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El charchazo de lo eterno, algunas preguntas sobre La aniquilación.

Una visión de
Jean Paul (1763-1825)

Imagina que haces un viaje espacio-temporal a Alemania en el siglo XVIII, vives una
experiencia cercana a la muerte y luego se te cruza un Mampato chamánico que te da un
pipazo de changa (DMT) para poder digerir dicha experiencia. Si el espíritu/forma de la
época se encargara de dirigir tu viaje psicodélico, fácilmente podrías dar con algo similar a
lo que nos propone Jean Paul en La aniquilación. Una visión.

En sus cortas páginas se nos hace parte de las alucinaciones que vive Ottomar, un hombre
convaleciente postrado en una casa rodeada por los desastres de un campo de batalla. Su
delirio se nos presenta de una manera plástica, partiendo desde cuando el narrador nos
dice que las espantosas imágenes viajan a través de sus venas en forma de sangre. Esto
ya nos sitúa en una síntesis entre lo plástico y lo abstracto que fluye como montaña rusa a
lo largo del relato. Sangre e imagen; cuerpo y alma; tierra y cielo. Son conceptos que se
presentan en forma de tejido, cosiéndose uno dentro de otro, intercambiando puntadas,
trenzándose y desenredándose. Todo esto bajo la premisa de ser una inyección de lenta
adrenalina, una concentración de imágenes que golpean como desfibrilador para recordarte
que estás vivo.

Al inicio el protagonista es guiado a través de ambientes que fácilmente podrían ser


considerados infernales, o propios del “más allá”, pero su guía le deja claro que “El más allá
está en su tumba, entre los dientes del gusano” (p.11). Esto es brutal ya que elimina
cualquier metafísica posterior a la muerte, lo único que nos espera es que la carne sea
comida por otro ser vivo. Sin embargo, posteriormente la visión avanza y aparece una
metafísica “post-mortem”, mostrándose la divinidad, un espacio de amor y regocijo
metafísico. Lo que al principio parecía ser una metáfora de que el infierno estaba en la
tierra, fácilmente podría cambiar a “el infierno y el cielo están en la tierra”. Sin embargo
antes no había eternidad (en el sentido metafísico) y ahora si hay, por lo que la
interpretación podría ir por otros lados. Quizá por el lado del orden de experiencias
necesarias para sentir algo (mentir sobre la finitud para luego llegar al éxtasis de saberse
eternx), en vez de centrarse en demostrar un mundo donde cohabitan varias versiones
aunque sean contradictorias (muerte/ no-muerte). Pero eso lo decidirá vuestra lectura.

Más allá de eso, mediante este frenético viaje donde transitamos por horrores y
esperpentos no menos sublimes que los posteriores paisajes regocijantes y angelicales, se
nos intenta evocar el fenómeno de volver a la vida lo desahuciado (revivir el pinche cuerpo
zombie que tenemos en este contexto neoliberal, si es que me atrinchero del presente).
Atravesar de eternidad y materialidad el cuerpo, para poner en acción los engranajes de la
voluntad. En otros términos, el charchazo que la realidad te pega cuando se experimenta la
muerte de cerca, saberse finito, dentro de un mundo finito, pero que se tensiona por
pretensión humana de empujarla hacia lo eterno.

Si la fórmula del desfibrilador es poner en una mano lo eterno y en la otra lo térreo/caduco y


luego meterle electricidad ¿qué significado tiene la eternidad en la época en que vivimos?

Se me hace complejo hablar de “alma”, “eternidad”, “más allá”, “sustancia”, “naturaleza”, en


una época donde sabemos que todo lo ordenamos totalitariamente desde nuestra cabecita
loca, donde la verdad es un discurso y en donde los fenómenos son rápidos, vacíos y
líquidos. Pero intuyo que, aunque el concepto de eternidad sea intelectualmente rechazado
o difícil de aceptar, este no se ha encargado de abandonar nuestro cuerpo por completo.

Entonces: ¿Qué sienten al respecto? ¿Quieren escupirlo del cuerpo? ¿Quieren atesorarlo?
¿Cómo quieren vivir su vida? Me aburren las reflexiones que no terminan la pregunta: ¿Qué
hago ahora?

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