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Departamento de Estudios Literarios

Literatura latinoamericana del s. XIX


Julián Luna, Jerónimo Sepúlveda, Juan Sebastián Cárdenas,
Ramón Peña, Sergio Peña, Laura Cristina Rodríguez
Mayo del 2020

Libreto ​Dolores

1. Biografía del autor y contexto

Su abuelo Josef de Acosta, español nacido en Valencia, llegó al Nuevo Reino de Granada en
1761. En 1785 se casó con Soledad Pérez, una mujer de familia adinerada de Guaduas con
quien tuvo un hijo: Joaquín Acosta. Joaquín fue nombrado en 1822 Oficial Segundo de la
Secretaría de Estado y de Guerra, lo que lo llevaría por varios viajes a Europa y Estados
Unidos. En 1830 regresando a Colombia conoció en Nueva York a Carolina Kemble -quien
era protestante- con quien se casaría en 1832. El 5 de mayo de 1833 nació la única hija del
matrimonio de Joaquín y Carolina: Soledad Acosta. La familia tuvo un paso por varias
ciudades norteamericanas como Halifax y Nueva Escocia, donde Soledad se haría bilingüe al
cargo de su madre. En 1846 se trasladaron a París, pero debido a las insurrecciones de 1848
en Francia tuvieron que regresar a Colombia, radicandose en Santa Marta. El general Acosta
le proporcionó a su hija una sólida educación: idiomas, geografía, historia etc; se hizo cargo
de educarla como se hubiera educado a cualquier hombre en esa época. En 1853 conoció al
que sería su esposo y gran colaborador, José María Samper quien era escritor y periodista.

La generación a la que perteneció Soledad Acosta fue una generación que tenía siempre en la
mira la fundación de la nación colombiana. Nacida justo después de la independencia, los
letrados generaron un compromiso y estudio agudo del país a favor de su consolidación.
Soledad Acosta sabía esto muy bien y tuvo a parte de su labor periodística y literaria un
interés grande por la historia contribuyendo en sus escritos a la formación nacional. En 1883
hizo su primera incursión el la historia con la biografía del general Joaquín París , la cual fue
premiada en un concurso celebrado por el centenario del nacimiento de Simón Bolívar.

Más conocida por sus novelas y retratos y por su labor en el campo periodístico, en 1858
Soledad Acosta comenzó las colaboraciones como corresponsal del periódico El Mosaico,
definido como: "periódico de la juventud, dedicado exclusivamente a la literatura" y la tan
aclamada ​Biblioteca de Señoritas;​ periódico literario publicado entre 1857 y 1859 que tenía
la particularidad de ser el primer espacio enteramente de y para las mujeres. Por esta razón
algunos la consideran (en su ortodoxia y conservadurismo) de las primeras feministas del
país.

Soledad Acosta no solo escribió para los periódicos, según Carolina Alzate, escribió veintiún
novelas, cuarenta y ocho cuentos, cuatro obras de teatro, cuarenta y tres estudios sociales y
literarios, veintiún tratados de historia, y fundó y dirigió cinco periódicos, e hizo además
numerosas traducciones. Sin embargo la obra que queremos resaltar es la novela ​Dolores
publicada en 1867, más adelante publicaría más novelas así como fundaría el periódico ​La
mujer (1878-1881) con el cual su objetivo era promover un espacio para las mujeres en el
mundo de las letras y, aunque no recibiera tanta participación, su iniciativa siempre fue
suscitar la educación para las mujeres. A pesar de esto Soledad fue muy dejada atrás por los
escritores de la época, pues así hiciera parte de las tertulias que muchas veces se daban en su
propia casa, cuando se habla de la literatura colombiana del siglo XIX siempre parecen dejar
fuera los nombres de mujeres que realizaron obras tan importantes como el trabajo de
Soledad.

2. Estructura de la novela

La novela se divide en tres partes; cada parte tiene un epígrafe en francés que antecede la
temática de la parte.

La primera parte tiene un epígrafe de Víctor Hugo que traduce algo como “la naturaleza es un
drama con personajes” y, en efecto, la novela presenta a la mayoría de los personajes a través
de la figura de Pedro que es el personaje que conoce y se relaciona con todos. Aparecen
Dolores, Antonio, Don Basilio y la tía de Dolores. Se presentan las costumbres de la época
entre la clase pudiente y los pueblerinos, y como se relacionaban.

Para la segunda parte el epígrafe que antecede la temática es uno de Balzac que traduce: “El
dolor es una luz que nos ilumina”. Hay un cambio en la narración porque inicia una relación
epistolar entre Pedro y Dolores, donde se inicia la trama de la novela; y es el dolor y todas sus
consecuencias que viene de padecer lepra. Se generan conflictos entre los personajes todo a
causa de la enfermedad de Dolores, ya que ella decide mantener en secreto su condición.

Para la tercera parte se decide el destino de los personajes y el epígrafe que antecede los
desenlaces traduce: “Me muero, y en mi tumba, poco a poco llego, nadie vendrá a llorar” de
Gilbert. Como lo dice el epígrafe se resuelve la novela con la muerte de Dolores, se sigue la
narración epistolar entre Pedro y Dolores donde sabemos cuál fue el destino de cada
personaje. Al final Pedro presenta unos fragmentos del diario de Dolores donde se hace
evidencia de todo su dolor y todo lo que pensaba de su aislamiento.

3. Interpretación de la novela

Cuando Soledad Acosta de Samper publica su primera novela en 1867 llamada ​Dolores,
rompe con el silencio deparado por la invisibilización de las mujeres en las letras. Trasciende
los límites impuestos a la condición de la mujer en la búsqueda de su voz propia, cosa que no
se le otorgaba fácilmente a las mujeres en el siglo XIX, donde la mayoría de las obras
literarias que trataban sobre mujeres eran escritas por hombres, promoviendo una visión
desde sus ojos mientras las mujeres les servían únicamente como musas1 para sus versos o
relatos. Aún estando tras la sombra de su esposo y no tener el reconocimiento que debería,
Soledad Acosta de Samper aporta a la literatura una historia sobre una mujer, escrita por una
mujer; demostrando que la mujer no necesita ser definida o interpretada por un hombre.
Carolina Alzate, quien ha estudiado profundamente la vida y obra de Soledad Acosta de
Samper, reafirma la importancia de este asunto cuando recuerda que es precisamente en el
silencio que se deja espacio para la violencia; silenciar la voz de las mujeres no es más que
otro medio para que exista una imposición por parte de los hombres sobre ellas, donde se
busca su sumisión dentro de las limitaciones sociales de lo que le está o no permitido ser a
una mujer. Entonces ​Dolores deja a la luz una perspectiva de la mujer sobre sí misma en vez
de una visión de lo que el hombre piensa sobre ella y su forma de percibirla como algo ajeno
a él. No obstante, resulta algo irónico que Soledad se decida por una voz narradora masculina
en la novela; es a través de Pedro que conocemos las primeras impresiones de este mundo
literario. Sin embargo, más adelante el lector puede familiarizarse con la voz de Dolores
mediante las cartas que ella le envía a Pedro, confiándole sus secretos y abrumaciones.

La novela abarca las presiones de forjar una posible identidad en el nacimiento de una nación
como Colombia que sin duda estaba lejos de reconocer su voz propia en una patria
profundamente fragmentada. Esto se muestra en la novela a través de la desigualdad social
que no estaba muy lejos de la realidad del país donde el gobierno prefería optar por esquemas
de organización occidentales antes que crear un ambiente inclusivo para la diversidad que en
él habitaba; “Desgraciadamente ese tren (político) y ese tono le producían infinitas molestias,
como le sucedería a una pobre campesina que, enseñada a andar descalza y a usar enaguas
cortas, se pusiese de repente botines de tacón, corsé y crinolina” (Acosta de Samper, 2004,
pág. 3). Es así que la novela refleja un Estado colombiano que perseguía - y aún lo continúa
persuadiendo- una idea de progreso occidental, de manera que se impone la modernización
para alcanzar la forma de los países europeos. “El ​nec plus ultra del hombre civilizado es
procurar llegar al apogeo de la insensibilidad” (Acosta de Samper, 2004, pág. 4), en lo
anterior puede observarse esa idea de civilización que pretendía distinguir a ciertas personas
en el privilegio por sus comportamientos, se genera esta idea lo que está bien visto o
aprobado a los ojos de un modelo occidental. En las nuevas naciones se hace cada vez más
evidente y angustiosa la diferencia entre clases sociales, entre letrados y quienes trabajan la
tierra, entre ciudad y provincia, pues, a diferencia de lo que algunas personas puedan suponer,
la independencia jamás significó una nueva página para Latinoamérica, esta siguió estando
fragmentada en una pugna por la sed de poder. Soledad Acosta de Samper nos muestra
personajes como Julián y don Basilio para adentrarse en el panorama colombiano en el siglo
XIX, donde se podían percibir las tensiones por un puesto en la sociedad en una provincia de
Miraflores

1
Así lo recalca la profesora especializada en estudios de género en la literatura latinoamericana del
siglo XIX de la Universidad de los Andes, Carolina Alzate, en una entrevista con El Espectador tras el
lanzamiento de ​Novelas y cuadros de la vida sur-americana​.
Mas toda referencia a la realidad del país se presenta en ​Dolores a través de la temática del
amor que se va moldeando para simbolizar distintos aspectos de lo que ocurría en este
momento. Es por medio de la complejidad del amor que, según dice Pedro, es el “mayor bien
dado a los mortales” que se empieza a entender el desarrollo de la obra. En principio, las
cuestiones del amor y el matrimonio son las que crean supuestos del rol social que debe
cumplir la mujer para mantener un lugar de reputación ante la sociedad. Mediante el
personaje de Dolores se puede observar un ferviente deseo de conocimiento, pues al ser una
señorita de la élite tiene acceso a la educación que le permite en cierta forma igualarse a la
condición de los hombre letrados; “Una noche había leído hasta muy tarde, estudiando
francés en los libros que me dejaste: procuraba aprender y adelantar en mis estudios, educar
mi espíritu e instruirme para ser menos ignorante; el roce con algunas personas de la capital
me había hecho comprender últimamente cuán indispensable es saber” (Acosta de Samper,
2004, pág. 15). Esta carta que Dolores escribe a Pedro demuestra su interés por estas
facultades que no eran permitidas a las mujeres con ligereza, sin embargo, es ella quien pide a
él el material del conocimiento, pues para alcanzar prestigio del conocimiento en su contexto
el hombre tiene que brindárselo.

Por su parte, el amor entre Antonio y Dolores se presenta como un amor imposible, impedido
y colmando por la melancolía de un sentimiento que se desborda en las pasiones humanas
pero no logra realizarse del todo; “Antonio, por su parte, sentía los síntomas de una gran
pasión: las tempestades que se desarrollan en el corazón siempre se anuncian por un
sentimiento de melancolía dolorosa” (Acosta de Samper, 2004, pág. 9). Aquí se retrata al
amor como nada más que sufrimiento, quien recorre las páginas de esta novela puede
asociarse con la frustración de un amor que parece encajar a la perfección como dos piezas
que pertenecen juntas, pero el destino de la vida les espera con algo más cruel; “El amor entre
estos dos jóvenes era bello, puro y risueño como un día de primavera” (Acosta de Samper,
2004, pág. 9). La imposibilidad del matrimonio entre estos dos se origina por algo tan
incontrolable e impredecible como la enfermedad, de manera que el amor se transforma y
pasa de ser algo bello del espíritu al sufrimiento del alma. “Y me presentó un papel que
actuaba de escribir unos preciosos versos, que mostraban un profundo sentimiento poético y
cierto espíritu de melancolía (...) Su corazón se había conmovido por primera vez, y ese
estremecimiento la hacía comprender que la vida del sufrimiento había empezado” (Acosta
de Samper, 2004, pág. 13). Es entonces que se desarrolla la tragedia de la enfermedad de
Dolores -la cual va siendo anunciada por indicios del texto- y pasa a comprenderse el amor
mismo como enfermedad.

Soledad se esfuerza por ilustrar la marginalización social de los leprosos que inspiraban
repugnancia a los demás por su decadente apariencia, dejando entrever una mueca de la
muerte. Así mismo la tía Juana manifiesta su asco por esta enfermedad de los “lazarinos”
aunque sus mismos parientes la padezcan; “Dolores, te confieso que el aspecto de un lazarino
me espanta y querría más bien morir que acercármelo” (Acosta de Samper, 2004, pág. 15).
Por ello el padre de Dolores -que ella misma creía muerto- se había retirado de la sociedad
por la lepra que lo consumía, se había aislado de sus seres queridos para no dañar su imagen
frente a la sociedad, se había aislado de todo lo que pudiera llamarse civilización;
“¿No es cierto, Pedro, que el lázaro es una enfermedad horrorosa? Al saber cuál es la herencia
que me aguarda, todos tratarían de retirarse de mi lado y procurarían describir en mí los
síntomas precursores; ¡estaría condenada a vivir aislada! (...) En tu última carta me dices que
Antonio tiene esperanzas de alcanzar más pronto de lo que creía una posición que le permita
pedir mi mano. Ya es tarde, primo mío: es preciso que renuncie a esa idea… ¡que me olvide!
Mi desdicha no debe encadenarlo” (Acosta de Samper, 2004, pág. 17).
Es así como, cuando obtiene la enfermedad, Dolores se abandona a la soledad y al olvido del
mundo, porque ya no puede hacer parte de él: “¡Me sentía sola, completamente abandonada
en el mundo!” (Acosta de Samper, 2004, pág. 26), pues la lepra es una enfermedad que
cambia y destruye la apariencia física de una persona sin dejarla pasar desapercibida, y este
recuerdo de la muerte no era de ninguna manera aceptado por la sociedad. La lepra era una
enfermedad alienante y repulsiva2, se quería evitar todo posible contacto con una persona
infectada.

Finalmente no solo se desvanece el amor que alguna vez existió entre Dolores y Antonio,
sino que con el deterioro de Dolores también se consume y desgasta su amor fraternal con
Pedro. A pesar de ello continúa enviándole cartas a Pedro donde manifiesta su hastío
existencial y comienza a fraguarse en ella una aceptación por la muerte; “Deseo la muerte con
ansia, pero no me atrevo a buscarla y aun procuro evitarla. Mi espíritu es un caos: mi
existencia una horrible pesadilla. Mándame, te lo suplico, algunos libros. Quiero alimentar mi
espíritu con bellas ideas: deseo vivir con los muertos y comunicar con ellos” (Acosta de
Samper, 2004, pág. 33). Incluso en el auge de su enfermedad Dolores no deja de alimentar su
conocimiento, en el cual ha encontrado cierta emancipación del mundo que la rechaza allí
afuera de su encierro. Es en sus últimas cartas y memorias que escribe donde
progresivamente se acerca cada vez más a una muerte que la habita, una muerte que se está
construyendo en ella desde que dejó de existir en los ojos del mundo normal; “La vida es un
negro ataúd en el cual nos hallamos encerrados, ¿La muerte es acaso principio de otra vida?
¡Que ironía! En el fondo de mi pensamiento sólo hallo el sentimiento de la nada” (Acosta de
Samper, 2004, pág. 35). Su existir mismo se transforma en una extrañeza para el mundo que
la rodea, y sucesivamente sus huesos son consumidos por el olvido mientras su cuerpo se cae
a pedazos hasta quedar reducido a polvo.

4. La enfermedad en la novela

Es evidente que la enfermedad tiene un papel protagónico en Dolores,​ pero cada enfermedad
tiene una connotación distinta dependiendo de su contexto y sin duda la lepra puede ser de las
enfermedades que cargan una infinidad de significados y relatos a través de la historia. Pensar
en esta significa pensar en la deformación total del cuerpo, en la putrefacción e incluso en

2
Así describe Susan Sontag los efectos de la sida ante la sociedad en ​La enfermedad y sus
metáforas​.
seres monstruosos, es la enfermedad que ha sido capaz de construir un imaginario y
juzgamiento hacia las personas que la padecen. Pero si bien estos patrones se cumplen dentro
de la novela, en todo el proceso de degradación que sufre Dolores podemos encontrar un
material histórico muy rico y una especie de configuración social que Soledad Acosta de
Samper deseaba mostrar. Toda la novela está centrada en las dinámicas sociales que se vivían
en esta época, podemos ver un panorama de lo que la élite colombiana era y se puede analizar
la visión de un proyecto de nación, la nación confrontada con la fragilidad del cuerpo.

Puede ser apresurado deducirlo, pero desde el mismo nombre de la novela y su personaje
podemos ver la relación que se pretende aclarar. El mismo nombre le da un contexto
específico a Dolores y a raíz del nombre (lo que nos identifica como personas), vemos que
está sujeta a sufrir dichos dolores, no puede escapar de su cuerpo, no puede escapar de su
nombre y no puede escapar de lo que significaba todo esto en la época, de una construcción
de nación. Es una primera aproximación, pero entrando más a la novela podríamos sentarnos
en el tema del matrimonio, en una visión radical de este sacramento. Como podemos ver, las
apariencias, educación y la posición social, eran determinantes para llevar a cabo la unión
entre personas de la alta sociedad bogotana, vemos una construcción de nación a partir de
justamente estos factores, se pretendía ser una nación grande en conocimiento y economía,
pero esta nación se iba a construir a partir de la unión eterna de los cuerpos, por lo que el
cuerpo en sí hace parte de esa nación.

Pensamos en un principio que Dolores llegaría a casarse con Antonio, ambos pertenecientes a
la élite y ambos cumplían los requisitos para el matrimonio. La verdadera razón de que no lo
hicieran fue la enfermedad, el cuerpo de Dolores. Más allá del sufrimiento que le generaría a
Antonio verse expuesto a la degradación de su esposa, es la imagen que la lepra llevaría a su
vida, así como dolores fue exiliada a una soledad completa, dentro de la sociedad implicaba
una mancha para ambos. El cuerpo marchito de Dolores no podía pertenecer a este gran
proyecto de nación, por ende no sólo fue rechazada de su casa y no sólo murió sola; murió sin
hacer parte de su propia patria.

5. Propuestas de textos teóricos

*​La enfermedad y sus metáforas

Por su parte, Susan Sontag afirma que la enfermedad no es sólo una ocurrencia repentina en
la vida, sino que el hecho de que alguien padezca una enfermedad lo priva de gozar la misma
imágen y privilegio de una persona considerada como saludable, se le atribuye a la
enfermedad un misterio negativo, como algo que debe ser corregido o destruido de
inmediato: “La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara. A todos,
al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los
enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de
nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel
otro lugar” (Sontag, 1977, pág. 1). Aunque el deterioro del cuerpo y eventualmente la muerte
son inevitables e inherentes a la condición humana, se genera un terror tremendo hacia la
incertidumbre de la muerte, a reconocer un posible fin de la existencia;

“La lepra, en sus tiempos de auge, despertaba el mismo sentimiento exagerado de horror. En
la Edad Media, el leproso era como un texto en el que se leía la corrupción; ejemplo, emblema
de putrefacción. Nada hay más punitivo que dar un significado a una enfermedad, significado
que resulta invariablemente moralista. Cualquier enfermedad importante cuyos orígenes sean
oscuros y su tratamiento ineficaz tiende a hundirse en significados. En un principio se le
asignan los horrores más hondos (la corrupción, la putrefacción, la polución, la anomia, la
debilidad). La enfermedad misma se vuelve metáfora. Luego, en nombre de ella (es decir,
usándola como metáfora) se atribuye ese horror a otras cosas, la enfermedad se adjetiva. Se
dice que algo es enfermizo para decir que es repugnante o feo. En francés se dice que una
fachada decrépita está ​lépreuse (​ ...) Antaño, estas fantasías grandilocuentes iban
invariablemente pegadas como etiquetas a las epidemias, que eran calamidades sociales”
(Sontag, 1977, pág. 33).

Por ende, las enfermedades son ligadas a la significación e interpretación que se le da, llevan
consigo el peso de un sentido que define la reacción y el tratamiento que se tendrá hacia ella,
perversamente se le condiciona a representar algo que causa disfunciones en la idea que se ha
construído sobre salud y bienestar, que es promovida también en el imaginario de ser un
mejor o peor ser humano. La enfermedad se convierte en metáfora para crear su propia
jerarquía basada en el estado de nuestros cuerpos, que acaba por definir la visión que los
demás tienen de cada quien.

* “Innovación en las letras femeninas de Latinoamérica”

Los comentaristas de Soledad Acosta de Samper le adjudican, acertadamente, el cambio del


rol de la mujer en la literatura latinoamericana, de un personaje pasivo y sumiso que
normalmente tomaba segundo lugar a un personaje masculino y cuya relación con el
personaje femenino era una de control y superioridad; a uno que tenía el control de sus
propias acciones y de su historia, que era activo en vez de reaccionario y contaba con su
propios ideales no inducidos por una contraparte masculina. En ​Innovación en las letras
femeninas de Latinoamérica, Nathaly Paola González Rodríguez propone un giro de 180
grados a literatura como proyección de las situaciones del momento una vez se conocieron las
novelas de Acosta de Samper. González habla del reflejo en la literatura de un mundo público
controlado por el hombre; incluso uno en el que la mujer no tenía ni siquiera participación, y
un mundo privado en el que la mujer habitaba en el mundo del hombre sin verdaderamente
tener su lugar en este. En la literatura esto se ve proyectado en la falta de mujeres
protagonistas y en los roles que normalmente tenían las mujeres en las novelas. Con Soledad
acosta de Samper este muro impuesto en la mujer, que la alejaba de el mundo público y
privado, se rompe; Dolores es una mujer que no duda en dar su opinión así esto incomode al
mundo masculino, y, aún más importante, su historia y lo que le sucede a medida que la
narrativa transcurre resulta tener una cualidad de introspección extremadamente fuerte por su
cualidad de mujer tratando de encontrar su voz y su ser en ese mundo que la encierra. Dicho
en las palabra de González “La mujer no es un agente perdido en la infinidad de la naturaleza
ni en un objeto a alcanzar, sino que ella en sí misma es observadora y sujeto activo en su
comunidad y en la narración” (González, 2018, pág.43).

6. Bibliografía
- Acosta de Samper, S. (2004). “Dolores” en​ Novelas y cuadros de la vida
sur-americana​. Ed. Universidad de los Andes. Bogotá, Colombia.
- Alzate, C. & Ordoñez, M. (2020). ​“S ​ oledad Acosta de Samper en la escena política
de la escritura”​ ​en ​Soledad Acosta de Samper y el discurso letrado de género.
Pontificia Universidad Javeriana.
- Sontag, S. (1977). ​La enfermedad y sus metáforas.​ Titivillus.
- González-Dieter, G. & Ramírez L. N. M. (2018). ​Innovación en las letras femeninas
de Latinoamérica​. Sello Editorial Javeriano.

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