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Prof. Norberto Flores Castro

CAPÍTULO 2
MUJER Y OTREDAD EN LA CRÍTICA POSMODERNA: DEL FEMINISMO A LOS ESTUDIOS DE
GÉNERO

Durante siglos, la Filosofía ha formulado interrogantes en torno al Ser y su entorno en un


proceso que tomó, desde un principio, la forma binaria subjetividad/ objetividad (u Otredad).
Esta dicotomía, desde los primeros momentos de la metafísica y la ontología, ha sido parte de
un amplio discurso de legitimación genéricamente definido: los hombres se han definido a sí
mismos y al mundo con una voz y una perspectiva masculina.
Platón (428-348/47 a. de C.) se convirtió en el precursor de la Teoría del Sujeto al
establecer la dualidad cuerpo-alma, esto es, la inmortalidad del cuerpo en virtud de la divinidad
del alma. Al idealismo Platónico se opuso el realismo de Aristóteles (384-324 a. de C.), quien
definió el alma como la Forma del cuerpo y el cuerpo como la Materia del alma.
Las teorías aristotélicas han pervivido hasta nuestros días a través del trabajo de numerosos
filósofos. Las obras destinadas a explicar la relación del Sujeto masculino con un Otro universal
dieron lugar a la teoría de las "mónadas" del matemático y racionalista alemán Gottfried
Wilhelm Leibniz; a la "Psicología Descriptiva" de Franz Brentano y a la Fenomenología de
Edmund Husserl. Nombres relevantes en la definición de la subjetividad: René Descartes (1596-
1650), seguido por Spinoza, el materialista Thomas Hobbes y el fenomenista George Berkeley.
Todos los sistemas creados por éstos, el Dios de Spinoza, las mónadas de Leibniz, la materia de
Hobbes y la mente de Berkeley fueron desarrollados como respuesta al problema de la dualidad
mente-materia postulado por Descartes.
La secuencia sigue con el idealismo moderno de G.W.F. Hegel (1770-1831), seguidor de
las ideas de Immanuel Kant, Johann Gottlieb Fichte y Friedrich Schelling. Hegel inspiró al
existencialista danés Soren Kierkegaard, a los marxistas y a los positivistas vieneses. En la
metafísica contemporánea, la secuencia es continuada por la fenomenología de Edmund Husserl
y el existencialismo heideggeriano, pero las máximas figuras son Marx y Nietzsche (1844-
1900). Hasta mediados del siglo XX y a pesar de la crítica de Nietzsche en La genealogía de la
moral, las especulaciones en torno a la subjetividad seguían siendo legitimadas por la
"incuestionable universalidad" de la metafísica. A fines del s. XX, los estudios sobre la
subjetividad [del hombre] llevan el sello de un pensador francés seguidor de las ideas de
Nietzsche: Jacques Derrida.
Esta breve reseña del desarrollo histórico de los nombres más relevantes en la Teoría del Sujeto
demuestran que los discursos sobre la condición humana tienen, desde hacía más de veinticinco
siglos, una identidad, una voz, una etnia y un sexo: en la Antigüedad, hombres griegos
dedicados al cultivo del ocio y la razón mientras las labores cotidianas eran realizadas por
mujeres y esclavos; en la época moderna, un discurso eurocentrista, expresado
mayoritariamente en alemán por hombres de raza blanca.
La historia de la filosofía no menciona nombres de mujeres filósofas. Si lo hace, es a modo
de rareza. De hecho, hasta hace poco se seguía creyendo que la mujer no estaba capacitada para
dedicarse al ejercicio puro del pensamiento. Según algunos hombres antiguos, la razón obedecía
a que el cíclico llamado de la Naturaleza negaba a la mujer la capacidad de una total y absoluta
dedicación a la pura especulación, rebajándola, mes a mes, a la lamentable realidad de una
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praxis impura. Sin embargo, a mediados del siglo XX una mujer francesa, Simone de Beauvoir,
dio una nota diferente en la varonil partitura de los estudios filosóficos tradicionales. En 1949,
Simone de Beauvoir publicó El segundo sexo, libro en el que revela el cariz ideológico de la
especulación filosófica masculina y las tristes consecuencias de la definición de la Otredad
femenina por parte de un sujeto masculino.1
Precursora en la definición de los roles genéricos, Beauvoir afirma que no se nace mujer
sino que se convierte en una. Ningún destino biológico, psicológico o económico determina la
forma como la mujer existe en la sociedad. Es la sociedad la que produce este raro ser, a medio
camino entre un hombre y un eunuco y sólo la intervención de alguien -un Sujeto masculino-
puede definir a este individuo como un Otro. La fundamentación de sus argumentos es a partir
del hecho que tanto en niñas como en niños el cuerpo es la forma de percibir la subjetividad: es
a través de sus manos, sus ojos, que el niño aprehende el entorno, no a través de sus partes
sexuales. Las etapas del desarrollo son las mismas en niños y niñas, al igual que esa vaga
percepción del placer. A la edad de 12, las niñas son tan fuertes como los niños. Pronto, sin
embargo, la niña comienza a advertir el misterioso prestigio del Padre: Las horas que él pasa en
casa, la habitación donde trabaja, los objetos que lo rodean, sus pertenencias, sus pasatiempos,
tienen un carácter sagrado. Él mantiene a la familia y es el responsable del hogar. Su trabajo en
el mundo exterior hace que él encarne ese inmenso, difícil y maravilloso mundo de la aventura,
él personifica la trascendencia, él es Dios. A través de él, la madre es destronada como lo fue
Isis por Ra y la Tierra por el Sol.
No tardará la niña en responder a lo que Freud denominó el complejo de Electra, que no
es el deseo sexual por el Padre sino una profunda y total abdicación a su subjetividad. Una
creciente convicción de la insignificancia de su condición alimentada por narrativas de
legitimación -la Historia, la Biblia, la Literatura Universal, entre otras metanarrativas- que
confirman la apabullante superioridad masculina: Perseo, Hércules, David, Aquiles, Lancelot,
los antiguos guerreros franceses, Napoleón (tantos hombres para una Juana de Arco); y detrás
de ella, la figura masculina del arcángel Miguel. Irónicamente, Beauvoir señala que nada puede
ser más aburrido que las biografías de mujeres famosas. Ellas no son sino pálidas figuras
comparadas con los grandes hombres y la mayoría de ellas descansan en la gloria de un héroe
masculino: Eva no fue creada por su propio destino, sino para como una compañía para Adán;
Ruth no hizo más que hallar un marido para ella; Esther obtuvo el favor de los judíos
arrodillándose ante Ahasuerus, pero fue una dócil herramienta en las manos de Mordecai; Judith
fue más audaz, pero fue obsequiosa con los sacerdotes y sus hechos, aunque notables, no pueden
ser comparados con el brillante triunfo de David. Las diosas de la mitología pagana eran frívolas
o caprichosas y todas ellas temblaban ante Júpiter. Significativamente, cuando Prometeo
magníficamente roba el fuego del sol, Pandora abre su caja de males sobre el mundo.
La afirmación del Sujeto masculino ha llevado a que el hombre, en aras de detentar el
poder, haya establecido -desde el principio de los tiempos-, una relación de dependencia y

1
Simone de Beauvoir. The Second Sex (1949; New York: Vintage Books Edition, 1974). Otras obras de Simone de
Beauvoir (1908-1986): Ella se vino a quedar (novela, 1943), La sangre de otros (1945), Todos los hombres son mortales
(1946), Los mandarines (1954, Premio Goncourt), Memorias de una hija hacendosa (1958), Lo primero en la vida (1960),
El Marqués de Sade (1962), La fuerza de las circunstancias (1963), Una muerte muy fácil (1964), La llegada de la edad
(1979), Todo dicho y hecho (1972).
3
subordinación hacia la mujer, haciendo de ella un Otro de menor valor. Esto ha superado las
apetencias económicas del hombre, para alcanzar niveles morales y ontológicos.
Paradójicamente, en su búsqueda de autoafirmación, el hombre ha creado un Otro que lo
limita y lo niega, pero que es una necesidad para él. Esto, porque el hombre se define en
virtud de ese Otro que no es él. Por eso, señala Beauvoir, él no está nunca en paz, aunque
dice buscarla. Previo a todas las cosas, el hombre encontró a la Naturaleza. La controló y
modificó, pero no satisfizo sus necesidades. Algo semejante ocurre con la relación del
hombre con la mujer, una alegoría de la Naturaleza: ella es obstáculo, pura oposición.
Permanece como una extraña o puede someterse pasivamente al deseo del hombre,
permitiendo su asimilación, de modo tal que él toma posesión de ella consumiéndola,
destruyéndola. En ambos casos, sin embargo, él permanece solo. Está solo cuando toca una
piedra, solo cuando come una fruta. Lo que justifica al hombre es la presencia de otros
hombres, lo que lo empuja a la trascendencia, a algún objetivo, al logro de alguna empresa. Ello,
empero, asienta las bases de la tragedia del ser humano: cada ser consciente aspira a afirmarse a
sí mismo reduciendo al otro a la esclavitud. El esclavo, empero, aunque trabaja y sufre, se siente
a sí mismo -de algún modo- como lo esencial y es, por inversión dialéctica, el maestro el que
parece no ser esencial.
El hombre, asegura Beauvoir, podría alcanzar una auténtica actitud moral si él renunciara
a su trascendencia como existente y asumiera su posición como un simple ser. A través de ello,
él también renunciaría a toda posesión, porque la posesión es una manera de buscar la
trascendencia. Mas esto no ha sido llevado a cabo, pues requiere una lucha incesante, una
permanente tensión. Incapacitado para encontrarse y estar satisfecho consigo mismo, en su
propia soledad, el hombre está en constante lucha con sus iguales: su vida es una difícil empresa
cuyo éxito no está nunca asegurado. Mas, a pesar del perfil épico que él mismo se ha creado, el
hombre no gusta de las dificultades, teme al peligro. Aspira, de contradictoria manera, a la vida
y al reposo, a la existencia y al simple ser, él sabe que los "problemas del espíritu" son el precio
del desarrollo, que su distancia del objeto es el precio de la cercanía consigo mismo. El sueña
con la lucha y quietud, con una opaca plenitud y una lúcida conciencia. Ese sueño es,
precisamente, la mujer. La mujer es la intermediaria entre la Naturaleza, aquello extraño al
hombre, y ese ser que es tan aproximadamente parecido a él. Ella no se opone a él con el hostil
silencio de la naturaleza ni con las duras exigencias de una relación recíproca. A través de un
privilegio único, ella es un ser consciente y aún parece ser posible poseerla en su carne. Gracias
a ella, parece haber un medio de escapar a la implacable dialéctica de Maestro y esclavo, que ha
sido la fuente de la reciprocidad que existe entre los seres humanos.
Se yerra al pensar que la mujer puede ser identificada con el esclavo. A lo largo de la
Historia, han habido esclavas, pero han sido libres en su dignidad religiosa y social. La mujer
ha, tradicionalmente, aceptado la soberanía del hombre y éste, a su vez, nunca se ha sentido
amenazado por ella por la vía de una revuelta que podría intentar derribarlo (como acontecería
con un esclavo). Así, la mujer parece ser ese algo inesencial que nunca vuelve a ser esencial, el
Otro absoluto, sin reciprocidad. La creencia de la inesencialidad de la mujer es grata al hombre
y la mitología da cuenta de ello. En el Génesis, Eva, hecha de un costado del hombre, no es
creada espontáneamente sino que es hecha para complementar a Adán. Mas, a pesar de aparecer
como el Otro, la mujer aparece, al mismo tiempo, como una abundancia de Ser en contraste con
la vaciedad, la Nada que el hombre siente respecto de sí mismo.
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Dalila y Judith, Aspasia y Lucresia, Pandora y Atenea, imágenes femeninas caracterizadas
por una dialéctica irresoluta que alcanzan su máxima expresión en la ideología judeo-cristiana a
través de Eva y la Virgen María. La mujer es un ídolo, una sirviente, la fuente de la vida, un
poder de la oscuridad; ella es el elemental silencio de la verdad, es artificio, chisme y falsedad;
ella esconde presencia y hechicería; es la oración del hombre, su caída, es cada cosa que él no es
y por las que él perdura, su negación y su razón de ser. No en vano Kierkegaard dijo que la
mujer es algo tan extraño, tan confuso, tan complicado que ningún predicado es suficiente para
expresarla y los múltiples predicados que a uno le gustaría usar son tan contradictorio que sólo
una mujer podría con él.
Es sabido que el hombre ve en la mujer un Otro como Naturaleza, mas, también es sabido
lo que el hombre hace a la Naturaleza: la explota, la aplasta, nace en ella y muere en ella, es la
fuente de su ser y el reino que él subyuga a su voluntad. La Naturaleza es una veta de material
bruto en el cual está aprisionada su alma, ella es lo que se opone al Espíritu y es el Espíritu
mismo. Aliada y enemiga, aparece como el oscuro caos de donde nace la vida y hacia donde la
vida tiende. La mujer es la suma de la Naturaleza como Madre, Esposa e Idea, formas que aúnan
solución y conflicto, donde cada una de ellas viste un doble ropaje. Es madre, tierra y sangre.
El legado de Simone de Beauvoir a la configuración de una teoría de la subjetividad
femenina es invaluable. Aún cuando han pasado casi cincuenta años de la aparición de El
segundo sexo, sus ideas siguen vigentes. Así, en 1987, Teresa de Lauretis, proponía que el
sujeto femenino propuesto por una teoría feminista del género debía ser múltiple, diverso, a la
vez que heterogéneo y autónomo de los aparatos ideológicos del Estado y de las prácticas
socioculturales existentes. Las nociones de género basadas en la diferencia sexual -cultura de la
mujer, maternidad, escritura femenina, femeneidad, etc.- debían ser superadas ya que dicho
concepto (sexual difference) remite, en primera y última instancia, a la diferencia del hombre, si
no a la diferencia en el hombre. No dar este paso significa, para de Lauretis, perpetuar el
discurso dominante, situarse en una oposición conceptual que está inscrita en el discurso
patriarcal.2
En 1990, la feminista norteamericana Judith Butler refuta las teorías de Merleau-Ponty
sobre la sexualidad denunciando que sus teorías padecen de una engañosa duplicidad. A su
juicio, el filósofo francés conceptualiza la relación entre el hombre y la mujer a través del
modelo de maestro y esclava, significando el deseo un esfuerzo de objetivización y posesión, la
lucha grotesca del maestro con su propia vulnerabilidad y existencia que exige al esclavo ser el
cuerpo que el maestro ya no quiere ser y donde el esclavo debe ser el Otro, el opuesto exacto del
Sujeto y que para Butler hace de La fenomenología de la percepción una expresión de ideología
sexual que revela la construcción cultural del sujeto masculino como un `voyeur' extrañamente
descorporalizado cuya sexualidad es extrañamente incorpórea.3
Compleja e iluminadora, irónica y esperanzadora, la obra de Simone de Beauvoir es
invaluable. Para las mujeres, una pensadora que logró, tempranamente, denunciar el deprivado
rol femenino mediante un lenguaje que, exento de complejidades, sentaba las bases para una
teoría de la subjetividad femenina. Para los hombres, una "femme-terrible" que a la par de
2
Teresa de Lauretis. Technologies of Gender (Bloomington and Indianapolis: Indiana UP, 1987.)
3
Judith Butler. "Sexual Ideology and Phenomenological Description. A Feminist Critique of Merleau-Ponty's
Phenomenology of Perception." en: Splintering Darkness: Latin American Women Writers in Search of Themselves. Edited
by Lucia Guerra Cunnigham. Pittsburgh: Latin American Literary Review Press, 1990
5
indicar las debilidades del sexo fuerte, daba a los hombres los elementos necesarios para la
reconstrucción de una lesionada identidad genérica.

2. La imagen femenina en el ideario masculino: La mitología

En Communities of Women (1978) Nina Auerbach señala las oprobiosas diferencias


entre las agrupaciones masculinas y sus equivalentes femeninas. Las fraternidades masculinas
suelen aparecen como una banda de hermanos, simbolizada por uniformes, ritos compartidos,
juramentos de lealtad eterna y otras características que enmarcan los contornos de un privilegio:
el del honor. Las hermandades femeninas, sin embargo, no gozan de este prestigio. Por el
contrario, parecen simbolizar una exclusión, una antisociedad, un apartarse del poder social y de
las recompensas biológicas. Estas, sin embargo, asegura Auerbach, ocultan un inesperado poder.
El fenómeno es ampliamente representado en la mitología griega. Las Parcas determinan
el curso de la vida. A través de sus dedos corren los destinos humanos y divinos, con un poder
que Zeus no puede subvertir. Interesante que, la exclusión de estas comunidades de mujeres
vaya a la par con su control de sus mentes, vida e inmortalidad. Paradójicamente, aparecen
como una tríada de hermanas que simbolizan la desgracia, pero las que son síntoma de una
unidad que ningún héroe se atreve a invadir. Es, así, símbolo de una unidad que es, a la vez,
defectuosa y trascendente.
Las Gracias son tres míticas hermanas que están aisladas del tiempo. Hesíodo, en su
Teogonía, asegura que ellas nacieron viejas. Ellas comparten un solo ojo, que es pasado de
hermana a hermana. Así, un rasgo que las caracteriza es la virtud de compartir. Hasta ahora,
asegura Auerbach, ninguna de ellas ha tomado el ojo y huido con él. Esa es tarea de un héroe.
Perseo roba el ojo y fuerza a Las Gracias a revelar el secreto de Las Gorgonas. El resto, es
conocido. Las Amazonas sugieren una comunidad de guerreras míticas menos vulnerable. En la
mitología griega, el nombre de la comunidad subraya más bien un defecto que virtudes, dado
que significa "sin un pecho", remitiendo al mito de que estas guerreras se mutilaban un seno
para poder disparar mejor. A pesar de ello, las Amazonas son derrotadas una y otra vez. El
heroísmo de Príamo, Belerofonte, Heracles, Teseo, Dionisio es definido, en parte, por su común
habilidad de invadir y dispersar a las Amazonas. Su cantada disciplina y entrenamiento será
derrotada por un solo aventurero.
Estas comunidades se caracterizan por carecer de hombres. En este contexto, su rasgo
dominante es el de la mutilación. El único ojo que las Gracias poseen es el de la hermandad y el
nombre de las Amazonas define la esfera de erótica y maternal suavidad desde donde ellas son
expulsadas. Ambas hermandades son síntoma de exilio. Las Gracias viven en una tierra ajena al
tiempo y la Naturaleza. La tierra de las Amazonas está lejos de toda forma de civilización. Otra
posible derivación de su nombre (griego) es "sin [pastel] de cebada", sugiriendo que ellas
comían los alimentos crudos. Es decir, no sólo carecían de la condición biológica de la mujer
sino que también estaban privadas de toda forma de transformar la naturaleza en sustento. De
hecho, en Las guerras persas de Herodoto, las Amazonas dicen: "manejar el arco, tirar la
jabalina, montar a caballo, esas son nuestras habilidades. De usos mujeriles no sabemos nada."

El poder del matriarcado


6
En el mundo antiguo, las diferentes teorías de la creación, que se engloban bajo el
término “cosmogonía”, buscan una explicación de la existencia de los primeros dioses y no
de los seres humanos, como ocurre en las concepciones cristianas, dado que se creía que los
hombres eran el producto de las virtudes y defectos de deidades.4
En la mayoría de las culturas de la antigüedad imperaba una concepción religiosa que
dio lugar a dos grandes visiones de mundo: la creación de la Vida y la destrucción
simbolizada en la Muerte. Esta dicotomía tomó la forma de un dios tenebroso, masculino,
señor de la guerra y de la muerte. El Dios Cornudo pintado en la cueva de Ariège en Francia,
el Pan griego, el Satanás de los cristianos, el Lug de los celtas. 5 Junto a él nació una
representación femenina, diosa de la fecundidad, fuerza creadora y regeneradora. La Afrodita
griega, la Astarté fenicia, la Ma frigia. La compañera del Cornudo, que se aparea con él para
dar forma al mundo.
La apelación a lo femenino como símbolo de la Vida es representado en todo el
Mediterráneo bajo la forma de Astarté, diosa que adopta diversas figuras: en Cerdeña se
encuentra con la forma de una mujer, con la cabeza cubierta a la forma egipcia, con una
túnica larga, sosteniendo con las dos manos el disco lunar; en Chipre la diosa es representada
de pie, completamente desnuda y con las manos encima del vientre, o sosteniéndose los
senos, y también en la actitud de cubrirse senos y pubis con las manos.
Astarté, como Istar, era la reina de la Luna y del planeta Venus, era llamada por los
profetas judíos “Reina de los cielos”(Meleket-has-Samaim), y esposa del Sol, o el “Rey de
los Cielo” (Baal-Samai), es decir, la verdadera soberana del mundo, la diosa-naturaleza. Y
como reina exigía sacrificios de sus súbditos. La sangre, parte esencial para la vida, era
ofrecida a la diosa “oscura” con la muerte de palomas, otro de los animales relacionados con
ella. El culto a Astarté, aunque varía en algunos detalles según los lugares, tiene como nexo
de unión su relación con la sangre. Los antiguos judíos, por ejemplo, bajo el nombre de
Ascherot o Aschera, sacrificaban vidas humanas en su honor, aunque en la mayor parte de la
cuenca mediterránea se utilizaba la sangre de animales para honrarla.
En la antigüedad las personas vivían en más estrecho contacto con la naturaleza y, de
forma instintiva, relacionaban a sus dioses con los elementos de la naturaleza. Del mismo
modo, los hombres de la cultura mediterránea de la Grecia pre helénica, tienen a la mujer
como parte importante en los actos de culto, lo que hace suponer la existencia de una
divinidad femenina, expresada en la Madre Tierra, la Madre Agua y la Madre Luna,
formando una Santísima Trinidad que se repite en las tres fases de la Luna. La Triple Diosa,
entre otras cosas, se manifiesta en la fuerza vital que reside en la tierra. La serpiente, animal
telúrico, debe ser predilecta de esta diosa.6

4
Arancibia, Rosa y Armijo Kathy “Imagen de la bruja en la historia, la literaturas y el cine”. Tesis de Título Profesor de
Castellano, Universidad de Playa Ancha, 2003.
5
Los pueblos del Mediterráneo y los futuros invasores celtas (arios), rendían culto a la Gran Diosa. Ello incluía la
presencia de una divinidad masculina que, genéricamente, se ha denominado “El Dios con Cuernos”, al que los Celtas
llamaron Kernunos o Herne, y que a la llegada del Cristianismo fue identificado con el Diablo.

6
Las brujas y su mundo. Julio Caro Baroja. (1966; Madrid: Editorial Alianza, S.A, 1992), pág. 46.
7
Finalmente, la cultura china rechaza el concepto occidental del bien y el mal, afirmando
que la realidad es fruto de la complementación de elementos opuestos, como el día y la
noche, la vida y la muerte, el calor y el frío, sin que a ninguno de ellos pueda llamársele el
bien o el mal. De esta manera, el principio activo, luminoso, cálido, vigoroso, masculino y
solar, es llamado el Yang, mientras que el pasivo, oscuro frío, quieto, femenino y lunar, es el
Ying. No luchan entre sí, como Ormazd y Ahrimán de los persas (dioses principales de los
Persas), sino que se abrazan en un beso apasionado del cual emerge la realidad toda.
De este modo, las diversas percepciones de la condición femenina se desarrollarán desde
la antigüedad hasta la Cristiandad, imperando a partir de este último momento histórico un
conjunto de rasgos que determinarán el quehacer del sexo femenino hasta nuestros días. Lucía
Guerra Cunningham afirma que la mujer es un signo de orden negativo definido por el
patriarcado. Para este efecto toma de George Frazer -The Golden Bough: A Study in Magic and
Religion (1967)-, la referencia a lo izquierdo como un signo de notación mágico-negativa; y de
la Semiótica de la cultura (1979) de Juri Lotman y Escuela de Tartu la analogía
masculino:femenino como equivalente de bonus: malus y dexter: laevus. (laevus = izquierdo/
siniestro/ funesto/ inoportuno).
En un análisis que va desde el pensamiento filosófico griego hasta la era cristiana, Lucía Guerra
Cunningham demuestra que la mujer ha sido objeto de una constante devaluación de su
condición de sujeto: la visión que el hombre tiene de la mujer no es objetiva, sino que es una
inestable combinación de lo que él desearía que fuera la mujer y de lo que teme que pueda ser.
En este devenir, un rol relevante le corresponde al cristianismo. El Génesis advierte que la
fuerza creadora no es femenina sino masculina. Esta fuerza no duplica la labor procreadora de la
mujer sino que representa una voluntad y una conciencia conceptualizadora de crear: organiza,
da nombres y escinde entre Naturaleza (inferior) y Espíritu (superior). Originariamente
denominada "varona" (ishshsh, de ish [varón]), a partir de la pérdida del Paraíso la mujer es
llamada Eva. O sea, es el pecado lo que le permite ser nombrada y con ello se le asocia una
identidad biológica en un contexto de carácter punitivo: es condenada a parir con dolor.
En la Edad Media, el proceso de pauperización de la mujer responde a la necesidad de
mantener el orden dominante, presentando el fenómeno de la inferioridad femenina como
perteneciente al orden natural. Así, San Agustín afirma el carácter complementario de la mujer
al señalar que ésta es únicamente la imagen de Dios cuando está unida a su esposo; a diferencia
del hombre, que por sí solo es imagen de Dios. Santo Tomás de Aquino, al preguntarse si es
posible que Dios haya creado algo imperfecto (la mujer), decide que si bien ésta es defectuosa
por su naturaleza individual, pertenece a la totalidad perfecta por su rol procreador. Dicha
división implica que su condición histórica y social (como individuo) la pierde, pero su
condición reproductora la redime.
En la Edad Media, la máxima exposición de la mujer como signo negativo se halla en la
imagen de la bruja. Esta subvierte el rol doméstico (monta escobas y ruecas), aparece como una
amenaza sexual (castra) y es referida como el anti-modelo de la pasividad sexual en un contexto
de rígidos cánones morales que aceptan la prostitución como un mal necesario. En el imaginario
cristiano, la virgen María es símbolo de redención femenina. En oposición a Eva su sexo no es
pecaminoso pues es virgen y su rol es ser mediadora entre el orden divino y lo humano. Es la
madre simbólica y silenciosa, una voz femenina ausente, reducida ante la voz del Padre Sin
embargo, su condición de constructo cultural es evidente: En las Sagradas Escrituras, se la
8
nombra recién en el año 57 d. de C. (Epístola a los Galateos, de San Pablo) y sólo uno de los 4
dogmas acerca de la Virgen María aparece en las Sagradas Escrituras: el ser madre de Dios. Los
otros tres dogmas son su virginidad, proclamada en el año 649, su concepción inmaculada, en
el año 1854 y su asunción al cielo, en el año 1950.7

3. La imagen de la mujer en la época moderna: El feminismo y sus consecuencias político


culturales

El modelo mariano de la mujer como un otro cuyas virtudes son la obediencia, la castidad
y el silencio se extendió hasta avanzado el siglo XIX, época en que las circunstancias sociales e
históricas empujaron a la mujer a salir del espacio doméstico para participar en la esfera pública,
patrimonio, hasta ese entonces, exclusivo del hombre. Nina Auerbach, en Communities of
Women (1978) analiza dos siglos de producción literaria en la que figuran comunidades de
mujeres, con el fin de recordarnos que la autosuficiencia femenina no es un postulado de tal o
cual generación de feministas, sino un poderoso componente inherente a la compartida visión
cultural de la mujer. Estas imágenes, sin embargo, cambia en la medida que cambian las
perspectivas culturales. 8
En 1848, señala Auerbach, el Queen's College fue fundado en Inglaterra por Charles
Kingsley y F.D. Maurice, en momentos que en América (USA) las mujeres se reunían en la
Convención de Seneca Falls. El Queen's College ofreció entrenamiento profesional a mujeres,
bajo la égida de hombres profesionales, en lugar de fina benevolencia reticente a la instrucción.
Mas no fue sino hasta 1873 cuando recién se permitió la entrada de las mujeres a las
universidades (Cambridge). Serán las mujeres intelectuales las que liderarán a sus pares en los
avatares de las luchas por sus derechos. Un naciente gremialismo y el advenimiento del
socialismo darán a estos movimientos de mujeres un aparente marco de equidad que más tarde
será cuestionado.
En América Latina el fenómeno sufrió una suerte semejante. Aunque la mayoría de las
feministas en este período [1900-940] pertenecían a la clase media urbana de profesionales y
directivos, el feminismo también tuvo seguidores entre miembros de la clase trabajadora, como
parte de una más amplia ideología de liberación personal y social de las mujeres de las
condiciones de explotación derivada del desarrollo del industrialismo y capitalismo. 9 La
inmigración (1880-1930) hacia el cono sur, se insertó en el marco de una serie de cambios en la
estructura socioeconómica de las naciones. Cambios en las políticas de educación, trabajo,
habitación, salarios, salud pública, servicio social y la regulación de horas de trabajo generaron
conflictos en la población. El Estado, abocado a situar al país en el marco de una naciente
modernidad, debió enfrentar fuertes luchas ideológicas sobre la mejor forma de llevar a cabo

7
Lucía Guerra Cunningham se basa para este acápite en el libro de Marina Warner, Alone of All Her Sex: The Myth and the
Cult of the Virgin Mary (1976).
8
Nina Auerbach, Communities of Women (Cambridge: Harvard University Press, 1978).
9
Asunción Lavrin. "The Ideology of Feminism in the Southern Cone. 1900-1940". Working Papers of the Latin American
Program of the Woodrow Wilson International Center for Scholars. Washington, 1986.(Otro libro de importancia de la
misma autora: Las mujeres latinoamericanas. Perspectivas históricas. Asunción Lavrin, compiladora. ([1978] México:
Fondo de Cultura Económica, 1985).
9
dicha empresa. El resultado se materializó en una serie de transformaciones sociales. Entre ellas,
el fortalecimiento de los movimientos sindicales, un avance en la democratización por la vía del
sufragio [masculino] y el nacimiento de nuevos liderazgos políticos, en armonía con la
formación de nuevos grupos sociales.
El ingreso de la mujer como fuerza laboral, a fines del siglo XIX e inicios del presente
siglo, fue fundamental en la redefinición de su rol social. Al logro de este objetivo ayudó
considerablemente el aporte de una naciente ideología: el feminismo. Sin embargo, la tarea no
tuvo las características de otros países más "desarrollados". El feminismo latinoamericano debió
desarrollarse en sociedades caracterizadas por una fuerte división de roles basada en los géneros
sexuales, aspecto visible en una estratificación jerárquica de poder y autoridad social y familiar.
El feminismo se gestó en América Latina a la luz del interés de educadores de la talla de
Domingo Faustino Sarmiento, José Pedro Varela y hombres de estado como Juan Bautista
Alberdi, quienes mostraron interés en la educación de la mujer como una forma de contribuir al
progreso nacional. En la segunda mitad del siglo XIX, la clase media urbana hizo de la
educación femenina un símbolo de civilización, un modo de integrarse a la corriente progresista
de Europa y Estados Unidos. De ahí la creación del sistema de educación secundaria para
mujeres, en el último cuarto del s.19. El impulso para los cambios del rol de la mujer en la
sociedad vendrá, precisamente, de la élite educada en dichos centros. Alrededor de 1870,
Argentina tomó el liderazgo en materias de legislación para la mujer, fenómeno que se aprecia
en el número de sus líderes feministas. Chile no se unió totalmente a los movimientos de la
mujer hasta mediados de 1910. Uruguay lo hizo antes que Chile y más efectivamente que
Argentina gracias a la acción del Partido Colorado, quienes identificaron "progreso" con el
mejoramiento del status de la mujer.
En el campo laboral, la mujer contribuyó a un cambio significativo en su percepción
social. Mientras en ciertas industrias se les pagaba menos, en otras, como la enseñanza, se le dio
una alternativa a la mujer de clase media. Coadyuvaron algunos servicios desarrollados por la
tecnología (teléfonos), sectores de la burocracia gubernamental, etc. A partir de la segunda
década de este siglo, el empleo femenino dejó de ser un fenómeno novedoso. No resulta
extraño, así, que algunos observadores consideren que el feminismo está estrechamente
relacionado con la incorporación de la mujer en la fuerza de trabajo. Es la emergencia de “la
trabajadora” que se agrupará en diferentes entidades, como es el caso de Chile, con el MEMCH
(Movimiento Pro Emancipación de la Mujer Chilena), fundado en 1935, el Partido Cívico
Femenino (1920), la Acción Nacional de Mujeres de Chile (1934) y la Acción de Voluntades
Femeninas (1937).
La etapa temprana del feminismo latinoamericano tuvo resabios morales tendientes a
mejorar la sociedad, "limpiar" el sistema político, dotar al sistema de las bondades inherentes al
sexo femenino y, por último, no caer en los mismos errores de los hombres. Con ello, las
mujeres acentuaban su rol de "super mujeres" y "supermadres", dando al movimiento una
dirección mariana: superioridad femenina en virtud de los [supuestos] atributos de su sexo. Este
fue un punto en contra, al argüir muchos que maternidad y política eran incompatibles. Alicia
Moreau, a partir de 1911, fue la figura más importante en revertir esta afirmación, arguyendo
que el manejo del hogar y los asuntos de la comunidad y del Estado eran semejantes. Los
partidos femeninos presionaron por hacer pasar una ley que permitiese la investigación de la
paternidad, en aquellos [abundantes] casos de irresponsabilidad paternal. Esto, en el marco de
10
una campaña de moralidad y "pureza" parecida a la desarrollada en Europa y USA décadas
antes. Las mujeres querían que los hombres alcanzasen el nivel moral femenino y no al revés.
Nacen las Ligas de Profilaxia Social (1910 en adelante), relacionadas con la trata de blancas y
prostitución.
Socialistas y anarquistas, buscando el apoyo de las mujeres, usaron las ideas de liberación
de éstas para empujar a las mujeres de clase media y baja a organizarse y pensar sobre sus
problemas, reforzando y ampliando el proceso de cambio social que afectaba al sexo femenino.
Obviamente, ambos movimientos políticos buscaban el apoyo de la mujer para sus propios
fines, sin embargo, socialistas y anarquistas coincidían en mejorar la condición de la mujer
respecto de su educación (no más allá de la escuela primaria, para la mujer trabajadora). Para
ello, la mujer debía ser educada respecto de sus derechos como trabajadoras, terminar con su
condición de "esclavitud" y subordinación legal. Para ello, la propaganda aludía a la necesidad
de la mujer de "despertar" de su profundo sueño y salir de la oscuridad a la nueva luz del
conocimiento.
No obstante lo anterior, no toda percepción masculina del rol femenino ha sido
complaciente. En la literatura latinoamericana de principios del siglo XX El Zarco (1901),
del mexicano Ignacio Altamirano, refiere la suerte de Manuela, mujer cuya lascivia le valió
la muerte. Dos años más tarde, otro mexicano, Federico Gamboa, describe en Santa (1903)
la patriarcal dicotomía de la virgen/ prostituta: la novela "prueba" que dentro de la mujer más
pura anida el espíritu de una ramera. Seducida por un alférez de húsares, la joven es
expulsada del "honrado" seno paterno. Sin mayor demora, se va directamente a un prostíbulo,
en un veloz tránsito que va desde la pureza virginal a la mácula de la prostitución. Santa,
bella y repulsiva en su lascivia -mezcla de Naná, Margarita Gautier y Manon Lescaut- es un
signo de perversión que, bajo la forma del dominio de su sexualidad, causa la perdición de
los hombres. En palabras de Margo Glantz, Santa simboliza a la metrópoli prostituida de la
sociedad positivista [acentuando] el carácter agresivo y peligroso que toda sociedad que se
pretende moralista le confiere al sexo como instrumento de poder. 10
Puesto en una disyuntiva semejante, el protagonista de La gloria de don Ramiro (1908) de
Enrique Larreta, opta por dar muerte por estrangulamiento a la sensual Beatriz, en beneficio de
la imagen casta y pura de Santa Rosa de Lima. Más tarde, en el estrato fundacional de la novela
nacionalista, la imagen de la mujer sigue respondiendo al medieval arquetipo de la bruja: un
Otro transgresor de las normas, cuya amenaza descansa en su capacidad de subvertir el orden
establecido. Su máxima expresión es Doña Bárbara (1929) de Rómulo Gallegos, novela que
lleva a nivel de símbolo la imagen de la mujer como ente demoníaco, indómito y andrógino. En
oposición a ella está Marisela: joven, pura y silvestre. Las notaciones regionalistas de una
novela caracterizada como "uno de los intentos más lúcidos por ahondar en las relaciones del
hombre con su medio ambiente", descansan sobre un ideologema acusador: la naturaleza,
enemiga del hombre, es de rasgos femeninos.11 Su máxima expresión es asociada a la figura
agreste de doña Bárbara, un signo doblemente negativo en la escritura social del patriarcado. La

10

Margo Glantz, La lengua en la mano (México: Premia, 1983.) Véase el capítulo "Santa y la carne", pp.42-52.
11

. Francine Masiello. "Texto, ley, transgresión: especulación sobre la novela (feminista) de vanguardia." Revista
Iberoamericana, pp. 807-822.
11
hacendada no sólo usurpa un poder de tradicional dominio masculino sino que rechaza el rol
que el código social ha determinado para la mujer: la integración de una familia. De este modo,
en un contexto cultural que hace de la mujer signo de barbarie, se eleva al hombre a la categoría
de símbolo de la cultura y la civilización. A las causas de la actitud de la "marimacho", sin
embargo, el narrador sólo le dedica unas pocas -y pudorosas- líneas: Doña Bárbara, cuando
adolescente, fue objeto de una salvaje violación colectiva. Más tarde, paradójicamente, por
"tener historia", le será negado el acceso al amor. Rechazada por Santos Luzardo, doña Bárbara
desaparecerá en el tremedal pare nacer en el mito.
En la temprana literatura femenina hispanoamericana, la resistencia se proyecta a
través de dos factores: la fragmentación del mundo unitario postulado por el patriarcado y la
negación de la unidad del sujeto en cuanto constructo específicamente masculino. En la
novela mundonovista, señala Francine Masiello, el héroe es poseedor de una serie de rasgos
conducentes a establecer una correlación entre Familia y Estado. Aunque bastardo, logra
reivindicarse mediante el descubrimiento de su ignorada alcurnia y puede definirse mediante
el trabajo. La novela femenina de vanguardia, sin embargo, se articulará en torno a tres fases
fundamentales: cuestiona la genealogía como índice de identidad personal (con lo que se
repudia la figura paterna como eje de significación social); se destacan las relaciones
laterales -amistad entre mujeres- que superan la jerarquías verticales del pater familias (con
lo que favorece una nueva percepción del propio cuerpo y del mundo) y, finalmente, se
desafía el logos masculino. La mujer es, así, figura de orfandad, heroína anónima, sin hijos.
Irredimible por la vía del trabajo y con una escritura privada cuyas connotaciones difieren del
discurso patriarcal: mientras ésta posee un valor público/ nacional, la escritura femenina se
desplaza entre los estrechos límites de la privacidad. 12
Como estrategia de resistencia, la novela femenina de los años veinte opone al modelo
logocéntrico de un héroe que reivindica su condición bastarda (Don Segundo Sombra (1926), de
Ricardo Güiraldes), una mujer siempre huérfana (Ifigenia (1924) de Teresa de la Parra); a la
redención masculina por la vía del trabajo, el silencio de una escritura privada (el diario de
María Eugenia, en Ifigenia); a la condición de hombre como baluarte de la Familia y el Estado,
el cuestionamiento del rol de la mujer dentro de un sistema patriarcal (La Ultima Niebla (1935),
de María Luisa Bombal). En estas novelas, destaca el uso de lo visual y lo visible como
resistencia femenina a la esfera de lo invisible/ simbólico del canon masculino. Por ello la
atracción de María Eugenia por la ropa y las sedas -en Ifigenia-, y el leit motif de las imágenes,
la niebla, el cuerpo y la sensual visión del cabello femenino, en La Ultima Niebla de María
Luisa Bombal. Símbolos que, en la creación literaria de esta última, son fuente de una reprimida
sensualidad sublimada a través de las cosas sensibles:
Toda la producción de la Bombal es una proclamación del principio del placer, ¿o habría
que hablar de la apología en vista de los obstáculos sociales que se oponen al goce y que los
textos registran? Estos obstáculos deben postularse al nivel de las construcciones simbólicas
(roles, ideologías, valores) convocadas por el discurso del padre y transmitidas por él, y cuya
imposición inaugura la cultura del sujeto, a la vez que constituye una mediación entre el sujeto y
su imagen idealizada.13
12
Ricardo Gutiérrez Mouat, El espacio de la crítica: Estudios de literatura chilena moderna (Madrid: Editorial
Orígenes, 1989), p. 15.
13
12
A nivel mundial, las circunstancias históricas contribuían al deterioro de la imagen
femenina. En el marco de un creciente capitalismo, se vio en el carácter no-productivo de la
mujer una subversión del Orden establecido. Paralelamente, en momentos en que Breton y los
vanguardistas le atribuían a la mujer un carácter subversivo, anárquico y amoral, abogando por
un sistema femenino que reemplazase el patriarcado, se desarrollaba una tendencia de particular
animadversión contra la mujer: el fascismo. Klaus Theweleit, en Male Fantasies (1987),
advierte que al ser reforzados los usuales códigos de virilidad al fragor de la Primera Guerra
Mundial, el tradicional concepto de camaradería masculina se vio amenazada por la frágil
figura de la mujer.14 Capitalismo y fascismo, acentuación este último del antifeminismo del
primero, son el marco de la novela de vanguardia. En su variante masculina, ésta contribuye a
proyectar una imagen de la mujer abiertamente negativa. En una misma década, Juan Carlos
Onetti, Eduardo Mallea, Bioy Casares y Vicente Huidobro coinciden en configurar los rasgos de
una Otro femenino que se desplaza entre el enigma y la amenaza.
En 1934, Vicente Huidobro publicó Cagliostro. La historia del mago y hombre de ciencia
del siglo XVIII, los secretos de la francmasonería y las conspiraciones de la corte tienen un eje
central: la lucha de Cagliostro por conseguir el control absoluto sobre su esposa. Bajo
permanente sueño hipnótico, Cagliostro retiene a Lorenza, quien ya no lo ama. Se reelabora, de
esta manera, un viejo leit-motiv de la fantasía masculina: una relación Maestro/Esclavo, donde
el objeto del deseo carece de voluntad. Un Otro femenino reducido a la condición de un bello
Golem de dimensiones eróticas; la "pequeña mujer desnuda en el bolsillo", de A. Norge. 15
Eduardo Mallea, en Fiesta en Noviembre (1938), trató el decadente ambiente de la
aristocracia de origen europeo en Argentina. En un país que emula a su modelo ario por la vía
de pogroms callejeros, la mujer -una vez más-, juega un papel lamentable. A los varoniles
rasgos de Lintas, se opone la avaricia de la señora Rague, férrea, fría y dominante. La
acompañan sus hijas Marta y Brenda. Esta última, caracterizada por el acusatorio detalle de
abortar (por segunda vez) sin que nadie de su familia lo sepa. Si la señora Rague sintetiza una
versión deformada del poder patriarcal, Marta responde al patrón de la mujer-desencantada y
Brenda, a su vez, es síntoma de una de los más temidos e insondables rasgos femeninos: el
silencio. Las tres configuran un conjunto de inevitables remembranzas mitológicas.
En 1939, Ernesto Sábato daba a conocer en El túnel la figura de María, una Alteridad
abstracta que conduce al héroe a los irracionales límites del crimen. El mismo año, Juan Carlos
Onetti, reproducía -una vez más- en El pozo la antinomia de la virgen y la prostituta, juego de
oposiciones que consumirán a Eladio Linacero. En una escena de notaciones fetichistas, éste le
pide a Cecilia -su esposa-, que camine por la misma calle de antaño con el mismo vestido que la
vio la primera vez. Mas, ya nada es lo mismo. Convencido de que el amor es un sentimiento

Ricardo Gutiérrez Mouat, El espacio de la crítica: Estudios de literatura chilena moderna (Madrid: Editorial Orígenes,
1989), p. 15.
14
Como lo denuncian los pensamientos de un soldado: “Una mujer...Mis camaradas probablemente se reirían si
supieran cómo yo agonizaba por una cosa joven que recién había dejado el nido familiar!” Male Fantasies (1977;
Minnesota: University of Minnesota Press, 1987).
15
A. Norge escribió las siguientes líneas: "Desde luego, da gusto encontrar una pequeña mujer desnuda en el bolsillo.
Usted la saca, ella sonríe en seguida, encantada de luz, encantada de ser suya. Está bien caliente en su mano. Tiene
hermosos pechos, un lindo y pequeño pubis como una agradable criatura ordinaria. Ah, así da gusto...", en Edmundo
Valadés, El libro de la imaginación (1976; México: Fondo de Cultura Económica, 1984), p. 34.
13
demasiado perfecto para los seres humanos, el protagonista vierte su frustración en la figura de
la mujer a través de una profunda lástima por la estupidez femenina y un latente sadismo.

4. Presencia femenina en la literatura chilena de la segunda mitad del siglo XX.16

En el desarrollo del silenciado protagonismo histórico femenino, el trazado de su producción


literaria ocupa un lugar de importancia. El actual reconocimiento del sesgo genérico que el arte
ha detentado durante siglos ha permitido reconocer en la creación femenina nacional un valor
que la Historia había ignorado y que, en el marco de una producción cultural masculina
centrada en la noción de la alta cultura, había relegado a la marginalidad las diversas formas de
actividad creativa de la mujer.
Desde principios de este siglo, la escritura femenina chilena destaca con Magdalena Petit (1903-
1963), Teresa Wilms Montt (1893-1921), Inés Echeverría -conocida como Iris- (1869-1949),
Marta Brunet (1901-1967), Gabriela Mistral (1889-1957), María Flora Yañez (1898-1982) y
Chela Reyes (1904), entre muchas otras. A partir de ellas, la literatura de la mujer comienza a
tener un rol relevante en Chile. Mas, desde ese entonces hasta mediados del presente siglo, la
escritura de la mujer fue constreñida a los límites de sus emociones y su facultad maternal.
Limitado su acceso a la política y la ciencia, -representaciones masculinas de lo racional y
analítico-, la mujer fue encasillada en el espectro de lo intuitivo y lo afectivo, haciendo de su
producción literaria un testimonio de su condición genérica.
En una primera etapa, los textos reflejan las dificultades de escribir sobre sí mismas mediante un
discurso propio que hablara de sus sentimientos y sensaciones. Las formas de superar dichas
dificultades han sido variadas, desarrollando estrategias para hablar a través del silencio.
Josefina Ludmer, utilizando la figura de Sor Juana Inés de la Cruz, menciona como
componentes de estas estrategias los verbos saber y decir. 17 Ambos deben coexistir en la
realidad femenina, teniendo como intermediario al adverbio de negación no. Así, por ejemplo,
la mujer ha sido enseñada a decir qué no sabe, a no decir qué sabe, a saber sobre lo que no se
debe decir, etc. La unión de ambas palabras -"no" y "saber"-, significa, para la mujer,
resistencia y censura. En el caso señalado por Ludmer, el saber debe callarse en la mujer a favor
del no decir, el cual reconocería la superioridad del interlocutor y ocultamente el sí saber de la
mujer, porque es un silencio intencionado representado en un lenguaje asimétrico a la estructura
patriarcal y en el uso en forma simultánea de un "feminolecto subordinado". 18
Dadas estas características, la escritura femenina nacional ha sido testimonio de una
constante construcción y deconstrucción, verdadero documento del devenir social y denuncia
de las nuevas formas de marginalidad y negación que se imponen sobre las antiguas. Para
este efecto, la literatura reorganiza el mundo mediante la palabra, elemento que, como la
16
Las siguientes 5 páginas se basan en la Tesis de Título: “Participación social y producción literaria de la mujer
chilena entre los años 1964-1995. Narrativa”, de Catherine Araya, Luis Marchant y Olga Valdebenito, dirigida por
Norberto Flores C. Universidad de Playa Ancha, 1996.
17
. Josefina Ludmer: "Las tretas del débil" en Patricia González y otras editoras: La sartén por el mango. Encuentro de
escritoras latinoamericanas. (República Dominicana: Ediciones Huracán, 1985), pág. 48.

18
. Lucía Guerra: "Silencios, disidencias y claudicaciones, los problemas teóricos de la nueva crítica feminista", en Carmen
Berenguer y otras: Escribir en los bordes. Congreso internacional de literatura femenina latinoamericana/1987. (Santiago:
Editorial Cuarto Propio, 1990), pág. 77.
14
función biológica que ha signado a la mujer desde el inicio de los tiempos, es recreador de la
vida. Así, entre los años 1930 a 1950, la producción literaria femenina se centró en una
actitud combativa, en la que los protagonistas se enfrentan a una problemática social, política
y económica, conformando una corriente distinta a la masculina, caracterizada por un estilo
intimista, toda vez que aborda mundos internos, problemáticas individuales y existenciales,
donde, en la mayoría de ellas, se busca el amor para lograr una vida realizada. Un ejemplo de
ello lo constituyen María Luisa Bombal, María Flora Yánez y Magdalena Petit . Marta
Brunet y su obra Montaña Adentro (1923), marcan el inicio de la existencia "seria" de la
escritura femenina, compitiendo en igualdad de derechos con su contrapartida masculina.
María Luisa Bombal destaca en las letras nacionales a través de una producción literaria
breve, pero muy intensa, rompe con el criollismo de moda y da universalidad a las letras
chilenas, incorporándola a la literatura de vanguardia. Chela Reyes es un caso especial. La
crítica presta especial atención a su producción lírica, mas su novelística destaca por su
emotividad y sencillez expresiva. Su temática prefiere la interioridad -las experiencias oníricas
de los personajes- por sobre las descripciones sociales preponderantes en la producción
masculina. Algo semejante ocurre con María Flora Yáñez, señalada como una de las más
destacadas escritoras de comienzos de siglo, pero de cuya obra la crítica destaca su dedicación a
la descripción de la naturaleza y a su especial sensibilidad para percibir los problemas humanos
y los medios sociales en un ciclo evolutivo en que la mujer tiene un rol relevante.
La importancia de la escritura de este período descansa en que constituye un impulso para
posteriores generaciones de escritoras. Son el primer grupo de escritoras que la crítica masculina
acepta y admira. Sin embargo, no representan aún una escritura propia femenina. Algunas
autoras reconocieron en su temática la posición desventajada de la mujer, pero,
mayoritariamente, sus personajes aceptaron pasivamente el orden de cosas que les tocó vivir,
escapando sólo a través de la ensoñación o encerrándose en su propio universo. Diferente sería
el caso de las escritoras de la segunda mitad del siglo veinte.
Durante este periodo compartían el escenario literario nacional tres proyectos literarios que Poli
Délano denominó como las generaciones del '38, '50, y '60. (A éstas, Cedomil Goic las llamó
generaciones del '38, '57 y '72, respectivamente, y José Promis las definió como programas
narrativos de las novelas del Acoso, Escepticismo y Desacralización.) 19 Los jóvenes del '50 se
alejaron de los conflictos políticos y dirigieron su hacer literario hacia los pequeño burgueses y a
la decadente aristocracia. Al respecto, Fernando Alegría señala que los jóvenes autores eligieron
una tónica asocial en su literatura y quisieron identificarse más bien con la alta burguesía. Según
él, estos escritores flotan entre una clase aristocrática, en ruina, y una clase media a la que no se
asimilan profesionalmente. Debido a estas y otras circunstancias los escritores toman como
característica una angustia indefinida y una rebeldía sin causa ni propósito, que no es sino el
contagio existencialista desarrollado en Europa y Norteamérica.
Aún cuando en este momento se distinguen escritoras que refieren temas femeninos, sus relatos
no logran caracterizar la época con un discurso distintivo. Dentro del marco de una tendencia
patriarcal-literaria que se desarrolló de modo independiente al proyecto político de la época, la

19
. Poli Délano: "Discurso sobre lo que se va dejando de llamar las nuevas hornadas de la narrativa chilena": Casa de las Américas 75 (
Habana: 1972). Cedomil Goic: Historia de la Novela Hispanoamericana (Valparaíso: Ediciones Universitarias, 1980). José Promis,
Novela Chilena del Ultimo Siglo. (Santiago de Chile: Editorial La Noria, 1993).
15
literatura femenina -desde siempre en la marginalidad-, no produjo impacto en las letras
nacionales.
De un total de 121 escritoras chilenas que publicaron durante el período de 1964 a 1973, 25
escribieron novelas (señaladas arriba); 25 incursionaron en el cuento (de ellas cuatro se
especializaron en cuentos infantiles); 3 escribieron drama y 66 desarrollaron su trabajo en lírica.
Algunas de ellas escribían alternando entre los tres distintos géneros literarios.20 De las
escritoras señaladas, sólo dos de ellas refieren la posición subordinada de la mujer: María Elena
Gertner La Mujer de Sal (1964) y Elisa Serrana Una (1966). Aunque publicada unos años
antes, se ha agregado a éstas una de las obras pioneras del feminismo chileno: La Brecha (1961)
de Mercedes Valdivieso.
En los ´70, la literatura quería transmitir una actitud de optimismo ante la época; el lenguaje
abandonó las connotaciones pesimistas, se recuperaron los placeres sensoriales y la
cotidianeidad se hizo presente como asunto literario. Un aire de libertad se comenzó a esbozar
en la literatura de estos autores. 21 En el plano de la producción literaria de la mujer del gobierno
20
Publicaron en aquel entonces: Berta Aguirre (1919-1977), Anillos en la alfombra en 1967, Ardiente sinfonía, 1968;
Margarita Aguirre (1925), La Culpa 1964 , Las vidas de Pablo Neruda y El Residente., 1967; Maité Allamand (1911)
Huellas de la ciudad en 1966; Gyliane Balmaceda Asesinato internacional, en 1966; Graciela Bianchi de la Cerda
(1923) su seudónimo es Valeria de Paulo, Martes de Gracia en 1964; Marta Blanco (1938) La generación de las
hojas, 1965; Adelina Casanova (1895) Así fue 1964; Eliana Cerda P, La Flauta en el Horizonte, 1966; María Donoso
B., Hominum Terra, 1966; María Elena Gertner (1927), La mujer de sal, 1964; La derrota, 1965 y El hueco en la
guitarra, 1965; Teresa Hamel N.(1918) La noche del rebelde, 1967; Matilde Ladrón de Guevara (1908) Madre
Soltera,1966; Muchachos de siempre,1969; Maria Merani (1919) El diario de Tatiana, 1969; Alicia Morel (1914), El
jardín de Dionisio,1965; Magdalena Petit (1903-1968), Una llave y un camino, 1969; María Esperanza Reyes (1918)
En un barrio llamado Yungay. 1966; Elisa Serrana (1927), (seudónimo de Elisa Perez Walker de Serrano). Una, 1966
y En blanco y negro, 1968; Mariana Suarez (1929-1978) 1969 Los tejados en Agosto; María Urzúa (1916-1993) El
Presidente, 1965; Mercedes Valdivieso (1926) (seudónimo de Mercedes Valenzuela Alvarez), La Brecha, 1961; Los
ojos de Bambú, 1964; María Flora Yañez (1898-1982), El último faro, 1968.
21
Algunos de los escritores que publicaron en esta época son :Gregorio Amunátegui J. (1901-1984) La Sombra
desciende sobre el mar, 1970; Braulio Arenas (1913) El Laberinto de Greta, 1971 y La Promesa en Blanco, 1972;
Guillermo Atias (1917-1979) ...Y Corría el Billete, 1972; Alberto Baeza (1914) La Frontera del Adiós, 1971; Roberto
Von Benewitz (1894) Extraña invasión, 1971; Alfonso Calderón (1930) Toca esa rumba, Don Azpiazú, 1970; Hugo
Correa (1926) Los ojos del diablo, 1972; Luis Enrique Délano (1907) La Red, 1971; Poli Délano (1936) Como Buen
Chileno y Cambio de Máscaras, 1973; Rafael Di Doménico (1909-1984) Los Dioses se divierten, 1972. José Donoso
(1924) El Obsceno Pájaro de la Noche, 1971; Tres Novelitas Burguesas, 1973; Ariel Dorfman (1943) Para leer al Pato
Donald, 1971 y Moros en la costa, 1973; Carlos Droguett (1912) Todas esas Muertes, 1971; El hombre que trasladaba
ciudades, 1973; Leonardo Espinoza (1917-1959) Hombres sin Rostro, 1973; Walter Garib (1933) Festín para Inválidos,
1972; Leoncio Guerrero (1910-1977) Más allá de las brumas, 1973; Jorge Guzmán (1930) Job-Boj, 1971; Jorge
Inostroza (1919-1975) Se las echó el Buin, 1970; Enrique Lafourcade (1927) Palomita Blanca, 1971; Salvador Allende,
1973; Novela de Navidad, 1973 y En el fondo, 1973; Jaime Laso (1926-1969) Black an Blanc, 1970; Carlos León
(1918) Sueldo Vital, 1971 y Retrato hablado, 1971; Alejandro Maguet (1919) Operación Primavera, 1973; Rodolfo
Martínez (1927) Para que Otros puedan vivir, 1973; Manuel Miranda (1930) Y también los cómplices, 1970;
Muchachos, maten a papá, 1971, David de las Islas, 1972; Antonio Montero (1925) No morir, 1971; Jorge R. Morales
(1902) Aguas Profundas, 1973; Carlos Morand (1936) Con las manos en las rodillas, 1972; Jacobo Nazare (1898)
Debemos un gallo a Esculapio; Bai y Elí, 1971; Carlos Ossa, La aldea más grande del mundo, 1973; Roberto Otaegui
(1919) Tu sangre pertenece a los dioses, 1971; Hernán Poblete Varas (1919) Juego de sangre, 1973; Luis Rivano
(1933) La Yira, 1970 y Tirar a matar, 1971; Adolfo Rodriguez (1902) Templo encendido, 1971; Erich Rosenrauch
(1931-1978) Los poderosos, 1970; Miguel Serrano (1917) Elella, 1971; Antonio Skármeta (1940) Tiro libre,1973; Iván
Teillier (1940) El piano silvestre, 1970; Mañana el viento, 1973; Juan Uribe (1908) Sabadomingo, 1973; Hernán Valdés
(1934) Zoom, 1971; René Vergara (1918-1981) La otra cara del crimen, 1970; Que sombra más larga tiene ese gato,
16
popular, no se encuentra un despertar de la escritura femenina ni feminista. Más aún, en esta
etapa la participación literaria de la mujer es particularmente escasa. El fenómeno parece
responder al hecho que la efervescencia social de la época llevó a los escritores a privilegiar la
participación activa por sobre la contemplación intelectual. El peso de la contingencia y la
rapidez con que se sucedían los hecho de la Revolución Socialista no daban tiempo para la
observación y la escritura. Hernán Vidal observa un fenómeno parecido en la producción
teatral, fuertemente concentrada en la lucha política: las escuelas de teatro de las Universidades
privilegiaron la problemática social desde una perspectiva nacional-popular. La escasez de
producción teatral trató de ser compensada con la reactualización de clásicos, teatralización de
obras narrativas e importación de obras latinoamericanas que respondieran a la efervescencia
política nacional.22
En lo que respecta a la producción literaria femenina, ésta se vio representada, en narrativa, en
Berta Aguirre (1919-1977), quien publica El círculo tornasol en 1973; Irma Isabel Astorga
(1920) La compuerta mágica, 1970; Gabriela Henríquez Descat (1916) (seudónimo: Olga de la
Borderie) El Pozo, 1972; Matilde Ladrón de Guevara (1908) En Isla de Pascua los moais están
de pie, 1971; Gabriela Lezaeta (1927) Color hollín, 1970; Mariana Suárez (1929-1978) La
danza de los vendedores, 1970. Mercedes Valdivieso (1926-1993) Las noches y un día, 1971.
Wally (1936) (seudónimo de Wally de Gómez Correa).
Entre 1973 y 1976 se mencionan los cuentos de Carmen Ávalos en El dedo en la llaga
(1973) y Libertad Condicional (1976). También en 1973, Mariana Bustos Ariata publica Las
otras personas. Margarita Aguirre hace lo propio con La oveja negra. en 1974, María Aldunate
publica Angélica y el delfín en 1976, Isabel Allende publica Lauchas y lauchones, ratas y
ratones y La abuela panchita en 1974. Ese mismo año Marta Blanco saca a la luz Todo es
mentira y Ximena Sepúlveda la novela El cuarto reino. En 1975, Mariana Callejas publica
¿Conoció Ud. a Bobby Ackerman?. En materia de crónicas, Isabel Allende publica Civilice su
troglodita, en 1974. Sara Herrera publicó Ajenjo y Almíbar y Rosal de espinas en 1975 y 1977
respectivamente. Finalmente, Berta Aguirre publica su novela El círculo Tornasol en 1973, y el
mismo año Wally Gómez Correa y su novela Gabriela, en tanto Adelina Casanova hace lo
propio con Un hombre sin importancia. Maité Allamand publica Amanecida. Notas biográficas
de un volumen colectivo en 1975. Ese mismo año, Virginia Cruzat Balmaceda publica Nunca
pasa nada en Algarrobo, su segunda novela del período, luego de Extracto de un libro de
viajes en 1974. Este fué el año de ¿Soy dix leso? de Ester Hunneus, más conocida como
Marcela Paz, en la exitosa serie de Papelucho, en tanto María Flora Yáñez publica El peldaño,
una novela corta. En 1975, Mariana Latorre publica Soy mujer. Matilde Ladrón de Guevara
publica Testamento en 1973, obra que es requisada por el gobierno militar, y en 1975 La
ciénaga., novela que presenta las vivencias de la familia del Rector Rodrigo Alderete,
partidarios de la Unidad Popular y comprometidos con el MIR, en los días inmediatos al golpe
militar de 1973. Este período sitúa la problemática de la mujer en un sitial más preponderante.

1971; Taxi para el insomnio, 1972; Un soldado para Lucifer, 1973; Enrique Wegmann (1921-1981) La noche trágica
de los copuyes, 1971; Osvaldo Wegmann (1918) El camino del hombre, 1973; Primavera de Natales, 1973. (Efraín
Szmulewicz: Diccionario de la Literatura chilena. (Santiago de Chile: Editorial Andrés Bello, Segunda Edición, 1984).
Manuel Alcides Jofré: "La novela en Chile: 1973-1983". Centro de Indagación y expresión cultural y artística. Santiago.).
22
. Hernán Vidal: Dictadura Militar, trauma social e inauguración de la sociología del teatro en Chile. (Minneapolis:
Institute for Study of Ideologies and Literature, 1991), págs. 99-100.
17
Las organizaciones del período anterior van a crecer y diversificar sus objetivos, por cuanto las
razones contingentes que las obligaron a colectivizar un problema específico se van a abrir hacia
nuevos objetivos.
Junto a la predominancia de la poesía como actividad literaria "propia" de la mujer-,
destacan Beatriz Acuña con dos libros de cuentos: Rucaray (1977) y El silencio de los valles
(1979). 1977 es también el año de publicación del ensayo de María Hevia Sotomayor Puerta
norte y de Un ángel un Pierrot y una larga espera, libro de cuentos de Florisa Andrade, en
tanto que su segundo libro, también de cuentos, se publica en 1978 bajo el título de El engaño.
Ese mismo año, siempre en el campo de los cuentos, Gyliana Balmaceda y Miriam Bustos Arata
e Isabel Edwards publican Fiumicinco y otros cuentos, Tribilín prohibido y El cajón de las
cosas perdidas, respectivamente. 1978 fue también el año en que Gabriela Lazaeta publicó
Quién es quién en las letras chilenas, y Alicia Morel, una de las grandes plumas chilenas para
niños, publicó El increíble mundo de Llanca y, en colaboración con Marcela Paz, Perico trepa
por Chile. Este año, 1978, Mariana Latorre publica la novela ¿Cuál es el Dios que pesa?,
aparecen la segunda novela de Gabriela Lazaeta Incendiaron la escuela, María Elena Aldunate
y su novela En el cosmos las quieren vírgenes y, en 1981, su segunda novela Francisca y el
otro. Miriam Bustos publica en 1979, Que Dios proteja a los malos y, como ella, Inés Bordes,
Maura Brescia publican las novelas Canté, amé, viví. Memorias y Mares de leyenda. Crónica
de viaje e historia.
La nueva década, los '80, trajo en su primer año a Margarita Aguirre con su novela Pablo
Neruda-Héctor Ecendi. Correspondencia., Mariana Calleja y Virginia Cox Balmaceda y María
Elena Yáñez con las novelas Los puentes, Dentro y fuera de mi maleta e Historia de mi vida.
Por su parte, la periodista Patricia Verdugo, en coautoría con el sociólogo Claudio Orrego
publicó el primero de sus libros: Detenidos desaparecidos, una herida abierta. Así llegó 1981,
con los cuentos Del Mapocho y del Virilla de Miriam Bustos Arata, de dilatada producción en
este período.
El año 1981 es también el año de publicación, en Francia, de Abel Rodríguez y sus hermanos de
la psicóloga chilena Ana Vásquez, exiliada en Europa. Su relato lleva por las vivencias de los
chilenos víctimas de la represión, explorando además los efectos físicos y psíquicos en una
familia de clase media, opositora a la dictadura militar.
Esta es una etapa de convulsiones. La crisis del sistema económico implementado por el
gobierno, aparejada a las medidas represivas para enfrentar la creciente actividad opositora
generada desde 1983 en adelante, fueron el marco que posibilitó la aparición de las
organizaciones de la mujer en confrontación con la oficialidad. Pero, esta vez, con demandas
específicas formuladas en encuentros, jornadas e instancias de reflexión anteriores. En el terreno
de la movilización, habían tenido un rol protagónico en el desarrollo de las protestas nacionales,
especialmente en las poblaciones.
En 1983, en una protesta en las escalas de la Biblioteca Nacional, las mujeres levantaron una
consigna que se iba a volver un símbolo de mayoría de edad para el movimiento feminista:
"Democracia en el país y en la casa". Es así que en 1986 al conformarse la Asamblea nacional
de la civilidad, un momento clave en el proceso de articulación del movimiento antidictatorial,
las mujeres fueron incluidas en el Consejo. Frente a esta nueva realidad, las mujeres
continuaron diversificando sus frentes de acción, redefiniendo el rol de las organizaciones
existentes y creando nuevas.
18
Este período es caracterizado por una abundante producción literaria de mujeres,
especialmente narrativa. Isabel Allende va a publicar La casa de los espíritus en 1982 y, esta
vez con menos éxito, De amor y de sombra en 1985, ambas llevadas al cine. 1982 es el año de
publicación de Ventana al recuerdo, testimonio de Laura Arrue, la novela Estación de término
de Graciela Bianchi, los cuentos Territorio exclusivo de Alejandra Basualto, Fembra de Pilar
Brescia y Entre paréntesis de Ana María del Río. El mismo año se publican las novelas El
ángel de rincones de Mariana Callejas, La antimadre de Virginia Cox Balmaceda y Eulalia de
María Donoso Brito.
El año 1983 es el año de publicación de Cuentos irreverentes de Inés Bordes, Tres novelas
cortas de MBA de Miriam Bustos Arata, la novela de Luisa Eguiluz De diciembre a enero, y
dos nuevas novelas de Matilde Ladrón de Guevara Y va a caer noviembre (requisada por las
autoridades), y Destierro. En 1984 verán la luz los cuentos de Maité Allamand Armonía en el
tiempo, Margarita Aguirre Operación Carmelo, Ilda Cádiz con La casa junto al mar y otros
cuentos, la novela-ensayo María Luisa de Agata Gilgo, la novela de Elisa Serrana ¿A cuál de
ellas quiere usted?, y Coreney de Flor María Aninat. En 1985, aparecen el ensayo de María
Brancic Dolor en la noche y los libros de investigación periodística Miedo en Chile y André de
la Victoria de las periodistas Patricia Politzer y Patricia Verdugo. En cambio, 1986 va a estar
lleno de nuevas publicaciones: Margorie Agosín con sus ensayos Silencio e imaginación.
Metáforas de la estructura femenina y Pablo Neruda; los cuentos de Jaqueline Balcells El niño
que se fue en un árbol, Miedos transitorios de Pía Barros, Alas doradas y otros cuentos de
María Eugenia Coeymans, Cuento aparte de Lilian Elplick Latorre y Las bicicletas de Agata
Gilgo. En el campo de la novela publican, ese mismo año, Soledad Brescia La estirpe
censurada, Ana María del Río Óxido de Carmen, Virginia Cruzat Balmaceda Esas profundas
raíces verdes, Diamela Eltit Por la patria, Lucía Guerra Más allá de las máscaras y Eugenia
Neves En septiembre los poetas. En materia de ensayos, aparecen María Brancic con Te
extraño país, te extraño. Patricia Verdugo publica su libro-denuncia Rodrigo y Carmen Gloria;
quemados vivos, una investigación periodística acerca del caso de Rodrigo Rojas Denegri y
Carmen Gloria Quintana.
En el plano histórico, la década de los ´80 supone un desafío nuevo para el movimiento de
la mujer. La creciente diversificación que había experimentado durante los últimos años tuvo
que sopesar sus objetivos particulares con los de la realidad nacional. Esto es, ser cada vez más
movimiento de mujeres y no una fuerza social al servicio de la contingencia, confundida en un
bloque amplio por la recuperación de la democracia en el país. Mujeres por la Vida convocó,
durante 1987 y 1988, a actos y encuentros de solidaridad y defensa de los derechos humanos. Es
así como, en conjunto con otras organizaciones de mujeres, abogaron por los exiliados, por la
abolición de la pena de muerte, para apoyar a los periodistas encarcelados, para denunciar las
violaciones a los derechos humanos cometidas por el gobierno. Estas acciones buscaban superar
la contingencia de confrontaciones entre las dos posturas presentes en los sectores opositores,
preservando la unidad del movimiento de la mujer en torno al tema de los derechos humanos y
la condición femenina. Aquí no importaba si estaban por la vía electoral o el quiebre.
En tanto, en la ciudad de Taxco, México, se desarrollaba el IV Encuentro Feminista de América
Latina y el Caribe. El movimiento de la mujer, a estas alturas, ya estaba consumado. en palabras
de Eliana Largo : "sólo los ciegos sociales o los sordos de historia podrían seguir negándolo."23
23
. Largo Eliana. "IV Encuentro feminista de Latino América y el Caribe". Mujeres en Acción, Suplemento N10
19
En 1988 se conformó el Comando de Mujeres por el No. Una organización que centró su
trabajo en el voto femenino, que se suponía mayoritariamente conservador. A fines de ese año,
varias organizaciones de mujeres confluyeron en la Coordinadora de Organizaciones Sociales
de Mujeres, con el propósito de preparar la conmemoración del Día Internacional de la Mujer.
Paralelamente un grupo de mujeres independientes y militantes de partidos políticos de
oposición decidieron crear la Concertación de Mujeres por la Democracia, gestando un sector
dentro del bloque opositor. Ambas organizaciones celebraron el Día Internacional de la Mujer
en el Estadio Santa Laura, el 8 de marzo de 1989, con la asistencia de 20.000 mujeres.
La segunda mitad de los años ´80 es quizá el período más fructíferos en la producción literaria
de la mujer. En 1987, son publicadas las novelas: Doy por vivido todo lo soñado de Isidora
Aguirre, Ur y Macarena de María Elena Aldunate, Eva luna de Isabel Allende, Antonio
Canario sin voz para cantar de Antonia Cerda, MAB de María Luisa Espejo, Vidas cruzadas de
Ximena Letelier (había publicado su novela Quintral en 1963), Album de fotografías de Paulina
Matta, Los años de Casilda de Elena Obrien, El cofre de Eugenia Prado, Una vida y otra más de
Maria Cristina Sullivan, Nada más que lluvia Norma Ywis y Los búfalos, los jerarcas y la
huesera de Ana Vásquez.
En materia de cuentos, aparece Andares desordenados de Flor María Aninat, El archipiélago de
los pintados de Jaqueline Balcells, El día que los importantes apurados se comieron el tiempo
de María Brancic. En 1988 Margorie Agosín publicó su ensayo Violeta Parra, Santa de pura
greda y, en el género del cuento, aparece El señor de la vida y otros cuentos de Gloria Arteaga,
Pedrito el pescado de Ximena Aranda Cañas, El polizón de la Santa María de Jaqueline
Balcells, La mujer de yeso de Alejandra Basualto, Largo camino para decir adiós, cuentos
infantiles de María Brancic.
En 1988 se publican las novelas Versania de Cecilia Casanova, Tiempo que Ladra Ana María
del Río, Los de entonces de María del Pilar Donoso, El Cuarto Mundo de Diamela Eltit, Leticia
de Combarbalá de Teresa Hanel, Un Largo Invierno de Adriana Marín, La revuelta de Sonia
Montecinos, El Canto de la Raíz Lejana de Ximena Subercaseaux, Cambios de Ruta de María
Isabela Tanlis, Recuerdos del Olvido de Isabel Velasco. En 1989 Los Cuentos de Eva Luna de
Isabel Allende, Ur y Alejandra de María Elena Aldunate, Padre Mío de Diamela Eltit, Toda la
Razón de Luz Paz.24
Los años ´90 son el inicio de lo que se denominó “nueva narrativa chilena”, enómeno que
surgió cuando Jaime Collyer ofreció “sacar a patadas” a la generación del ´50 y del ´60 de la
escena literaria (Casus Belli: todo el poder para nosotros, Revista Apsi 415, febrero-marzo
1992) y nombró una división de 28 escritores que asaltarían el Palacio de Invierno: era la
toma del poder de una nueva generación.
En este marco literario, Rodrigo Canovas indica que surge una imagen renacida de la mujer,
desde su rol de creadora. Serán portadoras de un linaje que gira en torno a la mujer (es el rito
del legado materno, que genera la utopía de un nuevo comienzo), y de una actividad creativa
ligada al razonamiento y a la escritura, que les permite recomponer la memoria familiar de la
(ISIS Internacional. Santiago, diciembre de 1987). En Palestro, pág. 60.
24
Un tratamiento aparte merece Patricia Verdugo con Los Zarpazos del Puma, narración de los siniestros
entretelones de las actividades de la "Caravana de la Muerte", grupo militar que, bajo el mando del Coronel Sergio
Arellano Stark, aparece involucrado en la muerte de 72 prisioneros políticos en distintos puntos del país durante el
mes de octubre de 1973.
20
estirpe...Así, la memoria está marcada por una pérdida; sin embargo, es mejor que el espacio
en blanco que existía antes, o el espacio absolutamente colmado, de corte patriarcal. La
soledad opera como una pantalla neutra que eclipsa las imágenes rotundas del sujeto
trascendental, logrando recuperar por intermitencias retazos de imágenes subyacentes. En
breve, ser madre por ser huérfana, por ser madre, este es el círculo hermenéutico del relato
femenino.
En estas novelas escritas por mujeres, con tópicos explícitos sobre el género, hay una
experimentación libre con todas las formas literarias. Se acude así a textos paraliterarios (el
testimonio rosa en Marcela Serrano), a retóricas marginales (la visualidad neobarroca en
Diamela Eltit) y también se restablecen continuidades con la tradición inmediata del boom y
del realismo chileno (por ejemplo, el realismo maravilloso y el grotesco realista presentes en
Ana María del Río).25
A su vez, Alejandra Costamagna, Nona Fernández, Andrea Jeftanovic y Lina
Meruane tienen varios aspectos comunes: son parte de la novísima escuadra literaria chilena
(nacieron alrededor del 1970) y se desarrollan en los talleres literarios de los autores de la
nueva narrativa: Carlos Franz, Gonzalo Contreras, Jaime Collyer o Pía Barros. Son
periodistas (Costamagna, Meruane) o bien relacionadas con los mass media (Nora Fernández
escribe teleseries). Literariamente apelan a la técnica teatral de la memoria emotiva de
Stanislavski, esto es, las emociones contenidas que revelan el lado oscuro de la vida: la
descomposición, la muerte, el abandono y las familias fracturadas.
Omar Pérez, sin embargo, es taxativo al criticar la producción literaria de estas
escritoras. Define En voz baja (1998), la primera novela de Alejandra Costamagna, como una
narración lineal, con turbadora falta de humor y gusto por el melodrama: el padre de
Amandita es llevado a un campo de concentración mientras su mami lo engaña con otro
"compañero". Después, el padre se recobra y se enreda con la tía Bertita en México. En
Cansado ya del sol (2002), la tercera novela de Costamagna, el protagonista es el cansancio.
Manuel llega a México junto a su hija para escapar de su pasado en Chile. La culpa lo lleva a
emprender un peregrinaje melancólico de pueblo en pueblo.
Andrea Maturana en la novela El daño (1997) narra sobre dos amigas agobiadas que
viajan al norte. Elisa arrastra una incestuosa relación con su padre alcohólico, que no sabe
además si es su padre. En la novela de Nona Fernández, Mapocho (2002), la Rucia muerta,
navega en un ataúd por la fetidez del río Mapocho. Busca a su hermano, el Indio, otro
muerto, de amor incestuoso. Andrea Jeftanovic en Escenarios de guerra (2000), hace que
Tamara, la protagonista, cuente de una familia desarraigada bajo la visión de la guerra en la
patria del padre, y una madre infiel con un pintor de brocha gorda, y sus inicios amorosos
con un tal Franz. En Las Infantas (1988) de Lina Meruane las niñas Blanca y Gretel han sido
abandonadas por sus madres, quedando al cuidado de padres inútiles, violentos y vejatorios.
Celos y rivalidades en el seno de la casa familiar. Culmina Pérez afirmando:

Esta literatura claustrofóbica y privada es el manifiesto de los Edipos,


aunque la mayoría son mujeres. Sólo les falta sacarse los ojos....Por un
"descuido" del pensamiento chileno se ha disimulado nuestra tragedia
25
Rodrigo Canovas, “La novela de la orfandad” en Carlos Olivárez, “Nueva...”, págs, 21-28.
21
social y el horror sentido no puede ser pensado. En público y en privado se
habla con velos. El tío, la abuela y la nana con velos. En ese contexto
cultural, el horror sentido es un licor de melancolía circulando por el
cuerpo. Por eso estos /escritores/ se expresan desde la biología y chapotean
en el horror vacui y donde otros nadan, estos se ahogan. Babys del duelo
post-moderno necesitan ser arrullados. 26

Soledad Bianchi es más moderada en su crítica, aunque reconoce la impropiedad de


considerar en un mismo grupo Los vigilantes (1994), de Diamela Eltit; Antigua vida mía
(1995), de Marcela Serrano, y Las diez cosas que una mujer en Chile no debe hacer jamás
(1995), de Elizabeth Subercaseaux, sólo por haber sido escritas por mujeres, haciéndolas
pertenecer, por tanto, a una supuesta "literatura femenina", cuando media un abismo
insalvable entre el primer texto y las otras dos obras. 27 Pérez y Bianchi, sin embargo, aunque
difieren en el tono de la crítica, apuntan a un factor común en la escritura de la mujer de los
´90: el cambio de una temática netamente feminista de los años ´80 a una producción
escritural que gira en torno a los estudios de género.

5. Feminismo y Estudios de Género.

Los años ´90 marcarán una diferencia notable con el paso del feminismo a los Estudios de
Género, término acuñado en 1955 por el investigador John Money (gender role) que surge
como reacción al determinismo biológico y que describe el conjunto de conductas culturalmente
atribuidas a los hombres y a las mujeres. Aún cuando a la fecha de estas líneas no existe un
acuerdo definitivo entre las teóricas que lo han tratado, el término género circula en las ciencias
sociales y en el discurso feminista con una acepción específica y una intencionalidad
explicativa.28
Lo que actualmente se designa con el nombre de “estudios de género” tiene su origen en dos
fuentes epistemológicas: a) los resultados provenientes de diversas ciencias humanas cuando
reflexionan sobre los significados de la diferenciación sexual, y b) los que se generan en el
campo de la rebelión contra la subordinación de las mujeres.
La construcción del género como categoría analítica se relaciona con las limitaciones de los
estudios descriptivos que aportaron conocimientos sobre la realidad de la mujer pero que no
reflexionaron sobre las desigualdades y continuidades persistentes en distintos medios sociales.
También surge para intentar superar las limitaciones de los intentos de construir teorías
26
Omar Pérez escritor chileno que ha publicado en sueco, Malmö är litet (novela), La Pandilla de Malmö
(poesía sueca en traducción), Memorias eróticas de un chileno en Suecia, (cuentos), Negrito no me hagas
mal (novela-comic), Trompas de Falopio (novela, junto a Gabriel Caldés) Es guionista de La Novia de
Borges. Columnista de la revista Utopista pragmático de Santiago, Chile. (Diario La Nación de Chile,
Suplemento Utopista Pragmático, febrero, marzo, abril 2003) .
27
Soledad Bianchi, ¿De qué hablamos cuando decimos “nueva narrativa chilena”?Seminario "Nueva
Narrativa Chilena", Centro Cultural de España, 30 de julio y el 13 de agosto de 1997.
28
. Enrique Gomáriz: Los Estudios de Género y sus fuentes epistemólogicas. Periodización y Perspectivas.
(Santiago: Ediciones de las mujeres No.17, 1992), pág. 83.
22
explicativas de carácter universal que enfatizaron la búsqueda de causas y no analizaron la
significación de las relaciones entre hombres y mujeres más allá de ellas mismas o que, por el
contrario, las subsumían en otras interpretaciones teóricas, lo que terminaba por negar su
especificidad.
Enrique Gomáriz, citando entre sus líneas a De Barbieri, indica que los sistemas de género son
los conjuntos de prácticas, símbolos, representaciones, normas y valores sociales que las
sociedades elaboran a partir de la diferencia sexual anátomo-fisiólogica y que dan sentido, en
general, a las relaciones entre personas sexuadas. Una opinión similar se encuentra en Rosalba
Todaro, quien indica que el género es una categoría socio-cultural que involucra tanto a
hombres como mujeres y los diferencia en términos de roles y actividades que desarrollan en la
sociedad e implica distribución desigual de recursos, autoridad, etc., que da lugar a diferencias
en la capacidad de hacer influir en los demás, en las formas de regular y legitimar la toma de
decisiones en distintos sistemas: familia, comunidad, mercado, política.
En definitiva, se puede decir que las reflexiones sobre género son todas aquellas que se han
hecho en la historia del pensamiento humano acerca de las consecuencias y significados que
tiene pertenecer a cada uno de los sexos. Puede hablarse así de "estudios de género" para referir
la producción cognitiva que se ha ocupado de este ámbito de la experiencia humana. Estas
investigaciones podrían agruparse en una naciente teoría del género, que supone un uso más
específico del concepto que sostiene la aplicación de la diferencia entre sexo, como hecho
biológico, y género, como hecho social. El sistema sexo/género, asigna ciertas características
sico-sociales a las mujeres y los varones que nacen sólo conociendo sus genitales y esto opera
en las imágenes de la gente como si fuera una relación causal.
La teoría o teorías de género no está solamente referida a la concepción genérica de
los sexos femenino y masculino, sino que abarca una concepción cultural determinada y una
visión de la sociedad predefinida, con bases ideológicas bastante claras. La agenda de género
lleva envuelta, entre otros aspectos, un cambio en el concepto de familia, vida y sexualidad,
la legalización del aborto, y la aceptación de las uniones homosexuales y de lesbianas con los
mismos derechos de los matrimonios. Implica una nueva forma de ver al ser humano y a la
sociedad. Esta nueva bandera tomada por el feminismo se fundamenta en el hecho de que las
mujeres se habrían visto forzadas a aceptar un patrón de vida social impuesto culturalmente a
través de diferentes campos. Los derechos sexuales y reproductivos, la ciencia y la técnica
son un gran aliado para el logro de la agenda de género, ya que la reproducción humana
asistida, la clonación, la maternidad substituta, etc., representan “formas de liberación de las
mujeres de la tiranía de su naturaleza biológica”, permitiéndoles escapar del “estado de
barbarie del embarazo”.29
La ideología de género quiere instaurar una cultura sin sexos, pero sí con
“orientaciones sexuales”, en la que cada individuo, independientemente de las características
biológicas con las que nazca, escoja su orientación sexual. Al final, todos los individuos
serían iguales, sea cual sea la orientación sexual asumida. Esta nueva bandera tomada por el
feminismo se fundamenta en el hecho de que las mujeres se habrían visto forzadas a aceptar
un patrón de vida social impuesto culturalmente a través de diferentes áreas campos.

29
S/a. “Teorías de Género: ¿Qué hay tras ellas? “.Corriente de Opinión. Abril 2001 Nº 43.. www.chileunido.cl
23
Así, en lo educacional se basaría en “el concepto de alienación, que implica educar y formar
a la mujer en la convicción de que es debido que asuma tal papel en la sociedad, que es
moralmente correcto e incluso que la religión se lo indicaría como un medio de salvación”.
También estarían los conceptos de obediencia, aplicada en la vida familiar e impuesta
históricamente por el hombre a la mujer; de incapacidad, que sería tanto física como
intelectual de la mujer, que situaría al hombre en una categoría superior; y, finalmente, el
concepto de castigo, que se demuestra en la violencia sexual de que es producto
sistemáticamente la mujer, hasta de segregación social si no acepta el modelo impuesto.
En su estudio sobre el tema del género en la educación básica, Graciela Messina
señala que el género es una categoría emergente para dar cuenta de la construcción social que
ha transformado las diferencias entre los sexos en desigualdades sociales, económicas y
políticas. El concepto de género no sólo designa lo que en cada sociedad se atribuye a cada
uno de los sexos sino que denuncia esta conversión cultural de la diferencia en desigualdad
(Cobo, 1995:55). La legitimación de la categoría de género ha contribuido a clarificar las
relaciones de poder (Ciliberti, 1996), aun cuando su uso entraña el riesgo de la vulgarización,
ya que se ha asimilado “género” con mujer y no con relaciones sociales de género. Sin
embargo, las reflexiones acerca del género se refieren a las relaciones entre hombre y
mujeres y a las construcciones sociales de la femeneidad y la masculinidad. Las atribuciones
de género son exigentes y opresivas para mujeres y hombres, aun cuando son las mujeres las
que han ocupado el lugar de las subordinadas. Consecuentemente, el género es tanto una
categoría relacional como una categoría política: “el género es el campo primario dentro del
cual o por medio del cual se articula el poder” (Scott, 1990, citado por Ciliberti).
La construcción de la categoría de género, que se constituyó como el núcleo de la
teoría feminista, fue un logro de los movimientos de las mujeres. En estrecha relación con
este origen, el género ha sido considerado una categoría transgresora y ajena por gran parte
de la gente. En educación, también el género ha sido considerado un tema aparte, exclusivo
de los especialistas en género. Numerosas voces hacen referencia a que la conciencia acerca
del género, del propio, coincide con momentos de cambio de domicilio, en los cuales se
produce un quiebre de la cotidianeidad. Una tarea para la educación es propiciar la
conciencia de que el género compromete a todos, a partir de la reflexión desde la experiencia.
La primera prioridad es lograr esta conciencia en los educadores y administradores de la
educación. 30
30
Graciela Messina (2001). Estado del arte de la igualdad de género en la educación básica de América Latina
(1990-2000) José Olavaria en su artículo “Política de género y represión política hacia las mujeres en Chile”
(FLACSO-Chile, conferencia en la Biblioteca Nacional, 26 de septiembre del 2003.), cita la siguiente bibliografía
sobre el tema: Douailler, Stéphane (2000) “Tragedia y desaparición” pgs. 99-104, en Richard, Nelly Editora (2000)
Políticas y estéticas de la memoria. Editorial Cuarto Propio. Santiago, Chile. García, Antonia (2000) “Por un análisis
político de la desaparición-forzada” pgs. 87-92 en Richard, Nelly Editora. (2000) Políticas y estéticas de la memoria.
Editorial Cuarto Propio. Santiago, Chile. Rojas, Carmen (sd) . Rojas, Paz; María Inés Muñoz, María Luisa Ortiz y
Viviana Uribe (2002 2ª edición). Todas íbamos a ser reinas. Estudio sobre diez mujeres embarazadas que fueron
detenidas y desaparecidas en Chile. Colección Septiembre. LOM-CODEPU. Santiago, Chile. Bunster, Ximena,
Cynthia Enloe, Regina Rodríguez (editoras) (1996) La mujer ausente. Derechos humanos en el mundo. Ediciones de
las Mujeres N°15. Segunda edición actualizada. ISIS Internacional. Santiago, Chile. Soto, Hernán (ed.) (1999) Voces
de muerte I y II. Libros del cuidadano. LOM. Santiago, Chile. Ver también artículo de Lucía Santa Cruz: Oprimidas Y
Explotadas. Las Mujeres de la Clase Obrera (XII Encuentro Nacional de Mujeres, San Juan, Argentina , junio de
1997.
24
Referir los estudios de género en Chile implica realizar una retrospectiva histórica que sondee el
trabajo de aquellas organizaciones no gubernamentales y académicas que anteceden a las
actuales entidades imbuidas en la problemática del género. Esta necesidad es prioritaria; en ella
se rescatarán las primeras organizaciones que abogaron por una postura que reflejase la
existencia de las mujeres y su experiencia de vida.

ANÁLISIS 1

TERESA WILMS MONTT: DISCURSO SENTIMENTAL Y CRÌTICA LITERARIA DE INICIOS


DEL SIGLO XX.
25
Teresa Wilms Montt nació en Viña del Mar en 1893 y 28 años más tarde se dio muerte con
una sobredosis de veronal. Tan breve lapso vital rubricó la suerte de una mujer que supo del
valor que la sociedad chilena de principios del siglo XX asignaba al sexo femenino: un signo
ocioso inscrito en los límites extremos del discurso sentimental. Perteneciente a una de las más
distinguidas familias chilenas (su padre, un rico comerciante y su madre, de la casta ilustre que
dio tres presidentes al país), Teresa vivió en un ambiente marcado por los excesos y dominado
por el Taedium Vitae que caracterizó a la alta sociedad de principios de siglo. En 1882, "El
Mercurio" publicó una lista de 59 millonarios chilenos. Eran los "neoaristócratas" o nuevos
ricos generados por la especulación en torno a la minería, la banca, la industria y la agricultura;
símbolo de una época de decadencia en la que predominaban las ínfulas y los prejuicios
nobiliarios. Al denunciar Luis Orrego Luco en Casa Grande (1902), que a principios de este
siglo no importaba tanto ser aristócrata, sino parecerlo, denotaba el fin de la imago mundi
filantrópica de la aristocracia chilena tradicional. Los nuevos ricos competían por superarse en
un torbellino de excesos que imponía el placer como objeto y finalidad de la vida 31. Una época
en que, según Francisco Antonio Encina, predominaba "el desprecio por los deberes de
ciudadano y por los esfuerzos y sacrificios que impone la vida" (141). 32 Teresa Wilms
perteneció a este mundo de excesos. Una de las más bellas y célebres "cachetonas" de la alta
sociedad santiaguina (apodo dado a las primeras mujeres que tuvieron acceso a la vida bohemia
masculina, las que daban "cachet et ton" al ambiente nocturno y se dieron a conocer con la
apertura del Club Santiago, en 1907), formaba parte de un reducido círculo de mujeres ricas y
bonitas, aburridas de la existencia burguesa y ansiosas de aire parisién.

31
Gonzalo Vial señala que los gastos de las familias aristocráticas chilenas significaban que cada año salían del país
1.000.000 de libras esterlinas. Dos décadas antes el gasto global anual era solamente de 100.000 libras. Historia de
Chile (1891-1973), Santiago: Editorial Santillana, 1981. Pág. 650, vol 2.
32
Francisco Antonio Encina, Nuestra inferioridad económica (Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1972.)
26
Siguiendo el trazado habitual para una "niña bien" chilena, a los dieciséis años Teresa se casó
con Gustavo Balmaceda Valdés (1883-1924). Gustavo, sin embargo, no pudo evadir la triste
suerte de los Balmaceda (al infortunado Balmaceda de la Revolución siguió José Ramón
Balmaceda, quien perdió sus bienes agrícolas dejados en herencia; lo mismo pasó a su hermano
José Elías y a Ramón (padre de Gustavo)), y, después de perder sus inmuebles, Gustavo
subsistirá aceptando puestos públicos de menor importancia, esperando que sus relaciones le
consiguieran cargos diplomáticos. 33 Prontamente, el vínculo matrimonial se deshizo y Teresa
perdió la tuición de sus dos hijas, Elisa y Silvia. Ya durante su matrimonio, ella registraba en su
contra el “oprobio” de un affaire con "Vicho" Balmaceda, aventura que le valió el que su
familia y la sociedad de la época le dieran la espalda, obligando a Teresa a optar por el exilio, al
que escapó acompañada de Vicente Huidobro. Su estadía en Buenos Aires será dramáticamente
rubricada con el suicidio de un pretendiente rechazado. 34 Años después, la poetisa Sarah
Hübner la encontró en París. Su romántica descripción de Teresa Wilms envuelta en sedas,
calzada con chinelas de raso y adornada con plumas de avestruz es premonitoria: "Sobre los
hombros, una capa de color coral encendido ...pone reflejos de fuego en su hermoso semblante,
bañado de una palidez intensa, casi lívida."35. Poco tiempo después, Teresa es llevada al
Hospital Laennec, donde fallece.

La infausta suerte de Teresa y su azarosa vida le valdrán numerosas interpretaciones. Algunas


de éstas dicen que pasó su vida como una Magdalena. 36 La imagen, sin embargo, no se ajusta
con propiedad a una mujer que vivió la mayor parte de su vida en París y a la que la leyenda le
atribuye la sangre azul de los Hohenzollern. El infortunio de Teresa Wilms Montt no fue el de la
prostituta bíblica. Su suerte fue el fruto de una época en que la dualidad Mujer-Ocio alcanzó su
máxima expresión, llevando a identificar los sentimientos femeninos como ejercicio propio de
un Otro improductivo.

La producción literaria de Teresa Wilms Montt

33
Gonzalo Vial, Historia ... págs. 671-72.
34
Ruth González-Vergara señala que la escapada de Teresa Wilms con Huidobro fue inocente, que éste sólo era un
amigo, siendo los dos de igual cuna y educación. Huidobro volvió a Santiago, mas ella nunca lo hizo. Ruth González-
Vergara. Teresa Wilms Montt. Un canto de libertad. (1993; Barcelona: Grijalbo, 1994).
35

Sarah Hübner, en su entrevista a Teresa Wilms, Lo que no se ha dicho. (Santiago: Editorial Nascimento, 1922), pág. 158.
36

Imagen usada por Fernando de la Lastra en "Teresa Wilms o el Afán de la Autodestrucción." El Mercurio 11 Mar.
1990: E13 , y por Claudia Donoso en su artículo "Teresa Wilms Montt. Poeta exquisita y endemoniada." Caras 117 Oct.
1992: 40-43.
27
En el patriarcal contexto de princios de siglo, la producción femenina debió conformarse con la
vertiente "ociosa" de la escritura. En un mundo blandamente sensual, Teresa Wilms cultivó el
poema en prosa y el cuento breve. En 1917 publicó "Inquietudes sentimentales" y "Los tres
cantos". Su tercer libro, "En la quietud del mármol",(1918), apareció en Madrid junto a
"Anuarí", ambos de tono elegíaco. En 1919 fue editado en Buenos Aires "Cuentos para los
hombres que son todavía niños" y en 1922 se dio a conocer su obra póstuma, "Lo que no se ha
dicho", libro que reúne varios de sus relatos más conocidos y las últimas páginas de su "Diario"
(traducido al inglés y editado en China). "Inquietudes sentimentales" es un conjunto de poemas
en prosa impregnado de emociones que la autora dice ocultar "porque el siglo no comprende
esos sentimentalismos histéricos" (80). El amor frustrado, la pérdida de sus hijas (IV, XXV) y el
suicidio de su amante conforman un discurso en el que el sentimiento se constituye en expresión
supina de una subjetividad femenina relegada a los sublimados rincones de la sensibilidad
extrema.

Publicado en pleno auge de la vanguardia europea en Hispanoamérica, "Inquietudes


sentimentales" supera los límites "ociosos" del discurso sentimental para constituirse en un hiato
dentro de la producción literaria en boga. En momentos en que la poesía estaba radicalmente
determinada por el creacionismo (con cuyo creador Teresa Wilms sostuvo estrecha relación), la
poetisa conserva el uso racional del lenguaje y la sintaxis y se mantiene dentro de las márgenes
de una temática cuya nostalgia, sensualidad y sentimentalismo la alejan de las innovaciones
vanguardistas, a saber: el ejercicio continuo de la imaginación, las imágenes insólitas, el
asintactismo, la nueva disposición tipográfica, etc. practicadas por Huidobro, César Vallejo,
Oliverio Girondo y Manuel Maples Arce, entre otros innovadores.

La soledad, la realidad como ilusión, el vacío existencial, el idealismo como axis


ontológico, el pathos sentimental, la maternidad frustrada y la vida en la muerte son leit motivs
que definen la expulsión del paraíso como lugar común en la vida de la autora. Infeliz en su vida
amorosa y arrebatadas sus hijas, Teresa se autoexilia de Chile y radica el resto de sus días en
París. Allí destina su vida a idolatrar la imagen de Anuarí (pretendiente que al ser rechazado se
suicidó en su presencia), haciendo del amor la razón última e inalcanzable de la existencia
femenina. Para muchos, sin embargo, el retiro de Teresa Wilms sólo confirmaba los dos polos
de la condición femenina: el ejercicio del ocio (cuya máxima expresión era París) y la
exacerbación de los sentimientos (simbolizada por la poesía).

El testimonio sentimental, sin embargo, es sólo una de las variables en "Inquietudes


sentimentales". En ella se encuentran vetas del sensualismo que caracterizó al modernismo
(XXXV, XLIII), poemas que se adelantan a la lograda simplicidad de las futuras odas
elementales nerudianas (XIX, XLVIII) y temas que se anticipan a los conflictos sociales que
dominarán en la literatura chilena décadas más tarde (XXIV). Del mismo modo, en el contexto
de la reprimida literatura femenina de principios de siglo, Teresa Wilms constituye un hiato al
revertir el motivo del Otro-subyugado mediante una imagen femenina que se impone sobre la
Naturaleza (II) y que denuncia la opresión que subyace tras la imagen sublimada del amor,
como señala en “Anuarí”:"...porque ello [el amor] hace del hombre un dios y de la mujer vaso
sagrado, urna depositaria de la savia.". Consecuente con ello, la poetisa rechaza la notación
reproductiva de su sexualidad para loar al placer en un poema de rasgos sáficos:
28

"Dos senos de una blancura inquietante; dos ojos lúbricamente embriagados y


una mano audaz de sensualidad se han atravesado en mi camino."(VII)

"Los tres cantos", también publicado en 1917 en Lo que no se ha dicho, está dividido en tres
partes -"La mañana", "El crepúsculo" y "La noche"-, que equivalen al canto, el rezo y el lloro
del tránsito humano. Rico en metáforas y alegorías, destaca en él la denuncia de la concepción
del Amor como un recurso más para reducir a la mujer a favor del hombre:

"Renunciaré a mi conciencia, y seré bestia humilde, con los ojos vueltos hacia
la tierra...Seré un ente, una cosa, una brizna... Seré la madrecita de
todos,...Seré la novia casta que os dé toda la intensidad de su virgen
dolor..."(44)

El reproche al rol que la tradición ha determinado para la mujer es hábilmente velada por
el lirismo. En "Páginas de Diario", el leit motiv de la bondad como conditio sine quanon
femenina ("No puedo ser mala, no; la bondad me sale al encuentro"), toma la forma del rechazo
al recurso de la racionalidad como vía de conocimiento, prefiriendo a los sentidos como fuente
de percepción del mundo. Dicha actitud, sin embargo, prontamente le merecerá a la autora el
rótulo fácil del síndrome patológico:
29
"No hay médico en el mundo que diagnostique mi mal; histeria, dicen unos,
otros hiperestesia."(25)

"Del Diario de Sylvia", aparecido en su obra póstuma y subtitulado "Apuntes para una novela",
también parece responder a los designios ocioso-sentimentales de su poesía. Mas, a pesar de sus
rasgos autorreferenciales, el relato trasciende con facilidad la vida de Teresa Wilms para remitir
la triste suerte del género femenino. En éste, Sylvia, acuciada por un "morboso deseo de
soledad", se deleita con la contemplación de los arrecifes a la caída del sol. Es la hora del alma,
el momento elegido para cantar a la Naturaleza por sobre los hombres, pues: "¡Cuánta más
intensidad hay en todo esto que en el cerebro del hombre, siempre limitado y miserable!"(68).
La severidad de su juicio se confirmará cuando, Sylvia, la "de trenzas cual sierpes dormidas",
conozca al hombre que la hará (in)feliz. En un discurso que se inicia con la sublimación del
sexo por la vía del desposorio, la protagonista ve derrumbarse una tras otra las virtudes de
Eugenio, su amado, el que de príncipe encantado pasa a convertirse en un vulgar beodo.

Infeliz en su matrimonio, Sylvia vuelca su amor sobre sus dos hijas, aceptando el destino
común de la madre que en el duermevela cotidiano se sacrifica a sí misma "...atrayendo para mi
corazón todos los pesares".(79) A pesar de ello, al poco tiempo pierde la tutela de sus hijas.
Enloquecida por el dolor, busca refugio en la religión, mas pronto repara que el consuelo que
ésta le ofrece la condena "a morir entre ídolos de bronce y de cera, sin otra música que el
melancólico tañido de las campanas claustrales." (84)

Desencantada del Dios de los hombres, el único refugio que le queda es la protección de su
"Madre Naturaleza". Decide entonces entregarse al prohibido (para las mujeres) placer del goce
de los sentidos: "¡...a vivir la vida, a escuchar por primera vez lo que te dice de ti tu propio
corazón!"(85). Su suerte, sin embargo, es infausta. Para la mujer, la libertad tiene el precio del
rechazo y la soledad. Sylvia termina sus días en el más absoluto aislamiento, rodeada de "Mis
frascos que hace tanto tiempo perdieron el perfume, mis vasos que esperan con sus bocas ávidas
el tallo de una flor, y mis libros con sus páginas cerradas como labios bajo las tumbas."

La suerte de Sylvia sirve de corolario al destino común de la mujer que Teresa Wilms ya había
esbozado en "Anuarí", publicado cuatro años antes. Para la poetisa, Anuarí-muerto es el objeto
del deseo que consigna al amor bajo el sello lapidario de lo imposible, convirtiendo el poético
"Nulla é piú dulce e triste/ che le cose lontane" de su amante en su propio epitafio.

Ni los hombres ni los placeres que consiguió la rica y bella Teresa fueron suficientes para lograr
su felicidad. Al rechazar la vía fácil del matrimonio y desmentir las supuestas bondades de la
opulencia, la poetisa rechazó el tradicional principio de pasividad y aceptación femeninas. Su
vida, entonces, tomará la forma de un discurso sentimental centrado en un objeto inalcanzable,
haciendo de lo deseado un signo ausente:

"...te veo gigantesco, destacarte en un afilado rayo; te veo enorme, confundido


con lo inmortal,/.../ te aspiro en el ambiente, te imagino en el misterio, te
extraigo de la nada."(106)
30
Desesperada por el suicidio de un hombre al que ella rechazó, pero al que ahora idealiza hasta
compararlo con Cristo, Teresa se hunde cada vez más en el tembladeral de sus sombrías
ensoñaciones. Ni la juventud ("mis veinticuatro años me llevan a la rastra, como aplastada por
un fardo de troncos") ni la seductora promesa del amor de los hombres ("muchas veces los he
seguido... pero más valiera haber muerto a tus pies..."), logran dar paz a su atribulado espíritu.
Finalmente, en muda contemplación del nicho que guarda los restos de su amado, decide su
destino: "Vi, también, que poseía alas capaces para emprender el regio vuelo del encuentro, y
entonces me sentí consolada". El 24 de diciembre de 1921 se da muerte.

Testimonio de la vida de Teresa de la Cruz, como gustaba firmar, es su escritura, la que posee
un reconocido carácter confesional. Pedro Miguel Obligado, al prologar "Inquietudes
sentimentales", intenta rescatar el valor emocional de la escritura de Teresa, advirtiendo que
"analizar el libro con un criterio puramente literario sería no comprenderlo" y termina: "Deje
pues, el crítico, su observación negativa, y asómese a la ventana, de este libro, a ver la vida."
(p.5).

Los críticos, sin embargo, no escucharon a Obligado. La escritura de Teresa Wilms Montt fue
definida por Gastón Carrillo en “Lo que no se ha dicho”, como "...una queja demasiado suya
para revestir el atractivo de lo literario", generando en Joaquín Edwards Bello la duda sobre si
realmente tenía una chispa de genio "o revolvía con negligencia de mujer bonita frases vacías
como perlas falsas."

La mayoría de los críticos ha eludido el análisis sistemático de la poesía de Teresa Wilms


Montt, prefiriendo centrarse en su azarosa vida y en uno de los signos exclusivos -y
excluyentes-, de la mujer: su belleza. Según Vicente Huidobro, "Teresa Wilms Montt es la
mujer más grande que ha producido la América. Perfecta de cara, perfecta de cuerpo, perfecta
de elegancia, perfecta de educación, perfecta de inteligencia, perfecta de fuerza espiritual,
perfecta de gracia." "De oro eran sus cabellos y sus pupilas suaves tenían la clara transparencia
de las aguas lustrales", añade Enrique Gómez Carrillo. Joaquín Edwards Bello, a su vez, destaca
"sus incomparables ojos azules y su cabellera crespa de berebere", para luego calificarla de
"chica intoxicada de literatura y con el vicio chileno de lo trascendental". Fernando de la Lastra
ve en ella "una de las más bellas e inspiradas poetisas"; Gastón Figueira, a su vez, anota: "...era
tan fina y amplia su personalidad", y Fernando Santiván la llama "exquisita y endemoniada
niña".
31
Las congéneres de Teresa tampoco se apartan substancialmente de la "crítica" de sus colegas
varones. Después de entrevistarla por última vez en París, la poetisa Sara Hübner –en “Lo que
no se ha dicho”- concluye: "Es hermosísima, es buena y no es feliz", sin hacer referencia alguna
a su producción literaria. En un contexto más reciente, Claudia Donoso advierte de la "brutal
omisión" de estudios sobre la poesía de "esta chilena alucinada con el vacío" 37, pero no hace
sino referir la novelesca vida de la autora. Graciela Romero, a su vez, destaca el carácter
modernista de Teresa Wilms, pero no puede evitar iniciar su artículo destacando su "regia figura
de cintura angosta y abundante pechugamen". 38 Sólo en 1993 la vida y obra de Teresa Wilms
Montt será reivindicada por la pluma de una mujer, en la obra de Ruth González-Vergara.
Teresa Wilms Montt. Un canto de libertad. (Barcelona: Grijalbo).

La crítica masculina de inicios del siglo XX coincide en destacar la belleza de Teresa, mas no su
condición de escritora. En su oportunidad, Juan Ramón Jiménez cantó a "ese saber tuyo
intuitivo"39 de Teresa; pero es quizás Gómez Carrillo, en su prólogo a "Lo que no se ha dicho",
quien mejor grafica los sentimientos encontrados que produjo entre los hombres esta chilena
rebelde, aunque tristemente determinada por el legado de ocio y el sentimentalismo asignados a
la mujer por el canon de la época. El crítico dice de ella: "...que encontró su cruz en cada
camino; que tuvo sed y no pudo beber; que soñó con amar tanto y tuvo el amor siempre distante;
que fue esposa y madre, sin lecho y sin cuna."(12)

Tan piadosa descripción no impide, sin embargo, que más tarde lamente que Teresa
perteneciera a la oligarquía de América, argumentando que "¡Si hubiera sido hija de una portera
se podría hacer de ella una vedette internacional!". 40 Peor aún fue el comentario de Ramón
Gómez de la Serna, quien le dedica líneas rayanas en la misoginia a Teresa, llamándola "boba"
y más.41 Luis Sánchez Latorre será menos corrosivo, aunque no concesivo: "Teresa Wilms
Montt es hija del decadentismo, de la crisis de valores de principios de siglo. Ella es producto de
su época"..."Lo anecdótico de Teresa Wilms Montt supera su creación...Ella es un lamparazo
que no logra superar la atmósfera tensional y de crisis, pues la sociedad la aplasta.42

37
Claudia Donoso, "Teresa Wilms Montt..., pág. 40.
38

Graciela Romero, "Teresa de la Cruz." Paula 573 May. 1990: 132-133.


39
Juan Ramón Jiménez, "A Teresa Wilms Montt." Antártica 3 Nov. 1944: 73-74.
40
Citado por Joaquín Edwards Bello en "Teresa Wilms ha vuelto." El Mercurio. 7 May. 1959.
41
González-vergara, pág. 186.
42
González-Vergara, pág. 258.
32
Es quizás el Dr. Andrés Rodríguez-Alarcón, mediante la referencialidad propia del lenguaje
de la medicina, quien más crudamente describa el sino de la escritora: “...la historia clínica de
Teresa Wilms Montt, es la de una mujer de un alto coeficiente intelectual, con un problema de
falta de integración social y madurez de carácter y casi seguramente condicionada por una
neurosis maníaco-depresiva con posibles rasgos psicóticos que la llevaron a una serie de
intentos de suicidio que culminaron con su muerte a la edad de veintiocho años.” Triste epitafio
para Teresa Wilms Montt, una mujer que si hubiese nacido medio siglo más tarde,
probablemente habría tenido una suerte diferente; mas sólo supo del rechazo de una sociedad
que vio en ella a un objeto estigmatizado por su belleza y lamentablemente restringido a los
estrechos límites del sentimentalismo.

ANÁLISIS 2
2. DOXA, GÉNERO Y SOCIEDAD EN MARCELA SERRANO

En las dos últimas décadas, la literatura de la mujer chilena ha jugado un rol determinante en la
producción cultural de nuestro país. Hoy, en el marco de una aparente armonía social y de
renovados esfuerzos por recuperar la homogeneidad nacional, la producción literaria femenina
ha denunciado los conflictos que afligen a un grupo que aunque mayoritario en número, ha sido
tradicionalmente minoritario por su carencia de voz, sus derechos conculcados y un desarrollo
secularmente condicionado. Remitiendo a esta realidad, Nosotras que nos queremos tanto
(1991) -con trece reediciones a la fecha de este artículo-, Para que no me olvides (1993) y
Antigua vida mía (1995) de Marcela Serrano se distinguen en el espectro literario feminista
nacional por tres rasgos dominantes: el uso acertado de un lenguaje distintivo, propio de la
mujer (doxa), el análisis de los roles sexuales en la actualidad (género) y la abierta denuncia de
la profunda brecha social que afecta al Chile de fin de siglo.43
En Nosotras que nos queremos tanto y Para que no me olvides, el uso del lenguaje trasciende la
simple noción de estilo para constituirse en símbolo: la conversación femenina como una de las
formas de expresión propia de la mujer: una inagotable melopea en la que los temas se hilan
unos con otros en un aparente sinsentido.

A . Doxa: el sino del lenguaje femenino

Platón fue el primero en analizar esta forma de lenguaje, llamándolo doxa, esto es, una mera
opinión fugaz que no representaba la verdad y, por lo tanto, no debía ser considerado como algo
heroico o filosófico. Hoy, veintitrés siglos más tarde, podría pensarse que dicha definición ha
sido superada. Sin embargo, en 1922, el lingüista Otto Jaspersen todavía definía el lenguaje
femenino como "/.../una deformación del lenguaje de los hombres, porque carece de un
vocabulario amplio, de oraciones complejas y de pensamientos analíticos".44
En su primera novela -en una apretada síntesis de menos de diez páginas-, la narradora cuenta
una historia tras otra sin detenerse, como en una conversación amena. Ana, la narradora
43
Antigua vida mía. (Santiago de Chile: Ediciones Alfaguara, 1995).
44 
A este respecto, Lucía Guerra Cunningham analiza las ideas de Platón y de Otto Jaspersen en su artículo "Desentrañando
la polifonía de la marginalidad: hacia un análisis de la narrativa femenina hispanoamericana", en Inti: Revista de Literatura
Hispánica No 5, 24-25. (Otoño de 1986-Primavera de 1987).
33
principal, recoge las voces de las mujeres que pueblan el relato, en una actitud que recuerda -a
ratos- el "síndrome de la hermana mayor" recusado por Toril Moi. Así, en un de sus capítulos,
pasa -sin dar tregua al lector-, de la historia de la madre de María y el viaje de la familia de ésta
a Francia, a la historia de la Tía Daisy. Vuelve luego a María y su primera menstruación, la
sigue el relato de su niñez en las monjas, para luego referir la pérdida de las tierras de la familia.
Continúa con la historia de la atracción de ella y su hermana por Charlton Heston, pasando de
allí a describir a su antigua Profesora -Miss Mary-, luego, se extiende sobre su adolescencia y,
finalmente, abarca el drama de la simplicidad de Soledad, historia que culmina con su ingreso a
la universidad. Entre las historias, sólo hay frases-diálogo que ofician de ilativos y que, al más
puro estilo de la tradición oral, involucran al lector directa o indirectamente, reconociendo la
narradora -reiteradas veces- el carácter disgresivo de su discurso.
Al referirse a las características del lenguaje femenino, María Lugones señala que "/.../que en la
abstracción [las mujeres] no nos encontramos/.../ Así que una afianzación en lo concreto
simboliza, para mí, el mundo de la mujer que uno tiene que articular 45. La definición de lo
concreto como un elemento caracterizador del corpus ideológico femenino parece explicarse en
la actividad que desarrolla la mujer: una serie de actos que, en comparación al epos masculino,
resulta intrascendente. Cheris Kramarae (1981), afirma que la mujer, al adoptar el lenguaje
masculino dominante, posee significantes y significados que cubren áreas de la realidad
calificadas como no trascendente. Ello, en virtud de que las mujeres perciben el mundo de
manera diferente a los hombres. Sus experiencias y actividades difieren debido a la división del
trabajo, por lo que las mujeres crean modos de expresión que corresponden a su propia visión
del mundo y que funcionan de manera marginal con respecto al sistema lingüístico utilizado por
los hombres.46 Un ejemplo contundente de ello lo constituye uno de los personajes de Nosotras
que nos queremos tanto: Isabel -la que parece estudiante de Ivy League norteamericana. Se
levanta todos los días a las 6:00 de la mañana. Da las órdenes a las dos mujeres contratadas para
el servicio, baña a los niños (cinco), prepara el desayuno. Ordena a la cocinera el menú del día.
Reparte las colaciones en las mochilas y deja a los niños en sus colegios. A las 8:10 llega a su
oficina, a las 2:00 se va a almorzar con los niños, inmediatamente después comienza a
repartirlos en sus diversas actividades extraprogramáticas, "lleva a un tercero al dentista, pasa al
Jumbo por unas pocas colaciones, vuelve a la oficina por una hora y media, va a la universidad a
dejar unas notas -también hace clases allí- o lleva al perro a vacunarse."(39)
El quehacer de Isabel, sin embargo, tiene un corolario dramático. A las siete, mientras ayuda a
sus hijos con las tareas, mira por la ventana y controla cuanta luz queda, pues según eso regula
su primer trago. Es alcohólica y en un gesto de postrer pudor no se atreve a beber si aún está
claro.
En Para que no me olvides, a su vez, las características del lenguaje femenino llega a
constituirse en una barrera genérica infranqueable. Blanca se angustia al advertir que
"/.../cuando algunas noches a mí me vienen las ganas de conversar [con mi esposo], no de cosas

45

    
Patricia González y Eliana Ortega, edits. La sartén por el mango. Encuentro de escritoras latinoamericanas. (1984; Puerto
Rico: Ediciones Huracán, Inc., 1985), p.15.
46 
Cheris Kramarae, Women and Men Speaking: Frameworks for Analysis (Rowley, Mass.: Newbory House Publ., Inc.,
1981).
34
precisas, sino de divagar, como uno lo hace con las amigas, él me mira impaciente y me dice:
sintetiza, Blanca, por favor". (186)
Mediante la exposición de los rasgos del discurso femenino, Marcela Serrano confirma el
principio de que ante un lenguaje de signo masculino, determinado por categorías tales como el
poder, la jerarquía, el control y la posesión, que omite la visión de mundo del Otro femenino y
las experiencias de su sexo, la mujer ha debido recurrir a un génerolecto o sub-lenguaje
marginal conocido como "conversación de mujeres", sinónimo de lo superficial y trivial.47
En la segunda novela de Marcela Serrano, el lenguaje, esa forma primordial de contacto con el
mundo, será violentamente truncado por la dolorosa enfermedad de la protagonista: afasia. Un
ataque cerebral condena a Blanca a un silencio definitivo. El hecho, probablemente inspirado en
la realidad (la madre de la autora, Elisa Serrano, padeció de esa enfermedad), está rodeada de
ribetes simbólicos. A partir de ese momento, Blanca -como la totalidad de las mujeres- estará
condenada a no tener un lenguaje propio, a expresarse en un nivel inferior al del baby talk. La
experiencia es atroz. El no hablar "/.../hace que las sensaciones, cada una de ellas, se vayan para
adentro. ¿Cómo explicar la tensión que esto produce? Siempre estoy llena, yo, llena de todo lo
que veo, de lo que pienso, de mí misma." (29) Blanca constituye, así, la expresión supina de la
condición de "receptáculos silenciosos" con que Freud definió el estado del ser femenina.
Antigua vida mía (1995), por su parte, muestra un perfil diferente del lenguaje femenino
mediante la descripción acuciosa de detalles usualmente silenciados por el habla masculina.
Josefa y Violeta coinciden en un diletantismo que se extiende hacia la naturaleza y a las
creaciones más simples del ser humano. Confirmando el profundo conocimiento que la mujer ha
llegado a obtener del espacio privado al que ha sido asignada, la voz de la narradora se detiene,
sensual, en las descripciones de las casas y jardines habitadas por ambas mujeres, desde
Santiago hasta Antigua, concediendo una importancia -desusada en el discurso masculino- a un
mundo carente de agonismo épico. Un lugar semejante ocupa el diario de Violeta. Escrito en un
lenguaje que es sólo interpretado por su amiga, lleva a establecer, entre ambas, un código ajeno
al de los hombres y que lleva a Andrés a dudar sobre "cuál de las dos está más loca". Esta
valoración de lo irrelevante (desde la perspectiva masculina) es explicada por la importancia que
Josefa concede a la creación femenina:

Las mujeres no se dan cuenta de que su creación nace de lo pequeño, de lo


caído. Sus inspiraciones, pequeños soplos de luz en la tiniebla de lo cotidiano.
Nunca la grande, total, la sublime iluminación. Paso a paso, interrumpida,
ribeteada de pequeñez, como sus horas diarias, esa es la creatividad de las
mujeres...Tapices... la ideas creativas de las mujeres, sumadas una a una en la
ilusión de armar un todo que haga sentido: cada parche una gota de luz robada
al ahínco de la vida chica, invisible, callada. (243)

b. Género y comunidades de mujeres: la negación de la hermandad


47    
Helen Cixous atribuyó a la voz la característica clave de la escritura femenina, dado que "la mujer que habla es
enteramente su voz: "materializa físicamente lo que piensa, lo indica con su cuerpo"(Medusa,251/44,JN,170)." (123) (La voz
se refiere a la Voz de la Madre, el sonido anterior a la Ley del Padre. )
35

El género -afirma Judy C. Pearson- es el conjunto de conductas aprendidas que la propia cultura
asocia con el hecho de ser un hombre o una mujer. En nuestra cultura, se instruye a los hombres
sobre el ideal de masculinidad, mientras que, a las mujeres, se les indica cuál es el ideal
femenino. Con frecuencia, este proceso suele fundir, en un solo concepto, el sexo y el género,
aunque, de hecho, teóricamente, son cuestiones diferentes.48
En razón de esto, los personajes femeninos de Marcela Serrano aspiran a la subversión. En
Nosotras que nos queremos tanto, María imagina un sistema sin intercambio de sexos, un
sistema sin matrimonio, sin familia, sin dominio. Búsqueda que, a Sara, la lleva -en el marco de
un carnaval en Brasil- a hacer el amor con una mujer, sólo "por salir del empacho." y que a
Violeta, en Antigua vida mía, le haga manifestar el deseo de ejercer el poder masculino. En ella,
este anhelo toma dos formas: quiere penetrar a su esposo, no envolver su sexo con su vagina y
busca, angustiosamente, la trascendencia, "la forma más justa de estar sobre la tierra".
La diversidad de los personajes femeninos de la primera novela de Marcela Serrano hace que su
valor descanse no tanto en su calidad de sujetos individuales como en su condición de
comunidades sexuales. En esa oportunidad, comunidades integradas exclusivamente por
mujeres (rasgo también característico de la obra de otra feminista de renombre, As Meninas, de
Ligya Fagundez Telles).49
En Nosotras que nos queremos tanto, Ana admite que no hay protagonista en sus páginas. Ella
no lo es: "Aquí sólo hay mujeres, cualquiera de ellas/.../ Somos tan parecidas todas, es tanto lo
que nos hermana/.../ En el fondo, tenemos todas -más o menos- la misma historia que
contar."(11) Por ello, el relato se desarrolla en el marco de tres mujeres que se reúnen para pasar
sus vacaciones solas, sin la presencia de hombre alguno, en una cabaña a orillas de un lago.
Para que no me olvides también está basada sobre la historia de una comunidad de mujeres:
Blanca, Sofía y Victoria: "Libres y compañeras /.../ cómplices". En ambas novelas, los hombres
constituyen figuras deslucidas, como el abuelo de Sara, quien "/.../murió a los sesenta, cansado
de aquel matriarcado y de no haber logrado hacer retumbar su voz en aquellos pasillos." (34), el
esposo de Isabel, un ególatra que /.../entrega una enorme suma de dinero mensual a su mujer. Su
mínima recompensa es no enterarse de los detalles/.../" (42), el marido de Piedad, incapaz de
producir un orgasmo en su mujer.
En Antigua vida mía, el relato es protagonizado por dos mujeres, Josefa y Violeta, haciendo de
los otros personajes femeninos elementos secundarios. Sin embargo, la probable opacidad de las
vidas de estas dos mujeres es trascendida por la voz de "nosotras, las otras", que se sienten
vengadas por el disparo de Violeta a Eduardo cuando este iba a violar a su hija. Las mismas
"otras" que acompañan a Josefa en su vacío existencial y que, al final del relato, acompañarán
en oración a Violeta, Josefa y Jacinta en una melopea ritual de recordatorio ancestral.
El recurso de hacer de lo particular una apelación universal podría llevar a que las novelas de
Marcela Serrano se comparase a muchos otros relatos escritos por mujeres que intentan hacer de

48 
Judy C. Pearson, Lynn H. Turner y W. Todd-Mancillas. Comunicación y género (1985; Barcelona: Ediciones Paidos,
1993), p.27.
49 
As Meninas es la historia de una comunidad integrada por tres mujeres: Lorena, Liao y Ana Clara. Cada una de ellas
representa una clase social claramente delimitada: Lorena es la imagen de la clase alta enclaustrada en su propio mundo;
Liao representa a la burguesa arrepentida que lucha por un cambio social que la redima y Ana Clara es producto del lumpen,
incapaz -en su caso- de superar las huellas traumáticas de la pobreza.
36
la diversidad femenina una comunidad, derivando en una cuestionable propuesta de hermandad
de mujeres. Esta novela, sin embargo, está lejos de una aspirada sisterhood. Josefa y Violeta son
seres dramáticamente diferentes.
Josefa es un ser sufriente. Egoísta, solitaria y triste, envidia a Violeta por ser lo que ella no es.
Mas, aunque Josefa envidia a Violeta y ésta no comparte las actitudes de Josefa, ambas se
necesitan para poder vivir. Siendo dos personas distintas, ambas convergen en un solo ser.
Tienen un origen social común, pero, mientras una intenta ocultarlo, la otra hace gala de él.
Josefa, una de tantas mujeres "incapaces de encontrar solas su interioridad", envidia el aplomo
de Violeta, ama de ésta todo lo que ella no es. Violeta, por su parte, ama el don que ha permitido
a su amiga ser una cantante de fama internacional.
Josefa constituye un mentís al estereotipado rol asignado al género femenino. Le desagrada la
cercanía de la gente, incluida sus hijos. Consume a los que la rodean y luego los abandona, odia
el mundo "en el fondo y en la forma...sin empacho". Fóbica, toma antidepresivos y tiene
psiquiatra permanente; ama sólo la música, habita en otro mundo donde "a duras penas...cabían
las hijas adolescentes." Su slogan personal es "No, no estoy, no estaré, no deseo estar" y su
posición ante los demás es sentirse aterrada ante las exigencias del cariño, "sus infinitas
presiones, aun las de mis hijos". (234) Sus tribulaciones son guiadas por un profundo sentido de
impotencia ante la suerte de las mujeres:

Pavimentamos el camino para ese nuevo yo de los hombres y gastamos


energías en lograr que se lo crean, cuando en nuestro fuero interno sabemos
que es sobre nosotras, y sólo sobre nosotras, que recae la responsabilidad de
toda la vida afectiva. El afecto, en la familia y en todos lados, sigue
dependiendo ciento por ciento de nuestras recargadas espaldas. (216)

Un justificativo a la actitud de Josefa se halla en su infancia. Bautizada como


Josefina Jesús de la Amargura Ferrer, su destino de diva ególatra fue fijado
por una madre que nunca se resignó a su propia suerte de hermana menor,
"invisible" para toda la familia. Por ello, la madre quiso brillar a través de su
hija, afirmando que "...en la vida es mejor ser respetada y admirada que ser
amada...".

Las mujeres que rodearon la infancia de Josefa fueron una madre arribista y tres tías solteronas,
con excepción de la tía Juana que se casó con el tío Víctor, pero quien a los pocos días la
devolvió a la familia. En suma, una comunidad de mujeres que hizo de Josefa un ser orgulloso,
frívolo y egoísta, creando en ella el "pavor al desborde, a la caída."
En oposición a la familia de Josefa, Violeta fue criada entre mujeres simples y bondadosas. Su
abuela Carlota, su madre Cayetana, su nana mapuche Marcelina Cabezas, ella misma y su hija
Jacinta, se conjugan en la imagen generosa de una mujer de la tierra y la música: Violeta Parra.
En el espectro genérico atribuido a la mujer, Josefa y Violeta conforman un signo dicotómico.
El egoísmo, la frivolidad y la soledad de la primera -en oposición a la generosidad, la sencillez y
el amor de la segunda-, reproducen las dos caras de una misma moneda en una economía
patriarcal que ha reducido la diversidad de los femeninos a los márgenes del estereotipo. En
37
ambos casos, sin embargo, la narración deja en claro que han sido otras mujeres las que han
contribuido a formar el perfil genérico de las dos amigas.
En Para que no me olvides, la noción de género reviste los ropajes de la androginia. Victoria es
sintomática al decir: "Me gustaría ser hermafrodita por un rato."/.../Un hermafrodita glorioso
que gozara paralelamente los dos lados." (191) A pesar de las diferencias sociales, las razones
de Victoria, son más o menos, las mismas de Blanca. Los hombres que han rodeado, y
determinado, la vida de esta última no la valoran, comenzando por su hijo adolescente, José
Ignacio, quien la desprecia. Su esposo vive más preocupado de su propia carrera que de ella
-iniciando el "lento derrame del desapego" (108)-, su cuñado, Víctor, es cocainómano y su
hermano Arturo, tiene una amante.
Un hiato lo conformará su inesperado amante, el Gringo. Este, uno de los personajes más
relevantes del relato, fue torturado, durante la dictadura, hasta quedar impotente. La diferencia,
en su caso, es que fue torturado por mujeres. Este personaje reúne -en una primera instancia-
todas las virtudes de las que carecen los hombres en la vida de Blanca. Es suave en su trato,
generoso, comprensivo de las debilidades ajenas, dotado de una profunda conciencia social,
amante de la música y los libros, y, lo que es más importante para Blanca, abocado enteramente
a proporcionarle felicidad. El Gringo, sin embargo, al saber los desoladores resultados de la
Comisión de Verdad y Reconciliación, decide abandonar a Blanca y dejar el país, pues "No hay
lugar para ningún sueño aquí. Por lo menos allá [en el extranjero] tengo la evidencia de la falta
de sueños." La partida del Gringo, será calificada por Sofía como una cobardía:

Un hombre que no conoció el compromiso, que se solazó en el tormento sin


mover un dedo, que arranca y arranca cobarde, que no sospecha del vocablo
amor, que sólo sabe del juego de estar y no estar, el que se esconde tras la
música y sus libros, pedante, porque no tuvo los cojones de vivir fuera de
ellos. Juan Luis, Jorge Ignacio, el Gringo. Tres veces negada. Como víctima
de Pedro has sido. (222)

En su estudio sobre la representación literaria de las comunidades femeninas, Nina Auerbach


señala que éstas se distinguen radicalmente de las comunidades masculinas. Mientras a las
fraternidades de varones caracteriza un profundo sentido del honor, las comunidades de mujeres
parecen simbolizar una exclusión, una antisociedad, un apartarse del poder social y de las
recompensas biológicas. Estas, sin embargo, ocultan un inesperado poder.50
Las comunidades de mujeres reseñadas por Serrano, sin embargo, no responden a un modelo de
perfección. En ambas novelas, las mujeres obedecen a un patrón común: la envidia. ¿La razón?:
"Somos mujeres [dice Victoria]/.../ y nos enseñaron a competir desde el día en que nacimos. Ni
siquiera por el poder, como a los hombres/.../La nuestra es la pequeña competencia oscura, y los
celos y la envidia son parte del bagaje." (81) Muestra de ello es la percepción de María -en
Nosotras que nos queremos tanto, sobre las mujeres de medio pelo:

50    
Nina Auerbach. Communities of Women. (Cambridge: Harvard University Press, 1978).
38
/.../ esas mujeres todas iguales entre ellas, preferentemente morenas como el
alto porcentaje de nuestro país, de estatura corriente, de cara corriente.
Aquellas que te encontraste en una comida y no las reconoces si las vuelves a
ver, los rasgos no se te fijan, una u otra da lo mismo. Las negritas
intercambiables, pues Ana, ¡son obvias! Estamos rodeadas de ellas.

En Para que no me olvides, este fenómeno -que Helen Cixous atribuyó al hecho de que a las
mujeres no se les ha enseñado a quererse, se hace extensivo a sus personajes. Sofía envidia la
suerte de la rica Blanca, desde sus sweters de fina lana hasta el color de su cabello y su figura.
Envidia un rasgo ajeno a su clase: "La displicencia, Blanca, síndrome de toda tu familia/.../No
puedo con ella. Es todo lo que a mí me habría gustado ser." (95)
Juana, su cuñada, es otra de las mujeres resentidas, la que "/.../se solaza con la maldad humana,
nada le gusta más a Juana que sentirse buena en una tierra de malos. Juana nació con un solo
brazo/.../" A Blanca, sin embargo, la asquean esa única mano y su voluntad dadivosa.
Las palabras de Sofía son significativas al reconocer que: "- Lo más triste es que no paramos en
esta búsqueda loca de reconocimiento y de simetría. ¡Y miren cómo nos va!/.../ Acuérdense de
esa frase de Octavio Paz: "La femineidad nunca es un fin en sí mismo, como la hombría."
Como rasgo distintivo, las comunidades de mujeres de las novelas de Marcela Serrano se alejan
abiertamente del modelo de las "shrieking sisters"(hermanas chillonas) de Josephine Butler. Son
mujeres solitarias, que se bastan a sí mismas para superar la opresión patriarcal. 51 Mujeres que
recuerdan a los personajes femeninos de María Luisa Bombal: pudientes, solitarias y
autosuficientes; pero quienes, inevitablemente, están condenadas a no ser felices, recordando, en
parte, el tristemente famoso qué es lo que quieren las mujeres? freudiano.

c. Sociedad chilena: La ruptura de la hegemonía nacional

En Un espejo trizado (1988), José Joaquín Brunner develó la inexistencia de una identidad y
una cultura nacional en Chile. Demostró, en cambio, la presencia de una pluralidad de
identidades en un país que se ha "inventado" de modo diferente con cada grupo que ha subido al
poder.52 En este contexto, las novelas de Marcela Serrano confirman la carencia de
homogeneidad y la profunda brecha social que divide a la sociedad chilena.
Sus personajes dominantes pertenecen, mayoritariamente, a la clase media alta y clase alta,
enmarcados en el contexto de un país en el que "Por desgracia, también los pobres están
totalmente pasados de moda y con ello, los proyectos de sociedad y las ideologías."
María -en Nosotras que nos queremos tanto-, lee a los dirty realists norteamericanos, y afirma
que su: "/.../desamparo consiste en sentir a Carver y Ford". No le es difícil, entonces, imitar la
51 
"Una mujer sola, tomando calladamente su vida en sus propias manos y trabajando, prácticamente, el gran problema de la
auto asistencia y de la independencia, no sólo exponiéndola teóricamente, es más valioso que una veintena de hermanas
chillonas llamando frenéticamentre a dioses y hombres a verlas hacer un esfuerzo para mantenerse de pie, sin soporte, con
interludios de reproche a los hombres por querer ayudarlas en su intento". (19) [Eliza Lynn Linton, en Auerbach].
52 
La hegemonía es definida por Brunner como una máquina productora del orden, basada sobre una radical desigualdad en
la distribución de los recursos del poder y que limita la guerra de muchos contra unos pocos mediante la idea de
AUTORIDAD (de la religión, las buenas costumbres, la moral, etc). José Joaquín Brunner. Un espejo trizado (Santiago de
Chile: FLACSO, 1988).
39
voz de mando de su madre -la misma que ésta usaba para mandar a los inquilinos-, como
tampoco compararse con Scarlett O'Hara, la dueña de Tara en "Lo que el viento se llevó".
Las mujeres de Marcela Serrano son mujeres educadas para ser "los bastiones de sus familias,
sabiendo situarse siempre en segundo lugar, sin opacar a los maridos ni haciéndoles ver cuánta
fuerza tenían." (27) Mujeres como Isabel, doctora a los 30 años, bella, tímida y responsable, o
como la misma Ana, de marido estudioso, eterno profesor universitario que se doctora
tardíamente en Alemania, mientras ella disfruta de su veraneo en el Sur de Chile.
En este conjunto, Sara es la excepción: Ingeniero Civil, onda "artesa", metro sesenta, contextura
común, manos gruesas, fuertes y desnudas. Como Victoria en Para que no me olvides, Sara
sirve de nexo entre los diversos estratos sociales de los personajes y sintomatiza el interés
común que une a las cuatro mujeres: los desfavorecidos de la sociedad. Aún la aristocrática
María reconoce que "/.../ todavía me importan los pobres/.../Todos estos pobres existen mientras
yo dispongo de miles de pesos al mes y una cuenta en dólares que me sacará de apuro, sin
mencionar el dinero de mis padres/.../
En Para que no me olvides, las estructuras sociales son diseñadas de modo semejante. Las tres
mujeres, Blanca, Sofía y Victoria, se tienden al sol en la casa de campo de la primera, a disfrutar
de danzas húngaras del Renacimiento tardío. Entre Blanca, perteneciente a la high class chilena
y Sofía, psicóloga, representante del esforzado half a hair chileno, está Victoria. Un nombre
tristemente simbólico para una mujer del pueblo, que, como éste, se siente derrotada. Su única
esperanza es que el informe de la Comisión de Verdad y Reconciliación dé a conocer al país lo
que sucedió durante la represión. Es la única manera de saber con certeza que su padre -detenido
desaparecido- está muerto.
Blanca, sin embargo, desconoce esta parte de la realidad de su propio país. Proveniente de una
familia en la que no se dice pipí ni caca, sino que se habla de uno y dos, respectivamente; en la
que sus hombres aseguran que: "/.../yo, ni cagando me acuesto con una rota. Yo, sólo con
mujeres de mi clase." (119), que llama -despectivamente- "Kikis" -"ojalá con "Q"- a las amantes
de sus hombres y que afirman que algunos requisitos básicos para tener más humanidad son:
"/.../haber comulgado en su infancia, haber tenido unas hectáreas en Colchagua o haberse
preocupado de los pobres en los años sesenta." (144); esa, su familia, es clara respecto a la
situación política que atraviesa el país:

"- Creo que lo que nos conviene a todos, gobierno y oposición, es no escarbar
más en el asunto.
-...Debemos saber la verdad y dejarla establecida como tal.
- No tenemos futuro como país si no cerramos los ojos al pasado..."
(43)

Blanca, la etérea y transparente, creerá poder salvar esa brecha ayudando a Bernardo, un niño de
10 años con problemas de aprendizaje cuyo abuelo desapareció durante la dictadura. Ella se
confunde. Se esfuerza por comprender. Se enamora del Gringo. Admira la entereza de Victoria.
Desea para sí el calor de la familia de la calle Grecia; mas, finalmente, reconoce la
predominancia de su clase, de las mujeres de su especie:
40
Estas de mi especie han sido las dueñas de la historia y del país, no las
Victorias cuyo lamento se suma al de tantos otros para ser acallados al primer
cambio del cielo. Ni las Sofías, que en su exceso se han quedado con la pura
dureza.
Las mujeres de mi especie saben entornar los ojos y les quedó el hábito
ancestral de mirar por sobre el hombro. Es que una rara y contradictoria
seguridad va plasmada a esos ojos y eso es lo único que hace tolerable la
inseguridad cósmica que da el existir. En las mujeres como yo,/.../ el alma es
menos escurridiza. Nos atrincheramos en nuestras creencias; éstas nos cubren
protectoras, y la fe es nuestro gran escudo y aliada." (166)

Así, los esfuerzos de Blanca por comprender el lado oscuro de este país de "oscuridad e
inmundicia", prontamente se estrellan ante el reconocimiento de que su mundo no es el de
Victoria, sino "/.../ el de los resorts en un balneario como Puerto Vallarta, el de las cremas
Clinique que llevo en el bolso, el de los pasajes Clipper Class, el de los BMW para los
maridos." (164) Concluye, así, viendo a "Nueva York como salvación, porque siento que
Victoria y el gringo viven en la oscuridad de la noche."
La suerte, empero, le depara otro destino. Terminará sus días sola, muda, abandonada por su
esposo e hijo, imposibilitada de valerse por sí misma. Sabiendo que no será más amada por
ningún hombre: "[Soy] un imbunche, amputada, cosida por arriba y por abajo".(141)
Antigua vida mía, por su parte, no se remonta a los conflictos de la dictadura sino a los avatares
de la posmodernidad. No hay, esta vez, referencia a un choque de clases tamizado por la
amistad entre dos mujeres de clases sociales opuestas. Josefa aclara:

Definitivamente, nunca sentí el llamado impetuoso y caritativo de salvar a las


multitudes, o a nadie en particular. La gente me daba lo mismo. Ni siquiera he
sentido caridad hacia esta mujer que llevo en mis huesos. Mis ojos siempre
han apuntado hacia el próximo acontecimiento. No podía perder tiempo en lo
trivial. He tenido poca sensibilidad para entender el funcionamiento del ser
humano que se me ha puesto al frente. El porcentaje de la humanidad que sólo
come, trabaja y duerme es demasiado alto. ¿No estamos destinados, después
de todo, a hacer algo más? (213)

Josefa y Violeta, aunque de origen humilde, han alcanzado un nivel social que las diferencia del
común de la sociedad chilena. Ambas detestan la vulgaridad, aman la soledad y tienen como
rasgo común un profundo diletantismo. Consideran que el celular es para siúticos, veranean
juntas en el sur de Chile y viajan largamente por Europa, lo que lleva a Violeta a reconocer,
culpable, que ella y Gonzalo estaban "totalmente europeizados".
Para las protagonistas, los "avaros '80" son el inicio de la pérdida moral que significó la
modernidad, en circunstancias que los '90 "carecen de toda idea". Violeta, a su vez, se debilita
lentamente al reconocer que el mundo ya no es el hogar colectivo de los '60-'70. Ante esta
pérdida de identidad, Latinoamérica aparece como una utopía que debe ser descubierta. De ahí
41
que Cayetana, madre de Violeta, se vaya a vivir a Antigua con un guerrillero y que, años más
tarde, Violeta se radique allí. Para ella, toda América Latina tiene las mismas heridas, la única
diferencia de Guatemala respecto de Chile es que "...las heridas de Chile no están a la vista...son
asépticas" (217)
Nosotras que nos queremos tanto, Para que no me olvides y Antigua vida mía constituyen un
hiato de relevancia en el actual espectro de la literatura de la mujer chilena. En el marco del
acentuado erotismo de Pía Barros, de la angustia existencial de Diamela Eltit, del antagonismo
genérico de Lucía Guerra o del realismo mágico de Isabel Allende -entre otras escritoras de
actualidad-, las novelas de Marcela Serrano desarrollan una visión de mundo diferente: la de la
mujer que lucha por superar el sino de la opresión patriarcal, pero que, inevitablemente, termina
reducida por ésta.
El elemento fundamental en este proceso de derrota es un ancestral sentimiento de culpabilidad:
Ana, culpable de haber engañado a su marido, María, de no haber seguido la vía del matrimonio
y los hijos, Sara, de haberse enamorado, Piedad, de no superar su condición maternal, Victoria,
de no reconocer la muerte de su padre, Sofía, de su resentimiento social, Blanca, de no atreverse
a abandonar a su clase, Josefa, de no haber podido jamás prodigar amor y Violeta, de haber
asesinado. Mujeres que, en palabras de Ana, "cargan su cruz" y que, a diferencia de otros textos
escritos por mujeres, no aspiran a la ejemplaridad.
Marcela Serrano ve y muestra el mundo -sin estridencias ni recursos manidos-, desde la
perspectiva de una escritora que reconoce la existencia de una profunda brecha de clases, la
actitud de un país que no enfrenta las secuelas de 18 años de represión, la crisis de identidad de
una generación "perdida" que vive en la nostalgia y los esfuerzos infructuosos de la mujer por
superar una secular opresión.
En esta lucha, Marcela Serrano evita el fácil recurso de la universalidad femenina para acentuar
las diferencias que, en su caso, descansan en la brecha social: mujeres divididas entre el
diletantismo y el compromiso social. Entre el goce de las sedas y la literatura anglo, entre los
viajes a Europa y la aspereza de las arpilleras. Todo ello confieren a sus relatos un profundo
verismo, recordándonos cuan doloroso es vivir en un país que "/.../ está insensible, porque no
puede más, porque el daño ha pasado a ser una parte de él, y ha construido su orden sobre ese
daño."

ANÁLISIS 3

LA QUINTRALA: RECUSACIÓN DE LA HISTORIA COMO DISCURSO DE LEGITIMACIÓN


PATRIARCAL EN MALDITA YO ENTRE LAS MUJERES DE MERCEDES VALDIVIESO.53

Maldita yo entre las mujeres54 es el relato de la vida de una mujer chilena: doña Catalina
de los Ríos y Lisperguer. Acusada de la muerte de sirvientes y amantes55, recibió el nombre de

53

Artículo publicado en Symposium. A Quarterly Journal in Moder Foreign Literatures, Volume XLVIII, Number 4,
Winter 1995, University of Syracuse Press, New York.
54
Mercedes Valdivieso, Maldita yo entre las mujeres. Santiago de Chile: Editorial Antártica, 1991. Obras anteriores de
la misma autora: La Brecha, 1961 (traducida al inglés en 1986); La tierra que les di, 1962; Los ojos de bambú, 1964;
Las noches y un día, 1971.
55
Jordi Fuentes y Lía Cortés señalan que Catalina había asesinado a 39 personas de la hacienda, sin contar los hechos
42
"La Quintrala" por el quintral, un arbusto que crece en torno al tronco de los árboles y los
sofoca. Doña Catalina -de sangre mapuche, española y alemana-, vivió en Chile en el s. XVII56y
constituye uno de los raros personajes femeninos que la Historia de Chile menciona en sus
anales.57 Su vida, sin embargo, rompe los límites del canon: no se subordinó a hombre alguno e
impuso su voluntad por doquier, tejiéndose en torno a ella una trama de misterio, brujería y
crimen.
Doña Catalina de los Ríos y Lisperguer ha interesado largamente a la literatura chilena.
En 1877, Benjamín Vicuña Mackenna publicó Los Lisperguer y la Quintrala, texto que aúna la
historia y el ensayo. En éste, el autor sienta el precedente de una mujer cuyas "crueldades eran
consecuencia de su lascivia" y a cuyo nombre Vicuña Mackenna asocia los de Mesalina,
Lucrecia Borgia y Margarita de Borgoña. Doña Catalina se constituye así en una de las tantas
mujeres réprobas que desafiaron la moral cristiana.
Medio siglo después, el historiador Aurelio Díaz Meza -La Quintrala y su época,
58
(1933) -, rechazó dicha aserción para argumentar que doña Catalina "era una víctima del
sadismo" y que a la ciencia médica le "correspondería la investigación y el análisis del caso
fisio-patológico que ofrece la existencia de ese desgraciado ejemplar de ser humano."(7) ,
otorgando así marco científico a la "intuición" de Vicuña Mackenna sobre el "triste caso" de
doña Catalina.
Ese mimo año, Magdalena Petit publica su versión de la historia de doña Catalina 59. En
la introducción a ésta, el crítico literario Hernán Díaz Arrieta (Alone) no oculta su freudianismo
y califica de "histérica" a la Quintrala. Aún cuando es la primera versión sobre la Quintrala
escrita por una mujer, el texto de Magdalena Petit no difiere mayormente de la versión patriarcal
de una Catalina poseída por las fuerzas del mal, azote de los hombres y terror de la sociedad.
En 1955 Raúl Montenegro Lillo dio a conocer otra novela sobre el tema. En ésta, la
Quintrala es definida como "culminación del crimen y del horror, síntesis de cuanto ya habían
hecho sus antepasados, sus fechorías fueron tal exponente de crueldad y espanto como no se
conoce nada parecido en la historia."60
Posteriormente, Lautaro Yankas incursiona en la vida de Doña Catalina con Doña
Catalina. Un reino para la Quintrala (1972), con un relato que Raúl Silva Castro prologa como
"novela amena" sobre "Una dama /.../con alguna dolencia erótica no bien diagnosticada" cuya
muerte careció de todo valor épico "pues una loca que muere en casa, por muy loca que sea, no

anteriores a su matrimonio, ni un asesinato posterior a su regreso de la capital. Diccionario Histórico de Chile.


(Santiago de Chile: Editorial del Pacífico, 1966), pág. 370.
56
Benjamín Vicuña Mackenna afirma que la Quintrala nació entre 1604 y 1605. En un documento público figura que
en 1626 Doña Catalina era menor de 25 años y mayor de 20. Los Lisperguer y la Quintrala [1877]. (Santiago: Zig-Zag,
1950), pág. 81.
57
En la Historia de Chile, las pocas mujeres que se mencionan durante la Conquista destacan por un atributo
tradicionalmente masculino: su heroicidad. Así, Doña Inés de Suárez, española que luchó con Pedro de Valdivia contra los
araucanos. En la Colonia se añaden los nombres de Isabel Riquelme, Javiera Carrera, Luisa Recabarren, Agueda Monasterio,
Mercedes Fontecilla y Paula Jaraquemada, quienes participaron activamente en la Independencia de Chile.
58
Aurelio Díaz Meza, La Quintrala y su época.(Santiago de Chile: Ercilla, 1933.)
59
Magdalena Petit, La Quintrala. (Santiago de Chile: Editorial Zig-Zag, 1952 [7a edición].)
60
Raúl Montenegro Lillo, La Quintrala. (Buenos Aires: Editorial central,1955), ág.7.
43
despierta mucho interés".61 Habían pasado 95 años desde el texto de Vicuña Mackenna, pero el
juicio de los hombres sobre Doña Catalina se mantenía inalterable.
Las varias versiones de la historia de doña Catalina de los Ríos y Lisperguer responden
al patrón común de la hetaira junguiana. Mercedes Valdivieso, sin embargo, ofrece una
perspectiva diferente sobre la vida de la Quintrala. Maldita yo entre las mujeres constituye un
hiato en un contexto patriarcal que ve en Doña Catalina de los Ríos y Lisperguer el prototipo de
la mujer como un Otro perverso, determinado por el satanismo, la lujuria y la locura.
Inicialmente, Maldita yo entre las mujeres parece seguir las aguas tradicionales en torno
a la vida de la Quintrala y de los crímenes de los que se la acusa. Pronto, sin embargo , se
advierte que los pasos de doña Catalina son guiados por el firme deseo de no seguir la huella
que el hombre ha demarcado para la mujer. Con ello, desde las primeras páginas se plantea al
lector una lectura dividida que se hace discernible a partir de matices semánticos: a) la
Quintrala: criminal/ lasciva/ bruja o b) doña Catalina: violenta/ sensual/ sabia. La primera
opción se inserta dentro del discurso que la tradición ha generado en torno al personaje. La
segunda lectura, que domina el texto de Valdivieso, subvierte el juicio de la Historia y hace del
lector un agente capaz de comprender y condonar los actos de la protagonista.
La ambigüedad del discurso planteada por una decodificación dividida se suma a la
condición "no-autorizada" de un emisor femenino en una narrativa de legitimación de larga
tradición logocéntrica. Al introducir la voz femenina en el contexto monolítico del discurso
patriarcal, Mercedes Valdivieso logra cuestionar la validez de la historia denunciando su feble
condición de constructo lingüístico cuya polivalencia es acentuada por la heteroglosia. Maldita
yo entre las mujeres denuncia la impostura de un discurso logocéntrico excluyente, reflejo de la
histórica subordinación de un Otro femenino a un Sujeto patriarcal largamente dominante. En
Latinoamérica, dicha oposición binaria se inicia en un continente que "descubierto" en el s.XVI,
conoció tempranamente las veleidades de un Sujeto que hizo de ella un Otro de menor cuantía.
Hoy, la colonización del Sujeto hacia el Otro ha superado los antiguos límites de un
imperialismo justificado por la ontología y la teología para alcanzar el estrato de las diferencias
sexuales.
Doña Catalina se niega a la subordinación. Su rebeldía lleva a los estratos tradicionales del
poder -Iglesia y Estado-, a invalidar su condición de mujer. La Iglesia la llama bruja y el Estado,
prostituta. Doña Catalina se constituye así en un Otro doblemente baldado: no posee los
atributos marianos que la Iglesia confiere a la mujer virtuosa ni tampoco satisface los
imperativos del Estado, pues en cuanto prostituta (o mujer dominada por su lascivia), no
reproduce.
Catalina de los Ríos y Lisperguer pasa a formar un eslabón más en la larga cadena de
"mujeres réprobas" señaladas por la Historia. En La Biblia, Eva y Salomé encarnan el miedo a
la sexualidad femenina62. En la mitología grecolatina, la ceguera de las Tres Gracias, la
monstruosidad de Medusa, la mutilación de las Amazonas y la lóbrega imagen de las Parcas son
representaciones de la amenaza que la mujer representa para el hombre en su doble condición de
madre/ objeto del deseo. 63
61
Lautaro Yankas, Doña Catalina. Un reino para la Quintrala. (Santiago de Chile: Editorial Orbe, 1972), pág.13.
62
Un interesante análisis de la relación entre la figura de la mujer y el mal ofrece Bram Dijkstra en Idols of Perversity:
Fantasies of Feminine Evil in Fin-de-Sicle Culture. (Oxford: Oxford University Press, 1986).
63
.Nina Auerbach, Communities of Women.( Cambridge: Harvard Univesity Press, 1978).
44
En el plano literario, la mitología ha cedido lugar a las figuras réprobas de la bruja y la
prostituta. La primera, amenaza latente para los poderes extrahumanos cuyo monopolio
detentaba la Iglesia y la segunda altamente inconveniente para la concepción socio-económica
de la familia propagada por el Estado.64 Verdaderas encarnaciones del mal en sus variantes
metafísica y económica. Ambas peligrosas al transgredir el privativo concepto de posesión
patriarcal que convierte al agente en Sujeto. La bruja en cuanto vehículo de conocimientos y la
prostituta en cuanto "dueña" de su propia sexualidad, se erigen en obstáculos que deben ser
controlados o suprimidos por la vía de la hoguera y el prostíbulo, respectivamente.
A partir del Medioevo, la imagen de la bruja interesa en cuanto peyorativa
denominación del ejercicio femenino de una actividad que en sus colegas masculinos recibía el
respetado calificativo de magos o alquimistas. Las "razones" por las que la mujer tiende a la
brujería son explicadas por los inquisidores Sprenger y Kramer en su "Maellus Maleficarum"
(1486):

Puesto que las mujeres son más débiles tanto en mente como en cuerpo, no es
sorprendente que sucumban al maleficio de la brujería... Podría notarse
además, que hay como un defecto en la formación de la primera mujer,
porque fue formada de una costilla curva... De este defecto procede también
que como es animal imperfecto siempre engaña.65

A partir de argumentos que apelaban a la racionalidad, el discurso patriarcal intentaba


definir la amenaza que constituía la mujer. La razón de estos temores se justifica al reconocer
en el dogma religioso la única alternativa a la ignorancia de la época, haciendo de la Iglesia
Católica la fuente más importante del Poder. A ella se oponía, amenazante, la luz hereje del
conocimiento detentado por las brujas.
La Quintrala sabe de pócimas para el amor y el odio, puede comunicarse a distancia y
sus sueños le aclaran el pasado y le advierten el futuro. Su delicada hermana Agueda sabe cómo
dominar el odio y cómo encantar al hombre que la llevará a la Corte de los Reyes. La Tatamai,
su inseparable guardiana, sabe librarla de los malos humores con sahumerios y su bisabuela
sabe como atender el parto de su hija. Es este ignorado conocimiento el que aterrorizó al muy
creyente don Bartolomé Blumen y lo alejó de doña Elvira. El mismo conocimiento que la
comunidad mitifica, relatando que la bisabuela de La Quintrala llegó en una escoba a asistir a su
hija.
La Quintrala, sin embargo, es más sobria al explicar el temor del pueblo hacia su
bisabuela, diciendo que "La cacica supo irse del cuerpo y volar con la cabeza, desde su altura
miró a las mujeres de su linaje cambiando a otras en el tiempo."(39)Si el conocimiento
constituye para La Quintrala una fuente de acceso al Poder de los hombres, el dominio de su
sexualidad es otra.

64
En 1884 Friedrich Engels destaca la condición de propiedad privada implícita en la familia burguesa.(The Origin of the
Family, Private Property and the State; translated by Ernest Untermann. Chicago: C.H. Kerr & Company, 1902.)
65
El martillo de las brujas (versión castellana del Malleus Maleficarum). (Madrid: Ediciones Felmar, 1976), pág, 101.
Citado por Lucía Guerra Cunnigham en "Las fronterizaciones de lo femenino: otra versión de la territorialidad", Alba de
América, 10-11, 1988.
45
El canon ha postulado la imagen de la virgo intacta como el ideal de mujer. Una mujer
desprovista de materialidad, cuyo rol procreador todavía en el siglo XIX era devaluado (serán
Karl Ernst von Baer en 1827 y H. Fiol en 1877 los primeros en reconocer la importancia de
la mujer en el proceso de la procreación) y donde el culto a la Virgen María se erige como
una construcción del imaginario cristiano-patriarcal destinada a complementar la "divinidad"
masculina:

Eva y la Virgen María constituyen la utilización de lo Otro femenino para


reafirmar lo creado como propio en un diseño de figuras contrapuestas que
simultáneamente plasmarán a nivel ético y social los modelos del Deber Ser y
el No-Deber Ser para la mujer como ente histórico, social y ontológico.66

Negándose a ser "reducida a lo que soy, una hembra para el gozo y el olvido"(19),
Catalina de los Ríos y Lisperguer es señalada por los hombres en un escalafón aún inferior al de
la prostituta, dado que no guía sus actos el justificable principio del comercio sino el abominable
principio del placer, atributo tradicionalmente masculino.
Catalina subvierte su condición de Otro para apropiarse de las propiedades del Sujeto.
En virtud de ello posee lo que desea -específicamente hombres-, calificándose en ella como
"lascivia" lo que en ellos es "su instinto natural". En una época en que la conquista de amores
era el pasatiempo predilecto de los caballeros, Doña Catalina asume el rol de don Juan para
seducir a don Enrique Enríquez, a su primo Juan de Pacheco, a Segundo a Secas y al novicio
Alvaro Cuevas, entre otros. Ello no sorprende si se considera que su madre tuvo por amantes a
don Diego de Uztariz, a un alguacil que dejó a su prometida por ella, a don Martín de Urquiza, a
don Alonso de Ribera y a su predilecto esclavo José del Viento. Todo esto durante su
matrimonio con don Gonzalo de los Ríos.
En una tradición literaria donde las mujeres se arrepienten de sus "desvíos" ("Blanca
Sol"(1889) de Mercedes Cabello de Carbonera e "Ifigenia" (1924) de Teresa de la Parra), o
subliman sus deseos ("Sab" (1841) de Gertrudis Gómez de Avellaneda o "La Ultima Niebla"
(1935) de María Luisa Bombal), podría esperarse de "Maldita yo entre las mujeres" un mentís
de las muertes de que se acusa a doña Catalina. Mercedes Valdivieso, sin embargo, evita este
recurso para reseñar una Catalina que así como se adjudica el rol dominante en lances de amor
también se adjudica el derecho de matar, derecho propio de un Sujeto cuyo perfil depredador se
inserta en el marco de las guerras, conquistas y duelos del siglo XVI y que la Quintrala señala
como "un atributo sólo de los hombres de la familia".(82)
Catalina, sin embargo, no está sola. Su rebeldía se asienta en una casta bastarda que se
remonta a Doña Elvira, cacica (la Historia menciona sólo caciques) de los mapuches, mujer
fuerte cuyos sortilegios sedujeron y luego horrorizaron a su amante, Don Bartolomé Blume. A
sus brujerías, doña Elvira añade la nota de escándalo al rechazar la oferta de matrimonio del
rumboso alemán, argumentando que "manceba y libre sería ella en este mandar de
varones..."(33). No es de extrañar entonces que Catalina desprecie los límites asignados a la
mujer, viviendo de día en una casa y durmiendo de noche en otra; rechace el matrimonio y los
66
Lucía Guerra Cunnigham, "Las fronterizaciones de...", pág.65.
46
títulos nobiliarios junto al pomposo don Enrique Enríquez, del mismo modo que se niega a
aceptar la domesticidad y los ropajes y afeites femeninos creados para agradar al hombre. En
lugar de ello, prefiere aprender de negocios y manejar la hacienda. No hace sino asumir los roles
del Sujeto.
Al cuestionar el destino que los hombres han decidido para la mujer, Mercedes
Valdivieso cuestiona la Historia y remite a la lyotardiana pérdida de la fe en las metanarrativas1.
Tradicionalmente, el metadiscurso histórico ha gozado de los beneficios de la veracidad al
valerse de un lenguaje referencial que se opone a la ambigüedad poética de la tradición oral,
utilizando como metatexto la antigua oposición binaria de logos y mito.

Al poner Mercedes Valdivieso la Historia en labios de los ignorados -la mujer y el


pueblo-, constituye una polifonía de voces que denuncia la invalidez de un discurso que se ha
autoerigido como portador de la verdad sobre la base de la monofonía patriarcal y la selección
arbitraria. Valiéndose de variables diacrónicas y sincrónicas (castellano del s XVI y español
actual, el lenguaje de Maldita yo entre las mujeres fluctúa entre la referencialidad y la poesía.

El lenguaje referencial del relato en tercera persona concede la necesaria verosimilitud


requerida por el discurso histórico. Sin embargo, la adjetivación de éste: "dislocada de cuerpo",
"zanjada de boca", "sonrisas exactas", "sucio de aborrecimientos", etc., equipara su estilo al de
Jorge Luis Borges: exento de adiposidades lingüísticas, pero a cuya fuerza expresiva une la
virtud de multiplicar imágenes, alejándolo de la pura referencialidad y acercándolo a la poesía.2

La polivalencia del discurso es acentuado por la enunciación de dos emisores: una


primera persona -la Quintrala y su narración de sus vivencias-, y una tercera persona -el pueblo
y la tradición oral. Mientras la primera persona se acerca a la referencialidad de la experiencia
vivida, el "dicen que.." popular remite a los vagos contornos del mito y la deformación de la
realidad propios de la oralidad. La ambigüedad que los rasgos poéticos confieren a ambos
enunciados dividen al lector entre la versión de la Quintrala (la mujer) y la del pueblo (la
Historia), remitiéndonos al concepto de destinatario dividido formulado tempranamente por
Roman Jakobson:

La primacía de la función poética no elimina la referencia, pero la hace


ambigua. Al mensaje con doble sentido corresponde un destinador dividido,
un destinatario dividido, además de una referencia dividida.3

De este modo, Maldita yo entre las mujeres aúna dos raras virtudes: excentricismo en la
reconstrucción histórica y virtuosismo en el manejo del lenguaje. Los rasgos poéticos-referenciales se
estructuran en una multiplicidad de voces que desafía la versión canónica del discurso histórico,
constituyéndose en la versión de una mujer que no sólo se negó a aceptar la imposición de la autoridad
patriarcal de su época sino que impuso su voluntad por sobre la de los hombres, mereciendo por ello la
reprobación de la Historia.

.........................
1
.Jean-Francois Lyotard, The Postmodern Condition: A Report of Knowledge. (Minneapolis: University of Minessota Press,
1988.)
2
Jaime Alazraki, La prosa narrativa de Jorge Luis Borges. (Madrid: Gredos, 1974), pág.163.
3
Roman Jakobson, Ensayo de lingüística general. (Barcelona: Seix Barral, 1975), pág.383.

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