de mi muñeca sin que yo me diera
cuenta. Me había instado a quedármela antes porque pensó que yo lo
necesitaría más que él –

Eugenie frunció el ceño. —¿Qué quieres decir con 'necesidad'? –

—Era su amuleto de la buena suerte —susurró Adrián, rozando sus nudillos


a lo largo de la línea de su mandíbula, su mirada hipnotizada por la suave
fuerza de sus rasgos. —Dijo que se lo habías dado para mantenerlo a salvo,
para traerlo de vuelta a casa

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Las lágrimas volvieron a brotar en sus ojos. —Lo hice

Adrian asintió. —Y funcionó. Lo mantuvo a salvo durante cuatro años... hasta


el día en que se lo quitó y me la puso en la muñeca –

Los ojos de Eugenie se abrieron de par en par y se puso las manos sobre la boca
cuando la comprensión la encontró.

Inclinando la cabeza, Adrian tragó. —Murió ese día —. Sus músculos se


tensaron al recordar. —Debería haber sido yo. No él. Él debería haber
regresado—. Su mirada se elevó para encontrar la de ella mirándolo. — Te
habría mantenido a salvo. No habrías estado sola –

Su pecho se elevaba y caía con cada respiración rápida mientras luchaba por
aceptar lo que él acababa de decirle. —Es por eso que te casaste conmigo, ¿no
es así? — susurró, su mirada repentinamente distante. —Siempre supe que
tenía que haber una razón. Siempre me pregunté...— Entonces sus ojos se
enfocaron y se encontraron con los de él una vez más. —Te casaste conmigo
para pagar una deuda que creías que era tuya –

La mirada en sus ojos retorció su corazón de una manera que nunca antes se
había visto, y cuando sintió que ella se alejaba de él, Adrián extendió la mano
para evitar que ella se escabullera. —Pensé que era mi deber cuidarte,
protegerte — susurró, sus dedos se aferraron a su barbilla, obligándola a
mirarlo, a ver la sinceridad de sus palabras. —Me casé contigo para enmendar
las cosas, sí, lo admito — Tragó mientras sus ojos buscaban los de ella,
rogándole que le creyera. — Pero eso fue entonces, y esto es ahora –

Sin pensarlo dos veces, sus labios reclamaron los de ella con un beso ardiente,
demostrándole que no era su culpa o el pensamiento del deber lo que los unía
ahora. —Yo también te quiero —susurró, sintiendo el escalofrío de ella en sus

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brazos, — Y yo también tenía miedo de lo que pasaría una vez que supieras
de mi pasado

Cerrando los ojos, Eugenie respiró hondo y luego apoyó su cabeza en el


hombro de él.

—Lo siento— susurró Adrian, manteniendo sus brazos envueltos alrededor


de ella, abrazándola fuerte. —Lo siento por todo –

—¿Cómo? — fue todo lo que dijo.

Adrian frunció el ceño. —¿Qué quieres decir? –

—¿Cómo murió? — preguntó y levantó su cabeza del hombro de él, sus ojos
grises encontrando los suyos. —Nunca supimos ningún detalle, pero por las
pocas cartas que recibí de él, parecía que no iba a la batalla. Pensé que sólo
atendía a los heridos—. Ella tragó. — ¿Cómo entonces? –

Adrian sintió que su mandíbula se tensaba mientras la imagen del cuerpo sin
vida de Emery se elevaba ante sus ojos. —No quieres saberlo –

Su cara palideció ante sus palabras, pero sus ojos permanecieron fijos en las
suyas. —¿Es realmente peor que quedarse con la duda? –

Inclinando la cabeza, Adrián cerró los ojos, consciente de que no podía vivir
sin saberlo, y le contó cómo había regresado del campo de batalla y
encontrado el cuerpo sin vida de su hermano, con la garganta cortada.

Su corazón latía rápidamente, y el aliento se alojó en su garganta, y sin


embargo, cuando Adrián se atrevió a mirarla, la mirada en su rostro no fue la
que él esperaba.

—¿Estás bien? — preguntó, quitándole suavemente de la frente una hebra de


color negro cuervo. De hecho, era una pregunta estúpida, pero era todo lo que
tenía.
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Al momento siguiente, se dobló, un grito de dolor salió de sus labios, mientras


sus brazos se envolvían protectores alrededor de su vientre. — Oh, no, todavía
no —, jadeó mientras sus ojos se abrían de par en par con el miedo. —Todavía
no. Es demasiado pronto –

Y entonces Adrian lo entendió, y nunca se había sentido más desamparado en


su vida.

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Capítulo treinta y uno


Una llegada tarde en la noche
Traducción Tutty

—¡Traigan al doctor! — gritó su esposo al primer lacayo que encontraron


mientras él se apresuraba a entrar a la casa con ella en sus brazos. Su agarre la
abrazaba con fuerza, y sin embargo, ella pudo sentir el ligero temblor que
hablaba del mismo miedo que sentía en su propio corazón.

Mientras subía las escaleras, Eugenie apretó los dientes mientras una nueva
ola de dolor la envolvía, agarrándola por el medio y amenazando con
destrozarla. Nunca en su vida había sentido tanto dolor, ni tanto miedo. — Es
demasiado pronto — murmuraba una y otra vez una vez que el dolor se había
calmado y ella colgaba en los brazos de su marido.

— Es demasiado pronto—. Las lágrimas corrían por sus mejillas, y un oscuro


presentimiento se apoderó de ella.

¿Terminaría este día en otra muerte? Después de su hermano, ¿perdería


también a su hijo?

Apenas, Eugenie escuchó a su esposo gritar por la Sra. Perry antes de que él
caminara por el corredor que llevaba a sus habitaciones. Mientras la sujetaba

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

contra su pecho, vio a Liam doblar una esquina y notó que su mirada se
ensanchaba cuando los vio acercarse.

—¡Abre la puerta! — Adrian llamó, sacudiendo su cabeza hacia su habitación.

Liam corrió hacia delante y no solo abrió la puerta de su salón, sino que
también corrió hacia delante y mantuvo abierta la que llevaba a su dormitorio.
Luego salió corriendo. —Iré a buscar a mi madre –

Suavemente, Adrián la sentó en la cama, con los ojos bien abiertos y


preguntando, casi suplicándole que le dijera qué hacer.

—Liam, ¿qué está pasando? — retumbó la voz de la Sra. Perry desde el pasillo.

—Aquí dentro — llamó Adrian, con un alivio claro como el día en su cara.
Eugenie, también, sintió una cierta sensación de tranquilidad al tener a la
capaz ama de llaves cerca.

Un momento después, la mujer corpulenta entró en la habitación y sus ojos se


posaron sobre ellos, evaluando rápidamente la situación. — ¿Te duele,
querida? —, preguntó, con su voz amable, pero poderosa, y Eugenie podría
haber abrazado a la querida anciana por el suave cariño.

—Creo que el niño ya viene — le dijo a la Sra. Perry antes de que el aire se le
escapara de los pulmones una vez más mientras que otra ráfaga de dolor se
apoderaba de ella.

— Entonces prepararemos todo — dijo simplemente el ama de llaves, con


sus cálidas manos agarrando las de Eugenie, mientras ella empujaba a Adrian
a un lado. —No te preocupes. Cuidaremos bien de ti—. Luego se volvió para
mirar al marido de Eugenie. —¿Asumo que ha llamado al Dr. Waldon? –

La cabeza de Adrian se movió hacia arriba y hacia abajo. —¿Qué más puedo
hacer? –

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Por un segundo, la mirada de la Sra. Perry se estrechó mientras lo miraba. —


Hierve un poco de agua y dile a las criadas que traigan ropa limpia –

Al instante, Adrián se puso manos a la obra, con el alivio en la cara, para tener
algo en que ocupar sus manos y pensamientos.

La Sra. Perry se rio. —Eso lo mantendrá ocupado por un buen rato. Los
hombres tienden a ser de poca utilidad en una sala de partos. Ahora, vamos a
cambiarte, ¿de acuerdo? –

En ese momento, Isabelle irrumpió en la habitación, con los ojos tan abiertos
como los de su hijo. Pese a todo, sus rasgos eran tranquilos y tranquilizadores
mientras avanzaba. —Toma, te traeré un camisón –

—Bien — exclamó la Sra. Perry. —Ayúdala a cambiarse mientras me ocupo


de la cama –

Al permitir que Isabelle le desatara los cordones, Eugenie no pudo evitar que
sus pensamientos giraran en torno a sus miedos. Las lágrimas fluían de sus
ojos, sólo se cortaron cuando otra ola de dolor la envolvió.

Las manos de Eugenie volaron hacia delante, agarrando los brazos de Isabelle,
apretándolos con todas sus fuerzas y, sin embargo, la joven no dejó escapar ni
un solo grito. —Respira — susurró en su lugar, su voz tranquila y calmada.
—Ya pasará. Sigue respirando –

Cuando el dolor disminuyó, Eugenie jadeaba en voz baja, las lágrimas volvían
a correr libremente por sus mejillas calientes. Apenas sintió que Isabelle le
quitaba el vestido y luego se ponía un camisón suelto en la cabeza, así de
concentrados estaban sus pensamientos en el único miedo que le arañaba el
corazón.

—¿Qué sucede? — Isabelle preguntó amablemente, sus suaves manos


rozando un paño húmedo sobre la frente de Eugenie. —Pareces
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aterrorizada—. Sus cejas se dibujaron hacia abajo mientras la estudiaba. —


¿Qué es lo que te preocupa? –

Eugenie sintió que le temblaba la mandíbula, y sus manos se extendieron y se


agarraron fuertemente a las de Isabelle. —Es demasiado pronto —, balbuceó,
sintiendo un escalofrío que la agarraba a pesar del calor en su cuerpo. —Es un
mes antes. Es demasiado pronto –

Isabelle suspiró, y aunque Eugenie no había querido nada más que oír cómo
se contradecían sus temores, sabía que sólo habría sido una ilusión. Nadie
sabía lo que iba a pasar. Nadie podía saberlo. Sin embargo, las palabras de
Isabelle calmaron a Eugenie porque eran simplemente verdaderas. —No sé lo
que pasará. Sí, un mes antes no es bueno. Aún así, es sólo un mes antes —
Suspiró, y un brillo melancólico llegó a sus oscuros ojos azules. —¿Sabes?
Liam también nació temprano –

Eugenie agarró la paja que Isabelle le ofrecía. —¿Ah, sí? –

Isabelle asintió. —Su padre estaba fuera de sí por la preocupación, al igual que
yo —. Respiró hondo y Eugenie vio pasar los recuerdos de ese día ante los ojos
de la joven. —Está bien ahora como estaba entonces. Con un poco de suerte,
tu hijo también estará bien. No te rindas ahora—. Suavemente, apretó las
manos de Eugenie. —¿Tienes elegidos los nombres? –

Eugenie sonrió. —Emmeline si es una niña, y Emery si es un niño –

—¿Emery? — Susurró Isabelle, su cara repentinamente pálida, como si el


nombre le hubiera traído oscuros recuerdos. Aun así, intentó sonreír a
Eugenie. —¿Por qué Emery? –

—Era el nombre de mi hermano—, respondió Eugenie, mirando a la joven con


atención. —¿Alguna vez has conocido a alguien con ese nombre? –

—Bueno, yo... –
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Un nuevo dolor se apoderó de Eugenie, y esta vez se sintió como si sus rodillas
cedieran. Afortunadamente, Isabelle se lanzó al frente y la sostuvo,
ofreciéndole la fuerza que ella sentía que no poseía. Sus músculos empezaron
a temblar, pero no tenía ganas de acostarse. En su lugar, comenzó a caminar
por la habitación, descubriendo que el suave movimiento aliviaba su tensión.
—¿Irías a buscar a mi marido? — le preguntó a Isabelle. —Hay algo que
necesito que sepa –

La mirada de Isabelle aún parecía distante, pero asintió rápidamente y luego


salió de la habitación.

—Por favor, tómate tu tiempo, pequeño —le susurró Eugenie a su hijo. —


Estoy ansiosa por conocerte, pero te prometo que seré paciente. Todo lo que
quiero es que te pongas bien—. Cerrando los ojos, Eugenie rezó para que así
fuera.

Apresurándose por el pasillo con una pila de ropa de cama, que casi había
arrancado de los brazos de una sirvienta, Adrián irrumpió en la sala de estar
de su esposa y rápidamente se apresuró a caminar adelante. Nunca antes había
estado tan aterrorizado en su vida. Esta era una impotencia que le recordaba
demasiado a la noche del incendio, cuando no había nada que pudiera haber
hecho, cuando estaba condenado a quedarse de pie y mirar. ¿Se vería obligado
a ver morir a su esposa? ¿A ella y a su hijo? Ella había dicho que era demasiado
pronto, y Adrián se dio cuenta de que no tenía ni idea de cuándo iba a nacer
el niño. ¿Qué tan pronto era demasiado pronto? ¿El niño no podría vivir?

Al recordar cómo a menudo se había envuelto los brazos alrededor de su


vientre, Adrian sabía que se le rompería el corazón a Eugenie si perdía a su
hijo. ¿Qué le haría a ella ser una madre sin un bebé?

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El sudor frío estalló por todo su cuerpo, y decidió dejar de lado ese
pensamiento. Después de todo, no servía para nada. Necesitaba mantenerse
enfocado y hacer lo poco que podía hacer para ayudar. Acelerando sus pasos,
corrió hacia la puerta de la alcoba de su esposa. Antes de que pudiera cruzar
el umbral, Isabelle salió.

Al verlo, no hizo espacio para que él entrara, sino que cerró la puerta y se
acercó a él.

El corazón de Adrian se apretó dolorosamente. —¿Qué ha pasado? ¿Está ella


bien? –

Isabelle miró por encima del hombro y luego asintió. —Está tan bien como
puede estar en estas circunstancias—, le dijo. —De hecho, me pidió que te
buscara –

Instantáneamente, Adrian pasó a su lado, pero Isabelle extendió la mano y le


cogió el brazo. Mirándola, encontró sus ojos azules ardiendo, una extraña
urgencia en su pálido rostro. —¿Qué pasa? –

Ella tragó. —¿Es... es el hermano de tu esposa...? — Su mandíbula comenzó a


temblar. —¿Es él...? –

Cerrando los ojos, Adrian asintió. —Lo es — respondió y, por un momento,


temió que se desmoronase bajo la onda expansiva que la envolvía.

Sin embargo, luego, su mandíbula se asentó y sus ojos se volvieron feroces,


enfocándose en él, y pudo leer la ira en la forma en que ella lo estaba mirando
ahora. —¿Por qué no me lo dijiste? — le preguntó, dándole un puñetazo en el
pecho. —¿Por qué no me dijiste que es su hermana? –

—Lo siento—, murmuró Adrian, abrumado por todas las emociones que se
habían liberado ese día. —Sé que debería haberlo hecho, pero me preocupaba
lo que te causaría saberlo y no ser capaz de decírselo –
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—¿No se lo dirás? — Preguntó Isabelle, sus cejas frunciendo el ceño. —¿Por


qué no? ¿Por qué no se lo dijiste? Por el amor de Dios, es la tía de Liam –

—Lo sé—, siseó Adrian, preocupado de que Eugenie pudiera escucharlos.


Ciertamente la molestaría, y no quería que se agitara más de lo que ya estaba.
—Intenté mantenerlos a salvo, a ti y a Liam, y la mejor manera de hacerlo era
mantener sus identidades en secreto. No quería arriesgar sus vidas, pero
tampoco podía darle la espalda a la hermana de Emery. Sabía que era mi
oportunidad de pagar la deuda que le debía. Nunca esperé... –

—¿Enamorarte? — Preguntó Isabelle, sus rasgos una vez más suaves mientras
le miraba, las lágrimas nublando sus ojos.

Apretando los dientes, Adrian asintió.

Isabelle suspiró. —No lo sabe, ¿verdad? –

—Todavía no, pero se lo diré. Estaba a punto de hacerlo cuando...— Pasando


la pila de mantas por su brazo izquierdo, se limpió la cara con la mano
derecha, sintiendo que la tensión de las últimas horas le alcanzaba. —Ella lo
sabrá. Todo— le dijo finalmente a Isabelle. —Tiene mi palabra –

—¿Pero qué ha cambiado? — preguntó, con una pizca de sospecha en sus ojos.
—¿Por qué se lo dirías ahora pero no antes? –

—Hablaremos de ello más tarde –

—¿Y no cambiarás de opinión? –

—No lo haré –

Isabelle asintió. —Bien, porque aunque lo hicieras, no le ocultaré esto a ella...


o a Liam. Ellos tienen derecho a saber cómo yo—. De nuevo, ella le dio un
puñetazo en el pecho, un gruñido de frustración salió de sus labios. —¡Merde!
Adrian, ella es mi familia también, y ese... ese pequeño bebé es mi sobrino o
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sobrina y... y el primo de Liam—. Las lágrimas corrían por su cara e intentó
limpiarlas, con un ceño fruncido en su cara,. Si iba dirigido a ella o a él, no
pudo decirlo.

Con su mano libre, Adrian la alcanzó, pero ella la apartó con una bofetada. —
Tu esposa quiere verte, no la hagas esperar. ¡Vete! –

Asintiendo con la cabeza, Adrian la rodeó y entró en la habitación y casi se


topó con la Sra. Perry. —¿Dónde está el agua? — le preguntó, quitándole la
ropa blanca de las manos. —¿Y el doctor? –

—En camino — se apresuró a responder Adrián mientras su mirada se dirigía


a la ventana donde su esposa se paseaba de arriba a abajo. —¿Está ella bien? –

—Ve y tómale la mano — respondió la señora Perry antes de salir de la


habitación, sin duda para ir a por el agua ella misma.

—Adrian –

Su cabeza giró al oír la voz de su esposa, y Adrián se precipitó hacia ella. —


¿Cómo estás? –

—Escucha— le dijo ella, y él se dio cuenta de que no le gustaba la tranquila


determinación que escucho en su tono. —Si algo sale mal, quiero que tú... –

Inhalando un agudo aliento, apretó los dientes, sus manos se cerraron


alrededor de las suyas con una fuerza de la que Adrian nunca la habría creído
capaz. Sus huesos le dolían con la presión, pero sabía que no era nada
comparado con el dolor que leyó en su cara.

Cuando terminó, ella se acostó jadeando en sus brazos y él la ayudó a


acercarse a la cama.

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—Gracias— jadeó, apoyándose en las almohadas y cerrando los ojos por un


breve momento. Luego su mano alcanzó la de él. —Escucha, necesito que me
prometas algo –

Adrian sintió un escalofrío helado correr por su columna vertebral.

—Por favor, si algo me pasa—, susurró ella, con lágrimas en los ojos mientras
miraba su redondo vientre —prométeme que cuidarás de mi hijo.
Prométemelo –

Adrián se estremeció al pensar en una vida sin ella, y sin embargo, pudo ver
que le daría paz saber que su hijo sería cuidado, y por eso asintió. —Lo
prometo –

Instantáneamente, sus rasgos se relajaron y una suave sonrisa apareció en su


rostro. —Gracias — jadeó, cayendo de nuevo en las almohadas, con todas sus
fuerzas agotadas.

Viendo su mano una vez más asentarse sobre su vientre, Adrian se preguntó
sobre el vínculo que sentía con un niño que aún no había nacido. Nunca había
sostenido al pequeño bebé, ni lo había mirado a los ojos, pero sabía con
absoluta certeza que no había nadie en este mundo a quien su esposa amara
más.

¿Se sentiría él así también, si alguna vez llegara a ser padre?

Eugenie estaba exhausta.

Pasaron horas, y aparte del dolor, no pasó mucho.

El doctor llegó, anunció que el niño estaba en camino y luego dio un paso atrás
para esperar. Como hicieron todos.

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Esperaron toda la tarde y siguieron esperando hasta bien entrada la noche, y


mientras tanto, Adrián se quedó a su lado. Aunque el médico le había invitado
amablemente a irse, su marido se negó cuando ella le rogó que se quedara.

—Siéntate con ella — había dicho Isabelle, haciendo un gesto hacia la gran
cama. —Me ayudó cuando Liam nació –

Su marido había mirado fijamente a la joven rubia durante un largo momento,


y Eugenie había visto pasar algo entre los dos. Algo que no podía nombrar,
pero que estaba tan claro como el día. Algo los conectaba; incluso Becca lo
había dicho, y tenía un sexto sentido cuando se trataba de estas cosas.

Después de un momento de vacilación, Adrián se había subido a la cama y se


había sentado detrás de Eugenie, envolviéndola en sus brazos, con sus manos
sosteniendo las de ella. Cuando la siguiente oleada de dolor la había agarrado,
él la había abrazado fuertemente hasta que había terminado.

—Háblale — le había instado Isabelle cuando el dolor se había calmado y el


silencio había caído sobre la habitación.

—¿Sobre qué? –

—Cualquier cosa –

Y así, con un profundo suspiro, su esposo había comenzado a contarle


historias, una tras otra, de las muchas cosas extravagantes que él y sus
hermanos habían hecho en su juventud. Eugenie había reído y llorado, le dio
una palmada en el brazo y le besó la mejilla, agradecido de que estuviera
dispuesto a enfrentar sus mayores temores para ayudarla a superar esto.

En ese momento, ella había sabido que lo amaba.

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El sol se había puesto hace tiempo y había dejado paso a la noche para cuando
Eugenie sintió que algo cambiaba. Una gran urgencia se apoderó de ella y
cuando el dolor volvió a aparecer, se inclinó hacia delante y empujó.

—Esto es todo — llamó el Dr. Waldon, e Isabelle y la Sra. Perry se apresuraron


a preparar todo para la llegada de la próxima generación a altas horas de la
noche.

Una vez más, Eugenie se sintió destrozada cuando el dolor la atravesó. El


tiempo dejó de importar ya que el mundo entero se fue y sus pensamientos se
centraron en una sola cosa: traer a su hijo al mundo.

Y entonces un fuerte lamento atravesó la quietud de la noche, y la esperanza


brotó en el corazón de Eugenie. Exhausta, se hundió de nuevo en las
almohadas, sintiendo los brazos de su marido a su alrededor, y escuchó los
poderosos gritos de su hijo, agradecida de escucharlos y deseosa de que
durasen toda la vida.

—Felicidades, mi lady— exclamó el Dr. Waldon. —Tiene una hija –


Sonriéndole, le echó un vistazo a una carita arrugada con unos mechones de
pelo negro antes de entregar la niña lloróna a la Sra. Perry, quien la limpió y la
envolvió dándole calor.

—¡Oh, es hermosa! — exclamó la radiante ama de llaves. —Cabello negro y


ojos azules, como su padre –

Girando la cabeza, Eugenie miró a su marido, preguntándose qué vería en sus


ojos. Después de todo, este era el momento de la verdad. Emmeline era su hija,
pero no era suya, no si él no deseaba que lo fuera.

El shock pareció congelar sus rasgos mientras miraba al otro lado de la


habitación donde la señora Perry estaba envolviendo a la pequeña Emmeline

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en una manta caliente. No parpadeó. Ni siquiera respiró mientras miraba a su


pequeña niña, y Eugenie sintió que la esperanza florecía en su corazón.

Y luego parpadeó, y las lágrimas pesadas se derramaron y rodaron por sus


mejillas. Una sonrisa encantadora reclamó sus rasgos, y cuando la señora
Perry llegó caminando con la pequeña niña y la puso suavemente en los brazos
de Eugenie, su mirada se quedó con ella.

—Hola Emmeline— Eugenie saludó a su hija, asombrada por la pequeña


persona en sus brazos. Era pesada, y al mismo tiempo, ligera como una pluma.
Sus gritos se habían calmado, y sus ojos se abrieron muy ligeramente cuando
miró a su alrededor con curiosidad, sus pequeños puños agitándose como si
luchara por ser escuchada, por ser vista. — ¿No es maravillosa? — murmuró,
sintiéndose completamente en trance por su niña.

— Lo es—, susurró Adrian, con sus brazos ahora envueltos alrededor de


ambas mientras miraba el pequeño bulto en los brazos de Eugenie.

Alejando los ojos de su preciosa hija, Eugenie se volvió para mirarlo. — Si la


quieres— le susurró — es tuya –

Sonriéndole a través de una cortina de lágrimas, Adrian tragó. —Las quiero a


ambas— dijo finalmente, plantando un suave beso en sus labios.

—Nosotras también te queremos — le susurró Eugenie mientras se inclinaba


hacia atrás en su abrazo, su hija cálida y segura en sus brazos.

Padres.

Ahora, ellos eran padres. ¿Hubo alguna vez un día más brillante?

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Capítulo treinta y dos

Guillaume Trouvé
Traducción Tutty

Habían pasado más de quince días desde el nacimiento de Emmeline y, aun


así, Adrian se despertaba cada mañana con una sensación de incredulidad.
Recordaba bien el momento en que vio por primera vez su pequeño rostro, y
sin embargo, pese al tiempo transcurrido, no podía explicar lo que había
sucedido en su corazón en ese momento.

Todo lo que sabía era que la amaba.

A ella y a Eugenie.

Al menos para sí mismo, estaba finalmente listo para admitir que la esperanza
y el deseo habían ganado la batalla, venciendo al miedo y el dolor,
apartándolos e instándole a seguir adelante, cada vez más cerca de la familia
que una vez soñó tener.

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Mientras el aire se volvía cada vez más frío y la escarcha comenzaba a aferrarse
al mundo, Adrián se acomodaba a menudo en el gran sillón del acogedor salón
de su esposa, con Emmeline en sus brazos, y le susurraba al oído historias de
su infancia. Sus ojos azules brillaban con el brillo de la luz del fuego, y sus
dedos apretaban los suyos con tal fuerza que Adrián no podía dejar de mirarla
con asombro.

—Eres un luchadora, ¿no es así?— le susurró a su pequeña hija mientras sus


profundos ojos azules seguían cada uno de sus movimientos. —Igual que tu
madre—. De vez en cuando, las comisuras de su boca se enroscaban hacia
arriba y la sonrisa más bella y encantadora que había visto brillaba en su
pequeña cara.

En esos momentos, el mundo era un lugar perfecto.

Pero Adrián sabía que el peligro aún acechaba en algún lugar lejano, y no se
atrevía a olvidarlo. Había jurado que volvería a Francia una vez que el hijo de
Eugenie naciera. Sin embargo, ahora que Emmeline era su hija, Adrian sentía
que su corazón se rompía con la sola idea de dejarlas solos por un período de
tiempo indefinido. ¿Cuánto tiempo llevaría rastrear esa amenaza y eliminarla?

No era una ella sino un él.

Recordaba bien el día que había visto al hombre por primera vez.

Sólo unos meses después de llegar al continente, él y sus hombres se


encontraron con una aldea llamada Rounnois no muy lejos de la costa. Estaba
enclavada en los acantilados y tenía un pequeño puerto improvisado situada
en una gran caverna. Los barcos, tanto privados como mercantes, entraban y
salían al amparo de la oscuridad.

Guillaume Trouvé había estado a cargo de mantener ese puesto de avanzadilla


oculto a los ingleses cercanos, y lo había hecho con una crueldad
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incomparable a cualquier cosa que Adrian hubiera visto alguna vez. El miedo
había permanecido en el aire ese día, y había sabido incluso entonces que sería
imprudente atraer la ira de Trouvé.

Grande y corpulento, Trouvé había caminado por sus dominios, sus ojos eran
meras hendiduras, como las que había observado a los que estaban bajo su
mando, su carnosa mano derecha se enroscaba alrededor de un látigo en
espiral. Nadie se atrevía a hablar en su contra. Pocos se atrevieron a mirarlo.
La mayoría mantenía la cabeza baja, apurándose a cumplir sus tareas sin
llamar su atención.

Y entonces Adrián vio a Isabelle, con su pelo dorado bailando en la brisa


marina mientras caminaba por la aldea, con la cabeza bien alta a pesar de la
nube oscura que se cernía sobre sus vidas. El aliento se le había atragantado
en la garganta cuando Trouvé le había agarrado el brazo y la había tirado hacia
él. El hombre le había gruñido en la cara, su porte era amenazante, y aún así,
Isabelle no había inclinado la cabeza. Se había mantenido firme y le había
mirado a pesar del miedo que Adrián había visto en ella.

Ella había sido la imagen del desafío, y Adrián había sabido que si alguien
estaba dispuesto a traicionar a Trouvé y compartir información a cambio de
monedas, sería ella.

Desafortunadamente, le había llevado semanas atraparla a solas para


compartir su propuesta. Sin embargo, un día, se aventuró a bajar a la playa
cuando el cielo comenzó a oscurecerse y las pesadas nubes de lluvia llegaron
desde el mar. La mayoría se había apresurado a entrar, y así se había
escabullido de sombra en sombra, siguiéndola hasta que estuvieron bien
ocultos de la vista de los demás.

Cuando se dio a conocer, Isabelle lo sorprendió sacando una daga escondida


de debajo de su chal, sus ojos azules tormentosos eran como el cielo sobre
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ellos. —¿Quién eres? —, le había exigido, con la misma falta de voluntad para
acobardarse y endurecer sus rasgos que el primer día que la vio.

Cuidadosamente, Adrian había compartido su oferta. Pero para su sorpresa,


ella no había necesitado ser convencida. De hecho, había rechazado su dinero,
diciendo que, si quería su ayuda, tenía que prometer que la llevaría lejos de
Rounnois después de que todo estuviera arreglado.

Él había accedido, felicitándose a sí mismo por su buena fortuna.

Aún hoy, a veces se preguntaba, si hubiera sabido entonces lo que había


aprendido sólo unos días después, ¿habría aceptado en su contraoferta? ¿O la
habría rechazado?

Pasando la yema de su pulgar sobre la suave mejilla de Emmeline, observó a la


niña dormida, sólo vagamente consciente de los silenciosos pasos que se
acercaban por detrás.

—Ya he esperado bastante — dijo Isabelle suavemente mientras se paraba al


lado del sillón y miraba a la niña dormida, con una sonrisa en su rostro. —Han
pasado quince días y merece saberlo –

Adrian asintió. —Lo hace—, aceptó y se levantó cuidadosamente de la silla,


rezando para que Emmeline siguiera durmiendo profundamente. —¿Deseas
hablar con ella a solas? –

Al tragar, Isabelle movió la cabeza hacia arriba y hacia abajo. —Si no te


importa –

—Entonces hazlo — le dijo Adrian, sintiendo su corazón contraerse al pensar


en el dolor que le esperaba a su esposa. Y al mismo tiempo, ¿no sería un
consuelo para ella conocer al hijo de su hermano? ¿Saber que Liam era su
sobrino?

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—Hay otros asuntos que requieren mi atención— murmuró, mirando a


Emmeline mientras su pequeño brazo se estiraba mientras dormía. Mirando
hacia arriba, captó la mirada interrogante de Isabelle. Para su alivio, no exigió
una explicación.

Y así cada uno de ellos salió de la tranquila sala, sus mentes se centraron en
una tarea que seguramente los vería cambiados para todos los días venideros.
Adrian sólo podía esperar que la alegría siguiera eventualmente a la revelación
de Isabelle, y que una vez que sus preparativos estuvieran completos,
regresara de Francia con alas veloces.

De vuelta con su familia.

De vuelta con aquellos que amaba y necesitaba proteger.

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Capítulo treinta y tres

Un vínculo ininterrumpido
Traducción Tutty

En esos días, Eugenie se levantaba tarde, esperando a que el perezoso sol de la


mañana se mostrara y comenzara su ascenso, ya que sus noches habían
cambiado y no eran tan tranquilas como antes. Con su corazón y su mente
enfocados en su hija, su cuerpo no parecía caer en un sueño tan profundo
como el de antes, y así se despertaba por las mañanas, deseando poder
simplemente darse la vuelta y cerrar los ojos.

Afortunadamente, su marido no sólo había desarrollado un ojo agudo para sus


necesidades, sino que también albergaba el profundo deseo de poder cuidar
de su hija por sí mismo.

Al principio, se sentía inseguro al manejar a Emmeline, temeroso de dejarla


caer o lastimarla de alguna manera. Eugenie había sentido que él se había

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sentido observado como si ella diera un paso adelante en cualquier momento


y criticara lo que él estaba haciendo.

Así que simplemente los había dejado solos.

La primera vez que lo hizo, sus ojos se abrieron de par en par por el pánico.
Sin embargo, cuando regresó media hora después, se encontró con un
momento de pura felicidad. Sentado en el suelo, con la espalda contra la pared,
Adrian estaba balanceado a Emmeline sobre sus piernas dobladas, sus dedos
se enroscaron alrededor de dos de las suyos. Su hija le había sonreído mientras
él ponía caras graciosas para ver su sonrisa.

Nunca antes lo había visto tan relajado y libres de cargas, y se había dado
cuenta en ese momento que los niños tenían una forma de curar el alma que
era inigualable.

Su marido también tuvo que darse cuenta, ya que continuó pasando por su
habitación a primera hora de la mañana y llevaba a Emmeline a dar un largo
paseo o se instalaba en el salón con ella o la llevaba a la cocina o a la biblioteca.
A cualquier lugar mientras estuvieran juntos.

Juntos, se habían convertido en padres, madre y padre, y Eugenie amaba a su


pequeña familia más allá de toda esperanza. Aún así, mientras su cuerpo se
recuperaba de la tensión del nacimiento de Emmeline, lentamente comenzó a
desear algo que pudiera compartir intimidad con su marido.

Ciertamente, ahora eran una familia. En eso, ellos estaban de acuerdo. ¿Pero
serían alguna vez marido y mujer?

A menudo recordaba esos pocos momentos preciosos que compartieron


después de que Becca los obligara a besarse. Desde entonces, los ojos de su
esposo se iluminaban cada vez que la veía. Le sonreía y de vez en cuando

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incluso la tomaba en sus brazos. La abrazaba y le susurraba al oído, y ella


amaba el sentimiento de cercanía que crecía entre ellos cada día.

Nunca antes había sentido algo así.

Con sus pensamientos todavía enfocados en su marido, apenas escuchó el


suave golpe que llegó a su puerta. —Eugenie, ¿estás despierta? — dijo la voz
de Isabelle.

—Por favor, entra—. Desde que nació Emmeline, Isabelle se dirigía a ella por
su nombre de pila. Eugenie no podía decir que le importaba ya que sentía una
cierta conexión con la joven y adoraba absolutamente a Liam.

Sus ojos se habían iluminado cuando vio a Emmeline por primera vez, y desde
entonces la adoraba como sólo un hermano lo haría. A menudo recogía trozos
de cuerda y cuero, así como guijarros y ramitas y construía un sonajero o algún
otro juguete que le presentaba con gran orgullo en sus ojos.

De hecho, viéndolos juntos, sus cabezas negras como el cuervo inclinadas la


una hacia la otra mientras los ojos azules de Liam miraban a los de Emmeline,
Eugenie casi podía imaginar que eran una familia. Era una imagen pacífica, y
sin embargo, siempre traía de vuelta lo que ella no sabía. ¿Debía vivir en la
duda toda su vida? se preguntaba a veces. Tal vez simplemente debería
preguntarle a su marido. Tal vez había una explicación muy simple para todo
esto.

—¿Te ayudo a vestirte? — le preguntó Isabelle mientras entraba en la


habitación, la mirada en su cara un poco tensa.

Eugenie asintió, mirando a la joven mujer que tendía su ropa. Sus ojos parecían
distantes, hoy más que en los días anteriores. Desde el nacimiento de
Emmeline, algo había sido... diferente, algo había cambiado en Isabelle.

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—¿Estás bien? — preguntó a la otra mujer, notando la forma en que la mirada


de Isabelle apenas aguantaba la suya. —Pareces estar en otra parte. ¿Hay algo
que pueda hacer? –

—Estoy bien — respondió Isabelle, apareciendo una sonrisa forzada en su


rostro, que luego desapareció con igual rapidez. Sus manos se movieron
rápido mientras ayudaba a Eugenie a ponerse el vestido, la mirada en su rostro
traicionaba la preocupación de su mente por... algo.

Cuando Eugenie se vistió y se peinó, Isabelle respiró hondo y sus ojos azules
se posaron finalmente en los de suyos como si fuera el momento que había
estado esperando. —Hay algo de lo que tengo que hablarte — dijo,
acercándose a la puerta. —¿Nos sentamos? –

Intrigada, Eugenie asintió con la cabeza y siguió a Isabelle a la sala de estar


donde se hundió en un sillón frente a la otra joven.

Isabelle juntó sus manos, y una cierta sensación de alivio era visible en sus
ojos azules. —Sé que te has estado preguntando por mí— dijo finalmente,
hablando con una honestidad que trajo un gran alivio al corazón de Eugenie.
Finalmente, parecía que recibiría respuestas. —Sobre mí y mi relación con tu
marido, sobre por qué estoy aquí y sobre el pasado que nos conecta –

Tragando, Eugenie asintió. —Lo he hecho –

Y entonces Isabelle comenzó a contarle del pueblo donde había vivido durante
la guerra. Habló de su marido, un hombre sin corazón, ni piedad, ni
escrúpulos. Habló del día en que buscó consuelo en una playa solitaria
durante una tormenta y del momento en que Adrián la encontró allí.

—Su oferta fue una salida —, le dijo Isabelle, sus mejillas pálidas con los
oscuros recuerdos que aún vivían dentro de ella. — Sabía que no tenía la

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fuerza para enfrentarme a mi marido mucho más tiempo. Era cruel y


vengativo, y me odiaba por verlo tal como era –

—Lo siento—. Viendo los rasgos dibujados de Isabelle, Eugenie sabía que sus
instintos no le habían fallado. Isabelle era una joven decente, que se había
enfrentado a una terrible situación. Eugenie sabía muy bien cómo era eso. No
sentía necesidad de preguntar cómo había llegado a ser su matrimonio.
Cualquiera que fuera la razón, había sido una de la mente, no del corazón, ya
que siempre había razones para hacer lo que había que hacer.

—Al enviarle la información que le prometí — Isabelle continuó —Adrian me


raptó en la oscuridad de la noche.— Suspiró, moviendo la cabeza como si no
creyera, y una suave sonrisa se dibujó en su cara. —Vino a por mí como había
prometido. Una parte de mí temía que no lo haría— Luego tragó, y sus rasgos
se oscurecieron una vez más. —Salí a hurtadillas de la casa y casi había llegado
a los establos, donde Adrian me estaba esperando, cuando mi marido me
agarró por detrás.

El aliento de Eugenie se alojó en su garganta mientras miraba el rostro de


Isabelle, pálida y angustiada, y sin embargo, sus ojos brillaban con un fuego
que ni siquiera su marido había podido apagar.

—Él sospechaba algo —, continuó Isabelle — y por eso me había estado


observando. Me agarró por el pelo y tiró de mí en dirección a la casa.— Sus
ojos se levantaron de sus manos cruzadas para encontrarse con los de Eugenie.
—Fue entonces cuando Adrian interfirió

Suspirando, Eugenie se levantó y vino a sentarse junto a Isabelle, poniendo


suavemente una mano en los pliegues del vestido de su amiga. —¿Qué pasó
entonces?

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—Lucharon, y Adrián lo habría matado si el ruido no hubiera empezado a


despertar a los demás. Las puertas se abrieron, y las voces se dirigieron hacia
nosotros. Adrián también lo notó, y la siguiente vez que mi marido cayó, me
cogió la mano y corrimos hacia los establos. Su caballo estaba esperando allí,
y nos fuimos — Las manos de Isabelle se tensaron, y las lágrimas se le
quedaron en los ojos mientras miraba a Eugenie. —Mientras nos alejábamos,
miré por encima del hombro y vi a mi marido mirándonos. La mirada en su
rostro...— Sacudió la cabeza. —No creo que la olvide nunca –

La profunda compasión se extendió a través de Eugenie al escuchar la historia


de Isabelle, pero también le dio paz al comprender finalmente el vínculo
silencioso que existía entre ella y Adrian. Era una profunda confianza, forjada
en un momento de completa incertidumbre y duda, y sin duda duraría toda la
vida.

—¿Qué pasa con Liam? — Eugenie preguntó cuando de repente se dio cuenta
de que él no había sido parte de la historia. —¿Eso fue antes de que lo tuvieras?

Isabelle asintió, frotándose un pañuelo en los ojos. —Adrián me llevó a su


campamento. Sabía un poco de hierbas y de curación, así que había
establecido que yo asistiera a su cirujano para darme un propósito y ayudarme
a ganar la confianza de los hombres—. Se burló, con una débil sonrisa en los
labios. —Yo era francesa después de todo. El enemigo, n'est-ce pas? –

Eugenie asintió, viendo la sabiduría en la sugerencia de su marido. —¿Y


llegaron a confiar en ti? –

Sonriendo, Isabelle asintió. —Fue un momento difícil. Después de todo, era la


guerra, y pese a ello, algunos de los mejores recuerdos de mi vida ocurrieron
entonces— Cerrando los ojos, suspiró, y una sonrisa melancólica apareció en
su cara. —Encontré el amor cuando menos lo esperaba –
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Eugenie sonrió, apretando la mano de Isabelle, segura de que el amor del que
hablaba su amiga no era Adrian. —Me alegro. Nadie se lo merecía más que tú,
después de todo lo que tuviste que sufrir –

—Merci—, susurró Isabelle, sus ojos azules brillando con esperanza. —Era
maravilloso, amable y compasivo, lo opuesto a mi marido. Se preocupaba por
los demás y siempre hacía lo que podía para curar su dolor, su pena. Nunca
había conocido a nadie como él, ni antes ni después.

—¿Él era el cirujano? — Eugenie dijo, preguntándose por la extraña forma en


que Isabelle la miraba como si esperara una reacción.

La otra mujer asintió. —Era él, y me dio el niño más maravilloso —. Un nudo
en su voz casi interrumpió la última palabra.

Eugenie se puso tensa, sintiendo un cambio en la atmósfera permanecía. —


¿Dónde está ahora? –

Isabelle tragó. —Murió cuando Liam aún no tenía tres años— Las lágrimas
nublaron sus ojos. Sin embargo, la mirada de curiosidad vigilante permaneció.

—Lo siento mucho — susurró Eugenie, abrumada por la tristeza que se


apoderaba de los rasgos de Isabelle así como por la idea de perder a Adrian
ahora que por fin lo había encontrado. El pensamiento era devastador, y sintió
el eco de la pena de Isabelle en su propio corazón.

—Fue entonces cuando Adrian nos trajo aquí — continuó Isabelle. —A


Inglaterra –

—¿Pero por qué a Ravengrove? — Eugenie preguntó, empezando a sentir que


algo estaba mal con la historia de Isabelle. —¿Por qué no fuiste a quedarte con
la familia de tu marido? Era inglés, ¿no es así? –

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Isabelle asintió. —Lo era, pero no era mi marido —. El arrepentimiento se


aferraba a sus ojos azules. —No podíamos casarnos porque yo ya estaba
casada –

—¡Oh! — Eugenie exclamó, casi olvidando los complicados giros que había
dado la vida de Isabelle. —Lo siento. ¿Su familia te rechazó? –

Isabelle sacudió la cabeza. —Nunca lo supieron. Nunca se lo dijo como nunca


le dijo a nadie. Él y Adrian estuvieron de acuerdo en que sería peligroso que
alguien lo supiera. Se preocupaban por mi marido y por lo que podría hacer si
alguna vez me encontraba. Querían enviarme lejos antes, pero no me iba a ir
—. Ella tragó, el indicio de una disculpa brillando en sus nublados ojos. —Lo
amaba y no podía soportar la idea de estar lejos de él — Sus ojos cerrados, y
su mandíbula apretada. —Finalmente, mi marido lo encontró –

El shock congeló el corazón de Eugenie. —¿Encontrarlo? ¿Quieres decir que


él...? –

Isabelle asintió. —No tengo pruebas, pero sé que es verdad, y también Adrian.
Nos trajo inmediatamente a Inglaterra y nos mantuvo aquí, aislados, lejos de
todo el mundo, para mantenernos a salvo –

Mirando a Isabelle, Eugenie sintió que se le secaba la boca. —¿Por qué me


dices esto ahora? —, susurró. —Esta última quincena, me has mirado de una
manera... no sé cómo describirla. Pero nunca antes me habías mirado de esa
manera, como si quisieras que supiera algo. Esto — Sus ojos se entrecerraron
mientras buscaba el rostro de Isabelle, que simplemente se sentó allí,
mirándola, dejándola sacar sus propias conclusiones. —¿Qué ha cambiado
desde el nacimiento de Emmeline? ¿Por qué ahora? ¿Por qué no antes? –

Isabelle tragó. —Ese día, me dijiste los nombres que habías elegido para tu
hijo –

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Eugenie asintió, recordando la forma en que la cara de Isabelle había


palidecido al escuchar... el nombre de su hermano.

La conmoción reverberó en su cuerpo cuando la repentina comprensión la


golpeó. Se le saltaron las lágrimas, y miró a Isabelle como una mujer que una
vez fue ciega y ahora podía ver.

...para ayudar a su cirujano.

...amable y compasivo...

...para curar su dolor, su pena.

—No — Eugenie jadeó, sintiendo la verdad hasta los huesos, pero incapaz de
aceptarla.

—Oui — confirmó Isabelle, su mano se agarró más fuerte a la de Eugenie. —


Se llamaba Emery Caswell, hijo del Conde de Pembroke. Tu hermano –

Mientras las lágrimas corrían por su rostro, Eugenie recordaba vagos pasajes
de las cartas de su hermano. Pasajes que la habían llevado a creer que su
hermano había encontrado a alguien, que había entregado su corazón a otra.
La alegría y la esperanza se habían aferrado a sus palabras, y ella había
revisado cada nueva carta que había llegado, esperando verle confirmar sus
sospechas.

Pero entonces él murió, y todas sus esperanzas habían muerto con él.

Y ahora, aquí estaba, dos años después, sentada junto a la joven que había
hecho tan feliz a su hermano. Conocía a Isabelle desde hace meses, y sin
embargo, nunca lo había sabido. ¿Cómo podría haberlo hecho? Ni siquiera
Isabelle había sido capaz de unir las piezas.

—¿Lo sabía Adrian? — Eugenie preguntó, recordando cómo había empezado


a hablarle de su hermano el día que nació Emmeline.
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Isabelle asintió. —Lo hacía. Él... –

Un golpe sonó en la puerta, y Eugenie parpadeó al recordar que un mundo


entero existía fuera de esta pequeña habitación. —Entra –

—Buenos días, mi Lady—, Liam la saludó con una sonrisa. —Hola, mamá.
Vine a ver a Emmeline. ¿Está ella aquí? –

Mirando al niño de pelo negro, Eugenie no pudo responder, su voz se atascó


en su garganta. ¡Era el hijo de su hermano!

¡Su sobrino!

¡El primo de Emmeline!

¡El niño pequeño de Emery!

Su mente saltó de pensamiento en pensamiento, y se sintió abrumada por el


significado que se le daba. ¡Era de su familia! ¿No se había maravillado del
parecido hacía sólo unos días? Y ahora, sabía que no había sido su
imaginación. De hecho, era cierto.

—No está aquí, cariño— respondió Isabelle a su hijo. —Está con su padre.
Creo que los encontrarás en su estudio –

—Gracias — exclamó Liam antes de cerrar la puerta tras él y salir corriendo.

Eugenie sintió que sus manos comenzaban a temblar mientras miraba


fijamente la madera oscura de la puerta. Su corazón y su mente se sintieron
entumecidos pero, al mismo tiempo, le dolía mucho la verdad que acababa de
aprender.

—¿Estás enfadada? — Isabelle susurró a su lado, su mirada se elevó


cuidadosamente para mirar a Eugenie.

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Eugenie tragó, y luego sacudió la cabeza. —No sé muy bien cómo me siento
— respondió antes de volver la mirada a la joven que estaba a su lado. —Pero
no estoy enfadada. Simplemente... yo... –

—Lo sé — dijo Isabelle, apretando su mano. —Yo también me sentí abrumada


cuando finalmente entendí quién eras. Le grité a Adrian, pero ahora entiendo
que él también fue sacudido por los giros del destino que nos unieron de este
modo –

Eugenie asintió con la cabeza, y luego se levantó de repente del sofá, moviendo
sus pies hacia la puerta por su propia cuenta. —Necesito hablar con mi
marido –

Isabelle también se levantó. —Me preocupo por ti — dijo, con la voz


temblorosa — y quiero que conozcas al hijo de tu hermano. Quiero que Liam
te conozca a ti, a ti y a Emmeline –

Deteniéndose con su mano en la manija de la puerta, respiró lentamente.


Luego se volvió para mirar a Isabelle. Vio las lágrimas aferradas a las pestañas
de su amiga, así como el ligero rizo de sus labios, esperando y sin embargo
temiendo su respuesta.

—Somos familia — susurró Isabelle mientras las lágrimas se derramaban y


corrían lentamente por sus mejillas. —¿No es asi? –

Un sollozo escapó de los labios de Eugenie y antes de que se diera cuenta, sus
pies la llevaron a través de la habitación y a los brazos de Isabelle. —Lo somos
— dijo Eugenie jadeando, abrazando a su amiga con fuerza. —Y siempre lo
seremos.

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Capítulo treinta y cuatro

Un momento perfecto
Traducción Tutty

En el momento en que Eugenie e Isabelle entraron en su estudio, Adrian supo


que la verdad había sido revelada. Había algo en sus ojos, en la forma en que
se miraban, que hablaba de un vínculo más profundo que el que habían
compartido antes.

—Adrian ¿quieres dar un paseo conmigo? — preguntó su esposa, con su


abrigo de invierno ya en sus brazos.

—Por supuesto

—Me ocuparé de los niños — les aseguró Isabelle mientras se adelantaba y se


acercaba a donde su hijo estaba sentado sosteniendo a Emmeline en su regazo.
—Vayan y hablen entre ustedes –

Buscando su propio abrigo de invierno, Adrian acompañó a su esposa afuera


a los jardines. Una suave capa de nieve cubría el suelo, se extendía sobre las

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ramas desnudas y las hojas perennes pulverizadas. El sol brillaba con fuerza,
y el mundo que les rodeaba brillaba de forma maravillosa.

—Ella te habló de Emery, ¿no es así? –

Eugenie asintió con la cabeza, luego caminó unos pasos más antes de darse
vuelta, sus ojos gris plateados se encontraron con los de él. —¿Por qué no lo
hiciste? –

Adrian respiró profundamente. —No lo sé –

—Eso no es cierto—, respondió su esposa, y pudo ver el temblor en su


mandíbula que le hizo apretar los dientes. —Tenías miedo, ¿no es así? –

Adrian tragó.

—Dímelo –

Un gruñido frustrado se levantó de su garganta ante la exigencia de su voz,


porque sabía que sólo ella podía ser su perdición. —Yo…yo…— mirándola, se
acercó más, consciente de su determinación de escuchar la verdad. —Tenía
miedo, sí –

—¿De qué?–

Su mandíbula se apretó como si fuera a coincidir con la de ella, y pudo sentir


su antigua vida agitándose justo debajo de la superficie de la paz que había
sentido estas últimas semanas. — De que me culparas— dijo finalmente,
asombrado por el alivio que le invadió cuando esas pocas y simples palabras
salieron de sus labios.

—¿Por qué iba a hacer eso? –

—Era tu hermano, y murió por algo que yo hice –

Un ceño fruncido le hizo caer las cejas. —¿Qué quieres decir? –

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Pasando una mano por su cara, Adrian luchó para mantener su frustración
bajo control. — Fui yo, no él. Yo me llevé a Isabelle esa noche. Era a mí a quien
su marido juró matar—. Sus ojos se abrieron de par en par y Adrian lo
entendió. —Ella no te dijo eso, ¿verdad? –

Eugenie sacudió la cabeza, las lágrimas empañaban sus ojos ya enrojecidos.

Adrian suspiró y alcanzó sus manos. — Fue culpa mía — le dijo, sintiendo el
temblor que sacudió su cuerpo, — Y temí que me odiaras por ello—. Él tragó.
—Incluso antes de que nosotros... yo...— Apretando los dientes, maldijo en
voz baja. — Era tu hermano, y murió por mi culpa. Si no me hubiera llevado a
Isabelle esa noche, su marido nunca habría ido a por ella y Emery nunca habría
quedado atrapado en el fuego cruzado –

—Es verdad — dijo Eugenie, su voz espesa con las lágrimas que corrían por
sus mejillas heladas. —Pero también es cierto que si no te hubieras llevado esa
noche, mi hermano nunca habría encontrado el amor, nunca habría tenido a
su hijo, y quién sabe qué le habría pasado a Isabelle— Al tragar, sacudió la
cabeza. Luego se adelantó y le puso una mano en la mejilla. — No, no hiciste
nada malo. No podías saber lo que iba a pasar. Hiciste lo correcto, y todo lo
demás es simplemente una tragedia, pero no es tu culpa –

Adrián exhaló un profundo aliento, abrumado por la compasión que vio en


sus ojos plateados. —¿Cómo puedes no odiarme por esto? — susurró en la
palma de su mano mientras la acercaba, preguntándose por qué ella le
permitiría hacerlo.

Sus manos rozaron su cara, trazando la larga cicatriz en su mejilla. —No fue
culpa tuya — repitió ella, con sus ojos grises instándole a que la escuchara. —
No más que la culpa de mi padre por hacer sentir a Emery como si necesitara
probarse a sí mismo. No más que la culpa de Emery por elegir unirse a las
tropas. Todos tomamos nuestras propias decisiones, igual que yo tomé la
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mía—. Sus manos se apretaron sobre él, y algo nuevo parpadeó a la vida en sus
ojos. —Nunca podría odiarte. Nunca–

Adrian sintió el aliento alojado en su garganta mientras los ojos de Eugenie le


miraban de la misma forma que había visto a Isabelle mirar a Emery.

—¿No ves que te amo? — susurró su esposa mientras apretaba sus manos
posesivamente. Sus labios se curvaron en una sonrisa burlona, y él pudo ver
que la esperanza y el miedo luchaban dentro de ella. —Porque lo hago. Te amo

Sus ojos se cerraron cuando el calor de sus palabras se apoderó de él,


ahuyentando el frío que siempre había persistido en sus huesos. Nunca más
volvería a tener frío, y la alcanzó, tirando de ella en sus brazos, y apoyó su
frente contra la de ella. —Yo también te amo — susurró. —Nunca me creí
capaz, no después de todo...— Su voz se apagó, y luego la estaba besando y
ella lo estaba besando a él, y en ese momento, el mundo era un lugar perfecto.

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Capítulo treinta y cinco

Madres
Traducción Tutty

Al acercarse rápidamente la Navidad, Eugenie sintió que era el momento de


resolver las dudas e incertidumbres que aún permanecían en su nueva familia.
Ella e Isabelle ya habían hablado largo y tendido, compartiendo sus recuerdos
de Emery y explicando a Liam que el padre que apenas recordaba era el
hermano de Eugenie. Sus ojos azules se habían ensanchado cuando
comprendió el significado de todo, y ahora cada vez que miraba a Emmeline,
había un nuevo brillo en sus ojos. Uno que calentaba el corazón de Eugenie.

Todo estaría bien y su hija conocería la felicidad, pero sólo si el otro elefante
de la habitación fuera abordado.

Y así Eugenie extendió una invitación a su primer esposo, Lord Wentford, así
como a su familia para que vinieran y se quedaran con ellos por unos días.

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Sabía que habría tensión, pero podía resolverse. Al menos, eso era lo que ella
esperaba.

Después de todo, era Navidad, una época de milagros.

El día que el carruaje de Wentford entró en el patio, salió a la entrada, con su


marido a su lado para saludar a sus invitados.

Ravengrove brillaba con nuevo esplendor. Los suelos y las paredes de piedra
habían sido lavados y los tapices liberados del polvo. Un fuego ardía en cada
habitación y las velas brillaban con fuerza, iluminando incluso los rincones
más oscuros que alguna vez habían ocultado fantasmas. El olor de los pasteles
frescos se movía por los pasillos, mezclándose con el aroma de los árboles de
hoja perenne que decoraban la vieja estructura de piedra. Las sonrisas la
miraban a donde quiera que fuera, y Eugenie podía sentir el cambio en el aire
mientras sus pies la llevaban por su nuevo hogar.

El hogar. Finalmente lo había encontrado, y era feliz. Más feliz de lo que nunca
había creído posible.

—Todavía piensas que esto es una mala idea — susurró Eugenie mientras
miraba a su marido, que se mantenía bastante rígido a su lado.

Adrián respiró lentamente, su mirada se dirigió al carruaje que lentamente se


detuvo. —No sé qué decirte –

Eugenie asintió, deslizando su mano a través de la curva de su brazo. —No


creo que importe — le dijo — mientras sea verdad –

Y entonces sus invitados estaban allí, ofreciendo sus deseos de Navidad y


agradeciéndoles la invitación. Eugenie notó la misma tensión en el rostro de
Lord Wentford que había visto en el de su esposo y esperaba que los hombres
encontraran un momento para hablar y aclararlo todo.

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—Quiero ver al bebé — exclamó Milly mientras se apresuraba hacia Eugenie,


rodeándola con sus pequeños brazos.

Eugenie se rio, notando la forma en que su marido respiró hondo mientras su


mirada volaba de la niña a su padre. —Y lo harás — aseguró Eugenie a su ex
hijastra. —Pero ella está dormida ahora mismo, así que tienes que tener
paciencia –

—¿No podemos despertarla? — Milly sugirió, inocente.

Lady Wentford se rio. —Ciertamente podrías, querida, sin embargo, te


aseguro que llegarías a lamentarlo –

Eugenie le sonrió a la otra mujer, sabiendo que ellas también tenían mucho de
qué hablar.

Mientras entraban en el pasillo, entregando sus abrigos a los lacayos que


esperaban, Eugenie miró hacia arriba para ver a Liam bajando rápidamente las
escaleras. —¿Se siente tu madre mejor? –

Liam asintió. —La fiebre se ha ido, pero todavía está cansada. Me dijo que
fuera a jugar –

—Necesita descansar—, le dijo Eugenie, dándole a su sobrinito un suave


abrazo. — Sólo es un resfriado, y se sentirá mejor en unos días. Ven a conocer
a Milly — Presentó a los dos niños y, en pocos momentos, se fueron,
explorando el castillo y charlando sobre fantasmas y duendes.

Riendo, Eugenie se acercó a Lady Wentford. —¿Puedo mostrarte la guardería?


Como era de esperar, la otra mujer asintió de forma vigorosa, pero luego
dirigió una mirada significativa a su marido antes de que ella se pusiera al lado
de Eugenie. —Esperaba tener la oportunidad de hablar contigo a solas –

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—Como yo — respondió Eugenie, aliviada por la forma directa de hablar de


la condesa. —Tengo la esperanza de que seamos amigas en el futuro, pero creo
que para que eso suceda, tenemos que hablar con honestidad –

Mientras subían al rellano, Lady Wentford se volvió hacia ella, con una
sonrisa en los labios. —No podría estar más de acuerdo, y por favor, llámame
Nessa. Si vamos a ser una familia, entonces esta es una buena manera de
empezar

Eugenie asintió, devolviendo el gesto amable de la otra mujer. —La guardería


está por aquí — dijo, llevando a Nessa por el pasillo a una habitación junto a
la suya. En silencio, abrió la puerta y entraron. Una criada se levantó de una
silla, haciendo una pequeña reverencia antes de volver a su tarea de enderezar
los pañales del bebé.

Con los pies quietos, entraron en la habitación contigua donde había una cuna
de madera cerca de la pared del fondo, con un dosel azul claro colgando sobre
ella, envolviendo a la niña en un capullo de calor y paz. —Oh, es hermosa —
susurró Nessa mientras miraba a la niña dormida. —Esos rizos negros la
hacen parecer muy atrevida—. Se cubrió la boca cuando una suave risa se
escapó de sus labios.

Eugenie asintió. —Oh, no puedo esperar a ver la pequeña persona en la que se


convertirá. ¿Cómo era Milly cuando nació? –

Instaladas en los sillones tapizados de la esquina, las dos mujeres comenzaron


a hablar, compartiendo lentamente historias de sus hijas para ver cómo sería
estar en la vida de cada una. Ahora que Nessa recordaba su vida anterior, su
marido y su hija, todo era más sencillo. La conversación siguió siendo ligera y
alegre, y Eugenie se sintió aliviada al ver que se sentía a gusto hablando con
Nessa. Aun así, necesitaba respuestas.

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Necesitaba la verdad.

—¿Has hablado con tu marido sobre Emmeline? –

Suspirando, Nessa asintió. —Esta situación no es fácil — admitió con una


mirada a la cuna, — Y me alegro de que sientas la misma necesidad de
abordarla —. Puso los ojos en blanco. —Grant está un poco intranquilo –

—También Adrian — confirmó Eugenie, disfrutando de la informalidad entre


ellas.

La mirada de Nessa se estrechó, y una sonrisa burlona curvó sus labios.

— Supongo que algo ha pasado entre ustedes dos desde la última vez que
nos vimos –.

Sonriendo, Eugenie asintió con la cabeza.

—Oh, eso es maravilloso — exclamó Nessa en un susurro. — ¡Estoy tan feliz


por ti! ¡Por los dos! Grant ha estado terriblemente preocupado por tu marido,
y no creo que sepa cómo enfrentarse a él — Eugenie vio una nueva
determinación en los ojos color avellana de Nessa. —Entonces hablemos de
esto y terminemos con eso –

— Parece una idea maravillosa— se rió Eugenie. —Espero que nuestros


maridos hagan lo mismo –

Nessa se encogió de hombros. —Si no, puede que tengamos que darles un
pequeño empujón —. Sus ojos brillaron. —A veces, los hombres pueden ser
terriblemente obstinados — Se aclaró la garganta. —Ahora, ¿qué hacer con
nuestras hijas? En cierto modo, todos hemos compartido sus vidas, y me
encantaría que continuáramos haciéndolo. Lo he hablado con mi marido, y
nos encantaría ser parte de la vida de Emmeline como nos encantaría que tú y
tu esposo fueran parte de la de Milly. ¿Es eso algo que considerarías? –

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Suspirando con alivio, Eugenie asintió con la cabeza. —Eso es exactamente lo


que he estado deseando escuchar. Extraño a Milly, y quiero que Emmeline la
conozca así como vosotros dos. Todos podemos ser una familia, ¿no es así? –

Nessa asintió. —¿Tu marido... quiere ser el padre de Emmeline? –

— Quiere serlo — sonrió Eugenie. —Oh, ¡deberías verlos juntos! La adora.


No podría quererla más si fuera de su propia sangre –

—Entonces no debería haber ningún problema, ¿verdad? —. Nessa respondió,


sus ojos color avellana riéndose mientras le sonreía a Eugenie. —Espero que
nuestros maridos no sean demasiado testarudos para ver eso

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Capítulo treinta y seis

De Padre a Padre
Traducción Tutty

Viendo a su esposa irse con Lady Wentford, Adrian sintió que sus palmas
comenzaban a sudar. Miró a su amigo por el rabillo del ojo y encontró a Grant
con una expresión igualmente tensa en su cara mirándolo.

Pasando sus manos por su cabello, su amigo comenzó a caminar por el pasillo.
—Esto es ridículo — se rio cuando se dio la vuelta y volvió caminando hacia
Adrian. —Hemos sido amigos desde siempre. Deberíamos saber cómo
hablarnos –

Adrian sintió que parte de la tensión se le iba de los hombros. —Supongo que
tienes razón — respondió, suspirando largamente, sin poder encontrar las
palabras.

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Una vez más, el silencio se mantuvo en el gran salón, y la quietud le recordó a


Adrián los años que había pasado aquí, sintiendo como si alguien lo hubiera
enterrado junto con su familia muerta. Nunca más quería sentirse así.

—¿Eres feliz? — finalmente le preguntó a su amigo. — ¿Con tu esposa?


Parecéis muy unidos. ¿Ella te recuerda? ¿Su tiempo juntos?

Sonriendo, Grant asintió. —Ocurrió el día que nos fuimos de aquí. No sé


cómo. Estábamos cabalgando, compitiendo entre nosotros — Su mirada se
hizo distante al recordar el momento que había cambiado todo. —Todavía
recuerdo su risa, la forma en que se burlaba de mí para atraparla, y luego de
repente...— Suspiró. —Ella regresó. Simplemente recordó –

—Me alegro por ti —, dijo Adrian, dándose cuenta de que su corazón se sentía
realmente más ligero. Mucho tiempo atrás, él y Grant habían compartido
todo, pero luego se habían distanciado y el vínculo entre ellos se había vuelto
más tenue, más difícil de ver.

Pero parecía que todavía estaba ahí.

Cerrando los ojos, Adrian inhaló una respiración profunda. —¿La quieres?
preguntó, sintiendo su corazón retorcerse de dolor y miedo.

Grant frunció el ceño. —¿A Nessa?

—A Emmeline –

Su amigo tragó. —Me gustaría verla — dijo finalmente, dando un paso hacia
Adrian. —Me gustaría conocerla —. Por un momento, la mirada de Grant se
quedó en la suya antes de que una sonrisa se extendiera por las comisuras de
su boca. —Quiero compartir su vida como quiero que tú compartas la de Milly

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Por las palabras de su amigo, el aliento que había estado conteniendo se


escapó de los pulmones de Adrian. Por un momento, se sintió completamente
mareado.

—¿Tenías miedo de que intentara quitártela? — Grant preguntó, poniendo


una mano en el hombro de Adrian. —¿No la confié a tu cuidado? ¿No te pedí
que la protegieras? ¿Para ver su felicidad? –

Adrian asintió. —Lo hiciste, y sin embargo, sé cómo las intenciones de uno
pueden... cambiar con el tiempo, con...— Suspiró.

Grant se rio, con la incredulidad abriendo los ojos mientras le miraba


fijamente. —Estás enamorado de ella. De Eugenie. La quieres –

Incapaz de luchar contra la sonrisa que se le dibujaba en la cara, Adrian miró


hacia otro lado, todavía no acostumbrado a compartir lo que sentía con los
que le rodeaban. —No pude evitarlo — se rio, mirando a su amigo como si
tuviera miedo de objetar.

—¡Bravo! — exclamó Grant, dándole una palmada en el hombro. —Temía que


pasaras el resto de tu vida pudriéndote en esta tumba—. Miró a su alrededor
en el salón decorado festivamente. —Pero ya no es una tumba, ¿verdad? La
vida ha vuelto a Ravengrove. La vida y el amor –

—Lo ha hecho — acordó Adrian, dándose cuenta de lo afortunado que era de


que todo hubiera sucedido de la manera en que lo había hecho. —Gracias a
ella. Por lo que ella vio en mí –

Grant asintió a sabiendas. —Sí, las mujeres tienen una forma de ver lo que ni
siquiera nosotros mismos conocemos — Se rió. —Apenas pasa un día en que
Nessa no me sorprenda. A Milly también — Sonrió. —Ya lo verás. Antes de
que te des cuenta, tu hija te tendrá envuelto alrededor de su dedo meñique...
y te encantará cada momento –
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Las palabras de Grant calentaron su corazón. Después de todo este tiempo,


Adrian finalmente se encontró relajado. —Es tan pequeña… — susurró, dando
voz al asombro que sentía cada vez que ponía los ojos en su hija — Y sin
embargo, hay una fuerza en ella que nunca antes había visto. Me hace querer
ser... mejor... para ella, para las dos –

—Conozco el sentimiento — respondió Grant, un profundo suspiro saliendo


de sus labios. —No hay nada más asombroso que la familia, ¿verdad? –

Adrian tragó. —Pensé que nunca tendría eso de nuevo –

—Tus padres y tus hermanos querrían que fueras feliz — dijo Grant, su
mirada insistente mientras miraba a Adrian. —No lo dudes. No te sientas
culpable por haber encontrado la felicidad. Si los papeles se hubieran
invertido, habrías querido lo mismo para ellos –

Parpadeando las lágrimas que aparecían tan a menudo en estos días, Adrian
asintió con la cabeza. —Tienes razón. Siempre lo he sabido pero, a veces, no
es fácil convencerse a sí mismo de una verdad que está justo delante de sus
ojos —. Aclarando su garganta, se preparó para lo que le esperaba.

—¿Qué pasa? — Grant preguntó, con el ceño fruncido en la cara, y Adrián


podría haberse regocijado al pensar que su amigo lo conocía tan bien a pesar
de los años que se interponían entre ellos.

—Necesito tu ayuda — dijo finalmente Adrian — Para proteger a mi


familia—. Y luego le dijo a Grant todo lo que había pasado en los últimos años.
Le habló de Emery e Isabelle, de la noche en que la robó y del juramento de su
marido de matarlo. Le habló de la muerte de Emery y de su temor de que un
día volviera a casa y se encontrara con que Trouvé le había localizado y se
había vengado de la peor manera posible.

Quitándole la vida a sus seres más queridos.


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Eugenie y Emmeline.

—Planeaba volver a Francia — le confió a su amigo, —pero ahora sé que


hubiera sido una tontería. Desde que mi familia murió en ese incendio, me he
sentido solo. He sentido que no quedaba nadie que me acompañara—.
Sacudió la cabeza. —Pero eso no es cierto –

—Me alegro de que te hayas dado cuenta — exclamó Grant, con alivio en sus
ojos verdes. — Cuenta conmigo para lo que necesites. ¡No lo olvides nunca! –

—Gracias— dijo Adrian, abrazando a su amigo como no lo había hecho en


años. —Eres un buen amigo, y no debería haberme permitido olvidarlo

—¡El mejor! — Grant se rio, abrazándolo fuertemente. —Ahora, dime, ¿cuál


es tu plan?

Cuando Eugenie y Nessa regresaron abajo y descubrieron a sus maridos


escondidos en el estudio de Adrian, las miradas en sus rostros eran de
complicidad mientras la puerta se abría y las mujeres cruzaban el umbral,
Eugenie sabía en lo profundo de su corazón que todo estaría bien.

Nessa se rio, mirando de un hombre a otro. —Tienen las miradas de zorros


astutos a punto de colarse en el corral de las gallinas —, comentó, sus ojos se
estrecharon ligeramente antes de volverse hacia Eugenie. —¿No estás de
acuerdo? –

Eugenie sonrió. —En efecto. ¿Nos vais a decir qué está pasando? ¿Qué nos
hemos perdido? –

Mientras Adrian tenía una mirada un poco tensa en su rostro, la sonrisa que
llegaba a sus labios era bastante poco natural, Lord Wentford se rio con
facilidad, sus ojos verdes parpadeaban cuando se volvía hacia su esposa. —

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Les aseguro, señoras, que no hay nada malo aquí. Sólo dos viejos amigos
poniéndose al día –

—¡Qué lástima! — Nessa comentó mientras su marido la empujaba a su lado.


—Nos vendría bien un poco de emoción –

—¿Es la vida demasiado aburrida para ti, querida? — Lord Wentford se burló
de su esposa. —¿Hay algo que pueda hacer para que sea más... atractivo para
ti? –

Nessa se rió, y Eugenie se volvió hacia su propio marido, sintiéndose de


repente como una intrusa al ver sus bromas íntimas. — ¿Estás bien? — le
preguntó, notando la tensión de sus labios.

—Estoy bien—, le dijo él. Aunque sus músculos seguían tensos, la mirada en
sus ojos azules le dijo que él también estaba a gusto con la situación.

—¿Hablaste con él? — susurró, deslizando su mano a través de la curva de su


brazo. —¿Sobre Emmeline? –

Suspirando, Adrián se volvió hacia ella y, esta vez, la sonrisa que le vino a los
labios hablaba de felicidad total. —Ella es mía— susurró, acercándola a sus
brazos. —Toda mía –

Eugenie le devolvió la sonrisa, y le dio un beso rápido en la mejilla. —Soy feliz


de escucharlo. ¿Considerarías compartirla conmigo? –

Riéndose entre dientes, Adrian ahuecó su mejilla. —Todo lo que tengo es


tuyo. Siempre –

Inclinándose hacia su marido, Eugenie suspiró mientras su corazón se


asentaba en un ritmo más tranquilo, uno de paz y seguridad.

—¿Té? — fue la pregunta de Nessa desde el otro lado de la habitación. —


Admito que me vendría bien una taza –
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Charlando y riendo, los cuatro se aventuraron en el salón. Aunque Eugenie


todavía podía sentir un poco de tensión en el aire, ésta se fue retirando poco a
poco a medida que todos se acomodaban.

Los siguientes días pasaron en una armonía bastante inesperada. Liam y Milly
se habían convertido rápidamente en amigos mientras deambulaban por la
vieja fortaleza, robando galletas de la cocina y aullando como fantasmas
cuando alguien pasaba por su escondite en un pequeño rincón de la escalera.
Más de una criada dejó caer lo que llevaba, y aun así, nadie pudo enfadarse
con los dos pilluelos. Después de todo, eran sus risas las que devolvieron la
vida a Ravengrove y era también un ejemplo inspirador para sus familias.

Aunque al principio fue incómodo, los adultos pronto aceptaron dirigirse el


uno al otro por sus nombres de pila, sobre todo teniendo en cuenta que la
mayoría ya lo estaba haciendo.

De vez en cuando, Eugenie sentía cierta confusión cuando hablaba con Lord
Wentford, - Grant - considerando el pasado que habían compartido y el
futuro que hubieran tenido si las cosas no se hubieran desarrollado como lo
hicieron. En ocasiones, vio las mismas miradas en los rostros de su marido y
de Nessa; sin embargo, todos estaban igualmente decididos a encontrar una
forma de superar esa incomodidad inicial.

Así que el tiempo que pasaron juntos fue una alegría para todos, un nuevo
comienzo, una oportunidad de ser una familia. A menudo caminaban por la
nieve y llevaban a los niños a construir muñecos de nieve. Cuando sus rostros
se ponían rojos por el frío, volvían al interior para tomar té caliente y galletas
recién horneadas. Las comidas las tomaban juntos; madres, padres y niños, e
incluso la pequeña Emmeline se unía a ellos en el comedor, su pequeña cuna
era colocada en el rincón donde podía escuchar el zumbido de las voces de su
familia y permitir que la ayudaran a dormir.
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El único momento en que Eugenie sintió que todos contenían la respiración


fue cuando Grant se acercó a la cuna de Emmeline un día mientras estaban
sentados juntos en el salón. Había empezado a llorar y antes de que Eugenie
pudiera ponerse de pie, Grant la había levantado con la facilidad práctica de
un padre. —Calla, calla, pequeña Emmeline. No hay necesidad de llorar— le
susurró mientras la mecía suavemente en sus brazos.

Mirando a Adrian y Nessa, Eugenie notó que se habían calmado de una


manera que envió una puñalada de inquietud a través de su corazón. Sin
embargo, su corazón se detuvo por completo cuando Milly se paró junto a su
padre en el sofá y miró la carita de Emmeline. —Padre, ¿puedo tener una
hermana pequeña también? –

Más de un par de ojos cayeron al suelo, sorprendidos y sin palabras.

Sin embargo, Liam dio un paso adelante, su pequeña frente arrugada en el


pensamiento. —Tal vez podamos compartirla. No creo que le importe. Parece
que le caemos bien los dos —. Pasando un dedo por la manita de Emmeline,
sonrió cuando ella la agarró, agarrándose fuerte. —¿Ves? Ella nunca quiere
que me vaya –

Milly se rio y luego pasó su dedo por la otra mano de Emmeline.


Inmediatamente, los dedos de la niña se desdoblaron, alcanzando a agarrar el
de Milly. —Ella también quiere que me quede —, se rio, con la más profunda
de las alegrías iluminando su rostro.

Fue entonces cuando los adultos se miraron y sonrieron, dándose cuenta de


que no había nada que condujera más ciertamente a la felicidad que compartir
la propia alegría con los demás. Después de todo, no se trataba de una cuestión
de ninguna de las dos cosas. Todos podían ser la familia de Emmeline como
ella era la suya.

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

Más tarde ese día, Isabelle se les unió en el salón, sentada cómodamente en un
sillón tapizado, con una manta envuelta alrededor de sus piernas. —Me siento
realmente mejor — protestó mientras todos se apresuraban a ofrecerle té y
galletas, preguntando si había algo más que necesitara. —Es sólo un resfriado.
Me levantaré en unos días –

Esa noche, todos se sentaron juntos en el salón mucho después de que el día
terminara. Sentado cerca de la chimenea, Grant les leía, su voz calmada y
tranquilizadora resonaba por la acogedora habitación mientras el fuego
crepitaba en la chimenea. Todos los niños yacían en los brazos de sus madres,
con los ojos cerrados y sus pechos subiendo y bajando con la tranquilidad del
sueño.

Eugenie sintió el brazo de Adrián asentarse alrededor de sus hombros


mientras la acercaba a ella y a su hija dormida, sus ojos azules brillaban
mientras les sonreía. Como siempre, el corazón de Eugenie dio un salto y ella
le devolvió la sonrisa, sintiendo su interior caliente con el amor que se
hinchaba en su pecho. Nunca podría haber imaginado tal felicidad.

Y, mientras miraba a su alrededor, mirando desde su pequeña familia a Grant


y Nessa y su hija, no pudo evitar notar que alguien faltaba.

Acurrucado como Milly, Liam yacía con su cabeza en el regazo de su madre,


su mano rozando suavemente sus negros rizos. La vista era completamente
pacífica. Pero Eugenie sabía que el cuadro estaba incompleto.

Emery debería haber estado allí. Si lo hubiera estado, su mundo habría sido
realmente perfecto. Al igual que el de Isabelle y Liam.

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

Capítulo treinta y siete


¿Qué pasa si la historia se repite?
Traducción Tutty

Parado con sus manos entrelazadas detrás de la espalda, Adrian miró los
jardines cubiertos de nieve, viendo a su esposa tirar de un pequeño trineo, con
Emmeline acurrucada cálidamente dentro de él. Nessa corria con Liam y Milly
mientras se aventuraban más profundamente en los jardines cerca del
pequeño estanque donde se había acumulado más nieve la noche anterior. El
muñeco de nieve que habían construido unos días antes tenía montones de
nieve fresca cubriendo su cabeza y brazos, su nariz de zanahoria estaba
torcida y los niños se apresuraron a devolverle su antigua gloria.

—Es una imagen pacífica, ¿no es así? — Grant comentó mientras se acercaba
por detrás de Adrian. —¿Estás seguro de que no quieres decírselo?

Suspirando, Adrian sacudió la cabeza. —Saberlo sólo la asustaría—. Apretó


los dientes, y luego se giró para mirar a su amigo. —¿Estoy haciendo lo

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

correcto? ¿Y si se lastima? ¿Y si Emmeline...? — Se rompió, frotándose las


manos en la cara. —Tal vez debería haber ido a Francia después de todo –

Al dar un paso adelante, Grant agarró los hombros de Adrian, con sus ojos
verdes duros mientras miraba a su amigo. —Entiendo tus dudas, pero esta es
la mejor manera de terminar esto de una vez por todas. Aún estamos en guerra
con Francia, y aunque no tengo dudas de que podrías haber encontrado la
forma de llegar allí, habrías estado solo mientras Trouvé habría tenido sus
hombres para respaldarlo — Sacudió la cabeza. —No, es mejor atraerlo aquí
donde tienes la ventaja –

Adrian miró por encima del hombro a su familia jugando en la nieve. —Hace
quince días, todo eso parecía completamente razonable, pero ahora...— Se
encogió de hombros, volviéndose para mirar a Grant. —¿Qué pasa si algo sale
mal? –

Exhalando fuerte, Grant retrocedió, con la cara tensa, rebelando su propia


ansiedad. —No puedes vivir en la duda para siempre. No puedes esperar y ver
si hoy es el día en que te encontrará. Tienes que hacerte cargo.

Adrian tragó. —¿Pero qué pasa si la historia se repite? — De nuevo, vio el


cuerpo sin vida de Emery, la sangre acumulada bajo su cabeza.

—No lo hará — dijo Grant con determinación, — porque ahora estás


preparado. Emery... no era consciente del peligro cuando Trouvé lo encontró.
Pero ya lo sabes. Esa es tu ventaja –

Adrian asintió, deseando haber sido más cauteloso antes. Si hubiera tomado
en serio la amenaza de Trouvé, Emery podría seguir vivo. En cambio, su amigo
había muerto, sin querer revelar el paradero de Isabelle o Adrian al hombre
que amenazaba su vida.

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

Trouvé no sabía que su esposa había encontrado el amor con Emery y, más de
una vez, Adrian se había preguntado si Emery había dejado escapar algo en
sus últimos momentos. Sólo podía esperar que el hombre no supiera lo de
Liam porque sin duda pondría al chico en peligro.

—Trouvé desembarcó en Inglaterra hace dos días—, conto Grant, —y debido


a la guerra, ahora está solo en un país extranjero. Fue introducido de
contrabando en un barco de carga y ahora se dirige al norte. Estará aquí
pronto

Adrian tragó saliva. —Quiero encerrarlos dentro hasta que todo termine

—Lo sé —. Grant asintió. —Yo también, pero no podemos dejar que vea que
sabemos que está aquí—. Miró por la ventana, y su brazo se abrió de par en
par, abarcando toda la finca. —Los hombres están en su lugar y en alerta
máxima. No entrará sin ser detectado, y entonces lo tendremos

Adrian asintió, agradecido de tener a su amigo a su lado. Confiar en él y pedirle


ayuda había disminuido realmente la tensión en la conciencia de Adrián;
aunque no podía borrar la culpa. Pero, había verdad en las palabras de Grant.
Esto tenía que terminar por el bien de todos. Necesitaban estar seguros,
sentirse seguros para poder mirar al futuro.

Y por primera vez en muchos años, Adrián no quería morir en el proceso.

Quería vivir y ver crecer a su hija.

Quería una vida con Eugenie a su lado.

Con Eugenie en sus brazos.

Quería todo eso y más.

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Bree Wolf - Happy Ever Regency #2 - Cómo domar a un Señor bestial

—Vamos — dijo Grant, apretando una mano sobre el hombro de Adrian y


sacándolo de sus pensamientos. —Él estará aquí pronto. Deberíamos tomar
posiciones con los demás –

Asintiendo con la cabeza, Adrian se alejó de la ventana.

Si tan sólo el día de hoy ya hubiera terminado.

Mirando a su hija que dormía tranquilamente, Eugenie se inclinó y sintió la


frente de su hija, luego deslizó un dedo a lo largo de su cuello, más allá de su
hombro y sintió su espalda.

Caliente.

Suspirando, Eugenie se enderezó, recordándose a sí misma que no debía


preocuparse demasiado. Como madre primeriza, a menudo no estaba segura
de cuál era la mejor manera de cuidar a Emmeline, preocupada por si la había
vestido demasiado abrigada o no. Especialmente en la nieve. Aún así, mientras
que las mejillas de su hija se sonrojaban y estaban un poco frías al tacto, el
resto de su cuerpo estaba caliente.

El calor era bueno.

Mirando la salvaje pelea de bolas de nieve no muy lejos, Eugenie movió el


pequeño trineo un poco más arriba en la pequeña pendiente hacia la línea de
árboles donde era menos probable que fuera golpeada por una bola de nieve
errante. Un poco antes, Nessa y los niños habían terminado de restaurar su
muñeco de nieve y encontraron un pasatiempo más entretenido.

—¡Mamá, mis dedos se están congelando! — Milly lloró, mirando sus manos
enrojecidas.

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Riendo, Nessa se acercó, esquivando ágilmente una bola de nieve que Liam
había apuntado al árbol que estaba a su lado, y sacó un par de guantes del
bolsillo de su abrigo. — ¿Estás dispuesta a ponerte los guantes ahora? ¿O
esperamos a que tus dedos se vuelvan azules? –

El shock abrió los ojos de Milly, y rápidamente asintió con la cabeza,


extendiendo las manos a su madre.

Liam se rio y disparó una bola de nieve tras otra al árbol.

Atrapada por el entusiasmo de su amigo, Milly saltó de un pie a otro, haciendo


más difícil que su madre le pusiera los guantes en las manos.

— ¡Liam, espérame! — Y luego se fue corriendo, con sus manos hizo una
bola de nieve antes de arrojarla al árbol, golpeando perfectamente la cara de
Liam.

Nessa se rio mientras se volvía para mirar a Eugenie. — ¡Harías bien en


mantener la distancia! — gritó, llevándose las manos a la boca para que la
escucharan. —¡Estos dos son temibles luchadores! –

Eugenie sonrió, saludando al trío. —El año que viene, nos uniremos a la
diversión, Emmeline. Quién sabe, tal vez puedas caminar para entonces —
Mirando a su niña, Eugenie sacudió la cabeza, sorprendida por la rapidez con
la que los jóvenes aprendían y cambiaban. Los niños eran un verdadero
milagro, y ella no tenía palabras para expresar lo agradecida que estaba de
tener tal milagro en su vida.

Mirando hacia la casa, Eugenie se preguntó si Isabelle estaba mirando desde


su ventana, deseando poder unirse a ellos aquí. Su amiga sin duda se sentiría
mejor pronto y podría disfrutar de las próximas festividades completamente
recuperada.

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Un frío repentino se arrastró por la espalda de Eugenie, enviando escalofríos


por sus brazos y piernas. Pero, no fue el frío lo que la hizo temblar, sino más
bien una extraña sensación de ser observada. Eugenie miró por encima de su
hombro, pero sólo vio árboles y arbustos, todos cubiertos de nieve. ¿O era
Isabelle la que miraba desde el castillo?

Mirando hacia el gran edificio, frunció el ceño cuando una vez más sintió la
repentina necesidad de darse la vuelta y mirar por encima del hombro. —Esto
es una tontería— se susurró a sí misma mientras sus manos se tensaban en la
cuerda del trineo de su hija, acercándola a su lado. —¿Quién estaría aquí
afuera con este clima? –

Sus oídos se esforzaban por escuchar, pero todo lo que podía oír eran las risas
de los niños y las aguas rápidas del río cercano. Sus pies comenzaron a
moverse hacia la casa, su piel aún se arrastraba con inquietud. De vez en
cuando, miraba por encima del hombro, sólo para encontrar los mismos
árboles y arbustos donde habían estado un minuto antes, impasibles.

Y entonces una rama se rompió detrás de ella, y Eugenie se giró, con los ojos
muy abiertos por el miedo.

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Capítulo treinta y ocho

En la nieve
Traducción Tutty

Armados hasta los dientes, Adrian y Grant rodearon la casa, moviéndose


detrás del largo seto para no ser vistos. Adrián podía oír su corazón latiendo
en sus oídos mientras miraba a su alrededor, sus ojos se entrecerraron al tratar
de ver al hombre cuya crueldad lo había estado persiguiendo durante los
últimos años.

Desafortunadamente, no había nada que ver.

Y con todo, Adrian sabía que estaba cerca.

Dos años atrás, cuando entró en la tienda del cirujano, Adrian también lo
sintió. Era la misma sensación de inquietud, de premonición que le decía que
algo no estaba bien incluso cuando sus ojos y oídos no habían detectado
todavía algo fuera de lugar.

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Trouvé estaba allí, escondido en algún lugar entre los árboles.

Pero también lo estaban los hombres de Grant y los suyos. En silencio, se


movían entre el verdor, con un arma en sus manos, sus oídos aguzados y sus
ojos vigilantes, sabiendo que el peligro se avecinaba y que debía ser
aprehendido a toda costa.

Ese pensamiento calmó a Adrián, sabiendo que no estaba solo en esto. No, su
amigo estaba a su lado, prestándole su apoyo y se sentía bien.

Tranquilizador.

Este día terminaría bien.

Tenía que hacerlo.

Moviéndose a través de los densos árboles, rodearon los jardines,


manteniendo el pozo fuera de la vista. La mirada de Adrián buscaba a su
esposa e hija una y otra vez mientras se paraban a una pequeña distancia de
donde los otros estaban en una pelea de bolas de nieve.

Una sonrisa jugó en los labios de Adrian al ver tanta alegría pacífica. Pero sólo
duró un segundo, ya que luego tomó nota del ligero ceño fruncido que se le
dibujó en la cara a su esposa. Su cuerpo parecía tenso antes de mirar por
encima de su hombro, su mirada recorriendo los árboles a su espalda. Luego
se volvió y vio que sus labios se movían como si se estuviera susurrando algo
a sí misma.

—¡Está cerca !— Adrian siseó en voz baja, señalando a su esposa mientras


miraba a su amigo. —Necesitamos acercarnos más –

Con los ojos en su esposa, Adrian se precipitó a través de la nieve,


manteniendo la cabeza baja para no llamar la atención. Detrás de él, Grant lo
siguió.

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Una vez más, Eugenie giró la cabeza para mirar por encima del hombro y sus
manos acercaron el pequeño trineo de Emmeline a su lado. Las entrañas de
Adrián se retorcieron al pensar en el peligro que corría su familia.

El peligro en el que las había puesto.

Su mano se apretó con la pistola que sostenía mientras avanzaba, aliviado de


ver a Eugenie alejarse de los árboles, poniendo algo de distancia entre ella y
Trouvé.

Y entonces Adrian vio algo avanzar.

Fue sólo por un momento.

Una rama doblada tan ligeramente que algo o alguien se movió detrás de un
arbusto de alto crecimiento. Podría haber sido un pájaro, un conejo o un zorro,
pero Adrián sabía que no era así.

Y entonces el hombre salió a la luz, y el corazón de Adrian casi se detuvo


cuando lo vio apuntar con una pistola a la espalda de Eugenie. No importaba
si planeaba o no disparar contra ella o si simplemente pretendía forzarla.

No para Adrian.

No en ese momento.

En el fondo, Adrian sabía que Trouvé no estaba aquí para quitarle la vida. No,
el hombre era vengativo y cruel, y sin duda había planeado un destino mucho
peor para Adrian que la muerte. Después de todo, Adrian había robado a su
esposa y, ahora, Trouvé le pagaría con igual medida.

A pesar del aire frío, ardía en calor cuando la indignación creció en su corazón
y se lanzó hacia adelante, hacia el hombre que amenazaba todo lo que él
quería. Ya no se molestó en ocultar sus movimientos, sintiendo una sensación

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de alivio cuando Trouvé lo vio, con su pistola girando mientras sus ojos se
abrían con incredulidad.

Desconcertado por su repentina aparición, Trouvé dio unos pasos hacia atrás,
con la mano agarrando la pistola cuya boca apuntaba ahora a su inesperado
oponente. Sin embargo, sus rasgos se endurecieron rápidamente cuando el
odio llenó sus ojos y dio un decidido paso adelante.

Una ramita escondida en la nieve se partió por la mitad, enviando un sonido


ensordecedor por el aire.

Por el rabillo del ojo, Adrián vio a su mujer dar vuelta, con los ojos muy
abiertos por el miedo, incluso antes de que su mirada cayera sobre el hombre
armado que estaba sólo unos pasos por delante de ella.

Fue ese momento el que retrasó a Adrian.

El momento en que cada fibra de su ser se extiendía a otra, quitando su


concentración al hombre que está frente a él.

Fue ese momento cuando el dedo de Trouvé se enroscó alrededor del gatillo.

Sin embargo, el segundo antes de que sonara un disparo ensordecedor, Adrián


vio una sombra enorme salir de los árboles detrás de Trouvé, sus movimientos
rápidos y precisos mientras agarraba al hombre corpulento por el cuello,
tirándolo hacia atrás.

Adrián sintió la vibración de su propio disparo subiendo por su brazo antes


de que su mente tuviera la oportunidad de juntar las piezas de lo que acababa
de presenciar. Todo lo que sabía era que la bala de Trouvé se elevó, cortando
el aire por encima de la cabeza de Adrian mientras la suya encontró su
objetivo.

—¡Adrian!

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Al oír la voz de su esposa, se dio la vuelta y vio que ella agarraba a Emmeline
y luego se apresuraba hacia él. Su cara estaba blanca de miedo cuando sintió
que su mirada viajaba sobre su cuerpo, buscando sangre.

—Estoy bien — le aseguró, cogiéndola en sus brazos y sujetándola mientras


su mirada volvía a Trouvé, que colgaba roto en los brazos del Sr. Spencer, con
una herida en su vientre que sangraba profusamente.

Asintiendo con la cabeza a su jardinero en gratitud, inhaló un profundo


aliento mientras más hombres salían de sus escondites entre los árboles. De
hecho, no había estado solo.

Aferrándose a su marido, Eugenie sintió que su mente se aceleraba con todo


lo que había pasado en el último momento. Nunca hubiera pensado que un
momento podría convertirse en una pequeña eternidad.

Pero lo hizo.

—¿Estás bien? — llegó la voz tensa de Adrian, un poco apagada mientras su


cara estaba enterrada en su pelo. —¿Emmeline?

Al mencionar el nombre de su hija, Eugenie se dio cuenta tardíamente de que


la bebé estaba llorando, sin duda abrumada por la conmoción, además de estar
atrapada en un abrazo tan aplastante. —Calla, calla, pequeña — Eugenie la
arrulló al sentir que sus propios nervios se le escapaban y el pánico la envolvía.

—Déjame cogerla.

Mirando hacia arriba, Eugenie encontró a Grant de pie junto a ellos, su mirada
era suave pero determinada mientras extendía sus manos para recibir a
Emmeline. —Yo la cuidaré — dijo suavemente antes de que sus ojos se
dirigieran a Adrian. —Tú cuida de tu esposa.

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Adrian asintió, y Eugenie entregó su hija a Grant, sabiendo que estaría a salvo
con él.

Sosteniendo a Emmeline cerca, Grant se alejó rápidamente, sus pasos lo


llevaron a través de la nieve hasta Nessa, que se quedó mirándolos fijamente
con los ojos abiertos, sus brazos envueltos alrededor de los dos niños.
Suavemente, Grant los instó a todos a ir hacia la casa y a alejarse de la
espantosa escena que había ocurrido allí.

Sintiendo los brazos de su marido a su alrededor, Eugenie se inclinó hacia él,


sus manos se enroscaron en su abrigo, agarrándolo como si pudiera escaparse
en cualquier momento. —¿Q… qué ha pasado aquí? — sollozó, luchando por
mantener la calma. —¿Q… quién es este hombre? –

Adrián tragó, sus pálidos ojos azules se volvieron tan fríos como el hielo.

— Su nombre es Trouvé —, susurró, pero cada palabra rezumaba asco.


—Es el hombre que mató a tu hermano –

El corazón de Eugenie se congeló en su pecho mientras miraba a su marido.


Su mandíbula comenzó a temblar y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Emery — susurró al aire frío, recordando todo lo que Isabelle le había dicho,
todo lo que su marido le había dicho, y sabía que todo era como debía ser. —
Quiero verlo –

Las cejas de Adrian bajaron, y su ira fue inmediatamente reemplazada por la


preocupación. —No hay necesidad. Él... –

—¡Necesito verlo!— Eugenie intervino, acentuando cada palabra. —Y lo haré


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Tragando, Adrian asintió. Luego tomó su mano y, juntos, caminaron a través


de la nieve hasta donde el hombre llamado Trouvé yacía en la nieve, la sangre
tiñéndola de rojo la nieve mientras el Sr. Spencer lo vigilaba.

El frío se extendió a través de Eugenie, apagando el dolor y llenándola de tal


odio que, por un momento, no se reconoció a sí misma. Su mirada era dura
cuando miró al sangrante hombre y su cara estaba distorsionada por el dolor.

—¿Sabes quién soy? —, exigió, aliviada de que Grant se hubiera llevado a su


hija porque no quería que Emmeline la viera así.

Trouvé parpadeó hacia ella, sus labios se adelgazaron mientras su mirada se


dirigía a Adrian con asco. —Eres su esposa — escupió antes de que un chorro
de sangre corriera por la comisura de su boca, bajara por su mejilla y goteara
en la nieve.

Viendo que el final del hombre se acercaba con alas veloces, sintió una extraña
satisfacción que la llenó. Aun así, había algo que necesitaba decir. —Soy la
hermana de Emery — le dijo, viendo la confusión en sus ojos. —El hombre al
que le cortaste la garganta intentando localizar a mi marido.

Una burla vino a la cara de Trouvé. —No quiso hablar. No sabía que era de la
familia. Habría facilitado las cosas.

Arrodillada en la nieve, Eugenie se inclinó hacia adelante, notando el ceño


fruncido del hombre. — Era a quien Isabelle amaba —, le dijo, con una
pequeña sonrisa en su cara. —Él fue quien le dio un hijo, un hijo.

Los ojos de Trouvé se abrieron de par en par, y Eugenie sintió que su mundo
estaba en su sitio. Se puso en pie y permitió que su marido la tomara en sus
brazos, y luego se marcharon, de vuelta a su casa, a su familia.

Segura y amada mientras Trouvé moría solo.

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Sabiendo que, al menos, había hecho bien.

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Epílogo
Traducción Sol Rivers

Felices risas atravesaban los grandes salones de Ravengrove.

La Navidad había llegado por fin, Milly y Liam corrían con ojos brillantes, y
sus voces alegres llenaban el aire, que estaba cargado de deliciosos olores, así
como de aromáticos aromas de plantas perennes. El fuego ardía en todas las
chimeneas, y las velas llenaban las habitaciones como estrellas en el cielo
nocturno.

—Deberíamos hacer esto todos los años — comentó Nessa, riéndose mientras
veía a su hija perseguir a Liam, con un pequeño lazo rojo en la mano. —
Celebrarla juntos, quiero decir—. Aunque sus invitados sólo tenían la
intención de pasar unos días en Ravengrove, los recientes acontecimientos -
tan espantosos y chocantes como podrían haber sido - los habían hecho ser
más cercanos a todos. La vida era corta y podía terminar en cualquier
momento; no había tiempo que perder.

—Me gustaría eso — respondió Eugenie, con una sonrisa feliz en su rostro;
una sonrisa que se hacía que se sintiera libre y desenfrenada, no vigilada ni

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forzada en lo más mínimo. Era totalmente liberadora. —Parece que Liam y


Milly se quieren mucho –

De hecho, Milly acababa de alcanzar a Liam, lo había derribado al suelo y


estaba ocupada atando la pequeña cinta roja a su zapato derecho. A su vez,
Liam se retorcía e intentaba hacerle cosquillas a Milly con una pluma de ganso
que había conseguido en la cocina.

Ambos niños se reían, sus caras estaban sonrojadas y sus ojos brillaban.

—Hacía mucho tiempo que no la veía tan despreocupada — observó Nessa,


con la voz distante mientras pensaba, sin duda, en todas las penurias que su
pequeña había sufrido a lo largo de su joven vida.

Eugenie puso una mano suave en el brazo de Nessa. — Será más fuerte por
ello — le dijo a su nueva amiga, —y puedo ver lo feliz que está de tenerte de
vuelta –

Nessa suspiró, cerrando su mano sobre la de Eugenie antes de mirar hacia


donde su marido estaba hablando con Adrian. —Todos tenemos razones para
mirar al futuro, ¿no es así? –

Eugenie asintió, y sus ojos se dirigieron a Isabelle sentada en un sillón


tapizado cerca de la chimenea, con la pequeña Emmeline en sus brazos. Su
mirada era cálida y sus labios sonrientes mientras miraban al bebé dormido.
Aun así, una nostalgia se aferraba a sus rasgos que Eugenie entendía muy bien.

Emery debería haber estado aquí con ellos.

—Somos una familia poco convencional, ¿no es así? — Nessa observó, una risa
en su garganta. —Pero no es aburrida en absoluto, y somos más felices que la
mayoría, ¿no crees? –

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Sonriendo, Eugenie asintió con la cabeza. —La felicidad es todo lo que


importa— aceptó. —El resto no tiene importancia.

Los cálidos ojos color avellana de Nessa se encontraron con los suyos mientras
apretaba su mano. —Si me disculpas, amiga mía— susurró, con un tono
burlón en su voz antes de mirar a su marido. —Hay algo que requiere mi
atención.

— ¿Es así? — Eugenie se burló, viendo la mirada magnética en los ojos de


Grant mientras miraba a su esposa.

Sin decir nada más, Nessa cruzó de puntillas la habitación, guiñándole un ojo
a Adrian cuando pasó por delante de él a medio camino, y luego casi bailó en
los brazos de su marido.

—Encajan bien juntos, ¿no? — Eugenie le comentó a Adrian cuando se puso


de pie a su lado. —Una pareja extraordinaria. Estoy muy feliz de que se hayan
encontrado de nuevo –

Adrian sonrió. —Yo también — susurró, apartando su mirada de sus amigos


y volviendo a ella, sus ojos azules estaban cálidos por algo más que el simple
brillo del fuego. —Si no, tampoco nos habríamos encontrado nunca –

—Muy cierto — Eugenie estuvo de acuerdo, sintiéndose completamente en


paz, y sin embargo, había un mareo en ella que sólo aparecía cuando su marido
estaba cerca.

—Hay algo que quería decirte — dijo Adrian mientras la tomaba en sus
brazos, su mano derecha trazando la línea de su cuello, enviando escalofríos
por su espalda.

— ¿Lo hay? — Sintiendo que su aliento se aceleraba, Eugenie miró a los ojos
oscuros de él.

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Su marido asintió con la cabeza. —He decidido que el ala oeste sea restaurada

El aliento se quedó en la garganta de Eugenie. — ¿Estás seguro? No hagas esto


simplemente...

—Estoy seguro — interrumpió, y luego respiró profundamente antes de que


una gran sonrisa llegara a sus labios. — Ya es hora. Es hora de mirar al futuro.
Tiempo de crear un nuevo hogar para nuestra familia. Es hora de ser felices –

—Bueno, si eso es así...— Sonriendo, Eugenie tomó la mano de su marido,


instándole a que la siguiera. —Sólo unos pocos pasos más. Sí, y otro más. Uno
a la derecha. ¡Perfecto!

Frunciendo el ceño, Adrian miró su cara. — ¿Debo entender...? — Se separó


cuando su mirada siguió la de Eugenie hacia arriba. —Oh—. Entonces una
profunda sonrisa reclamó sus labios, y un malvado brillo vino a sus ojos. —
¿De dónde salió eso? –

Sintiendo su corazón golpeando su pecho, Eugenie se encogió de hombros. —


Lo colgué ahí –

— ¿Por qué? — Adrian susurró mientras inclinaba su cabeza hacia atrás y


bajaba la suya hacia la de ella.

La mirada de Eugenie pasó del pequeño muérdago que colgaba sobre sus
cabezas a los cálidos ojos azules de Adrian. —Tal vez esperaba que mi marido
me besara

—¿Quizás? — susurró, su aliento cálido rozando sus labios.

—Sí.

— ¿Realmente?

—Sí.

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— ¿Sin arrepentimientos?

—Ninguno— respondió Eugenie, sabiendo en su corazón que todo había


sucedido como debía. No todos los caminos seguían una línea recta, algunos
eran curvos y retorcidos, otros tenían descansos y se bifurcaban en muchas
direcciones diferentes. Sin embargo, si no lo hubiera seguido, a través de toda
la angustia, el miedo y la incertidumbre, nunca habría encontrado el único
lugar que siempre había estado destinado a ella.

Y cuando su esposo la besó esa noche bajo el muérdago, supo que finalmente
había regresado a casa.

Para siempre.

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