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¿Por qué seguir pensando y escribiendo sobre resiliencias?

Resiliencias relacionales

De todo quedaron tres cosas:


                        la certeza de que estaba siempre comenzando,
                       la certeza de que había que seguir,
                        la certeza de que sería interrumpido antes de terminar.

Hacer de la interrupción un camino nuevo


Hacer de la caída un paso de danza
Del miedo una escalera
Hacer del sueño un puente
De la búsqueda un encuentro
Fernando Pessoa

Algunas preguntas

Mi primer contacto con el tema de la resiliencia fue hace unos 20 años,


cuando se hizo en la Argentina el primer foro sobre los temas de maltrato
infantil y abuso sexual de niños, niñas y adolescentes. El foro estuvo a cargo
en ese momento de una organización religiosa, las Hermanas Adoratrices del
Sagrado Corazón de Jesús, quienes estaban, al igual que yo, trabajando con
organizaciones internacionales, como el BICE (Bureau International
Catholique pour l´Enfance) y la Universidad Católica de Lovaina – la Nueva,
intentando encontrar formas de abordar las situaciones de abuso sexual de
niños y niñas. En ese entonces la concepción de resiliencia apareció como un
flash esperanzador, porque todas las teorías acerca de las consecuencias de
los traumas eran basadas en sobre determinaciones y por lo tanto, de ellas se
deducían consecuencias marcadas como prácticamente inevitables a partir
de esas experiencias traumáticas. Lamentablemente, por ese entonces no
tuve oportunidad de profundizar sobre la resiliencia, pero la metáfora me
apasionó porque me pareció que servía para que pusiéramos en juego dudas
sobre las teorías deterministas vigentes y los pronósticos nefastos que se
1
Autora: María Cristina Ravazzola
desprenden de ellas. Esa práctica de poner en duda las teorías instaladas me
siguió y me sigue pareciendo bien fructífera, sin que eso autorice a negar los
efectos perjudiciales de los traumas.

En las varias tareas que llevo a cabo en cuanto a programas


psicosociales que se desarrollan no solamente en relación al maltrato infantil
y abuso sexual de niños, sino también a temas de mujeres entrampadas (y
hombres) en situaciones de violencia conyugal, y programas para rehabilitar
y resocializar a quienes tienen dificultades adictivas con drogas y alcohol, y
también en conversaciones con colegas que comparten la búsqueda de
modos de ayudar a fortalecer y recuperar relaciones apreciables, como
quienes trabajan en Mediación2, me hago y les hago muchas preguntas tales
como:
¿Cuáles concepciones de sujeto y de contexto subyacen a las posibilidades de
las resiliencias? y ¿cuáles serían las posiciones a debatir en cuanto a las
lógicas causales, por ejemplo de los efectos post-traumáticos? ¿Cuáles serían
las responsabilidades de quienes perpetran abusos o negligencias lesionantes
si las víctimas son visualizadas como que pueden recuperarse? ¿Cuáles son
las responsabilidades de los Estados en cuanto a prevención y creación de
redes de aceptación, protección y contención para apoyar a quienes sufren
traumas y pérdidas y cuáles sus responsabilidades en el entrenamiento de
profesionales que operen en la línea de facilitar las emociones y conductas
propias del despliegue de las capacidades resilientes?3 ¿Cómo se combinan
las concepciones de las resiliencias con aquellos modelos teóricos que
suponen consecuencias inevitables de traumas y experiencias históricas?
¿Cuál es el valor y la utilidad de las lecturas de categorías diagnósticas, y del
énfasis puesto en el déficit y en la predicción determinista? ¿Cuáles son las
experiencias acerca de metodologías y qué tipo de entrenamientos
necesitamos los profesionales que buscamos aprovechar la apertura de
mirada que nos propone esta maravillosa metáfora?

2
Como Marilene Marodin en Brasil, Carmine Saccu en Italia y Silvia Vecchi en Argentina.
3
El legislador Fernando Melillo presentó una ley para introducir los principios de las resiliencias en el ámbito
de la educación y la salud que fue aprobada por unanimidad pero nunca entró en vigencia.
¿Qué se necesita reconocer y aprender como valores, como aptitudes, como
experiencias para la construcción de una cultura con noción de la
importancia del bien común, de la responsabilidad que tenemos todos con
nosotros y con los otros? ¿Qué se necesita practicar en valores, en
experiencias y en aptitudes para la construcción de una cultura que pueda
constituirse en contexto de acciones solidarias? ¿Qué conceptos necesitamos
revisar y profundizar para esos importantes cultivos? ¿Cómo pasamos de ser
objeto de propuestas de consumo como clientes para un mercado a ser
personas pensantes? y ¿cuáles capacidades necesitamos cultivar y poner en
práctica en cada experiencia de encuentro con Otros para asumir nuestra
responsabilidad en la construcción de experiencias relacionales que
garanticen las resiliencias?

Hago una lista de conceptos que creo nos pueden ayudar a este cultivo –
entrenamiento necesario para facilitar resiliencias, necesario para las
prácticas profesionales de quienes nos ocupamos del sufrimiento de
personas: psicoterapeutas, médicos, educadores, abogados y jueces,
trabajadores sociales, políticos, mediadores…, si la ética del cultivo de los
vínculos y el cuidado del bien común es nuestro marco referencial:
Compasión, Semejantes, Empatía, Respeto, Cuidados, Diversidades,
avances desde la Neuroendocrinofisiología, cambios de paradigmas
culturales.
Estos conceptos no sólo requieren revisión permanente sino tener en cuenta
en esa revisión comentarios de Wittgenstein sobre el lenguaje:
“No hay un lenguaje descriptivo. El significado de las palabras está en los
juegos de lenguaje, en las formas de vida.” Para Spinoza, está en los modos
de existencia mismos, en las construcciones colectivas de significado. 4
Cualquier perspectiva va a portar valores propios de esa comunidad de
hablantes. Estamos inmersos en sistemas de categorías5, y en ellos hemos
sido entrenados. Aun cuando comentemos ideas sobre estas experiencias
que mencionamos (las experiencias de cada uno de nosotros son singulares),
los debates acerca de ellas necesitan tener siempre un lugar importante,
revisando los sistemas de categorías en las que los reconocemos. Sabemos
que no es útil pensar en “lo normal”, que se nos desliza a “lo bueno y
4
Siguiendo ahora a K. Gergen en sus propuestas desde el Construccionismo Social.
5
Ib.
deseable”, y a “lo ideal”, que sabemos inexistente y que sin embargo nos
sigue formateando. Por estos modos de categorizar que nos obnubilan y no
nos habilitan a incorporar lo nuevo es necesario participar de espacios
dialógicos y conversaciones reflexivas acerca de cada una de las propuestas
para pensar en qué esas experiencias ayudan a que florezcan las resiliencias.
Y este libro colectivo es para mí uno de esos espacios. También los artistas,
los poetas, como Fernando Pessoa, nos ayudan.

¿Por qué tomar en cuenta la perspectiva relacional de las Resiliencias?

¿Por qué explorar una mirada relacional sobre las potencialidades que
despliega la metáfora de las resiliencias? Parto de compartir algunas
reflexiones:
-Somos seres vinculados y vinculantes. Esos vínculos son con otros a los que
percibimos distintos de nosotros. Pero también existen vínculos entre
distintos aspectos de nosotros mismos, a través de discursos, emociones, y
manifestaciones corporales, no siempre fáciles de relacionar. Siempre
estamos en relación, externa o internamente.
-Si bien cada uno/a de nosotros/as es un ser singular con tendencias
repetitivas que nos hacen suponer características “esenciales” (puedo pensar
que “soy” lenta, que “soy” tranquila…), al participar de diferentes contextos
relacionales desplegamos aspectos que a veces desconocemos, nos
sorprenden, inesperados por poco o nada habituales, pero que también son
nuestros, presentes y posibles.
-Es en ese marco relacional, de permanentes intercambios entre quienes
reconozco como “yo” y “los otros” (aun los “otros” internos) que me interesa
re visitar la temática de las resiliencias porque me convoca y me interpela.
-Hay conceptos, prácticas y metáforas que tienen la potencia de generar
campos de acción y de reflexión más amplios que las diferentes líneas
teóricas de las que abrevamos los psicoterapeutas. Algunas son de especial
interés. Por ejemplo, entre los conceptos, 1) el concepto del
Construccionismo Social, propuesto originalmente por Peter L. Berger y
Thomas Luckmann y ampliamente difundido y desarrollado por Kenneth
Gergen y otros pensadores, nos trae a la mano la noción de la importancia de
las convenciones cognitivas de las que participamos al construir realidades
colectivamente a través de las diferentes formas en que las personas
conversamos. Y los desarrollos desde el Construccionismo Social y desde el
Pensamiento Complejo ayudan a que consideremos a las personas no como
entidades homogéneas sino en la aceptación de la complejidad de muchos
aspectos y discursos que nos atraviesan. Entre las prácticas, 2) el armado de
escenas con las variaciones en los juegos de roles y, en general, las distintas
técnicas que se han llamado psicodramáticas, nos abren exploraciones en las
que el cuerpo, las posiciones, las simbolizaciones, las emociones y las
acciones nos enriquecen. También las disciplinas orientales meditativas que
nos ayudan a centrarnos y concentrarnos en el presente, en lo que estamos
viviendo y percibiendo, así como la práctica del yoga con la que nos ponemos
en posiciones no habituales para los occidentales contribuyen a que, aun
instalados en teorías muy diferentes, puedan ampliarse nuestras visiones y el
registro de la calidad de nuestras vinculaciones. Entre las metáforas, 3) la de
la Resiliencia, desarrollada por autores europeos como Boris Cyrulnik , Jorge
Barudy, psicoterapeuta chileno residente en Europa desde hace muchos
años, y en nuestro medio por Néstor Suárez Ojeda, Aldo Melillo, Mabel
Munist y otros profesionales del Centro Internacional de Información y
Estudio de las Resiliencias es una de esas conceptualizaciones enormemente
fructíferas, capaces de abrir límites estrechos, a veces simplistamente
deterministas en teorías que sostienen algunos psicoterapeutas.
Más adelante, cuando desarrolle la idea relacional de las Resiliencias, me
referiré a las ventajas y las desventajas que se señalan en este campo, lo que
creo útil y valioso, y lo que creo necesita ser estimado para recuperar las
responsabilidades que nos caben a todos en la restauración de modos dignos
de vida para aquellos que han sufrido traumas y experiencias inaceptables.

Relaciones
-La metáfora de la resiliencia, como ya sabemos, proviene de las ciencias
duras y se refiere a las propiedades de algunos materiales de recuperar su
forma original después de haberla perdido por sufrir una colisión. Si bien la
concepción desde la Física remite a características específicas y propias de
cada uno de los materiales en juego, también en la colisión está presente una
interacción con otro material. Asimismo la metáfora da cuenta de
posibilidades estudiadas también para materiales que en principio no serían
pasibles de recuperación salvo por la intervención de algún otro agente,
como por ejemplo, lo que ocurre con los metales.
En la aplicación de la metáfora a las adversidades de la vida de los
humanos es esa intervención de otros agentes lo que hace una diferencia en
el desarrollo de las capacidades de recuperación de quienes han sido
afectados negativamente, y, si seguimos la metáfora, es desde
intervenciones de otras personas que facilitan las acciones resilientes que
interesa desarrollar la importancia de la perspectiva relacional de las
resiliencias para poner sobre el tapete las acciones u omisiones de las que los
ciudadanos adultos somos responsables. Los autores6 que más han estudiado
y apoyan sus intervenciones en esta descripción de situaciones no parecen
pensar sólo en cualidades o capacidades humanas intrínsecas sino que
incluyen siempre la presencia de factores contextuales que las facilitan o las
inhiben. Lo que intento aquí es ahondar en las características de estas
relaciones, descartar la utilidad de la idea de que nos encontramos frente a
individuos más resilientes o menos resilientes, y poder centrarnos en la
necesidad de involucrarnos y hacernos responsables de nuestras acciones en
tanto ayuda u obstáculo para que las resiliencias tengan lugar en la vida de
los más afectados.

Algunas objeciones
-Terapeutas con mucha conciencia de la dimensión social de las
problemáticas enfermantes en general 7, ponen énfasis en la paradoja que se
genera si los Estados, apropiándose de las perspectivas positivas que abren
las resiliencias, se desentiendan de apoyar políticas públicas que amparen a
las víctimas de acciones traumatizantes. Esto nos hace pensar que esta
fecunda metáfora tiene algunos inconvenientes según cómo y por quienes
sea usada: puede dar idea de que los daños pueden ser minimizados, no
reconocidos en su potencia destructiva. No necesitarían entonces ser
evitados ni reparados, ni serían importantes los cuidados y los apoyos
comunitarios, ya que las personas, munidas de sus capacidades resilientes,
podrían siempre superar los daños, y no sufrirían sus consecuencias.
Sabemos bien que esto no es así, que muchas personas no encuentran en su
camino esas presencias, esas acciones, esas conversaciones y esas ayudas
que garantizan la emergencia de las necesarias potencialidades resilientes.
Me interesa entonces integrar a la metáfora las responsabilidades de
autoridades, profesionales y otros adultos significativos, en fin, el marco de la
responsabilidad social que nos cabe a todos quienes podemos estar en
contacto con quien sufre y necesita cambios que restauren su dignidad

6
Entre los que conozco: Boris Cyrulnik, Jorge Barudy Néstor Suárez Ojeda, Aldo Melillo, Ana María Aron.
7
J. Barudy, Aldo Melillo, Nestor Suarez Ojeda, Emiliano Galende.
social8. Particularmente nos toca a los psicoterapeutas ser esas personas que
instrumentemos todo lo que está a nuestro alcance para asegurar esos
crecimientos satisfactorios, brindando apoyo y confiando en los recursos que
las personas pueden tener para alcanzar sus metas deseadas, aún cuando
elementos de su historia y su trayecto de vida den lugar a determinaciones
nada alentadoras.
Para quienes practican profesionalmente la tarea de mediación, la metáfora
de las resiliencias relacionales aporta y coincide con premisas propias de ese
campo profesional: es fundamental el foco puesto en las relaciones,
especialmente en el cuidado de las mismas, sabiendo que las personas, aun
en conflicto entre ellas, pueden elegir ayudarse o perjudicarse una a la otra.
Les habilitan un rango de acciones sintónicas con sus objetivos pacificadores,
negociadores y, aun conciliadores, dando lugar a que puedan tomar distancia
de tradiciones adversariales, reconocer las áreas de relación conflictivas e
identificar aquellas libres de conflicto, tales que ayuden a trazar caminos
posibles en la continuidad de algunas relaciones, especialmente en las
familiares.

Algunas Historias para comenzar a debatir

Voy a reflexionar partiendo de relatar historias de vida que conozco,


relatos de infancias muy difíciles, puntos de partida desde los que se
hubieran podido pronosticar desarrollos precarios y hasta plagados de
peligros cada vez peores, de personas que, lejos de certificar consecuencias
desastrosas en sus vidas, pudieron conectarse con quienes influyeron muy
positivamente en producir cambios en sus destinos. Puedo referirme a
múltiples historias conocidas a través de mi experiencia como terapeuta,
testimoniando cambios en personas que parecía imposible que pudieran
atravesar y superar dificultades tan grandes como las que presentaban. Pero
sólo me centraré en dos: una bien conocida por mí que es la historia de vida
de mi padre, tal vez no demasiado diferente de muchas historias de hijos de
inmigrantes pobres, y otra que me impactó muy fuertemente porque su
protagonista ha muerto recientemente después de conseguir dar fin a una
guerra sangrienta de más de 500 años de duración, vida de un valor social
maravilloso.

8
Cito el concepto de restauración comunitaria acuñadp por Elina Dabas.
Mi padre nació en 1910 en el barrio sur de la ciudad argentina de Santa Fe,
barrio en ese entonces lindante con el río, habitado por familias entre las
cuales muchas de ella pertenecían a la colectividad judía. Cuando ese bebé
nace, su madre, que tenía además otros 5 pequeños hijos y sabía que su
marido había perdido su empleo en los FFCC por negarse a abandonar su
nacionalidad italiana, se suicida cortándose las venas. El padre de familia, mi
abuelo a quien nunca conocí porque falleció el año de mi nacimiento, queda
con 5 niños y un bebé, saliendo diariamente a vender sandías desde un
carromato. ¿Quién cuidaba a ese bebé cuando el papá salía a trabajar? Su
hermanita mayor, de no más de 8 años y algunas de las señoras de las
familias vecinas son las primeras en asumir esa responsabilidad. Hasta le
consiguen un “ama de leche” que él comparte con un “hermano de leche”
con el que mantuvo una relación por muchos años. Mi padre contaba que en
las casas de esos vecinos había interesantes libros que él tempranamente
aprendió a leer, y que lo ayudaron a escolarizarse como un alumno brillante
en la escuela primaria. Para el hijo menor de esa familia muy pobre proseguir
con estudios secundarios hubiera sido imposible. Pero, hubo entonces un
programa estatal con previsión en relación a la importancia de la educación
pública que abrió ese acceso para los mejores alumnos de las escuelas
primarias de las provincias. Allí fue Jorge, al colegio que en ese entonces se
llamó Carlos Pellegrini en el Gran Buenos Aires. ¿Qué pasó con el resto de la
familia? Mientras Jorge transitó su escuela secundaria internado en el
colegio, sus hermanos mayores crecieron, trabajaron, aprendieron oficios, se
casaron. Como el más pequeño seguía siendo un alumno excelente, con gran
rendimiento especialmente en física y matemáticas, sus hermanos se
pusieron de acuerdo en apoyar su evolución en una carrera terciaria –él
eligió ingeniería – juntando los dineros de sus trabajos para costearle
alojamiento y otros gastos a los que él también aportó trabajando en
diversas tareas. Siempre recordaba a sus profesores del colegio secundario,
cómo lo habían alentado a continuar estudiando, la ayuda de sus hermanos,
de sus vecinos, de sus maestros, con plena conciencia de que sin ellos él no
hubiera nunca alcanzado la meta de ser un ingeniero civil capaz de construir
edificios públicos como la Municipalidad de la ciudad de Córdoba, el Palacio
Judicial de la ciudad de Mar del Plata, la Universidad de Río Cuarto, cuarteles
y escuelas en provincias del país. Se casó, tuvo tres hijos: yo, la mayor, y mis
dos hermanos varones, ambos ligados a la construcción y a la tecnología. En
pocos momentos gozó de un pasar acorde a sus esfuerzos, pero siempre
contó con el amor que sembró en sus hermanos, sus hijos, sus sobrinos, y
todos aquellos que lo conocieron. Esa es la imagen con la que yo lo atesoro
en mis recuerdos, la de un “sembrador” de buenas acciones, siempre
sensible y atento a las necesidades de “los otros”.
Revisando esta historia, y la de muchos de mis compatriotas
descendientes de inmigrantes de distintas colectividades, visualizo con
gratitud a aquellas personas generosas, atentas, capaces de involucrarse en
la vida de un bebito huérfano como fue éste el caso y ayudarlo a crecer y a
llegar a ser un hombre capaz, amante de la vida, que supo hacer felices a
muchas personas.
La segunda historia, la tomo de una semblanza sobre Martin Mc
Guinness aparecida en un matutino argentino en estos días, firmada por
Luciana De Mello. La periodista homenajeaba, pocos días después de su
muerte, a quien había sido un artífice, quizás el más notorio, de la firma de
paz entre Gran Bretaña y el IRA, acabando con eso una sangrienta guerra de
más de 500 años de duración que amenazaba proseguir una lucha sin destino
posible más que las muertes de todos sus involucrados, fueren o no
protagonistas de esa lucha.
Martin creció en Derry, Irlanda del Norte, hijo de una de las tantas familias de
trabajadores, sensible, dispuesto a involucrarse en las situaciones de
injusticia y avasallamiento humillante por las que atravesaban sus
compatriotas. Por ejemplo, los victoriosos británicos rebautizaron
Londonderry a su Derry natal. Testigo en algún momento de una represión
atroz producida por soldados británicos, cuenta él mismo su impresión
cuando ve traer el cadáver destrozado de uno de sus vecinos de la cuadra.
Joven, enardecido por las injusticias, se alista en el IRA y llega a ser uno de
sus más aguerridos combatientes. También contaba haber sostenido con
frecuencia conversaciones muy importantes para él con un sacerdote
católico que lo acogía y le dedicaba tiempo de intercambios y debates
reflexivos. Él mismo es quien refiere que en una oportunidad tuvo en sus
manos un texto proveniente de estrategas de las tropas británicas en el que
quienes escribían comentaban acerca de reconocer la imposibilidad para
ellos de llegar a ganar esa guerra contra el IRA. El entrenamiento reflexivo de
sus debates con su confesor lo llevó a preguntarse qué pasaría si intentase
observar los desenlaces del combate desde su propia facción, el IRA. ¿Podría
el IRA alguna vez llegar a una victoria bélica contra Gran Bretaña? Partiendo
de esas preguntas, convencido de la inutilidad de continuar la cruzada de las
reivindicaciones por la vía de las hostilidades, se reúne con sus amigos más
próximos y comienza a planificar encuentros que pudieran dar lugar a poner
fin a esa guerra. Fueron algunos largos años de conversaciones y reuniones,
especialmente difíciles con sus propios compañeros que lo veían en un
principio como un traidor, que culminan en 1998 con la firma de un histórico
tratado de paz, disolviendo en lo posible antagonismos y promoviendo la
aceptación de los términos de un reconocimiento de una soberanía de
Irlanda que seguramente todavía va a costar consolidar pero que fue posible
gracias a acciones concretas de personas de cualidades relevantes. Martin
siempre reconoció el valor de sus “tutores de pensamiento” que lo ayudaron
a ver, y a no enceguecerse en la competencia de la guerra. Gran tarea, gran
capacidad de pensar por fuera de los paradigmas competitivos dominantes.
Gran capacidad estratégica de mediación.

Los ejemplos pueden ser muy numerosos. En verdad, casi es que todas
las personas pasamos por crisis, por eventos más o menos catastróficos, por
experiencias de las que pensamos que las consecuencias van a ser nefastas. Y
sería muy importante poder entender cuáles son los factores que
contribuyen a que esas consecuencias no sean inexorables, y que, por el
contrario, puedan producirse desenlaces y aprendizajes beneficiosos.
Los padres amorosos de un niño abusado por un vecino o un supuesto amigo
de la familia van a conseguir crear un entorno emocional y fáctico que
devuelva a ese niño la confianza en que merece ser cuidado y bien tratado.
Si, por el contrario, los padres, abrumados por la situación, más que acudir a
recibir ayudas eficaces como para hacer lo que mejor se pueda pensar
delegan totalmente la conducción del caso en profesionales que pueden ser
muy idóneos pero no tienen con ese niño el vínculo próximo que ellos tienen,
o se dejan inducir por el sentido trágico de haber perdido el paraíso ideal que
quisieron construir para su hijo, posiblemente obstaculicen la emergencia de
esas experiencias que apuntan a convocar las capacidades que podemos
identificar como resiliencias. Las experiencias de abusos sexuales perpetradas
por adultos hacia niños y adolescentes son horribles torturas sufridas,
complejas en los múltiples factores que confluyen en ellas, que
desgraciadamente no dejan de ser parte de vicisitudes transitadas más
frecuentemente de lo que imaginamos. Es cómo vamos a actuar, pensar y
sentir quienes nos vinculamos con esos niños, sus familiares, sus redes, lo
que va a determinar gran parte de las formas en que esas experiencias van a
ser significadas, las consecuencias emocionales que de ellas deriven, las
formas en que esos niños van a poder atravesar su sufrimiento. ¿Qué
actitudes de los adultos y de sus pares los van a ayudar a restaurar su
dignidad, su lugar social de protagonismo, la estima de ser quiénes son, la
confianza en sí mismos? Posiblemente necesiten ser muy bien escuchados,
muy bien respetados, muy bien mirados y acompañados. Aparece entonces
nuevamente la responsabilidad relacional necesaria para que tengan lugar las
resiliencias, la conciencia de que todos quienes conformamos los entornos
tenemos posibilidades de ayudar y fomentar conductas hacia resiliencias o
despreocuparnos de lo que les ocurre a los otros y comportarnos con
indiferencia, desentendiéndonos de sus problemas.

Proponiendo nuevas formas de mirar

La difusión del concepto de las resiliencias para evaluar las conductas


humanas nos brinda un excepcional apoyo en la tarea personal y profesional
de intentar desarrollar modelos de competencias en nuestros trabajos. Esto
significa salirnos de lo que aprendimos en nuestras formaciones derivadas de
los modelos médicos de curar el déficit y para eso buscar lo que funciona
mal, y, en cambio, llevarnos a explorar y apreciar lo que funciona bien. Una
de las cosas que hemos logrado en nuestros equipos9 es que hemos salido de
la comodidad de los consultorios y que, en relación a los problemas
psicosociales de abusos de personas y de sustancias hemos intentado diseñar
programas que vamos ensayando y validando o no, según los resultados.10 En
estos diseños tratamos de hacer visibles los recursos con que cuentan las
personas que nos consultan. Es este el aporte para mí más importante de la
concepción de las resiliencias: poder ver los recursos de las personas desde
esta metáfora maravillosa que da cuenta, justamente, de capacidades que los
modelos enfocados en los déficit en general no suelen tomar en cuenta.

Me pregunto también qué tipo de entrenamiento necesitamos las


personas que tomamos contacto con niveles de sufrimiento importantes...
Por ejemplo, yo provengo de la medicina, y la medicina que aprendí está
totalmente orientada hacia modelos de déficit. He tenido que hacer mucho
trabajo conmigo misma para “abrir mi cabeza” a otros modelos. En verdad,
9
Programas de Investigación, Asistencia, Formación en Familias (PIAFF) y Fundación Proyecto
Cambio(Rehabilitación ambulatoria, grupal y familiar de adicciones).
10
Una de nuestras experiencias más importantes es la que sostenemos desde hace más de 25 años
rehabilitando personas adictas en forma ambulatoria, con la ayuda de sus redes de afectos y pertenencias.
me sigo preguntando qué tipo de entrenamientos son necesarios para
nosotros como operadores, porque pienso que si no, podemos utilizar las
concepciones de resiliencias como una ‘fórmula’ más. Hace poco me llegó
una crítica que le hacían algunos psicoanalistas y que encuentro importante
para reflexionar. Relataban un episodio en que un profesional le decía a una
persona que había sufrido un trauma, dándole una palmadita: "Bueno, vos
tenés muchas resiliencias, así que de esto vas a salir", con actitud de restarle
toda importancia al sufrimiento.

La metáfora de las resiliencias es tan brillante y atractiva que da la


sensación de que es aparentemente muy fácil escuchar y aplicar, pero, una
vez en las escenas de las consultas, ya no es así. Me parece que este
concepto tan fructífero y rico nos plantea un desafío, que hay cuestiones muy
automatizadas, conceptos que tenemos que ir revisando, que a veces no son
tan claros para nosotros. En particular, a mí, como terapeuta familiar que
sigo algunos lineamientos que puedo identificar como sistémicos, me resulta
difícil aplicar estos conceptos en el trabajo con los perpetradores de abusos,
que son las personas que cometen agresiones, que torturan a otras, que
victimizan a otras a las que no respetan. Me encuentro teniendo que hacer
mucho trabajo conmigo misma para no pensar que, inevitablemente, una
persona que se comportó de esa manera, consideró a otro un objeto, no lo
reconoció ni respetó como un igual y se habilitó a sí mismo a lastimarlo, se va
a volver a comportar de la misma manera. Tenemos un ejemplo muy reciente
(abril de 2017) de la violación y asesinato de una joven perpetrado por un
violador serial a quien un juez otorgó libertad aun cuando las evaluaciones de
peritos le aconsejaban lo contrario. Y entonces me pregunto si es posible y
cómo ayudar realmente a abrir otros horizontes para esas personas y para mi
propia manera de pensar sobre ellas. Más allá de la condena social, ¿es
siempre posible alguna acción restauradora? Dejo a pensadoras,
investigadoras admirables como la antropóloga Rita Segato la búsqueda de
escenarios de encuentro que amplíen mi pensamiento en este campo.
Resiliencias desde las NEUROCIENCIAS 11 y un relato12 sobre el armado de
condiciones para generar resiliencias

Veamos un interesante aporte desde otro terreno: las neurociencias, para lo


que voy a tomar un texto compartido por la MTF Linda Graham aparecido en
una publicación de San Diego Psichological Association, fall 2016.
Para autores investigadores de las neurociencias, las resiliencias han sido
captadas como una capacidad innata del cerebro que nos permite afrontar y
manejar desafíos y crisis que son inevitables para la condición humana.
Permiten responder de modo flexible, no rígido, a eventos que nos molestan,
disturban y estresan. También influencian nuestras respuestas a
percepciones internas o esquemas que tenemos de dichos eventos, y cómo
nos vemos a nosotros mismos en relación a tales eventos. (Linda Graham,
2016)
Asimismo, estos estudiosos (Linda Graham y Daniel Siegel) coinciden en
ubicar en la corteza prefrontal esas capacidades de regular el sistema
nervioso, moderar la respuesta de miedo de la amígdala, manejar un rango
amplio de emociones, entonar con nosotros mismos y otros, empatizar con
nosotros y otros, desarrollar auto conciencia y responder en forma flexible
cambiando perspectivas y conductas cuando se necesita. Los cableados
neurales de la corteza prefrontal nos permiten analizar, planear, hacer
juicios, discernir opciones y hacer elecciones apropiadas.
Así y todo, es interesante la afirmación de esos expertos que esa región del
cerebro se desarrolla en la interacción con otras personas de las que
aprendemos a regular nuestra reactividad cuando estamos asustados,
sorprendidos, frustrados, preocupados o confundidos, a percibir cuando
estamos en riesgo o seguros en relaciones con otros, a aprender cómo
desarrollamos nuestras interacciones, cómo nos calmamos, cómo nos
activamos y motivamos. Aprendemos a entonar, a armonizar con nosotros
mismos y con otros al ser a la vez, afinados, entonados por otros.
Generalmente constituimos con las personas de nuestra familia de origen, o
con quienes son nuestros criadores, el primer escenario para nuestras
primeras experiencias relacionales. En él se producen las primeras
regulaciones de nuestras emociones, mediadas por las capacidades de

11
Linda Graham :Mindfulness, Self-Compassion and Resilience , San Diego Psichological Association, fall
2016
Reformulado por M.C. Ravazzola, abril 2017.
12
Relatada por la Licenciada en Ciencias de la Educación Elina Dabas.
regulación de lo que podríamos pensar son las capacidades de maduración
de las cortezas prefrontales de quienes nos crían y educan. Los aprendizajes
iniciales de nuestras competencias y posibilidades dependen de cuánto
somos considerados valiosos e importantes en los modos predecibles y
confiables en que se producen esas relaciones. Esas relaciones iniciales,
según estos autores, darían lugar a circuitos neurales del cerebro que pueden
instalarse dando lugar a respuestas más flexibles y adecuadas a las
circunstancias o configurarse en patrones más rígidos, más cerrados a
experiencias, personas y aprendizajes nuevos. También resulta interesante
constatar que, más allá de estas descripciones de relaciones a las que se ha
llamado “apegos “tempranos, esos autores confirman que las resiliencias
pueden ser aprendidas en las relaciones con las otras personas con las que
nos ponemos en contacto como maestros, compañeros, pares, hermanos,
terapeutas, médicos, abuelos, vecinos, autores de textos, escenas de films,
obras teatrales, poemas, etc.

Una anécdota muy ligada a estas reflexiones y conocimientos es una


historia contada por la Licenciada Elina Dabas en su formulación de la
importancia de las experiencias de restauración comunitaria que nos
involucran a todos como miembros de las comunidades a las que
pertenecemos. En un pequeño pueblo de la provincia argentina de Córdoba
fallece de SIDA una señora que criaba sola dos hijos de alrededor de 6, 8
años. Las vecinas de ambos lados de su casa acogen cada una a uno de sus
niños y los incluyen en sus familias. Falta mencionar que la madre era una
mujer que se ganaba la vida en condiciones de prostitución, y, también
mencionar que las leyes del país exigían que, sin la presencia o la expresa
autorización de los padres de los niños, éstos debieran ser llevados a
Instituciones de acogida. Sin embargo, en lugar de responder
automáticamente a las determinaciones legales, la jueza a cargo de esta
situación, en conversaciones con vecinos y otros profesionales, acepta
considerar que los niños pudieran ser adoptados por las familias vecinas si
los padres biológicos acceden a renunciar a sus potestades parentales (nunca
en verdad demasiado ejercidas). El inconveniente era que se trataba de
obreros itinerantes, difíciles de encontrar y contactar. Es entonces que la
comunidad se pone en marcha y, con bastante esfuerzo, consigue ubicar a
estos padres y que firmen su acuerdo, con lo que estos niños, en la
actualidad jóvenes en pleno desarrollo, pudieron ser incluidos como
miembros dignos de su comunidad, acogidos y criados por las vecinas de su
madre.

Mucho podemos aprender de esta experiencia en la que profesionales


de la salud, de la justicia, de la educación, ciudadanos sensibles, vecinos
comprometidos se constituyen en actores gestores de relaciones promotoras
de resiliencias. Podrían haberse conectado con numerosos pre-juicios para
los que no faltaban elementos que los abonaran: el sida como una
enfermedad contagiosa y temible, la madre prostituida que pudiera haber
sido considerada como generadora de experiencias marcadoras peligrosas, la
ausencia de figuras paternas en el desarrollo de esos niños, su orfandad y
precaria posibilidad de auto gestión, en fin… Nada de eso tuvo peso. Sí lo
tuvo la sensibilidad proveniente de una compasión transformada en acción
potente, la capacidad empática de todos estos actores sociales, su confianza
en las resiliencias de estos niños (aunque ni siquiera conocieran la metáfora),
su fuerza en cuanto al compartir el día a día con estos nenes cuya vida,
seguridad y crecimiento fue tomada como una necesidad de todos,
viviéndolos especularmente como semejantes aún en sus diferencias. La
confianza en las capacidades de restauración y manejo de las adversidades
habilitó acciones que, si se hubieran mirado desde la sobre determinación
del déficit hubieran sido impensables. También impensables desde la pura
letra protocolar de las profesiones.
Tal vez en muchas de las experiencias de adopciones subyace esa
misma mirada promotora de resiliencias posibles. Y tal vez también en
muchas crianzas de hijos propios es necesario cambiar algunas reacciones de
los adultos cuando conductas y características de sus hijos no se
corresponden de entrada con lo esperado por los padres. Ningún bebé
sobrevive sin esos primeros cuidados y aceptaciones incondicionales desde
algún adulto que se ocupe de él. El capital neurobiológico está pero se
necesitan manos mágicas, cuidados, empatía, aprecio y aceptación para que
se desarrollen esas capacidades llamadas resilientes desde la infancia. Hasta
acá, en este terreno de las neurociencias, considero los aportes acerca de la
maduración de la corteza prefrontal y el desarrollo y emergencia de las
resliencias en quienes necesitan reconstituirse luego de traumas y
adversidades.

Un aspecto al que estos estudiosos pueden contribuir y que quizás es


lo que más me mueve a escribir este artículo es cómo podemos fortalecer,
entrenar y cultivar en nosotros, adultos responsables, profesionales del arte
de mejorar las condiciones de vida de las personas, nuestras habilidades de
empatizar, co(n)mpadecer, cuidar y cuidarnos, aceptar diversidades y
producir encuentros apreciativos con quienes nos necesitan. Linda Graham,
Paul Seligman, Estanislao Bachrach y otros muchos desde las neurociencias,
nos brindan un ramillete de ejercitaciones que funcionan fortaleciendo
nuestra corteza prefrontal y así nuestras propias capacidades de resiliencias,
como un capital que nos asegura esa disposición que ayuda a emerger las
resiliencias de los Otros y las propias. En el artículo de L. Graham que cito,
ella se enfoca en prácticas de mindfulness (un nombre elegante para las
prácticas meditativas) y de auto – compasión (que no debe confundirse con
“victimización” sino entenderse como la capacidad de tratarse amable y
compasivamente a uno/a mismo/a), teniendo en cuenta que eso nos permite
re cablear nuestros cerebros en modos más seguros, eficientes y efectivos. L.
Graham las describe como prácticas para el desarrollo de resiliencias
restaurativas; yo las propongo asimismo como entrenamiento de las
condiciones que necesitamos desplegar en las relaciones para que las
resiliencias se produzcan, prácticas necesarias para nosotros quienes
aplicamos para habitar responsablemente esas relaciones. Nos permiten
crear cambios de mirada que nos ayuden a ampliar nuestras respuestas a
nuestros sufrimientos personales y a los sufrimientos que experimentamos
como parte de la condición humana. Nos toca ocuparnos de nosotros,
cultivar lo que necesitamos para esos encuentros generativos.
Transcribo lo que propone L. Graham y que forma parte de prácticas
muy sencillas: mindfulness o prácticas meditativas cultivan darnos cuenta,
tomar conciencia de lo que está sucediendo aquí y ahora y de cómo
reaccionamos a eso. Auto-compasión significa aceptación de nuestra
experiencia, aceptación de lo que está sucediendo y de nuestras emociones y
acciones hacia eso. L. Graham explica que mindfulness y auto-compasión
tienen formas distintas de impactar el cerebro: la auto-compasión produce
un proceso desde el fondo hacia la superficie basado en prácticas en el
cuerpo y en las emociones que cambian el foco cerebral desde respuestas
automáticas de supervivencia hacia estados más abiertos y receptivos que a
su vez facilitan cambios en nuestras conductas. La meditación implica
procesos de toma de consciencia, el darnos cuenta y la reflexión consiguiente
que nos llevan a mejores y más sabias decisiones. Es así que podemos mover
el foco de la actividad cerebral saliendo de la red automática responsable por
la rumiación y la preocupación que pueden impedirnos un modo inteligente
de actuar y enredarnos en más malestar y sufrimiento. La práctica de la
meditación, por otro lado, nos ayuda a prestar atención a nuestra
experiencia en el momento, a regular la aceleración y la desaceleración del
sistema nervioso, a calmar las respuestas de miedo de la amígdala. Nos lleva
a buscar respuestas flexiblemente, con buen juicio, buen planeamiento y
buenas decisiones. A través de esta práctica, podemos hacer una pausa,
habitar el presente, salirnos de la disociación, la distracción y la negación
para involucrarnos con la experiencia del momento. Podemos nombrar esa
experiencia, lo que activa centros del cerebro relacionados con el lenguaje, y
también tomar distancia y reflexionar sobre ella, cultivando una posición de
testigo de la misma. Esto último nos hace monitorear nuestra experiencia, y,
si queremos, buscar cómo modificarla. Podemos elegir cómo responder a ella
y también podemos practicar cambiar nuestras perspectivas, discernir
opciones y las consecuencias de nuestras opciones para tomar decisiones
más sabias. Con la auto-compasión nos prestamos atención a nosotros
mismos, reconociéndonos como los que vivenciamos la experiencia, y nos
brindamos un modo amable y amoroso de considerarnos, tal que podamos
activar en el cerebro el sistema de cuidarnos a nosotros mismos. Con esta
práctica se libera occitocina, hormona antídoto del cortisol, que impide las
respuestas automáticas de supervivencia como son: pelear, escapar,
congelarse o cerrarse, entorpecerse, colapsar. En cambio da lugar a que el
cerebro se reabra a una perspectiva más amplia donde pueda
confiadamente, realísticamente y razonablemente crear un cambio. Los
científicos de la conducta y de las neurociencias han estudiado en los últimos
años numerosas conductas y emociones positivas consideradas prosociales
como la compasión, la gratitud, la amabilidad, la generosidad, la alegría, el
disfrute, la empatía y el amor. Entienden que la práctica de la auto-
compasión activa ese sistema cuidador que nos mueve a cuidar y proteger y
nos asegura muchos beneficios como: menos stress, ansiedad, depresión y
soledad, más cultivo de amistades, de sostén social y colaboración,
generación de cambios de perspectivas, más optimismo, mayor creatividad y
productividad, mejor salud, mejor dormir, más larga vida, aumentando un
promedio 7 a 9 años. En la aproximación que propone esta autora, los
psicoterapeutas que confiamos en las conexiones desde los afectos usamos
en nuestras prácticas la compasión hacia nuestros consultantes,
promovemos la auto-compasión, la auto-empatía y el auto-entonamiento, y
desde esas experiencias cultivamos la auto-aceptación que es la actitud y el
ánimo que puede poner freno a ataques de pánico y a ataques de furia y
apoyar a que se recuperen las capacidades resilientes. Un ejercicio de auto-
aceptación que L. Graham enseña y entrena es muy simple y potente: con
una mano en el pecho, me digo a mí misma: “puedo ser amable conmigo
misma en este momento”, “puedo aceptar este momento así como es”,
“puedo aceptarme a mí misma exactamente como estoy”, “puedo darme a
mí misma toda la compasión que necesito”. Aunque muy sencillo, este
ejercicio necesita ser repetido para producir el efecto de auto-aceptación
buscado.                                                                                              

Algunas emociones y actitudes para revisar y debatir:

El Cuidado 13

En cuanto a este importante tema acerca de las funciones necesarias a


desarrollar para los otros y para nosotros, elijo transcribir palabras de la
doctora Denise Najmanovich porque yo no podría expresarlo mejor. Y creo
que los encuentros en las relaciones que promueven el surgimiento de
resiliencias están en consonancia con esa disponibilidad al cuidado que
podemos tener quienes entendemos que no nos constituimos en personas
plenas sino en esos encuentros con los otros, apreciando e incluyendo a los
otros, diversos de nosotros.

Dice la autora:
El cuidado de sí y del otro sólo puede nacer de los encuentros vitales, nunca
de los ideales. Cuando olvidamos al ser vivo complejo para buscar la pureza
del ideal, abandonamos toda posibilidad de cuidado. Porque cuidar no es
“hacer el bien”, sino potenciarnos mutuamente, “hacer sinergia”. ..Nada está
dado a priori, ni en abstracto, todo fluye al ritmo de los encuentros y de la
comprensión que tenemos de nuestra existencia necesariamente común. ..
Desde la ética del encuentro, cuidar a otro no es lo que hago por su bien, sino
lo que hacemos para potenciar nuestra vida común.

Este es un buen punto de partida para una función –el cuidado– a cumplir
desde los ámbitos de las instituciones de la sociedad civil. También desde los
feminismos, Carol Gilligan abre la entrada a un nuevo escenario cuando da
cuenta de su investigación sobre el posicionamiento diferente de las niñas (lo
13
En “Nosotros y los Otros: diversidad y cuidado de sí y del otro” artículo De Denise Najmanovich
compara con el de los niños varones) en los juicios morales en que ellas
incluyen el cuidado de las personas. Desde allí es que se construyen los pasos
dados en la dirección de la Ética del Cuidado. Y es entonces la consideración
por el cuidado de las personas una práctica que da cuenta de posibilidades
resilientes en los vínculos.

La Compasión

Si bien es difícil organizar una reflexión que pueda ser generalizada en cuanto
a los afectos y a las maneras de, en los encuentros, desarrollar acciones
incluyendo y a partir de emociones, creo útil seguir a Eugenio Fernández,
estudioso de Spinoza, en sus reflexiones acerca de la Compasión. Dice E.
F.:“la compasión es uno de los afectos que componen la sociabilidad natural
de los hombres”. Spinoza la conecta con la Piedad, a la que considera una
virtud cívica decisiva para organizar políticamente las multitudes desde la
solidaridad14 y la libertad. Dice Spinoza: “la compasión es un afecto triste y
reactivo, es la tristeza acompañando un mal que sucedió a otro que
consideramos semejante a nosotros”. Así y todo, el mismo Spinoza la conecta
a la piedad por reconocer en este afecto la capacidad de poder pasar de la
pasión a la acción. La piedad consiste en el “deseo de hacer el bien”, incluye
la generosidad, el deseo de ayudar (parte III de la Ética).
Para Spinoza entonces la compasión es un primer paso en la consecución de
la piedad. Sería “tristeza surgida del daño de otro, es la tristeza acompañada
de la idea de un mal que sucedió a otro, al que imaginamos semejante a
nosotros”. Es “hacerse miserable” con otro, padecer por sus males,
condolerse. La tristeza nos daña en cuanto disminuye nuestra potencia, con
lo que la miseria se duplica (E. F.), pero es a la vez indicador de
vulnerabilidad, de sensibilidad, de capacidad de empatizar, y de capacidad de
solidaridad. Para la tradición de Séneca, Hobbes y otros como Nietzsche, la
compasión se asemeja a la lástima (que no es con el Otro sino hacia el Otro,
mirado condescendientemente). Es Spinoza quien coloca la compasión en el
camino a la piedad teniendo en cuenta que con ese afecto se sale de la
indiferencia y se rescata la sensibilidad hacia los otros, en virtud de lo que
reconocemos que tenemos en común con esos otros. Si aparece odio o

14
Recordemos la salvedad en el Lenguaje que propone Wittgenstein. Hace unos años (entre 2001 y 2004), en
algunos circuitos de conversaciones me advertían en México que no usara la palabra solidaridad porque había
sido bastardeada por un partido político que la usó como lema en la propaganda pero luego la distorsionó
totalmente en la práctica.
indignación es contra quien causa el daño, no hacia quien lo sufre. Desde allí
tendemos a buscar salir de esa tristeza, a invertir esfuerzos en desbaratar lo
que la produce al dañar a otros y ahora también a nosotros. La piedad sería la
potencia que surge a partir de reconocer nuestra impotencia, que aparece en
la tristeza de la compasión. Curiosamente, Spinoza dice que el afecto
compasión teje una red de relaciones que lleva a pasar de la mera
condolencia al deseo activo de eliminar la causa de la tristeza y de hacer el
bien para recuperar a quien sufre. Rechaza la miseria y promueve acción
contra ella. Es un “mal” menor, en el camino a humanizarnos, a vincularnos
con nuestros semejantes.
Desde mi perspectiva, “con/mpadecer”, o padecer con el Otro es
diferente de la experiencia de la lástima. Experimentamos lástima desde una
posición de superioridad, desde una jerarquía supuestamente “superior” en
algún rubro como lo moral, lo social, lo intelectual, o lo económico, hacia
quien se percibe como si en algo fuera menos, “inferior”. La compasión, en
cambio, se experimenta desde una posición par, simétrica, resonando con
ese Otro que sufre, sintiendo su sufrimiento en carne propia, registrándolo,
reconociéndolo, compartiéndolo, de modo que desde allí se pueda generar
un camino de búsqueda de posibles recursos de alivio y mejoría. Dice
Emmanuel Levinas, filósofo que, como Spinoza, nos acerca a la Ética: La
cercanía hacia el Otro es una relación de tipo meramente ético, en el sentido
de que el Otro me afecta y me importa, por lo que me exige que me haga
cargo de él, incluso antes de que yo lo elija. Por tanto, no podemos guardar
distancia con el Otro. El Otro se impone como límite de mi propia libertad.
Levinas identifica al Otro al cual estoy obligado con las figuras del huérfano,
la viuda y el extranjero. De ahí deducimos que el Otro en esta afirmación es
el que está en situación de precariedad o sufrimiento. Dice: A ese Otro no lo
determino a partir del ser ni del conocimiento, sino del reconocimiento de su
alteridad desnuda, y, tal vez agregaría Humberto Maturana15, “como un
legítimo Otro”. Estoy obligado a preocuparme, al despreocuparme lo estoy
matando. A su vez, el filósofo reflexiona sobre lo importante que en realidad
es ese Otro: a través de los Otros me veo a mí mismo pues, ¿quién soy yo si
nadie me nombra, si nadie me saluda? De ahí que la relación cara a cara sea
fundamental para Levinas, en la consecución de entender que los progresos
tecnológicos, desde la búsqueda de verdades ontológicas, han dejado de lado
la preocupación por el prójimo, el semejante, el Otro que, en tanto próximo,
15
Biólogo chileno creador del movimiento de la Matríztica, recuperación de la ética en las relaciones, al que
elijo parafrasear.
nos obliga a tenerlo en cuenta. También discurre sobre los efectos de la
tecnología, que, además de producir progresos interesantes,
lamentablemente ha aportado muchas estrategias para evitar que nos
conectemos, que veamos a ese Otro cara a cara. La mirada a la cara nos
obliga a reconocer en todo lo que el Otro también es semejante e importante
para mí, y respetarlo. Evitar esa mirada (en las guerras se habla de “bajas”,
de daños colaterales, de “números” o de “blancos”) elude ver el rostro y aleja
la conexión con las personas que se asesinan.
Entonces, basta con que algún truco tecnológico nos aleje de la visión
de ese Otro que sufre como “semejante” para que me aparte de mi
obligación de atender a su necesidad. Ya no es un Otro próximo, le puedo
quitar esa investidura y maltratarlo o simplemente ignorarlo o negarle mi
apoyo. Si pertenece al partido político que estoy denostando, demonizando,
puedo torturarlo sin hacerme problemas. Podemos hacerlo ya no a través de
la tecnología, empleando un truco muy habitualmente usado así en nuestra
cultura es el de caracterizar al Otro por algún rasgo parcial que
transformamos en total: “habla así porque es feminista”, “es negra y pobre,
sin cultura”, “se come las eses, no sabe usar los subjuntivos”, “es
homosexual” … y podemos seguir con la lista de características que hacen
que desechemos al Otro como semejante, no lo escuchemos, lo juzguemos
indigno de nuestra solidaridad, lo ataquemos. Si no consideramos al Otro un
prójimo, un semejante, no vamos a experimentar compasión, no vamos a
ocuparnos de él, ni acogerlo ni a refugiarlo, ni a darle amparo,
acompañamiento y cuidado, ni mucho menos ayudar a que aparezcan en él
todas esas capacidades resilientes que podrían crecer y potenciarse en su
corteza prefrontal a partir del encuentro con nosotros .

EMPATIA Compartiendo algunas ideas.

Entre los numerosos autores16 que se han ocupado y se ocupan actualmente


del tema, podemos empezar por uno de los primeros, Carl Rogers,
psicoterapeuta muy reconocido, que la define como 1) una capacidad, una
disposición para entender, acompañar a otros. 2) Implica una disposición
genuina a entender y entenderse (a uno mismo) sin juicios morales previos.
No siempre es posible, se necesita autoconocimiento para asegurar la
distinción entre lo propio y lo del otro. 3) Incluye una calidez no posesiva: el
16
Yamil Zaki, Tania Singer, Paul Ekman, Adam Smith, Karla Mc Laren, Paul Bloom, David DeSteno, Denise
Najmanovich, Dan Zahavi…
cliente (así llamaba C. Rogers a quien lo consultaba) va a ser recibido
humanamente, sin nada amenazante, en una atmósfera en la que se
desarrolle confianza y pueda entonces abrirse.
Para muchos es:
a) Una capacidad de ser afectado y poder compartir el estado emocional
de Otro.
b) Una capacidad de evaluar las razones del estado emocional del Otro
c) Una capacidad de identificarse con el otro, adoptando su perspectiva.

La palabra aparece en 1909, como traducción al inglés hecha por


Theodor Lipps de un término (Einfühlung = “sentir desde dentro”) usado por
el filósofo alemán Robert Vischer como capacidad de entrar en conexión y
entender vivencialmente una obra de arte. Se refiere a una “habilidad para
involucrarnos emotivamente en el mundo que nos rodea”; está ligada a la
implicación, y a la afinidad. Desde los datos históricos resulta interesante
constatar que el término aparece muy tardíamente, mucho después de
“simpatía” y de “antipatía”, ya presente en registros desde 1570. 17
Como descripciones de experiencias cercanas, distintos términos traen
sutiles diferencias de significados para entender y debatir. El contagio
emocional, por ejemplo, sería una emoción vicaria (cuando nos contagiamos
el bostezo o carraspeamos si otro lo hizo), la simpatía: sentimos pena o
alegría por lo que Otro siente pero no podemos decir que sentimos la misma
emoción. En la empatía se siente la misma emoción (o semejante) gracias al
entrenamiento de una agudeza perceptiva y nos involucramos en tanto
sentimos la semejanza. En la llamada empatía cognitiva: nos imaginamos el
estado del otro gracias a nuestra agudeza perceptiva y por semejanza, lo que
nos permite adoptar la perspectiva del otro, usando una metáfora útil, “mirar
con sus ojos”.
Tomando algunas ideas de Carl Rogers, podemos pensar que una
manera empática positiva de estar con otra persona tiene varias facetas:
desde entrar y participar del mundo perceptual privado del otro, hasta estar
presente y sensible momento a momento a las emociones y significados
cambiantes que fluyen en esta otra persona, al miedo, la rabia o la ternura o
la confusión o lo que fuere que esté experimentando. Nos hace vivir
temporariamente la vida del otro, siempre moviéndonos delicadamente allí,
sin hacer juicios morales; a veces podemos estar sensibles a significados de
17
Agradezco a Denise Najmanovich, PhD, haberme facilitado los datos y los textos de su investigación
bibliográfica sobre el tema y también acercarme algunas de sus reflexiones útiles para estos debates.
los que él o ella pueden estar poco advertidos. Incluye comunicar lo que
sentimos acerca del mundo del otro tal como lo vemos con mirada fresca y
sin miedo. En cuanto a esta actitud recuerdo escenas del film “La chica
Danesa” en que la esposa de el/la protagonista se acerca cariñosamente a
ayudarle a internarse más profundamente en la búsqueda de los aspectos
poco convencionales que está experimentando en su sexualidad,
acompañándolo/a. Esa calidad de acompañamiento implica chequear
frecuentemente con esa otra persona la precisión de nuestras sensaciones,
aceptando y dejándonos guiar por las respuestas que recibimos. Si
empatizamos podemos ser compañeros confiables para la otra persona,
ayudándola a moverse hacia más adelante en la experiencia.
Para Karla Mc Laren, la empatía es cultivable, entrenable. Para Denise
Najmanovich que coincide con ella, habilita una disposición importante para
que se produzcan los encuentros que puedan promover pensamiento y
comprensión de los afectos y sus efectos en mí y en otros, no en abstracto
sino “habitando la experiencia en el flujo de la vida”. Para Dan Zahavi, la
empatía no disuelve los límites entre una persona y otra, requiere la
preservación de la diferenciación. No supone el compartir afectos, puede ser
unidireccional. No requiere estados similares entre quién empatiza y con
quién lo hace, y no es prosocial en sí. Es una forma de comprender la vida de
los otros. Así y todo recordemos que la capacidad empática no significa
necesariamente una virtud porque psicópatas, manipuladores, torturadores,
pueden ser muy empáticos, utilizando esa habilidad para aprovechar esa
ventaja sobre el Otro. 18

Para seguir reflexionando en distinto tipo de encuentros (incluido el


intercambio escrito)

Sugiero que estas búsquedas apuntan a contribuir a la construcción de


una cultura en la que la conciencia de la importancia del Otro se nos vuelva
un pilar constitutivo del bien común, que nos incluye. Encontrar una
metáfora fructífera – las resiliencias - no significa establecer nuevos rangos
de méritos dados por terminados o conclusivos, sino contribuir con ladrillos y
argamasa a conjugar realidades que nos interpelan a través de muchos tipos
de producciones como la literatura, el cine, el teatro, la pintura, las
ceremonias de la vida en común, los afectos que nos atraviesan, las
18
Como señala Denise Najmanovich en uno de sus aportes al tema.
profesiones a las que nos dedicamos. Estar atentos, participar de encuentros,
recuperar la importancia del Otro puede ayudarnos en esa construcción
cultural que deseamos. Las historias en el cine también nos ayudan: el
hombre que ayuda al niño inmigrante que llega sin documentos al puerto
francés en el film “El puerto” recupera su sensación de dignidad personal
cuando se involucra en esa vida y hasta consigue involucrar a otros que
también se van sintiendo más y mejores personas a medida que desarrollan
esas acciones relacionales resilientes. Boris Cyrulnik es un excelente
recopilador de esas historias. Sumemos las nuestras.

Cultivando paradigmas de Inclusión del Otro. Hacia el reconocimiento y la


aceptación de las Diversidades

¿Por qué incluir las diversidades? Si nos reconocemos como aquellos adultos
necesarios como agentes de promoción de resiliencias, las visiones del Otro
como potencial rival o potencial enemigo nos inhabilitan de ejercer esa
función. En el fondo, los juicios devenidos de la cultura de las rivalidades son
demonizaciones que se tornan inapelables. D. Najmanovich hace una
distinción interesante entre la diversidad que remite a una variedad de
singularidades y la diferencia que, en cambio, siempre se dice respecto de
algo, en comparación con algo.

La idea de la diversidad nos despliega los variados modos de existencia en un


plano horizontal, sin jerarquías morales. Si honramos esta propuesta, tan
diferente del paradigma competitivo jerárquico que impregna nuestra
cultura, podemos intentar no juzgar, para sólo acercarnos con curiosidad a
explorar aquello que no conocemos, sin rechazarlo de entrada, abriendo
posibilidades de aceptación, y buscando formas creativas de encuentro.
La escala competitiva sólo permite ganar o perder, una muy reducida gama
de posibilidades de relación. El reconocimiento de la diversidad nos abre un
abanico muy amplio por el que podemos navegar disfrutando nuevos
encuentros. La sola suspensión del rechazo y el posicionamiento superior que
implica el juicio nos habilita acciones impensadas como acercarnos a alguien
a quien vemos mal y preguntarle qué ayuda necesita, o arrimarle algo de
comida o de dinero o de compañía. En el reino de las desconfianzas creado
entre otras razones por torpezas en las políticas de seguridad, esa noción del
prójimo, del Otro, es impensable porque estamos instalados en la certeza de
que es potencialmente un enemigo que nos va a dañar.
Un film francés estrenado hace ya algunos años, “Los coreutas” muestra las
acciones de un profesor de música que llega para armar un coro con los niños
casi abandonados en la precariedad de la postguerra, recluidos en una
escuela en la que los profesores sufrían la conducta agresiva de ellos y a su
vez preconizaban un lema: “acción – reacción” que justificaba sus agresiones.
Para el nuevo profesor de música, los niños empezaron a ser reconocidos por
sus voces y su canto, a ser organizados por él en actividades musicales
placenteras, a compartir bromas, a ser mirados como personas con
dificultades y necesidades pero no colocados en un bando enemigo,… y eso
produce el milagro del cambio de emociones y actitudes. Poco a poco se
cumple con una actividad a la que los niños responden, ante el asombro de
los profesores que los consideraban casi como delincuentes. Hacia el final del
film, el profesor, ya viejo, es visitado por uno de sus ex alumnos, ahora un
músico consagrado.

María Cristina Ravazzola


mravazzo2@gmail.com
Abril de 2017

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