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LA CRISIS 2.

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Original del profesor Juan Carlos Martínez Lázaro del IE Business School.
Editado por el Departamento de Publicaciones del IE. María de Molina 13, 28006 – Madrid, España.
©2016 IE. Prohibida la reproducción total o parcial sin el permiso escrito del IE.

Hace poco más de un año, en el otoño de 2014, empezó a tomar forma la idea de que las
economías emergentes podrían estar entrando en un acusado proceso de desaceleración
económica. A los episodios de turbulencias cambiarias que venían afectando a muchas divisas
desde que la Reserva Federal anunciara el principio del fin de su política monetaria ultra-
expansiva, se unía una disminución generalizada de los precios de las materias primas, que
erosionaba los saldos comerciales y fiscales de muchos exportadores de commodities. Pero fue
la brusca caída de los precios del petróleo iniciada en el verano de 2014, lo que hizo saltar todas
las alarmas sobre los problemas en los que podrían entrar muchas economías emergentes.

Durante el año pasado, la situación, lejos de mejorar, continuó deteriorándose. Los problemas de
China por la ralentización de sus ritmos de crecimiento empezaron a ser notorios y comenzó una
fortísima corrección de sus mercados bursátiles que ha acabado contagiando al resto de plazas
mundiales. Incluso volvieron a aparecer las dudas sobre la supuesta fiabilidad de sus estadísticas
macroeconómicas. Aunque fue la constatación que podríamos enfrentarnos a un escenario de
precios bajos de crudo durante bastante tiempo, lo que extendió la sensación de que la
desaceleración de muchas economías emergentes no sería un episodio leve y pasajero sino que
había llegado para quedarse durante más tiempo del inicialmente previsto y que sus
consecuencias podían ser imprevisibles.

El inicio de año tampoco ha traído buenas noticias. Las dudas sobre China no se disipan y las
bolsas asiáticas y occidentales continúan sufriendo por ello. Japón se mantiene en su particular
espiral deflación-recesión y en Europa hay preocupación sobre la salud de la banca italiana, al
tiempo que vuelve la inestabilidad social a Grecia a medida que el Gobierno de Syriza tiene que
aplicar lo pactado para recibir el tercer rescate. En Estados Unidos, los datos de crecimiento del
cuarto trimestre han sido más débiles de lo esperado y empieza a extenderse el mantra de que su
economía podría estar en una antesala recesiva. De hecho, el mercado ya descuenta que la Fed
aplazará sine die la subida de tipos prevista para antes del verano, al igual que ha dejado ver el
Banco de Inglaterra.

Pero quienes más están sufriendo son los exportadores de petróleo. El precio del barril de Brent
o el del WTI han llegado a cruzar la barrera de los 30$ en las primeras semanas del año,
alcanzando niveles desconocidos en más de una década. Otros crudos, como la mezcla
mexicana, la cesta venezolana o el petróleo ecuatoriano han cotizado en enero a niveles promedio
que rondan los 25$ por barril.

Con estos precios, la pregunta es hasta cuando podrán escapar muchas economías exportadoras
del colapso económico. Obviamente, no todas están abocadas al mismo, pero si muchas de ellas,
salvo que el escenario cambie drásticamente. En África, Nigeria y Angola andan explorando con el
Banco Mundial la concesión de créditos que puedan cerrar su brecha presupuestaria. Lo mismo
que está haciendo Azerbaiyán. El país transcaucásico ha tenido que imponer controles de cambio
ante la pérdida de reservas y también negocia con el FMI la posibilidad de recibir un préstamo de
emergencia. En las próximas semanas, la lista se ampliará y quién sabe si incluirá a algún país de
Sudamérica. Lo peor de todo es que el colapso difícilmente se va a circunscribir a ámbito

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IE Business School
La crisis 2.0

económico. La caída de ingresos de muchos petroestados también tendrá terribles consecuencias


sociales y, probablemente, traerá importantes cambios políticos en algunos países, como ya ha
empezado a ocurrir en Venezuela. Una especie de crisis 2.0 que apenas acaba de empezar, pero
que podría amortiguarse si la OPEP y los países no OPEP se pusieran de acuerdo en recortar la
producción para acabar con el exceso de crudo que inunda los mercados.

Aunque para que eso ocurriera, Arabia Saudí y el resto de monarquías petroleras del Golfo
Pérsico tendrían que dar por finalizada la batalla comercial que están jugando contra los
productores americanos de fracking o contra las costosas prospecciones y producciones off-shore
en emplazamientos remotos. Aunque para que eso ocurriera, Arabia Saudí y el resto de
monarquías petroleras del Golfo Pérsico tendrían también que finalizar la batalla geoestratégica
que están librando contra Irán por el liderazgo regional y probablemente contra Rusia, como
castigo por su apoyo al régimen sirio. Aunque para que eso ocurriera, Arabia Saudí y el resto de
monarquías petroleras del Golfo Pérsico deberían llegar a la conclusión de que, aunque tienen
reservas de sobra para continuar soportando una estrategia de precios bajos durante unos
cuantos años, no les compensa tener que subir impuestos, reducir subsidios, enajenar algunos de
sus activos o renunciar a muchos de los lujos que se han estado permitiendo hasta ahora, para
frenar el deterioro de sus cuentas públicas. Y todo eso, al menos de momento, es algo que no
tiene muchas posibilidades de que vaya a ocurrir. ■ ■ ■

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