Está en la página 1de 7

A propósito de Jonas Mekas

Daniel Carvajalino

Todo lo borra todo el tiempo mas no apaga los ojos.


M. P.

Las imágenes se visitan, se rebobinan, se desgastan hasta que se borran sus contornos.
Mekas repite: I never understood life around me, the real life. Las imágenes, al
ensamblarse, forjan una memoria que carece de forma.
Como un amnésico vuelve a recordar su nombre, como un enfermo cambia de
personalidad, quien recuerda siempre regresa a estas imágenes siendo otra persona.
Aceptar esta condición permite encontrar algo que se pierde.
Mekas repite: I still do not understand it, and I do not really want to understand it.

1922-1943: Su niñez y juventud está marcada por la literatura, llegando a ser uno de los
mayores conocedores de la poesía lituana antes de cumplir veinte años. Por esta época
escribe y resalta como poeta en la pequeña escena cultural de su país.
1944: Sus conexiones intelectuales lo llevan a ser parte de la resistencia lituana contra los
nazis y los soviéticos. A lo largo de los años cuarenta, se dedica a la redacción y
comunicación de noticias censuradas por el régimen de turno. Esta etapa política culmina
con la segunda ocupación soviética de Lituania en 1944 y el inevitable exilio de Jonas y su
hermano Adolfas
1945-1948: Los hermanos Mekas viven en Alemania, primero como prisioneros de guerra y
después como migrantes. Durante esta época van por primera vez al cine.
1949: Dos semanas después de desembarcar en Nueva York, Mekas compra su primera
cámara Bolex 16mm., con la que comienza a grabar sus primeros videodiarios.

No había tiempo ni dinero para hacer una película en el sentido convencional, dice Mekas.
En vez de hacer películas, solo filmaba.
Algunos especialistas definen al videodiario como la metamorfosis del registro audiovisual
privado en público, cuyo proceso contempla la calidad de las grabaciones caseras como una
marca distintiva de este estilo cinematográfico.
Pero Mekas solo reitera que es solo un filmador: yo filmo la vida real, nunca sé qué vendrá
después. La forma de mis películas, descubierta entre fragmentos a los que no les falta más
que juntarse, emerge de la acumulación del material mismo.

I’ve been round the world several times and now only banality still interests me.
Sandor Krasna

En As I Was Moving Ahead Occassionally I Saw Brief Glimpses of Beauty, Mekas


reconstruye tres décadas de su vida a partir de retazos visuales y sonoros que se fueron
acumulando en los estantes de su armario con los años.
De esta forma, como en ese juego en el que los japoneses se divierten mojando en un tazón
de porcelana lleno de agua trocitos de papel, hasta entonces indistintos, que, en cuanto lo
sumergen, se estiran, se retuercen, se colorean, se diferencian, los recuerdos, erráticos y
espontáneos, florecen en breves destellos de belleza, y, como eslabones de un mecanismo
más grande, se ensamblan de forma instintiva, construyendo así la memoria de una vida.
Y, como todo recuerdo, cada fotograma de As I Was Moving Ahead es un fragmento de
paraíso perdido que, como cualquier material, se va desgastando con el tiempo.
Una nueva belleza en lo que desaparece.
Bendix Schönflies

Similar a la huella que deja el alfarero en el vasija de barro, el tiempo deja su rastro en la
cinta de celuloide. Colores degradados, manchas oscuras que carcomen paisajes, estelas de
polvo adherido: las imágenes delatan su propia inmaterialidad.
Las imágenes capturadas, al igual que los recuerdos, envejecen, y ese envejecimiento
deriva en eclipses de la perspectiva, como si la atención iluminara de modo diferente cosas
que conocemos desde hace mucho tiempo y en las que, de pronto, vemos lo que nunca
hemos visto. Con los años, estas imágenes pierden su relación con sus objetos y se vuelven
referentes en sí mismos.
Esas ilusiones ópticas de las que se componen la visión de estas imágenes son un abanico
de matices. De repente, los majuelos del sendero en las pequeñas manos del niño que los
arranca se vuelven tan vaporosa como la sombra.
A través de estas imágenes, el recuerdo adquiere una estética.

Como si se trataran de piezas dispares cuyos contornos se recortan para que puedan encajar
entre sí en un rompecabezas deforme, las figuras de celuloide se moldean y se encadenan
sin obedecer un orden particular más allá de la intuición de la mano que las ensambla.
Los recuerdos, como cualquier material, son maleables por cualquier impresión fuerte que
sea capaz de reducir sus elementos objetivos. Recordamos situaciones por cómo las
sentimos, de la manera en que el enamorado recuerda los ojos de una antigua amada de un
color distinto al que era.
Así como al final solo persiste aquello que las imágenes contienen, la vida se sostiene de
aquello que se puede recordar y, al igual que las imágenes, los recuerdos son artificios.

Como el escritor que articula en su página diferentes y contradictorias textualidades por


medio de citas, Mekas opera el ensamblaje de sus videodiarios de tal forma que hace
coincidir elementos heterogéneos como voces aisladas, piezas sonoras y fotogramas
reverberantes en una misma imagen, en un mismo recuerdo.
Así se forja una perspectiva, una que se asemeja en su funcionamiento a la memoria. Los
videodiarios carecen de linealidad temporal, ya que los momentos se encadenan sin querer
seguir una orden narrativo convencional. Los personajes envejecen para rejuvenecer
después y finalmente envejecer de nuevo. Mekas dice que sus películas son de gente feliz
que no tienen conflictos y son felices por siempre.
La ilusión del ensamblaje se mantiene hasta el momento en fijarse en las incisiones entre
fotogramas, el sonido carcomido y las secuencias estancadas en bucle. Así como el escritor
arma, desarma y rearma sus textos, la mano de quien ensambla corta y recorta las imágenes
que componen el recuerdo como si fuera un proceso artesanal.

Desde el presente, una voz del presente vuelve a tantos seres, tantos deseos y recuerdos
voluptuosos de seres: sus yos del pasado. Mekas dice: The deeper I swing into the regions
of nothingness, the further I’m thrown back into myself, each time more and more
frightening depths below me, until my very being becomes dizzy.
Andrew Bellis decía que los logros del pasado no satisfacen al yo del presente, ya que era
como si se intentara matar el hambre viendo a otra persona comer. Este cómico concluía así
que uno es varias personas a lo largo de su vida.
La voz de quien ensambla se desencuentra así con el pasado. Mekas dice: they’re just
images and sounds. El pasado que se ensambla en imágenes que no se alejan sino para
volver en breves destellos de belleza. La voz nombra aquello que se pierde para que vuelva
y perdure en el fotograma, pero siempre como algo diferente a lo que fue. Se escribe el
pasado desde el presente.

Un escritor que hablaba en constelaciones decía que durante los primeros años de la
fotografía era posible que los modelos de las instantáneas se adentraran en el presente
mismo, en la imagen misma.
En los videodiarios de Mekas sucede lo contrario: la esencia del momento grabado reside,
igual que en los recuerdos, en cómo el presente deviene en pasado, como si así se
pretendiera aislar esta sustancia invisible del tiempo en imágenes para que pudieran durar.

En 1971, después de veintisiete años de exilio, Jonas Mekas regresa a Lituania buscando un
pueblo que ya no existe. El reencuentro siempre deviene en desencuentro, porque las
imágenes seleccionadas por el recuerdo son tan arbitrarias, tan incoercibles como las que
la imaginación forja y la realidad destruye, y, con el tiempo, los recuerdos del
desencuentro se ensamblan entre sí para moldear otra memoria. Reminiscences of a
Journey to Lithuania forja, en este mismo sentido, la historia de este no-retorno.
Al llegar a su hogar en Semeniškiai, su pueblo natal, Mekas se reencuentra con sus
familiares envejecidos, quienes se organiza ante la cámara para componer un nuevo retrato
familiar. Su madre es el único punto fijo entre los parientes que entran y salen del plano,
como si cada fotograma capturara el paso de una generación diferente. Más adelante, su
cámara se planta mirando hacia la entrada de la casa familiar, donde cada una de las
generaciones se turnan para que Jonas fije sus nombres y estaturas al lado de la puerta con
un marcador.
De seguir aquellos pasos hasta dar con esta casa, buscaría las marcas de ese día. Lo más
seguro sería hallarlas esfumadas por el tiempo, así como el recuerdo de aquella vez,
confundido en el devenir de otras veces, difícilmente perdura en estos registros, porque, así
como las estaturas quedan señaladas en la pared, a pesar de que la tinta del mercador vaya
despareciendo poco a poco, los rollos de película ensamblados mantienen a sus personajes
fijos en un presente perpetuo, pese a que cada vez que se vuelve a ellos, se están buscando
otras imágenes de otros recuerdos de otra persona.

Así como ojear un álbum familiar, ver cualquier videodiario de Jonas Mekas presupone una
lejanía y una cercanía simultánea. Una lejanía en la degradación material de las imágenes
que apuntan hacia el pasado, y una cercanía a los rostros detenidos por la eternidad en su
presente, desafiando así a la muerte, porque los muertos ya no existen sino en nosotros.

Ghosts in the photographs never lied to me.


Mogwai
Como las cenizas del árbol calcinado que vuelven a la tierra, el recuerdo al olvidarse vuelve
a nosotros siendo otra cosa. Es inevitable: todo lo borra el tiempo como borran las olas los
castillos de arena que construyen los niños. Digo: tal vez el olvido sea a fin de cuenta una
forma más de no entender la vida.*

**
Este ensayo surge de mi preocupación por capturar las cosas, para que no se me olviden.
Lo construí a partir de retazos que fui redactando por más de un año en memos y en mi
memoria. En últimas, ¿no son ambas cosas la misma vaina?

También podría gustarte