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El encantamiento de los corderos Pájaros venideros de galaxias lejanas

gasolina. Pero sí tengo dos ojos cuyo destino está “Madre, cada año muchos de los de Bandar Abbas
ahora en manos de Bruno y del doctor Pantier. se casan, no es justo que lloren también en sus
Doctor Pantier ha sido comunista en su juventud. bodas”. Le dije: “Allí también hay gente de Bandar
Al graduarse de la universidad ha ido directamente Abbas; todos esos puertos desde Dubai, Sharjah
a los campamentos de Sabra y Shatila. Al principio y no sé qué otro están llenos de jóvenes iraníes;
votaba por los comunistas, luego por los socialis- vete allí. ¿Acaso no te importa tu vida?” Me dijo:
tas, y ahora es partidario de los verdes. Oh Dios, “¿Entonces qué hago con esos sonidos? Esos soni-
¿no habrás mandado a uno de tus locos a estrellar dos son mi inspiración, los sonidos de los pájaros,
un avión contra la torre de Montparnasse? Además de los árboles, del viento. ¿Por qué he de irme a
aunque me salve de las manos del doctor Pantier, una tierra extraña?”... ¿Habías oído cómo tocaba
ese Bruno, al volver, puede meter sus dedos y sacar verdad, hijo? ¡Sacaba a las serpientes de sus nidos!
mis ojos de su cuenca en el mismo ascensor. Entonces un día, se lo llevaron a uno de los desier-
¿Ves Helena? Hay una bufanda de medio metro tos cercanos. El forense dijo que primero le habían
que no me deja, vaya donde vaya. Yo, por el sueño roto la columna y luego, con una cuchilla…”. Secó
de aquel setar mágico, arranqué todas las puertas sus lágrimas con su pañuelo. “Ya no puedo ni pro-
de mi tierra. Y ahora resultaba que había personas bar la carne. Estaba aquí- qué dios le aleje el mal
que, por otro sueño, estaban dispuestos a arran- de usted- justo donde está usted sentado ahora. Le
car todas las torres del mundo. ¿Acaso existe un dije: “hijo, hoy me apetece comer carne asada. Ve
mundo más seguro que el de la infancia? Y ese a comprar carne”. Se fue y todavía se sigue yen-
mundo también había sido arrancado de su lugar. do…ahora todos mis días son yom’é…mi shanbé
¿Pero qué había hecho el pobre Yom’é para qué le es yom’é…mi yek shanbé es yom’é…mi yom’é es
destrozaran de aquella manera? Ahora, cada vez yom’e*… ¡Ojalá me hubiese enmudecido aquel
que empiezo a fabricar un setar nuevo, hay un cu- día!…no sabes lo que habían hecho con la garganta
chillo que cae continuamente al suelo de la mano
de Nane Doshanbé; junto a la bandeja de la sandía:
* Yom’é es el nombre del día viernes en el calendario iraní; shanbé
“Le dije, “hijo, deja eso; ve y cruza el charco”. Dijo: y yek shanbé son respectivamente sábado y domingo.

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El encantamiento de los corderos

y la cara de mi hijo… querían que ya nadie tocara 36.


instrumentos por esta zona. ¡Oh…Mr. Hawking!”.
Ahora hay un cuchillo que cae infinitamente al Un cadáver y muchos
suelo; junto a la bandeja de la sandía. Y una voz
que resuena en mi cabeza. En su instrumento se
tocadores de tambor
oía el canto de los pájaros. No de esos pájaros de la
tierra, pájaros de ensueño. Pájaros que vienen de
galaxias lejanas; pájaros que tienen sonidos extra-
ños; como si fueran los sonidos del principio de la Mete la aguja en una de las venas finas de mi mano.
creación. Quería atrapar ese sonido en aquel setar A lo mejor es por esta conducta que la morfina ha
mágico. El sonido de los chillidos de los pájaros del de llegar a los nervios ópticos. Antes me ha expli-
alma cuando todo quedaba por decir con Parvín. cado: “Le va a doler un poco. Pero es un dolor so-
El sonido de tantas palabras que nacían muertas y portable”. Me gusta su delicadeza. Consideran su
nunca llegaban a mi garganta o la suya. Dos años obligación explicarte qué te van a hacer. El doctor
de espera…y ¡sólo ocho palabras! ¡Sólo ocho! Nada Pantier también me ha explicado anteriormente:
más. Ahora, hace dieciséis años que intento alcan- “La anestesia es local. Usted seguirá oyendo lo que
zar aquel setar mágico. Se puede fabricar cuarenta pasa a su alrededor, pero no sentirá nada”.
setares en un mes. Y así lo hacen los que se dedican Han atado mis manos a la cama con un cinturón.
a fabricar y vender instrumentos. Y yo había espe- Y hay otro cinturón sobre mi frente que ha clavado
rado dieciséis años. Ahora, apenas he alcanzado el mi cabeza a la cama. Me han impedido la posibili-
trigésimo sexto. Y todavía he de esperar dos años dad de poner cualquier tipo de resistencia. Sé que
más. ahora meterán una aguja en una esquina de mi ojo.
¡Dos años! La angustia se propaga por mis venas como una
¡Y sólo ocho palabras! ola. Cómo se parece esa situación a las descritas
¡Sólo ocho palabras! escenas de tortura en las cárceles. Con una dife-
rencia: que allí meten la aguja bajo las uñas o en

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El encantamiento de los corderos Un cadáver y muchos tocadores de tambor

los genitales, sin usar ningún tipo de drogas o de gubia, o lo que sea, atraviesa los tejidos de mi ojo.
morfina. El anestesista vuelve a explicar: “Estoy Sé que ahora estos “Nakir” y “Munkar” moder-
limpiando el contorno de su ojo”. nos se están abriendo paso hacia las profundida-
Siento el tacto del algodón húmedo en la piel des de mi ojo. Como si supieran que las palabras
de mi párpado y de mi ceja. Sé que ahora llegará han muerto en mí; buscando el balance de mis
el turno de la aguja. Es terrible imaginarlo. Pero actos, escarban y sacan todas las imágenes que se
no hay otro remedio que rendirse. Me rindo. Cie- han convertido en cristales de sal en el cristalino
rro los ojos y me abandono al dulce letargo que de mi ojo. La imagen de Parvín en aquella bata
recorre mis venas lentamente. Lo sé, aquí, en el azul marino y el cuello blanco…y las lágrimas que
quirófano, el primer principio es que el paciente temblaban sobre sus labios inocentes. Un cadá-
no sienta dolor. Siento cómo la aguja atraviesa los ver, que para que subiera a la superficie del agua,
tejidos. He de cuidarme de cometer locuras. Sé han estado esperando, tocando los tambores du-
que si quiero, puedo restablecer con mi imagina- rante dos días y dos noches a la orilla del río. Y
ción la cortada conexión entre los nervios. Lo he una carta…ningún cadáver podría aguantar tanto
hecho antes. Volví loco al dentista. Me decía que tiempo bajo el agua. Mucho deberían hacerle su-
me había puesto tres inyecciones anestésicas, se frir los sonidos de la tierra. Un grupo de mujeres
preguntaba cómo podía yo sentir dolor. Le res- enlutadas y hombres con sombreros, han ido
pondí que si de verdad no me doliera no se lo diría. todo el día, en un avergonzado silencio, y toda la
No, no debo cometer locuras. He de abandonar- noche, con apagados llantos, de un extremo al
me a ese dulce letargo que recorre las venas. Ya otro del río junto con los tocadores de tambor. Y
no veo nada. No cometo ninguna locura. Pero mi Parvín, en las profundidades del agua ha querido
posición horizontal y la última imagen que se ha que todavía toquen más: en un mundo donde el
grabado en mi mente (el doctor Pantier a mi de- amor está destinado al ácido o a la navaja, estoy
recha y el médico anestesista a mi izquierda), me bien aquí con los peces del río y con estas piedras
evocan la primera noche de la tumba. No siento el mojadas que puedo lanzar eternamente al aire,
dolor. Pero siento cómo la cuchilla, el taladro, la sin temer a Motayar y a todos los hombres de la

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