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El socialismo es una corriente ideológica que propone nuevas formas de organización

socioeconómica basadas en la socialización de los medios de producción.

Surge ante el conflicto social entre los obreros y burgueses en el contexto del desarrollo industrial
y la aplicación de un nuevo modo de producción (la fábrica) que origina nuevas manifestaciones
de desigualdad social y precarias condiciones laborales como: salarios miserables, jornadas arduas
y extensas, explotación y abuso.
La lucha por el socialismo es lo que retomamos de los fundadores
del movimiento en nuestro país, su arrojo y determinación; su
valentía y honestidad, su sana determinación por mantener su
independencia de clase frente al Estado burgués y sus
representantes políticos. Ése es su legado, un legado de lecciones
para aprender, un legado de lucha.
Introducción
El movimiento socialista o comunista tiene una larga historia.
Podemos encontrar estas tendencias desde el inicio mismo de la
sociedad dividida en clases. El cristianismo primitivo, en su lucha
contra el Imperio Romano, originó sectas comunistas como la de
los Esenios. Durante la Edad Media algunas sectas religiosas
pretendieron regresar al comunismo original del cristianismo. En
el Renacimiento algunos pensadores imaginaron sociedades
ideales que acabarían con la miseria y la explotación: Campanella
y Tomás Moro fueron algunos exponentes. Las ideas de Rousseau
acerca de los efectos de la propiedad privada impulsaron a algunos
–como Meslier, Morelly y Mably- a llevarlas hasta conclusiones
comunistas. La Revolución Inglesa generó tendencias comunistas
entre los “Llevellers y Diggers”; la Francesa, “La conspiración de
los iguales” de Babeuf o las ideas golpistas de Blanqui. El carácter
burgués de una revolución que pretendía instaurar la libertad,
igualdad y fraternidad llevó a pensadores como Fourier, Saint
Simon, Cabet y Owen a elaborar proyectos comunistas que
realmente cumplieran las promesas de aquella revolución; Owen
llevó esas ideas desde la filantropía hasta el cooperativismo. Marx
y Engels desentrañaron la dinámica capitalista, revolucionaron el
método dialéctico y le dieron al socialismo bases científicas por
primera vez. El socialismo ya no era la expresión de una moral
eterna sino producto de las contradicciones sociales objetivas y la
lucha de clases. Y no un proyecto ideal sino una necesidad
histórica.
En México la lucha de clases también generó tendencias e ideas
socialistas, en esta historia se puede encontrar de todo:
insurrecciones campesinas, ideólogos de gabinete, pensadores
radicales, moderados que enarbolan la conciliación, las primeras
huelgas, organizaciones y periódicos de inspiración socialista.
Queremos contar esa historia porque es la historia del origen
nuestro movimiento. Quien espere de este movimiento primitivo
una claridad teórica y deslinde absoluto del liberalismo quedará
decepcionado, las tendencias socialistas son confusas, ingenuas,
eclécticas, proféticas; pero como en el desarrollo de un embrión,
las etapas son necesarias para el desarrollo de un organismo
adulto y en su desarrollo el embrión toma formas inusitadas. Las
ideas utópicas jugaron un papel progresista y saludable en el
origen del movimiento obrero en nuestro país, un movimiento que
surge de la necesidad de resolver las tareas democráticas y de
soberanía de un país subdesarrollado y dominado como el nuestro.
Bajo estas imperfectas ideas se inspiraron las primeras
organizaciones obreras, las primeras huelgas y las primeras
organizaciones políticas del proletariado.
“El socialismo libertario” de José Cayetano Valadés -viejo
revolucionario fundador del PCM, anarquista e historiador- es el
relato más completo sobre los orígenes del socialismo en México,
esta obra ha sido publicada por primera vez hace poco con base en
el borrador original bajo el cuidado editorial y la reconstrucción
temática de Paco Taibo II. Como ha demostrado Paco, los
“Apuntes sobre el movimiento obrero y campesino de México” de
Manuel Díaz Ramírez –obra que se consideraba de consulta
obligada para este tema- no son sino un vulgar plagio del texto de
Valadés. Este inapreciable libro fue publicado y distribuido
gratuitamente por “La brigada para leer en libertad”. Otro libro
maravilloso es el de “El socialismo en México, siglo XIX” de
Gastón García Cantú, el cual contiene materiales invaluables y,
entre otras cosas, comenta sobre socialistas utópicos mexicanos,
circunstancias y temas no mencionados por Valadés. También de
Cantú hay que consultar “Utopías mexicanas”. Los libros de
Valadés y Cantú se complementan, sus perspectivas combativas
son afines. Recientemente apareció el libro de Ilades “Las otras
ideas, el primer socialismo en México 1850-1935” que si bien está
muy por debajo del trabajo de Valadés o Cantú –el tono académico
llena de paja inútil buena parte del libro- por lo menos contiene
información adicional interesante. La información contenida en
este artículo se la debemos principalmente a estas obras…
curiosamente ninguno menciona a Vasco de Quiroga. 

El contexto
Para 1853 México aún no había podido consolidarse como Estado
Nación, el país recién había logrado obtener  un remedo de
independencia en la que el viejo régimen se mantenía, en lo
fundamental, intocado: el clero, poderosos gobernadores y el
ejército tenían el control de la tierra, los impuestos y la política.
Ninguna de las reivindicaciones sociales de Hidalgo, Morelos y
Guerreo se habían cumplido: ni reparto agrario, tampoco la
ruptura del latifundio, ni separación de la Iglesia y el Estado,
eliminación de impuestos absurdos, ni la modernización del país
en lo económico o en lo político. México corría el riesgo de ser
desmembrado y balcanizado para beneficio de los intereses de un
imperialismo estadounidense en ascenso, que ya nos había
arrebatado Texas, Alta California y Nuevo México, “cuatro
ejércitos extranjeros habían pisado en distintos momentos el
territorio nacional” [Salmerón, “Leyes de reforma”, p. 9]. El país
era dominado regionalmente por ambiciosos jefes o caudillos
locales, por el ejército y los terratenientes que organizaban
cuartelazos para hacerse del poder. Para colmo, los conservadores
retornaban al poder con Santa Anna a la cabeza, México tenía por
delante años de guerra civil y la intervención francesa. La batalla
por la resolución de las tareas democrático burguesas que
quedaron pendientes para la revolución de independencia
determinó el enfrentamiento entre conservadores y liberales que
marcó el siglo XIX mexicano; este contexto será el escenario del
nacimiento del primer socialismo en México. 
El enfrentamiento entre liberales y conservadores se daba sobre
un marco de atraso económico y social: el país apenas tenía 7
millones de habitantes, dispersos en pueblos y rancherías, los
obreros industriales (minería y textiles) apenas rondaban los 60
mil – en 1923 las minas ocupaban 44 mil obreros y los textiles
cerca de 3 mil-, las condiciones salariales y de trabajo eran
espantosas. Dice José Cayetano Valadés:
“En las minas, la jornada era de 24 a 60 hora de trabajo consecutivo, siendo el salario
de un real y medio por cada veinticuatro horas de labor. Un poco mejor retribuido era
el trabajador en la nuevas fábricas de hilados y tejidos, donde el promedio de salario
diario era como sigue: obrero, dos reales y medio; obrera, un real; niños, un real a la
semana.” [C. Valadés, José; “El socialismo libertario mexicano (siglo XIX)”, p. 18.].

Además de una industria minera y textil con baja o nula inversión


en infraestructura, había 8 fábricas de papel y pequeñas industrias
patriarcales de aguardiente, jabón, aceites, vasijas, alfarería, loza
[Cf. García Cantú, Gastón, “El Socialismo en México, siglo XIX”, p.
15]. La mayor parte de la población del país vivía en comunidades
indígenas autosuficientes (sobre todo en el Sur) o en pequeños
ranchos o poblados de unas decenas de habitantes y sin mucho
contacto con el exterior. No existía una sola línea de ferrocarril, el
transporte se hacía a lomo de burro y el capital era sobre todo
usurero y comercial; apenas y existía un mercado interno. Las
grandes ciudades como la de México, Guadalajara o Guanajuato
crecían por ser centros mineros, comerciales y políticos, pero la
mayor parte de la población, el 90%, vivía estancado en pueblos y
rancherías cerrados al exterior, “sólo el 10% se apretujaba en 25
pequeñas ciudades, en la mayor de las cuales, México, residían
200 mil habitantes. Puebla, Guadalajara y Querétaro tenían unos
40 mil cada una. [Salmerón, Op, cit. p. 13]” 
En la extrema izquierda del liberalismo, semioculto bajo el humo
de las batallas contra los conservadores y contra las intervenciones
extranjeras,  al calor de las insurrecciones campesinas, en el marco
de las aspiraciones de los artesanos, en la consciencia aún confusa
de un proletariado en formación, en la elucubraciones de algunos
sabios de gabinete o de escritores de novelas e, incluso, en las
ensoñaciones de algún empresario aventurero y conservador,
surgieron las primeras manifestaciones del socialismo en México.
En lo fundamental se trataba de las aspiraciones de unos pocos
liberales radicales inconformes con los resultados moderados de la
Guerra de Reforma y de la lucha contra la intervención francesa –
la mayor parte de los liberales se deslindarán del socialismo-;
sobre todo era una expresión de la lucha de  los campesinos y
comunidades indígenas, de los pequeños artesanos y propietarios,
de un proletariado en formación. Las más de las veces los intereses
de estos sectores heterogéneos del pueblo se mezclaban y se
confundían por la sencilla razón de que en muchos casos el obrero
y pequeño propietario eran una y la misma persona, el liberal
radical es un pequeñoburgués; el jornalero lo es por temporadas y
regresa a su comunidad después de los periodos de siembra. Así, el
primer socialismo en México es uno que se reviste de una
abigarrada mezcla de ideas liberales, cristianas, moralistas,
nacionalistas; retoma algunas frases de los evangelios, algunas
nociones de Fourier (el falansterio), de Saint Simon (la
modernización e identificación de los obreros e industriales como
clases productoras), de Owen (el cooperativismo), algunas frases
de Proudhon (el rechazo a la política y la idea de que “toda
propiedad es robo”), los ecos lejanos de la revolución europea de
1848, de la Comuna de París, algunas noticias inspiradoras sobre
la fundación de la Primera Internacional; proceso de influencias
varias que culmina con la publicación de “El Manifiesto
Comunista” en 1884, unos años después de que El Gran Círculo de
Obreros de México –la primera organización política de los
trabajadores mexicanos- fuera corrompido por el ascendente
régimen de Díaz.
Las reivindicaciones de este socialismo son fundamentalmente
agrarias o pequeñoburguesas; la corriente más avanzada retoma el
cooperativismo y la lucha sindical, se ve como parte de una lucha
de clases; la parte más atrasada pretende escapar de la sociedad o
ganar el apoyo y el permiso de la clase dominante, incluso habrá
un ejemplo de una comunidad ideal –que recuerda a la utopía
aislacionista de los “Municipios autónomos” neozapatistas-
trazada por un empresario yanqui  en  Sinaloa (Topolobampo),
que naturalmente fracasó. En todos los casos es difícil saber dónde
terminan las ideas democrático burguesas y dónde empieza el
socialismo. El radicalismo se llama socialismo en tanto atenta
contra la gran propiedad latifundista, pretende construir una
sociedad diferente, reivindica al pueblo, pretende llevar a sus
últimas consecuencias las ideas de los liberales o simplemente
porque se autonombra como tal… aunque sus postulados no se
alejan mucho de las ideas de constitución del ‘57. No podía ser un
socialismo en el sentido marxista del término, en el sentido de la
expropiación de la gran industria y la instauración de una
economía planificada moderna, no podía serlo porque en México
no existía la gran industria moderna y porque el proletariado aún
tenía aspiraciones pequeñoburguesas. Pero éstas son las
características del socialismo utópico de Fourier, Saint Simon,
Owen, Produdhon; no por ello dejan de ser socialistas y
precursores (Marx y Engels no dejaban de reconocerlos como tales
y les rindieron un merecido tributo).  
A pesar de las inevitables limitaciones propias de su tiempo y
circunstancias, en sus mejores exponentes, las ideas socialistas
conectan con el pueblo, generan grupos de discusión y debate,
abanderan insurrecciones, promueven las primeras huelgas y
aglutinan a la primera organización obrera del país: la “Cartilla
Socialista” de Rhodakanaty (1861), la fundación de círculos de
estudio socialistas (1863), la insurrección socialista en Chalco con
su “manifiesto a todos los oprimidos de México y el universo”
(documento conmovedor de 1869), la fundación de El Gran
Círculo de Obreros de México (1871), el primer Congreso Obrero
(1876), la fundación de La Social (1877), la publicación a partir de
1871 de periódicos como “El Socialista”, “Revolución Social”, “El
Hijo del Trabajo”, “La Internacional”; la fundación del Partido
Socialista (1878), la insurrección en la Sierra Gorda con el Plan
Socialista (1879), la insurrección en San Martín Texmelucan con
La Ley del Pueblo (1879), la primera publicación por El Socialista
de El Manifiesto Comunista en México (1884), etc., son todos
ejemplos de ello. Estos iniciadores retoman las ideas radicales de
Morelos, adelantan las consignas principales de la Revolución
Mexicana y los postulados de Ricardo Flores Magón, los más
lúcidos exponentes señalarán el peligro de la anexión americana,
la necesidad del armamento del pueblo, el reparto agrario,
hablarán de la necesidad de una revolución y atisbarán ideas
internacionalistas. Estas últimas manifestaciones las debemos
reivindicar y recordar porque marcan los inicios de nuestro
movimiento en este país: la lucha por la creación de una
organización obrera, una unidad de los explotados que esté en
condiciones de derribar al capitalismo y crear una sociedad más
justa y más humana, y la lucha por el socialismo en México y en el
mundo.  

Los precursores de los precursores: pueblos


indígenas, Quiroga, Hidalgo y Morelos
La organización social de las comunidades indígenas desde
tiempos prehispánicos se daba sobre bases de “comunismo
primitivo”, en general la propiedad de la tierra en el Altepetl
(poblado) era comunal; si bien sobre esta base se levantó un
Estado tributario que expoliaba a las comunidades con impuestos
en especie y trabajo. Más que una sociedad comunista se trataba
de una sociedad tributaria que no alteraba, en lo fundamental, a la
comunidad primitiva y mantenía, por ello, en su base muchos
elementos del comunismo aldeano. Los invasores españoles se
apoyaron, una vez derrocados los Tlatoanis, sobre el mismo
sistema tributario para imponer el régimen colonial. De hecho las
Leyes de Indias tendieron a proteger estas comunidades,
mantuvieron separado al indio del resto de la sociedad para
garantizar el flujo de productos agrícolas y otros productos
manufacturados. En los primeros siglos de la Colonia las
comunidades indígenas mantuvieron su estructura productiva más
o menos intocada. La encomienda y el repartimiento –base de la
explotación colonial- no eran otra cosa que  tributo en especie y en
trabajo respectivamente. Por eso la administración colonial se
preocupó por proteger con leyes especiales la existencia de las
comunidades indígenas, blindando a éstas de la esclavitud y
eximiendo, como individuos, a los indígenas del diezmo y
alcabalas para poderlos explotar mejor desde sus comunidades. 
Fueron algunos frailes como Alonso de la Veracruz y Vasco de
Quiroga quienes impulsaron la protección de los indios de una
explotación rapaz; más allá de las posibles buenas intenciones y de
una influencia humanista saludable, se trataba de proyectos
funcionales para el sistema colonial. El primer Obispo de
Michoacán, Vasco de Quiroga, se inspiró en Tomás Moro (su
Utopía se publicó en 1516) para impulsar, alrededor de 1532, el
hospital-pueblo de Santa Fe –algunos sostienen que Quiroga fue el
primer socialista en México, probablemente lo sea pero en su
variante conservadora. Lo cierto es que los pueblos indígenas
vivían en comunidades colectivistas desde muchos siglos atrás,
comunidades que, curiosamente, el Imperio Español estaba
interesado en preservar, el “hospital” de Quiroga fue apoyado por
el emperador Carlos V por lo que es obvio que sus obras no
significaban ninguna amenaza. Al contrario, era necesario volver
productivos a los pueblos indios después de que la conquista y las
epidemias hubieran acabado con el 95% de la población;
especialmente en la zona Purépecha donde los indígenas habían
abandonado sus poblados y huido a los montes. A pesar de sus
objetivos conservadores y en el fondo imperialistas, en los intentos
de apuntalar las comunidades indígenas en Michoacán
encontramos todos los elementos de futuros intentos utópicos
para crear comunidades ideales separadas de mundo exterior,
llámese La Nueva Filadelfia o Topolobampo (hablaremos de estos
intentos más adelante) e incluso las comunidades autónomas
neozapatistas. El de Quiroga sería el primer intento de instaurar
una sociedad ideal inspirada en la obra de uno de los primeros
autores comunistas del renacimiento: Tomás Moro (aunque hay
que notar que Moro era conservador en política y su novela invita
a imaginar una sociedad ideal separada de la actual). Quiroga, en
sus cartas enviadas a España en 1531, hace referencias a Moro,
señala que desea implementar una forma parecida a la primitiva
iglesia cristiana; en 1535 escribe su “Información en derecho” a la
Segunda Audiencia de México donde afirmaba que la organización
indígena se ajustaba a la “forma de república” de Tomás Moro al
que considera inspirado por el “Espíritu Santo”. 
A partir del tercer siglo de la época colonial comienza a surgir la
hacienda como unidad económica relevante y las comunidades
indígenas comienzan a perder sus tierras y bosques comunales, se
trata de una suerte de acumulación primitiva que favorece a una
estructura semifeudal. Los levantamientos indígenas que
anteceden al levantamiento de Hidalgo pretenden conservar a las
comunidades, recuperar sus tierras y bosques comunes. La
historia de la colonia está marcada por explosiones y rebeliones
indígenas y campesinas. “Las luchas de los indios sedentarios por
la preservación de sus comunidades, iniciadas desde los primeros
años de la Colonia, constituyen el principio embrionario de los
movimientos campesinos en México (…) los comuneros
sostuvieron una lucha que a través de los siglos fue perdiendo su
carácter de enfrentamiento entre conquistados y conquistadores
para tomar cada vez más el de explotados contra explotadores”
[Semo, E. Historia del capitalismo en México, p. 79]. Así, por
ejemplo, en marzo de 1660 doscientos poblados de indígenas en
Tehuantepec se alzaron y lograron establecer un gobierno
autónomo que duró un año. Incluso la rebelión de los “machetes”
de 1799  prefigura el contenido de la rebelión de Hidalgo, los
rebeldes –labradores y artesanos-, pretenden abrir las cárceles,
matar gachupines y “convocar al pueblo bajo la imagen de la
virgen de Guadalupe” [Villoro, L. “La Revolución de
independencia” Historia general de México, p. 507].
Se puede afirmar que estas luchas de resistencia son socialistas en
tanto que pretenden conservar la propiedad común de la tierra,
pero debemos tomar en cuenta que por la dispersión y autonomía
de las comunidades no ofrecían, por sí mismas, una alternativa
real al régimen colonial ni tampoco pueden resistir por sí mismas
la acumulación originaria de capital.  Además se debe reconocer
que por su estructura estática e inamovible, por su
conservadurismo, los pueblos campesinos fueron la base de la
colonia durante la mayor parte de su historia y la base social de los
alzamientos conservadores desde el  golpe de Zuloaga hasta la
intervención francesa. Al mismo tiempo, sobre la base de estos
levantamientos se dará la primera insurrección que abiertamente
se llama socialista (la insurrección en Chalco en 1869). También
cabe hacer mención de la larga resistencia Yaqui contra la guerra
de exterminio del gobierno porfirista por arrebatarles sus tierras
comunales en beneficio de las mineras. Un estudio mandado hacer
por Cárdenas dirá de los Yaquis: “su producción económica es
comunal de distribución y consumo directo en la que existe control
colectivo, sin propiedad privada, esclavismo, servidumbre o
salario, sin capitalismo, interés o usura, libre de clases explotadas
y explotadoras, gobierno plebiscitario” [Taibo II, “Yaquis”, p. 25].
Para los escritores de El Socialista –periódico fundado en 1871
como publicación de El Gran Círculo de Obreros- “Hidalgo […] fue
el primer socialista de México; honremos su memoria, ella será
alguna vez la chispa que incendie de nuevo el fuego popular para
convertir en cenizas la infame tiranía. Como de ésta viene la
esclavitud, del pueblo vendrá la libertad” [García  Catú, Gastón;
“El socialismo en México, siglo XIX”, p.113]. Aunque Hidalgo fue,
mejor dicho, el caudillo de una insurrección campesina
democrático burguesa que dio inicio a una revolución, en las
reivindicaciones de destrucción del latifundio, de liberación de los
esclavos, de expropiación del ganado para alimentar a los indios,
vemos las banderas fundamentales que sostendrían los socialistas
mexicanos del siglo XIX.  Así como de la extrema izquierda del
jacobinismo francés surgió el comunismo de la “Conspiración de
los iguales” de Babeuf, que expresaba primitivamente al
proletariado naciente, en la radicalización de la revolución de
independencia –con la incorporación de jornaleros, mineros y
pequeños artesanos- encontramos algunos de los primeros
esbozos de socialismo en México, aunque no usa este nombre. 
En el movimiento de Morelos podemos encontrar indicios de ideas
comunistas más definidas. Morelos logra imponer –a diferencia de
Hidalgo, quien no tuvo mucho tiempo para aplicar sus decretos-
algunas de estas medidas en los territorios que controla, incluso va
más allá que Hidalgo y sus predecesores: por primera vez, de
manera franca, declara que el objetivo de la revolución es la total
independencia de Anáhuac desechando de una vez por todas el
espantajo anticuado de Fernando VII, para instaurar en su lugar
una república, tomando como ejemplo la Revolución Francesa –
sobre este tema versarán las diferencias con Rayón.  Le escribe a
Rayón "Que se le quite la máscara a la independencia, eliminemos
la mención del Rey". El ideal que se cristaliza en el pensamiento de
Morelos, que va evolucionando desde el punto donde se quedó
Hidalgo hasta rebasarlo –y que se manifiestas en Sentimientos de
la nación- era el de una república democrática, con valores
cristianos igualitarios –con sus tres poderes ejecutivo, legislativo y
judicial- cuya base fuera la pequeña propiedad. Morelos expones
estas ideas en el congreso de Chilpancingo o de Anáhuac el 14 de
septiembre de 1813. Estas avanzadas ideas de corte
pequeñoburgués se combinaban con ideas comunistas que
empezaban a esbozarse:
“Entre los papeles abandonados por los insurgentes en Cuautla se encontró un plan
escrito probablemente por alguno de los partidarios de Morelos, que reflejaba ideas
populares. En él se pide que se consideren como enemigos de la nación a todos los
ricos nobles y empleados de primer orden, criollos y gachupines, que se incauten todas
las propiedades y se destruyan las minas. Estas medidas, aparentemente anárquicas,
tienen empero por objeto un sistema liberal nuevo frente al partido realista, y
obedecen a un proyecto preciso aunque sumamente ingenuo: los bienes incautados a
los ricos se repartirán por igual entre los vecinos pobres, de modo que nadie
enriquezca en lo particular y todos queden socorridos en lo general. La medida a la que
se concede mayor importancia es la siguiente: deben inutilizarse todas las haciendas
grandes, cuyos terrenos laboriosos pasen de dos leguas cuando mucho, porque el
beneficio mayor de la agricultura consiste en que muchos se dediquen a beneficiar con
separación un corto terreno” [Villoro. L. “La Revolución de independencia” Historia
general de México, pp. 510-511.].
Aquí tenemos ya el programa completo de los que se llamarán
socialista de México por primera vez. 

El liberalismo se deslinda o se torna


socialismo, el socialismo conservador de
Adorno, “los rojos de Aguascalientes”
A través de la masonería se organizaron los primeros partidos
políticos liberales y conservadores en nuestro país, la Logia
Escocesa aglutinó a conservadores como Lucas Alamán y
Miramón;  los liberales se aglutinaron en torno a la Logia Yorkina
fundada por Guadalupe Victoria en 1825, entre la plana mayor de
esta logia estarán todos los liberales relevantes desde Juárez hasta
Ocampo. Entre los elementos más radicales de esta facción
podemos encontrar insinuaciones socialistas, como cuando los
radicales yorkinos proponen  la “igualación de fortunas”. Se trata
de una consigna pequeño burguesa que pretende acabar con la
opulencia por medio de la circulación, pero podríamos decir que
en ella se encuentran gérmenes de socialismo. 
Quizá sea Sotero Prieto, un comerciante mexicano que estuvo en
Cadiz en 1837, quien haya sido el primer fundador de un periódico
con el nombre “socialista” en México, inspirado por las ideas de
Fourier; funda grupos socialistas en Tampico y Guadalajara, hacia
1846-47 lanza un periódico llamado “La Linterna de Diógenes” y
quizá haya sido el responsable de publicar “El Socialista” –no
confundir con el periódico de 1861 de El Gran Círculo, por lo que
el suyo sería el primer periódico socialista en México-. Hablamos,
sin embargo, de un “socialismo” absolutamente pequeñoburgués e
inofensivo, se trataba de formar organizaciones como “La
Compañía de Artesanos de Guadalajara” cuyos objetivos eran
instaurar una “casa garantista que agrupara mancomunadamente
a los obrajeros de algodón, a los obrajeros de lana, a los
carpinteros, a los herreros y a los zapateros, a los cuales pudieran
irse paulatinamente agregando las demás clases de artesanos así
como los simples capitalistas” para lograr “la justa repartición de
la riqueza [en función de] la proporción de capital el trabajo y el
talento que hayan cooperado a su producción” [Ilades, Op. cit. p.
34]. No está claro si se trataba de una cooperativa, una suerte de
sociedad por acciones o un ejemplo de mutualismo. Parece que se
trata de un proyecto comercial que está aún por detrás de las
primeras organizaciones mutualistas de trabajadores que surgirán
algunos años después  y que excluyen la pertenencia de los
patrones a dichas organizaciones [Véase: Cayetano Valadés, J. “El
socialismo libertario mexicano (siglo XIX)”, p. 21]. Lo curioso son
las referencias bastante tempranas al socialismo y a Fourier.    
Cuando, tras los impactos de la revolución europea de 1848, el
término “socialista” y algunas nociones de estas ideas se difunden
mayormente en México –por los relatos de los embajadores de
Inglaterra y Francia, Fernando Mangino y José María Luis Mora-
la casi totalidad de los liberales –por no hablar de los
conservadores quienes por medio de su vocero “La Voz de la
Religión” no se cansaban de acusar a Juárez de socialista- se
deslindan del socialismo por atentar contra la propiedad, así lo
hicieron Guillermo Prieto, Justo Sierra o José María Iglesias.
Incluso Juárez reflexionó en sus notas acerca de la mejor forma
para evitar el socialismo, a fines de noviembre de 1860 escribió:
“Socialismo es la tendencia natural a mejorar de condición o al
libre desarrollo de las facultades físicas y morales. La tendencia
será mayor, mientras mayor sea el despotismo y la opresión. Ella
desaparecerá, o mejor dicho, sus esfuerzos para destruir lo
existente desaparecerán, cuando en los gobiernos desaparezcan el
despotismo y la opresión” [García Cantú, “El socialismo en
México, siglo XIX”, p.142]. Aunque relativamente tolerante con las
primeras organizaciones obreras, será el gobierno de Juárez el que
fusilará a Julio López Chávez: el caudillo del primer alzamiento
armado con banderas abiertamente socialistas en nuestro país.
Díaz profundizará los elementos represivos y antisocialistas que ya
estaban presentes en el gobierno de Juárez.  Aunque anecdótico,
hay que anotar que fue Melchor Ocampo quien tradujo en sus
cuadernos de 1860 “La miseria de la filosofía” de Proudhon, quizá
atraído por las ideas de justicia social y el anticlericalismo. Matías
Romero –embajador de México en Washington- tradujo en 1862 el
texto de Marx “El embrollo mexicano” donde éste critica la
intervención imperialista en México, habla de la labor progresista
del gobierno de Juárez e incluso predice el ajusticiamiento del
emperador; por tanto fue Matías Romero el primer traductor de
Marx en México [García Cantú, “El socialismo en México, siglo
XIX” p. 195].       
Pero en unos pocos liberales germinaron ideas socialistas. Uno de
los primeros fue Juan Nepomuceno Adorno, ingeniero mexicano
educado en Inglaterra, concebirá, quizá inspirado en Fourier, a la
sociedad a la manera en que un constructor concibe las distintas
partes complementarias de su artefacto, tratará de armonizar a la
sociedad en base a una moral eterna basada en la cooperación y en
el deísmo cuyo fin último sería una sociedad sin Estado y sin
dinero (de ahí su socialismo). Para ello era necesario la invención,
la industrialización y la promulgación de un credo moral, una
evolución suave y sin conflictos encabezada por estadistas sabios.
Sus ideas las expondrán en un libro publicado en 1851 llamado “La
armonía del universo: ensayo filosófico en busca de la verdad, la
unidad y la felicidad”: una abigarrada mezcla de racionalismo,
religión, las mónadas de Leibiniz, todo revuelto en una licuadora.
Políticamente era simpatizante de ideas liberales y republicanas –
al tiempo que era contrincante de Darwin- pero su tendencia era la
conciliación de clases para evitar el conflicto y la destrucción de la
armonía. En la guerra de los tres años recomienda a los
conservadores alzados en el Plan de Tacubaya: “consultad al
pueblo por medio de un plebiscito sujeto a sufragio universal”
[Citado en: Illades, Carlos; “Las otras ideas, el primer socialismo
en México 1850-1935, p. 59]. Pretendía convencer al león de que
comiera chayotes. Adorno era, acaso, un socialista de gabinete, en
el fondo un conservador, que elucubraba desde su escritorio
alejado de las luchas del pueblo.
Así como la Revolución mexicana radicalizó a algunos caudillos
como Adrián Alvarado, Múgica, Felipe Carrillo Puerto, Juan
Escudero, etc., a grado tal que experimentaron con socialismos
locales –los casos más claros fueron los de Carrillo Puerto en
Yucatán y Juan Escudero en Acapulco-, la Guerra de los 3 años
provocó un fenómenos similar en 1860 con Esteban Ávila como
Gobernador de Aguascalientes, cuyo movimiento fue conocido
como “Los rojos de Aguascalientes”; se trata probablemente del
momento de mayor radicalización dentro de las filas del juarismo
triunfante tras la guerra de reforma. Su gobierno gravó
progresivamente a los hacendados con una “Ley agraria” en “una
proporción tal que equivalía al despojo” [Cantú, op. cit. p. 150]. En
su decreto, Ávila hace referencias explícitas al socialismo aunque
acota los marcos de aplicación de estas ideas:
“El gobierno ha meditado profundamente la ley agraria; ha acogido el grande
pensamiento de los socialistas, pero ha desechado cuidadosamente las teorías
irrealizables en que abundan, juzgando que el medio que ha adoptado, llena
enteramente el objeto; y si bien la experiencia y la práctica pueden reformar los
accesorios, cree que la idea será admitida” [Cantú, Op. cit. pp. 150-151]. 

Los propietarios, como es evidente, se escandalizaron y enviaron


cartas a Juárez donde advertían sobre el camino tomado por Ávila,
mañana podría decretar el comunismo y el fin de la propiedad: “Si
hoy el gobernador de Aguascalientes dicta sus disposiciones
legislativas impulsado por el grande principio socialista, mañana
que conozca las ideas del fraile dominico Campanella, expuestas
en su obra, Ciudad del Sol, querrá acaso realizarlas en el Estado
[…] las variaciones pueden ser incesantes, el peligro para los
propietarios, terrible […] hoy se pensará en un falansterio,
mañana en la Icaria de Cabet: al día siguiente en la escuela de San
Simón, y al fin de semana en Moro o en la de Owen” [Cantú, op cit.
pp. 151-152]. Después de los asesinatos de Ocampo, Degollado,
Leandro Valle, y tras la intervención francesa, Ávila tuvo que
abandonar la gubernatura, pero el suyo fue uno de los primeros
intentos por derrotar al latifundio bajo una explícita inspiración
socialista. 
Alberto Santa Fe será otro notable ejemplo de la radicalización de
un héroe liberal hasta conclusiones socialistas, pero su caso lo
abordaremos más adelante porque su historia engarza con la del el
grupo de La Social.  Aunque el célebre periodista liberal Ignacio
Manuel Altamirano no puede ser considerado socialista sí advirtió
las ventajas de éste para: “la vigorosa organización entre las clases
pobres, para mejorar sus condiciones de vida, proclamando al
pueblo como único soberano de la nación” [Ilades, op. cit. p. 39].
Ignacio Ramírez “El nigromante” no sólo fue un destacado poeta y
primer expositor del ateísmo en nuestro país, criticó los
moderados resultados del gobierno de Juárez, por no haber
llevado las reformas políticas al terreno de la liberación de los
jornaleros y campesinos, por eso el suyo se le conoce como
liberalismo-social.  Atacó la gran propiedad de la iglesia y de los
ricos, pero se deslinda del socialismo en virtud del tema de la
propiedad: “[la propiedad] puede modificarse o limitarse, pero
jamás destruirse” [García Cantú, El Socialismo en México, pp. 82-
83]. Lo curioso es que la mayoría de los socialistas del siglo XIX
hubieran estado de acuerdo con esta proposición. 

La primera utopía mexicana


Caso diferente al de Adorno es el de Nicolás Pizarro Suarez.
Abogado de ideas liberales, organizará la huida de Juárez de
Palacio Nacional por órdenes de Comonfort, fue diputado y
magistrado del Tribunal Superior de Justicia del DF y colaboró
con la primera administración de Porfirio Díaz. Como abogado
defendió a los pueblos indígenas y desarrollo una serie de textos
en forma de catecismo donde enarbolaba ideas que, junto con las
de Ignacio Ramírez, se conocen como liberalismo social: oposición
a la iglesia oficial, a favor de los pobres y los explotados, quería
resolver el problema social al mismo tiempo que el político, quería
acabar con la explotación del peón. Dará a sus prédicas sociales un
lenguaje religioso y cristiano –por ello la forma de catecismos en
las que escribió la mayoría de sus obras políticas-, en este estilo
escribió:
“[…] han sino las estrellas cuya luz ha alentado a los oprimidos, y que su aparición ha
marcado en el mundo épocas de revoluciones importantes. Fray Bartolomé de las
Casas y el obispo de Quiroga consolando a los esclavos de Anáhuac; Hidalgo y Morelos
dándoles libertad y patria, serían con mucho la prueba de que el sacerdote cristiano
tiene por misión principal sembrar la semilla de la igualdad y la justicia, lo cual es
exactamente destruir con el Evangelio en la mano los tronos de la tiranía” [Citado en:
Iliades, C. “Las otras ideas, El primer socialismo en México”, p.78].

En su Catecismo Moral (1868) Pizarro citaba la frase de Renan en


su Jesús: “si quieres ser perfecto, vende cuanto tienes y repártelo
entre los pobres” [García Cantú, “El socialismo en México, siglo
XIX”, p. 170].
Pero Pizarro fue, además, el primer creador en el papel de una
utopía comunista ideada en y para tierras mexicanas. En su novela
romántica “El monedero” (editada en 1861) expone una sociedad
ideal bajo la inspiración de Fourier y su falansterio. De acuerdo
con Iliades “Pizarro fue uno de los primeros escritores mexicanos
que volvió al conflicto social tema literario […] El comerciante
equivale en El monedero a un parásito social alimentado por la
especulación. La Iglesia Católica es una institución rica, retrógrada
y opresiva. Del otro lado estaba el pueblo compuesto por
trabajadores manuales, indígenas, hombres y mujeres ocupados
en actividades productivas, curas comprometidos con sus
feligreses, ricos arrepentidos y proclives a compartir sus bienes,
soldados patriotas y gobernantes honestos. La suma de sus
acciones heroicas permitirá recobrar la patria extraviada y formar
una nueva nación sustentada en el trabajo” [Op. cit. pp. 86-87.]. 
El contexto de la novela es la guerra contra los conservadores. La
ciudad ideal de Pizarro se llama “La Nueva Filadelfia” y está
edificada en Atoyac Jalisco, en el primer intento es destruido por
el ejército y los impuestos parroquiales, pero se vuelve a construir.
“[…] Edificada otra vez, acuden a ella otros campesinos antes sus cuatro puertas, hasta
hacer indispensable levantar otra ciudad, igualmente ideal. Diez años después, hacia
1858, cuando Juárez abandona la capital por el golpe de Estado de Zuloaga, hace un
alto en el camino, en compañía de Ocampo, no sin asombro, pregunta: ¿Qué es eso? La
respuesta se la da el guía, encaminándolos hasta una pequeña loma desde la cual
contemplan los campos sembrados de algodón; los árboles circundan el valle, trazado
por las líneas paralelas de los surcos; hombres, mujeres y niños, sin capataz alguno,
dedicados a la recolección de frutos y de los capullos; al fondo, los edificios, situados en
el centro de las líneas circulares de las pequeñas habitaciones de la comunidad. Entre
preguntas y respuestas, Ocampo y Juárez advierten cuál era el futuro del país. El
tañido de una campana recuerda a Ocampo que era la señal para que cada uno
cumpliera con su deber. El de ellos era proseguir la lucha. La meta, sin embargo,
estaba allí: en La Nueva Filadelfia” [García Cantú, “El socialismo en México, siglo
XIX”, p. 168].  

García Cantú resume el aspecto arquitectónico de la ciudad ideal:


“El fundador de La Nueva Filadelfia dicta, a quien habría de hacer
posible la fundación de la ciudad, el plan de su utopía: la primera
línea de habitaciones se establecería, formando “un círculo de una
legua de circunferencia, de lo que debe resultar que cada una de
estas distará del centro unas 795 varas”. La primera línea no será
construida hasta que La Nueva Filadelfia no llegara a cierto grado
de prosperidad. Habría cuatro entradas, hacia los puntos
cardinales, “con puertas sólidamente adheridas a unos arcos, junto
a los cuales se construirán las habitaciones para que en ellas vivan
los encargados de cerrarlas” [Op cit. p. 161].

El aporte de Rhodakanaty al socialismo


mexicano: del mutualismo al cooperativismo
Plotino Rhodakanaty fue un inmigrante italiano seguidor de
Fourier y Proudhon, parece ser que conoce a este último en 1850.
El decreto del gobierno liberal de Comonfort ofreciendo a los
extranjeros el establecimiento de colonias agrarias lo atrajo, lo veía
como la oportunidad para experimentar los falansterios de
Fourier. Llega a México en febrero de 1861 pero no se concreta la
fundación de sus colonias. Ya en México publica su “Cartilla
socialista o sea el Catecismo elemental de la escuela de Carlos
Fourier”. La esencia de sus ideas la explica el mismo Rhodakanaty
de la siguiente forma:
“La bandera roja que tremola La Social es el símbolo del amor, que es un fuego activo,
y vivificador hacia los desheredados; también simboliza la filantropía universal que
proclamamos para la restauración de la unidad primitiva de la gran familia humana,
así como más latamente la guerra a muerte y sin cuartel que hemos jurado hacer a
todos los enemigos de la clase pobre y desvalida. Mirad ahí el ojo eterno de la
providencia divina que venía incesantemente sobre el género humano, y cómo por
medio de la igualdad absoluta y el nivelamiento perfecto de la sociedad, que es lo que
indica la escuadra y la plomada del albañil, se restablecerá la paz universal en el
mundo, y cuyo emblema es el ramo de oliva que ahí mismo podéis observar. ¡Qué bello
y sublime simbolismo es el de nuestra Sociedad, que viene realizando el reino de Dios y
su justicia en la tierra!” [Citado en: García Cantú, El socialismo en México, siglo XIX,
pp 174-175].    

Por su contenido teórico las ideas de Rhonakanaty no estaban muy


por encima de las de Adorno o Pizarro: una moral eterna y
absoluta basada en el cristianismo, la fraternidad universal,
panteísmo; sin embargo, aquél hizo un gran servicio por la causa
del proletariado en nuestro país, que lo sitúa en un pedestal muy
superior a sus antecesores doctrinarios, razón por la cual Cayetano
Valadés lo ubica como el primer socialista en México; el gran paso
dado por Rhodakanaty fue el haber conectado las ideas socialistas,
así sean toscas y primitivas, con el pueblo, primero a través de
círculos de discusión que formaron a los futuros fundadores de la
primera organización política de los trabajadores mexicanos –en
la que el mismo Plotino participó-, el haber inspirado el Primer
Congreso Obrero que intentó aglutinar a todos los trabajadores del
país, el haber formado los cuadros políticos que llevarían al
movimiento del mutualismo al cooperativismo –siguiente paso en
la organización obrera-, un cooperativismo que jugó un rol
sindical y se enfrentó por primera vez como clase a la burguesía y
los patrones, el haber inspirado la primera insurrección
abiertamente socialista de que se tenga memoria. Esta titánica
labor se la debemos a Rhodakanaty y por ello brillará por siempre
en la constelación de los luchadores por el socialismo en nuestro
país, aunque sus ideas parezcan las de un profeta. 
El 5 de junio de 1853 se instaura en la Ciudad de México la
Sociedad Particular de Socorro Mutuos que es, probablemente, la
primera organización mutualista del país. Como vimos,  Sotero
Prieto había fundado  hacia 1837-38 la “La compañía de artesanos
de Guadalajara” pero parece ser que se trató de una empresa
comercial; como sea, daba cabida a los capitalistas entre los que se
encontraba el mismo Sotero. En 1844 Epifanio Romero –que
después sería fundador del mutualismo- creó con artesanos
ebanistas la Sociedad Artístico Industrial, pero se trataba de
perfeccionar el trabajo de los ebanistas a la manera de los
maestros y aprendices medievales. Después de su fundación en
1853 el movimiento mutualista se extendió a otros oficios y nuevas
agrupaciones de carácter estrictamente gremial. Valadés explica el
objetivo de estas primeras organizaciones del proletariado en
nuestro país:
“Establecimiento de sucursales en las principales ciudades de la República; fundación
de un banco protector de las clases pobres; mantenimiento de un asilo para mendigos y
para obreros inhabilitados para el trabajo; constitución de grandes centros obreros
para buscar el mejor servicio en el interior de los talleres y de las fábricas;
reglamentación de un sistema de socorros a los socios enfermos y auxilios a las familias
de los que fallezcan; lucha por la paz de la República, llamando al seno de esta
sociedad a todos los pobres a fin de que en las contiendas políticas permanezcan
alejados de la miseria y de la muerte” [Valadés, Op. cit. p. 19]. 

El lado progresista del mutualismo consiste en que fue incubadora


de la solidaridad entre la clase obrera, el apoyo mutuo fue un
embrión de la consciencia de clase; su lado negativo estaba en que
esta solidaridad era pasiva, no se aplicaba en la lucha contra el
patrón, excluía la lucha política limitándose a  curar y lamer, de
manera pasiva y resignada, las heridas producidas por la
explotación, por ello Porfirio Díaz promoverá este tipo de
organizaciones. El servicio que hizo la obra de Rhodakanaty –que
supera por mucho sus limitaciones ideológicas- fue el de haber
mostrado el camino para que las organizaciones mutualistas se
convirtieran en organizaciones de lucha económica, es decir, en
sindicatos no reconocidos por la ley, lo cual en aquel periodo fue
un gran paso adelante. 
En 1863 Rhodakanaty funda una escuela en la ciudad de México
donde promueve sus ideas “trascendentalistas”, logra aglutinar a
un grupo de jóvenes que jugará un papel muy relevante en el
futuro del movimiento: Francisco Zalacosta y Santiago Villanueva,
los más importantes. En 1864 sus discípulos fundan, en la Ciudad
de México, organizaciones mutualistas entre los sombrereros y
sastres. Sobre la base del viejo mutualismo las convertirán en
organizaciones de combate. El 10 de junio de 1865 los obreros
textiles de la fábrica de San Ildefonso deciden dejar el trabajo, los
siguen los trabajadores de la fábrica La Colmena. “Fue la primera
huelga que, organizadamente, se llevó a cabo en México” [Valadés,
Op. cit. p. 36]. La huelga es brutalmente reprimida por el gobierno
monárquico de Maximiliano, los obreros son exiliados a Tepeji del
Río, pero había germinado una semilla muy importante en la
historia de la clase obrera. 
Este germen rendirá frutos muy relevantes el 8 de julio de 1868
cuando los trabajadores textiles de “La Fama Montañesa” se van a
huelga con el siguiente pliego petitorio:
“1° Se pide respetuosamente a los señores propietarios de las fábricas de hilados y
tejidos, que ordenen a los señores correiteros un mejor tratamiento en las secciones de
tejido y que se abstengan de abusar de su autoridad con las obreras; 2° Es de pedirse, y
se pide, que en lo sucesivo se use mejor material que el hasta ahora usado, ya que esto
redunda actualmente en perjuicio de los bajos salarios que los artesanos obtienen; 3°
Se pide que en el pueblo de Contreras se deje establecer el comercio libre, pues siendo
este pueblo de categoría dentro de la República, no es posible admitir que se mantenga
en calidad de propiedad particular; 4° Se pide que las mujeres solamente trabajen doce
horas para que atiendan los deberes del hogar; 5° Se pide que los menores de edad
sean pagados por los propietarios de las fábricas; 6°  Se pide que en lo sucesivo los
operarios y los empleados cubran sus cuentas de índole privada libremente; 7° Se pide
que se respete el libre derecho de los artesanos, haciendo ver que el respeto al derecho
ajeno es la paz” [Valadés, op cit. p. 44].

Las peticiones muestran a un proletariado surgido de una


industria de manufactura y cooperación simple –etapas primitivas
de la organización capitalista del trabajo-, todavía artesanal y
pequeñoburgués, pero han dado un paso de gigante. El gobierno
de Juárez, tras entrevistarse con una comisión de los huelguistas,
acepta el pliego petitorio de los trabajadores, se trata quizá de la
primera huelga triunfante en la historia del país. 

La primera insurrección socialista


La represión de 1865 obligó a los miembros de la escuela de
Rhodakanaty a exiliarse, Plotino y Zalacosta se van a Chalco
intentando retomar la idea de una colonia agrícola fourierista y
una escuela socialista. Impulsaron con éxito esto último, fundando
la escuela “La moderna y libre” atrayendo a los campesinos
locales; mientras tanto los otros miembros del grupo se unieron a
las organizaciones mutualistas de Epifanio Romero en la Ciudad
de México para difundir las ideas socialistas. Como suele suceder
en los periodos de inflexión histórica o de recambio en los
métodos de organización, el viejo Epifanio se opuso al socialismo,
se escinde y busca abrigo y patrocinio en el gobierno de Juárez que
acababa de vencer contra la intervención francesa, creando
organizaciones mutualistas donde se nombra a Juárez Presidente
Honorario. Desde los inicios de nuestro movimiento podemos
encontrar alas oportunistas que buscan la conciliación de clases y
la fusión con el Estado.   
La  escuela “La Moderna y libre”, impulsada por Zalacosta y
Plotino atrajo a un joven que pronto aprendió a leer y ya daba
conferencias socialistas a los campesinos, se llamaba Julio López
Chávez.  Los campesinos esperan el reparto agrario tras el triunfo
de Juárez, la desamortización había no sólo afectado los bienes de
la iglesia sino a las comunidades campesinas y de hecho –como
fue el caso de la liberación de los siervos en la Rusia de los zares-
fortaleció el latifundio porque los únicos que podían adquirir las
tierras eran los más ricos. Con un socialismo elemental que se
sintetizaba en el credo de Julio Chávez: “Soy socialista porque soy
enemigo de los gobiernos y comunista, porque mis hermanos
quieren trabajar la tierra en común” [Valadés, op cit. p. 50], se
lanza a organizar la insurrección cuando las peticiones de tierra
caen en oídos sordos ante el gobierno de Juárez. La última carta a
Zalacosta confirma que había organizado una guerrilla para lanzar
la insurrección socialista: “…estamos rodeados por un batallón.
Nada importa. ¡Viva el socialismo! ¡Viva la libertad!” [Valadés, Op.
cit, p. 53]. El 1 de mayo de 1869 comienza la insurrección. “El
manifiesto a todos los oprimidos y pobres de México y el
Universo” es un documento conmovedor que encabeza la primera
insurrección socialista de nuestro país.
La guerrilla de Julio López Chávez logró aglutinar a 1,500
insurrectos pero son derrotados en Actopan Hidalgo el 17 de
agosto de 1869. Chávez es trasladado al interior de la casa que
ocupó la escuela moderna y libre y es fusilado por el gobierno de
Juárez –que para ese entonces ya se parecía más al gobierno de
Díaz- en la madrugada del primero de septiembre de 1869. “¡Viva
el socialismo! Gritó frente al grupo de sus asesinos en el último
instante de su vida” [Valadés, Op cit. p. 58]. En una carta Juárez
demuestra un desdén absoluto para este primer mártir del
socialismo en México “[…] Lo de la Sierra no vale nada y ya me
anuncia el general Escobedo que todo habrá terminado dentro de
pocos días. Ya sabrá usted que fueron fusilados Gálvez y Julio
López, después de haber sido completamente derrotadas las
fuerzas que mandaban” [Cantú, El Socialismo en México, siglo
XIX, p. 63]. Tras la insurrección Rhodakanaty es aprendido y se le
expulsa de las zonas insurrectas, se va a Michoacán, Zalacosta
pasa a la clandestinidad. 
En 1979 se da otro levantamiento campesino (al menos se lanza un
plan), que retomará las demandas de tierra de tiempos de la lucha
de independencia y las insurrecciones de los estados de
Guanajuato y Querétaro de 1849, el Plan Socialista de la Sierra
Gorda encabezado por Diego Hernández y Luis Luna. Señala
García Cantú que: “El plan de referencia contiene varias
innovaciones respecto de los promulgados hasta entonces:
desconoce la propiedad de las tierras obtenidas por derecho de
conquista, lo cual revela la continuidad de los principios de la
revolución de Independencia; establece la propiedad de la tierra
como condición fundamental de las libertades civiles; ninguno de
los gobiernos, hasta entonces –se afirma- había mejorado, en
realidad, al pueblo; proclama el derecho de la nación a la
propiedad de la tierra, lo mismo que haría -ya no como traslado
del derecho real- el constituyente de 1917; admite, con los mismos
derechos de los mexicanos, a los extranjeros nacionalizados y, si
eran pobres, recibirían gratuitamente tierras; reduce la propiedad
de los hacendados a sus casas, ganado, y tierras que pudieran
cultivar; abolía las deudas contraídas con los hacendados;
agrupaba a la población dispersa en pueblos, con tierras propias;
constituía la República, a partir del municipio; verdadera raíz
democrática y representativa y, por último, proponía una reforma
electoral para que el pueblo participara en la designación de sus
autoridades” [El socialismo en México, siglo XIX. p. 67].

El Gran Círculo de Obreros de México


La onda expansiva de la creación de la Primera Internacional
alcanzó tierras mexicanas. Quizá a través de los contacto de
Rhodakanaty en Europa el acontecimiento entusiasmó a los
trabajadores más avanzados agrupados en las sociedades
mutualistas bajo la influencia de Zalacosta y Villanueva: “Fue tan
grande el entusiasmo que despertó La Internacional, que desde
luego se hizo una invitación a todas las sociedades con el fin de
constituir un círculo general de los trabajadores organizados”
[Valadés, Op. cit. p. 66]. Así, el 20 de marzo de 1871 se funda El
Gran Círculo de Obreros de México, primera organización
proletaria del país que se propone enarbolar los intereses de la
clase trabajadora. También se funda La Social –después se
refundará de nuevo- en ese mismo año, que pretende aglutinar a
los trabajadores socialistas, aunque permanecen los fines
altruistas confusos propios del primer socialismo. El impacto de la
Comuna de París también inflamó de entusiasmo a los sectores
más militantes del movimiento, con el objetivo de difundir el
Socialismo y la Comuna se fundan periódicos como La Tribuna y,
destacadamente, el 9 de julio de 1871, El Socialista; en el cintillo de
este periódico se leía “periódico semanario destinado a defender
los derechos e intereses de la clase trabajadora.”  
La labor de periódicos como El Socialista, El Hijo del Trabajo, La
Internacional y Revolución Social  fue la de exponer la confusa voz
del proletariado que tomaba “consciencia para sí”. En sus páginas
se desarrolló por primera vez el periodismo social, se dieron a
conocer las ideas de los utópicos, las noticias sobre La Comuna de
París, las resoluciones de los congresos de la Primera
Internacional, el desarrollo de las huelgas. Cantú afirma que en la
pluma de escritores como Ángel Pola se desarrolló el periodismo
moderno, sus artículos eran reseñas vívidas y concretas de las
condiciones sociales de los peones. Aunque, como es obvio, las
páginas de El Socialista solían expresar un socialismo moral,
cristiano, ecléctico; un día un artículo anarquista, el otro uno
favorable al gobierno liberal; también dieron a conocer por
primera vez en México El Manifiesto Comunista de Marx.  Taibo II
señala que “Marx no se conoció en los ámbitos partidarios hasta
1925 (El Manifiesto se edita seis años después de haber nacido el
PC)” [Taibo II, “Bolcheviques”, p. 13]; probablemente se refiere
sólo a lo que respecta al PC porque en realidad El Manifiesto se
publicó en México en 1884, aunque lo publicó un periódico que ya
había moderado mucho su línea política y había caído bajo la
influencia del gobierno. 
Las posturas de clase de El Gran Círculo nunca estuvieron
totalmente definidas, las posiciones eran confusas y ambiguas, se
acepta el ingreso de los patrones como miembros honorarios de la
organización, se apoyan huelgas o se adopta la táctica de intentar
convencer a los patrones sobre la justeza de las demandas obreras
desdeñando el deseo de las bases por llevar adelante el
movimiento. Esta ambigüedad será muy costosa para la
organización cuando el ascenso del régimen de Díaz termine por
cooptar a los dirigentes de la organización. La muerte de
Villanueva en 1872 facilitó el ascenso de los elementos
oportunistas. El costo de ello será que el movimiento tendrá que
reemprender la marcha y muchos de los caminos andados. Los
Flores Magón llegarán a conclusiones a las que, a su manera,
Zalacosta y Villanueva ya habían llegado varios decenios atrás. 

Los debates del Primer Congreso Obrero


(1876), lucha de clases u oportunismo
 Las posiciones ambivalentes se expresaron en el Primer Congreso
Obrero de 1976 donde se reúnen 135 delegados representando a
varias organizaciones mutualistas. Sin embargo, es este Congreso
el primero en tratar de aglutinar a todas las organizaciones
obreras del país y tiene la virtud de haber dado cabida a un intenso
debate político, de ahí su contribución. La mejor relatoría sobre las
discusiones del Congreso se la debemos a Valadés. 
Bajo la espesa maleza de la discusión sobre los estatutos que
deben dirigir a la organización y sobre las demandas que deben
enarbolar –temas centrales del congreso- se dibujan dos
tendencias: la de Mata Rivera –director de El Socialista y quien
participó en la elaboración del borrador de estatutos-, que sostiene
que se deben dejar de lado las cuestiones teóricas, mantiene la
tesis de la armonización de los intereses del capital y el trabajo,
sostiene la idea de que los trabajadores deben abstenerse de hacer
política pero, al mismo tiempo, es acusado de recibir dinero del
gobierno y de Lerdo de Tejada.  Expone: “Yo digo que debemos de
mantener la armonía entre el capital y el trabajo mientras pasan
las revoluciones. Yo soy de los primeros socialistas mutualistas
habidos en México y seguiré laborando porque se acaben:
explotados y explotadores, opresores y oprimidos” [Valadés, op.
cit. p. 140]. Pero ¿cómo acabar con la explotación si se mantiene la
armonía del capital y el trabajo? La primera proposición se
contradice con la segunda. Otros se oponían a todo tipo de
dirección en la organización obrera, como los activistas de la
actualidad que se oponen a todo tipo de centralización:
“[…] debemos decir: a la libertad se le opone siempre el poder”
[ibid. p. 141]. Los más atrasados rechazan hablar de temas
internacionales y de cualquier tipo de doctrina socialista: “mucho
se habla de comunismo, de socialismo y de otros ismos de
importación, que el señor Rhodakanaty, nos ha hecho conocer con
piel de oveja” [Ibid. p. 143]. Otros más atinados como Serralde
sostienen: “Ese proyecto de constitución obrera, demuestra el
temor de sus redactores por un movimiento enérgico y
revolucionario. Demuestra que al reconocerse una autoridad sobre
los acuerdos del congreso, aunque se diga que no se tienen ligas
con ningún gobernante, tendrán que ser aceptados sus mandatos,
ésa es una salida de leguleyos; es la misma actitud que ha
mantenido El Socialista, una veces hablando en contra de las
huelgas, otras veces apoyándolas; después sosteniendo la
necesidad de una revolución social y a renglón seguido haciendo
gala de filantropía barata […] ¿Y cómo es posible que se nos
proponga la armonía entre el capital y el trabajo?” [Valadés, p.
138]. Serralde vinculado con el viejo grupo de Zalacosta y
Rhodakanaty  –al parecer los elementos más avanzados del
Congreso- respondió a los prejuicios de los representantes
antisocialistas del Congreso:
“Díaz González es, en efecto, un ignorante de la lucha obrera mundial, no conoce más
allá que ir de México a Toluca y viceversa. Pero todos debemos saber que La
Internacional se encuentra profundamente dividida y aunque no soy partidario en el
sentido estricto de la palabra, del hermano Zalacosta, me siento más inclinado al
pequeño grupo que se encuentra en Suiza y que publica el Boletín, que a los poderosos
magnates que radican en Londres. Si no hemos aceptado la influencia de Carlos Marx,
mucho menos vamos a aceptar la tiranía de El Gran Círculo. ¿Cómo es posible que
sigamos siendo el rebaño que se pretende dirigir desde las columnas de El Socialista?
¿Cómo es posible que tengamos confianza en quienes han apelado a los gobernadores
de los estados y al presidente Lerdo de Tejada? Don Sebastián es una buena persona,
pero los obreros jamás podrán estar ligados a los gobernantes. La sociedad, desde su
origen primitivo ha sido enemiga de la acción política […] no dejemos que rompa la
sagrada unidad obrera” [Ibid. pp. 144-145].   
Se ha querido ver en estos debates la expresión del enfrentamiento
entre marxistas y bakuninistas, pero sería forzar la realidad, los
trabajadores aún no habían adquirido el nivel de consciencia para
entender la trascendencia de este debate. Más bien se trataba de
una polémica confusa pero de primera importancia entre lucha de
clases versus la conciliación de clases. Los oportunistas tendían a
la identificación con el capital y el gobierno, y los partidarios de la
lucha de clases lo hacían bajo el ropaje de ideas anarquistas, el
contexto del país explica que –al igual que los trabajadores de
países como España, Italia y Rusia- los trabajadores más radicales
tendieran al anarquismo; curiosamente, a pesar de las diferencias,
todos coinciden –al menos en el discurso- en mantenerse alejados
de la lucha política. Aunque en los oportunistas se trata de una
doble moral.
Si bien es cierto que la conciencia de construir un Partido de clase
para la toma del poder y la destrucción del Estado burgués es una
conclusión marxista fundamental, en un contexto en donde los
trabajadores habían sido carne de cañón de conservadores y
habían sido engañados por los liberales, el rechazo a la
participación política era la expresión de un instinto por mantener
una independencia de clase. Incluso en los años 20s del siguiente
siglo Lenin –en su entrevista de 1921 con el delegado mexicano del
PCM, Manuel Díaz Ramírez- sostuvo que el prejuicio antipolítico
de los trabajadores mexicanos quizá no era tan nocivo como lo
sería en países como Alemania, y que la tarea inmediata era la
lucha dentro de los sindicatos y ganar al campesinado mientras se
educaba a la clase obrera sobre la necesidad de establecer la
dictadura del proletariado y utilizar la táctica parlamentaria [Cf.
Taibo II, “Bolcheviques”, p. 225]. Creemos que estos comentarios
de Lenin debieron ser más ciertos en la época de El Gran Círculo.
Para tratar de salvar las diferencias el Primer Congreso Obrero
redacta una especie de resolución o pliego petitorio que evade los
temas que dividían a los grupos:
“1.La instrucción de los obreros adultos y la educación obligatoria de los hijos de estos.

2. El establecimiento de talleres para ir emancipando a los trabajadores del yugo


capitalista.
3. Garantías políticas y sociales para los obreros y que el servicio militar no recaiga
exclusivamente sobre ellos.

4. Aseguramiento de la más completa libertad de conciencia y de culto.

5. Nombramiento de procuradores generales de los obreros, encargados de promover


lo que fuere provechoso para los trabajadores ante las autoridades.

6. La fijación del tipo de salario en toda la República (según requieran localidad y


ramo) o sea la valorización del trabajo por los mismos trabajadores, con el propio
derecho con que los capitalistas ponen precio a los objetos que forman su capital.

7. La creación de exposiciones industriales, promovidas por los artesanos.

8. La variación del tipo de jornal, cuando las necesidades del obrero lo exijan.

9. Atención directa al importante asunto de las huelgas.

10. Mejoramiento de las condiciones de la mujer” [Valadés. P. 147].


Tras el congreso, el grupo de Zalacosta decide escindirse de El
Gran Círculo y formar su propia publicación más radical llamada
“El hijo del Trabajo”, si bien enviaron una delegación a los
consecuentes trabajos del Congreso, terminaron por romper toda
relación con El Gran Círculo, en general sólo se presentaban para
deslindarse. Es imposible afirmarlo con exactitud, pero
probablemente la decisión del grupo radical favoreció el proceso
de cooptación de El Gran Círculo, el que Díaz impusiera en la
dirección en 1879 a sus agentes Carlos Olaguibel, Francisco
González y Carmen Huerta, y que, por otra parte, el otro grupo,
apoyara al no menos reaccionario gobernador de Zacatecas
Trinidad García de la Cadena. Olaguibel será parte de la primera
camada de charros del movimiento obrero, su recompensa será un
empleo en la Secretaría de Fomento, con el dictador, y para otros
trásfugas candidaturas a regidores.  Díaz logra dividir al
movimiento. Una segunda convocatoria al Congreso Obrero
(1880) mostrará a un movimiento dividido que se expresó en las
atropelladas sesiones del congreso, con recriminaciones mutuas
para que al final se formara una fantasmal Gran Confederación de
los Trabajadores Mexicanos; era tarde, la mayoría de los dirigentes
ya habían sido cooptados por el gobierno. 
Incluso “El Hijo del Trabajo” apoya al gobierno de Díaz pero los
irreductibles Rhodakanaty y Zalacosta deciden refundar La Social
(1877), se desecha la filantropía a favor de la revolución social; aún
en un lenguaje que habla en nombre del género humano se
declaran internacionalistas y promueven una confusa
interpretación de Proudhon: “En una palabra, el pensamiento
general de la revolución social, debe tenderse incesantemente en
último resultado a procurar el aumento de la riqueza general por el
aumento de todo salario y según la formula proudhoniana: A hacer
trabajar a todo el mundo por nada. A fin de que cada uno goce de
todo por nada” [Valadés, p. 154].   A pesar de la confusión, La
Social establece como principios la independencia de clase, la
oposición de los intereses de obreros y patrones, la necesidad de la
revolución social, se proclaman “socialistas revolucionarios” para
diferenciarse de los oportunistas. Fundan un nuevo periódico
llamado “La Internacional”. Sin duda, con todo y sus limitaciones,
se trata de conclusiones importantes. 

Un héroe liberal se convierte en socialista


En 1877, Zalacosta viaja por el Estado de México, Tlaxcala, Puebla
e Hidalgo para organizar al campesinado, organizan la primera
asamblea de trabajadores del campo en nuestro país, que
conforma El Gran Comité Central Comunero el 15 de agoto de
1877. Entre el comité electo estaba Alberto Santa Fe. De acuerdo a
la información dada por Cantú, Santa Fe era un militante que,
aunque apenas tenía 38 años, tenía un largo “pedigrí” en la lucha
liberal de nuestro país, con menos de 20 años de edad llegó a
alférez bajo la órdenes del general Zauzua con el que combate
contra el conservador Miramón, bajo las órdenes de Escobedo
comanda una cuadrilla de rifleros, realiza heroicas tareas para
llevar recursos a las tropas liberales. En Bejar, Texas, conoce a
Considerant –el alumno de Fourier-, como coronel combate a los
franceses al mando de una columna en Tamaulipas, como Mayor
de una columna de caballería combate a los invasores bajo las
órdenes de Porfirio Díaz. Luego combate a su antiguo jefe cuando
éste se alza con el Plan de Tuxtepec, desparecen sus
condecoraciones y grados.
 Santa Fe se radicaliza, el suyo será el mejor ejemplo de un viejo
luchador liberal que se pasa a la causa socialista –un socialismo
que pretendía representar a todo el pueblo, Santa Fe se proclama
socialista pero no comunista. El 4 de julio de 1878, ya distanciado
del grupo de Rhodakanati, funda en la ciudad de Puebla el primer
Partido Obrero de la historia de México: El Partido Socialista,
Santa Fe es el Presidente y como Primer Secretario aparece
Manuel Serdán, el padre de Aquiles Serdán, futuro mártir de la
revolución de 1910. El programa del Partido Socialista
representaba un paso atrás con respecto a las conclusiones de La
Social, se plantea la vía legal e incluso la esperanza de que el
gobierno adoptará su programa, pero tiene la virtud de romper por
primera vez el prejuicio anarquista con respecto a la necesidad de
un Partido de los trabajadores que se proponga la toma del poder
político. Se avanza en algunos puntos y se retrocede en otros: “los
socialistas mexicanos, al constituirse en Partido, resuelven: luchar
por organizar a todos los simpatizantes, con el fin de, a la mayor
brevedad posible, conquistar por la vía legal, el poder político de la
República e implantar la Ley del Pueblo, bien por los miembros
del Partido o bien porque el gobierno federal la adopte por
necesidad” [García Cantú, “Utopías mexicanas”, p. 17.]. Aunque se
trataba de un programa que dejaba mucho que desear, las acciones
de Santa Fe estaban muy por encima de su pobre declaración de
principios: funda, con Manuel Serdán, el periódico “Revolución
Social” y encabeza –o al menos participa-  en una insurrección
campesina, con el programa de la Ley del Pueblo en San Martin
Texmelucan en febrero de 1879. 
La Ley del pueblo era un programa agrario radical que pretendía
cambiar la situación económica del pueblo por medio de reparto
de tierras, un proyecto para la industrialización y el armamento
del pueblo. Cuando, desde la cárcel, Santa Fe explica sus motivos,
realiza un sobrio análisis de la situación del país, que –dentro de
los marcos del radicalismo pequeñoburgués- demuestra que el
pensamiento de Santa Fe calaba hondo, ya que su diagnóstico
parece haber sido escrito ayer, además, el abandono de la retórica
ampulosa y mesiánica del socialismo religioso fue una bocanada
de aire fresco: 
“Primero. La independencia es una cosa buena: sin embargo, desde que México es
independiente, hemos vivido en constante guerra civil, hemos perdido la mitad de su
territorio y nos hemos arruinado, ¿por qué?

Segundo. Hemos, sin embargo, ensayado todos los sistemas de gobierno, el imperio y
la república, la república central y la federativa, el sistema liberal y el sistema
conservador, no hemos conseguido establecer la paz, ¿por qué?

Tercero. Somos una nación que posee una inmensa riqueza natural, sin embargo, la
miseria es espantosa entre nosotros, ¿por qué?

Cuarto. Tenemos de vecina a una nación poderosa y ambiciosa, los Estado Unidos: en
1846 y 1848, se tomaron la mitad de nuestro territorio, y es evidente que se tomarán la
otra mitad en más o menos tiempo, si seguimos entregados a la anarquía: ¿cómo
evitarlo? ¿Cómo construirnos?

Y me puse a buscar y encontré, con la historia en la mano, con el estudio de la sociedad


y con el sentido común, que la causa de nuestras revueltas no es política sino social,
que nuestro pueblo tiene hambre y se agita por eso, y que salvado de la miseria, en vez
de agitarse se establecerá y terminará la guerra civil y vendrían la fuerza y la
abundancia a ocupar el lugar donde hoy imperan la debilidad y el hambre. Y encontré,
señor redactor, que la miseria tiene los siguientes orígenes:

Primero. En el campo, la falta de propiedad, porque el terreno está monopolizado por


unas pocas personas, desde la época de la conquista.

Segundo. En las ciudades la falta de industria nacional, porque todo nos viene del
extranjero, pudiendo hacerlo nosotros.

Y saqué por consecuencia: que dando propiedad a toda la familia que se dedique a la
agricultura, y protegiendo la industria nacional por medio del sistema proteccionista,
el modo de ser de nuestra sociedad cambiaría radicalmente, y nos habríamos salvado
[…] las ideas no mueren y hay demasiada gente interesada en la revolución social para
que mi concurso haga gran falta” [García Cantú, El Socialismo en México, siglo XIX,
pp. 228-229].  
El diagnóstico es exacto y actual, los remedios que propone en
parte certeros pero dentro de marcos de la pequeña burguesía
radical; sin embargo, el pensamiento es lúcido.  En los mismos
días de la insurrección en Puebla se presenta otro levantamiento
en el Estado de México que llama también a la instauración de un
gobierno socialista, está dirigido por un Directorio Socialista; no
se sabe si éste fue inspirado o influenciado de alguna forma por el
Partido Socialista o el grupo de La Social, lo cierto es que llama a
la formación de un gobierno revolucionario, lo que va en contra de
los principios anarquistas de La Social. En el plan se desconoce al
gobierno, se llama a la formación de un ejército popular, se
plantea la instauración de autoridades mediante asamblea
conforme la revolución vaya tomando municipios, llama a la
integración de mineros, labradores, obreros para integrar la
“falange del pueblo”. El programa parece una expresión
radicalizada de la Ley del Pueblo. Se sabe que el Partido Socialista
se desarrolló especialmente en Puebla y Veracruz y tuvo “17
centros políticos-socialistas en la república” [Valadés, Op.cit. p.
176] pero su huella se pierde en la historia. Seguramente su
destino fue similar al de otros grupos radicales: o fueron
reprimidos o fueron cooptados.  
Zalacosta participó en insurrecciones agrarias en Hidalgo y
Guanajuato entre 1879 y 1880, pero fue detenido en 1881,
“juzgado sumariamente en Querétaro es mantenido en prisión, y
algunas fuentes consultadas reportan su ajusticiamiento a manos
de ejército. Con su muerte el movimiento libertario perdió a su
militante más consciente y radical, el hombre que había dedicado
15 años de su vida a la organización de los trabajadores urbanos y
a la promoción del levantamiento agrario. Pocas voces quedaron
en pie para advertir al movimiento de los peligros de su sumisión
al Estado. Rhodakanaty, tras el fallido intento de organización de
La Social, ahogado en los mares del porfirismo y habiendo perdido
a su más fiel compañero, se refugió en el estudio de la filosofía; en
1885 apareció editada su obra “Médula panteísta del sistema
filosófico de Spinoza”. Poco después abandonó México para
regresar a Europa. Desconocemos los detalles de su vida
posteriores a la estancia en nuestras tierras por más de 20 años”
[Valadés, Op cit. pp. 199-200]. Entre 1881 y 1884 colapsa el
movimiento obrero, cooptado por el Estado y entablando luchas
aisladas, decae. Los huelguistas de la más importante huelga de la
década de los 80s en las fábricas textiles de Tlalpan y Tizapán son
enviados a la cárcel de Belén y San Juan de Ulúa. El Socialista
desaparece en 1886, su editor, Mata Rivera murió en la miseria en
la Ciudad de México en 1893. La estafeta de la lucha socialista y
radical tendrá que esperar casi dos décadas para que sea retomada
por Ricardo Flores Magón.  
La triste historia de la Comuna de
Topolobampo en Sinaloa o de cómo el
“socialismo” autonomista de hoy fracasó
hace más de cien años
Cuando a principios de la octava década del siglo XIX el
movimiento obrero entró en reflujo –después de la cooptación de
El Gran Círculo de Obreros de México por el régimen de Díaz-,
cuando las ideas socialistas se replegaron temporalmente de las
mentes de los obreros; otros actores entraron en escena tratando
de resolver los problemas del capitalismo sin derrocarlo, sin lucha
de clases y haciendo negocios comerciales en el proceso. ¡Qué más
se le puede pedir a la vida! ¡Era el sueño de un socialismo que no
importuna a nadie! Fue la negación de todas las conclusiones que
el grupo de Rhodakanaty había obtenido en más de veinte años de
lucha.   
Un empresario norteamericano ingenuo, ambicioso y
emprendedor llamado Albert Kimsey Owen llega a las costas de
Sinaloa en 1871. Se le ocurre la construcción de una línea de
ferrocarril que llegue a estas tierras desde Texas y de ahí se
embarquen mercancías hasta oriente, tiene contactos con el
Presidente norteamericano Ulises S. Grant y con el gobierno
mexicano, además ha oído algo acerca de las ideas de Fourier y
otro poco sobre el cooperativismo. A partir de estas nociones
imaginará la fundación de una sociedad ideal, una nueva colonia
en Topolobampo Sinaloa. Su utopía será una mezcla reaccionaria
entre Fourier y los impulsos imperialistas yanquis. Pretendía
fundar una colonia con inmigrantes norteamericanos en donde
todos fueran igualmente propietarios, se aboliera la desigualdad y
se repartiera de manera equitativa las ganancias del comercio
internacional. El régimen de Porfirio Díaz vio con buenos ojos la
construcción de una línea de ferrocarril y el presidente Grant
apoya sus sueños en vistas del control comercial, del
aprovechamiento de las materias primas de México; por lo que la
llamó una “conquista pacífica” [García Cantú, Op. cit. p. 249]. 
En 1886 el gobierno mexicano firma el contrato con Owen para la
fundación de la colonia, se le dan todo tipo de concesiones para
poblarla siempre y cuando el soñador consiga el financiamiento
que ha prometido. ¡Es justo que cada quién pague el precio de sus
sueños! Alrededor de 1886 la colonia contaba con unos 410
inmigrantes norteamericanos que estando enojados con su
gobierno, buscaban el paraíso perdido, qué mejor que hacerlo
cerca de la playa. Owen busca financieros para capitalizar la
construcción del ferrocarril y las obras de infraestructura de la
colonia, pero encuentra una fría recepción y palmaditas en la
espalda. Los empresarios son gente práctica y sabían que podían
perder mucho en el negocio sobre todo cuando todos en la colonia
se infectan de difteria.
El intento de escapar de la sociedad capitalista –usando los
medios de esta misma sociedad capitalista- terminó en un rotundo
fracaso: en 35 millas alrededor de la colonia no había ninguna
tierra fértil, el terreno se anegaba de agua de mar cada que subía la
marea, los colonos –ante la ausencia de los jugosos recursos
comerciales prometidos- se dispersaron en pequeñas grupos de
agricultores alejándose de la costa y de Topolobampo; poco
después había solo 183 colonos que si no regresaban a su país era
porque no contaban con el dinero para hacerlo, fueron infectados
por viruela negra y difteria ante las insalubres condiciones; parece
que se intentó construir un canal para el aprovisionamiento de
agua potable o de riego pero la obra fue abandonada porque no
tenía sentido. El sueño imperial de Owen terminaría en pesadilla y
el dinero recolectado entre los colonos se perdió. Todos regresaron
a su país con amargura y con “la cola entre las patas”, más pobres
aún que como habían llegado. 
Así terminó la historia de aquéllos que intentaron escapar de la
sociedad capitalista sin combatirla, de aquéllos que intentaron
escapar de una realidad que domina el globo y que no se puede
resolver dentro de los marcos de un poblado. Más de cien años
después de este fracasado experimento algunos todavía sueñan
con fundar un socialismo de rancho para evitarse la penosa tarea
de organizarse y derrocar al capitalismo, de esforzarse para
instaurar el único socialismo que es posible en nuestros días: la
expropiación revolucionaria de la burguesía y la instauración de
un plan socialista a nivel global. 

Conclusiones
El movimiento socialista en el siglo XIX expresaba a una clase
obrera en formación, a artesanos y obreros manufactureros que
continuaban ligados de una u otra forma al campesinado; a
liberales radicales, algunos de los cuales lograron conectarse con el
pueblo. Se trataba de un país fundamentalmente agrario en donde
el proletariado luchaba por mostrarse como fuerza independiente
frente a los liberales. Estos pioneros ayudaron a dar expresión a
las primeras luchas netamente obreras en nuestro país, a las
primeras huelgas, insurrecciones socialistas y organizaciones con
funciones sindicales; intentaron unificar a toda la clase obrera del
país; formaron periódicos que sirvieron como medios de difusión
de un socialismo primitivo que fue en aquél momento el
laboratorio de ideas del movimiento obrero mexicano. Lo
construido por esta primera oleada de pioneros colapsó a inicios
de la octava década del siglo XIX producto de la represión de sus
mejores cuadros, pero sobre todo por el proceso de cooptación
porfirista que logró retrasar la consciencia de la clase obrera a un
mutualismo que ya estaba siendo superado. 
Además de la represión, las principales razones de dicha
cooptación son ideológicas: por una parte la nula preparación
teórica de la mayor parte de los dirigentes del Gran Círculo y de los
representantes del Primer Congreso Obrero preparó el terreno
para que no pudieran resistir las presiones y las tentaciones de su
fusión con el Estado, lo que parecía el camino de menor
resistencia; por otra parte aquéllos que lograron extraer
conclusiones políticas relevantes –a partir de un tosco socialismo-
como la necesidad de la independencia de clase, la irreconciliable
oposición de los intereses de obreros y empresarios, el
internacionalismo, cayeron producto de la represión y el desánimo
pero también de cierto sectarismo que les permitió a los elementos
oportunistas hacerse de la dirección de las principales
organizaciones obreras del país. El anarquismo fue, en lo
fundamental, la ideología de estos grupos radicales; las
limitaciones: su sectarismo con respecto a organizaciones
mayoritarias que no compartieran sus puntos de vista, así como su
rechazo a conformar una organización política de los trabajadores
que luchara por el poder político; en ese momento de la lucha
estos prejuicios eran comprensible e incluso inevitables. Por otra
parte el grupo de Alberto Santa Fe, que alcanzó la comprensión de
la necesidad de un Partido del pueblo, retrocedió en puntos
relevantes –como un programa político muy moderado- que
podrían explicar el que desapareciera de la historia sin dejar rastro
–no sabemos si el intento colapsó presa de la represión o de la
cooptación. Como ha sucedido muchas veces en la historia del
movimiento obrero, caminos ya andados y despejados se vuelven a
perder en la maleza sólo para que futuras generaciones vuelvan a
emprender el camino y limpiar la senda;  cuando se reemprende el
camino se descubre que éste ya ha sido andado, que se camina
sobre las conclusiones de aquéllos pioneros que dieron su vida
para abrir las primeras brechas. El movimiento revolucionario
nunca ha sido ni será una línea recta.  
En la actualidad la mayor parte de la población vive en las
ciudades y no en el campo y aquéllos que tienen que vender su
fuerza de trabajo para poder vivir forman el 40% de la PEA –son
muchos más si incluimos al sector informal o a los pequeños
comerciantes (dueños de tienditas, vendedores) que de una u otra
forma son asalariados no reconocidos de los grandes monopolios;
la realidad económica y social del país se ha transformado de
forma importante; sin embargo, las condiciones de vida de clase
obrera mexicana se parecen cada vez más a las del porfiriato: las
organizaciones básicas del proletariado –los sindicatos- no existen
para la mayoría de la clase obrera (para el 90%), las condiciones
de explotación son muy parecidas a aquéllas contra las que
lucharon estos pioneros y posteriormente el Partido Liberal
Mexicano de Ricardo Flores Magón; las condiciones de
dependencia y sometimiento al imperialismo se han recrudecido.
La mayor parte de los sindicatos son burocráticos y están
relacionados con la patronal o con el Estado.
Se diría que los años han pasado para repetir la misma historia,
pero las cosas –al mismo tiempo- ya no son iguales. La lucha por
el socialismo es más necesaria que nunca, pero los métodos y las
armas ideológicas no pueden ser las mismas. La lucha requiere la
comprensión de la dinámica capitalista, una estrategia y táctica
que nos permita conectar con el movimiento real de los
trabajadores tal y como este se nos presenta, necesitamos
construir la unidad del movimiento que esté en condiciones de
vencer y derrocar al capitalismo; para eso los trabajadores deben
luchar por la independencia política de sus organizaciones, deben
crear nuevas donde no las haya  –junto con todo el pueblo
explotado-, deben ponerse a la cabeza de la nación, destruir el
Estado burgués y construir un Estado propio para lograr sus fines;
se requiere, además, una visión internacionalista de la lucha de
clases. Todo lo anterior es imposible sin una visión marxista,
dialéctica, flexible, con la que los socialistas puedan intervenir en
el movimiento y absorber las duras lecciones del pasado. La lucha
por el socialismo es lo que retomamos de los fundadores del
movimiento en nuestro país, su arrojo y determinación; su
valentía y honestidad, su sana determinación por mantener su
independencia de clase frente al Estado burgués y sus
representantes políticos. Ése es su legado, un legado de lecciones
para aprender, un legado de lucha.       

Bibliografía:
García Gastón, Cantú, “El socialismo en México siglo XIX”, Era,
México, 1984. 
García Gastón, Cantú, “Utopías mexicanas”, FCE, México, 1978. 
Ilades, Carlos, “Las otras ideas, el primer socialismo en México
1850-1935”, Era, México, 2008.
Salmerón, Pedro, “Leyes de reforma”, Brigada para leer en
libertad, México, 2010.
Taibo II, Paco Ignacio, “Bolcheviques, una historia narrativa del
origen del comunismo en México”, Ediciones b, Barcelona, 2008.
Taibo II, Paco Ignacio, “Yaquis”, Planeta, México, 2013. 
Valadés, José Cayetano, “El socialismo libertario (siglo XIX)”,
Birgada para leer en libertad, México, 2013. 
Villoro. L. “La Revolución de independencia”  en: “Historia general
de México”, COMEX, México, 2009. 
Fuente: El origen del socialismo en México, los primeros pioneros  

Las ideas de Carlos Marx y Federico Engels penetraron con intensidad entre la clase obrera
mexicana a principios de los años treintas del siglo XX, aunque, desde luego, en el siglo
precedente ya había grupos políticos que se inspiraban en ellos. La primera interrogante que
surge es: ¿A que se debió que mientras en Europa ya existía un poderoso movimiento obrero
socialista y se habían constituido las primeras internacionales, en nuestro país ese fenómeno
no se daba? Al respecto existe un planteamiento difundido entre los estudiosos del tema que,
de una manera simplista, se lamentan de esta insuficiencia como si fuese un pecado capital
que mancharía y deformaría todo el proceso de la historia subsecuente.
 
            No todos los países del mundo se encuentran en el mismo grado de desarrollo porque
existe un nivel diferente en la evolución de sus fuerzas productivas. Ni siquiera en Europa
había una homogeneidad al respecto pues había países muy atrasados y otros más
adelantados, en el marco del desarrollo capitalista, pues no era lo mismo Gran Bretaña que
Portugal, Alemania que España. Pero de todas maneras en la región en donde se había
producido la revolución industrial y las fuerzas productivas, tenían por ello un gran grado de
progreso superior y más avanzado que en otras regiones. Pero la revolución industrial, que
fue la aplicación de los progresos de la ciencia y de la técnica a los procesos productivos, trajo
también como consecuencia la aparición de grandes sectores de obreros, una diferenciación
más clara de las clases sociales y por ende una exacerbación de sus contradicciones y
luchas.
            Mientras en el Continente Europeo, principal escenario de  las luchas de Marx y
fundamental objeto de su conocimiento y teoría, se desarrollaba el régimen capitalista y a
principios de este siglo ya existía una concentración acelerada que condujo, por pugnas
interimperialistas, a la guerra de 1914-1918, en México el grado de desarrollo tenía con
diferente ritmo histórico. El marxismo surgió y se desarrolló en las naciones en donde el
fenómeno del capitalismo tenía más rotundas y claras manifestaciones. Tenía que ser en
Inglaterra –el país más avanzado- en donde Marx elaboraría sus formulaciones generales.
Esto no quiere decir, como algunos afirman, que el marxismo sea un europeocentrismo sino
que, a partir de la experiencia concreta histórica de este régimen social, Marx tuvo una visión
de conjunto de ese modo de producción que, como lo dice en el Manifiesto Comunista, tendía
a extenderse y a dominar en todas las regiones del mundo.
            A principios de este siglo la estructura económica y social de México descansaba en el
latifundismo. El uno por ciento de la población era propietaria del 95% de las tierras de la
República. Por consecuencia, la absoluta mayoría de sus habitantes eran peones, aparceros,
medieros, a los cuales les habían despojado sus propiedades  los hacendados nacionales y
extranjeros. De los 10 millones, 800 mil hombres y mujeres, mayores de 10 años, sólo sabían
leer y escribir 279 mil 650, mientras grandes grupos indígenas se mantenían hablando sus
lenguas tradicionales. En rigor, no existía la clase obrera como un sector numeroso y
organizado, que tuviera conciencia de sus deberes históricos.
            México era un país fundamentalmente agrario y minero; pero también existían
enclaves industriales capitalistas muy desarrollados en los ferrocarriles, en la industria textil, la
más importante, y en los establecimientos comerciales de las grandes ciudades. En ella había
importantes sectores de la clase obrera, como una tradición proletaria pues eran o habían sido
artesanos o habían trabajado en los obrajes. Estos sectores eran los más adelantados desde
el punto de vista ideológico pues habían recibido la influencia de las ideas liberales, las cuales
después revolucionarían  hacía el magonismo-anarquismo. Tenían, además, un grado mayor
de escolaridad. Había también una numerosa clase media, de la cual emergieron muchos
luchadores políticos y sociales de ideas avanzadas.
            Mientras en Europa el movimiento proletario se organizaba sobre todo en torno a la
Asociación Internacional Obrera, creada y dirigida por Marx, en nuestro país los intelectuales
más brillantes de la época estaban todavía inspirados en las tesis del liberalismo económico y
del individualismo político empeñados en destruir la estructura latifundista y el sistema político
dictatorial que se sustentaba en aquella. Aunque el proletariado europeo todavía no contaba
con partidos políticos revolucionarios, las luchas en la Internacional contra el capital
contribuyeron a forjarlo otorgándoles una gran experiencia de clase.
            A contrapelo, de la gran influencia que ejercía el marxismo, también comenzaron a
surgir los partidos reformistas o socialdemócratas que plantean una lucha básicamente
económica y social y se inclinan por una lucha que preconizaba el cambio gradual y pacífico
del capitalismo y por la participación en los parlamentos burgueses, confundiéndose con los
partidos de la clase patronal. Al lado de una concepción revolucionaria de la vida y de la
sociedad, de los objetivos y de táctica de lucha, aparecieron grupos y partidos que solo se
proponían eliminar algunos de los aspectos más brutales del capitalismo, pero que no
pugnaban por un cambio radical en la sociedad, mediante la abolición del sistema de la
propiedad privada y la instauración de un gobierno proletario. Marxismo revolucionario y
reformismo socialdemócrata crecerán en forma paralela en una pugna permanente. Esta
situación se refleja en el resto d eles países del mundo y México no podía ser la excepción.
            Los anarquistas fueron derrotados desde el punto de vista ideológico en el marco de la
Internacional y la mayoría de los destacamentos obreros continuaron bajo la orientación
marxista. Esto les permitió formar toda una generación de dirigentes políticos y de
intelectuales que, a su vez, impulsaron la conciencia sindical para pasar a una más clara
conciencia política, de clase explotada. Pero el propio progreso del capitalismo, ya entrado en
su fase de concentración monopólico significó el estímulo más importante para su
desenvolvimiento.
            En la medida en que se desarrollaron más las relaciones capitalistas, las cuales en
México se manifestaron  sobre todo en las ramas minera, ferrocarrilera y  textil, ante el número
de trabajadores industriales, apareció la conciencia sindical, casi como si fuera un instinto de
conservación, en su primera etapa. Los rasgos primitivos son evidentes. Las sociedades
mutualistas se transforman en sociedades de resistencia y estas en sindicatos, más que por
motivación de orden ideológico, por razones diríamos naturales, buscando siempre formas
asociativas más eficientes para  repeler las acciones y la política de los capitalistas. Este
sistema estaba engendrando su contraparte en el contexto de la lucha de clases.
            Además, la experiencia de la comuna de París, en 1871, demostró, entre otras muchas
cosas, que la revolución socialista debe prepararse, planificarse y ante todo debe contarse
con un poderoso partido político, capaz de emprender esas transformaciones y de prever
todas las consecuencias futuras.
            Esta experiencia histórica, que ya se había proyectado en los países europeos,
mediante la creación de partidos revolucionarios, con una estructura y una dirección muy
centralizada, en México ocurrió de manera tardía, sobre todo por la notable influencia de los
anarquistas que desdeñaban la formación de partidos políticos y en general, desconfiaban y
rechazaba toda acción política ya que habían llegado a la conclusión de que todo político era
corrupto por excelencia y que toda forma de estado amenazaba la libertad. Por eso no se
puede afirmar que el Partido Liberal haya sido un auténtico partido sino más bien una
asociación de clubes. No podían los hermanos Flores Magón crear un partido a la manera de
los partidos europeos, entre otras razones, porque desconfiaban de la acción política
organizada pensando siempre que la evolución vendría de una serie de rebeliones
espontáneas de grupos y de personas.
            La Internacional le imprimió a la organización sindical un fuerte impulso no sólo para
luchar por las legítimas reivindicaciones de cales sino para ser centros de formación política
para los obreros. En ella se reflejó la lucha de las corrientes socialistas de la época y por lo
tanto el debate y la confrontación eran prácticas cotidianas. Pero lo más importante era que el
movimiento obrero tenía a su servicio a un intelectual revolucionario de la estatura de Marx
que diera la batalla contra todas las tendencias políticas opuestas, sobre todo contra los
anarquistas hasta vencerlos, aunque con ello se provocara la disolución de la Internacional.
            Aunque Pablo Zierold formó un pequeño partido de orientación socialdemócrata, este
no pudo desarrollarse ni influir entre los trabajadores y por ello no conocieron en aquellos
años los textos de Kautsky,           y otros autores alemanes de tendencia reformista. Esta
corriente estuvo prácticamente ausente. En una primera etapa se dio entre los liberales
progresistas como Camilo Arriaga, como los anarco-magonistas como Librado Rivera; entre
comunistas libertarios como José C. Valadez y comunistas de la Tercera Internacional, como
José Allen. El debate entre ellos se dio sobre todo en las áreas sindical y política, sin la
riqueza temática que se dio en Europa entre marxistas y anarquistas. No tuvimos en aquella
época intelectuales revolucionarios de alto relieve sino fundamentalmente había militares
políticos y sindicales que le concedían a la práctica cotidiana la mayor importancia, sin tener
que realizar grandes formulaciones teóricas.
I
Las ideas socialistas en México se comenzaron a difundir con una gran intensidad a mediados
del siglo XIX pero fue en el siglo XX en que encontraron su plasmación en una serie de
instituciones políticas, sociales y culturales. Mientras en Europa, el movimiento obrero tenía un
gran desarrollo, el anarquismo y el comunismo se extendían entre amplios sectores de
trabajadores, se daban grandes combates de clase contra la burguesía, el imperialismo y el
militarismo, habían surgido poderosos partidos socialistas y laboristas, había un florecimiento
en la propagación de la cultura proletaria y se editaban muchos periódicos y revistas de clara
orientación revolucionaria, en nuestro país y  en general en la mayoría de los países de
América Latina, existía una situación social y política distinta, quizá con la única excepción de
la Argentina, a donde llegaron miles de migrantes europeos, sobre todo italianos e ingleses,
que habían estado vinculados a las grandes organizaciones obreras y políticas del viejo
continente.
El carácter agrario de México es el factor más importante que determina el desarrollo de esas
ideas. No había una clara diferenciación de las clases sociales, en la medida en que la clase
obrera se concentraban tan solo en algunas regiones o zonas, como las de Orizaba-Puebla,
en la ciudad de México, en donde se asentaba sobre todo el capital extranjero, que había
adoptado modernas tecnologías, en la rama industrial más importante, la textil. Aparecieron en
esas zonas fuertes organizaciones sindicales, con una elevada conciencia de combate por sus
intereses inmediatos y una gran disciplina y cohesión, que pronto plantearon reivindicaciones 
ante los patrones. En el ramo de los ferrocarriles también registramos varias asociaciones
gremiales muy solidificadas, relacionadas, además, con las hermandades norteamericanas,
las cuales les transmitieron muchos conceptos anarquistas y formas organizativas más
eficientes. Había desde luego muchos núcleos artesanales que estaban dejando de serlo para
transformarse en auténticos sindicatos de oficio, pero ya con una más clara conciencia de
clase, derivada de la propagación de las ideas revolucionarias.
En nuestro país, estábamos en la etapa de creación de los sindicatos de fábrica  o de
empresa, los cuales demandaban algunas exigencias elementales: respeto a la libre
sindicalización y al derecho de huelga a efecto de que ya no se considerara un delito,
tipificado en el Código de Comercio de aquella época, mejores salarios, condiciones
higiénicas en las centros en  los talleres y las minas, pagos por concepto de accidentes
laborales, disminución de la jornada de trabajo, entre otras. Los paros que estallaron en
aquella época revelan la prioridad absoluta que existía en materia de reivindicaciones de
carácter económico, pasando a plano secundario las formulaciones de carácter político, lo que
reflejaba la inexistencia de organizaciones sindicales de alcance nacional y la escasa
preparación ideológica de sus dirigentes.
A diferencia de la Argentina, por ejemplo, en donde proliferaron las traducciones de las obras
de Marx, Engels, Lenin, de los pensadores y políticos de la socialdemocracia alemana, las
casas editoriales, la publicación de periódicos y revistas de orientación proletaria, la
organización de centros culturales y por ende la formación de toda una generación de
revolucionarios anarquistas, comunistas y socialistas, en México las condiciones de expansión
de esas ideas fueron más precarias, debido a la pobreza y al atraso de la mayoría de la
población trabajadora. No tuvimos teóricos y políticos  de la talla de Juan B. Justo, ni
periódicos de la importancia de La Protesta, ni personalidades de relieve como los hermanos
Ghioldi, por ejemplo .La migración que llegó a nuestro país venía de la España dominada
desde el punto de vista político por los anarquistas, que interpusieron toda clase de obstáculos
para impedir que pudieran publicarse y circular los textos de Marx y Engels, sus principales
antagonistas en el seno del movimiento obrero internacional.
Mientras en el viejo continente ocurría una acelerada formación de capitales, como resultado
de la superexplotación de la mano de obra, que se fundamentaba en el empleo de los
avances científicos y tecnológicos, derivados de la denominada revolución industrial y en
consecuencia existía una amplia y vigorosa clase obrera, con una gran conciencia de sus
deberes y reivindicaciones, en México existía una estructura económica y social  que tenía
como sustento el latifundismo. El 80% de la población se dedicaba a las actividades agrícolas,
había una incipiente clase obrera que se agrupaba en algunas ciudades o regiones y en pocas
ramas de la economía nacional y de los 10 millones de habitantes que existían en aquella
época apenas sabían leer y escribir 270 mil. El conocimiento científico y político se
manifestaba a través de un breve grupo de intelectuales, lo mismo influidos por el positivismo
que por el liberalismo político.
En estas condiciones surgieron y se fortalecieron las organizaciones mutualistas, las cuales
asumían una conducta de autodefensa frente al capitalismo dependiente impulsado por la
dictadura de Porfirio Díaz. Estas asociaciones, algunas de ellas patrocinadas por la iglesia
católica, que difundía las tesis de le encíclica Rerum Novarum, como una forma de contener el
avance de los socialistas y de los anarquistas, se basaron en el solidarismo. Es decir, los
trabajadores se reagrupaban para ayudarse entre sí, para fundar Cajas de Ahorro, en las
cuales se depositaban cuotas para pagar con ellas a los trabajadores que se enfermaban,
incapacitaban o morían. Preconizaban la armonía con los patrones, percibiendo el fenómeno
de la explotación del trabajado asalariado  como una cuestión de carácter moral o personal, es
decir, que los trabajadores eran pobres porque no tenía los hábitos del ahorro y del esfuerzo
que poseían los patrones y porque el orden natural de algún modo justificaba la existencia
inevitable de  fuertes y débiles.
No cabe duda que si bien el positivismo coadyuvó a la lucha contra la nefasta influencia del
clero, al apoyarse en el pensamiento racional y en los avances de la ciencia, por otro lado, en
el aspecto social, tuvo un resultado opuesto: ayudó a legitimar desde el punto de vista
filosófico y político la dictadura reinante, al considerarla como un orden social natural muy
evolucionado, respecto de las etapas históricas precedentes e inoculó entre los trabajadores
las ideas de la pasividad y resignación pues se consideraba que por medio de un mecanismo
oculto y perfecto la riqueza podría repartirse  mejor, pero que primero había que crearla
abriendo la economía nacional a los capitalistas extranjeros. Los trabajadores solo tenía como
tarea la de esperar pacientemente a que esos efectos redistributivos se dieran, sin provocar
ninguna presión al gobierno y sin alterar la estabilidad política.
Los dirigentes de las asociaciones mutualistas no conocían, desde luego, el comportamiento
de las leyes fundamentales de la sociedad capitalista, los mecanismos mediante los cuales los
empresarios se apoderan del fruto del trabajo asalariado y por lo tanto se encomendaban a un
santo patrono para que les ayudara en sus aflicciones y en la satisfacción de sus necesidades
más ingentes. No desean participar en actividades políticas, aunque algunas de ellas
apoyaban en forma recurrente a Porfirio Díaz, en sus sucesivas reelecciones y estaban
estrechamente vinculados con algunos funcionarios de su administración, como el gobernador
del Distrito Federal. Los funcionarios públicos las respaldaban para que fueron un dique de
contención contra la propagación de las ideas anarquistas y socialistas y contra los
extremistas y revoltosos, calificativos que solían emplearse para identificar  a los elementos
más radicales.
Estas asociaciones pronto mostraron sus deficiencias y limitaciones pues en un informe de la
época se estableció que la mayoría de ellas estaban en quiebra, es decir, los trabajadores no
pagaban sus cuotas de una manera regular pero en cambio sí tenían que realizarse
frecuentes erogaciones por concepto de accidentes y defunciones. Las Cajas de Ahorro no
prosperaron porque tenía más egresos que ingresos y en general, la política de socorros
mutuos no funcionó ante los despidos de cientos de obreros que se suscitaban en las fábricas
y talleres, sobre todo del ramo textil, sin duda, por la puesta en marcha de maquinaria
moderna, y no pudieron hacer nada ante las condiciones insalubres que imperaban en los
centros fabriles, fuentes de toda clase de enfermedades y ante la extenuación física y mental
que provocaban las prolongadas jornadas de trabajo entre los asalariados.
Los dirigentes de la iglesia católica, en el trabajo de la pastoral social realizado, efectuaban
una importante labor de carácter ideológico, la cual consistía en hacer pensar a los obreros
que había un orden natural inconmovible en sus aspectos fundamentales en la raíz y en el
funcionamiento de la sociedad capitalista y que a lo más que se podía aspirar era a
arrebatarle algunas concesiones económicas a los patrones. En el mejor de los casos, según
las posturas más avanzadas dentro del campo clerical, había que luchar, pero con moderación
y prudencia, sin pretender destruir  nunca   la propiedad privada, la cual se apreciaba como un
derecho natural de los seres humanos, pilar básico, además, de la libertad. Solicitaban a los
patrones que tuvieron una actitud más benevolente y humanitaria, auto frenando sus excesos
y limitando sus apetitos de ganancia, para que los empleados pudieron percibir, por ejemplo,
algunos favores económicos .En consecuencia, sostuvo como tesis esencial la de la no
confrontación entre obreros y capitalistas, tratando de conjurar la violencia que estaba
implícita en la lucha de clases. Como derivación de ello, se impulsó una actitud de sumisión
ante los explotadores, tratando de fomentar más bien el hábito del ahorro, el interés por el
trabajo, sin tomar en cuenta a quién o quiénes benefician sus frutos, finalmente,  el rechazo a
los vicios, la morigeración de las costumbres y en general una conducta personal por
completo apegada a los principios de la moral cristiana.
Las tesis de la Rerum Novarum  proclamaban la conciliación de las clases y la búsqueda de
la humanización de los aspectos más virulentos del capitalismo y por ello fueron apoyadas e
impulsadas por muchos funcionarios del gobierno dictatorial en gran parte porque se
identificaban con el pensamiento gubernamental reinante y desde luego porque no ponían en
peligro las inversiones de los capitalistas extranjeros, ni las extensas propiedades de los
hacendados. Los porfiristas utilizaron a las agrupaciones mutualistas para cerrarle el paso a
los sindicatos de resistencia, que estaban emergiendo en las zonas fabriles y en las áreas
urbanas, en los cuales creían ver la presencia de los anarquistas. Lograban obtener de los
empresarios pequeñas concesiones, como permitirles dejar de laborar durante las fiestas
patrias o los días de las grandes ceremonias religiosas, o después el descanso los domingos
y con ello explotaban las condiciones de atraso cultural y de la miseria general en que se
desenvolvían los trabajadores, a los cuales se les hacía concluir también que ellos eran
corresponsables de la suerte que tuvieran las empresas, por lo que se acordó posteriormente  
repartirles una pequeña cantidad por concepto de utilidades.
Se alentó la tesis de que al no existir en México capitales suficientes para explotar sus
recursos naturales, era necesario sentar las bases más propicias para que alentar la llegada
de los capitalistas foráneos, pero pronto los trabajadores de esas ramas económicas se dieron
cuenta del trato discriminatorio que sufrían, por ejemplo, con respecto de los trabajadores y
empleados extranjeros, en materia salarial y de prestaciones y protestaron por la forma
humillante en que eran tratados por los capataces. Este resentimiento primero fue
espontáneo, pero después se transformó en una fuerza social más organizada, como sucedió
en Cananea y en la región de Río Blanco y Santa Rosa. La resolución sangrienta de estos
conflictos tuvo la virtud de echar por tierra la imagen benefactora que las sociedades
mutualistas, ya en franca bancarrota, habían tejido en torno a Porfirio Díaz, al inclinarse éste a
favor de los empresarios.
Las asociaciones mutualistas registraron un avance importante al constituir cooperativas, ante
el sensible fracaso de las Cajas de Ahorro, pero esas empresas sociales tampoco pudieron
desarrollarse debido a la carencia de una capitalización adecuada y a la superioridad
mostrada por los grandes establecimientos industriales y comerciales. Al destruirse la mayoría
de las cooperativas, los agentes impulsores del capitalismo continuaron rompiendo las
relaciones arcaicas, patriarcales, reminiscencias feudales, manifestaciones organizativas
heredadas de los gremios novo hispanos. En la medida en que se desarrollaron las relaciones
de producción y de intercambio, sobre todo merced a la gran afluencia de los capitales
norteamericanos, ingleses y españoles, las ideas solidaristas entraron en crisis definitiva y ya
no tuvieron poder de exaltación o inspiración entre los obreros y los campesinos, porque
frente a ellos progresaba la gran concentración latifundista y el desarrollo industrial y
comercial circunscrito a unas cuantas regiones o ciudades.
Las ideas sociales y políticas de la iglesia católica fueron desacreditadas por los hechos, es
decir, por la realidad económica del régimen porfirista y por el poder político dictatorial. Por
ejemplo, en las haciendas había una capilla para celebrar ceremonias litúrgicas en las que se
predicaba la mansedumbre y la promesa de una mejor vida después de la muerte, pero al lado
funcionaba la tienda de raya y las casas de los amos y de los capataces que gozaban de toda
clase de lujos y comodidades; en las fábricas se instalaban figuras religiosas, pero muchos de
los propietarios residían en el extranjero hacia donde les remitían sus gerentes las utilidades
correspondientes, la jornada de trabajo era de 12 horas y los salarios eran exiguos. Mientras
los difusores de la doctrina social sustentaban como virtudes generales las de la moderación y
de la benevolencia, los obispos, arzobispos y otros altos clérigos vivían en el boato y en la
ostentación, coludidos con los científicos y los hacendados y la iglesia como tal acaparaba
grandes extensiones de tierras y muchas propiedades inmuebles en las grandes ciudades,
todo ello bajo el amparo de la política tolerante del héroe tuxtepecano.
           ¿Por qué el anarquismo, que había sido derrotado por el marxismo llegó y se extendió
en México hasta convertirse en la doctrina política dominante en el seno del movimiento
obrero? ¿Por qué un conjunto de tesis que ya habían sido repudiadas por falsas, los
sindicalistas alemanes y franceses, se consideraban en México como las más avanzadas
desde el punto de vista revolucionario, a tal grado de hacerlas suyas los dirigentes políticos
más prestigiados?
            La mayor parte de estos líderes o militantes tenían una importante influencia del
liberalismo juarista y por lo tanto eran individualismos exacerbados, encontrando en el
magonismo, por compatibilidad ideológica, una gran afinidad. Tanto el anarquismo como el
liberalismo partieron de la misma premisa, los derechos del individuo, no los de la colectividad
y tenían el mismo objetivo básicos, la plena libertad del individuo tanto en el terreno
económico social como político, Unos y otros se oponían a todo poder estatal que limitara el
ejercicio de esa libertad, censuraban cualquier tipo de sociedad humana en la que las
decisiones políticas fundamentales tuvieran un cierto grado de concentración.
            Después de la derrota de los anarquistas, estos, jefatureados por Bakunin
contradiciendo sus propios principios acráticos, formaron una Internacional cuyos activistas se
concentraron sobre todo en los estados o naciones europeos más atrasados desde el punto
de vista económico, como el de España. En cambio, las ideas de Marx y Engels se
consolidaron y arraigaron en las naciones más desarrolladas como Alemania y Francia en
donde existía un proletariado industrial pujante y en ascenso. Los acontecimientos de la
Comuna de París, en la que tuvieron una participación decisiva los anarquistas que seguían
las concepciones de Proudhon, que preconizaban tanto el espontaneísmo, el ruralismo, como
el culto a los dirigentes habían conducido al aislamiento  a los revolucionarios, lo que había
propiciado su caída y posterior recuperación por parte del poder burgués, bañando en sangre
al pueblo de la ciudad de París.
            La Comuna demostró, entre otras cosas, que la conquista del poder político solo
podría realizarla un partido fuerte, disciplinado, bien organizado, siendo este una garantía,
además, para mantenerse en el poder. Que las acciones no planificadas, la carencia de
objetivos económicos y sociales claros, la realización de cambios profundos, no lo pueden
realizar los individuos solitarios, sino las masas guiadas y orientadas por un partido. Que los
sindicatos, por si solos, no pueden efectuar esas transformaciones pues su esencia es la
lucha por reivindicaciones económicas y sociales y que la burguesía que es derrotada en la
lucha política siempre se prepara para la revancha por la reconquista del poder perdido,
reprimiendo brutalmente al grupo o a la clase que transitoriamente lo derriba del poder estatal.
            Como dice John M. Hart los inmigrantes españoles difundieron en México las ideas
que ya estaban en retroceso, tales como Plotino, Rhodakanaty, Amadeo Férrer, Francisco
Zalacosta, Juan Francisco Moncalena y otros. Si se observa, en lo general, tanto  a sus
pensamientos acerca de la sociedad capitalista como sus proposiciones para transformarla
veremos que carecen de una visión científica con respecto a la estructura de esa sociedad. Su
mérito fue el haber reconocido la existencia de la lucha de clases y el carácter abominable de
la propiedad privada, pero no desentrañaron la esencia de los mecanismos de la explotación
humana. Su reacción ante esas manifestaciones del capitalismo estaba cargada de
sentimentalismos, de tipo espontáneo, exactamente empleando un lenguaje injurioso y
altisonante como el de Bakunin.
            El lenguaje político de la época está impregnado de la oratoria anarquista. Todos
estaban en contra de la explotación humana pero pocos análisis se hicieron para estudiar el
fondo, los mecanismos de estas relaciones alienantes, como si los anatemas, las condenas
violentas, los llamados a la subversión del orden existente fueran suficientes para destruir este
modo de producción. Se creía mucho en el papel de las individualidades revolucionarias, en
las reacciones airadas de las masas, en su espíritu contestatario intrínseco. Se pensaba que
todo esto sería más que suficiente para derribar el poder de los capitalistas. Estaban
presenten las tesis de que hasta la extensión  y profundización del descontento popular,
debido a la exacerbación de las contradicciones y de la explotación, serían el motor de las
transformaciones profundas que la sociedad reclamaba.
            Esta forma elemental primitiva de reaccionar y oponerse al capitalismo se explica,
primero, por la carencia de estudios o análisis serios acerca de la estructura económica y
social del país  porque no había quienes los elaboraran. Al contrario, los estudios sociales
más o menos rigurosos eran rechazados porque pensaban que era un pensamiento
académico, propio de Marx, al que rechazaban. Recordemos que Bakunin consideraba que
Marx era un hombre de ciencia que como ningún otro había estudiado la economía capitalista,
pero que, desafortunadamente, era intolerable con los otros enfoques y posiciones, por lo
tanto lo calificaban  de dogmático, incapaz de emprender acciones revolucionarias.
            Además, porque las condiciones de explotación de los obreros y campesinos eran
inicuas, que lo primero que surgía era la manifestación desesperada e irritada, sin tomar en
cuenta la necesidad de la organización para modificar esa realidad. La idea de la existencia de
un partido proletariado, con una ideología única y centralizada en su estructura interna era
repudiada, prefiriéndose los clubes, que actuaban muchas veces en condiciones de
clandestinidad. El Partido Liberal no fue, como es obvio, un partido de tipo marxista sino una
asociación de grupos radicales que actuaban no en torno de una ideología sino más bien en
torno de un programa que se proponía la destrucción del régimen porfirista.
            El Partido Liberal fue a principios del siglo el instrumento más acabado y perfeccionado
que tenían los trabajadores pero el hecho de que su directiva funcionaran en el exterior, en los
Estados Unidos, era un impedimento para crear una verdadera estructura revolucionaria. La
dirección del partido al poco tiempo se disgregó en virtud de sus pugnas internas: no había
propiamente una actividad regular o sistemática de su aparato y al final se concentran sus
decisiones en dos personas –Ricardo y Enrique- pues ya la mayoría d eles magonistas se
habían incorporado a la causa maderista. el papel de Antonio P. de Araujo fue el de coordinar
algunos clubes de la región norte del país, de ser un enlace entre las juntas de St. Louis y
aquellas organizaciones las cuales conservaron una gran independencia lo que sin duda fue
una de las causas de sus sangriento fracaso. Rescatamos el gran papel que le concedieron
a la prensa no solo como difusor de las ideologías y de los principios sino también en su papel
de poderoso coadyuvante de la organización, la abnegación y el sacrifico político hasta el
límite de ofrendar sus vidas y mantener una férrea defensa de los valores que preconizaban.
            Pero quienes abrazaron esas ideas no fueron propiamente obreros industriales –los de
incipiente industria moderna manufacturera que por lo demás, estaban en manos de capital
extranjero- sino  tipógrafos, sombrereros, sastres, periodistas, profesores de escuelas,
muchos de los cuales disfrutaban de una posición individual más cómoda que los del resto de
la clase a la que dirigían sus ardientes proclamas.
                       Así como en Europa los bakunistas procedían de éstos estrados medios de la
sociedad o de plano del lumpen proletariado, o del medio rural, de ahí su pensamiento
bucólico y primitivo, que enfatizaba en las bondades de la agricultura y por lo tanto
rechazaban por instinto el impulso a la industria, en México sus repetidores surgían de esos
mismos sectores, aunque guardando las debidas proporciones entre los diferentes regímenes
socioeconómicos.
            Pero las ideas anarco-magonistas, influyeron también entre los obreros d eles
enclaves industriales y llanamente entre los que laboraban en la minería, en los ferrocarriles y
en las fábricas textiles  y que constituían el sector moderno del proletariado. Más que por
motivación ideológica precisa, muchos de esos obreros reaccionarían ante la excesivas
jornadas laborales, los exiguos salarios, los malos tratos de los capataces, la inexistencia de
derechos políticos y sociales, la imposición de reglamentos que denigraban la dignidad
humana. Por lo demás había una mezcla de ideas mutualistas, liberales, antirreligiosas,
sindicalistas, socialistas, anarquistas.
            El otro aspecto era el utopismo. Ellos proponían soluciones idílicas a los males de la
sociedad capitalista: repúblicas agrarias, comunas, sistemas cooperativos en donde el rasgo
esencial era la no existencia del poder estatal. Estaban  en contra de toda forma o mecanismo
de coacción, aún en el caso de un gobierno obrero, lo que era infantil si tomamos en cuenta la
experiencia de la Comuna de París que, desde luego, no asimilaron. Pensaban, asumiendo
una actitud idealista, que la sociedad se movía por medio de eslabones, tan secretos como
perfectos que operarían por un arte milagroso una vez aboliendo esa propiedad privada.
                       José Revueltas afirmaba que el “anarcosindicalismo en México representó el
germen de la independencia política del proletariado, en contra del reformismo representado
por la Casa del Obrero Mundial y después por la CROM. Realmente era justa la posición de
los anarcosindicalistas, porque una cosa es la politiquería electoral y  otra cosa era la
politización de la clase obrera. Viendo la podredumbre del sistema político mexicano, los
anarcosindicalistas preconizaban la abstención de la clase obrera”.
            Debemos precisar que los anarquistas no hacían ninguna distinción entre política y
politiquería, entre políticos proletarios y políticos burgueses, sino simple y llanamente se
oponían a toda forma de acción política, teniendo desde luego, una definición muy estrecha de
este concepto pues ignoraban que al impugnar teóricamente el orden social capitalista
estaban desarrollando una elevada función política. Para ellos, la principal y casi única
actividad que debía desempeñarse, era la actividad económica y social, es decir, los
sindicalistas, acompañando siempre de la difusión de la educación y la cultura.
            Esta no es la posición exacta de los anarcosindicalistas. Ellos se oponían a todo tipo
de acción política, incluyendo la de carácter electoral. Por razones de principio consideraban
que la actividad política sólo corrompía a la clase obrera porque, de una manera inevitable y
fatal, caían en las trampas de la burguesía y lo que era peor en la organización de una cierta
estructura estatal que, aunque predominara en ella el proletariado, eran tan oprobiosas como
la de la burguesía. Así no se conquistaba la independencia política sino se reducía a los
trabajadores a la lucha meramente económica que, en el Manifiesto Comunista de 1848, ya se
había combatido por Marx demostrando sus limitaciones.
            Esta crítica  a la política en general y a las políticas fue un factor –desde luego, no el
único- que impidió que aparecieran a principios del siglo XX partidos proletarios. Las ideas
anarquistas o anarco-magonistas eran las predominantes y al producirse finalmente la
disolución del Partido Liberal y triunfar la revolución política acaudillada por Madero, solo
quedaron pequeños grupos, personalidades dedicadas al campo de la difusión y de la cultura
como Antonio J. Bernal. Algunos ex militantes de ese partido, se habían incorporado a la
causa política triunfante, como Antonio Villarreal y Librado Rivera y el movimiento societario
entraba en una encrucijada pues tenía que definirse y ubicarse entre un proceso
revolucionario que en parte había originado pero que no había dirigido. ¿Habría que quedarse
al margen de él aduciendo que era un movimiento burgués, liderado por el grupo de
agricultores modernos, como Madero o se necesitaba participar en él, dentro de él,
enfatizando en la defensa de los intereses de los obreros y campesinos? He aquí el dilema al
que se enfrentaron.
II
La revolución mexicana fue iniciada propiamente en el año de 1904 por un liberal que después
transitó hacia las posiciones anarquistas bakuninistas y comunistas, Ricardo Flores Magón
pero aquel  proceso social no fue dirigido por el, ni por los líderes de la Junta de Sto. Louis
debido a que el Partido Liberal tuvo serios fracasos militares en los años de 1906 y 1908 al ser
aplastados los brotes de rebelión, a la muerte y encarcelamiento de muchos de sus jefes y
dirigentes, a las terribles disensiones internas que provocaron una mala solución de la política
de alianzas y a la falta de formulación de un plan estratégico de mediano plazo. Se presentó la
sublevación maderista y los liberales transformados en ese momento en anarco-comunistas
ya no tuvieron capacidad organizativa y política para ponerse al frente de la eclosión de las
masas, las cuales finalmente fueron encabezadas, en lo esencial, por jefes y caudillos que
provenían de las filas de la burguesía agrícola y de la pequeña burguesía urbana radicalizada.
Para el año de 1910 la estructura del Partido Liberal, que más bien era un conglomerado de
clubes locales, con una dirección fuertemente centralizada en el grupo que jefaturaban los
hermanos Flores Magón, estaba prácticamente desmantelada y la directiva de la Junta
disuelta, quedando tan solo dos hombres al frente de ella, Ricardo y su compañero
inseparable, Librado Rivera. Las decisiones no se tomaban en forma colegiada, como ocurrió
en la primera etapa en que participaban en las deliberaciones Villarreal y Sarabia, los agentes
secretos de la Pinkerton, y la Furlong habían penetrado hasta la dirección del partido y toda su
correspondencia era capturada, teniendo como consecuencia una escasa o nula
comunicación con los clubes, que actuaban sin ninguna coherencia huyendo más bien de la
represión desatada contra ellos por los cuerpos represivos de los Estados Unidos, que
actuaban  en estrecha  combinación con los de la dictadura de Porfirio Díaz
Para liquidar al Partido Liberal se unieron los gobiernos norteamericano y mexicano, mediante
una persecución legal y política metódicamente organizada en la que las cancillerías de
ambos países y  las procuradurías operaron de una manera planificada. Para el gobierno
yanqui, los magonistas eran un factor de inestabilidad en la frontera con México y un foco de
influencia nociva para los trabajadores migrantes que laboraban en los campos agrícolas de
California y Texas, mientras que para el régimen dictatorial de Díaz eran un elemento de
perturbación interna, que estimulaba el descontento popular que existía en toda la nación, con
el agravante de que se trataba de un grupo que tenía posiciones irreductibles, es decir, no era
posible llegar  a  ningún acuerdo con el. En este fenómeno se reflejó la naturaleza de clase de
los dos gobiernos.
La prensa burguesa de la época desató una furiosa ofensiva contra los anarquistas a los que
presentaba como criminales en potencia, capaces de realizar atentados contra personalidades
públicas, dignatarios eclesiásticos y empresarios, ignorando la justificación de sus demandas
económicas y sociales. Incluso se celebró una reunión internacional, convocada por los
Estados Unidos, para tomar medidas conjuntas contra esos grupos que atentaban contra la
estabilidad política y la propiedad privada. La fraseología oficial de la época consideraba que
en México había paz y progreso, como resultado de la afluencia masiva de los capitales
extranjeros y de la mano dura con que se dirigía al país. Las principales diferencias políticas,
así como las ambiciones de los grupos de poder, se dirimían y resolvían en el seno de la clase
en el poder lo que había permitido que el país gozara de un largo período de tranquilidad
pública. Los anarquistas eran considerados como revoltosos, término que apareció en todos
documentos gubernamentales. Pero hombres inteligentes y destacados, miembros del cuerpo
de los científicos, como Francisco Bulnes y Justo Sierra, empleando el método positivista en
todos sus análisis, comprendieron que una sublevación profunda se estaba gestando en el
seno de la sociedad, la que requería algunos cambios de fondo, que se pretendieron impulsar
con la candidatura del general Reyes, de Nuevo León, naturalmente, sin lograrlo, porque se
precipitaron los acontecimientos revolucionarios.
Los anarquistas no se conformaban con el derrocamiento del autócrata y con la instauración
de un nuevo gobierno, que como el de Madero, tenía un gran respaldo popular sino
reclamaban modificaciones económicas y sociales profundas, pero no tuvieron la fuerza
política suficiente para imponerlas pues no contaban con instrumentos idóneos. Durante una
larga etapa, la Junta de St. Louis estuvo contaminada del espontaneísmo y del voluntarismo,
rasgos típicos en el pensamiento y en las acciones de Bakunin, lo que impidió la formulación
de una estrategia de mediano y largo plazos. El grupo de Ricardo pensaba que las
condiciones sociales en México eran totalmente propicias para el entallamiento inmediato de
una revolución, o mejor, dicho, de una insurrección, la cual no necesitaba prepararse sino que
bastaba que hubiera algunos jefes decididos y osados  iniciaron las hostilidades, para que
todo el pueblo se levantara en armas. Tampoco era imprescindible disponer de muchas rifles,
pistolas y granadas, unas cuantas nada más, las necesarias para atacar una aduana, un
puesto de la policía, una oficina de valores o de correos. Una vez lanzado este ataque se
produciría una adhesión tumultuaria al programa del Partido Liberal y la rebelión cundiría
como fuego en el pasto seco de las praderas. Estos cálculos, como sabemos, fueron irreales y
los levantamientos de 1906 y de 1908 se circunscribieron a unas cuantas ciudades, con el
consiguiente repliegue de los rebeldes y de su aniquilamiento posterior.
Probablemente el hecho de que la Junta del Partido Liberal operara fuera del territorio
nacional, en los Estados Unidos sufriendo el permanente acoso de los espías y de los
funcionarios judiciales impidió que los dirigentes conocieran en forma directa una serie de
informes regionales acerca de la situación concreta del país. Por la correspondencia
examinada podemos concluir que había visiones demasiado subjetivas acerca de las
realidades nacionales, tanto de parte de los clubes como de los líderes magonistas, que no
tenían un método científico para estudiar y valorar lo que estaba pasando en México. Muchas
veces se confundían los deseos individuales o de grupo con las circunstancias específicas y
propiamente no había una estructura regular, ni una comunicación permanente por lo que el
partido fue fácil presa de la infiltración de los agentes policíacos y de los delatores, aunque en
este proceso los periódicos Regeneración y Revolución, desempeñaron una importante
función organizativa.
El pensamiento político de Ricardo Flores Magón tiene dos etapas muy definidas: la primera
en la que está inspirado en las tesis liberales, en que tenía como preocupación central la
denuncia de las injusticias de los jueces y magistrados, los excesos y atropellos de los jefes
políticos y los gobernadores, los abusos de los sacerdotes y obispos y en la segunda se
observa muy claramente la influencia de las ideas de Bakunin, en que demanda cambios
económicos y sociales, los cuales están contenidos en el Programa del Partido Liberal de
1906.Esta transformación ideológica ocurre durante su estancia en los Estados Unidos en
donde sin duda leyó algunos  textos anarquistas y recibió también los impulsos de militantes
de esa tendencia como Emma Goldman, Alejandro Berkman, pero también de varias
personalidades socialistas como William C. Owen, John Kenneth Turner y de los abogados
Harriman, Clery y Weinberger Entró en contradicción con los socialistas después que
fracasaron los intentos de Mother Jones para que entablara en negociaciones con Madero a
efecto de establecer con el una posible alianza política. Como sabemos, Ricardo se negó
categóricamente a ello y prefirió rumiar su intransigencia  en la prisión de Leavenhort, en
donde finalmente murió.
Los socialistas norteamericanos que desde luego admiraban la heroicidad y la honestidad de
Ricardo y sus compañeros, los habían respaldado en su lucha contra la dictadura, pero
también tenían relaciones con Madero, conocían la fuerza social que había adquirido su
movimiento consideraban que era conveniente y deseable una confluencia programática y
política entre ambos y realizaron esfuerzos porque se avanzara en esa dirección. Al no lograr
ese objetivo dejaron de apoyar  a los magonistas o por lo menos ya no lo hicieron con la
persistencia del pasado, situación que se agravó cuando Ricardo condenó la política de
Samuel Gompers, lo que equivalía a perder importantes aliados, para acercarse más aún a los
grupos anarquistas de las IWW.
La solidaridad de los socialistas y anarquistas norteamericanos fue muy importante para la
lucha del Partido Liberal en México. No solo tuvieron apoyo ideológico y político, como las
frecuentes denuncias que se hacían en periódicos y revistas,  American Magazine, The
Appeal Reason, Dispatch, y otros muchos, sobre los crímenes y excesos de la dictadura sino
que en varias ciudades fronterizas  actuaron unidos militantes norteamericanos y mexicanos.
Organizaron ligas para la defensa de los perseguidos políticos y recolectaron fondos para
pagar los honorarios de los abogados que se encargaban de los juicios de los Flores Magón y
ejercieron presiones ante las autoridades judiciales para que tuvieran un tratamiento apegado
a derecho .Los magonistas, desde el punto de vista filosófico, estuvieron más cerca de las
posiciones doctrinarias de las IWW que de las sostenidas por el Partido Socialista, entrando
en una franca contradicción con las posturas de la American Federation of Labor.  Aunque
hubo desde luego discrepancias, éstas no se manifestaron con una gran fuerza sino con
prudencia de ambas partes.
Para los anarco-comunistas lo fundamental era la destrucción del monopolio de la tierra y su
reparto inmediato a los campesinos, a efecto de que la trabajaran comunalmente. Lo mismo
debía suceder  con las fábricas y las minas, tesis que no desarrollaron de una manera
suficiente. Pero el problema de la organización política que sobrevendría después del
derrocamiento de la dictadura se fue posponiendo ya que pensaba que una vez  que  los
clubes liberales se hicieran del poder, tiempo en el cual harían algunas reformas económicas
y sociales, habría un período de transición en el cual se convocaría a elecciones democráticas
y el pueblo decidiría sobre sus futuros gobernantes. No diseñó el tipo de gobierno que
prefiguraba para México, aunque sí reconoció la existencia de un cierto poder político con
facultades muy acotadas.
La política de la Junta no admitió ninguna factible o deseable política de alianzas con otros
sectores o grupos que deseaban la revolución también aunque con objetivos más limitados.
Las diferencias que hubo primero con Sarabia y después con Villarreal no se dirimieron en
forma democrática sino por medio de la exclusión de aquellos de ese cuerpo directivo y los
miembros de base del Partido apenas se enteraron de ellas, naturalmente sin participar en
este proceso. El poder decisorio se concentraba básicamente en una sola persona, Ricardo
Flores Magón, compartiéndolo en forma muy distante con Rivera, su aliado y subordinado
permanente. La Junta virtualmente había dejado de operar, preocupados como estaban sus
líderes  por evitar las acciones represivas de los cuerpos policíacos.
Muchos liberales, como Múgica, Jara, Calderón, Dieguez, que después fueron paladines del
socialismo reformista se sumaron a las causas de Madero y de Carranza porque eran las que
representaban las visiones más amplias para resolver los grandes problemas nacionales y los
movimientos más organizados, capaces de desmantelar el viejo orden porfirista. Ellos
pensaron que en el interior de esos movimientos era posible y factible influir para que la
revolución en marcha no se quedar anclada en los cambios políticos sino que se
emprendieran profundas reformas económicas y sociales. Además, el carácter laxo que tenía
la estructura del Partido Liberal, la falta de una comunicación frecuente con la Junta y la
precipitación de los acontecimientos políticos, hicieron que se desvincularan de esa órgano
directivo. Por otro lado, la táctica de penetrar en el movimiento maderista para impulsar desde
adentro los principales puntos del Programa del Partido Liberal, no convenció nunca a Ricardo
y a Rivera porque ellos antepusieron siempre el carácter clasista que tenía el empresario de
Parras y la imposibilidad de llegar a acuerdo con el y con su corriente, aunque de parte de
Madero sí se produjeron intentos de acercamiento, los cuales fracasaron ante las exigencias
sociales de los magonistas.
Los planteamientos del Programa del Partido Liberal de 1906 fueron llevados a los campos de
batalla, a los escenarios de la negociación política y a las instancias legislativas no por
quienes habían  sido sus redactores y promotores originarios sino por los socialistas
reformistas habiéndose producido una confluencia con el obregonismo. Es así que se
incorporaron muchos de ellos a la Constitución de 1917 en la cual Ricardo no encontró
ninguna disposición avanzada pero sí una trampa contrarrevolucionaria, no obstante que
muchas de sus demandas y exigencias estaban plasmadas en ese texto. A los liberales que le
habían  acompañado en la primera etapa de la lucha pero que después secundaron a Madero
y que ocuparon cargos públicos de elevado nivel en ese régimen y en los que le sucedieron,
se les calificó de traidores y se les dio un trato despectivo. Las diferencias con Sarabia, Soto y
Gama, Villarreal fueron irreconciliables, por parte del núcleo central de la Junta.
Durante el régimen de Álvaro Obregón comenzó a satisfacerse una de las exigencias
centrales del magonismo, el reparto a los campesinos solicitantes de tierra, de los grandes
latifundios, pero mediante el sistema de parcelación ejidal y no por medio de la explotación de
métodos comunales, como deseaba Ricardo. Surgieron grandes partidos de clase, como el
Laborista y el Nacional Agrarista en los cuales militaban muchas personas que en otras
etapas habían sostenido las tesis anarquistas. También se organizó en el año de 1918 la
primera gran central sindical nacional, CROM y comenzaron a formarse federaciones estatales
sindicales y nacionales, así como se hicieron los primeros esfuerzos para reglamentar los
artículos 27 y 123 de la Carta de Querétaro. El recibimiento de los restos de Ricardo en la
ciudad de México fue realizado mediante un frente amplio entre anarquistas y reformistas,
aunque el grupo de Librado Rivera siguió combatiendo en el estado de Tamaulipas,
constituyendo el Grupo de los Hermanos Rojos. Enrique se vinculó a la Federación Local de
Trabajadores del puerto de Veracruz, reducto importante de la lucha de los anarquistas
españoles de los primeros años de este siglo.
III
El Congreso Liberal de 1901, celebrado en la ciudad de San Luis Potosí, a iniciativa del
ingeniero Camilo Arriaga, fue muy ilustrativo respecto de las tendencias ideológicas
prevalecientes en aquella época.. En ese encuentro sobresalieron las concepciones liberales,
es decir, aquellas que criticaban los excesos del clero en la política, la educación y en la
cultura y la necesidad que existía de aplicar las leyes de Reforma. Solo la voz agresiva de
Ricardo Flores Magón mostró que esas posturas eran insuficientes y que había  que atacar la
espina dorsal de la estructura de dominación, es decir, el gobierno de Porfirio Díaz, con los
científicos, los hacendados y los jefes políticos, como sus componentes básicos.  Pero el
mismo Flores Magón se comportó como un liberal tradicional, sin exponer preocupaciones de
carácter social. Esta posición inicial se reflejó en las páginas de Regeneración, de la primera
etapa, en que se publicaban sobre todo denuncias contra los atropellos de los jueces,
magistrados y los abusos de los jefes políticos, pero sin formular denuncias globales contra la
dictadura.
El gobierno dictatorial lanzó la represión contra los participantes en ese encuentro,
preocupado, como estaba, por la proliferación de clubes antirreeleccionistas en varias
entidades federativas. Por su parte, algunos liberales como el propio Ricardo y Soto y Gama
prefirieron pasar a la lucha social y política directa, uno de ellos creando un partido, el Liberal
y el otro sumándose a las guerrillas zapatistas. Demostraban con ello que no era suficiente la
lucha contra el clero, o la vigencia de las Leyes de Reforma en su parte conducente, ni la
salida de Porfirio Díaz de la presidencia de la República sino que en el fondo del descontento
nacional subyacían causas económicas y sociales profundas, a las cuales había que atender.
Esos intelectuales y otros más se incorporaron a los movimientos de las masas campesinas y
obreras que estaban en marcha.
Muchos autores afirman que las doctrinas anarquistas se conocieron con una gran profusión,
sobre todo, desde principios de siglo, pues en las bibliotecas de algunos profesionistas 
avanzados se encontraban las obras de Bakunin, Malatesta, Reclus, Kropotkin, Stirner, Faure,
así como materiales relativos a la Escuela Moderna, de Ferrer Guardia. En efecto, esos textos
eran de curso corriente en México desde aquella época. Después de la derrota de los
bakuninistas en la Asociación Internacional de Trabajadores, a manos de la corriente de
Carlos Marx, los anarquistas se concentraron sobre todo en España, que era el país más
atrasado de Europa, mientras en las naciones más industrializadas, como Inglaterra, Alemania
y Francia prevalecieron las concepciones y las corrientes marxistas y socialistas, con sus
diferentes matices.
 Los anarquistas habían tenido éxito entre ciertos sectores del proletariado, sobre todo entre la
clase obrera más inculta  y entre  los artesanos, porque se trataba de concepciones que eran
concordantes con sus posiciones de clase. En efecto, esas teorías se sustentaban en un
profundo e incorregible individualismo, en la negación de cualquier forma estable y eficiente
de organización política, en el menosprecio a cualquier tipo de gobierno y de autoridad, en la
lucha espontánea de las masas contra el poder autoritario, en la realización de  atentados
personales contra miembros de la burguesía y del ejército, en un acendrado anticlericalismo y
en la construcción de una sociedad  basada en pequeñas unidades económicas. En el
contexto de las distintas vertientes que tuvo esa doctrina, que, repetimos había sido
políticamente derrotada en Europa, la que se difundió más en México fue la elaborada por
Bakunin.
Muchos de los que abrazaron esas concepciones eran abogados  ilustrados de la clase media
que no estaban satisfechos con la existencia de los grupos tradicionales del poder, como los
reyistas, los limatouristas que se repartían los puestos en el Congreso de la Unión y en las
gobernaturas de los estados y que si bien postulaban una serie de cambios, en términos
generales, aceptaban las formas de dominación existentes. Ellos pudieron constatar las
condiciones de vida y de trabajo en que se encontraban los campesinos en las haciendas y
los obreros en las fábricas, los tallares y las minas y tuvieron el mérito de identificarse con sus
aspiraciones de mejoramiento económico y social. El acercamiento a estos problemas, en una
primera expresión, tiene una fuerte carga de emotividad y de sentimentalismo, de elemental
espíritu justiciero, las cuales se fueron transformando en formulaciones políticas más
generales y en demandas económicas más objetivas, en la medida en que se abrevaba en las
obras de los pensadores anarquistas.
Las tesis acráticas encontraron un campo propicio en nuestro país ante la permanencia de
una prolongada y odiosa dictadura, que era el colmo del autoritarismo y de la negación de las
libertades políticas más elementales, ante la obsolescencia de las asociaciones mutualistas
que habían sido incapaces de organizar el descontento de los obreros y de los artesanos y
que con su pasividad habían propiciado la aparición de los sindicatos de resistencia, cuyas
tácticas de lucha ya no eran de autodefensa sino ofensivas, de impugnación directa al
capitalismo y a los patrones, si bien aún no tenían una concepción global de lo que era ese
modo de producción. Anarquistas y liberales coincidieron en una serie de aspectos esenciales:
en la exaltación del hombre y de su principal derecho, la libertad, la cual concebían sin
limitaciones, como si la misma sociedad no le impusiera  taxativas, en la defensa del yo
personal contra el poder absoluto. Por ello, fue muy fácil que confluyeran en la lucha contra el
enemigo común, el general Porfirio Díaz. También por estas razones muchos liberales
transitaron hacia las posiciones anarquistas, es decir, a sus preocupaciones de orden político
agregaron las de carácter social, aquellas relativas a las reivindicaciones más sentidas de los
obreros y de los campesinos.
Las obras anarquistas y la propaganda derivada de ellas, así como los cuadros políticos
formados en ese movimiento, se difuminaron por diferentes espacios. El estado de Veracruz
se convirtió en un foco de irradiación no solo ideológico sino también  cultural y político,
debido a la presencia activa que tuvo un numeroso grupo de ácratas españoles, que
contribuyeron a formar las primeras organizaciones sindicales clasistas, a conocer el
funcionamiento  del capitalismo y de la sociedad burguesa en general y a establecer normas y
hábitos de disciplina, como la redacción de informes políticos, la celebración de asambleas, el
control estadístico de sus afiliados. Muchos de ellos provenían de la región de Cataluña y
traían en sus alforjas las obras fundamentales de los anarquistas europeos, editadas por la
casa Hiperión y habían pasado largas temporadas en Cuba realizando también labores de
agitación y de adoctrinamiento entre los revolucionarios de la isla. Otra puerta de entrada,
diríamos, de esas ideas fue el estado de Yucatán debido a sus cercanía geográfica también
con Cuba y con el estado de la Florida lo que explica los esfuerzos tempranos para establecer
la escuela racionalista.
Muchos obreros mexicanos de los fondos mineros y de la red de ferrocarriles que se
localizaban en los estados de la frontera norte recibieron el influjo de las Industrial Worker
Word, conocidos popularmente como los “industriales”, las IWW, que preconizaban el
establecimiento de una democracia industrial basada en la formación de grandes sindicatos
nacionales y no en los pequeños sindicatos de oficio, se enfrentaban, empleando la acción
directa contra los patrones, el gobierno y los cuerpos represivos y censuraban la línea
colaboracionista de la American Federation Of  Labor, férreamente dirigida por Samuel
Gompers. Las IWW extendieron sus células organizativas al territorio mexicano, sobre todo a
las regiones en donde existía la industria petrolera. Por su parte, los trabajadores migrantes
mexicanos que en los Estados Unidos, sobre todo en los estados de California y Texas,
laboraban sobre todo en los campos agrícolas también se beneficiaron con las proclamas de
las asociaciones sindicales norteamericanas, influidas unas por los anarquistas, otras por los
socialistas y otras más por los sindicalistas. Esa fuerza ideológica les fue útil para poder
defender mejor sus derechos, para acendrar su conciencia de clase y su actitud
internacionalista y para formar sus organizaciones sindicales. Lo mismo podemos decir de los
trabajadores de las minas que establecieron conexiones con la Federation Of Miners, de la
Unión Americana. En las organizaciones obreras del vecino país se formaron secciones de
trabajadores por origen nacional y por el idioma empleado y por ello aparecieron secciones
castellanas, muchas de los cuales respaldaron las insurrecciones de 1906 y 1908 impulsadas
por la Junta del Partido Liberal.
La gran difusión alcanzada por las ideas anarquistas o anarcosindicalistas, para ser más
precisos, contribuyó mucho a la aparición de formas asociativas entre los trabajadores
urbanos en sindicatos de resistencia, lo que representó un avance de orden cualitativo en la
historia del movimiento obrero nacional; se exhibieron las alianzas que había entre el alto
clero, con los hacendados, los científicos, los capitalistas extranjeros y los funcionarios
públicos, conformando juntos  el poder de dominación; se fortaleció la conciencia de clase,
adormecida por las prédicas de las organizaciones mutualistas, por la religión y las
supersticiones y por la doctrina social de la iglesia, sobre todo en su vertiente más
conservadora; se advirtieron sobre los vicios de la politiquería, pero también se desconfió de
la política como tal, es decir, como ciencia que estudia la sociedad y las formas de
transformarla y como práctica y se alimentó la lucha de clases con una fuerte carga de
antiestatismo y de voluntarismo, acompañada de vagas formulaciones políticas  y de
excitaciones a la lucha permanente.
El estallido de la revolución mexicana, como movimiento social trascendente, fue sin duda un
factor decisivo que contribuyó a que muchos intelectuales liberales progresistas
evolucionaran  hacia posiciones más avanzadas y que ya no se conformaran con el cambio de
titular en la presidencia de la República sino que exigieran modificaciones básicas en la
estructura material de la sociedad y el mejoramiento sustancial de las condiciones de vida de
los obreros y de los campesinos. Repudiaron una solución que surgiera del propio terreno del
porfirismo y demandaron un nuevo rumbo en la historia de la nación. Estos liberales se
identificaron con el anarquismo en lo que se refiere a la lucha contra el clero, pues
consideraban a la iglesia como una retranca para el progreso económica y un factor
enajenante en la cultura y en la educación y pugnaron por la abolición de sus privilegios.
Veían a esa institución, entre otros aspectos, a una entidad que impedía el desarrollo de la
conciencia crítica y por ello muchos se empeñaron en impulsar el proyecto de la Escuela
Moderna, que Francisco Ferrer Guardia había  promovido en Barcelona.
La escuela racionalista, en este contexto de emancipación social, buscaba formar a las
nuevas generaciones en la crítica a las tradiciones culturales de la sociedad capitalista, a sus
prejuicios y dogmas y esperaban que los niños y los jóvenes, en un ámbito de plena libertad,
desarrollaran sus potencialidades individuales,  se formaran otra mentalidad, la de la
solidaridad fraternal, la del trabajo asociativo y otras actitud ante la vida, ajena al egoísmo y a
la búsqueda insaciable de riquezas. Este proyecto, impulsado a principios del siglo por
Francisco Moncaleano en la ciudad de México y por José de la Luz Mena, en el estado de
Yucatán, encontró la oposición, como era de esperarse, de los funcionarios públicos y del alto
clero. La oposición conservadora hacia la Escuela Moderna no solo era una disputa de orden
pedagógico sino de carácter social y político pues Ferrer Guardia trató de impulsar la crítica al
orden social existente y de formar hombres con pleno uso de la razón, es decir, opuestos al
conformismo y a la perpetuación de los intereses creados.
Las ideas anarquistas, ubicadas en los terrenos de la política, la cultura y la educación,
tuvieron el mérito de difundir sobre todo entre la clase trabajadora la noción de que la
sociedad humana estaba divida en clases sociales, que esa lucha no podía ser conciliable y
que solo se superaría por medio de una revolución social que alterara profundamente la
estructura material, basada en la gran propiedad territorial. Ellas coincidieron en el carácter
enajenante que tenía la propiedad privada de los instrumentos de la producción, pero las
propuestas que postulaban para transformarla de raíz eran puramente sindicalistas, es decir,
para ellos, los sindicatos eran la más avanzada  expresión organizativa a que podían  acceder
los trabajadores, a la formación de centros culturales en los que se impartían  conferencias y
se realizaba una importante labor de agitación, a la edición de periódicos y folletos con una
fuerte carga de emotividad revolucionaria, desconfiando profundamente de la acción política,
de la creación y la lucha de los partidos, de todos ellos, sin excepción y rechazando
categóricamente, desde luego, la lucha de carácter electoral.
En los estatutos de los sindicatos de aquella época se establecieron varias restricciones que
eran muy ilustrativas: en las asambleas no podían tratarse asuntos de carácter religioso, ni de
carácter político, ocupar un puesto público era incompatible con un cargo de dirección y solo
podían actuar en las organizaciones los obreros que trabajaran en forma directa en las
fábricas y en los talleres para impedir la presencia de los llamados “intelectuales” que solo
iban a medrar con el esfuerzo material de la trabajadores. Sin embargo, la misma realidad
social, la vida de México hizo vanas esas prohibiciones y desde luego muchos intelectuales se
sumaron a la causa de los obreros y de los campesinos.
Si bien la doctrina anarquista consideraba que la acción política era esencialmente corruptora
porque la maldad era intrínseca al poder, el estallido de la lucha revolucionaria obligó a la
consecuente formación de partidos políticos y de clubes, que eran células de aquellos y la
misma realidad social los obligó a ceder en esa postura y a constituir formas de organización
que le imprimieran eficacia a sus acciones. También se vieron impelidos a establecer y definir
alianzas de carácter político con los  sectores de la burguesía nacional, con los caudillos
revolucionarios y  los jefes democráticos que encabezaban al pueblo en la lucha contra la
dictadura primero y después contra el orden social injusto prevaleciente. Se dieron cuenta
pronto de las grandes limitaciones que tenía la lucha exclusivamente  económica, de los
alcances “naturales” que tenían los sindicatos, mucho más cuando no existían  auténticos
sindicatos nacionales, ni centrales obreras de la misma dimensión, por lo que modificaron no
solamente la táctica sino también la estrategia, entrando en una franca contradicción con las
enseñanzas de los pensadores europeos.
           Jacinto Huitrón publicó una síntesis de las discrepancias que había entre los dirigentes
de la Casa del Obrero Mundial con los marxistas, a quienes llama “socialistas autoritarios”.
Dice: “estos dividen a la sociedad entre la clase explotadora y la clase explotada, mientras
aquellos se refieren a una distinción más general, entre opresores y oprimidos. Mientras los
marxistas agotan las fuerzas del proletariado en acciones de violencia contra la otra violencia,
los anarquistas dicen que el hombre es noble, bondadoso y bueno”.
            “La historia de la sociedad humana ha sido una continua lucha por la libertad. Esta
lucha no ha de terminarse sino hasta que la humanidad haya alcanzado su plena
emancipación”.
            “Los marxistas hablan de la conquista del poder político por el proletariado y los
socialistas libertarios (anarquistas) seguirán luchando porque el principio de autoridad no se
imponga en la conciencia del individuo como una nueva modalidad esclavizadora”.
            “Sustituir al gobierno por otro encierra el peligro, para los trabajadores, de una nueva
dictadura, mientras la doctrina libertaria admite la diversidad de capacidades en los distintos
órdenes de las actividades humanas y del pensamiento. El individuo tiene derecho a seguir
desarrollándose en la libertad. La solidaridad en la  base de la doctrina libertaria y si aquella
une a la humanidad hará a los individuos más responsables d eles medios de producción y de
trabajo”.
            La posición de los anarquistas consistía en no reconocer la existencia de clases
sociales, como producto de la sociedad capitalista, sino eran partidarios de una definición
abstracta que estaba por encima de esas clases. El principio fundamental y único era el de la
libertad política y social y para preservar este derecho esencial propiamente no podía existir
ningún orden político que estuviera minimamente organizado pues implica la existencia de
aparatos coactivos de diferente naturaleza y grado. Era en cierta forma la idea de Rousseau
de volver al estado de naturaleza en donde el individuo está supuestamente libre de todas las
ataduras materiales y sociales y que se guiaba solo por el instinto de hacer el bien. Un orden
sin jefes, caudillos, gobernantes, sin aparatos administrativos, sin ejército, sin iglesias, sin
ningún orden jerárquico. Todo esto era respetado por los obreros que pensaban en un orden
social igualitarista  en el cual los frutos del trabajo se repartieran en forma equitativa, sin
precisar que autoridad, que instancia pública podría hacer una distribución de esta naturaleza.
                       Rafael Carrillo afirmaba que el autor político favorito de Ricardo Flores Magón
era Pero Kropotkin, continuador de Bakunin. A su vez, Gastón Cantú ubica el “materialismo”
del dirigente oaxaqueño, como cercano al de Vogt o Buchner y por supuesto, contrario tanto al
enfoque marxista como al de los socialistas utópicos. Antonio Díaz Soto y Gama publicaría en
El Sindicalista, en 1913 que “la democracia política ha resultado un fracaso, nadie cree en
ella, a no ser las multitudes inconscientes, los pueblos que no han llegado a la madurez, las
colectividades que se satisfacen aún con abstracciones mentirosas”.
            Sin duda un mérito de estos grupos y de sus explicaciones era el haber mostrado las
grandes limitaciones que tenía la democracia política burguesa, la lucha electoral o la mera
alteración de grupos políticos en el poder. Por ello desconfiaba y hacía que el pueblo también
lo hiciera en la revolución política maderista porque no se proponía ningún cambio económico
y social profundo. Aunque muchos obreros y campesinos habían participado al lado de
Madero, tanto su origen de clase como sus compromisos con la clase gobernante, le
impidieron profundizar en el proceso iniciado en noviembre de 1910.
            En franca oposición a la participación política dijo que los “procedimientos de ese tipo,
la utilidad práctica y positiva para la clase trabajadora, sólo es defendida por los ambiciosos y
por los falsos caudillos empeñados en mantener el statuo quo de la ignorancia popular”.
            “Los socialistas han considerado el sufragio universal, el voto político concedido al
pueblo, como la más grande superchería, la más escandalosa mistificación del siglo XIX”.
            “El método sindicalista rechaza la horrorosa mentira de la libertad política, las
añagazas electorales, las promesas de sufragio efectivo, las quimeras de la redención por
medio de la política. Por ello acude a la acción directa, a la presión ejercida por el proletariado
contra los patrones, sigla peligrosa mediación d eles parlamentos y sin la ayuda interesada de
un poder público sugestionable”.
            La revolución social profunda la inició el Partido Liberal, de los hermanos Flores Magón
porque en su programa se contenían demandas esenciales de los campesinos y de los
obreros pero en virtud de la desintegración de ese partido, la conducción del movimiento
armado contra la dictadura de Díaz la retomó el Partido Antirreeleccionista, cuya dirección
estaba integrada por elementos de la burguesía agrícola y de la clase media, las cuales,
desde luego, le impusieron a esta lucha sus intereses y aspiraciones de clase. El triunfo de
Madero permitió la reinstalación de una serie de libertades políticas que la dictadura había
conculcado y que ahora podían ejercerse sin la limitación del pasado. Reapareció, por
ejemplo, la libertad de prensa, por lo que se editaron muchos periódicos radicales,
progresistas y socialistas, los cuales se  caracterizaban por mantener una actitud crítica frente
al gobierno y frente a los grandes problemas nacionales. Reaparición del Congreso de la
Unión con un verdadero contrapeso con respecto del Ejecutivo. Participación política de
anarquistas y socialistas en los asuntos públicos, defendiendo la causa de los trabajadores.
Es decir, no obstante haber sido un movimiento puramente político burgués, propició el
desarrollo de las ideas avanzadas, socialistas y antiimperialistas. Por eso debemos cuidarnos
de las simplificaciones.
            En 1913 Rafael Pérez Taylor publicó su estudio titulado “El Socialismo en México”.
Concibe al comunismo como un sistema social por el cual se quiere establecer la comunidad
de bienes y la abolición del derecho de propiedad. Pero a su juicio el error fundamental de
Kart Marx consiste en que para él, el único elemento de valor es el trabajo, pero también lo es
la utilidad o la rareza de las cosas, concluye en forma por demás, simplista.
            Propone que el socialismo que se instaure en México sea el de la igualdad dentro del
ambiente de las facultades de cada uno y buscar sobre todo la organización del trabajo.
Haciendo a un lado los diferentes intereses que defiende cada uno de ellos  concluye que el
socialismo en México consiste en que el patrón se interese por el obrero y el obrero por el
patrón.
                       En el seno del movimiento revolucionario se desconocen las principales tesis de
Marx de quien se había oído en forma indirecta o por breves traducciones francesas que
llegaron a México a principios del siglo. Quizá para justificar su propia conducta política pues
se había incorporado al gobierno maderista Pérez Taylor encuentra que hay intereses
compatibles entre los obreros y los patrones, en tanto el marxismo afirmaba que no había esa
convergencia sino un antagonismo permanente. El hecho de plantear que había  campos de
interés comunes entre el capital y el trabajo, tesis muy difundida entre algunos socialistas que
ahora eran funcionarios públicos o que se habían integrado a los ejércitos revolucionarios, dio
paso a otro planteamiento de fondo y a una táctica distinta, dedicarse a buscar este conjunto
de intereses conjuntos y suavizar o atemperar la lucha de clases.
            Otro dirigente revolucionario, Salvador Alvarado, era partidario de la educación
racionalista, atea, antirreligiosa, siguiendo en esto a Francisco Ferrer Guardia.  En el plano
ideológico se mostró  influido por Saint-Simon, Fourier, Owen y por lo tanto precisa los
aspectos medulares de la explotación humana en el capitalismo.
            Para él las causas de esta enajenación a que se somete a los obreros, está en la falta
absoluta de un sistema tributario equitativo, la carencia de un sistema completo de
comunicaciones, la impreparación de las masas y el carácter defectuoso de las instituciones
políticas. No olvida la existencia de la propiedad privada de las fábricas, tierras, talleres,
bancos, de tal manera que incluye a los obreros y a los trabajadores de las minas y
ferrocarriles no en la clase baja sino en la clase media.          
            Rosendo Salazar, con su acostumbrado lenguaje declamatorio reconoce con
franqueza y claridad que la “Casa (del Obrero Mundial) no fue marxista y por lo tanto, ni
socialista; la dictadura como la que impera en Rusia, justo es decirlo, no se tuvo nunca en
mente en México por los obreros ni por nadie”. Al referirse a sus fundadores y dirigentes los
describe así: “Luis Méndez, era un socialista de estado, quizá un marxista, pero amigo de los
anarquistas, admirador de Saint-Just, Mirabeu, Danton y Robespierre. Antonio Díaz Soto y
Gama, era anarcosindicalista, pero de inspiración Totstoiana y Pérez Taylor era socialista,
acaso marxista”.
            La Casa del Obrero Mundial era una institución muy diversa y rica pues en ella
militaban desde lo liberal progresista como Isidro Fabela, hasta los socialistas y anarquistas
de todos los matices. Fue sobre todo un importante centro de agitación política, de
organización clasista y de difusión de la cultura proletaria, de ahí el gran aporte histórico que
hizo a la causa d eles trabajadores. Se caracteriza por la gran libertad que había Ens. Seno
para exponer y defender todas las vertientes del socialismo, libertario y marxista y por la
flexibilidad para buscar y encontrar a los dos en el campo de la burguesía liberal. La Casa del
Obrero mundial era libre hacia su interior y hacia el exterior. Reflejaba los matices del
pensamiento socialista que venían desde el siglo XIX y preconizó su coexistencia pero
también se distinguió por la disciplina para hacer cumplir los acuerdos que tomaba la mayoría,
pero sin excluir a los disidentes.
IV
Las obras de Carlos Marx, Federico Engels y Vladimir Ilich Lenin, en su mayor parte, eran
desconocidas en México a principios de este siglo no solo en el seno del movimiento obrero
sino también en las instituciones académicas. Los grupos anarquistas dominantes, desde
luego, no tenían ningún interés en publicarlas y difundirlas y menos aún, en estudiarlas para
contrastarlas con las de sus padres ideológicos. Esta actitud negativa era parte de la lucha
internacional que estaba en curso: para los anarquistas, Marx representaba la personificación
del llamado socialismo autoritario y Lenin, si bien había dirigido una revolución triunfante, ésta
había culminado en una dictadura, en la que se perseguía precisamente a los anarquistas,
situación que aprovecharon los ácratas de todo el mundo para lanzar una ofensiva política
contra el naciente poder soviético. Como dice Gastón García Cantú, el Manifiesto Comunista
se publicó por la primera vez en el año de 1884, en El Socialista, cuando en Europa este
texto clásico ya se había difundido intensamente y formaba parte de las bibliotecas de muchos
centros obreros, escuelas superiores y del acervo cultural de millones de trabajadores. En
México, Francisco Bulnes, uno de los pensadores más lúcidos del porfirismo, había  traído del
viejo continente  una versión francesa de El Capital, y seguramente también otros textos
marxistas pues hacía frecuentes alusión a ellos en sus discursos y polémicos artículos
periodísticos. Debemos recordar que ese idioma  se consideraba una lengua  obligatoria en
las escuelas superiores, como resultado de la reforma educativa positivista.
Estas asimetrías reflejan la ley del desarrollo desigual de los pueblos pues mientras en Europa
se desarrollaba intensamente el régimen capitalista y como resultado del mismo fenómeno
había ya grandes centrales obreras y poderosos partidos de clase, órganos de prensa muy
influyentes y un nivel de vida y cultural muy elevado de los trabajadores, en México no existían
esos elementos. La primera gran central sindical surgió hasta el año de 1919 en el Congreso
Obrero de Saltillo y el primer gran partido de clase, el Partido Laborista  se fundó en el año de
1921, durante la convención de Zacatecas en donde se decidió la postulación de la
candidatura presidencial de Álvaro Obregón, pero ese partido no fue un partido marxista y
existían muchos periódicos obreros, pero con una circulación muy limitada. No había órganos
de prensa de alcance nacional.
El Partido Obrero Socialista, encabezado por Pablo Zierold, de origen alemán, había tenido
relaciones con el Partido Socialdemócrata, de aquella nación, pero desgraciadamente no se
ha encontrado ninguna correspondencia. Lo que sí es un hecho es que, por ejemplo, las obras
de Eduard Berenstein, Karl Kautsky, eran prácticamente desconocidas en nuestro medio, a
diferencia de la Argentina, en que se divulgaron ampliamente, por la meritoria labor intelectual
de Juan B. Justo, del Partido Socialista. La ausencia de textos socialdemócratas provocó,
entre otras causas, que no existiera un partido de esas tendencias pues el de Zierold era muy
pequeño se extinguió con un gran rapidez para que sus escasos  miembros dieran lugar a
otras organizaciones y que al no existir un partido  adherido a esa corriente internacional no se
hiciera contrapeso al Partido Comunista Mexicano, que desde que nació en el año de 1919
fue orientado fundamentalmente por las directrices de la Tercera Internacional, fundada bajo
los auspicios de los bolcheviques triunfantes.
En los medios académicos, el marxismo como corriente filosófica, económica y política
también era poco conocida.- En la lucha contra el positivismo prevalecieron las concepciones
espiritualistas e irracionalistas y por lo tanto los pensadores  que más influyeron fueron Kant,
Schopenhauer, Nietszche, Hegel, pero sobre todo, Henry Bergson, que  fue el filósofo básico
entre los profesores universitarios. Los bergsonianos censuraban al marxismo diciendo que
era un naturalismo filosófico y en cierta medida lo confundían con el positivismo, por hacer
énfasis en los progresos de la ciencia y porque, afirmaban,  no le otorgaba autonomía al
conocimiento. Esta corriente opinaba que la capacidad racional tenía serios límites para
estudiar los fenómenos naturales y sociales y que era necesario emplear la intuición, que era
una facultad del alma, precisamente para conocer las verdades más profundas, lo que desde
luego, contravenía las tesis marxistas,  que eran, por lo opuesto, racionales y dialécticas.
Antonio Caso se oponía al “socialismo de estado” porque detentaba poderes omnímodos los
cuales nulificaban el ejercicio de la libertad individual. En el año de 1916, el joven Antonio
Castro Leal dictó una conferencia en el seno de la Universidad Popular Mexicana, que
sesionaba sobre todo en locales sindicales acerca de las posibilidades del socialismo en
México, pero desconocemos el contenido de dicha alocución y en ese mismo año, otro joven,
Vicente Lombardo Toledano abordó el mismo tema, concluyendo que el fondo más profundo
de los grandes problemas nacionales no era de naturaleza económica sino moral, siguiendo
en este punto las opiniones espiritualistas prevalecientes. En las clases de Filosofía se
estudiaba el pensamiento de Hegel y la ruptura que con el habían provocado los jóvenes
hegelianos de izquierda, entre los cuales se encontraba Marx, pero no examinaban las obras
de éste último. Más bien se consideraba a Marx como un economista, que como un filósofo y
por ello desdeñaban sus aportaciones en este campo .Otro joven, Narciso Bassols, escribió
sus primeros trabajos otorgando un gran énfasis a los jurídico, pero después fue
evolucionando hacia el enfoque materialista de los fenómenos sociales y políticos y avanzó
mucho en el terreno de los conocimientos económicos.
Sin embargo, entre los estudiantes universitarios de aquella época circularon con una gran
profusión las novelas de los grandes novelistas y  dramaturgos rusos, como Dovstoievski,
Gorki, Yagulev y otros, los cuales influyeron en la formación de varias generaciones que se
admiraban de la madurez que había alcanzado el arte en el país más atrasado de Europa.
Algunos de esos jóvenes apoyaron la candidatura presidencial de Vasconcelos, otros se
hicieron partidarios de Lombardo Toledano, desde las aulas de la Escuela Nacional
Preparatoria y otros más se sumaron a las filas comunistas. A ello contribuyó la edición
masiva de las grandes obras literarias, ordenada por aquel como titular de la Secretaría de
Educación Pública, así como a la publicación de revistas estudiantiles en las que se hacía una
crítica mordaz  los defectos de la sociedad capitalista y a la organización económica y política
de la nación.  El principal profesor, Antonio Caso, afirmó en una ocasión que El Capital “había
sido pasto de sus cavilaciones” pero en ninguno de sus textos demuestra que haya tenido ese
conocimiento, si bien en la polémica que sostuvo con Vicente Lombardo Toledano, en el año
de 1933 sí comprobó que conocía las tesis básicas del materialismo histórico y a pesar de sus
posturas opuestas nunca formuló una condena categórica al socialismo, como ningún otro
catedrático de su corriente lo hizo. Ellos veían en el socialismo la respuesta lógica al
individualismo que prevalecía en los países capitalistas, a la pobreza en que se encontraban
las masas populares y que por ello tenía mucho de justiciero. Con esa percepción educaron a
muchos de los jóvenes de aquellos años. Ellos consideraban que el hombre no podía ser un
ser pasivo en el seno de la sociedad sino que había nacido para transformar su realidad
circundante y para asumir una actitud benevolente hacia los grupos oprimidos. En
su Sociología, Caso apenas menciona algunos pasajes del Manifiesto Comunista,
considerando al marxismo como un inadmisible determinismo económico. El siempre opinó
que los ámbitos de lo jurídico, político y moral tenía una plena autonomía con respecto de lo
económico, factor al que sí le reconoció una gran importancia. No hay un orden en la
existencia sino varios ordenes, concluyó de una manera categórica.
La presencia en México del profesor alemán Alfonso Goldschmidt, contratado por José
Vasconcelos fue muy importante para la difusión de las partes económicas del marxismo pues
dictó varios cursos sobre esa materia e incluso redactó un tratado. Este catedrático publicó
análisis materialistas sobre el funcionamiento del capitalismo en las páginas de El Machete,
en la etapa en que lo editaba el Sindicato de Pintores Revolucionarios. El conocimiento de la
economía política marxista se abrió paso en medio de grandes dificultades pues
predominaban en la Universidad las obras de los economistas tradicionales o liberales como
Carlos Díaz Dufoo. Había un marcado desinterés por estudiar esta materia porque no había
profesores capacitados  para impartirla y porque se consideraba que más que un enfoque de
carácter científico era un arsenal de carácter político, vinculado a la lucha de los comunistas.
Lo que sí está claro es que deformaban el contenido básico de esa teoría al reducirla a un
simple economismo, situación que Marx desmintió desde un principio.
Por su parte, Lombardo Toledano, el discípulo predilecto de Caso, admitió que ni en la
Escuela Nacional Preparatoria, ni en la Escuela Nacional de Jurisprudencia o en la de Altos
Estudios se estudiaron las obras marxistas y que el aprovechó un viaje a Nueva York para
adquirir algunas de ellas en el idioma inglés y que dedicó muchas horas a su lectura y
entendimiento. En esa ciudad, en efecto, había una gran efervescencia política y una intensa
actividad editorial y se publicaban esos libros, así como folletos, discursos, e informes de
líderes soviéticos, los cuales después se distribuían por los países de América Latina. En
realidad, según refiere Vicente Fuentes Díaz, la primer versión castellana de El Capital, libro
uno, apareció en el año de 1921 en la Argentina y se debió al mérito de Juan B. Justo,
situación que en el año de 1930 reconoció Lombardo como una aportación muy grande que el
ilustre pensador y político de aquella nación había hecho al fortalecimiento del movimiento
obrero y revolucionario latinoamericano. El historiador Gustavo G. Velásquez nos dice que la
primera traducción española de El Capital, la hizo circular en nuestro país la Casa Maucci
Hermanos, que representaba a la editorial valenciana Sampere, y que además, imprimió en
dos tomos  la obra de Engels, “El  Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el
Estado” y que en ese mismo año, la editorial Jasón, publicó Materialismo y
Empirocriticismo, de Lenin, pero que adolecía de grandes defectos técnicos.
Las primera obras marxistas solo llegaron a las bibliotecas de un selecto grupo de
intelectuales de ideas avanzadas y de funcionarios, como Rafael Nieto, Ramón P. Denegrí,
Adalberto Tejeda, Luis L. León, que las habían adquirido en Europa en uno de los frecuentes
viajes que realizaban cumpliendo deberes oficiales. En México, se conocieron también las
obras del economista inglés Henry George, como lo revela, por ejemplo, el pensamiento del
general Salvador Alvarado y la obra gubernativa que realizara en el estado de Yucatán, como
enviado de Carranza. Sin duda, esas reformas influyeron posteriormente en forma muy
benéfica en los estados de Veracruz y Tabasco y en el gobierno popular de los hermanos
Escudero en el puerto de Acapulco.  Esos textos tuvieron una gran importancia porque
reflejaban el desarrollo y la actitud del movimiento obrero de aquella nación industrializada y
sobre todo  ella se inspiraron otros políticos  para preconizar las tesis de la acción múltiple, al
encontrar muy novedosa la táctica de las trade unions, que para participar en la lucha político
electoral  había creado el Partido Laborista. Se puede colegir fácilmente que el grupo de Luis
N. Morones había estudiado ya en el año de 1919 la experiencia británica y había dado los
primeros pasos para secundarla.
La carencia de literatura revolucionaria fue un factor que contribuyó a retrasar  la formación de
los cuadros y de los militantes del movimiento obrero y revolucionario, los cuales tenían que
conformarse con la lectura de algunos folletos que abordaban, sobre todo, la situación
prevaleciente en Rusia. La biblioteca de Rafael Ramos Pedrueza es ilustrativa de este
fenómeno pues antes que obras de Marx y Engels, tenía algunas de Lenin, pero la mayoría se
referían a la victoria de los bolcheviques en 1917, al terror blanco desatado por los grupos
contrarrevolucionario, al cumplimiento del primer plan quinquenal, a los progresos en la
educación y en la cultura por el impulso otorgado por Anatol Lunarcharski, impulso que
también asimilara Vasconcelos en su paso por la Secretaría de Educción Pública.
José Revueltas dice al respecto: “el Partido Comunista Mexicano siempre fue muy atrasado
desde el punto de vista ideológico y desde el punto de vista teórico; había muy pocas
publicaciones, teníamos que leer los materiales inclusive escritos a máquina. Yo leí
el Materialismo Histórico, de Bugarin en una copia mimeográfica, nos la pasábamos de
mano en mano y además, sin seguridad de que fuese  una buena traducción. Las
publicaciones marxistas vinieron después, digo yo, en la época cardenista”. Militantes como
Miguel Ángel Velasco y Valentín Campa coinciden en esa apreciación en sus memorias al
admitir  que no tuvieron acceso a las  obras marxistas y el segundo de ellos afirma que estaba
más bien influido por la tesis de Ricardo Flores Magón, por los masones, que no estudió nada
de marxismo y que el Partido Comunista  nació con una gran debilidad teórica y política. En
efecto, así es pues en una primer etapa los informes y las resoluciones de la Internacional
Comunista y de la Internacional Sindical Roja estaban redactados exclusivamente en los
principales idiomas europeos y solo se hacían algunas traducciones al castellano de algunas
resoluciones de esos organismos que siempre asignaron un papel secundario a los países de
América Latina.
Las obras de Bugarin fueron las que mejor se conocieron y estudiaron en aquella época. Este
dirigente era muy respetado por las grandes aportaciones que hizo en el partido bolchevique y
en las deliberaciones congresionales de la internacional Comunista y porque alguna vez trató
asuntos referentes a nuestro Continente, naturalmente sin disponer de la información
socioeconómica y política suficiente, lo cual fue uno de los principales defectos de lo
organismos internacionales, a cuyos dirigentes les preocupaban sobre todo los asuntos
europeos y en el campo de los países coloniales, los de la India y China. Se recibieron,
asimismo, algunos folletos de discursos de Lenin, Zinaviev, Trotski, discursos de Manuilski y
de Losovski. Muchos de esos materiales se editaban en el idioma castellano en España o en
la ciudad de Nueva York donde existía una oficina de información de la Internacional
Comunista y después se enviaban a las secciones nacionales latinoamericanas, pero se
trataba de materiales muy escasos. En esa época, los líderes sindicales de nuestro continente
se quejaban que la mayor parte de los textos que conformaban el acervo ideológico y
propagandístico, así como la correspondencia estaban redactados en el idioma inglés y
demandaron a los órganos responsables que se tradujeran al castellano, pero esta solicitud
solo se cumplió en parte.
Otro canal de difusión de las ideas marxistas lo representaron los delegados mexicanos que
asistieron a los congresos de la Internacional Comunista y de la Internacional Sindical Roja y a
otras reuniones mundiales que se celebraron sobre todo en el viejo Continente. Militantes
como Bertrand Wolfe, Manuel Díaz Ramírez, Rafael Carrillo, Julio Antonio Mella tuvieron
largas temporadas en Moscú en donde pudieron entablar una relación política muy fructífera
con los dirigentes más encumbrados, como Bugarin, Zinaviev, Balavanof, Nin,  Trotski y
Losovski. Al regresar a México traían consigo folletos de Lenin y de Stalin, otros
correspondientes a la historia del Partido Bolchevique y desde luego, las resoluciones y
acuerdos de los congresos y asambleas sobre los cuales se inspiraba la línea del Partido
Comunista y de otros organismos. La extensa gira de trabajo que efectuara Víctor Manuel
Haya de la Torre por varios países europeos y la Unión Soviética  también se  reflejó en la
publicación de una serie de artículos en los que comparaban los sistemas económicos y
políticos de los países capitalistas con el del naciente estado socialista. Lo mismo hicieron
Wolfe y Díaz Ramírez quienes al  volver a nuestro país difundieron también por la vía
periodística lo que habían visto y estudiado en el país soviético, lo que sin duda contribuyo a
que los trabajadores conocieran las grandes transformaciones sociales que se estaban
operando en esa nación.
            Las obras de Carlos Marx, en su mayoría, a principios del siglo eran desconocidas no
solo en el movimiento obrero y político sino, en general, en los círculos académicos. Esto se
debía a que, desde luego, los anarquistas no tenían ningún interés en editarlas,
traduciéndolas al español porque el marxismo era el otro extremo beligerante ya que no había
ningún grupo, fuerza o partido capaz de emprender esta tarea que se antojaba como remar en
contra de la corriente.
            Durante algunos años los pensadores y políticos liberales, que eran hombres muy
cultos desdeñaron estudiar a Marx por la desconfianza e irritación que les produjeron los
artículos de aquel sobre la invasión norteamericana y en general sobre México. Según refiere
García Cantú el Manifiesto Comunista se publicó por la primera vez, en 1884, en El Socialista.
            La imagen que de Marx circulaba en nuestro países era la de un pensador determinista
pues consideraba que el factor económico era el único que podía explicar los cambios de la
sociedad, que era un político autoritario pues había excluido con lujo de violencia política a
Bakunin y a sus seguidores del seno de la Internacional y que había justificado en la prensa
norteamericana las agresiones que México había sufrido por parte de las grandes potencias
coloniales. Esta imagen, claro está, la habían difundido los anarquistas.
            Por el otro lado, estaban los ateneístas que estaban preocupados por renovar las
concepciones filosóficas de la educación, a partir del positivismo, pero no para pasar al
marxismo sino a una escuela del idealismo: el irracionalismo. Aquellos estudiaban sobre todo
a Kant, Schopenhauer, Bergson, Nietzsche, Schiller, Leising, Croce y terminaban en Hegel.
            Antonio Caso, que fuera el filósofo e ideólogo fundamental de esa generación, refiere
en sus memorias que “El Capital fue pasto de cavilaciones”, que tuvo que dedicarle tiempo a
su estudio inconformándole el lenguaje abstruso: pero Vicente Lombardo Toledano, su
discípulo más distinguido dice que Caso sólo les enseñó que Marx era un gran pensador, que
había fundado una teoría económica y social, pero sin reflexionar sobre sus textos.
            De la lectura de las obras de Caso no se desprende que haya realizado un estudio
exhaustivo sobre este texto fundamental el cual desde luego puede haber influido en su
pensamiento. Seguramente leyó un resumen del Primer Tomo de una edición francesa que
circulaba en nuestro país, o bien la versión sintetizada que elaboró Kart Kautsky que como tal
trataba de presentar a un Marx esquemático y no dialéctico, como si la estructura económica
de la sociedad era determinante y casi única.
            En 1916 Antonio Castro Leal dictó una conferencia sobre el socialismo en el seno de la
Universidad Popular Mexicana, pero se desconoce siquiera su contenido medular. En ese
mismo año Lombardo Toledano dictó una cátedra sobre “Las Posibilidades del Socialismo en
México” habiendo llegado a la conclusión de que el fondo d eles problemas nacionales no
eran de orden económico o material sino moral. Se sabe que Caso recomendaba la lectura del
socialista Falckenberg titulado “La Filosofía Alemana desde Kant”.
            Caso afirmaba, simplificando y deformando el pensamiento de Marx, que sus ideas
abarcaban un “materialismo histórico” que en realidad era un determinismo económico y la
otra parte, compuesto de un “socialismo de Estado”, con lo que se concluye, por lo menos,
que tenía un conocimiento incompleto, transmitido por terceros, porque no dudamos de la
honestidad del filósofo derechista.
            Sin embargo, el profesor Vicente Fuentes Díaz dice que El Capital, en su versión
castellana, no fue elaborado por ningún mexicano sino por el socialista argentino Juan B.
Justo, en 1921, que así pasaría a la historia del movimiento revolucionario latinoamericano. En
1932 Lombardo Toledano le dedicó un artículo de El Universal recordando ese suceso
trascendental, que después enriquecería, con los años, el profesor español Wenceslao Roces.
            Gustavo G. Velázquez, en su “Panorama Sintético de la Filosofía en México” afirma
que las primeras traducciones de El Capital las hizo circular la casa editorial Maucci
Hermanos, que representaba los intereses, en México, de la editorial Sampere de Valencia.
Dice que se imprimió en dos tomos la conocida obra de Engels “El Origen de la Familia, la
Propiedad Privada y el Estado”, de Lenin, cuyo texto adolecía de muchos defectos de
traducción. Lombardo reconoce éste último hecho en su conversación con los esposos Wilkie,
acotando que no había entendido esa obra precisamente por las fallas de que adolecía. Como
quiera que sea, las primeras obras de Marx sólo debieron llegar a las bibliotecas de una breve
minoría de intelectuales y dirigentes políticos, los cuales sólo pudieron tener una visión de
esta corriente.
            José Revueltas dice: “El Partido (Comunista Mexicano) siempre fue muy atrasado
desde el punto de vista ideológico y desde el punto de vista teórico; había muy pocas
publicaciones, teníamos que leer los materiales inclusive escritos a máquina, yo leí El
Materialismo Histórico, de Bugarin en una copia mimeográfica: nos lo pasábamos de mano en
mano y demás sin seguridad de que fuese una buena traducción. Las publicaciones marxistas
vinieron mucho después, digo yo en la época cardenista”.
            Otro dirigente, Valentín Campa, confiesa en sus Memorias que en un principio él
estuvo influido por las ideas anarquistas de Ricardo Flores Magón y por los masones y que en
realidad no estudió nada de marxismo. “El PCM nació –dice con sinceridad- con una gran
debilidad teórica y política”.
            En el esfuerzo por difundir las ideas marxistas en agosto de 1911 el ingeniero Pablo
Zierold fundó el Partido Obrero Socialista el cual sólo pudo efectuar una reunión política,
aunque meritoria porque el 1º. De mayo del siguiente año se conmemoró la primera vez el Día
de los trabajadores. Gastón García Cantú indica que el diputado Héctor Victoria que formara
filas en el ala radical del Congreso Constituyente de Querétaro y que se distinguiera por sus
firmes posiciones obreras en la discusión del Artículo 123 de la Carta Magna había
pertenecido al citado partido.          
            Uno de los factores que contribuyeron de un modo decidido a impulsar las ideas del
marxismo en el seno del movimiento obrero fue la promulgación de la Constitución de
Querétaro y de una manera particular el artículo 123. Este precepto resultó el más progresista
de la época en las sociedades capitalistas porque la primera vez se reconocieron, en el más
alto rango jurídico de la nación, una serie de demandas y reivindicaciones de los obreros y el
Estado asumió un papel protector de ellas. Aunque quienes redactaron el artículo 123 no eran
marxistas sino liberales sociales o jacobinos, como se llamaban así mismos, lo cierto es que
propiciaron una mayor y mejor organización de la clase obrera.
            La influencia ideológica determinante en Querétaro es la de los juristas españoles que
consideraban que todos los recursos del suelo y del subsuelo que existían en la Nueva
España eran propiedad de la Corona y que el rey otorgaba su propiedad solo para fines de
usufructo mediante concesiones que hacía a los particulares, distinguiéndose de los juristas
ingleses que opinaban que la propiedad privada era un derecho inherente al individuo. Sobre
la base de aquellas apreciaciones Molina Henríquez opinó que siendo así al conquistar
México su independencia política de la Nueva España todos esos bienes y recursos pasaban
a la propiedad del nuevo estado surgido de la lucha insurgente. Si bien estas tesis eran muy
progresivas, no era la tesis de Marx sobre la propiedad, su origen y funciones. De los otros
participantes radicales del Congreso, encontramos con importante vinculaciones en la clase
obrera a Heriberto Jara, Carlos Gracidas, Héctor Victorio Victoriano Góngora, pero no así
Pastor Rovaix quien se debe ubicar en el campo del liberalismo social, como Molina Enríquez.
            El historiador Richard Román dice que esos radicales, jefatureados por Francisco J.
Mújica eran antiimperialistas, antiyanquis, nacionalistas, consideraban a la iglesia y al clero
como enemigos del pueblo, eran antimonopolistas, pero partidarios del desarrollo capitalista,
aunque también obreristas porque estaban concientes de la explotación que engendraba ese
régimen de la propiedad privada.
            En rigor eran liberales, pero no a la manera de los liberales de la Reforma sino
sociales acoplados a su tiempo y apremios: destruir el porfiriato en donde la concentración, el
acaparamiento y el abuso eran los signos distintivos. Eran liberales porque proclamaban la
vigencia de los derechos políticos elementales y sociales porque se proponían un Estado
fuerte, intervencionista.
            Otro acontecimiento que influyera de un modo notable en la propagación del marxismo
fue el impacto mundial de la Revolución Socialista de Octubre. El caudillo del Sur, Emiliano
Zapata escribió en febrero de 1918: “Que la causa del México Revolucionario y la causa de
Rusia representan la causa de la humanidad, el interés supremo de todos los pueblos
oprimidos del mundo”.Zapata señaló asimismo “que las revoluciones de Rusia y México
estaban orientadas contra el ignominioso hecho de la usurpación de la tierra, que, como el
agua y el aire, a todos pertenecen y fue arrebatado por un puñado de pudientes, apoyados en
sus ejércitos y en sus leyes injustas, no es sorprendente, por lo tanto, que el proletariado de
todo el mundo aplauda la Revolución Rusa y la admire”. El 17 de abril de 1919, Vladimir Ilich
Lenin firmó las cartas credenciales de Mijail Grzenberg, como cónsul general en la República
Mexicana, que debía acreditarse ante el gobierno de Venustiano Carranza, pero no lo pudo
hacer por encontrarse nuestro país inmerso en el proceso revolucionario. Pero se iniciarían
así los primeros contactos entre las dos grandes transformaciones sociales de principios de
siglo.
            La prensa de la época, si bien en forma tergiversada, difundió con amplitud los
cambios políticos y sociales que estaban ocurriendo en Rusia y esto interesó a los militantes
socialistas y revolucionario en general pues se trataba de una experiencia inédita en el
mundo: por la primera vez se trataba de un proceso que no solo buscaba el derrocamiento del
zar para ser sustituido por otro funcionario de la misma y parecida orientación, sino de un
cambio de fondo en las relaciones sociales económicas y sociales y de la instauración de un
gobierno obrero. Estas modificaciones sustanciales debieron causar una gran admiración
acerca de lo que estaba realizando el pueblo trabajador ruso y llegaron a la conclusión que la
humanidad había conocido no solo podrían ser revoluciones políticas, muchas de ellas meras
sustitución de un hombre en el poder por otro hombre, sino que era viable, estaba siendo
viable, una revolución profunda que era una revolución socialista. Los nombres de Lenin y de
Trotsky se hicieron familiares en México.
            La actitud represiva de Carranza, sobre todo contra los trabajadores huelguistas de la
ciudad de México pareció darle la razón al grupo que se había opuesto a la suscripción del
pacto con los constitucionalistas. De la anterior frase de respaldo al Primer Jefe se pasó a la
crítica por su conducto, aunque hubo mundialistas como Rosendo Salazar que realmente no
se comprendieron ante esta actitud hostil pues desde el momento en que se entrevistas  con
el jefe revolucionario en el puerto de Veracruz ya se había observado que ese pacto se había
hecho a regañadientes, sin que mostraran realmente ningún interés en firmarlo por no le
quedó más remedio que hacerlo ante la presión de Obregón sobre todo. Ya estando en esa
entidad, los grupos ácratas que habían viajado de la Ciudad de México se había enfrentando a
los obstáculos de Carranza para organizar a los trabajadores en las poblaciones que iban
ocupando las tropas. Esta desconfianza en el poder que podrían concentrar los obreros si se
les dejaba en total libertad para formar sindicatos, hizo que la alianza política con Carranza
fuera de muy corta duración y rápidamente se pasó a una línea de confrontación.
V
La polémica entre Marx y Bakunin, sostenida en la Asociación Internacional de Trabajadores,
que dio como resultado la victoria de las tesis del primero sobre las del segundo, tuvo, desde
luego, una gran repercusión en el seno del movimiento obrero europeo. Pero también en
México generó manifestaciones al plantearse desde un principio la pugna entre los
llamados socialistas libertarios, y los denominados socialistas autoritarios. Jacinto Huitrón,
militante representativo de los primeros y consecuente con su pensamiento acrático hasta el
final de sus días, no aceptaba la definición de la sociedad dividida entre explotados y
explotadores sino era partidario de una acepción más general, entre opresores y oprimidos.
Esta no era una simple diferencia semántica sino algo más profundo, es decir,  había en el
seno de la sociedad humana una serie de clases, instituciones sociales, políticas, jurídicas,
éticas, que aplastaban al hombre y sus derechos más apreciados, contra los cuales había que
luchar siempre, en forma permanente, independientemente de las formalidades jurídicas que
tuviera el régimen político existente. Dijo” que la historia de la sociedad humana ha sido una
lucha continua por la libertad. Esta lucha no ha de terminarse sino hasta que la humanidad
haya alcanzado su plena autonomía”. Obsérvese que no se refiere a la emancipación del
proletariado para que al producirse ésta se genere la liberación de la humanidad sino a la
humanidad en su conjunto, como una entidad global, como si  no estuviera dividida en clases
sociales antagónicas.
Huitrón es el prototipo de los socialistas libertarios pues siendo miembro de la Casa del
Obrero Mundial se opuso a la firma del pacto con Venustiano Carranza, defendiendo a todo
costa  la autonomía de esa organización. Después participó en el Congreso de Saltillo, del año
de 1918 del cual surgiría la CROM enfrentándose a las tesis de la acción múltiple sostenidas
por el grupo de Morones y más tarde en el año de 1922 formó parte de los núcleos de la CGT,
sosteniendo siempre una lucha sindicalista a ultranza, sin buscar ningún cargo público, sin
militar en ningún partido político, sin obtener beneficios de orden personal, lo que significó
para el un profundo y permanente aislamiento en el movimiento de las masas.
     Para los socialistas libertarios, la sustitución de un gobierno por otro, así sea de un
gobierno del proletariado, implicaba el riesgo de que se entronizara una dictadura, tan   feroz y
despiadada, e incluso más  que la dictadura del capital. Los individuos tenían derecho a seguir
desarrollando libremente sus derechos y sus potencialidades y por lo tanto no se aceptaba la
existencia de  ningún poder que pudiera conculcar  sus posibilidades de mejoramiento. La
solidaridad entre los seres humanos era la base del ejercicio de la libertad, el desiderátum de
cualquier sociedad, incluso de la sociedad anarquista. Se dibujaba una sociedad de hombres
libres, sin poderes estatales coactivos, sin órganos represivos como el ejército y la policía, sin
instituciones religiosas enajenantes, con una economía de productores también libres que
podrían intercambiar sus bienes y mercancías en un marco de equidad.
Estos ácratas desdeñaron desde un principio la formación de partidos políticos y dedicaron
todas sus energías a constituir sindicatos, organizar centros culturales, editar periódicos y
folletos de contenido revolucionario, teniendo una vida personal austera y hasta miserable,
pero entregada y sacrificada a la causa, siguiendo a pie juntillas la figura heroica de Mijail
Bakunin. Eran los eternos conspiradores contra el orden social establecido, desarrollaban sus
actividades en condiciones de ilegalidad y hasta de clandestinidad, por lo que prefirieron crear
pequeñas agrupaciones. En los estatutos de los sindicatos estaba la impronta de su ideología
la que se limitaba a luchar por objetivos exclusivamente económicos, o mejor dicho, salariales,
por mejores condiciones en los centros fabriles, prohibiéndose de una manera categórica las
actividades políticas o religiosas. Se repudiaron a los políticos profesionales, a los que
ocupaban cargos públicos y a los intelectuales pequeño burgueses, enfatizando en la
necesidad de preservar la pureza clasista, es decir, en los obreros industriales de oficios y en
los descendientes de éstos, que no tuvieran vinculación alguna con los poderes
gubernamentales, ni con las facciones políticas en pugna, aunque con ello solo se condujeran
a los sindicatos al aislamiento y a sufrir la represión y muy frecuentes derrotas. Ello explica la
razón por la cual las organizaciones formadas por los anarquistas fueron muy pequeñas
desde el punto de vista numérico, que se concentraran en algunas ramas industriales básicas
y de los servicios, entre los campesinos más atrasados y claro está, entre los artesanos, sin
poder constituir centrales nacionales. En cambio, los socialistas autoritarios, tuvieron una
visión de más alto alcance y optaron por organizar grandes partidos clasistas y poderosas
agrupaciones gremiales, con una sólida disciplina, que combinaban la acción sindical
propiamente dicha con la acción política y que establecieron alianzas con grupos, partidos y
personalidades del campo no proletario.
Antonio Díaz Soto y Gama publicó en El Sindicalista, en el año de 1913 que “la democracia
política, ha resultado un fracaso, nadie cree en ella, a no ser las multitudes inconscientes, los
pueblos que no han llegado a la madurez, las colectividades que se satisfacen aún con
abstracciones mentirosas. Los procedimientos de ese tipo, sin utilidad práctica y positiva  para
la clase obrera, solo son defendidos por los ambiciosos y por los falsos caudillos empeñados
en mantener el estatuto de la ignorancia popular. Los socialistas han considerado al sufragio
universal, al voto político concedido al pueblo como la más grande superchería, la más
escandalosa mixtificación del siglo XIX. El método sindicalista rechaza la horrorosa mentira de
la libertad política, las añagazas electorales, las promesas del sufragio efectivo, la quimera de
la redención por medio de la política. Por ello, acude a la acción directa, a la presión ejercida
por el proletariado contra los patrones, sin la peligrosa mediación de los parlamentos y sin la
ayuda interesada de un poder público sugestionable.”
El ácrata potosino es un claro ejemplo de un intelectual liberal que evolucionó de las
posiciones anarquistas tradicionales, de la línea de la acción directa hacia la de la acción
múltiples pues participó en las filas de la CROM y del Partido Laborista, después tuvo
discrepancias por posiciones de poder con Morones, distanciándose  de el para constituir su
propio instrumento de lucha, el Partido Nacional Agrarista, pero después transitó hacia el
catolicismo y el anticomunismo.
El principio de la acción directa  suponía una lucha frontal, abierta y sistemática del
proletariado en contra de la burguesía, en un terreno en el que no hubiera reglas, ni
instituciones que moderaran o distorsionaran esos conflictos. Por ello, desde un principio se
planteo una franca oposición a los intentos gubernamentales por crear tribunales de
conciliación y arbitraje porque ellos atemperaban la lucha de clases y hacían que muchos
litigios expuestos por los obreros se transformaran en derrotas para ellos. Concebían que el
grupo en el poder no pudiera sino intervenir a favor de los intereses de los capitalistas, con los
cuales había una estrecha y permanente alianza. En este contexto de lucha sin cuartel, la
clase obrera solo tenía como aliados a los campesinos; la huelga general, entendida como la
suspensión total de las actividades productivas, era el recurso máximo para hacer caer la
dominación capitalista, significaba la realización de una verdadera revolución, sin necesidad
de que en ese combate interviniera algún partido, así fuera un partido proletario.
Las diferencias entre los “libertarios” y los “autoritarios” están presentes durante largo
tiempo y se expresan de diferentes maneras. La Casa del Obrero Mundial, que no fue
propiamente una central obrera aunque en su seno participaban muchos sindicatos de oficio,
consecuente con las directrices de la ideología que habían abrazado la mayoría de sus
dirigentes, se dedicó a la difusión ideológica, al adoctrinamiento, a la formación de los
trabajadores y de los cuadros políticos bajo los esquemas pedagógicos de la Escuela
Racionalista, pero sobre todo a constituir  nuevas agrupaciones gremiales. Pero incurrió en
una contradicción de esencia cuando en una acalorada asamblea, manipulada por Gerardo
Murillo, quizá por instrucciones de Álvaro Obregón, se acordó suscribir un pacto político de
adhesión a Venustiano Carranza y sumar los contingentes sindicales a las filas del ejército
constitucionalista. En aquella reunión se enfrentaron dos concepciones: una, la de la
autosuficiencia de la clase obrera para alcanzar sus objetivos de mejoramiento económico y
de emancipación social y la otra, que buscaba aliados políticos en el campo de los intereses
no proletarios, con las ventajas y los riesgos que implicaba para la autonomía y el perfil
ideológico de las organizaciones de trabajadores. La decisión tomada también correspondía  a
una realidad objetiva pues los asalariados no podían permanecer indiferentes ante  las pugnas
de los jefes militares que conformaban sus ejércitos con campesinos, indígenas y otros
explotados. El proceso revolucionario estaba en curso en todo el país y nadie podía colocarse
al margen del mismo, como en una torre de marfil cuidando la pureza de los ideales
anarquistas.
Los trabajadores fueron atraídos  por los planteamientos políticos y agrarios de Carranza, pero
sobre todo por las ideas obreristas de Obregón, aunque los dirigentes de la Casa desde un
principio advirtieron sobre la fragilidad de dicha alianza al manifestar, desde un principio, el
primer jefe sus auténticas  inclinaciones de clase y al tratar de impedir que en las zonas
liberadas de villistas y zapatistas, se pudieran constituir organizaciones sindicales, como había
sido el compromiso originalmente contraído. Los obreros  se transformaron en soldados, que
actuaron al mando de jefes militares que no eran de su clase social, ni tenían su misma
ideología, pero lo que realmente  les interesaba era ampliar las ramificaciones de la COM,
formando sindicatos de oficios varios, pero con una clara orientación clasista y alcances
nacionales y  esto desde luego no fue admitido por Carranza pero sí por Obregón que de esta
manera aumentó su prestigio y su influencia entre los asalariados.
Los resultados finales del pacto con Carranza, que culminaron con la represión a los obreros y
la clausura de los locales de la Casa del Obrero Mundial desacreditaron a los “socialistas
autoritarios” pues todos concluían que esos esfuerzos habían sido coronados con una derrota
y al mismo tiempo parecía que se reforzaban las posiciones abstencionistas tradicionales.
Pero en realidad esto no fue así pues muchas de las demandas económicas y sociales de los
trabajadores después las llevó a la práctica el gobierno de Obregón, como el seguro obrero.
Nadie deseaba volver a los antiguos moldes organizativos de la Calle de los Estancos, en
donde funcionó uno de los primeros locales de la COM sino se trató de avanzar hacia la
unificación de los trabajadores, mediante la creación de centrales sindicales nacionales. Tales
fueron los propósitos, frustrados, por cierto de los congresos obreros de Veracruz y Tampico,
debido a que los representantes de las corrientes en pugna no alcanzaron ningún acuerdo
fundamental.
Cuando se produjo el levantamiento de Madero, en el seno de la junta del Partido Liberal se
presentó un grave discrepancias entre Ricardo Flores Magón y sus compañeros más cercanos
a sus puntos de vista, como Enrique de los mismos apellidos y Librado Rivera y Antonio I,
Villarreal quien se mostraba partidario de unirse a la rebelión acaudillada por Madero, pero no
para plegarse mecánicamente a el sino para tratar de influir para que se tomaran en cuenta
los planteamientos programáticos esbozados en el célebre Manifiesto de 1906. Por la
información disponible podemos decir que las discusiones fueron extremadamente violentas,
hasta llegar a los insultos personales, sobre todo porque el grupo irreductible de Ricardo no
pretendía  buscar aliados en el campo no proletario, ni deseaba hacer ninguna concesión al
empresario agrícola de Coahuila. Estas actitudes rígidas, la clásica política anarquista de todo
o nada, provocaron la ruptura en la unidad de la directiva liberal y  su aislamiento con respeto
del Partido Socialista de los Estados Unidos, la separación de muchos clubes y de decenas de
sus miembros que se sumaron a las filas del maderismo, pero no como corriente orgánica 
sino a título individual. Así vemos que se pasaron al campo antireeleccionista  liberales como
Juan Sarabia, Esteban B. Calderón, Manuel M.  Dieguez, lo que sin duda erosionó, hasta
liquidarlo políticamente, al movimiento anarco-magonista.
La tesis de la no participación activa de los trabajadores en la política y menos aún en las
funciones gubernamentales no fue  desacreditada  en el campo de la teoría sino en el de la
práctica. El propio Soto y Gama debió abjurar  de su pensamiento primigenio y se sumó en
calidad de consejero a las guerrillas de Emiliano Zapata, después formó parte de la CROM y
del Partido Laborista y más tarde, fundó el Partido Nacional Agrarista, que fue uno de los más
firmes soportes del obregonismo; Rafael Pérez Taylor, miembro del Partido Socialista Obrero,
fue candidato a diputado y muchos de los integrantes de la Casa del Obrero Mundial también
transitaron hacia las filas del obregonismo y organizaron la CROM y el Partido Laborista en
donde  fueron diputados, senadores, gobernadores y secretarios de Estado. Una evolución
similar tuvieron liberales sociales progresistas como Francisco J. Múgica y Heriberto Jara,
quienes pasaron  formar parte de las nuevas élites en el poder post revolucionario. Socialistas
autoritarios como Salvador Alvarado y Felipe Carrillo Puerto, en el estado de Yucatán,
Adalberto Tejeda en Veracruz y Tomás Garrido Canabal en Tabasco conformaron gobiernos
populares que reivindicaron las aspiraciones de los obreros y de los campesinos e impulsaron
proyectos educativos racionalistas.
En el fondo de la lucha entre “libertarios” y “autoritarios” estaba la necesidad histórica
ineludible de realizar transformaciones radicales en la estructura de la sociedad mexicana,
superando los alcances de la lucha exclusivamente de carácter político. El problema de
México no era solo democrático, de aumentos de salarios, de mejoramiento de las
condiciones laborales en las instalaciones fabriles sino también implicaba destruir el
acaparamiento de la tierra en pocas manos, desarrollar las fuerzas productivas sobre bases
nacionales, principalmente, fortalecer la independencia de la nación frente al imperialismo. Si
bien en una primera etapa los cambios fueron de orden político, después fueron de naturaleza
social, teniendo que participar los anarquistas y los socialistas al lado de otras fuerzas
políticas, con elementos provenientes de la burguesía agraria y de la pequeña burguesía
urbana. Se formó en cierta manera un frente nacional muy heterogéneo, lleno de diferencias y
pletórico de contradicciones, plasmando sus coincidencias en los manifiestos y en los
programas de la época.
En esta etapa el concepto “socialismo”adquirió carta de naturalización en el sistema político y
formó parte del lenguaje oficial de los grupos emergentes que habían tomado el poder en todo
el país. Casi todos los jefes militares y políticos de aquellos años decían estar inspirados por
esas concepciones, ejercer su dominación clasista con base en estos principios, de tal manera
que no hubo una acepción única del socialismo sino varias interpretaciones, que iban desde
aquellos que preconizaban la construcción de una sociedad de hombres libres y de pequeñas
unidades económicas descentralizadas, como lo fueron los reductos que dejó el Partido
Liberal Mexicano, hasta los que proclamaban la necesidad de reorganizar las fuerzas
productivas con una base estatal centralizada y los que se guiaron por las orientaciones de la
III Internacional, que pugnaban por la creación de una sociedad comunista.
En el interior de la filas de la clase obrera los partidarios del anarcosindicalismo, nucleados en
la Casa del Obrero Mundial, habían caído en un total descrédito a causa del apoyo brindado a
carranza apoyo que contradecía el principio ácrata de no participar en política. Carranza no
sólo no respetó los compromisos que había adquirido con la Casa sino incluso persiguió a sus
secciones y militantes. Los anarquistas demostraban una enorme debilidad ideológica al no
ser consecuentes con posprincipios que preconizaban y además una gran incapacidad política
para responder con eficacia ante la ofensiva de Carranza.
23
Dice Marjorie Ruth Clark que “Los agitadores comunistas empezaron a llegar a México
durante el gobierno de Carranza, quien les dio toda clase de facilidades a través de su
secretario Manuel Aguirre Berlanga, sin tomar en cuenta las consecuencias de esa decisión”.
Carranza –agrega la investigadora- era germanófilo, pero trataba de utilizar a los comunistas
para ciertos fines políticos propios, probablemente aconsejado por Álvaro Obregón, cuya
amplia visión social le permitía prever la importancia política de los trabajadores organizados.
En 1913 llegó a México Geo Bremond, del diario socialista “LHumanité” para entrar en
contacto con los grupos comunistas que se estaban formando al calor de la Revolución de los
bolcheviques. A partir de ese momento a esos elementos se les llamó precisamente
“bolcheviques” para significar que eran hombres que luchaban por cambios profundos, aunque
los enemigos trataban siempre de vincularlos con una supuesta conjura internacional fraguada
por Lenin desde Moscú. Pero también se iniciaron los contactos con los dirigentes de la AFL
de los Estados Unidos quienes, a su vez, estaban interesados en contrarrestar la influencia
ideológica del naciente poder soviético.
También llegó por aquella época el comunista norteamericano Linn A. Gale, el cual también
pretendía la unificación de los elementos y grupos comunistas. Investigaciones posteriores
han llegado a la conclusión de que en realidad Gale era un aventurero político, un hombre
divisionista sin escrúpulos, que mantenía informada a la embajada de los Estados Unidos en
la ciudad de México de todas estas actividades.
No era conveniente para el gobierno d eles estados Unidos, ni para el gobierno de México que
zumbiera entre los trabajadores “el ejemplo soviético” que ya se estaba expandiendo hacia los
países de Europa Occidental y hacía China. Se trataba de una revolución de verdad, no
conociendo en la historia de la humanidad, pues estaba trastocando las relaciones sociales
mediante la abolición de la propiedad privada en la industria, la agricultura, el comercio y los
servicios. Para ello se vendieron operaciones políticas para fortalecer a los sectores
moderados y reformistas del movimiento sindical, como fue la promoción de los vínculos entre
la CROM y la AFL y el envío entre los emigrados socialistas revolucionarios, de agentes,
informantes y espías cuya función era precisamente evitar el surgimiento de un partido
auténticamente revolucionario y de que el Departamento de Estado estuvieran al tanto de los
movimientos políticos de todos los militantes socialistas para anularlos o por lo menos
neutralizados.
Un importante progreso en la difusión y consolidación de las ideas sindicalistas
revolucionarias se dieron en el Congreso Obrero de Saltillo de abril y mayo de 1918. La mayor
parte de los autores no valoran en su justa dimensión lo que ahí ocurrió y de una manera
simplista afirman que fue un triunfo del reformismo. La CROM nace todavía bajo el influjo del
anarquismo, pero constituye, al mismo tiempo, un producto nuevo, en el seno del movimiento
obrero.
Aunque la mayor parte de los delegados al Congreso de Saltillo eran obreros de filiación
anarquista, la CROM representa un avance sensible respecto de la virtual desintegración a
que había llegado la Casa del Obrero Mundial. El Comité Directivo del Congreso, que diera
principio con 121 representantes, estuvo integrada por Jacinto Huitrón, Luis M. Morones,
Teodoro Ramírez y Ricardo Treviño. Entre ellos ya se prefiguraban las futuras tendencias que
después se disgregarían. Huitrón nunca abandonó las estériles tesis del anarquismo.
Morones, en cambio, de origen humilde, había nacido en la Ciudad de México en 1885. En
1912, contribuyó a la fundación de la Casa del Obrero Mundial pero no participó en los
batallones rojos ni viajó al estado de Veracruz. Asistió en cambio, a los congresos obreros de
Veracruz y Tampico de 1917 y 1918.
Morones declaró posteriormente que no había viajado a la entrevista con Carranza, no había
formado pare de los llamados Batallones Rojos porque no había estado de acuerdo con la
forma del pacto con los constitucionalistas por considerar que el movimiento obrero estaba
muy débil desde el punto de vista social y político y que por ello corrió el riesgo de ser
fácilmente absorbido por el carrancismo. El recomendaba que, por el contrario, primero debía
crearse más sindicatos y fortalecerse los existentes y solo después podría pensarse en
realizar alianzas con la burguesía.
El mayor mérito de Morones, en ese momento, fue el de cobrar conciencia de que la táctica de
los anarquistas sólo iba a producir más derrotas para los obreros y propuso un cambio en la
estrategia proletaria. Desde luego que los anarquistas no aceptaron ese paso evolutivo de
Morones, e insistieron en calificarlo como un instrumento de Gompers, de la American
Federation Of Labor y también de Carranza. Jacinto Huitrón se retiró del Congreso afirmando
que “soy enemigo de la política y de la falsedad que entraña la misma”.
La actitud de Morones es parte del proceso autocrítico que sufrió la Casa del Obrero Mundial
a raíz de la conducta represiva que aplicó Carranza contra los trabajadores electricistas que
guiados por Ernesto Velasco había estallado una huelga en la ciudad de México. En realidad,
la mayoría de los dirigentes de esa institución había llegado a la conclusión de que ni la
política de conciliación, ni la de enfrentamiento sistemático producían resultados exitosos para
los trabajadores y propusieron una táctica distinta que en realidad fue una combinación de
esas dos tácticas anteriores, que fue la acción múltiple. En realidad Morones encarnaba las
opiniones del grupo mayoritario de la COM en su última fase de existencia.
                        Este criterio esquemático y nulificador pudo prevalecer en el Congreso porque
como dice Lombardo Toledano “a pesar de las contradicciones que existían entre los
diferentes sectores del ejército popular que habían luchado en contra de la dictadura
porfiriana, la mayoría de sus jefes eran caudillos que representaban y exponían las
aspiraciones de los trabajadores de la ciudad y del campo, ligados a las grandes masas del
pueblo, de las cuales recibían inspiración”. La realidad política revolucionaria obligaba
objetivamente a que el movimiento obrero se definiera en torno a los caudillos militares y jefes
políticos. ¿Iban los trabajadores a mantenerse indiferentes mientras se gestaban las grandes
transformaciones profundas de la sociedad, o por el contrario, se trataba de impulsar esos
cambios, aún en el caso mayoritario en que los dirigentes revolucionario no provenían de las
filas de la clase obrera, ni tenían un pensamiento marxista, ni luchaban por la construcción del
socialismo?
La tendencia de Morones fue la que tuvo una concepción más objetiva y práctica y esos
cambios ya precisaron la necesidad de ubicarse al lado de quienes, dentro de la Revolución,
estaban a favor de esas modificaciones. Líderes obreros anarcosindicalistas como Celestino
Gasca, Reynaldo Cervantes Torres, Samuel Yúdico, Ezequiel Salcedo, José F. Gutiérrez,
Fernando Rodarte, rompieron con la predica abstencionista y dirigieron a la nueva central
obrera.
Debe observarse que la mayoría d eles promotores, organizadores y dirigentes de la CROM
fueron militantes destacados de la Casa del Obrero Mundial, algunos de ellos formaron parte
de los batallones rojos y habían abrasado las armas durante el proceso revolucionario y
finalmente habían participado en las grandes huelgas de la ciudad de México que ocurrieron
en el año de 1917 y 1918. Pero estos mundialistas revolucionarios hacían las concepciones y
practicas de un sindicalismo de nuevo tipo que postulaba una renovación de las tácticas
sindicales ante la nueva realidad política imperante.
El contenido de algunas resoluciones de la CROM, es digno de mención, por nuestra parte
que: son obligatorios para todas las agrupaciones obreras, prestarse ayuda material y moral
mutua (se parte de la idea marxista de que todos los obreros, en su calidad de explotados,
pertenecen a la misma clase social) se comprometen a buscar el acercamiento con todas las
colectividades obreras (reforzando el sentimiento clasista). De una manera elocuente, el
Congreso llegó a la conclusión de que “reconociendo que el problema social tiene por origen
el problema económico y que éste no podrá resolverse mientras los frutos de la tierra en todas
sus aplicaciones se hallen acaparados por una minoría que no es productora y sí consume
todo lo que resulta o se deriva del esfuerzo humano, acepta el reparto de la tierra como
finalidad que resulta del medio de acción para resolver el problema económico, por lo que se
refiere al campesino.
VI
            Dos acontecimientos históricos influyeron en la difusión de las ideas marxistas en lo
particular y de las ideas socialistas en lo general: el estallido de la primera revolución social,
antiimperialista, democrática y agraria del siglo XX en México y en 1917 el triunfo de la
revolución bolchevique  contra los reformistas de Kerenski y contra la autocracia zarista. Y en
el interregno, la guerra mundial europea que acabó con la vida de millones de trabajadores y
que provocó una gran destrucción de la planta productiva de esas naciones, demostrando así
las consecuencias que tuvo el patrioterismo y el ultra nacionalismo. Los socialdemócratas
aprobaron en los parlamentos a los que pertenecían los llamados créditos de guerra y se
dejaron llevar por las ambiciones inescrupulosas de los gobiernos burgueses, lo que sin duda
los desacreditó ante las grandes masas del proletariado, mientras los comunistas, aunque con
menor fuerza numérica, lograron incrementar su prestigio entre los trabajadores de todos los
países del mundo.
La lucha popular contra la dictadura de Porfirio Díaz causó la animadversión de los círculos
gobernantes en los Estados Unidos, quienes habían apoyado a ese gobierno tiránico, en la
medida en que protegía y defendía sus intereses, es decir, los de los grandes inversionistas
que se encontraban básicamente localizados en la industria petrolera, en la minería, en los
ferrocarriles. Los sucesivos gobiernos yanquis, desde Wilson hasta Coolidge combatieron
denodadamente los artículos más radicales de la Constitución de Querétaro, sobre todo contra
el 27, que ya no consideraba como intocable o inalienable  la propiedad privada, sino sujeta a
múltiples restricciones y limitaciones y se opusieron a  los intentos para emitir una legislación
en materia petrolera, que comenzara a recuperar para la nación esos recursos naturales. Las
diferencias de la política exterior yanqui eran de grado, pero no de esencia y las reflejaban
claramente los embajadores acreditados en nuestro país: Lane Wilson intervino
descaradamente en la realización del golpe de estado y en el asesinato de Madero y Pino
Suaréz, después  regatearon y condicionaron los reconocimientos de los gobiernos de
Carranza y de Obregón,  a cambio de que otorgaran concesiones inadmisibles, hasta las
brutales presiones de Kellog quien acusó al régimen de Calles de tener una tendencia
soviética, culminando con la diplomacia de “mano suave”, de Morrow. Todos ellos se
propusieron la suspensión de la vigencia del nuevo orden constitucional, la protección a
ultranza de sus capitales  y la total entrega y sumisión de los gobiernos de México  los
dictados de Washington.
El sustento ideológico de la política anti-mexicana, llevada a cabo por el Departamento de
Estado y aplicada por sus embajadores, sujetos a distintas modalidades, consistía en
considerar que la Constitución de Querétaro era una copia de la Constitución bolchevique y
que por lo tanto se preparaba un atentado a fondo contra la propiedad privada, claro está,
norteamericana, convirtiéndose los gobiernos de México en factores de inestabilidad para la
Unión Americana, que pretendían, además, extender su influencia política comunista hacia la
región centroamericana. En aquella época se inventaron muchos pretextos o mitos, como
aquellos que consistían en afirmar que llegaban a nuestro país numerosos y peligrosos
agitadores profesionales, pagados por el gobierno moscovita y que los comunistas y
bolcheviques tenían una presencia importante entre las organizaciones de trabajadores y de
campesinos y preponderante en las esferas gubernamentales.
Ello no era así. En el congreso constituyente de Querétaro triunfaron  los llamados “liberales
radicales”, a los “liberales sociales, que en sus años juveniles habían recibido la benéfica
influencia de las ideas floresmagonistas, pero que andando por los vericuetos de la lucha
armada y en el marco de la guerra de facciones Inter.-burguesas, habían moderado y
tamizado su pensamiento político. Más que preconizar las ideas marxistas sobre la propiedad
privada, ellos se dejaron guiar por las concepciones de un liberal avanzado, Andrés Molina
Enríquez, quien hizo compatibles dos principios fundamentales: sancionar y respetar la
propiedad privada, pero sujetándola a las modalidades que dictara el interés público y
otorgarle preeminencia a la propiedad de la nación. Molina Enríquez no era, desde luego, un
marxista, pero estaba muy cerca de esas posiciones, o los marxistas se apoyaron en sus
ideas para elaborar sus planteamientos estratégicos.
Una de las características principales de esos liberales progresistas, que no tuvieron empacho
en reconocerse como socialistas y que encabezaron gobiernos populares, como Múgica en
Michoacán, Tejeda y Jara en Veracruz, Portes Gil, en Tamaulipas, Garrido Canabal en
Tabasco, fue la de que se identificaron con las demandas y las reivindicaciones sociales y
económicas de los obreros y de los campesinos y las satisficieron en gran medida, aplicando
muchas veces medidas de alcance limitado, sujetas sus administraciones a vacilaciones y
contradicciones. Esos liberales tuvieron la virtud de colocarse a la izquierda del carrancismo
conservador y después romper con el con la aprobación del Plan de Agua Prieta, que culminó
con el entronizamiento en el poder de los grupos más progresistas (los de Obregón, de la
Huerta y Calles). Aunque ellos eran partidarios de la propiedad privada, pero  no la
consideraban como algo absoluto sino que había que someterla  a una serie de limitaciones,
aquellas que respondían a las exigencias de los obreros y de los campesinos y del pueblo, en
general.  Eran favorables a la instauración de un régimen democrático, pero no de la
democracia política clásica pues compartían la preocupación de contar con un poder Ejecutivo
fuerte y con una economía  centralizada, lo que los apartaba de las tesis originarias de Molina
Enríquez.
El estado surgido del proceso revolucionario no fue, desde luego, un estado socialista porque
la clase obrera no fue la clase hegemónica en la lucha contra la dictadura y porque tampoco
había un partido que se inspirara en la filosofía del proletariado. Pero tampoco fue un estado
indiferente a los antagonismos entre el capital y el trabajo sino su accionar debía ser siempre
favorable  los intereses vitales de los trabajadores de la ciudad y del campo. Por lo menos esa
fue la tesis y la conducta de los hombres más consecuentes y progresistas, los cuales se
opusieron a los jefes políticos y militares, a los funcionarios públicos, que trataban siempre de
mantener una actitud conciliatoria “entre los factores de la producción”, como los Pani y los
Puig Causaranc, que se instalaron en el sector más conservador. Diputados claramente
provenientes de las filas de la clase obrera fueron pocos en Querétaro, sobre todo Victorio
Góngora, Carlos L. Gracidas, Dionisio Zavala, Nicolás Cano, pero no actuaron en forma
conjunta defendiendo principios marxistas sino más bien dejaron el camino libre  a  los
liberales sociales, emparentados con el pensamiento obrerista de Obregón. Más bien actuaron
en una alianza los marxistas y obreristas con los liberales sociales.
A pesar de todo, la promulgación de la Constitución de I917 propició un gran movilización de
los campesinos y de los obreros, que exigían se cumplieran los artículos 27 y   123 y
demandaban la emisión de leyes reglamentarias. Esta formidable presión popular y nacional
hizo que todos los funcionarios y dirigentes políticos de la época se reconocieran como
socialistas, que estaban luchando por la implantación de ese sistema, sin precisar a qué tipo
de socialismo se estaban refiriendo. Ellos no pensaban que había  que modificar de raíz el
régimen de la propiedad privada, entre otras cosas, porque como institución estaba contenida
de una manera explícita en la Carta Magna. Opinaban que al destruir la gran propiedad
territorial estaban marchando hacia el socialismo.  Un socialista reformista, Ramón P. Denegrí,
quien en la ciudad de Nueva York, siendo cónsul de México abrevó en la literatura marxista y
estableció contactos estrechos con los socialistas y radicales norteamericanos, presidió en el
régimen de Obregón la Comisión Nacional Agraria, la cual se encargó de hacer los   estudios
técnicos y de realizar las primeras acciones para el reparto de las tierras a  los campesinos y
otro socialista, de tendencias anarquistas, Miguel Mendoza López, también funcionario de esa
dependencia, se encargó de organizar las primeras ligas de labriegos, para que se formaran
los comités particulares agrarios, los cuales tramitarían las solicitudes de dotación  a los
pueblos y comunidades. Predominaba en ese momento el criterio de que las superficies
entregadas a los campesinos se explotaran comunalmente, entrando en abierta contradicción
con la tesis de Molina Enríquez de que lo hicieran de una manera individual.
En la constitución de las ligas campesinas, impulsadas, repetimos, desde las instancias del
poder público participó Felipe Carrillo Puerto en el estado de Morelos primero y después, claro
está, en el estado de Yucatán. Carrillo Puerto había sido colaborador  estrecho del general
Salvador Alvarado y durante su estancia en la ciudad de México actuó en el llamado buró
Latinoamericano, auspiciado por los delegados de la Internacional Comunista, como el
japonés Sen Katayama, pero al poco tiempo se separó de ellos porque llegó al
convencimiento, gracias a los consejos del norteamericano Robert  Haberman y a las cartas
de José Ingenieros de que era posible una lucha y una ruta hacia el socialismo sin necesidad
de adherirse, de una manera plena y mecánica, al camino de la Rusia soviética, pero
tampoco, claro está, sin enfrentarse con ella, sino prestándole toda la solidaridad posible.  La
obra gubernativa de Alvarado y de Carrillo en la península yucateca influyó de una manera
notable  en la formación y en la orientación de los gobiernos populares de Veracruz,
Campeche y Tabasco y en general en la organización de las grandes asociaciones de los
trabajadores por la defensa de sus intereses concretos, como los sindicatos inquilinarios, las
ligas campesinas, las cooperativas y otros.
La lucha por la forma que debía asumir la explotación de la tierra se dio entre los liberales
burgueses y los socialistas y anarquistas y estuvo presente por una larga etapa. Obregón y
Calles eran partidarios sobre todo de la pequeña propiedad, pero ante la organización y la
presión de los campesinos se vieron obligados a dotar de tierras a los núcleos ejidales,
aunque establecieron una deformación de esencia: la parcelación de carácter individual. La
línea de la explotación comunal venía de las ideas que al respecto había planteado Flores
Magón, encontrando una gran coincidencia con la lucha de las guerrillas zapatistas. Hubo
contactos entre Ricardo y Emiliano, pero no fructificaron en ninguna alianza concreta, el
segundo le pidió al primero que se trasladara al estado de Morelos para continuar su lucha en
territorio mexicano y seguir publicando Regeneración, pero esto no sucedió; cerca de Zapata
estaba Díaz Soto y Gama cuyos juicios  se plasmaron en muchos documentos de la causa
zapatista. Zapata y Flores Magón coincidían en la defensa de un modo de producción, que
estaba firmemente arraigado en el desenvolvimiento económico de la nación y que había
resistido las embestidas de las leyes de desamortización y de las compañías deslindadoras y
porque de alguna manera deseaban regresar al pasado, sin tomar en cuenta que esto ya no
era históricamente posible. En el mes de febrero de 1918 Zapata expresó su admiración por la
revolución bolchevique, pensando que México y Rusia tenían las mismas causas motoras,  sin
observar las grandes diferencias que había entre ambos procesos, pero esa simpatía no se
tradujo en ninguna inclinación hacia el comunismo. Esas diferencias fueran advertidas por
intelectuales socialistas como Rafael Nieto, uno de los principales difusores de las tesis
marxistas y más adelante por Jesús Silva Herzog, cuando fue embajador de México en Rusia
y después de haber estudiado la experiencia de la edificación del socialismo en aquel país.
En México, frente a la revolución de Octubre se presentaron dos actitudes: una de admiración
franca, defensa a ultranza y de seguimiento puntual y mecánico deseando considerarla como
el prototipo de la revolución y el camino que debían seguir todo los países del mundo,
principalmente impulsada por los comunistas de la tercera internacional y otra, la de una cierta
aprensión pues si bien reconocían los enormes cambios sufridos en el país más atrasado de
Europa, opinaban, no obstante que la revolución mexicana era una vía más progresista y más
radical, pero sobre todo original. Los liberales burgueses consideraban que la revolución
soviética era  un acontecimiento sobre todo europeo o asiático que poco  nada podía aportarle
a nuestro país porque, aducían, que éste tenía un camino específico hacia el progreso. Más
les interesaba el sistema cooperativo en Alemania, que generó mucha admiración, por
ejemplo en Calles, el funcionamiento de la acción múltiple en la Gran Bretaña, que las
grandes acciones colectivizadoras de los bolcheviques. En cambio, sí eran partidarios de la
existencia de un partido popular, con un amplia base obrera y campesina, que fuera
hegemónico en el estado y de una economía sometida y orientada por un  plan; creían
encontrar similitudes entre los koljoses soviético y los ejidos mexicanos, pero en el fondo, la
diferencia fundamental, esencial, que ocultaban con mucha frecuencia por el temor a ser
considerados como reaccionarios o derechistas era la prevalecía del régimen de la propiedad
privada o su sustitución por la propiedad social de lo mismos.
Los anarquistas se “decepcionaron” del rumbo que Lenin le imprimía el funcionamiento del
nuevo estado proletario, sobre todo al nacionalizar grandes ramas de la economía y crear
enormes empresas estatales y al asignarle al partido una enorme fuerza en la toma de las
decisiones públicas. Ellos esperaban que la economía nacional se repartiera para ser
explotada en pequeñas unidades de producción y que la base del poder político fueran los
sindicatos y las asociaciones de campesinos. Las ácratas norteamericanos, encabezados por
Emma Goldman, fueron los primeros en enderezar fuertes críticas a la dirección leninista,
hasta romper con ella, después lo hicieron los militantes de las IWW que habían participado
en la fundación de la Internacional Sindical Roja y más adelante esas diferencias las expresó
Ricardo en sus escritos de la etapa final de su vida, las cuales fueron reivindicadas por la
Confederación General de Trabajadores. Respaldaron la lucha que contra el poder soviético
llevaba adelante el anarquista Majno, lo cual se tradujo en un violento antagonismo contra los
comunistas.
Los intereses económicos que protegía y defendía la embajada de los Estados Unidos en
México se movilizaron para levantar el fantasma del peligro bolchevique que se cernía sobre
nuestro país. En la Unión Americana se desató la persecución contra las agrupaciones
comunistas y socialistas porque según esta concepción eran instrumentos de un gobierno
extranjero que tenía como finalidad la de destruir el régimen político democrático, basado en
la propiedad privada. Muchos militantes marxistas fueron llevados a la cárcel, durante la
embestida del procurador Palmer quien implantó una lucha abierta contra el
denominado terror rojo, cientos de trabajadores extranjeros que se suponía  estaban
vinculados o influidos por   organizaciones anarquistas o socialistas fueran expulsados de los
Estados Unidos y se dictaron leyes de emergencia para prevenir y sancionar actos de
sabotaje, espionaje o cualquier acción desestabilizadora que proviniera de esas
organizaciones. Esa política nacional norteamericana se pretendió extender a México por el
secretario Kellog y el embajador Sheffield quienes calculaban que también nuestro país
estaba a merced del peligro de la expansión de los bolcheviques y ejercieron enormes
presiones a los gobiernos de Obregón y de Calles para que sacara del país a los  extranjeros
extremistas y pusiera límites a los comunistas,   cuya fuerza social y política fue
artificialmente magnificada por los reportes de los agregados militares acreditados en la
legación yanqui.
VIII
A principios del siglo XX esta era la conformación de las principales corrientes ideológicas en
el seno del movimiento obrero: por un lado, estaban los grupos y los militantes anarquistas,
que predominaban en los sindicatos existentes; después se encontraban los sindicalistas o los
socialistas reformistas que eran partidarios de la acción múltiple,  aunque no la desarrollaban
desde el punto de vista teórico todavía, ni menos aún podían llevarla a la práctica, los que  
seguían en importancia a los primeros y en tercer término estaban los grupos y elementos
comunistas que se comenzaron a organizar en torno a las directrices de la tercera
Internacional. Durante los congresos obreros de Tampico y Veracruz, celebrados en el año de
1917, no se había llegado a ningún acuerdo fundamental en materia programática y menos
aún, organizativa pero existía la convicción en muchos dirigentes sindicales de seguir
efectuando encuentros y reuniones para alcanzar esos propósitos. En esos congresos en
realidad habían prevalecido los anarquistas pues en ambos se decidió rechazar  la
participación de los obreros en la política nacional.
El resultado final de la alianza entre la Casa del Obrero Mundial y el gobierno carrancista fue
aleccionador en varios aspectos: los trabajadores no podían, no debían confiar en la conducta
ni en las políticas de los liberales burgueses,  la satisfacción de sus demandas económicas y
sociales tenían que lograrse por sus propias fuerzas y merced a su propia lucha, en el marco
de la acción directa contra los capitalistas. En el fondo, el rompimiento con Carranza y la
represión que posteriormente desató en contra de la COM, había sido motivado por
diferencias de clase. Pero a la vez, no podían ni debían cancelarse en forma definitiva la
política de alianzas con grupos o sectores no proletarios, como lo sostenían con mayor
insistencia los elementos anarquistas, que eran los más intransigentes en conservar una
supuesta pureza ideológica y la autonomía de clase. La lucha por estos objetivos, en el
momento en que existía un fuerte reacomodo entre los grupos revolucionarios triunfantes,
sobre los cuales había que tomar posición, ya había perdido su poder de exaltación entre los
obreros y por lo tanto, las prédicas abstencionistas comenzaron a retroceder.
Las huelgas ocurridas en la ciudad de México durante la etapa en que permaneció ocupada
por las fuerzas  carrancistas, la forma como fueron solucionando las huelgas, utilizando a la
policía y al ejército, al grado de aprobar la sentencia de muerte a sus principales dirigentes,
sentencia, que, como sabemos, finalmente no se llevó a cabo pero que reflejaba la
animadversión que el primer jefe tenía contra los obreros, permite también llegar a las
siguientes conclusiones: el grupo encabezado por Carranza había aceptado a regañadientes
la alianza con la COM, pues no estaba  convencido de la necesidad política de la misma, ni
mucho menos se identificaba  con las aspiraciones del proletariado. De ello dio muchas
muestras. En la capital del país dictó algunas medidas contra los acaparadores de productos
de primera necesidad, pero pidió a los jefes militares que no incurrieran en excesos y trató de
sustituir solo en parte los billetes de papel por monedas de oro de curso regular para detener
el sensible deterioro del poder adquisitivo de los salarios. La reforma monetaria, promovida
por Luis Cabrera, quedó inconclusa pues en aquella época tanto en la capital de la república
como en las zonas dominadas por los carrancistas, se vivió una grave situación económica y
social en la que los trabajadores y los campesinos carecían hasta de los alimentos más
indispensables, mientras los precios de los mismos subían en forma escandalosa.
En el seno del carrancismo era posible advertir dos tendencias: una, encabezada por Rafael
Zubarán Capmany y la otra dirigida por Obregón. Al primero se le encomendó que elaborara
un proyecto de legislación obrera y si bien incluyó demandas como la jornada de ocho horas,
el descanso dominical, el salario mínimo, los pagos de indemnizaciones por accidentes
laborales, no aceptó el papel del estado como tutelar de los derechos de los obreros. El creía  
que los salarios altos  en realidad pronto se convertían en mayores beneficios para los
empresarios pues en la medida en que los obreros tenían mejores remuneraciones,
generaban elevados niveles de productividad y trataba de convencer a  los capitalistas de que
aceptaran esta situación. En cuando a su concepción del socialismo, lo consideraba
simplemente como un grito, de desesperación y dolor de los proletarios por los sufrimientos
experimentados en extenuantes jornadas laborales, las cuales eran contraproducentes pues
debilitaban  a la raza. Esta línea de pensamiento era, desde luego, apoyada  por Carranza
quien opinaba que los obreros y los campesinos eran tan solo unas clases más en que se
componía la sociedad mexicana, pero que también estaban los industriales, los comerciantes,
hacendados y que el gobierno estaba obligado a proporcionarle garantías a todas ellas, sin
inclinarse por alguna de ellas en lo particular. Cuando los dirigentes de la COM le ofrecieron
su apoyo lo rechazó en una primera instancia diciéndoles que no le interesaba pues ya  tenía
el respaldo de los campesinos y solo suscribió el pacto mediante el cual se formaron los
Batallones Rojos por intermediación de Obregón .Calculaba que una vez que fueran
derrotados los ejércitos de la usurpación y restablecido el orden constitucional, los obreros
regresarían tranquilamente a sus fábricas y talleres y los campesinos a los campos de
labranza y seguiría la lógica esencial del modo de producción existente.
En los discursos oficiales de los constitucionalistas, Zapata representaba la barbarie y la
destrucción, el inútil derramamiento de sangre, pues   siempre consideraron como muy pobres
sus demandas de carácter social, casi nulos sus planteamientos de tipo político, mientras 
Villa defendía simplemente los intereses de la reacción y del clero y esas concepciones se
hicieron prevalecer en las deliberaciones  de la Casa del Obrero Mundial. Por otra parte, ni
entre los dirigentes de esta agrupación, ni entre los intelectuales que trabajaban cerca de las
guerrillas sureñas había un acercamiento importante que permitiera apreciar las afinidades de
clase entre los obreros y lo campesinos, ni por lo tanto, se pudo establecer una alianza
política. Por otra parte, Carranza, al promulgar la ley  del 6 de enero de 1915 asumió como
propias  las banderas de los  zapatistas, los cuales, además, desde el punto de vista
geográfico, solo se limitaban al pequeño estado de Morelos, en tanto los contingentes
militares carrancistas estaban operando, con base en verdaderos ejércitos, compuestos sobre
todo por campesinos e indígenas, en casi todo el territorio nacional, llevando sobre sus
espaldas el peso fundamental de la guerra contra Huerta. En cambio, con Villa ni siquiera se
exploró la posibilidad de una alianza pues no había cerca de él personalidades que
vislumbraran la importancia o trascendencia de un acuerdo de esa naturaleza, preocupado
como estaba el jefe militar norteño en aplastar a los huertistas y en superar sus dificultades
con Carranza. Ni siquiera fue posible una alianza entre Villa y Zapata pues mientras el primero
era partidario de la pequeña propiedad, de un pequeño ranchito, se decía, para todos los
campesinos, el segundo, como sabemos, estaba a favor de la explotación comunal de la
tierra. Nunca hubo condiciones para entablar una alianza obrero campesina.
Existen suficientes elementos informativos para considerar que Obregón tuvo un destacada
participación en el acercamiento de la COM hacia Carranza pues fue Gerardo Murillo, el
doctor Atl, quien había regresado a México después de haber militado un breve tiempo en el
Partido Socialista Italiano, el que inclinó la balanza en la actitud de los obreros hacia el primer
jefe y Murillo está muy vinculado a Obregón. Después este fue un factor importante  para
evitar o suavizar las actitudes duras y represivas del hacendado de Coahuila en contra de los
trabajadores y dotó  la COM de inmuebles y dinero para que los sindicalistas que regresaron a
la ciudad de México después de haber luchado en los campos de batalla contra los  villistas,
pudieran alimentarse. Como dicen Araiza y Salazar, no solo historiadores sino también
participantes directos en esos sucesos, esa conducta de Obregón le generó una gran simpatía
entre los obreros  que lo consideraban su amigo, influencia que después le fuera muy útil para
entablar su propia política de alianzas ya dueño del poder. Todo ello en contraposición a la
animadversión que los sindicalistas  tuvieron por el general Pablo González, quien había
organizado la persecución contra los huelguistas de la capital de la república.
Desde el punto de vista militar se formaron varios batallones de obreros, pero todos quedaron
bajo las ordenes de los jefes carrancistas y su participación más destacada se dio en la batalla
de Celaya en la que Obregón venció a Villa mediante la aplicación de una táctica engañosa
pues primera se dejó acosar por las cargas de caballería de la División del Norte y después
organizó el establecimiento de un cerco contra aquellas hasta provocar la huída de los
atacantes. En esas hostilidades, los miembros de la COM actuaron bajo las órdenes directas
del general sinaloense Juan José Ríos, quien en sus años juveniles había abrevado en las
páginas de Regeneración, de los hermanos Flores Magón, atacando por el flanco izquierdo a
las tropas norteñas. Al concluir la lucha, Obregón decretó la implantación del salario mínimo
par los jornaleros del campo y permitió que los dirigentes obreros formaran algunos sindicatos,
como se estipulaba en una de las cláusulas del referido pacto. En  los medios de prensa de la
época, Obregón se presentaba no solo como un hábil militar,  el principal brazo armado de
Carranza, sino también como un hombre profundamente preocupado por los problemas de los
obreros y de los campesinos y enseguida, muy cerca de él, siguiendo esa misma línea
política,  pero siempre atrás, el general Plutarco Elías Calles. Se hacía muy frecuente
referencia a que Obregón había leído también la prensa magonista y que el había sido obrero
en un establecimiento de maquinaria agrícola en el estado de Sonora y que por lo tanto
compartía las preocupaciones de los trabajadores.
¿Qué fue la Casa del Obrero Mundial? Un centro de formación política de cuadros cuya
principal función consistía en organizar sindicatos en todo el país y de una manera particular
en las zonas o ciudades en las que dominaban los carrancistas, todo ello bajo la orientación
de un núcleo de militantes anarquistas, tanto extranjeros como nacionales. Sus principales
actividades se concentraron en la ciudad de México, en donde, además, la Casa operó como
un centro educativo y cultural, en el que convivían los anarquistas con otros elementos que
eran demócratas liberales, como Isidro Fabela  pusieron en funcionamiento una escuela
racionalista, la cual no pudo desarrollar todas sus potencialidades pues su principal
encargado, Francisco Moncaleano fue expulsado del país y la mayoría de los sindicalistas se
tuvieron que trasladar al puerto de Veracruz para incorporarse a la lucha armada. A pesar de
la total negación para incursionar  en el campo político, los ácratas de la COM se acercaron  a
la Cámara de Diputados para exigir una serie de derechos y reivindicaciones, conmemoraron
por la primera vez la histórica fecha del 1º. de Mayo y combatieron a la dictadura de
Victoriano Huerta, en asociación con los liberales progresistas. Los miembros de la COM eran
internacionalistas muy consecuentes pues consideraban que los intereses del proletariado
traspasaban las fronteras nacionales y que lo importante era la disposición común que les
unía a todos ellos para luchar contra el capitalismo.
El pacto con Carranza y los resultados diversos arrojados generaron consecuencias para los
militantes de la COM y para el movimiento obrero en su conjunto pues mientras para algunos
se había demostrado que había sido un costoso error haber entablado esa alianza, para otros
representaba la oportunidad de replantear, sobre bases nuevas y en función de la experiencia
adquirida, las viejas concepciones abstencionistas y por el contrario, proclamaron la
necesidad de incursionar con mayor fuerza en ese terreno. Se enfrentaron entonces dos
criterios, los cuales, al no poder superarse en el seno de la COM terminaron por disolverla,
produciéndose una diáspora de dirigentes, los cuales regresaron a las filas de sus sindicatos,
para seguir buscando una oportunidad para volver a reagruparse. Los anarquistas se
atrincheraron en el odio y el resentimiento de clase, pero se mostraban incapaces de dar
soluciones a las demandas económicas y sociales de los trabajadores y otros miembros de la
COM se aglutinaron en torno de un trabajador electricista, Luis. N Morones, quien no había
formado parte de los batallones rojos porque permaneció en la ciudad de México y que había 
sido nombrado por Carranza gerente de la Compañía Eléctrica y Telefónica, en donde
demostró tener capacidades administrativas. Morones era sobre todo un autodidacta, que leía
libros y folletos no solo de tendencia anarquista sino de pensadores de otras vertientes
socialistas y obreristas, pero era, sobre todo, un hombre práctico, realista, muy disciplinado en
el cumplimiento de las tareas encomendadas, aunque también muy afecto a las comodidades
materiales y a los lujos.
Este grupo examinó críticamente las experiencias derivadas de la alianza con Carranza y 
diferencia de los anarquistas, encabezados por Jacinto Huitron, acordó seguir un camino
distinto: el rompimiento había ocurrido porque no existía una poderosa organización sindical
de alcance nacional pues la COM se limitaba a la región central del país y a   que no existía
un partido político proletario capaz de intervenir con suficiente fuerza en la política nacional.
Morones se dio a la tarea de escrudiñar en el interior de los grupos que componían el
carrancismo y encontró que el grupo que más se identificaba con los intereses de los obreros
y de los campesinos era el de Obregón, de tal manera que al darse a conocer el Plan de Agua
Prieta, mediante el cual los militares sonorenses radicales  pasaban a la lucha frontal contra
Carranza, Morones estuvo con ellos y comenzó a establecer relaciones con los líderes de la
American Federation Of Labor y de una manera particular, con Samuel Gompers, abriendo así
nuevas perspectivas para el movimiento obrero mexicano. Morones habló con el embajador
Ignacio Bonillas, candidato presidencial favorito de Carranza y concluyó que era un hombre
totalmente desconocido en México pues casi todo su vida la había pasado en el extranjero, se
entrevistó después con el general Pablo González, para opinar que era un reaccionario,
encontrando solo receptividad y concordancia en el general Álvaro Obregón, con quien
estableció relaciones que se caracterizaron por su inestabilidad y fluctuación pues los militares
y políticos que pertenecían el círculo más estrecho del gran soldado siempre vieron con recelo
y atingencia ese acercamiento. Igual actitud asumió el Partido Nacional Agrarista, cuyos
líderes habían acordado con Morones que la CROM afiliaría solo a los campesinos jornaleros
y ellos a los solicitantes de tierra, que, por supuesto, eran la mayoría de los campesinos de
México. Morones se opuso a dicho acuerdo criticando la táctica de los agraristas que según el
era muy limitada pues se circunscribía al reparto de las parcelas y que en cambio la CROM
pugnaba, además, por la entrega de créditos y de maquinaria agrícola. Además, muchos
miembros de la CROM eran campesinos sin tierra, habían instaurado cientos de expedientes
de restitución y de dotación de tierras y en el Comité Central existía una Secretaría de
Agricultura, la que siempre desempeñó una intensa actividad.  Durante la primera etapa de la
CROM, el anarquista Antonio Díaz Soto y Gama militó en sus filas pero en la convención de
Guadalajara decidió separarse de ella para formar su propia organización,  el Partido Nacional
Agrarista, que pretendió erigirse también en el continuador práctico de los ideales agrarios de
Emiliano Zapata.
           Al iniciarse el régimen de Obregón, los trabajadores pugnaron por el respeto irrestricto
al derecho de asociación sindical, al derecho de huelga, pero sobre todo demandaron la
formulación de las leyes reglamentarias del artículo 123 constitucional que hasta ese
momento no se había aplicado, entre otros causas, por la inestabilidad política reinante en
todo el país. Los campesinos, por su parte, consideraron que había llegado el momento de
iniciar la fragmentación de las grandes haciendas y de restituir a los pueblos y a los ejidos las
tierras que les habían sido ilegalmente despojadas sobre todo en la época porfirista. Por ello,
surgió la necesidad de unificarse nacionalmente en grandes organizaciones obreras y
campesinas, que superaran las limitaciones de la COM. Habían emergido otros partidos no
proletarios, como el Nacional Constitucionalista, el Cooperatista y el reparto de las posiciones
en el Congreso de la Unión, en las gobernaturas de los estados y en la administración pública
se realizaba tomando en cuenta en forma exclusiva a esos partidos burgueses y
personalistas, que se aglutinaron en torno a la figura de Obregón para poder capitalizar la
gran autoridad moral y política que tenía entre el pueblo.
VIII
El gobernador del estado de Coahuila, Gustavo Espinosa Mireles, quien durante un tiempo se
desempeñó como secretario particular de Venustiano Carranza, lo que permite apreciar la
gran cercanía que tenía con el, convocó a un Congreso Nacional Obrero, que se realizaría en
la ciudad de Saltillo en el mes de mayo de 1918. En el artículo 2 de la convocatoria se autorizó
al Ejecutivo para que erogara los gastos necesarios para la preparación de dicho encuentro.
Después se integró una Comisión Organizadora, compuesta por Juan Lozano, Andrés de
León y Ricardo Treviño, la cual enfrentó serias dificultades para cumplir con sus objetivos
pues la mayoría de los líderes de la época no deseaban ya mezclarse en política y menos aún
ante el llamado de un alto funcionario público muy emparentado con Carranza. La
convocatoria, por provenir de una personalidad con esas características causó en ellos una
gran desconfianza pues pensaban que Espinosa Mireles pretendía manipular ese encuentro,
naturalmente, en beneficio del gobierno en turno. Ello hizo que los integrantes de la citada
Comisión Organizadora emprendieran viajes muy intensos hacia las regiones fabriles, sobre
todo, para hablar directamente con los dirigentes sindicales a efecto de persuadirlos de que
ese Congreso no entrañaba ningún riesgo.
 
Todavía estaban frescas las experiencias frustradas de los congresos de Veracruz y Tampico
en los cuales, como hemos afirmado, no se habían puesto de acuerdo los partidarios del
anarquismo con los elementos sindicalistas reformistas que empezó a jefaturear Morones. Se
tenía el temor de que ocurriera un nuevo fracaso. En el primer congreso se descartó en forma
definitiva la lucha política y se condenó a los sindicatos a emprender luchas exclusivamente
de carácter salarial o económico  debiendo recordar que Morones fue expulsado del Sindicato
Mexicano de Electricistas, al que pertenecía por razón de su profesión, por haber aceptado el
cargo de secretario del ayuntamiento de la ciudad de Pachuca y por haber sostenido
conversaciones con Samuel Gompers, que era repudiado por los anarquistas y los
comunistas.
La resistencia mayor para asistir al Congreso de Saltillo la presentó la Federación de
Sindicatos del Distrito Federal, en donde coexistían anarquistas y partidarios de Morones y
que había sido una organización de alguna manera heredera directa de lo que había sido la
Casa del Obrero Mundial. Era una agrupación  importante, hasta diríamos que decisiva para
una eventual unificación del proletariado a nivel nacional. En ella Jacinto Huitrón, obrero
ferrocarrilero, que había participado en los batallones rojos y eran un hombre de una honradez
acrisolada, que defendía con una gran pasión sus ideales libertarios, pero de muy escasa
preparación teórica, como dice Rosendo Salazar, quien lo conoció muy bien, expresaba en
forma reiterada que la política como tal entrañaba siempre  una falsedad, que era una fuente
infinita de corrupción y en cambio Morones sostenía la necesidad de que se buscara un
acercamiento con Obregón.
Estas posiciones fueron irreconciliables. Huitrón parecía ignorar  que “a pesar de las
contradicciones existentes entre los diferentes sectores que componían los ejércitos
populares, que habían luchado contra la dictadura porfirista, la mayoría de sus jefes eran
caudillos que representaban y exponían las aspiraciones de los trabajadores del campo y de
la ciudad, ligados a las grandes masas del pueblo, de las cuales recibían su inspiración. “ El
proceso de revisión respecto de las tesis precedentes también lo emprendieron Celestino
Gasca, Reynaldo Cervantes Torres, Samuel O. Yúdico, Ezequiel Salcedo, José F. Gutiérrez,
Fernando Rodarte, militantes todos de la Casa del Obrero Mundial, pero que consideraron era
imperioso modificar la estrategia y la táctica de la clase obrera. Su preparación académica
era, ciertamente,  muy escasa, pero tenían una gran intuición política, una apreciable
capacidad organizativa y una gran resolución para el combate pues no solo actuaron en los
campos de batalla al lado de los carrancistas sino también empuñaron las armas para luchar
contra otros grupos.
Después de haber revisada las actas del Congreso de Saltillo podemos concluir que si bien el
gobernador Espinosa Mireles lo convocó y pagó sus gastos, no tuvo ninguna ingerencia en su
composición, ni  menos aún, en sus deliberaciones pues el desarrollo de los trabajos estuvo a
cargo por entero  de la Comisión organizadora ya señalada con anterioridad y por la Mesa
Directiva de Debates, que fue integrada de una manera plural y por lo tanto los delegados
procedieron con absoluta libertad. Una vez que se vencieron todas las resistencias, a las que
hemos hecho alusión con anterioridad, se observó un claro predominio de los militantes de la
corriente de Morones, tanto en la conducción de las discusiones, como en los debates
mismos, aunque se designó a Huitrón como secretario general del Comité Directivo del
encuentro, en tanto que Morones ocupó la cartera de secretario de Interior, Teodoro Ramírez,
secretario del Exterior y Ricardo Treviño fue el secretario de Actas.
Este último observó una evolución en su conducta  pues primeros actuó en el puerto de
Tampico como un sindicalista influido por las IWW y por lo tanto era adversario de la
participación de los trabajadores en la política pera ya en el Congreso de Saltillo  operó en
forma mancomunada con Morones, olvidó los ataques que le había lanzado con anterioridad y
hasta formó parte del Grupo Acción. Treviño tuvo un proceso muy parecido al de Soto y 
Gama pues de las tesis anarquistas pasó a sostener las de carácter sindicalista, fue secretario
general del Comité Central de la CROM y mantuvo una violenta y persistente oposición a la
participación en los sindicatos de los trabajadores de filiación comunista, hasta culminar en un
rechazo total a esa doctrina.
El Congreso reconoció que “el problema social tiene como origen el problema económico y
que este no podrá solucionarse mientras los productos de la tierra en todas sus aplicaciones
se hallan acaparados por una minoría que no es productora y sí consume todo lo que resulta o
se deriva del esfuerzo humano.” En cuando a la relación con el gobierno consideró “que si el
mismo necesita  de la cooperación moral y material de los elementos representados en el
Congreso para vencer las dificultades que surjan con motivo de la implantación de los
beneficios que en parte contiene la Ley Fundamental vigente, se le prestará  franca y
decididamente, entendiéndose que esta ayuda se sujetará en todo a los procedimientos
seguidos por los organismos obreros dentro de su lucha social. Pero si a pesar de esta
manifiesta buena voluntad, no se consigue la reciprocidad del gobierno, los representantes del
proletariado tendrán que atenerse a sus propias fuerzas.”
En estas orientaciones predominaron los dirigentes de la corriente de Morones, al expresar la
necesidad fundamental de destruir la estructura latifundista de la nación,  la que se
conceptuaba como el principal obstáculo para el desarrollo del país, de repartir la tierra a los
campesinos y de hacer cumplir el artículo 123 de la Constitución. Se planteo el compromiso
programático de que la naciente organización obrera prestara una solidaridad efectiva a todas
las agrupaciones hermanas, independientemente de las diferencias políticas que pudieran
existir con sus líderes. Se definió que la forma actual de organización social estaba
determinada por la existencia de dos clases opuestas, los explotados y los explotadores y que
esta organización era esencialmente injusta toda vez que permitía  la abundancia y hasta el
exceso, la opulencia de algunos y en cambio, condenaban a los más a la escasez y hasta la
mediocridad.
Añadieron que”la clase explotada de la que constituye la mayor parte de ella la clase obrera
nacional, tenía derecho a establecer la lucha de clases, afecto de obtener su mejoramiento
económico y social de sus condiciones de vida y finalmente a su completa manumisión de la
tiranía capitalista. Para poder contrarrestar la organización cada vez más creciente con que
cuentan los explotadores, la clase explotada debe organizarse como tal, siendo la base de su
organización el sindicato. La CROM considera que el frente único mundial del proletariado
habrá de lograrse solo en base al respeto por la forma de lucha que en cada región y en cada
país sostenga el proletariado organizado. La solidaridad y la cooperación internacional de los
grupos de trabajadores no debe llegar hasta la sujeción de uno o de todos ellos a la tiranía de
uno o varios; el medio racial, geográfico, la tradición histórica  y otros factores particulares
determinan en cada nación la forma especial de la lucha de clases. Lo que debe unir a los
pueblos en contra del régimen capitalista no debe ser, pues, la uniformidad de la táctica de
lucha sino la unanimidad del propósito para transformar la actual estructura social.”
            Aunque en la convocatoria del Congreso se estableció la prohibición de discutir
asuntos religiosos y políticos, cuestiones referentes al poder público, por una necesidad
histórica se abordó ese asunto: apoyar al gobierno solo en la medida que cumpliera  con las
reivindicaciones del proletariado y combatirlo cuando se apartara de esa conducta. Se
rechazó la táctica de la oposición abierta, sistemática,  o sea la conocida tesis que al respecto
habían manejado los anarquistas. La clase obrera industrial consideró a los campesinos como
sus aliados naturales, pero no excluyó a priori las alianzas y los pactos con otras
organizaciones y personalidades no proletarias, por lo que se hizo a un lado la tesis de la
autosuficiencia del proletariado, que  tantos daño había causado en diversos países del
mundo. Sin mencionar la lucha política de una manera directa, ni menos aún, la de carácter
electoral, esta forma de lucha estaba implícita en la adopción de una táctica flexible frente  la
burguesía.
Aquí se encontraba el embrión de la tesis de la acción múltiple y el rechazo categórico a la
acción directa. Esta fue la base teórica de la formación del Partido Laborista, dos años
después, durante la convención realizada en la ciudad de Zacatecas, en la que se decidió
respaldar la candidatura presidencial de Álvaro Obregón, después de haber negociado con él
una serie de posiciones en la administración pública, que no se entregaron finalmente. Juan
Lozano fue quien al parecer platicó con el héroe de Celaya pero el texto que se suscribió fue
conocido varios años después de su firma, lo que demostró que Obregón obedecía más bien
a las presiones de sus allegados y de los dirigentes de los otros partidos que también lo
respaldaban y que no estaba dispuesto  a fortalecer a los laboristas..
El Congreso hizo suyo el principio fundamental de la manumisión del proletariado, es decir, de
su liberación como clase explotada pero no se pronunciaron los delegados de una manera
expresa por la construcción de una sociedad socialista, como la definió Carlos Marx, es decir,
no tomaron en cuenta la necesidad de que la clase obrera fuera la clase dirigente de esa
nueva sociedad, que procediera a organizar la propiedad social de los instrumentos de
producción. La ausencia de definiciones de esa naturaleza se puede explicar por el retraso
ideológico que tenían la mayoría de los delegados, por los compromisos que ya había
adquirido el grupo de Morones con el obregonismo y también se puede entender    como una
concesión que hicieron a los anarquistas, para no tratar un tema que en el pasado siempre
había dividido y enfrentado a los trabajadores.
Lombardo Toledano definió que cuando nació la CROM el país estaba desnacionalizado, los
servicios públicos en manos de empresarios ingleses, norteamericanos, canadienses, la
industria textil en manos de españoles y estadounidenses y el comercio controlado por los
norteamericanos y desde luego, era letra muerta el artículo 123 de la Carta Magna por lo que
esa central obrera, en ese contexto, se transformó en un poder real, al lado del ejército, del
clero y de las camarillas políticas. “El presidente de la República era  el jefe nato del ejército,
el líder del partido dominante y lo mismo se le pedía un servicio o se le reclamaba un deber 
como máxima autoridad política que como caudillo. La CROM no era enemiga del capital
porque ella misma moriría si sus miembros carecieran de trabajo y porque sin producción
México desaparecería de la estadística internacional. El desarrollo de las fuerzas productivas,
promovida por los gobiernos revolucionarios, había  generado el acrecentamiento de la
conciencia clasista y la marcha hacia las grandes organizaciones sindicales nacionales, a la
integración de los sindicatos en entidades mayores y al robustecimiento de la disciplina
sindical. La Constitución no fue escrita por abogados aun cuando hubo varios inteligentes
forenses entre los constituyentes. El Congreso (de Querétaro) fue un cuerpo esencialmente
político, inspirado por un espíritu revolucionario de cambio. La Constitución es más bien un
documento revolucionario, que una ley técnicamente perfecta”. De ahí que la CROM
encontrara en la Constitución muchas banderas de lucha y se identificara con el proceso de
cambio que se había iniciado en 1910.
Aunque Lombardo afirma que asistió como delegado de la Universidad Popular Mexicana al
Congreso de Saltillo y que en el propuso la creación de centros culturales para los
trabajadores, lo cierto es que esa intervención no está registrada en las Actas que hemos
examinado, probablemente porque en la convocatoria se estableció que los enviados de las
organizaciones de esa naturaleza tenían derechos limitados.  Sea lo que fuere, lo cierto es
que en ese encuentro se comenzó a plantear la necesidad de que el proletariado tuviera su
propia tesis en materia educativa, advirtiéndose ya la estrechez de miras que tenía   la
escuela racionalista, la cual, pese a todo,  todavía fue reconocida como esencialmente válida
y se expresó la conveniencia de incorporar a los intelectuales a las actividades de los obreros
industriales, tratando de superar las reticencias que los anarquistas habían tenido siempre al
respecto.
Con la aparición de la CROM sin duda se fortaleció la conciencia de los trabajadores, no solo
como clase explotada nacionalmente hablando sino también se reafirmó su conciencia
internacionalista y antiimperialista y se formó una auténtica generación de dirigentes obreros,
como no habían existido en el pasado, culminando en cierta forma una de las metas que se
trazó la Casa del Obrero Mundial. Estos líderes, tanto nacionales como regionales, superaron
la formación anarquista del pasado, que se basaba sobre todo en el resentimiento de clase y
en una serie de formulaciones políticas abstractas, para descansar en un conocimiento más
amplio de la historia de México y del mundo, de la economía política socialista, de la
legislación laboral imperante y en una importante experiencia de carácter administrativo.
Desde luego fue posible también advertir que se sembraron los gérmenes una serie de
deformaciones y excesos, desviaciones graves respecto de la lucha de clases, tales como el
uso de los puestos públicos para beneficio exclusivamente personal de quienes los ocupaban,
entre otras lacras, que se acumularon en el tiempo y después hicieron crisis vulnerando
seriamente a la organización después del asesinato de Alvaro Obregón.
           De una manera clara, que hablaba ya de la participación política d eles obreros. A
diferencia del pasado en que esto era causa de expulsiones como la del propio Morones que
al ocupar el cargo de Secretario del Ayuntamiento de Pachuca fue excluido de su sindicato, el
Mexicano de Electricistas. La destrucción del régimen latifundista, la promulgación de la
legislación social a favor de los trabajadores, la reivindicación d eles recursos naturales que
estaban en poder del capital extranjero, que eran metas de la revolución antiimperialista y
democrática burguesa, también las hizo suyas la CROM. Esta condenó el caduco concepto de
que la lucha económica era la única lucha que debería emprender el proletariado y en su lugar
postuló también la conquista de metas políticas nacionales.
                       El Comité Central fue integrado con entera exclusión d eles anarcosindicalistas.
Como dice Vicente Lombardo Toledano, “la célula básica de la CROM fue el sindicato de
oficio, que reunía a los trabajadores de igual ocupación o del mismo establecimiento con el
nombre de un sindicato, liga o sociedad. La región de producción homogénea, formó la
federación local”. Al lado de la corriente predominante, que preconizaba la combinación de la
lucha económica y de la lucha política, coexistía la vieja guardia anarquista, ya en franco
retroceso histórico, la de la Iglesia Católica y la del comunismo.
            Huitrón fue el principal representante de la corriente anarquista y al darse cuenta que
Morones presidiría el Comité Central no aceptó ocupar ningún cargo. No obstante firmó todas
las actas del Congreso. El señaló que un día antes de la reunión final se había celebrado una
reunión en un hotel de la ciudad de Saltillo en la que se había acordado por todos los
asistentes respaldar el nombramiento de Morones como secretario general, con lo que él no
estaba de acuerdo. No obstante, esta denuncia fue hecha no dentro de las sesiones del
Congreso sino cuando este ya había concluido.
            Jorge Basurto, en referencia al Congreso de saltillo dice que confluyeron tres
tendencias: la representada por los anarcosindicalistas, la socialista –que se presentaba como
e atractivo de la novedad y con el respaldo que le daba el triunfo de la Revolución Rusa- y la
sindical legalista que tenía el apoyo de las esferas oficiales y de la AFL”.
            Por su parte, Lombardo afirmaba que hasta 1918 el movimiento obrero fue anarquista
en política, colectivista en economía y racionalista en religión. México se encontraba carente
de una capitalización nacional: los servicios públicos estaban en manos de ingleses,
canadienses y norteamericanos, la mayor parte de los ferrocarriles eran propiedad inglesa, la
industria textil estaba acaparada por españoles, belgas y franceses, la tercera parte de las
tierras de cultivo estaban en manos de españoles y de norteamericanos, en la industria minera
era predominante la inversión norteamericana y el comercio también lo controlaban
ciudadanos de este país.
                       En la medida en que los sindicatos participaron más activamente en el proceso
revolucionario contribuyeron, al lado d eles caudillos democráticos burgueses, a descolonizar
al país desde el punto de vista económico. Pero también impulsaron la promulgación de las
normas protectoras del trabajo y aparecieron las primeras instituciones públicas en este
campo. El crecimiento de la CROM impulsó la necesidad de reglamentar los conflictos obrero-
patronales.
                       México era un país de jefes y caudillos. El Presidente era el jefe del ejército y la
principal figura política de la nación y por ello la CROM tomó en cuenta este factor esencial.
Para Vicente Lombardo Toledano la simpatía con que Obregón y Calles vieron el movimiento
obrero fue factor importante que permitió su desarrollo rápido y vigoroso. Este reforzamiento
es significativo “si tomamos en cuenta que las primeras organizaciones sindicales del país
fueron ligas de resistencia y de defensa, aisladas entre sí, e incluso con diferencias y
contradicciones políticas graves. El desarrollo de las fuerzas productivas, promovido por los
gobiernos revolucionarios, ha generado el acrecentamiento de la conciencia clasista y la
marcha hacia las grandes organizaciones sindicales nacionales, a la integración de sindicatos
en entidades mayores y al robustecimiento de la disciplina sindical”.
IX
            De las deliberaciones del Congreso Obrero de Saltillo solo conocemos una versión
taquigráfica, ciertamente muy amplia, pero no circunstanciada, como después fuera una sana
práctica administrativa en la CROM gracias a la cual podemos enterarnos ahora de  todos los
asuntos que se trataron en las Convenciones anuales, en las reuniones del Comité Central y
en las sesiones del Consejo Nacional, que fue un órgano propuesto por Vicente Lombardo
Toledano para involucrar a los dirigentes de las federaciones nacionales en la toma de
decisiones de la central sindical, para reducir la capacidad de influencia al Grupo Acción. Con
base en ese  material disponible podemos concluir que Jacinto Huitrón sí atacó a Morones
cuando fue propuesto como secretario general, pero no se encuentran expuestos al detalle los
argumentos que expresó, ni tampoco la respuesta que recibió, por lo que es fácil concluir que
de nueva cuenta afloraron las grandes diferencias que siempre los separaron y enfrentaron.
Todo indica que cuando Huitrón terminó de hacer uso de la palabra abandonó la sala de
sesiones, profundamente irritado por las orientaciones aprobadas que eran opuestas a sus
concepciones anarquistas, pero en ese momento no rompió con la naciente organización.
Después viajó a la región de Orizaba, en donde existía uno de los núcleos sindicales más
importantes, en donde explicó las discrepancias que lo hacían chocar con Morones, pero sus
prédicas no tuvieron eco entre los trabajadores y Huitrón quedó aislado en el seno del
movimiento obrero.
Mientras Morones, una vez concluido el Congreso, se trasladó de Saltillo a la ciudad de
México a continuar con las labores de la organización obrera, con la creación de nuevos
sindicatos, la afiliación de más trabajadores y el resto de los miembros del Grupo Acción
viajaron  a varios estados del país, con idénticos propósitos. Además, con la finalidad también 
de sofocar el descontento que destilaban los anarquistas que habían perdido los debates y
que habían quedado reducidos a un pequeño grupo opositor. El Grupo Acción se comenzó a
estructurar desde la época de la Casa del Obrero Mundial y ya operó en forma muy
organizada en la capital de Coahuila, aunque se consolidó tres años después.
Había, entonces, dos direcciones en la CROM, la electa en los Convenciones Nacionales que
se realizaban cada año, normalmente presidida por un miembro del Grupo Acción, pero
integrada por dirigentes que no pertenecían a el y el Grupo Acción, como factor real de poder,
no estatutario, que se reunía con demasiada frecuencia, tantas veces como lo considerara
necesario y en el lugar que indicara Morones en donde se tomaban muchas decisiones
importantes, que después sancionaban los órganos regulares de la CROM y después las
Convenciones del Partido Laborista. Ha llegado el momento de precisar que Vicente
Lombardo Toledano, aunque se incorporó al Comité Central en el año de 1922 como
secretario de Educación y mantenía una estrecha relación con los miembros del Grupo
Acción, nunca formó parte del mismo. Además, las relaciones políticas personales entre
Morones y Lombardo nunca fueron cálidas sino se limitaban más bien a cumplir con las
normas estatutarias en vigor.
La dirección de la CROM electa en el Congreso de Saltillo realizó una meritoria labor pues se
dedicó a formar cientos de sindicatos de oficios, sindicatos de empresa, pero también de
solicitantes de tierras y de jornaleros agrícolas, los cuales fueron la base de las federaciones
estatales y después, de las federaciones nacionales por rama industrial. En dos o tres años
lograron afiliar a muchos miles de trabajadores del campo y de la ciudad y aunque existían
registros  estadísticos muy completos, lo cierto es que esas cifras se inflaban con propósitos
de orden político, ya sea para obtener concesiones de parte de los funcionarios públicos y
para ganar más representantes en las Juntas de Conciliación y Arbitraje.
 De todas formas, números más o números menos, la verdad sociológica indica que la CROM
se transformó en un período relativamente corto, en la central obrera más grande, poderosa e
influyente de nuestro país. Con esa representación social indiscutible, incluso reconocida por
los comunistas y los anarquistas, realizó negociaciones políticas y sociales muy frecuentes
con las autoridades federales, estatales y municipales y exigió en todos los foros la
reglamentación del artículo 123 sin la cual solo era una colección de demandas generales de
nulo acatamiento de parte del gobierno en sus diferentes niveles.
La CROM se enfrentó de inmediato a dos fuertes competidores, además, de los anarquistas,
tanto de los que continuaron actuando en su seno como de los que lo hacían desde afuera,
pero también  los pequeños grupos que en el año de 1919 conformaron el Partido Comunista
Mexicano, bajos los auspicios de varios emisarios del buró pequeño de la Internacional
Comunista, recientemente fundada en Moscú a iniciativa del Partido Bolchevique y en el otro
extremo estaba la Confederación Nacional Católica, que apareció en abril de 1922, alentada y
orientada ideológicamente por obispos y sacerdotes. Se trataba de agrupaciones ciertamente
distintas pero que coincidían en un solo objetivo: reducir la influencia social que la CROM
estaba adquiriendo y desde luego menoscabar su presencia en la política nacional y en el
gobierno.
Comunistas y católicos, empleando, como es natural, diferentes argumentaciones se lanzaron
contra el Comité Central de la CROM y de una manera particular contra Morones, a quienes
acusaron de haberse  entregado al poder público y también a los brazos del imperialismo
yanqui, al estrechar relaciones con la American Federation of Labor, que, pensaban, estaba
financiada por los grandes monopolios y por el Departamento de Estado, tratando de
menospreciar la fuerza social y económica que en realidad tenía y que no estaba inflada en
forma artificiosa.
 En un principio, al igual que sucedía con los remanentes del anarquismo, el Comité Central
permitió la libre participación de los obreros orientados por el naciente Partido Comunista
Mexicano, como se comprobó, por ejemplo, en la Convención de Aguascalientes de 1921,
pero en realidad la presencia  de ese partido fue pobre, limitada tan solo a algunas regiones,
federaciones y sindicatos, por lo que fue relativamente fácil que la neutralizaran los
moronistas. En estas condiciones de profundos antagonismos para el año de 1926 la CROM
ya contaba con 4 grandes federaciones nacionales, un Secretario de Despacho, varios
gobernadores y un número muy importante de regidores, diputados federales y senadores y
se había transformado en un factor real de poder en la conducción del gobierno.
Los dirigentes de los sindicatos católicos, los más atrasados desde el punto de vista
programático pues la Confederación que los agrupaba era heterogénea, atacaron a la CROM
considerando que entrañaba un serio riesgo para la propiedad privada, para la armonía entre
los factores de la producción y para la paz pública, que sus dirigentes realizaban una agitación
infecunda, todo lo cual había que frenar para asegurar la prosperidad de la nación. Se dejaron
llevar  por el camino del anticomunismo más elemental, el cual solo tenía aceptación entre
algunos obreros atrasados o fanatizados por la religión. Por lo contrario, los líderes católicos
más progresistas respaldaron la lucha por algunas de las reivindicaciones económicas y
sociales más sentidas del proletariado, las hicieron suyas y solo discrepaban de la CROM en
cuanto a la consecución de los objetivos superiores y claro está, en cuanto a la táctica de
lucha empleada, criticando a la central obrera porque la  consideraban supeditada  al gobierno
en turno, coincidiendo en este punto con los ataques de los comunistas.
En el seno de la CROM, desde un principio, se mantuvieron actitudes profundamente
opositoras al clero, las cuales estaban inspiradas en la formación ideológica que tenían sus
dirigentes, al grado que durante el conflicto religioso del período de Calles, los sindicatos
cromianos presentaron ante las autoridades muchas denuncias sobre violaciones del clero a
la Ley de Cultos, exigiendo  castigo enérgico a los responsables. La CROM cuidó de precisar
que la lucha era contra la jerarquía eclesiástica, que mantenía un actitud de franco reto al
poder público, pero no contra la libertad de creencias, consagrada en la Constitución.
En cuanto a la actitud hacia los obreros de filiación comunistas, primero el Comité Central
observó una actitud de respeto y de moderación, quizá confiando que por su escasa fuerza no
ponían en peligro su hegemonía, pero después se enderezaron violentos anatemas al Partido
Comunista Mexicano, se acordó expulsar a sus seguidores  del seno de los sindicatos y se
incurrió en un anticomunismo pedestre, pero lo cierto es que en virtud de que las federaciones
regionales gozaban de una cierta autonomía con respecto del máximo órgano de dirección,
ese acuerdo no se llevó a la práctica pues muchos comunistas siguieron actuando dentro de
la CROM, sobre todo en el estado de Veracruz. Incluso asistieron como delegados a varias
convenciones anuales solo que jamás pudieron integrar un auténtica corriente sindical a nivel
nacional. Los comunistas se autoexcluyeron para formar una nueva organización obrera, la
Sindical Unitaria.
En los informes que los agregados militares, los cónsules y los embajadores de los Estados
Unidos, acreditados en México, enviaban de una manera regular al Departamento de Estando,
en los cuales describían el comportamiento de las fuerzas sociales y políticas de nuestro país
se presentaba a la CROM no solo como una gran agrupación social, que evidentemente lo
era, sino como una organización comunista y a Morones como un bolchevique, que tenía
conexiones con el gobierno soviético. La conducta de Morones fue monitoreada de una
manera permanente porque se les consideraba como un elemento peligroso para la
estabilidad de México y para la seguridad de la nación americana. Esos reportes sin duda
estaban deliberadamente desproporcionados con el propósito de justificar la percepción que
tenía el referido Departamento de Estado en el sentido de que en México estaba en marcha
un revolución comunista y por ello había que ejercer presiones contra el gobierno, sanciones
de todo tipo, hasta llegar a una posible invasión armada.
 Morones tenía relaciones con varios funcionarios de la embajada norteamericana y recibía
copias de todos los informes que se enviaban a Washington y por lo tanto esta enterado de
las maniobras que fraguaba ese gobierno contra nuestro país y de ello le comunicaba a Calles
de una manera regular. Cuando se produjo el llamado incidente Kellog, en que de una
manera grosera se amenazó a nuestro país, la CROM desplegó una intensa actividad
nacional e internacional para conjurar ese peligro.
El grupo de Morones entabló desde un principio relaciones amistosas y de cooperación con
los dirigentes de la American Federation of Labor y de una manera personal, con su
presidente, Samuel Gompers. Esa organización en la Unión Americana mantenía una abierta
y sistemática pugna, lo mismo con los anarquistas de la IWW, que contra los socialistas
radicales y con los miembros del Partido Comunista y por lo tanto en este terreno había plena
concordancia con la central obrera mexicana. Si bien el liderazgo de Gompers había logrado
importantes conquistas económicas y sociales para los trabajadores, no se salía del marco del
sistema capitalista y de los estrechos límites de la libertad y de la democracia, concebidos a la
manera burguesa. En muchas ocasiones apoyaba al gobierno pero en otras mantenía una
firme oposición y solía expresar abiertamente sus discrepancias respecto de determinadas
políticas públicas, táctica que demostraba que la AFL no era una organización entregada al
gobierno  sino que gozaba de una gran autonomía.
 La AFL tenía una evidente fuerza social pues estaban afiliados a ella millones de
trabajadores, sobre todo de las ramas industriales y de servicios más importantes, superando
con creces la fuerza que tenían la IWW. La embajada norteamericana siguió a pie juntillas
todas las reuniones y encuentros que sostuvieron Morones y Gompers y probablemente hasta
alentó esas relaciones calculando que con ellas se alejaba el peligro de que la CROM fuera
capturada por los elementos sindicales radicales. Esta era una forma de neutralizar a los
comunistas.
La CROM desplegó una intensa actividad internacional, como ninguna otra organización lo
había hecho en el pasado, no solo con la AFL de una manera directa sino también contribuyó
a la formación de la Confederación Obrera Panamericana (COPA) y participó en ella de una
manera destacada en la redacción de las resoluciones de sus congresos interamericanos.
También estableció vínculos muy estrechos con los sindicatos británicos y alemanes, con la
Federción Sindicalista Internacional de Ámsterdam y con la Internacional Sindical Roja. Hubo
un acercamiento con esta última que parecía derivaría en la afiliación formal, pero la labor de
los anarquistas y de los comunistas lo impidió.
Se intercambiaron documentos amistosos con Alejandro Losovsky, a través del agregado
obrero que la CROM tenía en Moscú, fue invitada a México una delegación de la ISR para
asistir a una Convención, pero Morones canceló esos acercamientos pretextando motivos
fútiles. En realidad, a la AFL ni  la Internacional de Ámsterdam le era conveniente que la
influencia de la ISR se extendiera por América Latina, por los que los dirigentes de esas
agrupaciones atizaron el anticomunismo de Morones, es decir, los resentimientos que este
tenía contra el Partido Comunista Mexicano por los sucesos ocurridos en el año de 1919.
Después Morones desautorizó el breve acercamiento que Gutiérrez había tenido con los
líderes de la ISR.
A diferencia de lo que afirman algunos historiadores, lo cierto es que en las relaciones con la
AFL, la CROM siempre mantuvo un actitud de prudente distancia, de hacer respetar la
autonomía de la organización y en varias ocasiones Morones discrepó de la política del
gobierno de los Estados Unidos, sobre todo de aquella que impulsaban los sectores más
intransigentes y en esa actitud siempre lo respaldaba Gompers. Cuando en México estallaron
graves conflictos políticos, como la rebelión delahuertista y la denominada guerra
cristera, Morones logró que Gompers estuviera al lado de los gobiernos de Obregón y de
Calles y evitar que el gobierno de los Estados Unidos tomara partido a favor de los disidentes
y en la época de Carranza el líder de la AFL condenó la llamada expedición
punitiva, encabezada por el general Pershing, demandó el reconocimiento del gobierno de
Obregón y durante el incidente Kellog, hizo notar Gompers que la influencia de los
comunistas eran pequeña, precisamente gracias a la CROM y que por lo tanto se estaba
magnificando ese peligro.
En cuanto a las relaciones con la Internacional de Ámsterdam, la dirección de la CROM las
llevó a un elevado nivel, si bien  nunca se produjo un ingreso formal porque se prefirió
suscribir acuerdos concretos con los importantes sindicatos británicos y alemanes, tratando
siempre de mantener la línea acordada en el Congreso de Saltillo en donde se había
demandando respeto a las diferencias por motivos geográficos, políticos y hasta raciales, en el
proceso de integración del frente único del proletariado. El Grupo Acción contó, para
desplegar su política exterior, con Agregados Obreros en Rusia, Alemania, Italia, Gran
Bretaña y Argentina, a través de los cuales se conocía la situación política y social de esas
naciones, para fortalecer los vínculos con sus respectivas organizaciones sindicales y con
elementos como Robert Haberman, en los Estados Unidos y J. H. Retinger en Europa, que
realizaban importantes negociaciones de carácter político, misiones propagandísticas que les
encomendaba Morones.
            Los acontecimientos que sucedieron a raíz del Congreso Obrero de Saltillo
demostraron que la corriente anarquista aún tenía capacidad de influencia entre las masas y
que los elementos comunistas que se habían separado para fundar la CGT estaban más
cerca de las ideas bakuninistas, que de las marxistas. Esto hace concluir a Octavio Rodríguez
Araujo que, en realidad, en la fundación del PCM habían predominado los anarquistas,
quedando en un segundo término los socialistas que después, todavía con resabios de la
herencia anterior, afiliarían al nuevo partido a la III Internacional.
            En realidad, en ese momento, era muy difícil precisar quienes eran anarquistas y
quienes eran comunistas pero en ambas corrientes los unificaba la lucha contra la CROM y el
Partido Laborista. Muchos comunistas venían del campo anarquista pero se habían dado
cuenta de que era necesario organizar un partido proletario ya que de otra manera no se
podría avanzar en la lucha del proletariado. Ellos también estaban concientes de que la lucha
sindical tenían enormes limitaciones pues a pesar de las conquistas económicas y sociales
que pudieran alcanzar, no podía rebasar los límites del capitalismo. De estas limitaciones no
estaban concientes los dirigentes de la CGT.
            La CGT se pronunció desde un principio, como hemos dicho contra la participación
política de los obreros al grado de que en el mes de mayo se declaró traidores a esa clase  a
Rosendo Salazar y a José Guadalupe Escobedo por los compromisos que habían adquirido
con Adolfo de la Huerta, para que ocupara la Presidencia de la República. Por su parte, el
dirigente comunista norteamericano Bertrand Wolfe hizo notar a los comunistas mexicanos
que la táctica más adecuada era apoyar a Calles y así ocurrió.
            Estas veleidades demostraban que en las condiciones revolucionarias del país era
imposible mantener la línea de la abstención política de la clase obrera, la de la “preservación
de su pureza” y de que era necesario, imprescindible, elaborar una política de alianzas con los
diferentes caudillos que eran los jefes de masas campesinas y obreras.
            La CGT cometía un grave error. Su posición no se pudo sostener por mucho tiempo
porque los propios acontecimientos políticos la condujeron a que se definiera en ese terreno.
En la época de Cárdenas, por ejemplo, estuvo en contra de ese gobierno para no
“contaminarse” de la política mexicana y después degeneró en una central obrera que hiciera
palidecer al reformismo de Morones.
            La carencia de una sólida formación marxista por parte de sus dirigentes les impidió
aceptar que “la libertad de prensa, eran armas que deberían usar los obreros, sin que ello
implicara, necesariamente, el reconocimiento del estado”.
                       Mientras tanto, los elementos comunistas incurrían en serias desviaciones, que
les hacía estar cercanos a los anarquistas. Al crear la CGT se infiltraron en ella actuando a la
manera de una secta socialista, táctica que ya había sido desechada en la I Internacional
marxista. Marx consideraba que en asociaciones de este tipo, es decir, sindicales, deberían
admitirse a los obreros, de todas las tendencias, que estuvieran a favor de la emancipación
del proletariado, oponiéndose a la distinción arbitraria de “obreros reformistas”, y “obreros
revolucionarios”. El hecho de aspirar a controlar a la CGT ya iba en contra de su carácter de
frente amplio.
            Los promotores del PCM no aceptaba que debían ganarse en la lucha diaria su
carácter de organización de vanguardia ideológica y política sino que por el sólo hecho de
tener esa denominación partidaria, se les aceptara como tales. Trataban de reproducir el
esquema de los países europeos en que existía por un lado un poderoso movimiento sindical,
en el que influían los dirigentes del partido comunista. No se trataba de una aceptación
mecánica o formal sino de que el papel dirigente se había conquistado en la práctica social,
incluso desde antes que existiera el partido proletario, dedicándose a la formación de
sindicatos.
            Sin embargo, quienes sustentaban la ida de crear en México un partido   proletario
estaban en la línea justa. Como lo acordó la Internacional en septiembre de 1871, “era
imprescindible construir un partido político para asegurarse el triunfo de la Revolución Social y
su objetivo final, la abolición de las clases”. Tuvieron conciencia de que el movimiento
económico y el movimiento político de la clase obrera están indisolublemente unidos.
            Marx escribió a Federico Bolte en marzo de 1871 que “el movimiento político de la
clase obrera tiene, como último objetivo, claro está, la conquista del poder político para la
clase obrera y a ese fin es necesario, naturalmente, una organización previa de la clase
obrera, nacida de su propia lucha económica y que halla alcanzado cierto grado de
desarrollo”.
            “Todo movimiento en el que la clase obrera actúa como clase contra las clases
dominantes es un movimiento político”.
            El IV Congreso de la CGT, que se celebró ya sin la presencia de los comunistas, en
1925, reiteró las proclamas ardientes a favor de la abolición del estado y de la acción directa,
frontal y sistemática en contra del Estado y se opuso a las “predicas bolcheviques” que se
proponían la creación del nuevo partido. Adoptó también la educación de tipo racionalista, que
era esencialmente atea, antirreligiosa, en un país en donde millones de campesinos habían
luchado a muerte en la Revolución manteniendo su fe católica.
            Los anarquistas creían en el poder mágico de las palabras. Pensaban, ingenuamente,
que proclamando la abolición del Estado, éste sería destruido de un plumazo, para ser
sustituido por un conjunto de medidas de corte administrativo. Para ellos la abolición del
estado no se procurilla sin una revolución social, sigla abolición del capital, es decir, porque
permanecían las condiciones sociales que le habían dado origen”.
            Los anarquistas de la CGT desataron una lucha de enfrentamiento sistemático contra
el poder burgués y por lo tanto los únicos aliados que tenían eran los campesinos y los
inquilinos. Ningún funcionario, ningún partido, ningún grupo político, ninguna otra central
obrera era susceptible de un acercamiento o de una coincidencia táctica. Ello implica, como
era de esperarse, una situación de desgaste político y social pues la línea de la confrontación
directa y constante terminó por aislarla ya que al no recurrir a la Junta de Conciliación y
Arbitraje y a las autoridades laborales, muchos litigios que ellos encabezaban, en los cuales
estaban involucrados intereses de grupos obreros, no recibieron solución satisfactoria, lo que
provocó frustración y desaliento.
X
            Desde un inicio, los comunistas, en alianza con los anarquistas, o de una manera más
precisa, éstos últimos, dividieron a la máxima central obrera. En efecto, en el salón de actos
del Museo Nacional se reunieron, por separado, los grupos que no habían estado de acuerdo
con las orientaciones del Congreso Obrero de Saltillo y que, de una manera particular,
continuaban objetando la participación política de los trabajadores. De esa asamblea,
realizada los días  del 15 al 22 de febrero de 1921 surgiría la Confederación General de
Trabajadores, CGT, que quedó como una supervivencia del anarquismo derrotado. En el
Congreso disidente  participaron delegados  de grupos como el Local Comunista Libertario, de
Tampico, el Local Comunista Libertario de Veracruz, Grupo Comunista Libertario de Orizaba,
Propaganda Roja de Guadalajara, Federación de Jóvenes Comunistas Libertarios del Distrito
Federal, Partido Comunista Libertario del Distrito Federal, Antorcha Libertaria de Veracruz y
otros que se situaban todavía en las grandes líneas del pensamiento acrático.
Asistió también uno de los más brillantes impulsores  del Partido Comunista Mexicano, José
C. Valades, quien en un período relativamente breve transitó de las posiciones de la Tercera
Internacional a las del anarquismo. Debe observarse que algunos de los grupos señalados
con anterioridad habían concurrido también  al Congreso Socialista, del mes de septiembre de
1919 y habían  fundado el Partido Comunista, lo que entrañaba una contradicción de esencia
respecto de sus postulados primigenios. Los ácratas no aceptaban reconocer que el PCM
fuera la agrupación de vanguardia de la clase obrera.
Valadez había participado en una forma muy destacada al lado de los cuadros de la
Internacional Comunista que vinieron a México para unificar  los grupos socialistas existentes
y para dar cauce al surgimiento de la sección nacional de esa organización mundial, el Partido
Comunista y vivió muy de cerca los conflictos entre los grupos de Gale y de Alen, también los
intentos de Sen Katayama para superar esos antagonismos que en gran parte tenían solo
motivaciones personalistas, la creación del buró Panamericano para tratar de realizar un
congreso comunista latinoamericano y constituir en el  un partido comunista continental, así
como el repudio que la acción política y sindical de Morones había originado en todos ellos, en
mayor o menor medida.
Valadez no aceptó que el Partido Comunista Mexicano fuera guiado desde fuera de las
fronteras nacionales y menos aún por un gobierno, así fuera este un gobierno del proletariado,
como el soviético y no permitió que los sindicatos fueran correas de transmisión o apéndices
de los partidos comunistas. Todos estos elementos eran para el de naturaleza autoritaria y por
lo tanto inadmisibles para los trabajadores. Abandonó las actividades políticas, que apreció, al
final como infecundas, y se concentró en tareas de divulgación doctrinaria y de carácter
económico sindical.
Rafael Carrillo, al referirse a la CGT dice: “creábamos una organización limpia de todo pecado
para luchar en contra del reformismo porque era lo que caracterizaba a la CROM en lo que se
llamaba entonces “acción múltiple”, es decir, la participación en la vida política del país,
mientras la CGT seguía proponiendo la “acción directa”. Sin embargo, no pasaría mucho
tiempo para que ese organismo se desmembrara, sobre todo debido a los antagonismos que
pronto surgieron entre los anarquistas y los comunistas. Los primeros ya habían 
creado su instrumento político y cometieron la gran torpeza de proponerse ahora  el control de
la CGT, a efecto de que siguiera los derroteros que le marcaría el Partido Comunista, que al
nacer se había fragmentado en dos grupos, los cuales se disputaban la representación ante
los órganos de la Internacional Comunista.
El 14 de enero de 1922, el Consejo Confederal  acordó que la CGT no tenía compromisos ni
relaciones de ninguna especie  con partido político alguno. Además, se consideró como traidor
a la clase obrera aquel dirigente que participara en una campaña electoral o que aceptara un
cargo público. Esta actitud fue lo que originó la expulsión de Rosendo Salazar   y José
Guadalupe Escobedo, a quienes acusaron de haber suscrito compromisos intolerables con
Adolfo de la Huerta, aspirante entonces  a la presidencia de la República.
La creación de la CGT hizo regresar a etapas que ya se habían superado en años anteriores,
al insistir en concepciones que la misma práctica histórica había sepultado como estériles,
pero, sin duda, obedecía al profundo resentimiento que despertaba la conducta del grupo
Acción y de una manera particular, Morones. El lenguaje de los cegetistas, la abnegación de
sus luchas, la concordancia de sus principios con su conducta hicieron recordar a los
militantes de la Casa del Obrero Mundial. Ello no aceptaban ningún arreglo, ninguna
componenda con el poder público porque opinaban también que este era la fuente principal de
la corrupción humana y de la degradación social y se enfrentaron con extrema inflexibilidad
con el presidente Álvaro Obregón, a quien le declararon una guerra sin cuartel, al igual que a
Celestino Gasca, conspicuo miembro del Grupo Acción y a la sazón gobernador del Distrito
Federal.
La base social más importante de la CGT fueron algunos sindicatos textiles de las fábricas
que operaban en la capital de la república,  chóferes, empleados de restaurantes, panaderos,
tranviarios, en donde le disputaron palmo a palmo a la CROM la adhesión de los trabajadores
y la representación en los sindicatos. Repudiaron la armonía de las clases sociales opuestas
para insistir que entre la burguesía y el proletariado no podría haber ninguna intermediación y
por lo tanto reactivaron la tesis de la acción directa, que había sido rechazada en el Congreso
Obrero de Saltillo y por lo tanto no estaban de acuerdo en llevar los conflictos obrero
patronales a las juntas de Conciliación y Arbitraje, ya que desconfiaban de la supuesta
imparcialidad de sus titulares. En muchas ocasiones, los enfrentamientos con los cromistas
adquirieron tintes de gran violencia. Comenzaron a trabajar entre los campesinos para formar
entre ellos un sindicato de carácter nacional que pudiera llevar a la práctica una alianza
permanente y sólida con los obreros industriales y procedieron a organizar a los inquilinos en
varias ciudades de nuestro país.
Los comunistas, en lugar de luchar en el interior de la CROM, como línea general para
depurarla de los elementos reformistas y conciliadores, que en sus filas constituían el sector
dominante, desde el Congreso de Saltillo, optaron, asumiendo una conducta de carácter
divisionista por crear un aparato sindical nuevo, paralelo al existente y una vez más en el afán
de someter bajo su dominio a la CGT, fueron después expulsados de ella, sufriendo  un
tremendo aislamiento. Los comunistas quedaron fuera nada menos que de las dos centrales
sindicales más fuertes y representativas, la CROM y la CGT, situación desventajosa que se
reflejó de inmediato en las filas del Partido Comunista, que durante muchos años tuvo un
número muy pequeño de afiliados. Por lo tanto, los comunistas abrieron dos frentes de lucha:
uno, contra los reformistas de la CROM y el otro contra los anarquistas de la CGT quienes
jamás admitieron conciliación posible.
 El sectarismo no fue, por fortuna, una línea general pues Miguel Ángel Velasco siempre actuó
en el seno de los sindicatos (de panaderos) en el estado de Veracruz,  fue delegado en la IX
Convención Nacional de la CROM, conoció la lucha que en su seno estaba dando Vicente
Lombardo Toledano y nunca sufrió sanciones por sus convicciones comunistas, lo que
demuestra que era posible luchar en las filas de la organización obrera. Tal fue, por ejemplo,
el caso del sindicato de Panaderos y de algunos sindicatos textiles.
¿Qué fue lo que en el fondo enfrentó a los comunistas y los anarquistas? Los primeros
opinaban que los sindicatos debían ser dirigidos políticamente por los partidos que estaban
adheridos a la Internacional Comunistas, si bien existía una autonomía formal entre ambas
entidades.  Esa relación, llevada a un plano superior, consistía en que la CGT debía afiliarse a
la Internacional Sindical Roja y esta a su vez, orientarse por las líneas directrices que
formulara la Internacional Comunista, aunque Alejandro Losovski, secretario general de la ISR
siempre insistía en que los sindicatos eran agrupamientos de frente amplio, es decir, podían
participar  en ellos trabajadores de distintas filiaciones políticas y religiosas y que la ISR
mantenía una independencia de carácter orgánico con respecto de la IC. En un principio, la
CGT aceptó formar parte de la ISR pero cuando sus delegados se dieron cuenta que en
realidad la conducción política estaba en manos de la IC y de los partidos comunistas y que
todos ellos recibían un constante respaldo material  y político por parte del gobierno soviético,
afloraron sus convicciones acráticas y repudiaron una situación de esa naturaleza.
Los comunistas acumularon un gran resentimiento contra Morones pero mientras estuvieron
en las filas de la CROM no pudieron organizar una corriente sindical comunista a nivel
nacional y en el continuo enfrentamiento con aquel, Morones les respondió también con una
hostilidad implacable y de esa forma, naturalmente, sin desearlo, estimularon los primeros la
fuerza de los grupos más conservadores de la central obrera. Además, durante el Congreso
Socialista de 1919 se había opuesto a que el Partido Comunista se incorporara a la
Internacional Comunista, actitud que fue condenada por la mayoría de los delegados. En
efecto, el Comité Central (de la CROM) expidió una circular por medio de la cual se excluía de
los sindicatos y de las federaciones a todos los simpatizantes de los comunistas, se les
impidió la realización de toda labor de educación y de agitación y se ordenó la disolución de
todas las “células comunistas”. Se dijo que “desde hace tiempo han tratado de introducirse
entre las organizaciones de trabajadores individuos que manifiestan  ideas radicales,
comunistas y anarquistas y se han dedicado a agitar a los grupos de trabajadores dentro de
los cuales han logrado el único objetivo de hacer aparecer el movimiento obrero como de
carácter disolvente y extremista “.
La conducta de los comunistas  fue de enfrentamiento sistemático. Rafael Carrillo recuerda
que cuando ingresó a la Juventud Comunista en el año de 1920 la “primera tarea que se me
asignó fue la de restarle sindicatos a la CROM de la cual me habían expulsado. En el exceso
del sectarismo, Carrillo confiesa que fue comisionado para atacar a Lombardo cuando en
1932 rompió con Morones y postuló la línea de izquierda en el seno del movimiento obrero.
Esta actitud era contraria a las resoluciones que habían aprobado los congresos de la ISR.
Lenin había combatido con mucha energía durante los primeros congresos de la Internacional
Comunista a los partidos socialistas y socialdemócratas, los cuales solo se proponían alcanzar
tímidas reformas económicas y sociales y de ningún modo la transformación de la sociedad
capitalista.
 No preconizaban la lucha de clases sino cómodamente estaban instalados en los
parlamentos y privilegiaban por encima de todo el frente electoral. Entonces se convirtió en
una resolución de carácter general la lucha contra esos partidos y esas corrientes, la cual
debían observar todas las secciones nacionales pues debemos recordar que la Internacional
Comunista era propiamente un partido mundial, fuertemente centralizado, con un Comité
Ejecutivo y otros órganos auxiliares. En el caso de los partidos comunistas europeos el
enemigo estaba perfectamente identificado pues había en todas las naciones grandes partidos
socialdemócratas, pero en México no los había, por lo que los comunistas, aplicando
mecánicamente esa resolución, pensaron que el partido socialdemócrata era el Partido
Laborista Mexicano, brazo político de la CROM y la corriente de Morones estaba también
ubicada en ese terreno. Sin estudiar las especificidades de México, se pensaba que la
situación era igual a la de Alemania y otros países europeos.
Pero debemos recordar también que Lenin, durante el informe que rindiera en el 11 Congreso
de la Internacional Comunista, de agosto de 1920 que se habían “corregido los errores en
algunos países por parte de algunos partidos comunistas que pretenden situarse  todo trance
“más hacia la izquierda”, que negaban la necesidad de trabajar  en los parlamentos europeos,
en los sindicatos reaccionarios, en todas partes en donde hay millones de obreros
embaucados aún por los capitalistas y de sus lacayos salidos de los medios obreros, esto es,
por los miembros de la 11 Internacional”. En la conversación que Manuel Díaz Ramírez,
delegado del PCM a ese congreso,  sostuviera con el gran líder del proletariado ruso, este le
dijo que la negativa de los partidos comunistas para participar en los parlamentos, debía ser
en todo caso una táctica transitoria, por lo que el antiparlamentarismo jamás fue aprobado
como una línea general.
Además, en el congreso de la Internacional Sindical Roja se acordó que los comunistas
debían constituir fracciones sindicales, células de fábrica y desde luego actuar en el seno de
los sindicatos reformistas y no crear organizaciones sindicales, comunistas, químicamente
puras, o como dijo Carrillo “exentas de toda clase de pecados”. Por lo tanto, la conducta
sindical más adecuada para los comunistas era la de actuar en los sindicatos de la CROM
para influir en la orientación de los trabajadores.
En lo que se refiere a la tesis anarquista que preconizaba la no intervención de los
trabajadores en la política, Federico Engels escribió en septiembre de 1871: “la experiencia
actual, la opresión política a la que se somete a los obreros por parte de los diferentes
gobiernos, tanto con fines sociales como políticos, los obliga a dedicarse a  la política,
quiérase o no. Predicar la abstención significa arrojarlos a los brazos de la política burguesa”.
Después el camarada fraternal de Marx dijo a Teodoro Cuno, en el año de 1872 que “lo
obreros son políticos activos por naturaleza y quienes les propongan abandonar la política se
verán tarde o temprano, abandonados por ellos. Predicar a los obreros la abstención política
equivale a ponerlos en manos de los curas o de los republicanos burgueses”. Marx planteo a
Federico Bolte en marzo de 1871 que “el movimiento político de la clase obrera, tiene, como
último objetivo, claro está, la conquista del poder político para esa clase y a ese fin necesario,
naturalmente, se requiere una organización previa de la propia clase, nacida de su propia
lucha económica y que haya alcanzado un cierto grado de desarrollo. Todo movimiento en el
que la clase obrera actúa como clase contra las clases dominantes es un movimiento político”.
            México fue la primera nación latinoamericana que reconoció al naciente Estado
Soviético. Este hecho debe explicarse por una serie de coincidencias que existían entre la
revolución democrática burguesa, antifeudal y antiimperialista de 1910 y la revolución
socialista de 1917. Ambas revoluciones se habían opuesto a un poder autocrático y
absorbente que cancelaba el ejercicio de las libertades políticas fundamentales y había
sometido alas masas obreras y campesinas a la explotación más despiadada. Además en
ellas habían participado de una manera destacada las masas agrarias. En el caso de la
revolución rusa, el papel dirigente lo habían tomado el proletariado industrial y había un
poderoso partido político. En el caso de México, no había ni la una ni la otra.
Las diferencias más notorias fueron: la revolución mexicana no fue encabezada, ni organizada
por un partido sino por una coalición de grupos y de caudillos, que no sólo no tenían una
ideología común sino que defendían cada uno de ellos distintos intereses, pero que tenían
como enemigos comunes al régimen político porfirista y a la estructura económica latifundista.
En México, no hubo un partido nacional, que tuviese un mando centralizado, como sucedió
con el partido de Lenin que tenía una diversidad de corrientes socialistas en su seno, hasta
que finalmente se impusieron los bolcheviques.
            Ninguno de los principales caudillos revolucionarios tenían pensamiento socialista, ni
se proponían la abolición del régimen capitalista sino, antes bien, eran partidarios del
desarrollo de las fuerzas productivas, preservando la propiedad privada, pero con las
modalidades que después se incorporan al artículo 27 de la constitución de 1917. Muchos de
los dirigentes del proceso iniciado en 1906 por el Partido Liberal provenían de sectores de la
clase media urbana que se habían radicalizado mucho durante el porfiriato.
           El poder soviético triunfante se propuso, desde un principio, romper el  bloqueo
económico y diplomático que las potencias imperialistas le habían impuesto, tratando de evitar
la consolidación de la Revolución. Desde marzo de 1920 Lenin dio instrucciones a A.
Sheinman para que se dedicara a estudiar el establecimiento de las relaciones con México,
dentro de un acercamiento global hacia América Latina. Esta actitud de Lenin enfrentaba dos
obstáculos: el gobierno de los Estados Unidos boicoteaba todos los intentos soviéticos para
abrirse paso en el escenario mundial, y representantes del depuesto zarismo todavía cumplían
funciones de representación diplomática como fue el caso del barón Wendhause-Rosenbers,
quien todavía fungía como cónsul de Rusia en la Ciudad de México.
Francisco Juan del Castillo, enviado de México a Alemania fue el primer funcionario con el
cual se exploraron las posibilidades para el establecimiento de esas relaciones. En septiembre
de 1923, el Comisionado del Pueblo para los Negocios Extranjeros, G. Chicherin expresó que
no era deseable tener intermediarios y de que era necesario el reconocimiento mutuo, pero
propuso que en Berlín continuaran las negociaciones. En un principio, Álvaro Obregón
propuso que se intercambiaran misiones de carácter comercial, como primer paso para
fundamentar las diplomáticas. Después de estos México y la URSS redactaron un proyecto de
protocolo por medio del cual ambas partes acordaran reanudar relaciones señalando que
estaban dispuestos a designar inmediatamente representantes oficiales. No se habló del
reconocimiento mutuo de los dos Estados revolucionarios porque se consideró que cada
pueblo se había dado el gobierno que había creído conveniente.
Por último, el 4 de agosto de 1924, el gobierno de México aceptó como representante
plenipotenciario de la URSS a S. Pestkowski y solicitó igual aquiescencia para Basilio Vadillo
como embajador suyo en la URSS. Pestkowski se entrevistó  con el Presidente Plutarco Elías
Calles quien le dijo que entre los mexicanos había un gran interés por los pueblos de la
URSS. El 30 de octubre en que llegó la misión soviética y un nutrido contingente de
trabajadores les otorgó cálido recibimiento.
Este hecho suscitó una abierta suspicacia de la legación de los estados Unidos en México
pues se habían roto todos los protocolos posibles y el representante soviético había formulado
su simpatía por el proceso político que estaba ocurriendo en México. Para los
norteamericanos, para el Departamento de Estado, esto fue causa de profunda irritación y
malestar pues mientras la política yanqui consintió en tender un cerco contra la URSS para
evitar que el comunismo rebasara sus fronteras, el gobierno de México, en un acto de osadía
y de independencia, por el contrario, reconoció al gobierno soviético y se entablaban
relaciones a nivel estatal.
Pestkowski entregó sus cartas credenciales al general Álvaro Obregón el 7 de noviembre. El
diplomático dijo: “La lucha centenaria de las masas trabajadoras de los Estados Unidos
Mexicanos por la independencia, contra las pretensiones imperialistas de las potencias
extranjeras, despertó entre las grandes masas de obreros y campesinos de la URSS una
sincera simpatía por el pueblo mexicano. La valentía y el espíritu de sacrificio que las masas
populares de México habían mostrado en esta lucha fueron objeto de admiración para los
habitantes de la República Soviética”.
Obregón afirmó en 1920, en referencia a la Revolución de Octubre que “los que amamos la
libertad y vivimos preocupados más del porvenir que del presente y del pasado admitimos que
Rusia ha ganado mucho con su movimiento libertario. Los rusos están mucho mejor que antes
bajo el dominio de los zares, deben sentirse satisfechos de su obra y vigilar porque los
enemigos de la emancipación humana no siembren entre ellos, la duda o la discordia y cuiden
con todo empeño, el desarrollo de su nueva organización.
El 24 de diciembre de 1926, presentó cartas credenciales a Calles la distinguida revolucionaria
Alejandra Kollantai. En la ceremonia protocolaria afirmó: “la URSS respeta y respetará
profundamente la voluntad del pueblo mexicano para defender su independencia. Mi país es
un país que no alberga intenciones imperialistas y por consiguiente la Unión Soviética
experimenta siempre un profundo respeto hacia el derecho inalienable que todo país tiene de
elegir y adoptar independientemente soluciones tocantes a sus problemas más delicados, a
tenor con las condiciones específicas del país”. La principal labor de Kollantai fue la de sentar
las bases del intercambio comercial y de editar un boletín informativo en el que se difundían
hacia el pueblo de México, los avances y logros de los obreros soviéticos.
La fundación del Partido Comunista Mexicano en 19    se produjo en condiciones un tanto
artificiosas, sobre bases políticas y teóricas endebles y en torno a distintas cuestiones que
nada tenían que ver con la propia realidad nacional. Marjorie Ruth Clark afirma: “que los
primeros agitadores comunistas comenzaron a llegar durante el gobierno de Carranza el cual
pensaba utilizarlos para fines políticos”. Es muy probable que estos elementos estuvieran
inspirados de la mejor actitud revolucionaria, en particular en su lucha en contra del
reformismo y de la social democracia de la II Internacional, pero lo cierto era que estaban
totalmente desligados del proceso político nacional al cual no solo no conocían sino que no
comprendían.
Al influjo de la III Internacional se formaron grupos como el Partido Comunista del Proletariado
Mexicano, la Federación Comunista del Proletariado Mexicano, el Grupo Libertario
Propaganda Comunista, la Federación de Jóvenes Comunistas, Buró Comunista
Latinoamericano y todos ellos trataban de organizar un movimiento político similar al de Rusia,
sin tener ninguna conciencia clara de las diferencias en el grado de desarrollo y en la
estructura social.
En efecto, ninguno de esos grupos había elaborado un análisis científico de las condiciones
económicas, sociales y políticas imperantes en México pues los textos de la época solo
consignan frases declamatorias contra la burguesía gobernante y a favor del socialismo. Los
movía un entusiasmo revolucionario ardiente por el triunfo bolchevique en Rusia; pensaban
que las condiciones no sólo en México sino en todos los países eran propicias para una
revolución de esa naturaleza; que el régimen capitalista se encontraba inmerso en una
profunda crisis y que su derrumbe estaba próximo y que en síntesis ocurriría una revolución
socialista a escala mundial.
Todas estas agrupaciones minúsculas, más el grupo de Morones de la CROM decidieron
convocar a un Congreso Obrero Socialista ene. cual se examinaría la posibilidad de crear un
partido obrero siguiendo en esto, la tesis de la “acción múltiple” que había aprobado el
Congreso de Saltillo, el propósito estaba plenamente justificado si tomamos en cuenta las
reiteradas afirmaciones de Marx en el sentido de que la clase obrera debe tener un partido
distinto y opuesto a los demás, que se propusieron la hegemonía de la clase obrera en el
Estado. Pero las diferencias surgieron entorno al carácter de ese partido y a sus relaciones del
exterior.
En el Congreso predominaron, desde un principio, los cuadros políticos extranjeros, como el
hindú Manabendra Nath Roy, Linn A. Gale, Frank Reaman, Robert Hoberman y Michael Gold,
quienes al mismo tiempo que estaban en la línea de la III Internacional tenían todavía una
fuerte actitud anarquista. Su primera posición fue la de objetar la presencia del grupo de Luis
N. Morones, a quien acusaron de mantener relaciones con la AFL. Como la central
norteamericana se identificaba con la Internacional “amarilla” de Ámsterdam y se consideraba
que ésta era un instrumento del reformismo social democrático, se lanzaron todos los ataques,
contra aquel, cuyo grupo había triunfado en el Congreso fundador de la CROM. Este provocó
la salida de este grupo del Congreso  Socialista, lo que ya, desde ese momento, significaba un
golpe grave al naciente partido, que surgiría en base a los socialistas doctrinarios que
representaban  más bien a pequeños sindicatos y grupos culturales de escasa presencia en la
vida del movimiento sindical.
La mayoría de los autores que se refieran a este Congreso afirman que el motivo principal de
las diferencias y de la división surgida, fue el hecho de que mientras el grupo de Roy y con él,
la mayoría de los extranjeros se proponían la afiliación del nuevo Partido a la III Internacional,
el grupo de Morones pensaba en crear un partido autónomo, nacional, que no dependiera de
algún centro mundial.
En efecto, el grupo de Morones pensaba en la creación de un partido socialista que estuviera
inspirada en la historia de México, que tomara en cuenta sus circunstancias económicas,
sociales y políticas y que no fuera un transplante mecánico del Partido Bolchevique. El
respetaba la revolución encabezada por Lenin pero afirmaba que se trataba de un movimiento
particularmente ruso, que no podía ni debía copiarse a pie juntillas y que a la vez que fuera un
partido nacional, también tuviera vínculos con el resto d eles partidos comunistas y obreros del
mundo, pero en un pie de igualdad, sin subordinarse a la Internacional Comunista que estaba
en la etapa de crear las secciones nacionales comunistas en la mayoría de los países del
mundo.
En un plano más riguroso debemos decir que el asunto de la incorporación o no a la III
Internacional no tenía en ese momento un especial significado para la clase obrera, la cual
estaba interesada en el desarrollo del proceso revolucionario y sobre todo en las
contradicciones entre los caudillos y jefes. El debate de la II Internacional, en el que los
marxistas condenaron con justicia a los social demócratas no tuvo eco en México porque no
había ningún partido socialista con las características de los europeos, ni tampoco, como
contrapartida a un grupo que reivindicara las tesis leninistas. En todo caso la preocupación por
ingresar a la III Internacional no surgió entre los obreros mexicanos sino entre los intelectuales
extranjeros que estaban en nuestro país en forma transitoria y que tenía la tarea específica de
formar la sección mexicana del comunismo mundial.
El PCM se escindió antes de nacer. Con la salida de la tendencia de Morones se perdió la
principal base social de sustentación y con la del grupo de Gale en realidad salió ganando la
futura organización porque ese individuo era un aventurero político, un agente de carranza y
de la embajada de los estados unidos en México  quien le informaba, al detalle, de todas las
reuniones y acuerdos. Roy dice que “Gale recibió favorablemente la idea de que el Partido
Socialista Mexicano celebrase un Congreso Nacional prometiendo asistir a él con una
numerosa delegación del estado de Sonora”. Este como Obregón estaban a favor de ese
esfuerzo unionista, pero no, obviamente, porque fuesen comunistas sino porque ellos les
posibilitaba su política de relación con la clase obrera”.
afael Carrillo afirma que “es interesante saber que los hombres que jugaron un papel
destacado en el principio de la vida del Partido (Comunista Mexicano) no eran comunistas de
ninguna manera. Eran anarquistas por los cuatro costados, anarquistas, por los cuales
todavía, a través de los años, mantengo gran respeto y gran cariño”. Se refiere Carrillo, sin
duda, a su actitud escisionista, primero en el seno de la CROM en donde integraron la CGT y
después en el Congreso Obrero de Septiembre en que, a la par que se formó el PCM, también
se constituyó el Partido Socialista Obrero, con unos meses de anterioridad.
En efecto, el 20 de febrero, un grupo de líderes cromistas, (Luis N. Morones, Juan Barragán,
Enrique Arce, Gabriel Hidalgo, Manuel Leduc, Ezequiel Salcedo y Eduardo Reynoso)
convocan a la fundación del citado instrumento, al cual le asignan las siguientes finalidades:
no hacer promesas, ni manejar ilusiones sino explicar a los trabajadores a lo que tienen
derecho, obtener diputados al Congreso de la Unión que contribuyan a sustentar la naciente
organización. El POS tuvo un carácter eminentemente electoral y no una orientación marxista.
            El POS es el antecedente del Partido Laborista, el cual se constituyó a raíz de la
ruptura del Congreso Socialista. El POS se formó como un aparato político de la CROM y de
una manera clara Morones afirma: “que es necesario formar un partido netamente obrero para
participar en la próxima contienda política pues los trabajadores no deben sustraerse a sus
deberes políticos”. Celestino Gasca consideró que la Revolución perseguía el mejoramiento
de las clases proletarias y que cuando los trabajadores han abandonado la acción política el
gobierno no los ha tomado en cuenta. Se pronunció por seleccionar un candidato presidencial
que fuera representativo de los intereses revolucionarios”. Como dice Fuentes Díaz, “el POS,
en su breve lapso de existencia, enfocó su acción hacia los asuntos electorales, olvidándose
que su primera tarea consistía en adoctrinar y preparar políticamente a la clase obrera para
que entendiera su papel histórico frente al Estado, premisa esencial de la participación
revolucionaria del proletariado en la vida parlamentaria y política.
            En tanto, la corriente moronista se enfilaba hacia la participación política al lado de
Obregón y Calles, el Partido Comunista, en su primer programa, hizo suyo, en forma
mecánica, el programa de la III Internacional que se había formado en marzo de 1919 en
Moscú. Al citado Congreso concurrieron representantes de todos los partidos comunistas y
socialistas de izquierda. El común denominador de estos partidos era que habían surgido del
seno de los partidos socialistas que habían abjurado de las tesis de Marx y que ahora aquellos
reivindicaban como válidas. Pero muchos de esos partidos comunistas, por la trágica
experiencia del reformismo, se negaban a participar en los parlamentos capitalistas y en los
sindicatos encabezados por derechistas. En México, los comunistas se encontraban en
condiciones similares, respecto a estas dos desviaciones.
 
            En el segundo congreso de la IC, que se efectuara en julio-agosto de 1920, se
formalizó la adhesión del Partido Comunista. En el Congreso, Lenin pronunció un discurso en
el que dijo que los comunistas “solo debemos apoyar y apoyaremos los movimientos
burgueses de liberación en las colonias, ene. caso de que estos movimientos sean
verdaderamente revolucionarios, en el caso de que sus representantes no nos impidan educar
y organizar con espíritu revolucionario a los campesinos y a las grandes masas de
explotados”.
            “…los soviéts de los explotados, son instrumentos validos no sólo para los países
capitalistas sino también para los países con relaciones precapitalistas y que la propaganda
de la idea de los Soviéts de campesinos, de los Soviéts de trabajadores, en todas partes, en
los países atrasados y en las colonias, es un deber indeclinable de los partidos comunistas”.
            A continuación Lenin planteó la idea de que en los países precapitalistas era factible
para el socialismo, “soslayando en su desenvolvimiento, a la fase capitalista”.
            Evitando las generalizaciones que hacían caso omiso de las diferencias reales
concretas, dijo Lenin a los comunistas de las colonias y los países dependientes:
“Apoyándolos en la teoría y en la práctica comunes a todos los comunistas, debéis saber
aplicar esa teoría y esa práctica a condiciones específicas que se dan en los países europeos;
a condiciones en las que la masa fundamental la constituye el campesinado y la tarea a
resolver no es la lucha contra el capitalismo sino la supervivencias del medioevo”.
            Lenin trataba así de prevenir contra la aplicación mecánica de las resoluciones de la
IC. Poco antes del Congreso se publicó su conocida obra La Enfermedad Infantil del
Izquierdismo en el Comunismo en cuyo contenido se enderezaban críticas en contra de las
posiciones aventureras. Lenin llegaba a la conclusión de que los partidos comunistas deberían
actuar en los sindicatos reformistas y en los parlamentos burgueses y en general trabajar en
donde estuviesen las masas, conjugando todas las reformas de la lucha, las legales y no
legales, las parlamentarias con las extraparlamentarias.
            Sin embargo, los comunistas hicieron exactamente todo lo contrario y fundaron en
forma paralela al PCM un organismo llamado Federación Comunista del Proletariado
Mexicano, que se oponía a “toda acción política” de los trabajadores y a los sindicatos de los
“burócratas reformistas” liderados por la CROM.
            En realidad, la formación de esta Federación ya no correspondió a los comunistas que
habían aceptado las tesis de la III Internacional sino a los anarquistas que o habían estado de
acuerdo con ellos. Ellos persistieron en su concepción de no participar en actividades
políticas, limitándose exclusivamente a las sindicales mientras Lenin proponía desde luego la
creación de un partido obrero, dedicado a las actividades políticas revolucionarias, como la
principal tarea de las masas.
            La fundación del Partido Comunista se desarrolló en condiciones políticas de extrema
precarias, a diferencia de otros partidos que contaron con un campo más propicio, con
antecedentes y raigambre. Aunque en América Latina todos los partidos comunistas surgieron
al calor de la Revolución Socialista de Octubre y de la lucha en contra de los reformistas de la
II Internacional, en México hubo circunstancias desventajosas, debido, entre otras razones a
la inexistencia del proletariado, como clase social numerosa y en ascenso y a la influencia
dominante de los militantes del anarquismo.
            En Argentina, en enero de 1918, Codovillo, Recabarren, Gbioldi, Kuhn, fundaron el
Partido Socialista Internacional, que tenía una gran presencia entre la clase obrera y que
dedicó grandes esfuerzos a la difusión de las principales obras de Marx y Engels. Todos esos
dirigentes tenían un importante apoyo de masas y un elevado nivel teórico y político. Eran, en
verdad, marxistas y no anarquistas. El debate para la transformación del Partido Socialista en
Partido Comunista se dio con intensidad en su seno, se formaron tendencias y alas. Desde un
principio, los comunistas argentinos se dieron a la tarea de unificar al movimiento sindical al
fundar la alianza Sindical Argentina.
            En el Uruguay, ya desde el lejano año de 1910 existía el Partido Socialista. Los
comunistas actuaron, desde un principio, entre el proletariado industrial de Montevideo que
tenía un elevado nivel cultural. en junio de 1912 nació en Chile el Partido Socialista, que tuvo
una gran base social entre la Federación Obrera y contó con un líder sindical destacado como
Emilio Recabaren. Este, junto con Lafertte profundizó en el estudio del marxismo, lo
difundieron entre los obreros chilenos y propiciaron la transformación del Partido Socialista en
el Partido Comunista.
            También en el Brasil la fundación del Partido Comunista se dio entre las
organizaciones de obreros y en medio de un intenso debate entre las tendencias reformistas y
revolucionarias. Estos últimos, encabezados por Astrojildo Pereira, prevalecieron en la
orientación y dirección del nuevo partido, después de derrotar a las corrientes
socialdemócratas y anarquistas.
En Cuba, también el Partido Comunista tuvo como antecedente histórico el Partido Obrero,
organizado por Carlos Batiño en 1904. Pero fue hasta 1925 en que se creó el partido de la
clase obrera, todavía con reminiscencias anarquistas, probablemente generadas pro la
represión gubernamental que obliga a la lucha clandestina. Fue al nacer un partido pequeño,
que fue obligado desde el principio a actuar en la clandestinidad.
            Las características particulares de la aparición del Partido Comunista Mexicano fueron
las siguientes:
I.          No existió como antecedente un partido socialista que reivindicara la teoría
de Carlos Marx. Por el contrario, la carta que Lenin dirigiera a los obreros
norteamericanos en donde explicaba el contenido de la guerra y las posiciones
discrepantes con los “socialistas” o socialdemócratas, no tuvo ningún influjo como
para que se deslindaran, desde ese momento, las distintas posiciones políticas.
II.         El debate ente las concepciones de Kart Kautsky y las de Lenin acerca de la
revolución socialista, la naturaleza del partido proletario y la inevitabilidad de la
dictadura obrera, que se conociera bien en otros países de América, en él nuestro,
careció de la necesaria difusión y examen como para que los revolucionarios de
izquierda tomaran partido en torno a ellas.
III.        Aunque en la mayoría d eles países de América Latina contribuyeron a la
formación de los Partidos Comunistas cuadros expresamente enviados por la
dirección de la Internacional de Lenin, en México esos extranjeros predominaron
sobre los cuadros nacionales, como Manuel Díaz Ramírez, que tenían un sensible
atraso ideológico y cultural.
IV.      En México, no existía tradición de influencia marxista entre los núcleos
obreros, los que, en su mayor parte, estaban orientados ya sea por el anarquismo o
por el reformismo, de tal suerte que el Partido Comunista careció, desde un principio
de una importante base obrera.
V.       Mientras en otros países –con excepción de Cuba- los dirigentes comunistas
en rigor ya eran partidarios del marxismo leninismo, en México, los cuadros
extranjeros que prevalecieron en el Congreso de 1919 propiamente no eran
marxistas sino anarquistas, cercanos o coincidentes con algunas posiciones de
Lenin, con excepción de Rondin quien ya era un marxista, mientras Roy era un
nacionalista y se definía como humanista que se estaba acercando al Socialismo.
VI.      A diferencia de otras naciones de nuestro Continente en que los fundadores d
eles partidos comunistas eran, a su vez, líderes obreros en México sólo lo eran de
pequeños núcleos, más que todo de artesanos o bien eran editores de periódicos y
dirigentes de grupos culturales.
VII.     En México, no hubo ningún teórico o pensador de alto nivel, de la estatura
intelectual de Ghioldi, Recabarren, mucho menos Mariategui que desarrollaran en
forma creadora la doctrina marxista y la vinculara con el movimiento obrero y con la
propia realidad social económica de su propia nación, debido, entre otros factores al
sensible atraso que había tenido la distribución de la literatura marxista.
VIII.    En Argentina, Uruguay, Chile y Perú los dirigentes comunistas le concedieron
una importancia estratégica a la difusión del marxismo entre la clase obrera y a la
formación de centros de preparación política, pero en México esto no ocurrió y por lo
tanto los errores en la aplicación d eles acuerdos y resoluciones de la IC fueron más
graves y frecuentes. En Argentina por ejemplo, se formaron ateneos, casas de
cultura, escuelas, centros de educación, debates, conferencias, de las que
carecimos en nuestro país.
IX.      En México, la ruptura d eles líderes del naciente Partido Comunista con los
dirigentes de la CROM implicó un completo aislamiento con respecto del
destacamento mayor del movimiento obrero, pero, en cambio, en otros países de
América Latina, el deslinde con los reformistas, al contrario, contribuyó a aumentar la
influencia de los comunistas entre los trabajadores, ya que estos no fueron excluidos
de los sindicatos ni de las organizaciones campesinas, en las que estaban
solidamente arraigados.
X.       Los fundadores del Partido Comunista Mexicano nunca formularon una
concepción por lo menos coherente acerca del movimiento social en que estaba
inmerso el país, preocupados más por resolver las rencillas internas y por derrotar a
la corriente de Morones. Este factor explica, en que medidas, los virajes, los cambios
estratégicos y tácticas, los conflictos entre las personalidades, la penetración de los
espías norteamericanos y las sucesivas deserciones y divisiones que se dieran en
los primeros años.
 
El Congreso del Partido Comunista Mexicano, celebrado en diciembre de 1921, demostraba la
carencia de una visión objetiva acerca del proceso revolucionario que, iniciado en 1910,
estaba en marcha en el país. Imitando las concepciones de Lenin acerca de la posibilidad de
que una revolución democrática burguesa pudiese transformarse en una revolución proletaria
y por lo tanto conducir al socialismo, los comunistas acordaron desplegar un esfuerzo
colectivo para que de esa etapa de la Revolución Mexicana se transitara al socialismo, en un
movimiento dialéctico obviamente dirigido por ellos, a la vanguardia.
No existió un estudio serio de la naturaleza  de la revolución mexicana, su carácter social, su
trascendencia, la orientación de sus jefes y caudillos, el contenido de la Constitución de 1917.
Lenin había afirmado en su polémica con Roy que en los países coloniales primero se deberá
remover las  características semifeudales, antes que pensar en una revolución anticapitalista
por la sencilla razón de que este modo de producción no estaba suficientemente desarrollado.
En México, prevaleció el criterio de que por el contrario se podría construir una sociedad
socialista, sin impulsar el programa de la revolución mexicana, sin profundizar en sus metas,
como si la historia pudiera realizarse a saltos, sin ningún hilo de continuidad.
El otro acuerdo del citado Congreso fue el de coparticipar en actividades electorales,
secundando a algunos de los caudillos y jefes militares en lucha. Se trataba de organizar a los
obreros y a los campesinos pero no para que concurrieran a votar a favor de algún candidato
presidencial sino para realizar aquella transformación cualitativa.
Sin embargo, la realidad social y política, así como el movimiento de las tendencias reales de
la sociedad mexicana convulsionada, eran diferentes y opuestos a las resoluciones del
Congreso. En primer lugar, porque quienes estaban decidiendo el futuro de la nación eran los
líderes como Carranza, Obregón y Calles y con ellos los intereses que representaban y
defendían que se plasmaron en la Carta de Querétaro. Eles eran los auténticos dirigentes de
las masas campesinas, de obreros y de intelectuales y desde luego, no se proponían la
construcción del socialismo.
 
En segundo lugar, era evidente que el proletariado industrial moderno no era ni con mucho el
componente mayoritario de los ejércitos revolucionarios, ni influía en las decisiones d eles
caudillos en un grado considerable, ni las ideas comunistas estaban extendidas entre ellos.
Una premisa para la transformación cualitativa de la Revolución de 1910 era la existencia de
un partido proletario poderoso que, desde luego, no había.
A nuestro juicio, las concepciones por el I Congreso d eles Comunistas partieron de un
desconocimiento total acerca de la situación económica y social imperante durante el porfiriato
y después acerca de la situación creada desde el estallido de la revolución de 1910. Era muy
frecuente que se confundieran los deseos subjetivos, las aspiraciones políticas con el rumbo y
la orientación que tenía la realidad nacional.
En efecto, tanto las fuerzas representadas por Zapata y Villa, como por Carranza y Calles-
Obregón se proponían, en su conjunto, aunque con distintos matices la destrucción del orden
económico semifeudal, que impedía el desarrollo de las fuerzas productivas y la libre
circulación de las mercancías, el aniquilamiento de las estructuras latifundistas para ampliar y
fortalecer el mercado nacional y dar un impulso a la producción agraria e industrial, establecer
las libertades políticas básicas de una sociedad moderna capitalista y desarrollar desde el
punto de vista económico al país, pero con independencia del extranjero.
Los comunistas anarquistas no comprendieron, ni asimilaron la necesidad de contribuir a
alcanzar esos objetivos, los cuales fueron confundidos con el reformismo, que se consideraba
“el pecado venial” en el movimiento obrero. La búsqueda de “un gobierno d eles campesinos y
de los obreros” era una meta inalcanzable porque en la conducción del proceso revolucionario
estaban predominando los caudillos de la pequeña burguesía urbana y rural, que eran quienes
tenían, además, una comprensión por lo menos más realista y objetiva acerca de la naturaleza
de los problemas nacionales y de las soluciones que se proponían.
La carencia de una teoría acerca de lo que era la Revolución democrático-burguesa,
antifeudal y antiimperialista provocó que la dirección del Partido Comunista fuese presa de las
circunstancias, de los cambios y de los antagonismos políticos entre los caudillos y jefes. El
Partido no pudo mantenerse en un plano equilibrado y racional y a la postre, arrastrado por la
propia dinámica de los hechos, que se daban al margen de él, decidió apoyar a Calles-
Obregón en el año de 1923.
De pronto, se canceló la directriz acerca de la transformación proletaria de la Revolución y
ahora se insistió en respaldar a un candidato presidencial que “surgiera y fuese
representativo” de las organizaciones de trabajadores.
Estos cambios y virajes tan repentinos, cuanto infundados desde el punto de vista doctrinario
hicieron pasar al Partido de las posiciones anarquistas de la no participación política, a la
presencia electoral a favor de uno de los caudillos del grupo sonorense. Aquí se sembró la
semilla de las continuas escisiones y”purgas” en el interior de las organizaciones: los que
mantenían posiciones sectarias y aislacionistas a ultranza, lindantes con el anarquismo,
ejercían represalias en contra d eles “participacionistas” en la contienda democrática general.
Una vez resuelto el apoyo a Obregón la dirección del partido se reorganizó. Habían cometido
el “pecado” de “coincidir” con la CROM y el Partido Laborista es un asunto de enorme
importancia política. Solo que estos postularon a Obregón sobre la base de un programa de
reivindicaciones obreras.
Estas veleidades provocaron una ruptura grave en el partido pues muchos de sus miembros
como Carrillo Puerto, Múgica, Elena Torres se inclinaron por respaldar la candidatura
presidencial de Obregón y de sumarse de plano a su causa en donde ocuparon señaladas
responsabilidades. Ellos consideraban que el caudillo sonorense estaba abriendo la
posibilidad de que muchas de las reivindicaciones económicas y sociales de los obreros y
campesinos se pudieran cumplir en los hechos y que una conducta aislacionista imposibilitaría
este avance o por lo menos lo haría más difícil, lo que finalmente reduciría al partido a la
categoría de un grupo radical.
l amparo de la Revolución se inició una renovación intelectual, encabezada por el Ateneo de la
Juventud. Fue la reacción antipositivista. El filósofo estelar del intuicionismo, Antonio Caso,
enseñaba Sociología en la Escuela Nacional de Jurisprudencia y en su cátedra difundía
extractos o párrafos de testos de Marx y Engels, desde luego, con propósitos exclusivamente
académicos.
Como dice José Alvarado, la generación del Ateneo de la Juventud “fue la última formada
durante el régimen de Porfirio Díaz, en las postrimerías de éste, la primera del proceso
revolucionario, en tanto que la de los “Siete Sabios” fue su continuidad. Estos intelectuales se
formaron bajo el influjo de las tesis de Kant, Schopenhauer, Hegel y Bergson, pero también
conocieron las proclamas ardientes de Ricardo Flores Magón, el texto del Plan de Ayala y los
juicios políticos de Madero expuestos en su libro “La Sucesión Presidencial en México en
1910”.
Al finalizar el curso de la Escuela Nacional Preparatoria en este año decisivo para la historia
mexicana, el joven Vicente Lombardo Toledano recibe, por lo meritorio de sus exámenes, una
condecoración de manos del propio dictador. Está presente en la ceremonia el ilustre Justo
Sierra. 1910 es también el momento en que Lombardo comienza a indagar acerca del
presente y del futuro de México. El triunfo de Madero y su llegada a la Ciudad de México le
causan un fuerte impacto que le obliga a preguntarse acerca de lo que está pasado en el país
y porqué se están rebelando los obreros y los campesinos.
El Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Venustiano Carranza, por intermediación del
rector de la Universidad, Don José Natividad Macías, mandó llamar a varios de los “Siete
Sabios”. Concurrieron Alfonso Caso, Manuel Gómez Morin, Antonio Castro Leal y Vicente
Lombardo Toledano. Carranza dijo: “El rector me ha hablado de ustedes y creo que es la hora
de que su generación participe en la vida política. Se avecinan las elecciones municipales en
la Ciudad de México y les ofrezco participar en el municipio más importante del país”.
Lombardo afirmó. “yo estudio dos carreras, derecho y filosofía, eso absorbe todo mi tiempo. Si
yo aceptara su generosa oferta tendría que abandonar los estudios. Prefiero salir de la
Universidad graduado y después participar en la vida política”. “Tiene usted razón –contestó
Carranza- porque para hacer política es necesaria una gran preparación, siempre encontrarán
en mi a un amigo”.
Cuando Lombardo se inscribió en la Escuela Nacional Preparatoria, en el año de 1909 había
un auténtico renacimiento cultural. En la literatura y la poesía se destacaban Manuel Gutiérrez
Nájera, Amado Nervo, Salvador Cravioto, Luis Castillo Ledón, Enrique González Martínez,
Julio Torri. En la filosofía, Antonio Caso y José Vasconcelos. Estos introdujeron las nuevas
corrientes filosóficas que estaban estudiándose en Europa y que en México las había proscrito
el positivismo. Se enfatizaba en la formación ética y estética, pero sobre todo en la difusión de
la cultura hacia el pueblo, hacia los trabajadores. Ezequiel Chávez creó, por ejemplo, una
Escuela de Humanidades, a la que tenía acceso cualquier trabajador o empleado, en forma
libre y gratuita.
           No obstante este impulso ideológico y educativo, el Plan de estudios de la ENP que
todavía cursó Lombardo Toledano, era predominantemente positivista. A saber, se enfatizaba
en el conocimiento de la Geometría, Álgebra, Mecánica, Física, Química, Geografía,
Anatomía, Lógica, Historia General, Francés, Historia Patria. Los exámenes eran orales,
escritos y prácticos. Estaba proscrito el estudio de la Filosofía, la que se conocía en la Escuela
Nacional de Jurisprudencia y en la Escuela de Altos Estudios.
La reforma universitaria sólo abarcó inicialmente, a las escuelas superiores y por lo tanto en la
ENP seguían ocupando posiciones académicas e ideológicas sobresalientes profesores
positivistas como Ezequiel A. Chávez, Vicente Gama y Porfirio Parra. El paso por la
benemérita institución era obligatorio para todos aquellos que deseaban dedicarse a la
política, a la actividad pública o a la docencia.
Refiere Lombardo Toledano que aprendió en la ENP que la existencia se divide en Edmundo
de lo inorgánico y de lo orgánico, esencialmente diversos entre sí; que la naturaleza está
sujeta al proceso de la evolución y que éste consiste en un cambio de lo simple a lo
compuesto, sin contradicciones; que la actividad síquica es un simple fenómeno del
mecanismo fisiológico y que el espíritu se explica por si mismo, es decir, es de origen
sobrenatural.
En cuanto a la tabla de valores que se impulsaban, primero estaba el individuo, después la
familia y posteriormente la sociedad; que el hombre sólo debe vivir para salvarse y que la
salvación del hombre radica en el amor a Dios; que los hombres superiores son los que
determinan el destino d eles pueblos; el espíritu es el que crea la historia y conduce el
desarrollo de la naturaleza; que la ciencia se encarga sólo del conocimiento parcial de la
realidad y que sólo la intuición hace llegar a la auténtica verdad.
Lombardo consideró que la obra del Ateneo de la Juventud implicaba una revolución
intelectual e ideológica, una revolución moral en el país. En efecto, se sentaron nuevas tesis
en contra de la ideología dominante. “La teoría moral de nuestros gobiernos, a partir de la
Reforma, expurgada de toda idea perteneciente a nuestra tradición humanista por el régimen
de Porfirio Díaz se basaba en la creencia de la esterilidad de toda búsqueda concerniente a
las causas de la vida y del mundo, declarando a priori la incapacidad del hombre en ese
empeño”.
La nueva corriente filosófica tenía que partir de la crítica más acerba en contra de la moralidad
imperante. El positivismo proclamaba como máxima y única moralidad la de la utilidad y la de
la conquista de objetivos inmediatos, concretos, que hicieran que en la naturaleza y en la
sociedad predominaran los más aptos en detrimento de los más débiles, con lo que se
sancionaba e impulsaba la desigualdad social.
Esta moral programática negaba la posibilidad de la lucha por los valores trascendentales y se
oponía ala especulación metafísica, preferida por Antonio Caso. Los estudiantes de 1910 de la
Escuela Nacional Preparatoria y de la Escuela Nacional de Jurisprudencia fueron formados en
esta actitud de rechazo hacia esa moralidad utilitaria. Se originó una vuelta hacia la reflexión
filosófica y hacia la búsqueda de los valores éticos y literarios.
El Ateneo de la Juventud se preocupó por la exaltación de la libertad individual tratando de
que, de esta manera, que el hombre no solo buscara su felicidad en la tierra sino también la
suprema dicha en el acercamiento con la divinidad. Como dice Lombardo Toledano, la
reacción antipositivista defendió la capacidad que tiene el hombre de asumir su
responsabilidad sobre el ejercicio de su conducta contra el fetichismo del darwinismo social.
Pero, además, el Ateneo demostró que la filosofía, no se agotaba en la mera especulación
empírica de los datos de la ciencia. Aunque, desafortunadamente, esta actitud despertó un
sentimiento de rechazo por la investigación de la naturaleza, de las ciencias naturales y
exactas y desdén por el trabajo productivo.
La renovación intelectual propiciada por el Ateneo le permitió a Vicente Lombardo Toledano
consolidar una amplia cultura literaria y humanística, aprendió inglés, francés, italiano y
náhuatl. Se trataba de la cultura  basada en las letras. Para Lombardo, el determinismo de las
leyes biológicas implicaba el desconocimiento de la facultad humana para crear. Enemigo del
condicionamiento económico y social del hombre proclama que el hombre puede y debe
buscar su propia felicidad y la de los demás. El hombre, piensa, siguiendo a Caso, no sólo es
naturaleza biológica, o un ente físico sujeto a determinaciones químicas sino que es algo más:
un ser capaz de actos de alta moralidad y de acciones profundas. La “potencia espiritual” se
convierte en un elemento explicativo esencial en la vida del hombre y de la sociedad. Se trata
de descubrir las aptitudes que el hombre tiene para la especulación filosófica, el goce estético
en el comportamiento humano, enfocado al bien y a la caridad, a la contemplación de los
valores divinos. Se Busca mejorar la vida del hombre por medio de la redención educativa. El
Ateneo buscaba llevar al pueblo la nueva cultura y para ello creó la Universidad Popular,
institución que refleja su convicción de educar a las masas.
“Los que cursábamos el primer año de Preparatoria en 1910 y que por diversas circunstancias
no nos dábamos cuenta exacta de las quejas amargas de las masas, a la llegar a la cátedra
de Antonio Caso oímos la revelación de nuestro pasado histórico, adquirimos la noción clara
de nuestro deber de hombres en la conservación de los designios del espíritu. Este beneficio
enorme –digo por mí- no podemos pagarlo con nada en la vida. Aprendimos a amar a los
hombres filosóficamente, que es la manera de amarlos para siempre, a pesar de algunos de
los hombres y por eso nos sumamos sin condiciones a la causa del proletariado”.
La vida política separó a sus integrantes y los llevó por distintos derroteros: la política, la
docencia o la actividad artística. Vasconcelos ingresó a la política activa al lado de Madero y
de Villa, Alfonso Reyes brilló en la literatura y Antonio Caso se dedicó a la cátedra. Lo mismo
ocurrió con los “Siete Sabios”: Manuel Gómez Morin, fundaría el principal partido de la
derecha; Alfonso Caso, se destacaría en las investigaciones antropológicas; Antonio Castro
Leal en la literatura y la filosofía.
El Ateneo se solidarizó con la revolución triunfante de Madero, pero ya en declinación, no
pudo comprender el drama que se escondía en el cuartelazo de Huerta. No fue capaz de
instalarse al frente de la lucha reivindicatoria del pueblo.
           El joven Lombardo estudió en el Liceo Teziuteco, dirigido por Antonio Audirac, que, a
su vez, había sido discípulo de Enrique Rebsamén. En esta orientación educativa se impartía
a los niños Historia, Ciencias Naturales, Inglés, Francés, Geometría, Lenguaje, Geografía,
Cálculo, Moral y Música, es decir, se trataba de una educación elemental realmente completa.
Se enseñaba a leer y a escribir de una manera simultánea; las ciencias naturales, mediante la
observación directa de los fenómenos; la historia se enseñaba sobre bases de valores del
patriotismo y del nacionalismo.
            De acuerdo con esta concepción pedagógica se empieza a dar a conocer a los niños el
estudio de los fenómenos y de las acciones más cercanas a su medio ambiente, utilizando un
lenguaje objetivo. “El material para la enseñanza nos lo ofrece la misma escuela, la casa
paterna, la población, el campo, el bosque. De esta manera, los niños aprenden a conocer las
cosas de manera natural, por medio de cuadros objetivos, en base a juicios sintéticos”.
            Los niños, al conocer las causas d eles fenómenos naturales, no tenían porque
explicarlos haciendo alusión a orígenes divinos, por lo que la religión pasaba así a un plano
totalmente secundario.
            Desde el punto de vista político, la Escuela de Rebsamén-Audirac fomentó el espíritu
libertario y patriótico, la lucha en contra de la influencia de la iglesia en las instituciones
educativas y se esforzó por lograr la unidad intelectual del pueblo fomentando la educación
entre las masas populares. Pero a caso lo más importante de la Escuela de Rebsamén-
Audirac es la de que se promovió la educación integral desarrollando en forma multifacética la
capacidad física e intelectual de los niños y de los jóvenes, haciendo así una aportación
invaluable al desarrollo nacional del país.
            Describió Lombardo Toledano que: “hace 50 años el pueblo donde nací (Teziutlán,
Puebla) estaba rodeado de bosques. Encalvado en la hermosa serranía parecía una aldea de
juguete; como los “nacimientos” que hacían las manos hábiles y el fervor religioso de las
viejas y solteronas para conmemorar la llegada al mundo de Jesús de Belén. No había
caminos fáciles de transitar sino veredas con agujeros, siempre llenos de agua, que formaban
las recuas de mulas que transportaban las mercancías y el ganado que iba a engordar a las
verdes sabanas de las costas del Golfo de México. La niebla envolvía al pueblo todas las
tardes con la puntualidad británica y a partir de octubre no volvía a verse el sol durante largos
meses”.
            “Las diversiones de las gentes eran sencillas y rutinarias: los jueves y los domingos los
hombres iban a la peluquería y a los baños de vapor, las dos principales tertulias. Las mujeres
tejían encajes de bolillo y algunas tocaban el piano en pequeñas romanzas. Las jóvenes iban
los martes a pedir novio a la capilla de San Antonio y los domingos asistían a la misa de doce
con sus mejores atavíos. Las que tenían pretendientes endulzaban su vida de vez encunado
con las serenatas de instrumentos de cuerda que tocaban valses románticos al pie del balcón
desde el cual, alzando levemente las cortinas de tul, espiaban al prójimo. Nada turbaba la paz
provinciana. Nadie estaba enterado de lo que ocurría en la Ciudad de México y menos en el
mundo, excepto el Jefe Político, el Presidente Municipal y dos o tres comerciantes que
visitaban la metrópoli”.
            “Mi vida de niño fue de un niño feliz, sin preocupaciones, sin privaciones de ninguna
clase, dedicado a la escuela y al mismo tiempo al campo”. En su contacto con la población
indígena, aprendió la lengua de  los aborígenes y se interesó por sus costumbres, así como
por sus problemas sociales.
            Siete estudiantes fundaron la Sociedad de Conferencias y Conciertos: Jesús Moreno
Baca, Antonio Castro Leal, Teofilo Olea y Leyva, Alberto Vázquez del Mercado y Vicente
Lombardo Toledano. Se dedicaron a fomentar entre los estudiantes el conocimiento de las
nuevas corrientes en la filosofía, la historia, el arte, la literatura y la música. De una manera
particular, destacamos la persuasión e influencia que entre ellos produjera el ilustre
dominicano Pedro Henríquez Ureña, que ahondó en el conocimiento de la cultura clásica, en
las ideas del Renacimiento y de la Ilustración. Contribuyó este humanista en el año de 1922 a
crear el Grupo Solidario del Movimiento Obrero, por medio del cual se pretendía vincular a los
intelectuales y artistas con los trabajadores manuales. Este Grupo realizó varios estudios para
el Grupo Acción sobre una serie de problemas que padecían los trabajadores, pero
desgraciadamente en poco tiempo desapareció.
            En un acto celebrado en el seno de la Universidad, en diciembre de 1917 el estudiante
Vicente Lombardo Toledano dijo que la educación era uno de los factores que determinan la
evolución y los adelantos del pueblo. “En realidad educarse es servir a la vida en sus fines
inmediatos; por eso el hombre tiene que educarse por sí solo y más tarde la sociedad
completa esta misión instructiva. La historia, empero, no muestra una marcha indefinida de
progreso”. Consideró el discípulo predilecto de Caso, que el desarrollo material de la
humanidad ha sido prodigioso pero no así su progreso educativo, político y moral.
            Para Lombardo el filósofo no descansa en averiguar el secreto de todas las cosas y los
fenómenos; “busca, experimenta y sintetiza sin tregua, al grado incluso de tocar los terrenos
prohibidos de la leyenda y de la religión. Al referirse al pueblo griego dijo de él: “que es el
pueblo que inventa la discusión, que inventa la crítica, funda el pensamiento libre y la
investigación científica. La filosofía no es una colección de verdades eternas sino es un
método para mejorar la acción individual y social. Lo mismo ocurre en el conocimiento de la
Ética, que tiene que traducirse en la lucha incesante por la conquista de los ideales más
elevados. Por ello, nada tan antilibertario como las ataduras dogmáticas de la iglesia, o las
normas filosóficas del positivismo.
            La formación de Lombardo descansó en la observación de los fenómenos de la
naturaleza, es decir, en el pensamiento inductivo para después elaborar conclusiones más
amplias y generales. Aunque era un enfoque de carácter idealista implicaba no obstante un
avance notable, frente al pensamiento dogmático y la actitud anquilosada de la escolástica
religiosa, que era la otra influencia predominante a la cual se oponía la escuela de Rebsamén.
Ello impedía que muchos jóvenes tuvieran acceso al estudio y el conocimiento, por ejemplo,
de las ciencias sociales, del marxismo, que exigía un afán crítico de la sociedad, por un lado y
por el otro para cambiar la realidad. El intuicionismo exigía que los hombres modificaran sus
argumentaciones  reinantes, en el sentido que indicaba la justicia y no acoplarse en forma
resignada a ellos.
            La Universidad Popular de México fue fundada por el Ateneo de la Juventud el 24 de
octubre de 1912, siendo su primer rector, hasta el año de 1914 el ingeniero Alberto J. Pani.
Por medio de esta institución se difundía la cultura entre las organizaciones de trabajadores ya
que su labor se desempeñaba sobre todo, en los recintos sindicales. Se partía de la premisa
de que un intelectual sin nexos con el pueblo, no puede tener, válidamente, ese nombre.
Instituciones como esta se formaron en Cuba, Chile, Argentina, las cuales tenían la finalidad
de coadyuvar a la emancipación del proletariado, por medio de la difusión de la ciencia y la
cultura.
            Dice Lombardo: “Yo vivía cerca de la Universidad Popular, que estaba en el Barrio del
Carmen y cuando faltaba un profesor lo disculpaba con los obreros que acudían a las aulas y
veía en ellos tal avidez de conocimientos que les daban lecturas comentadas, leían un cuento,
una novela corta, o un capítulo de un libro científico y luego dialogaban con ellos”. En las
actividades de las Universidades se destacaron Daniel Cosío Villegas, Narciso Bassols, Luis
Enrique Erro, Enrique González Rojo, Octavio Medellín Ostos, Rafael Ramos Pedroeza, Jaime
Torres Bidet y otros.
            Este grupo de intelectuales habían decidido salir de la comodidad y de la rutina de los
recintos académicos para vincularse con las necesiades objetivas de los explotados que
vivían en los barrios marginados de la sociedad. El funcionamiento de esta institución fue
siempre muy precario pues sostenían sus actividades recurriendo a los donativos de los
sindicatos y también de algunos industriales y comerciantes, que tenían interés  en que se
difundiera la cultura entre las clases laborantes. El mejor momento de la UPM fue bajo el
rectorado del doctor Alfonso Pruneda porque se ampliaron las relaciones con las distintas
agrupaciones obreras.
            Al referirse a estos días, Lombardo describe que: “los que asistían a la UPM a
escuchar conferencias eran obreros y poco a poco me fui ligando a ellos. Primero
trasmitiéndoles conocimientos, pero yo ya estudiaba la profesión de abogado, me consultaban
sus asuntos de carácter económico. Así me incorporé a los sindicatos paulatinamente, de tal
forma que cuando yo terminé mis estudios de Filosofía y Derecho, en 1918 yo ya estaba
ligado directamente a las agrupaciones obreras. Comprendí con los trabajadores, toda la
profundidad del drama social de México”. Tenía 23 años de edad.
            En el año de 1917 se crea el Comité Local Estudiantil que “busca la redención del
pueblo mexicano por medio de la educación y de llegar a la formación de una clase estudiantil
compacta, fuerte y culta, con tendencias sociales definidas y capaz de ejercer una acción
eficaz en los destinos de la República y de la raza.
            “Los que comenzamos a meditar sobre México cuando estalló la Revolución
descubrimos la magnitud del drama en que se vivía y esta revelación decidió el curso de
nuestra existencia. Se presentó entonces para los jóvenes de mi generación un dilema: labrar
nuestro porvenir como individuos, buscando nuestra felicidad al margen de la profunda
convulsión que sacudía al pueblo, o vivir dentro de ella y tratar de contribuir al logro de las
metas que pretendía alcanzar. Yo opté por el segundo camino después de dudas y
vacilaciones, cuando salí de la Escuela porque son tentadoras las riquezas y los bienes que
proporciona”.
            Lombardo abandonó así la práctica de la época que consistía en abrir un despacho
como abogado litigante y cobrar altos emolumentos por sus servicios, solo buscando el
enriquecimiento personal, como si fuera el objetivo único de la vida.
            En cambio, Antonio Caso representaría la encarnación viviente del “intelectual”, a la
manera de la concepción tradicionalista: dedicó su vida a escribir libros y a la cátedra,
mostrándose no sólo como opuesto a la actividad política directa sino también como un
pensador que dudaba de las cualidades racionales del pueblo. Caso fue el orador de
academia un excelente expositor en la cátedra, pero jamás se pudo dirigir a los obreros y a los
campesinos.
            Pero Caso le heredó a Lombardo desde su trinchera idealista y espiritualista, la
exaltación de los valores del racionalismo griego, el amor por lo nacional –el nacionalismo- y
lo latinoamericano, la solidaridad desinteresada con las causas populares, el entusiasmo por
la actividad filosófica, la inclinación por el arte, la literatura y la música, la rectitud moral en las
acciones cotidianas, el combate a la simulación política y la atención permanente que debe
dedicarse a los adelantos de la ciencia y de la técnica.
            La verdad para Caso no es definitiva ni estática sino es algo que se está haciendo
frecuentemente; se proponía la búsqueda de la verdad por medio de un impulso dramático,
dinámico, amoroso, e incorpora a su concepción filosófica todo lo que, a su juicio, de
verdadero tenían los otros sistemas y corrientes del pensamiento. Consideraba que ningún
filósofo había alcanzado la verdad sino sólo pequeños fragmentos de ella.
            Lombardo hizo suyas las causas y las demandas de la clase obrera y abandonó su
condición de intelectual tradicionalista y pequeño burgués para iniciar una larga trayectoria y
militancia ene. seno del movimiento obrero y campesino. El individuo es un elemento
secundario, lo importante eran las masas de trabajadores. Este sufría distintas influencias,
desde el catolicismo social, hasta el anarquismo, pasando por el socialismo en sus distintas
vertientes, hasta el sindicalismo unionista clásico. De la Universidad se fue al pueblo por
medio de la difusión de la cultura, pero no de una cultura libresca sino de una que buscaba la
exaltación de sus potencialidades revolucionarias.
           Como dice Millon en este período temprano de su vida “Lombardo era más bien un
intelectual liberal de la clase media, un típico defensor de la Revolución, la cimiente de su
futura convicción marxista podemos vislumbrarla Ens. Amplia conciencia social y en su
orientación social idealista, humanista más que individualista”. Desde el punto de vista social y
político, la ideología de Lombardo está impregnada del programa de la Revolución triunfante.
            En septiembre de 1921, en un discurso pronunciado en el I Congreso Agrario del
Distrito Federal, consideró que en el fondo de todos los cambios políticos ocurridos en México
estaba presente el anhelo de las masas populares por crear instituciones políticas nacionales
en donde encauzar y fortalecer la conciencia nacional. “El triunfo de la Revolución fue
resultado del clamoroso deseo del pueblo por ver terminada una indecorosa administración
que vivía por completo divorciada de la opinión y de los anhelos del país”.
            El contenido social del artículo 27 de la Constitución plantea el imperativo de entregar
las tierras a los pueblos que las han pedido y de dotarlas a otros que jamás las tuvieron
porque el verdadero problema radica en “darles base a su actividad y la garantía de su
independencia de vida”. Par Lombardo, los enemigos de la reforma agraria negaba la
importancia de la repartición de la tierra argumentando que se requiere, antes que nada,
técnica y recursos financieros para hacerla producir. Sin desconocer esta verdad, afirma que
“el que no se siente dueño de nada en el mundo es incapaz de realizar nada en el mundo, no
hay sacrificio posible sin entusiasmo, pero tampoco puede haber buena fe en la vida si se
niegan los recursos actuales esperando todos los que darán mañana la felicidad completa”.
Lombardo postulaba que el gobierno debería estar en manos de todos los factores que en el
seno de la vida social crean la vida pública y la dirigen, persiguiendo una idea técnica,
económica y moral. El reparto agrario significa el convencimiento de que la energía de cada
hombre que es dueño de una parcela va aumentando la energía de la raza. “La propiedad es
fruto del esfuerzo y cuando el esfuerzo se agota, la prosperidad debe sucumbir en manos del
exhausto. La vida quiere hombres de sacrificio, no hombres de lucha ocasional y vana de
ideales”.
Esta es una apología de la necesaria organización que deben tener los campesinos, para que
incrementen la productividad en la agricultura. A falta de recursos técnicos y financieros,
Lombardo demandó a los campesinos “abnegación y esfuerzo para que de ellos brote la
felicidad en forma espontánea”. No propone reformas al régimen de la propiedad privada sino
sólo se muestra interesad en aplicar la Constitución. Los artículos 27 y 123 significan que el
pueblo no pierde la posibilidad de defender el fruto de su esfuerzo.
Una de las afirmaciones centrales de Lombardo es la de que “el derecho es un producto
social, cambiar por el tiempo, por las necesidades públicas”. Siguiendo en esto a Kant
considera que la Constitución es una normalidad jurídica que regula las relaciones sociales.
También al igual que Rousseau concluye que la Ley fundamental está formada por la voluntad
humana, popular. Esta voluntad es la causa, el origen, de la naturaleza y las formas de las
leyes y que de esta manera el pueblo legisla para sí mismo y que en consecuencia no pueden
afectar a los intereses de los individuos.
           La tesis de Vicente Lombardo Toledano, para obtener el grado de abogado en la
Escuela Nacional de Jurisprudencia, titulada “El Derecho Público y las Nuevas Corrientes
Filosóficas”, manifiesta influencias de Kant, Rousseau, de los juristas Jellinek y León Duguit y
por supuesto, sobre todo, de Antonio Caso. Este afirmó que “la obra de Kant rompió nuestra
virginidad filosófica, produjo en nuestro ánimo la rebelón perenne contra todo empirismo. Kant
nos ofreció el mundo del a priori, la forma de conocimiento, no derivada de la experiencia”.
            Lombardo examina las doctrinas filosóficas de Fichte, Shopenhauer, Schelling, Hegel,
Comte y Marx, pero desde la óptica antipositivista, similar a la actitud que Caso tiene en su
obra “Problemas Filosóficos”.Existe el interés evidente en estudiar y abrevar las corrientes
idealistas con el afán de demostrar que rompe con ellas el positivismo de Gabino Barreda.
Para él estas ideas significan la antelación de los nuevos principios, que se resuelven en la
práctica social, pero esta transformación se produce por medio de un lento proceso.
            Prevalece la tesis de que la idealidad o la voluntad es la fuerza motriz de los cambios
históricos. Este voluntarismo se produce como un rechazo a la  actitud mecánica del
motivismo frente a la filosofía y frente a las relaciones sociales, las que concebía en forma
regimentada, esto es, por medio de etapas sucesivas y fijas: la etapa teológica, la metafísica y
la positiva. La reivindicación de la idea como fuerza primigenia, de la voluntad como
promotora d eles cambios en la vida del hombre es también la contrapartida del positivismo,
que sólo acepta el conocimiento de los hechos producidos por medio de la investigación
empírica y la investigación de la idea del progreso humano, que es una idea perenne, natural,
de la sociedad humana.
            Lombardo afirma en su tesis profesional que el idealismo hegeliano a la muerte de su
autor, se dividió en dos corrientes: la derecha, dirigida por los hegelianos deístas y la izquierda
representada por Strauss, Bauer, Stirner y justamente Marx y Engels “de los cuales surgieron
los fundadores del anarquismo, de la democracia socialista y del humanitarismo. Este juicio
era correcto. Marx ingresó a la Universidad de Berlín enjulio de 1936 y en esa institución era
predominante la filosofía de Hegel. Esta filosofía era considerada como oficial por el estado
prusiano.
            Lombardo calificó al Manifiesto Comunista “como el documento más importante en la
historia de las doctrinas políticas del siglo XIX. Adoptando sin embargo, una actitud
mecanicista propia de un conocimiento insuficiente e influenciado por la tendencia
predominante, concibe a la interpretación marxista de la historia como “hacer depender la
evolución social, política e intelectual exclusivamente del cambio en las relaciones
económicas y del modo de producción. Con la técnica del trabajo sobre la naturaleza, que
constituye la base, cambia la superestructura jurídica y política. La política es un fenómeno
consecutivo de la economía y también de aquí deriva la vida espiritual, la moral, la religión, el
arte y la filosofía. Así Marx, ganado por Feuerbach para el naturalismo y bajo los auspicios de
Saint Simon y Louis Banc, transformó el absoluto hegeliano (la idea) en materia, por que una
vez más se comprueba el decir: los extremos se tocan”.
            Esta concepción unilateral del Lombardo es abandonada durante la polémica con Caso
de 1933 en que advierte la relación recíproca que existe entre la base material y la
superestructura, ideológica y política, siendo, no obstante, determinante la primera. Con la
frase un tanto despectiva de que “una vez más los extremos se tocan”, parece indicar un
cierto desacuerdo con la inversión materialista de la dialéctica hegeliana, elaborada por Marx.
Pero por desgracia no desarrolla esta idea. Es justa su apreciación acerca de la influencia de
Feuerbach y Saint Simon sobre Marx.
           Una de las afirmaciones más sobresalientes de Vicente Lombardo Toledano en la obra
de juventud que analizamos es la que de “que las ideas engendran movimientos sociales y
éstos, a su vez, nuevas ideas que tratan de explicarlos y de prever sus consecuencias”. Con
esta idea Lombardo reconoce que los cambios ideológicos influyen sobre los cambios sociales
o económicos, pero en el marco de una relación dialéctica pues la segunda genera y acelera
las primeras.
            Advirtió que la concepción de Comte defendía los intereses de dominación de los
elementos superiores de la sociedad (los gobernantes) hacia los inferiores (los ciudadanos).
La sociología de Comte y Spencer consideraba que para estudiar con objetividad las
instituciones políticas y sociales, era necesario examinar los hábitos alimenticios de la
población, así como el medio físico en que se desenvuelve. Para el positivismo, en efecto, la
sociedad humana es un organismo, con funciones similares, al organismo físico. Es un
conjunto de individuos relacionados entre sí. La unidad es el individuo, la célula social, la
pareja y la unidad social, la familia. Quien detenta la autoridad política suprema lo hace por el
reconocimiento de su fuerza, de su poderosa voluntad, de sus amplios conocimientos y la de
la posesión de la riqueza. Los directores de la sociedad serían los gobernantes (el cerebro) y
los trabajadores (los órganos inferiores).
            Para Lombardo esta concepción pretende justificar la dominación de los más fuertes
sobre los débiles y por ello es inaceptable. Afirma que la divisa positivista: el orden como
base, el amor como medio, el progreso como fin, el progreso dentro del orden merece al amor
en una formula de conciliación de las clases sociales en beneficio de la burguesía. Considera
que frente a la idea del estado absoluto de Hegel y a la sumisión incondicional del individuo a
la sociedad, habían florecido reacciones tales como “el colectivismo sin freno, el falso
sindicalismo, la ambición sin límites y la convicción de que la base efectiva y el desideratum
de los pueblos se encuentra en la mejor distribución de la riqueza, en el desarrollo material por
todos los medios de los recursos nacionales, mientras se hacen olvidar las normas éticas, las
exigencias espirituales de la sociedad y la educación política, única base del edificio social”.
            Esta es una actitud moralista, típica de la influencia de Caso. Este, desde una posición
ingenua, se pronunciaba por la “reivindicación ética de la clase trabajadora”, pero sin precisar
las condiciones concretas de su estado de sujeción, ni los factores humanos causantes de
ella. Caso se inclinaba también porque la Universidad sirviera a la “exaltación moral del
pueblo”, pero sin proclamar un credo económico y político determinado.
            Lombardo, por su parte, defendió la libertad del individuo frente al Estado, pero sin
incurrir en un desenfrenado liberalismo. Más bien se inclinó por una solución intermedia entre
lo que se denominaría el individualismo a ultranza y el socialismo exagerado. Se trata de que
el hombre asuma una actitud armónica. No admite el derecho de unos ciudadanos para
imponerse a otros, sobre la base de su poder, ni tampoco la idea de que “el Estado es el único
detentador de la justicia”. Considera que la fe en la ley “es la fe en el poder de la reflexión para
determinar la acción de los hombres en la vida social.” No se interesa por discernir cómo y
quién elabora las leyes y a quién beneficia o perjudican sino declara su lealtad y reclama la de
los demás al orden jurídico imperante.
            Sin embargo, avanzó hacia una interpretación más realista –por ser más social- del
derecho cuando dice “que la ley es verdaderamente ley hasta después de que el pueblo,
conjunto vivo, orgánico, la ha asimilado, o bien la ha reconocido como expresión de una
necesidad sentida o reclamada”.
            “La tesis de Hegel acerca del carácter absoluto del estado –añade- ha justificado
excesos de poder y desmanes de autoridad. Por lo tanto, la futura vida política interior debe
ser un todo armonioso, el estado un ser individual que organiza las fuerzas reales de la
sociedad que las encauza, que las observa, que sustituye con sus grandes recursos a los
individuos en sus empresas que persigan el bienestar común, cuando aquellos no están en
aptitud de emprenderlas; que no promulga leyes sin arraigo en la conciencia pública, que no
sacrifica el verdadero porvenir de los pueblos para discutir asuntos de valor inferior.”
            Por lo tanto concibe al Estado como ejecutor de una política complementaria a las
acciones de los individuos. Oscila entre el liberalismo radical y el moderado, es decir, entre un
“totalitarismo estatal” y el individualismo que atomiza. No advierte sobre pospeligros
económicos y sociales que implicaría la acción ilimitada de los particulares. Piensa que el
hombre como su vigor, con su “ser integral” guiará los actos y los abusos de los gobernantes,
lo que le dará “rumbo y orientación a su propio destino, no más oposición del individuo al
Estado, ni del estado al individuo”.
            En el aspecto de la vida de los Estados, Lombardo hizo suyas las tesis de Kant sobre
las relaciones internacionales. Al igual que el autor de la Crítica de la Razón Pura, consideró
que los principios del derecho internacional “son intrínsecamente válidos, que están en la
conciencia de los pueblos y que por lo tanto, su validez o aceptación no están sujetas a
discusión”. De los principios de Kant que Vicente Lombardo Toledano destacó son los
siguientes:
            Ningún estado independiente podrá ser adquirido por otro estado mediante herencia,
cambio, compra o donación. Los ejércitos permanentes deben desaparecer por completo.
Ningún estado debe inmiscuirse por la fuerza, en la constitución y el gobierno de otro Estado.
El derecho de gentes debe fundarse en una federación de Estados Libres. El derecho de
gentes determina la formulación de un estatuto jurídico en el que se fijan las atribuciones de
cada uno.
            Continuando con su posición intermedia, Lombardo piensa que vivir en común significa
conciliar los intereses privados y los estatales. Para los pueblos, el gran objetivo es vivir
gozando de plena autonomía y fines particulares, pero de acuerdo con los postulados
generalmente admitidos por todos”. La vida de os pueblos ha pasado de la lucha franca y
elevada al rango de institución necesaria, a las relaciones basadas en la desconfianza y en el
concepto de que el mayor bien es el bien de cada uno; el reconocimiento de que existe un
deber internacional, un conjunto de normas morales, que campean sobre los fines privados de
los pueblos y hacia los cuales la vida obliga y la razón exige enfilar todos los destinos”. Lejos
estaba Lombardo de examinar el desarrollo histórico d eles Estados y las razones por las
cuales unos sujetan a otros a su dominación.
            Para él, sin embargo, el anarquismo y el socialismo eran frutos y respuestas ante el
Estado absoluto que le asignó al nombre un papel mediocre en el concierto de la vida
humana. Agrega que el socialismo “ha producido un juicio irreverente sobre la conducta
humana”. Desde una posición intelectualista y contemplativa se alarma indignado sobre la
conocida frase de Marx: “Proletarios del Mundo Uníos” porque “ha producido desquiciamiento
moral y social y temblor en todas las instituciones sociales”.
            Para Lombardo, los fines del Estado deben consistir en lograr la felicidad social, pero,
para conquistar este objetivo, aquel debe ser un colaborador del individuo, “el guiador de los
esfuerzos particulares”. El individuo tiene, pues, una alta responsabilidad, pero ella se ejercita
sobre la base de la libertad que significa esfuerzo, conciencia del fin perseguido, libertad de
creación. “El porvenir de la humanidad, su juicio sobre la existencia y en suma, su propia
moral, su deber, radica en la voluntad misma, en el propio querer del espíritu. Los principios
deben ser la expresión de un juicio común a todas las voluntades. Los principios básicos de la
conducta humana referidos a las relaciones locales e internacionales se hallan en la voluntad
misma del hombre”.
            Aquí hizo suya la tesis de Rousseau consistente en que la defensa del bien común y
del bien individual se logran mediante la agregación de fuerzas Los individuos ceden sus
derechos a la comunidad. Cada uno de nosotros pone en común su persona y todo su poder
bajo la suprema dirección de la voluntad general y nosotros recibimos además a cada
miembro como parte indivisible del todo.
            No obstante, el liberalismo que le caracteriza, Lombardo plantea que el socialismo
nace como una reacción contra el individualismo económico, “que es impotente para resolver
las cuestiones de la época”. En el examen del artículo 123 de la Carta Magna, al mismo
tiempo que encuentra rasgos de individualismo económico, también encuentra anhelos de
reforma que “agitan al mundo obrero”. Existe el reconocimiento expreso de la desigualdad
económica y social y por lo tanto otorga o sanciona derechos de la clase obrera, como los de
la asociación sindical y de huelga. Pero, acto seguido comete un serio error de apreciación al
considerar a Proudhon “como el mayor representante del socialismo”, aunque otra parte le
había adjudicado un mérito similar a Marx.
            En forma contundente, el joven Lombardo señala que “las ideas de Marx y sus
discípulos son ideas falsas, pero halagadoras para la clase obrera y por ello han introducido la
confusión. Crítica el concepto de plusvalía, considerándolo “pueril y carente de toda prueba
histórica”. Dice que Marx olvida nociones tales como calidad del producto, el criterio del
tiempo y la intervención, en el proceso productivo, de la dirección intelectual, como elementos
necesarios para determinar el valor.
            Considera “insuficiente” la teoría de la plusvalía. “Marx ignoró completamente el interés
personal. No vio que la inteligencia organiza, que la energía ordena, tampoco vio que el
interés cambia. El provecho de los empresarios es necesario para la producción, si se
suprime, la invención, la economía del tiempo, de las fuerzas, unilaterales, caen en el mismo
tiempo. La razón indica, la experiencia lo prueba; lo hemos palpado. Si a esto se agrega que
el obrero que trabaja en el taller no lo hace con el propósito de mejorar la propia empresa, de
sentirse parte moral y no sólo material del objeto del trabajo perseguido sino que simplemente
para vivir ¿Cómo hacerlo partícipe de las ganancias si se desconoce a sí mismo como fuerza
creadora?
            Sus conclusiones políticas son obvias dice: “México necesita de capitales extranjeros
que no estarían seguramente dispuestos a invertir si no tienen amplias garantías de libertad”.
            El 20 de agosto de 1920, Vicente Lombardo Toledano sustentó en la Universidad
Popular Mexicana una conferencia sobre el anarquismo en la cual expresó un cierto
conocimiento acerca del movimiento d eles neohegelianos. Él se mostró contrario a la tesis de
Hegel que propugnaba por la existencia del Estado como institución humana totalizadora.
Consideraba que ésta concepción cancelaba la libertad individual o bien preciado.
            Stirner, en oposición al estatismo de Hegel, opinó que el Estado no era una entidad
verdadera sino una ficción, una institución creada por una serie de generaciones de
poderosos en detrimento de la gran mayoría de indefensos.
            En base a Stirner aparecieron en Inglaterra, Godwin; en los Estados Unidos, Tucker;
en Francia, Proudhon; en Rusia, Bakunin, Kropotkin y Tolstoi. “Todos están de acuerdo en
negar la existencia del Estado por ser una institución caduca, falsa, injusta e inmoral”.
            “Unos sostienen que es forzoso transformar al Estado hasta hacerlo desaparecer;
otros preconizan el método violento de la fuerza para acabar con la institución pública por
antonomasia; otros creen que es necesario negarse a pagar impuestos y a cumplir con los
deberes que impone el Estado por medio del gobierno para aniquilar del hecho al Estado
mismo”.
            Lombardo tenía la suficiente madurez como para afirmar que el anarquismo es una
crítica filosófica, que no se ha materializado en la realidad social. En efecto, no puede existir
una sociedad con un mínimo de instituciones jurídicas y políticas para dominar a los más
débiles, a los expropiados y para perpetuarse en el poder, utilizando para ello múltiples
recursos de legitimación.
            Sin embargo, advirtió que los sistemas como el colectivismo, el comunismo, el
bolcheviquismo triunfantes se han inspirado en esa crítica filosófica, pero, desde luego, no
desentrañó las rotundas diferencias existentes entre el anarquismo y el marxismo, entre su
teoría y su práctica.
                       Preso y limitado por las concepciones liberales iniciales elogia al anarquismo
porque “definió de una manera clara y contundente el verdadero papel que dentro del orden
de la naturaleza está asignado a la voluntad de cada individuo: la creación”.
                       Propuso que desapareciera el Estado “pero que se le sustituya por una
organización verdaderamente justa, humana, que no sea ni absolutamente falsa como la
doctrina clásica del Estado Alemán (absolutista) no hueca como la libertad que soñó dar a los
hombres la Revolución Francesa”. Es decir, postuló un Estado intermedio, que contenga lo
más positivo de las posiciones equidistantes.
“Que la nueva organización del Estado sea la expresión de la voluntad real de cada uno de los
hombres  que habiten el territorio del Estado”, conlo que de una manera clara desdeña la
división de la sociedad en clases. Más adelante precisa y agrega: “¿Cómo ha de realizarse
esto? Para la formación de las castas, de gremios, que cada quien se una a sus semejantes
en intereses, cultura, en posición social; que cada quien vea el bien público, el bien del grupo,
nada más que el bien del grupo”, Este es egoísmo radical por medio del cual se pretenden
conjuntar o armonizar intereses en verdad contrapuestos.
            Sin embargo, Lombardo tenía una idea en esencia justa al plantear que “el fondo de
nuestras convulsiones sociales no fue sino el resultado de un régimen de vida inmoral e
injusto que escogió preferentemente a sus víctimas entre los indios y que produjo, a su
tiempo, un desequilibrio económico que hizo imposible la existencia no sólo para los indios
sino para las clases humildes, obligándolas, en un acto de desesperación, a tomar las armas
como oficio preferible a la vida de esclavitud que llevaban”.
            “Todas las cuestiones que se refieren al mantenimiento material de la vida reposan
sobre lo que se entiende por propiedad. Hasta antes de la constitución de 1917 se creyó que
el derecho de propiedad era la facultad de conservar todos, un objeto, aún cuando éste no
prestará ningún servicio a la comunidad; el propietario se convertía así en poseedor de bienes
muertos, mientras la mayoría d eles mexicanos carecían de tierras y de otros bienes
peregrinaban buscándolos o se vendían como esclavos por un jornal miserable…”
            “El artículo 27 declara que este no es el verdadero criterio sobre la propiedad. Nadie
puede llamarse, en verdad propietario de nada: la tierra pertenece a la nación, es decir, a
todos”.
            Dijo Lombardo: “el decenio de 1920 a 1930 fue decisivo en mi vida intelectual y en mi
vida como militante político. En primer término porque estudié sistemáticamente la filosofía
para renovar mi acervo cultural que había recibido en la Universidad.  De una manera
sistemática fui reemplazando mi pensamiento idealista por la doctrina del materialismo”.
            Refirió Enrique Krauze que enana carta fechada el 1º. De enero de 1922 a Manuel
Gómez Morin, que a la sazón se encontraba en la ciudad de Nueva York, Lombardo le
recordaba: “no olvide usted enviarme todos los libros, periódicos y demás publicaciones sobre
el movimiento social contemporáneo que encuentre usted”. Mas tarde, en 1925, en
representación de la Universidad asistió a un Congreso de Educación Obrera, en la ciudad de
Philadelphia y entró en contacto personal con el socialista Eugenio Debs.
            A principios de 1922, México tenía 14 millones de habitantes. Se observaba un
descenso en el índice de crecimiento de la población debido, en parte a la emigración de
nacionales y extranjeros durante el período armado de la revolución, a la pérdida física de
más de 2 millones de compatriotas en la misma etapa. Fue considerable la baja en la
producción de maíz, de 2 mil toneladas en 1919, a 1500 en 1920. Se incrementaron las
inversiones petroleras de los extranjeros por lo que el presidente Obregón decretó un
impuesto a las exportaciones lo que causó malestar entre los círculos de capitalistas
norteamericanos.
            Estos organizaron una campaña contra Obregón a causa del citado impuesto que,
según ellos, afectaba la exportación petrolera. Sin embargo, la realidad era, de que la
producción se mantenía elevada, llegando a 175 millones de barriles. Los inversionistas
yanquis expresaban su temor de que Obregón fuese más lejos y decretara la confiscación de
sus propiedades.
            En el aspecto agrícola, Obregón había afectado haciendas y ranchos, sobre todo en
los estados de Tlaxcala, Veracruz, Puebla, Jalisco, Michoacán, restituyendo y dotando de
tierras a los pueblos y núcleos solicitantes.
            El gobierno de los Estados Unidos y los intereses yanquis no estaban obviamente de
acuerdo con estas políticas de reivindicación social y ejercieron las presiones consecuentes
rechazando la petición de que fuera reconocido Obregón como Presidente legítimo. Los
inversionistas exigieron que para que se otorgara ese reconocimiento, era necesario que
Obregón garantizara pospagos correspondientes a las indemnizaciones, equilibrará su
presupuesto, redujera los gastos militares, impidiera la creación de un banco central único,
liquidara los bonos de la deuda agraria y cumpliera con los pagos de la deuda pública.
            Se efectuaron las negociaciones con los agiotistas extranjeros en que México aceptó
que el valor de la deuda externa que era de 500 millones de dólares, en virtud de los intereses
retrasados ahora ascendía a 700 millones. El pago de los intereses se aseguró hipotecando
virtualmente la exportación de petróleo y las entradas de los Ferrocarriles Nacionales.
            La CROM, como se sabe, había apoyado la candidatura presidencial de Obregón con
el cual se  suscribió un pacto secreto por medio del cual el caudillo sonorense se comprometió
a crear una Secretaría de Estado encargada de los asuntos obreros, designar a su titular de
un grupo de personas identificadas con las necesidades materiales y morales de los
trabajadores, que el titular de la Secretaría de Agricultura también se nombrara después de
una consulta con los sindicatos y reconocer al Comité Central de la CROM el derecho de tratar
directamente con la Secretaría del Trabajo.
En estricto sentido, Obregón sólo cumplió ampliamente con el último punto, lo que ya
significaba un considerable adelanto para el movimiento obrero que se abría paso en medio
de las luchas de los caudillos revolucionarios.
            Durante los años veintes la historia del Partido Comunista Mexicano se caracterizó por
su incomprensión de la realidad nacional, por la acentuación de las tendencias sectarias, la
profunda animadversión hacia los otros dirigentes políticos que no militaban en sus filas, por el
fraccionalismo constante y la incapacidad para aplicar, de una manera creadora, a la
especificidad mexicana los acuerdos y resoluciones de la Internacional y de una forma
particular los discursos de Lenin.
            En el mes de marzo de 1919 se constituyó en Moscú la Internacional Comunista, con
la asistencia de 35 organizaciones de 21 países de Europa. El partido más experimentado,
que había emergido victorioso en la Gran Revolución de Octubre, ya era un partido
gobernante, que tenía una notable influencia de masas, pero no sólo hacia el interior de Rusia,
sino también fuera de ella.
            Dijo Palmiro Tosliatti que Lenin “mantuvo ya desde antes de la primera guerra mundial
una lucha clara e intransigente contra el oportunismo d eles líderes de los viejos partidos
socialdemócratas. En esta lucha participó toda un ala del movimiento obrero, aunque no
siempre de modo consecuente siempre partiendo de posiciones marxistas precisas”.
            “El principio rector –agrega el gran comunista italiano- que sirvió de base para la
fundación y para toda la actividad de la Internacional deriva de la verdad, científicamente
demostrada, de que el capitalismo había llegado a la última fase de un desarrollo y de que el
período histórico que atravesábamos es el período del hundimiento del imperialismo y de la
victoria revolucionaria del socialismo”.
            La Internacional reivindico todas las tesis de Marx y de Lenin –necesidad de la
instauración de la dictadura del proletariado, creación de un partido de vanguardia que fuera el
organizador de la revolución socialista, práctica del internacionalismo proletario- que habían
abandonado y traicionado los dirigentes reformistas encabezados en Europa por Kart Kautsky,
su máximo ideólogo.
            El primer Congreso resolvió:
a)    Explicar a las amplias masas de clase obrera la necesidad política e histórica
de la nueva democracia, la democracia socialista, que habría de remplazar a la
democracia burguesa y al parlamentarismo.
b)    Propagar y organizar los soviéts entre los obreros de todas las ramas de la
industria, entre los soldados y marinos, así como entre los jornaleros del campo y
los campesinos pobres.
c)    Formar dentro de los soviéts una sólida mayoría comunista.
Sin embargo, el hecho de que los principales fundadores del PCM hubiesen sido extranjeros,
más conocedores de la realidad socioeconómica de otros países que del nuestro, sembró la
semilla de la dependencia ideológica expresada en la traslación mecánica de esos acuerdos.
En efecto, el Primer Congreso de la Internacional reflejaba, sobre todo, la experiencia
concreta de la revolución bolchevique, así como la táctica que había seguido ese partido para
obtener la victoria. La Revolución de Octubre tenía una notable influencia en todo el
movimiento revolucionario mundial y eso fue asimilado, en forma dogmática, por el resto de
los nacientes partidos comunistas que intentaron crear, de inmediato, repúblicas soviéticas en
Finlandia, Alemania y Hungría-Eslovaquia, cuyos proyectos fracasaron a causa de que nos e
tenía una visión objetiva de la correlación de fuerzas existentes en cada uno de esos países.
A contrapelo se confirmaba que aun no existían condiciones objetivas y subjetivas para la
instauración de un gobierno obrero como el que se estaba desarrollando en Rusia.
            Lenin consideraba que después de la Revolución de Octubre se entraba a una etapa
de reflujo en el proceso revolucionario mundial, sobre todo a causa del fortalecimiento de las
naciones imperialistas europeas. En lugar de organizar una “revolución” a la manera soviética,
sin que hubiese las condiciones adecuadas para su triunfo, era necesario primero crear y
después fortalecer a los partidos comunistas y después ganarse a la mayoría de la clase
obrera, denominada, desde el punto de vista ideológico, por la socialdemocracia.
            Si en el Continente Europeo se vivía una etapa de impaciencia revolucionaria, de lo
que se llamaría después revolucionarismo pequeño burgués, en donde el proletariado tenía
más experiencia sindical y política, en países como México los creadores del Partido
Comunista Mexicano asumieron más posiciones ultra izquierdistas. El programa inicial del
Partido fue una copia fiel de la proclama de la Internacional haciendo caso omiso de las
obvias especificaciones nacionales. Se olvidaba o desdeñaba, por ejemplo, que al Congreso
de 1919 habían concurrido, más bien, partidos europeos y que, en gran medida, los debates y
deliberaciones, así como las conclusiones, correspondían básicamente a la estructura
económica y realidad política del Viejo Continente. El PCM surgió como una sección de la
Internacional y ello fue, un impedimento en los primeros años de su vida, para desarrollarse
acorde alas necesidades de la lucha revolucionaria nacional.
            Desde el punto de vista programático, el primer texto oficial del partido está
impregnado de una hostilidad completa hacia la socialdemocracia. Dice: “el movimiento
socialista de México es un movimiento para la completa abolición de la sociedad capitalista en
todas partes y por medio de la revolución social. Señala como traidor a los intereses de las
clases trabajadoras cualesquiera tentativa para desviarlas hacia la creencia de que los
trabajadores pueden ser liberados por medio de la acción política, esto es, por medio de la
participación en los parlamentos burgueses”.
            Los fundadores del Partido concibieron a ese instrumento como una secta dogmática y
ortodoxa, que los condujo al más completo aislamiento. El revolucionarismo hacia estragos,
desgastaba a los miembros del pequeño grupo y los llevaba a las escisiones reiteradas. Su
adhesión al Programa de la Internacional era de carácter mecánico.
           Ya para el Segundo Congreso de la Internacional Comunista, efectuado durante los
meses de julio y agosto de 1920 primero en Petrogrado y después en Moscú, se había
formalizado la afiliación del PCM como la sección mexicana del partido mundial. A ese
congreso asistieron como delegados del PCM dos extranjeros –lo que era paradójico-
Manabendra Nat Roy y Charles F. Phillips.
            El Segundo Congreso se enfrentó, sobre todo, a las tendencias sectarias y ultra
izquierdistas que sustentaban algunos partidos comunistas. Lenin escribió su notable obra: La
Enfermedad Infantil del Izquierdismo en el Comunismo, que hizo entregar a los  delegados
como material de estudio, conciente de que los errores izquierdizantes estaban haciendo el
principal daño a la causa del comunismo. En efecto, el combate a la socialdemocracia
reformista fue tan enérgico pero al mismo tiempo tan desproporcionado que impidió que los
partidos influyeran más entre las masas obreras.
            Las principales deformaciones que se vivían eran: el doctrinarismo y el espíritu
mesiánico y redentor que hacia de los partidos cenáculos semi-sagrados, la incapacidad para
estudiar y atenerse a la correlación de fuerzas a nivel de cada país, la actitud de rechazo para
participar en los Parlamentos burgueses y en los sindicatos dirigidos o influidos por
reformistas. Todos querían copiar, a pie juntillas, hasta en los mínimos detalles, las
características de la revolución bolchevique de Octubre.
            Lenin fue consciente de este fenómeno, que cancelaba la posibilidad de crecimiento
del movimiento comunista mundial. Señaló que era necesario dar a los principios del
comunismo un empleo tal “que modifiquen acertadamente esos principios en sus detalles, que
los adapte, que los aplique acertadamente a las particularidades nacionales y nacional-
estatales”.
            Agregó: “Todas las naciones llegarán al socialismo, eso es inevitable, pero no llegarán
de la misma manera; cada una de ellas aportará su originalidad en una u otra forma de la
democracia, en una u otra variante de la dictadura del proletariado, en uno u otro ritmo de las
transformaciones socialistas d eles diversos aspectos de la vida social”.
            “Los bolcheviques –decía Lenin- hemos actuado en los parlamentos más
contrarrevolucionarios y la experiencia ha demostrado que semejante participación ha sido no
sólo útil sino necesaria para el partido del proletariado. La actividad parlamentaria es
indispensable sobre todo para los comunistas de Europa Occidental, donde las tradiciones
democrático-burguesas estaban profundamente arraigadas en la conciencia de las grandes
masas. El parlamento es un escenario de lucha en que participan todas las clases y se
manifiestan todos los intereses y conflictos de clase. La tribuna parlamentaria importa mucho
para la formación de la conciencia de los sectores pequeño burgueses más amplios”.
            En su artículo, Acerca de los compromisos, aparecido en 1920, el jefe de la revolución
proletaria rusa, dijo “que no se puede renunciar de antemano a los compromisos. La cuestión
estriba en saber conservar, fortalecer, templar y desarrollar a través de todos los compromisos
–que en virtud de las circunstancias se imponen, a veces con carácter de necesidad, incluso
al partido más revolucionario de la clase revolucionaria”.
            En el Segundo Congreso se aprobaron las famosas 21 condiciones de ingreso a la
Internacional, que, desde luego, adoptó la delegación del PCM. El punto número uno y el dos
que declaraban la guerra total contra los elementos reformistas y centristas provocó fuertes y
constantes enfrentamientos con la CROM. Los puntos seis y siete que llamaban a derrotar a
todos los social-patriotas, que implicaron una lucha feroz en contra del Partido Laborista.
            Sin embargo, el punto ocho recomendaba “apoyar los movimientos de liberación
nacional, exigiendo la salida de los imperialistas de las colonias y educando a los obreros de
su país en el espíritu de fraternidad hacia el proletariado de las naciones oprimidas”. Esta
recomendación, justa en sus aspectos medulares, no inspiró el trabajo del Partido, que debió
conducirlo a una alianza antiimperialista con la CROM y otras tendencias políticas de la
burguesía, porque en los planos sindical y político mantenía un antagonismo total. Una
observación acerca de las 21 condiciones es la que tomaban en cuenta, sobre todo la
experiencia rusa y trataba de que el resto de los partidos comunistas ajustaran su estructura y
métodos de acción a las del Partido bolchevique y a las concepciones de Lenin acerca del
partido. Es decir, se trataba de un instrumento con una disciplina interna muy rigurosa,
cohesionado en el plano ideológico. Desde luego que ello era un ideal todavía demasiado
lejano para el partido mexicano que inició un proceso de bolchevización, el cual se tradujo en
la expulsión de muchos “militantes, indecisos y pusilánimes” lo que redujo más sus
posibilidades de acción entre los trabajadores.
            Pero lo que deterioró más la lucha del PCM fue la concepción que tenia Manabendra
Nat Roy acerca de la lucha en los países coloniales, que entró en abierta contradicción con la
preconizada por Lenin en el Segundo Congreso Internacional.
            En el Esbozo Inicial de Tesis Acerca de los Problemas Nacional y Colonial,  Lenin
señaló:
a)    Los comunistas en los países oprimidos deben luchar en contra de la
tendencia a “teñir de color comunista las corrientes democrático-burguesas de
liberación d eles países atrasados”, es decir, estaba conciente del carácter amplio
y heterogéneo de esos movimientos antiimperialistas.
b)    Los comunistas están obligados a respaldar todo movimiento de liberación
nacional que sea verdaderamente revolucionario y sirva de medio de
destrucción del imperialismo.
c)    La internacional debe sellar acuerdos temporales e incluso alianzas con la
democracia burguesa de las colonias y de los países atrasados, pero no fusionarse
con ella, sino mantener incondicionalmente la independencia del movimiento
proletario, incluso en las formas más rudimentarias.
d)    Apoyarse en el nacionalismo burgués que despierta en estos pueblos,
nacionalismo que no tiene menos de despertar y que tiene su justificación
histórica”.
Estas ideas aplicables a la realidad mexicana, no fueron aplicadas a causa de la actitud
sectaria del hindú Roy que estimaba que el movimiento de la nacional por la independencia y
las luchas de las masas obreras y campesinas en contra de la explotación, eran demasiado
opuestas  como para desarrollarse juntas. En la práctica, se condenaba al PCM a ser un
grupo marginal, frente al desarrollo revolucionario que experimentaba.
En su lugar, prevaleció la tendencia aislacionista de crear soviéts de obreros, campesinos,
soldados, aun en los países con relaciones precapitalistas. Al referirse a los países de Asia
Central Lenin planteó la posibilidad de que con la ayuda del proletariado “pueden pasar al
régimen soviético, y a través de determinadas etapas de desarrollo, al comunismo soslayando
en su desenvolvimiento la fase capitalista”.
n el seno del movimiento comunista continuaban prevaleciendo las tendencias dogmáticas y
sectarias a pesar de las frecuentes críticas de Lenin. Sin embargo, la decisión del Partido
Comunista de Alemania de publicar una Carta abierta al resto de las organizaciones políticas
social-democráticas, exhortándolas a la lucha conjunta por las reivindicaciones más
imperiosas de los trabajadores, inició un proceso de cambio en las orientaciones generales.
La actitud unitaria de los comunistas alemanes, fue de inmediato, censurada y reprobada por
los ultra izquierdistas que la consideraban por lo menos una traición a la pureza d eles
principios marxistas. De una manera particular se manifestaron en contra de esa apertura
Zinoviev y Bujarin, que continuaban prisioneros de la táctica del golpeteo constante a los
reformistas. Lenin apoyó la Carta de los alemanes y al hacerlo formuló una nueva tesis que
permitiera sacar a la Internacional d eles cánones estrechos en que se encontraba: conquistar
indeclinable y sistemáticamente a la mayoría de la clase obrera, en primer término, dentro de
los sindicatos viejos.
En estas condiciones de renovación táctica se realizó el Tercer Congreso de la Internacional,
en la ciudad de Moscú, en julio de 1921. La lucha en contra del reformismo se había
exagerado. El Secretario General del PCM, Manuel Díaz Ramírez, asistió como delegado a
ese Congreso. La postura del PCM se sintetizaba en una oposición abierta a la participación
política de los trabajadores, -resabio del anarquismo- al combate sistemático a los dirigentes
de la CROM y a la influencia de la Federación Americana del Trabajo, en el proletariado
latinoamericano. Los comunistas habían provocado la división en la CROM al crear como
organismo paralelo a la CGT que, después, dejaron en manos de los anarquistas.
Es indudable que esas conductas sectarias, o el oportunismo de izquierda, como la llamaba
Lenin, estaba dañando al movimiento revolucionario, mientras los reformistas mantenían y
ampliaban sus posiciones entre los trabajadores. Esta táctica, paradójicamente, dejaba el
campo libre al grupo de Morones que ya no encontró ninguna oposición que le enfrentara. Los
comunistas se quedaron en una torre de cristal, viviendo en la autocomplacencia que solo
daba la pureza y la virginidad.
Así surgió, en el combate contra los extremistas, la táctica del Frente Único, que fuera
aprobada en el Tercer Congreso. En principio, se planteó a los partidos comunistas la
necesidad de atraer hacia sus posiciones a las capas semiproletarias, y pequeño burguesas
del pueblo, en primer lugar, a los pequeños campesinos y a una parte de la pequeña
burguesía, de los empleados e intelectuales, con el fin de crear un amplio frente democrático
general contra la ofensiva del capital.
Lenin decía que la táctica del frente único “consiste en incorporar a la lucha contra el capital a
una masa obrera cada vez mayor, sin negarse a proponer reiteradamente librar en común
esta lucha a los jefes socialdemócratas”. Y para ello se desplegaron distintas iniciativas de
acción conjunta, con la Internacional de Ámsterdam no sólo a nivel europeo general sino
también en el interior de cada uno de los países.
Pero mientras en el Viejo Continente se hacía este intento serio para ampliar y fortalecer la
influencia de los comunistas y para ser más flexibles en la política de alianzas, en México no
ocurría ese progreso. En diciembre de 1921 se celebró el Primer Congreso del PCM en donde
se resolvió: a) transformar la revolución democrático-burguesa de 1910 en una revolución
socialista, dirigida por los comunistas, b) abandonar la lucha política en los campos e
instituciones de la burguesía porque ello estaba debilitando al partido.
Es evidente que en el pensamiento de Díaz Ramírez y compañeros predominaba el criterio de
seguir por el mismo camino de la revolución bolchevique, que hizo pasar la revolución
democrático-burguesa de Febrero a la revolución socialista de Octubre. Pero en México no
existían condiciones para ese transito, entre otras razones porque no había un partido obrero
poderoso. Debemos recordar que el partido bolchevique era un partido integrado, en su
mayoría, por obreros industriales, por campesinos           que, además tenía una notable
influencia entre los soldados y marinos. El PCM no tenía, como era evidente, esas
características. Además, esa transformación cualitativa implicaba la organización de un
gobierno obrero y campesino, cuyo basamento tampoco existía porque los dirigentes reales
del movimiento revolucionario –Villa, Zapata, Obregón- no compartían, desde luego, los
ideales socialistas.
Los dirigentes nacionales del PCM, de orientación anarquista, no aceptaban la necesidad de
la lucha política, en las elecciones, a pesar de las insistentes recriminaciones y exigencias de
los líderes extranjeros que estaban conscientes de que ese abstencionismo sólo estaba
aislando al partido. Aquellos, impelidos por éstos trataban de aplicar las resoluciones del
último Congreso de la IC obtuvieron que el Comité Nacional del PCM se declarara a favor de
un gobierno que debe emanar de los campesinos y obreros. Había un cambio respecto de las
posiciones indiferentistas, pero por carecer de un sólido sustento ideológico y comprensión
sobre la realidad nacional, el partido se vio envuelto en las pugnas entre los caudillos
revolucionarios.
La consigna del gobierno obrero fue discutida acremente en el Cuarto Congreso de la
Internacional que se celebró en noviembre de 1922. Por el hecho de entenderla como una
forma  de gobierno sustitutiva de la dictadura del proletariado que implicó un retroceso
respecto del frente único, que partía de una concepción  más amplia de las alianzas políticas.
Los comunistas mexicanos que habían combatido con violencia, a la CROM y al Partido
Laborista, ahora coincidían con ellos en el apoyo otorgado a Obregón. Se les llamó a formar a
los primeros un frente único, a los que se les había considerado siempre como enemigos
absolutos. La rigidez en los ataques no permitía la flexibilidad acordada por el Tercer
Congreso sino que fue muy fácil instalarse en los acuerdos del Cuarto Congreso porque eso
permitía mantener las posiciones sectarias. El Congreso fue una rectificación, pero negativa,
del anterior porque significó un triunfo de los izquierdistas.
La lucha por el frente único permitió avanzar, pero la del gobierno obrero hizo perder el
terreno conquistado.
           En el mes de septiembre de 1923 se reunió en la Ciudad de Guadalajara la V
Convención Nacional de la CROM y en ella fue designado Vicente Lombardo Toledano como
Secretario de Educación del Comité Central de la Organización Obrera. Lombardo recién
había salido de la dirección de la Escuela Nacional Preparatoria a causa de sus
desavenencias con Vasconcelos. Aquel estaba persuadido de la necesidad de reformar a
fondo la estructura y fines de la educación superior, a efecto de que esta sirviera a los
explotados de México y no a una breve minoría.
            El  gobierno de Calles se inició un año después de 1924 habiendo contado con el
apoyo de la CROM y del Partido Laborista. Calles inició su gestión en condiciones de mayor
estabilidad política y social que las de su predecesor y por tanto empezó a ejecutar una
política económica y social verdaderamente avanzada, que tendían a la necesidad de
satisfacer las demandas y exigencias de la Revolución. Designó a Luis H. Morones como
Secretario de Industria y Trabajo y proporcionó a la CROM todo el respaldo oficial para que se
consolidara como la organización más fuerte y representativa del proletariado.
-            El PCM también apoyo la candidatura de Calles y en los primeros años también se
benefició con la política progresiva que éste aplicaba, e incluso se fortaleció la estructura del
partido, según se informó en el Congreso de abril de 1952. En realidad, los comunistas
contaron, en esa etapa, con todas las facilidades para desarrollar sus actividades. Ello
permitió crear, por ejemplo, la Liga Nacional Campesina, dirigida por Adalberto Tejeda y
Úrsulo Galván por medio de la cual los comunistas incrementaron notablemente su influencia
entre las masas rurales en todo el país, pero especialmente en el estado de Veracruz.
            Sin embargo los dirigentes del PCM, en consonancia con las actitudes sectarias que
nunca habían abandonado, acrecentaron su política de enfrentamiento global con la CROM.
En junio de 1924 se había celebrado en Moscú el Quinto Congreso de la Internacional
Comunista en que se convino la necesidad de acentuar los rasgos bolcheviques de los
partidos. “La bolchevización del partido –se decía- significa transferir a nuestras secciones
cuanto de internacional, de importante para todos, ha habido y hay en el bolchevismo ruso”.
No se trataba de traslado mecánico de la estructura y experiencia del partido bolchevique sino
de atender, en la aplicación de los principios generales, los rasgos específicos de cada país.
Sin embargo, la corriente sectaria en el seno de la Internacional insistió en mantener la
consigna del gobierno obrero, que implicaba una abierta lucha política en contra de todas las
tendencias socialistas o reformistas. Por desgracia para este diagnóstico en México esa era la
corriente predominante en el seno del movimiento obrero. Esta actitud de lucha constante
contra la CROM impidió, por ejemplo, la realización de una alianza obrero-campesina.
            En el interior del PCM esta desviación izquierdista se reflejó en la infiltración en los
sindicatos adheridos a la CROM formando células comunistas y después en el interés de
capturar sus principales órganos de dirección. Al fracasar estas tácticas, pasaron al combate
en contra de la CROM en cuanto a organización nacional, en forma global, lo que significaba
una agudización de los antagonismos. El comunista norteamericano Wolfe enderezó los
primeros ataques contra Calles a causa de su política de colaboración y estrechamiento con la
diplomacia yanqui. Calles contestó en forma agresiva y expulsó a Wolfe del país, con lo que
se iniciaba, de nuevo, otra etapa difícil para el partido.
            Mientras se cometían esos errores y se sufrían esos quebrantos a causa de una línea
política vacilante que no reaccionaba en base a principios generales sino a circunstancias
políticas, Lombardo Toledano iniciaba una larga y fructífera actuación en el seno de la CROM,
tratando de elevar el nivel de la conciencia política d eles obreros. Promovió  la creación de
centros culturales, anexos a los sindicatos y la dotación de bibliotecas, para estimular la
lectura entre los trabajadores.
            En noviembre de 1924 se celebró la VI Convención de la CROM en la Ciudad en
donde Lombardo presentó un extenso informe relativo a la educación nacional y a la
necesidad de cambiar su orientación. La CROM sustentaba hasta ese momento la doctrina
económica racionalista, herencia del anarquismo, que enfatizaba en la lucha en contra d eles
fanatismos religiosos y a favor de los valores de la ciencia. Pero esta doctrina educativa era
positiva por los aspectos que negaba, pero limitada porque no señalaba las directrices
ideológicas de la educación, es decir, las finalidades de ésta, que estuvieran relacionadas con
las luchas de los trabajadores. Además, no había en México muchos profesores que
conocieran a fondo el contenido de esa escuela, ni menos aun, su pedagogía que implicaba
una formación muy distinta a la prevaleciente.
            Las resoluciones de la Convención  de la CROM significaron una auténtica revolución
en materia educativa:
a)    La escuela del proletariado debe ser dogmática y afirmativa de la necesidad
de la organización corporativa por comunidad de producción y de la defensa de lo
producido de acuerdo con las necesidades de cada ser y con la idea clásica de la
justicia distributiva que da a cada quien según su capacidad y cada capacidad
según su obra.
b)    La escuela deberá otorgar, consecuentemente, la preparación necesaria a
todos los educandos para colocarlos en igualdad de condiciones en la minoría que
hasta la fecha, por su capacidad técnica, tiene el monopolio y la dirección de las
empresas económicas de mayor importancia, sino el mismo gobierno del estado.
c)    Debe atenderse de manera preferente y urgente la educación de los
indígenas, de los campesinos y de los habitantes de los pueblos, previo el estudio
de las necesidades de cada región y la preparación especial del profesorado.
d)    La cultura universitaria es, hasta la fecha, un monopolio de una sola clase
social, enemiga por tradición y por intereses del proletariado mismo y por lo tanto,
es urgente su popularización.
e)    El profesorado no tiene la orientación social necesaria para llevar a cabo la
orientación social del pueblo por lo que debe formarse para poder defender sus
intereses económicos y sociales.
El nuevo programa educativo de la CROM era una severa impugnación a los sistemas
establecidos, a la educación clásica universitaria y por ello era también un ataque al grupo
predominante tanto en la Secretaría de Educación Pública como en la Universidad. Además,
sentaba las bases ideológicas para un trabajo más firme de Lombardo en el seno de los
sindicatos de la CROM, sobre una educación proletaria y revolucionaria.
Todos los sindicatos y federaciones se dieron a la tarea de impulsar la creación de escuelas
elementales, escuelas técnicas especializadas, centros educativos integrales, en donde se
formaran los niños y los jóvenes. Algunas de estas instituciones estaban financiadas por el
gobierno pero otras por las propias organizaciones gremiales, realizando un esfuerzo sin
precedentes en el campo de la educación popular. Pero no en todas las instituciones se
adoptaron los criterios emanados de la Convención de Ciudad Juárez pues la Secretaría de
Educación insistía en la adopción de planes y programas que poco tenían que ver con las
necesidades y aspiraciones de los trabajadores.
           La Sexta Convención Nacional de la CROM coincidió con la toma de posesiones de
Calles en la Presidencia de la República. La dirección de la central obrera le ofreció un
banquete en donde el caudillo sonorense ofreció con vehemencia luchar por los intereses de
los trabajadores. Se inició así una alianza política que duraría todo el período de 1924 a 1928
e incluso más allá cuando Calles había abandonado ya las posiciones progresistas que le
caracterizaron y era ya un portavoz de las fuerzas de la derecha y de la reacción.
            También, desde la Convención de Ciudad Juárez, se consolidaron y fortalecieron las
relaciones internacionales de la CROM con la Federación Americana del Trabajo, dirigida por
Samuel Gompers. Morones no pudo asistir a la asamblea por haber sido objeto de una
agresión en la Cámara de Diputados. De todas formas, los líderes patentizaron en sus
discursos su adhesión al máximo dirigente y al mismo tiempo condenaron todos los intentos
por dividir el movimiento obrero.
            La Convención de Ciudad Juárez fue importante también porque se refrendó la
fraternidad y la solidaridad entre la clase obrera de México y de Estados Unidos. Ricardo
Treviño dijo que el acercamiento entre los trabajadores de ambos países era un hecho al
margen de los grupos capitalistas que explotaban a los obreros en las dos naciones.
            Se aprobó una Resolución muy importante, en torno al gobierno que empezaba: “que a
partir de la fecha en que el compañero general Calles se haga cargo de la Presidencia de la
República, la CROM colaborará con todas las fuerzas de que dispone con el nuevo poder
Ejecutivo, mientras el encargado del mismo se halle identificado con los principios y el
programa de acción que sostienen los organismos representados en esta asamblea,
aceptando en todo sus alcances, las responsabilidades que se derivan de este acuerdo”.
            “La Convención faculta al Comité Central para disponer de todas las fuerzas de
nuestra organización, en la forma que juzgue conveniente, cuando las circunstancias lo
requieran, en defensa de los dirigentes del proletariado mexicano, en sus relaciones con el
gobierno socialista que presidirá el general Calles”.
            Morones envía un telegrama a los convencionistas en donde afirma que Calles hizo
suyo el programa de ordenación del proletariado.
            Los delegados de la Federación regional del Estado de Morelos solicitaron a la
Federación Americana del Trabajo realizara gestiones con las autoridades de su país para
que se otorgara un trato respetuoso y no discriminatorio de los trabajadores mexicanos
radicados en Estados Unidos. En el interior de la reunión había varios delegados –
probablemente comunistas- que demandaron la afiliación de la CROM a la Internacional
Sindical de Moscú, pero la corriente mayoritaria derrotó esa pretensión. Ricardo Treviño dijo
que esa incorporación “perjudicaría al movimiento laborista y anularía todas las ganancias y
posiciones que ya tenía la central obrera”. Demandó que la CROM se apartara de los
principios del comunismo.
            El Comité Central de la CROM respaldó a Calles en la lucha que libraba contra las
organizaciones religiosas que, en rebelión, se oponían a la vigencia de la Constitución.
Aunque no fue suya una actitud jacobina consideró que “el clero, por si sólo, ha sido enemigo
del cumplimiento de la ley; en cuanto mayor razón hoy que a sus espaldas se mueven los
políticos descontentos sin pudor y contra su propia doctrina desafía al gobierno e invita
francamente a la sedición y en contra de las aspiraciones del pueblo. Nuestro criterio es que
nadie ha pretendido ni pretende arrebatarle al pueblo un sentimiento que, como tal, es
privilegio único del hombre y de la mujer”.
            La dirección de la CROM movilizó a sus sindicatos en todo el país a efecto de
proporcionar a Calles la base social necesaria para combatir con éxito a los elementos
sediciosos. Ante las amenazas de los industriales y comerciantes, influidos por la iglesia, en el
sentido de que cerrarían sus negocios, la CROM propuso tomar medidas severas en su contra
y al mismo tiempo llamó a otras organizaciones a formar un frente contra las maniobras
subversivas de la derecha clerical.
            El 25 de julio de 1925 se efectuó una reunión extraordinaria del Consejo Federal en
que se examinó el asunto de la agitación religiosa. Se tomaron los siguientes acuerdos:
efectuar manifestaciones en toda la República contra el  boicot económico que ha propuesto
la “Liga de la Defensa Religiosa” solicitar al Presidente calles elimine de su administración a
todos los elementos reaccionarios, difundir el contenido de la conducta gubernamental por
medio de conferencias y volantes par que no se confundiera al pueblo”.
           El primer Comité Central  de la CROM, electo en el Congreso de Saltillo, estuvo
integrado por Luis N. Morones, como secretario general; Ricardo Treviño y José María Tristán,
como Secretarios del Exterior. Además, ocuparon cargos José Martínez, Manuel Pacheco,
Francisco Campeche, Santiago Martínez, Celestino Castro, José Inés Medina, Guillermo
Herrera, Alberto Méndez, Juan Lozano, entre otros. En el seno del aparato de dirección se
integró el denominado “Grupo Acción”, lidereado siempre por Morones que había salido
triunfante desde el Congreso Constituyente de la central obrera.
            Aunque Morones, en varias etapas de la vida de la CROM, no figuraba como
secretario general de hecho concentró mayor autoridad y el consejero obligado  de los
órganos directivos. Desde 1918 hasta 1932 fueron cambiando algunos de los integrantes de
ese grupo de poder, lo cierto es que, en ningún caso, figuró el nombre de Vicente Lombardo
Toledano. Este grupo no apareció en los Estatutos pero al aglutinar a los principales dirigentes
nacionales, solía reunirse por separado de la instancia reglamentaria, tomar acuerdos y
resoluciones que después se enviaban a los órganos deliberativos y directivos que finalmente
las hacías suyas.
            Esta exclusión se explica porque desde un principio el ingreso de Lombardo a la
militancia obrera fue vista con recelo por el resto de los otros dirigentes gremiales que, todavía
imbuidos por el anarquismo, consideraban en forma despectiva que Lombardo provenía de las
capas de la intelectualidad y no de los obreros de la industria o el comercio y que por lo tanto,
no era un elemento confiable. No obstante, comenzó a formar en el interior de la CROM una
corriente sindical de orientación típicamente marxista o socialista, por medio de la preparación
intelectual y del encauzamiento de sus reivindicaciones económicas y sociales.
            El propio Lombardo dice que el “Grupo Acción” fue concebido y dirigido por Morones y
se componía de 25 miembros y “cada uno de estos ha sido un líder local de prestigio y ha
pasado después a cooperar en la orientación de la organización obrera nacional”. Como era
obvio, el “Grupo Acción” opera por encima o al margen del Comité Central y demás órganos
de la central. Nada perdurable podría realizarse en el interior de la CROM sin su autorización,
o por lo menos, de su anuencia. En su seno se decidían las cuestiones políticas esenciales,
surgía el candidato más viable a la Secretaría General y también se dirigían las acciones del
Partido Laborista.
            La célula básica de la CROM “era el sindicato de oficios que reúne a los trabajadores
de igual ocupación o del mismo establecimiento con el nombre del sindicato, liga o sociedad.
La agrupación de sindicatos del mismo lugar o de una región de producción homogénea forma
la federación local. Las federaciones locales forman la federación del estado y el conjunto de
estas forman la CROM”.
            En 1926, la CROM tenía 4 federaciones nacionales de Industria: Artes Gráficas,
Puertos, Ferrocarriles, Teatros. Para Lombardo, el partido obrero era el Partido Laborista, que
se había formado para realizar las acciones políticas y electorales de la central obrera. El
Partido Comunista, no tenía ningún significado importante para Lombardo que lo consideraba
“como un grupo radical de agitación obrera, dirigido por cuatro extranjeros”. Esta opinión era
muy realista. Toda la experiencia de Lombardo hasta este momento en relación con el Partido
Comunista era la de que se trataba de un instrumento de confrontación sistemática, de lucha
abierta y constante con el cual no era posible llegar a ningún acuerdo.
            Como lo reconoce Martínez Verdugo “el partido no comprendió entonces la
importancia de la teoría para el movimiento revolucionario de la clase obrera y no supo
estudiar las condiciones concretas de un país como México desde el ángulo d eles principios
del marxismo leninismo. A consecuencia de ello, los problemas de la definición de caracteres
de la sociedad mexicana y del tipo de revolución que se planteaba, entonces se enfocaban
siguiendo los esquemas que la Internacional Comunista elaboraba para el mundo entero o
para grandes regiones. De 1919 a 1929, el Partido llamaba a la revolución soviética, a la
conquista d eles soviéts como forma estatal de la revolución, tal como lo planteaba la
Internacional Comunista para todos los países. El traslado de esa consigna, forma concreta de
la dictadura del proletariado que había triunfado en Rusia, se explica, a mi parecer por ese
fenómeno que se da después de las grandes revoluciones, cuando sus formas particulares,
específicas, se conciben como universales”.
            Continúa Martínez Verdugo: “durante los dos años que siguieron a la fundación del
Partido la vida partidaria fue muy precaria: el núcleo del partido quedó prácticamente disuelto
y a consecuencia de la represión desatada por Obregón en mayo de 1921 y fue sólo hasta el
Segundo Congreso, en abril de 1923, que se integró una dirección estable.
                       En la medida en que las agrupaciones sindicales participan más activamente en
el proceso social, el Estado empieza a promulgar las normas reguladoras y protectoras del
trabajo. El crecimiento y luchas de la CROM obligan al gobierno a reglamentar los conflictos
obrero-patronales. Como dice Lombardo, la CROM aparece y actúa como una fuerza real de
poder “al lado del ejército, el clero y las camarillas políticas”.
           Dijo Enrique Ramírez y Ramírez que “los trabajadores que pertenecieron a la CROM,
que se cuentan todavía por cientos de miles, saben que nunca se identificó Lombardo con
Morones. Saben que el ingreso de lombardo a la CROM significó precisamente el surgimiento
de una corriente de izquierda, una corriente depuradora del movimiento obrero. Ingresó a la
CROM cuando ya estaba consolidada, cuando la dirección del grupo de Morones estaba
perfectamente establecida”. Las relaciones de Lombardo con Morones fueron de carácter
institucional pues no pertenecía aquel a su equipo selecto, el cual, en gran parte, venia desde
los tiempos de la COM. Prefirió no entrar en conflicto con él durante muchos años, en la etapa
de formación de la corriente sindical marxista.
            Afirmó por su parte, Miguel Ángel Velasco que la preocupación central de Lombardo
en la CROM fue la de elevar el nivel cultural e ideológico de sus afiliados individuales y
colectivos y robustecer su conciencia clasista. Lombardo confiaba –agrega- que su actividad
intelectual e ideológica pudiese despertar entre la base de la CROM un sentimiento de
rebeldía en contra del “Grupo de Acción”. Este proceso ideológico fue lento y gradual pues se
prolongó por espacio de diez años, tomando como base la preparación política de sus cuadros
dirigentes nacionales, estatales y locales tratando de desterrar viejas prácticas que estaban
muy consolidadas.
            En efecto, para Lombardo la lucha activa de los obreros y los campesinos es el factor
esencial que explica el contenido avanzado de los principales preceptos de la Constitución de
1917. La fuerza transformadora de la sociedad radica en el pueblo y por lo tanto se propone
como esfuerzo hacer que la clase obrera cobre conciencia de sus potencialidades, en “darle a
la mayoría lo que no tiene y en quitarle a la minoría lo que detenta contra todo derecho”.
            Según recordó Ramírez y Ramírez, para el “Grupo Acción” Lombardo era un “hombre
que hablaba, que soñaba, que lanzaba teorías, que podía emocionar a las masas, distraerlas,
pero cuyas palabras no tenían ninguna importancia”. Algunos dirigentes impulsaron la versión
de que Lombardo era un simple “ayudante” de Morones yen este error cayó también Valentín
Campa. Para Morones la presencia de Lombardo era útil en tanto se adhiriera a sus opiniones
políticas y cumpliera con los acuerdos y resoluciones de la CROM. Los comunistas, sin
fundamento alguno, asociaban a Lombardo con Morones y nunca consideran que en el interior
de la CROM había una lucha de carácter programático, si bien esta no se expresaba, todavía,
en una abierta contradicción.
            En junio de 1925, Lombardo Toledano asistió como delegado observador de la CROM
a la Asamblea de la OIT. En su alocución precisó que “los pueblos hispanoamericanos,
especialmente los de las grandes civilizaciones prehispánicas, como México, ha llegado en el
socialismo la única forma posible de arreglar por completo su vida nacional, necesitada, como
ninguna, de normas de justicia claras y fácilmente aplicables”.
            Para él, lo que une a los pueblos de América Latina, más que los lazos románticos,
etnográficos o lingüísticos, es la misma fisonomía geográfica-social, que la convierte en una
región económica única en el mundo. En estas condiciones –prosigue- no puede existir otro
ideal en la vida que el de colocar a todos los hombres en un plano de igualdad en la lucha por
la existencia.
            “La desigualdad económica y social –dijo- que existe en los países de América Latina
es la causa esencial de malestar social. Inconsecuencia, la lucha que libran los trabajadores
mexicanos es la misma, en esencia, que realizan los obreros en otros países, que tratan de
eliminar las condiciones injustas de la vida social”.
            Aunque todavía no precisaba las características del sistema capitalista internacional,
Lombardo sentó la premisa de la conducta internacionalista proletaria al considerar que las
“circunstancias nacionales no pueden ser obstáculo para la colaboración y la ayuda mutua de
los trabajadores”. Una observación muy importante que Lombardo publicó en las
declaraciones a “El Sol de Madrid” consistió en afirmar que en los países de América Latina
“existen todas las etapas de la revolución humana, desde el comunismo ancestral, hasta el
período de la gran industria” pero que este desarrollo desigual no debe impedir la lucha unida
de todos los trabajadores, más allá de la separación de las fronteras nacionales.
                       En respuesta a la bolchevización del PCM que se originó en 1924 Lombardo
afirmó que sus seguidores en México son simples explotadores del fantasma ruso,
reprochándoles su incapacidad para elaborar una línea nacional revolucionaria. En septiembre
de 1925, publicó un artículo en el que trata de combinar el marxismo con la realidad nacional:
propone que en la lista de los héroes del proletariado mundial y nacional no sólo figure Carlos
Marx sino también Miguel Hidalgo y Benito Juárez “porque todos ellos lucharon por la
redención de los pobres”.
            Afirmó José Revueltas, en relación con los primeros años del PCM que se estableció el
sistema de “purgas, imitando también en esto al Partido Bolchevique”. Si había una “purga” en
el partido ruso se veía cómo organizar una “purga” en el partido mexicano, sin averiguar nada;
cualquier compañero que tuviera una ligera desviación, una ligera discrepancia, era expulsado
del partido”.
            Escribió José Mancisidor al referirse a estos sucesos: “El PCM considera que el país
atravesaba por una situación revolucionaria, en la que era posible la disolución del estado
capitalista, la constitución d eles soviéts y la reorganización de la industria sobre bases de
explotación colectiva en gran escala”. Por eso la Federación de Jóvenes Comunistas se
proponía también la organización de campesinos, obreros y soldados “para llegar a la
sociedad comunista”.
            Los estudios científicos sobre Historia de México, sobre el desarrollo del capitalismo,
acerca del estado de la industria, la concepción política tanto de Lombardo como de la
dirección del Partido Comunista. La dirección de este partido, por ejemplo, consideraba que la
revolución iniciada en 1910 ya se había agotado a causa de las debilidades mostradas por
Calles en sus relaciones con el imperialismo yanqui y que por ello era necesario emprender
una revolución de tipo socialista. En cambio, Lombardo consideraba que a pesar de las
concesiones hechas por Calles a loas compañías petroleras y en general a los inversionistas
extranjeros, su obra era positiva pues había desarrollado la industria y la agricultura sobre
bases nacionalistas y que por lo tanto el proceso histórico enarbolado por Madero estaba
abierto para que continuara presidiendo el desarrollo del país.  
           El V Congreso de la Internacional Comunista se realizó en el mes de junio de 1924, en
Moscú, por la primera vez sin la presencia y las orientaciones de Lenin. El Congreso al hacer
un balance del grado de cumplimiento de las resoluciones del anterior, consideró que no era
justa la meta de pretender alcanzar una mayoría numérica o estadística entre los trabajadores
sino que se trataba de incrementar la influencia ideológica y política en el mayor número
posible de ellos.
            Se aprobaron algunos requisitos o rasgos para constituir partidos comunistas no sólo
vinculados a las masas obreras sino también templados en una férrea disciplina y cohesión
internas. A esto último se le llamó la bolchevización de los partidos. “La bolchevización del
partido –dice la resolución- significa transferir a nuestras secciones cuanto de internacional, de
importantes para todos, ha habido y hay en el bolchevismo ruso. Hay que bolchevizar a los
partidos siguiendo fielmente los legados de Lenin y teniendo en cuenta la situación concreta
de cada país”.
            Los elementos del proceso de bolchevización son los siguientes:
a)    Organizar un partido verdaderamente de masas, capaz de actuar tanto en
condiciones de legalidad como en la clandestinidad.
b)    Las células en las empresas deben ser el fundamento del partido.
c)    Aplicar una táctica flexible, exenta de dogmatismo y sectarismo, con el objeto
de utilizar al máximo todas las posibilidades materiales del partido para derrocar a
los enemigos de clase.
d)    Untando centralizado en el partido en el que al mismo tiempo que se exprese
de una manera libre la voluntad de sus miembros, permita una severa disciplina a
la hora de tomar los acuerdos, a efecto de organizar una acción única de todo el
partido.
e)    Intensificar una propaganda sistemática en torno al marxismo leninismo para
que este sea un patrimonio ideológico de todos y cada uno de los miembros del
partido.
f)     Minuciosa selección y preparación d eles cuadros dirigentes del partido.
g)    Fortalecer a toda cosa la unidad interna del partido combatiendo a las
fracciones contrarias a la disciplina que se formen en su seno.
El Congreso de los comunistas, al discutir las tácticas de lucha más adecuadas para el
momento examinó también como enfrentadas, las del frente único y del gobierno obrero. Los
dirigentes sectarios como Zinoviev se opusieron a la primera por considerar que estaba
abandonando la auténtica lucha por el socialismo y a la segunda, a la que suponían como
sustituto de la dictadura del proletariado, cuando, en verdad, en el Congreso anterior se había
caracterizado como un régimen de transición al socialismo.
            La táctica acordada, en términos generales, por el V Congreso consistió en:
1.        Reiterar que el frente único obrero es la vía necesaria y justa para
incorporar a la mayoría de la clase obrera a la lucha general revolucionaria.
2.        La táctica del frente único debe aplicarse desde la base de las
organizaciones de trabajadores y simultáneamente desde arriba, sobre todo en
aquellas agrupaciones en donde es incontrastable el dominio de los líderes
reformistas y oportunistas.
Después se celebró el tercer Congreso Nacional del PCM en el mes de abril de 1925. En él se
expresan una serie de avances en el proceso de bolchevización del partido, en particular en
un mejoramiento sustancial de militancia. A diferencia de los años anteriores en que se había
padecido la más extrema fragmentación, ahora se integró un Comité Ejecutivo estable,
encabezado por Rafael Carrillo, En su calidad de Secretario General.
Como dice Miguel Ángel Velasco, en el citado Congreso se resolvió “organizar al Partido
sobre la base de células en los centros de trabajo” para corresponder a la preocupación
leninista de fortalecer precisamente la estructura orgánica que, hasta ese momento, había
sido muy endeble.
            Con la táctica del frente único obrero el Congreso planteó, a manera de una importante
aclaración, que la lucha en contra del reformismo en realidad estaba enfocada en contra de
los dirigentes y no en contra de las organizaciones como tales. Esta distinción era justa pero
no comprensible ni aceptable en muchos miembros del partido que habían sido “educados” en
el más furioso antagonismo en contra de la CROM. Para alcanzar una mayor precisión se
indicó que los comunistas estaban con las masas cronistas pero no con Morones, que estaba
con las masas que seguían a Lombardo pero no con él, lo cual era difícil de aplicar en la
práctica.
Esta actitud seguida desde la propia fundación del partido significaba tener que ganar para la
influencia “comunista” a los dirigentes medios y altos del movimiento sindical, infiltración que
produjo un fuerte antagonismo con la más elevada jefatura de la CROM. Y se dejaba en un
plano secundario la lucha por ganar la conciencia de los obreros de base en los sindicatos.
Esta conducta de menoscabar lo esencial para pugnar por lo accesorio fue criticada por
Alejandro Lozovski, en el seno de la Internacional Sindical Roja al advertir en forma tajante”
que era imposible conquistar a las masas sin conquistar a los sindicatos pues no se puede
admitir que la unidad sea monopolio de los reformistas”. Al enfocar las baterías contra los
dirigentes de la federación y de sindicatos, los comunistas se enfrentaron al hecho de que la
absoluta mayoría acataba los acuerdos del grupo Acción y reconocía la jefatura política de
Morones.
El V Congreso de la Internacional, al pronunciarse sobre este particular, señaló, con certeza,
que en la medida en que los comunistas luchan por la unidad del movimiento sindical “están
aumentando la esfera de influencia de los partidos de la Internacional”. Se instaló, una vez
más, en conquistar a los sindicatos, en lugar de destruirlos, lucharon contra la evasión de los
mismos y porque los que los abandonan vuelven a ingresar a ellos. En realidad, era en la
base de los sindicatos  en donde los comunistas podían lograr una mayor influencia, a través
de la distribución de El Machete y de la creación de células de empresas.
            Los dirigentes del PCM, entonces, expresaron, en distintas ocasiones su solidaridad
con las luchas de algunos sindicatos de la CROM y de la CGT e incluso pugnaron, en el
interior de la primera, porque se adhiriera a la Internacional Sindical Rojas (ISR) con sede en
Moscú, en donde residía un agregado obrero perteneciente a la CROM. Pero los intentos de
acercamiento fracasaron tanto por la actitud incomprensiva de los representantes oficiales
soviéticos, que vivían en México, como por la sorda posición anticomunista de los líderes
cromianos.
            Mientras en Moscú se celebraron contactos amistosos y unitarios entre la ISR y la
Federación Internacional con sede en Ámsterdam, incluso hasta llegar a proponerse la
creación de una agrupación mundial única, de carácter amplio y democrático, no existía
posibilidad de acercamiento entre la CROM y la ISR. La dirección de esta central internacional
exigió a la CROM como una condición para que pudiera haber relaciones políticas amistosas y
eventualmente formar parte de la ISR, que rompiera todos los vínculos que tenía con la AFL.
            Una acción muy positiva del PCM se dio en el campo al crearse, bajo sus auspicios, La
Liga Nacional Campesina, que se desarrolló en la mayoría de las entidades federativas, bajo
la dirección de Úrsulo  Galván y de otros luchadores que preconizaban la lucha de clases. En
u periodo relativamente corto, aumento en forma considerable la influencia de los comunistas
entre los núcleos de campesinos solicitantes, de tierra, entre los ejidatarios, comuneros y
trabajadores agrícolas hasta constituir una gran base social para el partido.
            La Liga se constituyó en Noviembre de 1925 y se proponía como objetivos generales,
la socialización de las tierras y los demás medios de producción, la liberación del campesino
de la influencia clerical que “entenebrece” su conciencia, de la ignorancia que retrasa su
desenvolvimiento integral, la institución del ejido, perfeccionada y complementaria por distintas
formas de acción cooperativa y de trabajos realizados en común, constituye en esta etapa de
la evolución nacional, una de sus bases sociales y económicas.
            Con predominio comunista, integraron su primer Comité Ejecutivo Luis G. Monzón,
diego Rivera, Úrsulo Galván, José Rodríguez Triana y José Guadalupe Ramírez. El primer
paso consistió en formalizar su afiliación a la Internacional Campesina, a la que se consideró
la genuina representante mundial de los trabajadores del campo. Galván ocupó después una
vicepresidencia de esa agrupación que funcionaba bajo la orientación ideológica y
programática de la Internacional Comunista.
           En noviembre de 1925 el diputado Vicente Lombardo Toledano, representante del
partido Laborista defendió el concepto de que “por ningún motivo las autoridades podrán
reconocer, ni permitir la existencia simultánea de dos agrupaciones de trabajadores en una
misma empresa”. Este principio, que pronto fue incorporado a la legislación laboral, fue
impugnado por los diputados del Partido Nacional Agrarista y de una manera particular por
Antonio Díaz Soto y Gama.
            La discusión entre Lombardo y el antiguo militante anarquista excolaborador de
Emiliano Zapata, debe ubicarse en el marco del antagonismo entre esos dos partidos, los más
importantes de aquella época. Soto y Gama demostró que a pesar d eles años, de la
experiencia colectiva del movimiento social, no había superado las concepciones nacionalistas
basadas en el individualismo más desenfrenado. En tanto, Lombardo reitera una gran
madurez para concluir que la dispersión de los obreros en varios sindicatos de empresa
facilitaron la división y por ende la manipulación de los patrones que así generaron
contradicciones entre los propios obreros, produciendo una baja en los salarios al establecer
una competencia innecesaria.
            Soto y Gama se opuso a que en cada empresa el patrón suscribiera el respectivo
contrato colectivo de trabajo con la agrupación sindical mayoritaria y en su lugar propuso que
también se tome en cuenta a la minoría. Esta reticencia partía de que, siendo la CROM la
central obrera más representativa e influyente en los círculos gubernamentales, dicha
disposición sólo propiciaría una ampliación de su fuerza, lo que no estaba dispuesto a permitir
Soto y Gama, quien después de una efímera alianza tenida con Morones en el año de 1922
ahora planteaba la necesidad de reducir su fuerza social y política.
            Este vigorizamiento, dado en el área sindical, también tendía a reflejarse en el plano
político con la conquista  de más posiciones administrativas y electorales para el Partido
Laborista Mexicano, situación, o posibilidad, que, desde luego, no podía aceptar el Partido
Nacional Agrarista. En el  interés de defender la posición de ese partido sus diputados
llegaban al extremo sofístico de negar a los gobiernos de la mayoría, hablando también de la
existencia de gobiernos de minoría, lo que era absurdo, propio del pensamiento anarquista
que estimulaba hasta el infinito el individualismo.
            Lombardo Toledano, por su parte, consideró que la condición para que exista en
México un gobierno popular –él está pensando, desde luego, en el del general Calles- es la de
que, en verdad, sea electo por la mayoría del pueblo y respaldado por estar en el ejercicio de
su mandato. Lombardo se refiere a la tiranía de las minorías en contraposición a las tesis
anarquistas. Esa tiranía, en el transcurso del tiempo, tiende a ser más autoritaria y absoluta.
Las personalidades disidentes pueden tener la razón histórica, pero no por ello pueden
constituir gobierno.
            Soto y Gama no había abandonado su mentalidad agrarista limitada y encontró
incomprensible e injustificado el apoyo que el Presidente Calles otorgaba a la CROM, como si
existiera una incompatibilidad entre “la adhesión a las luchas obreras y a las campesinas,
representadas también políticamente por el Partido Nacional Agrarista que también tenía el
respaldo del poder público. La rivalidad en realidad surgió por la conquista de mayores
espacios de poder político y por influir en forma más decisiva en la conducta del Presidente y
en la Cámara del Congreso de la Unión.
            El viejo anarquista postuló los derechos individuales del obrero por encima del contrato
colectivo de trabajo, olvidando que, con ello, sólo se estimularía el esquirolaje para dividir a las
agrupaciones sindicales. No tenía conciencia de que la fuerza del sindicato radica en su
número, en la unidad y no en el obrero libre. Pero Soto y Gama fue más allá: consideró que si
México todavía no es un país industrializado y por lo tanto, carente de obreros, no tiene
justificación legislar en esta materia y que, por lo tanto convenía esperar hasta otra
oportunidad histórica. Él pensaba que una nueva legislación obrera, con la fuerza política y
social que tenía Morones, terminaría por beneficiar únicamente a la CROM por ser la
agrupación obrera mayoritaria.
            Lombardo coincidió con el carácter del país: “Todo mundo sabe que México no es una
nación industrializada. En México, la industria transforma tanto la materia prima como la
extractiva, en industria esporádica, de bonanza; en México no tenemos industria y
naturalmente los industriales no son hombres que se hayan puesto a meditar sobre la
integración de esa actividad… no tenemos grandes capitales con la visión que existe el
capitalismo en otras partes del mundo; esto es verdad”.
            “Todo mundo sabe que la industria está en manos de extranjeros: todo mundo sabe
que la minería es de extranjeros, todo mundo sabe que el petróleo es de extranjeros. El único
factor que tenemos es el factor humano”.
            Por lo tanto, la legislación que propone el Partido Laborista Mexicano tiende a
proteger, precisamente, a ese único factor mexicano (el trabajo), a la generación de obreros,
presente y futura. Lombardo refuta, así, la miopía de Soto y Gama quien no le concedía
ninguna importancia  a esa norma tutelar d eles derechos de los trabajadores. Y vaya que
Soto y Gama defendía su posición ubicándose como socialista.
            Por eso Lombardo le recordó que el sindicato único mayoritario en las fábricas es una
ecuación socialista porque el problema del mundo obrero es, a propósito, la integración de un
frente único.
            También los nacional-agraristas, desde una perspectiva chovinista, condenan las
relaciones con los sindicatos de los Estados Unidos porque –dicen- ello fomenta al capitalismo
en México, en lugar de destruirlo, como reza el ideal socialista.
            El diputado Lombardo precisó que las vinculaciones de la CROM son con el
proletariado norteamericano, con sus organizaciones más  representativas, porque, en
conjunto, luchan también en contra del capitalismo americano. “No llamamos a los
grandes truts sino a la American Federation Of Labor, que representa al proletariado
organizado del vecino país”, aclaró.
            El laborismo triunfó en la Cámara de Diputados, no sólo por su fuerza social e
influencia política, sino, por la solidez de sus argumentos y con ello se dio un paso muy
importante en la reglamentación del artículo 123 de la Constitución. El precepto, finalmente
aprobado en la sesión del 6 de noviembre de ese año, dice:
            “En ningún caso y por ningún motivotas Juntas de Conciliación y Arbitraje o las
autoridades que desempeñen sus funciones podrán reconocer, para los efectos del contrato
colectivo de trabajo, la existencia simultánea de dos agrupaciones en una misma empresa,
excepto en los ferrocarriles donde puede existir una sociedad por cada oficio o profesión que
haya. Los patrones o empresas no podrán contratar con dos o más agrupaciones de la misma
índole, profesión u oficio y el contrato sólo será celebrado con la agrupación que tenga
mayoría de miembros en servicio activo. Tampoco reconocerá ni  permitirá la existencia de
agrupaciones de trabajadores que se constituyan con el fin de dedicar sus actividades al
servicio de algún credo religioso o a la defensa de los intereses económicos de sus patrones
con perjuicio de sus propios derechos”.
           En el régimen de Plutarco Elías calles se promulgó una Ley de Irrigación que declaraba
de utilidad pública esa actividad, “en las propiedades agrícolas privadas, cualquiera que sea
su extensión y cultivo, siempre que sea susceptible de aprovechar aguas de jurisdicción
federal”. Dicha norma se enmarcaba dentro de lo que la CROM llamaba, con evidente
exageración, como una política económica socialista”. Los enemigos de calles, como era
obvio, no estaban de acuerdo con ella porque, a su juicio, se vulneraban las garantías
individuales y se ahuyentaba al capital extranjero, que exigía solo que la extendiera toda clase
de garantías y facilidades, conjurando cualquier riesgo de expropiación a no ser que fuera
mediante una indemnización a precio de mercado.

Calles fue el primer Jefe de Estado que pudo gobernar en un ambiente de mayor tranquilidad
política y acaso por ello, ejecutó una obra material de trascendencia histórica. El
concepto socialista para él, que después sería el Jefe Máximo, fue confundiendo una política
radical, de claro contenido obrerista y agrarista. No se utilizaba, desde luego, el término
“socialista” en el sentido de una lucha por la abolición del régimen de la propiedad privada,
porque ni los líderes laboristas sustentaban ese criterio, ni, desde luego, el Presidente Calles
estaba dispuesto a aplicar una política de esa naturaleza. No obstante, el gobierno de los
Estados Unidos siempre consideró que el régimen político imperante era “bolchevique” y que
por ello entrañaba un alto riesgo para los inversionistas norteamericanos que apoyados por el
Departamento de Estado llevaron a la práctica una política de total animadversión.
            Antes bien, a raíz de que Calles realizara un viaje por el Viejo Continente, regresó
persuadido de que ya no debería continuarse con el reparto agrario por la vía ejidal,
considerando que la dotación individual era el mejor camino para aumentar la productividad
agropecuaria.
            En la discusión de esa Ley, acaecida en la Cámara de Diputados el 9 de diciembre de
1925, el representante Vicente Lombardo Toledano valoró la importancia jurídica y social de
ella, concibiéndola como un paso en contra del individualismo económico. La fraseología
“socialista” se empeló en la dirección que ya hemos indicado, como lo trataremos de
demostrar enseguida.
            “El problema de México –a mi juicio, decía Lombardo- es un problema de producción;
no se necesita ser marxista para afirmar que en el fondo de todos los problemas sociales no
hay sino uno fundamental, el problema de la producción de la riqueza, personalmente, yo no
soy partidario a pie juntillas de la teoría de Marx, por muchas circunstancias ideológicas, pero
en un país como México no se necesita ser marxista para darse cuenta que el verdadero
problema de este país, es el problema de producir y México no produce absolutamente nada;
somos esclavos del mercado extranjero…”
            Hasta el gobierno de Calles, es cierto, la Revolución Mexicana fue un movimiento
esencialmente político, de banderías, de conciencia, pero que no se reflejaba en una
transformación radical de la estructura económica. Calles fue el primero que inició la
destrucción de la estructura porfiriana y dio comienzo a una nueva organización social y de
ahí que se explique el apoyo que en su tiempo le proporcionó la CROM. Calles, además,
aplicó con energía y continuidad, los principios sociales de la Constitución, que Lombardo
consideraba como principios de una “revolución socialista”, pero no en el sentido marxista.
            Un progreso sensible en la posición de Lombardo fue su franco repudio a todo el
contenido individualista y librecambista de la Carta Magna y el sostenimiento de una
concepción avanzada de Constitución considerándola como un conjunto único, inviolable, que
encierra una ideología y que no es, de ninguna manera, un mero conjunto de disposiciones
abstractas.”Es una doctrina moral, antes que una serie de preceptos”, decía.
            En comparación con la Constitución de 1857, que enfatizaba en las llamadas garantías
individuales, la Ley Fundamental de 1917 descansa, sobre todo, en los principios sociales o
colectivos. Lombardo señaló que: “El espíritu de las garantías individuales es el respeto a la
propiedad, a la obra del trabajo, el respeto a la actividad humana, el respeto al comercio, el
respeto a todas las prerrogativas de acuerdo con el Código de Napoleón, de acuerdo con la
Revolución Francesa, de acuerdo con las teorías romanas…”.
            Aunque Lombardo reconoció que habíamos asistido a los funerales de la Constitución
individualista de 1857 pero no compartió la idea de que “estemos marchando por las vías
socialistas”, como lo afirmaban los más exaltados cromistas, acérrimos partidarios de Calles.
Lombardo declaró: “no nos hagamos ilusiones, la revolución socialista está en los libros, pero
no ha llegado al pueblo, esa es la vedad”, tratando de ubicar en sus justos términos la obra de
Calles. Por lo tanto, siendo desde luego progresista esta política de naturaleza nacionalista,
Lombardo convocó a que no se abrigaran falsas expectativas pues el gobierno presidido por
Calles no era un gobierno obrero.
            La experiencia agraria, era, acaso, el mejor elemento de que, pese a los avances
registrados en el período de las dos Constituciones, continuaban los factores individualistas, al
lado d eles sociales y muchas veces predominando los primeros. Se dividieron los latifundios y
se entregaron a los campesinos para su explotación individual teniendo la preocupación de
que el individuo era el centro de la producción y que debe producir “justamente para bastarse
así mismo. Cada  hombre cree que debe producir lo que le basta, lo que él necesita y” ¿ahora
bien, qué es lo que ocurre en México? Que, en primer lugar, no todas las tierras del país
sirven para obtener el mismo producto. El peor enemigo del país es el maíz, al considerarlo
como producto único de salvación nacional. El maíz no se produce siempre de buena calidad
en todas partes; todo el mundo, sin embargo, tiene que producir maíz porque todos quieren
creer que es el alimento nuestro”.
            Para Lombardo era necesaria la planificación de la agricultura, como ocurría en Rusia,
en que después de un estudio elaborado por el Consejo de Economía Nacional, se reservaran
las regiones del país a una cierta variedad de cultivos; es decir, propuso que fuera el Estado el
que decidiera lo que debía cultivarse y los volúmenes de esa producción, y en este mismo
contexto, se debe tratar al individuo, antes que como ciudadano con prerrogativas políticas,
como un productor de bienes”.
           Como ya dijimos con anterioridad, en la Sexta Convención de la CROM, efectuada en
Ciudad Juárez, en noviembre de 1924, Vicente Lombardo Toledano ya en su calidad de
Secretario de Educación del Comité Central, presentó un documento sobre las nuevas
orientaciones que, a su juicio, debería tener la educación nacional, desde la primaria, pasando
por la que se imparte a los indígenas, hasta la de nivel superior.
            De una manera sobresaliente, criticó la escuela laica, no por los valores que negaba –
los de carácter religioso- sino porque no presentaba un programa económico y social,
afirmativo, de liberación.
            Los siguientes postulados se transformaron, en la VII Convención, en la doctrina
educativa oficial de la organización obrera:
            “El proletariado no puede aceptarla –la escuela laica- porque precisamente se ha
organizado con el objeto de reivindicar una situación frene a la clase burguesa, que es la que
ha dado la estructura que posee aun el Estado y necesita preparar a sus miembros dándoles
una educación que los lleve, por un camino firme, al éxito completo de sus aspiraciones. La
escuela del proletariado debe ser, por lo tanto, una escuela en donde se enseñe que la ciencia
no es un monopolio de una clase social y que tampoco es, como ha afirmado la burguesía,
una justificación del régimen capitalista y consecuentemente, una condenación del programa
filosófico del socialismo”.
            A pesar de esta posición, un tanto neutralista, que de alguna manera desdeñaba el
carácter clasista de la educación, Lombardo pensó “que la clase burguesa ha
recibido indirectamente un apoyo decidido por parte de la escuela oficial”. Pero que, sin duda,
la mayor oposición a la escuela del proletariado radicaba en las escuelas católicas y
protestantes.
            “Los católicos de México sostienen que el socialismo es contrario a la Iglesia y para
limitar el movimiento del proletariado, han hecho una organización de trabajadores católicos”.
            También censuró a la escuela protestante argumentando “que el protestantismo no es
para los mexicanos sino una forma de imperialismo norteamericana, que no se dirige con los
truts hacia el aprovechamiento privilegiado de nuestras fuentes naturales de riqueza; pero que
se propone, con el pretexto de la evangelización de las conciencias, la americanización de
nuestro pueblo”.
            “Las escuelas se sostienen ostensiblemente por las corporaciones capitalistas, que
son instituciones que tienen por único objeto la propaganda, desde el punto de vista burgués”.
            La CROM se propone lucha por:
1.Como la representante del proletariado, tiene el derecho de intervenir, de una
manera directa, en la organización y dirección de los sistemas y métodos de
enseñanza.
2.La CROM declara que la escuela del proletariado mexicano, entendida por
escuela, una teoría educativa y todas las instituciones de enseñanza, debe ser
dogmática, afirmativa, de la necesidad de la organización cooperativa por
comunidades de producción y de defensa de lo producido de acuerdo con las
necesidades de cada ser y con la idea clásica de la justicia distributiva que da a
cada quien, según su capacidad y a cada capacidad según su obra.
3.La escuela del proletariado deberá otorgar, consecuentemente, la preparación
necesaria a todos los educandos para colocarlos en igualdad de condiciones de la
minoría que, hasta la fecha, por su capacidad técnica, tiene el monopolio y la
dirección no sólo de las empresas económicas, sino del mismo gobierno del
Estado.
4.El proletariado mexicano declara que deben invertirse los términos de la tarea
realizada hasta hoy por el Estado en materia de educación general y que debe
atenderse de manera inmediata y preferente la educación de los indígenas, de los
campesinos y de los habitantes de los pueblos, previo el estudio de las
necesidades de cada región y la preparación especial del profesorado.
5.El proletariado mexicano declara que es urgente la creación de escuelas
técnicas que preparen al mismo proletariado para el trabajo eficaz y la dirección
futura de la gran industria.
6.El proletariado mexicano declara que el aprendizaje de las industrias a domicilio
y de los oficios individuales o debe constituirse en obstáculo presente o futuro par
ala gran organización corporativa de clases.
7.El proletariado mexicano declara que la cultura universitaria es, hasta la fecha,
un monopolio de una sola clase enemiga por tradición y por interés del proletariado
mismo y que, por lo tanto, es urgente la popularización y su autonomía para
justificar su existencia y garantizar, además de la profesión de maestro de las
escuelas superiores, la labor de investigación científica que debe realizar
especialmente sobre los problemas mexicanos, nula en la actualidad.
8.El proletariado mexicano declara que el profesorado no tiene actualmente la
orientación social para llevar la orientación social al pueblo.
9.El proletariado mexicano declara que debe organizarse el profesorado, de
acuerdo con el principio corporativo, para adoptar un programa general de
educación y poder defender sus intereses morales y económicos.
10. El proletariado mexicano declara que debe cuidarse de una manera preferente
la educación de la mujer mexicana porque el espíritu de las generaciones futuras
depende indudablemente, del hogar en el cual pretenden refugiarse prejuicios que
impiden la transformación social de México.
La publicación y difusión del programa educativo de la CROM produjo resultados benéficos en
corto plazo. El gobierno de Calles multiplicó las escuelas rurales y las escuelas primarias
relacionadas con el aprendizaje industrial. La propia central obrera, por su cuenta, coadyuvó a
la construcción de escuelas en distintas regiones, a la formación de profesores con base a las
resoluciones de la Convención de Ciudad Juárez y a la dotación de bibliotecas para que los
agremiados a los sindicatos pudieran incrementar su preparación cultural y conciencia de
clase.
Además, se fortaleció la Federación Nacional de Maestros que el propio Lombardo dirigió y
que estaba incorporada a la CROM.
           La VII Convención de la CROM, que se realizó en marzo de 1926 fue la ocasión en que
Ricardo Treviño y Vicente Lombardo Toledano presentaron el célebre proyecto para
transformar el antiguo Instituto de Ciencias Sociales en el Colegio Obrero Mexicano,
actualizado en su funcionamiento y programa de cara a las resoluciones de Ciudad Juárez.
            Los dos dirigentes cromistas partían de la consideración de que no bastaba alentar el
socialismo desde el punto de vista sentimental, sino que era necesaria la organización clasista
d eles trabajadores y por su puesto, su preparación ideológica para que “por medio de la
palabra, puedan oponerse a la economía política clásica”. La mayor parte de las obras que
sobre economía circulaban en México y que se enseñaban en las escuelas superiores, era la
de la economía de tipo liberal o monetaria y había en cambio, un escaso conocimiento de la
economía política marxista, que se abría paso con grandes dificultades en la Universidad.
            Pusieron como ejemplo del socialismo de vanguardia intelectual el de la Sociedad
Fabiana, de Sydney Webb, que hizo una magnifica labor intelectual entre los sindicatos
británicos haciendo práctica la idea de que el “socialismo necesita de elementos intelectuales
dentro de su seno para que su triunfo no signifique barbarie. Sin embargo, entre nosotros, los
intelectuales no se deciden a unirse al socialismo y apenas sí pequeños grupos de maestros
de escuela paulatinamente se van acercando hacia los elementos obreros, muchas veces más
por necesidad de defensa de intereses particulares, que por afinidad de idealismos y por
deseos de colaborar”.
            La propuesta que hicieron Carlos Gracidas, Ezequiel Salcedo, Vicente Lombardo
Toledano, respecto del Instituto de Ciencias Sociales fue:
1.    Que pase el Instituto de Ciencias Sociales, al control del Comité Central y a la
jurisdicción de la Secretaría de Educación del mismo.
2.    Que se supriman los cursos de instrucción primaria que en la actualidad se
dan en dicho establecimiento y que se gestione oportunamente, el ingreso de los
niños que ahí se encuentran, en alguno de los planteles oficiales de educación
primaria.
3.    Que los fondos que actualmente se dedican al sostenimiento de dicha
escuela, se apliquen al Instituto de Ciencias Sociales.
Sin embargo, esta comisión, a pesar de los exiguos recursos económicos disponibles propuso
la transformación del Instituto en una nueva entidad llamada “Colegio Obrero Mexicano” que
no tiene la presunción que equivocadamente han creído encontrar en ella algunos escritores
al servicio de la burguesía, de expedir el título de líderes obreros. Solo se propone preparar
debidamente a los miembros del proletariado que ya se hayan distinguido en el seno de sus
agrupaciones para que su labor sea más eficaz.
El Colegio Obrero se definió como una institución que orientaría al trabajador en la lucha de
clases y que le haría también el beneficio de resolver sus dudas, presentándole nuevas
perspectivas de la vida en el campo espiritual”.
            El carácter y fines del Colegio Obrero Mexicano se enumera así:
a)    El Colegio se establece para beneficio de la organización obrera, los servicios
serán gratuitos.
b)    El objeto es impartir una instrucción científica y de humanidades tendientes a
alcanzar un conocimiento exacto de las bases, medios y propósitos del movimiento
socialista y una educación física y moral que garantice y corone, al mismo tiempo,
la obra del programa puramente ilustrativo.
c)    El Colegio será una comunidad, no una casa de estudios alejada de la vida;
por lo tanto, estará sujeta a una disciplina severa basada en el trabajo individual,
en la responsabilidad personal por la tarea que cada uno de sus componentes
debe cumplir.
d)    La educación que imparta el Colegio será dogmática; tendrá como finalidad,
demostrar la justificación de la lucha social del proletariado, el valor creador de la
cultura, la necesidad del perfeccionamiento de la personalidad individual y de la
cooperación en todos los aspectos de la vida colectiva.
e)    Todas las cátedras, aún las de carácter general, proporcionarán al
proletariado el mayor número de datos posibles para el mejor conocimiento de la
región mexicana.
El Plan de Estudios se dividió en dos ciclos de cinco meses cada uno y en semanas de cinco
días y las materias son: Matemáticas, Contabilidad, Lengua Castellana, Geografía Social,
Derecho Político y Constitucional, Historia de México, Conferencias de Psicología, Higiene
Industrial, Debate, Problemas Actuales y Educación Física.
En el segundo ciclo: Matemáticas, Contabilidad, Lengua Castellana, Geografía Social,
Derecho Constitucional, Historia del Socialismo y el Cooperativismo, Economía Política,
Higiene Industrial, Psicología, Debate, Problemas Actuales y Educación Física.
            Como se observa, el Programa comprende una amplia gama de conocimientos en los
que se enfatiza en los de tipo histórico, social y político, con  fundamento científico. Lombardo
proyectaba invitar como profesores a distintos integrantes del Grupo Solidario del Movimiento
Obrero que naciera en 1921, de vida efímera, tales como Alfonso Caso, Luis Castillo Ledin,
Enrique Aragón, Jaime Torres Bidet, Julio Torri, Manuel Toussaint, que se habían distinguido
por su simpatía, adhesión y colaboración con las luchas de los obreros.
El proyecto del Colegio Obrero Mexicano contó con la aprobación entusiasta de la Convención
Nacional pero no pudo llevarse a la práctica porque el Grupo Acción se negó a proporcionar
los fondos necesarios para su creación y sostenimiento, probablemente calculando que la
educación política revolucionaria, al mismo tiempo que despertaría la conciencia de clase, de
los trabajadores entorpecería la hegemonía política de dicho grupo, a la vez que debilitaría los
controles internos que había en el interior de la central obrera.
            Del primero al seis de marzo de 1926, se efectuó en la ciudad de México, la VII
Convención Nacional de la CROM, bajo la presidencia de Eduardo Moneda, secretario general
de la Organización Sindical. En esa ocasión, Vicente Lombardo Toledano formó parte de las
Comisiones Dictaminadoras de Educación y de Asuntos Internacionales, al lado de Ricardo
Treviño, Ezequiel Salcedo y Salvador Lobato.
La Convención se realizaba cuando la CROM experimentaba una dura represión en los
estados de Jalisco, Aguascalientes, Durango y Michoacán.
Luis N. Morones, en su carácter dual, de Secretario de Industria, Comercio y Trabajo y de
“distinguido cromista”, en su saludo a la Convención dijo, que “se nos llama traidores. No;
traidor es el que reniega de su origen y cree que todo lo debe a su propio esfuerzo; traidores
los que tienen miedo de pronunciar la frase “unificación obrera”. Morones reafirmó que
afortunadamente se vive en un momento de armonía con el Presidente de la República y
advierte sobre los peligros de “precipitarse” en las tareas electorales.
Significado del poder de la CROM lo constituía el hecho de que a su convención nacional
asistieron diversos secretarios de Estado, entre ellos, el Secretario de Agricultura, Luis L.
León, el cual se presentó a “informar” sobre  su actividad administrativa. Desde el punto de
vista político, esta modalidad de las relaciones entre el Estado y la CROM, permitió que los
trabajadores conocieran más directamente las actividades del Gobierno Federal. Una
resolución de la Convención fue: “por acuerdo de la asamblea séptima Convención manifiesto
que la CROM ratifica acuerdo sexta convención solidaridad actos gobierno usted preside, fin
conseguir mejoramiento moral y material, trabajadores y campesinos mexicanos.
Atentamente, Presidente Fernando Rodarte”.
Es decir, esta resolución marcaba la continuidad de la política de adhesión de la CROM al
Presidente Calle. Sin embargo, es conveniente hacer resaltar que dicha resolución, no
otorgaba un apoyo absoluto sino sólo a ciertos actos de gobierno  que tengan como finalidad
conseguir el mejoramiento moral y material de los trabajadores y campesinos mexicanos”.
Ante Calles, Morones dijo: “En estos instantes existe una perfecta comunidad de los ideales, y
en la acción entre el proletariado representado por la CROM y el gobierno actual”. Para
Morones, Calles, no se ha apartado de la senda de la Revolución y que nadie debe dudar de
la sinceridad, de la energía y el espíritu de justicia del Jefe Máximo. Si los problemas de los
obreros y los campesinos no se han resuelto definitivamente, aclara Morones, ello se debe a
la oposición de los grandes intereses creados, a las dificultades internas y a la falta de
colaboración. “Morones reafirmó su convicción internacionalista pero basada en la
“nacionalidad mexicana”.
En su intervención Calles, dijo que al principio de su gobierno “existía la marcada tendencia,
muy desarrollada, principalmente entre las clase elevadas de nuestra sociedad, de creer que
nada podíamos nosotros hacer y que todos debíamos esperarlo del extranjero. He tratado de
demostrar que México, con sus propios recursos puede desarrollarse y puede hacer su
liberación económica. A eso han tendido los mayores y más grandes esfuerzos de mi
gobierno: procurar la independencia económica del país, porque sin esa independencia
económica, no puede haber ninguna independencia política”. Calles llamaba la atención así a
la necesidad de encontrar apoyo a la Ley del Petróleo y a otros esfuerzos para rescatar ciertos
recursos naturales explotados por compañías extranjeras.
Pero también una serie de objetivos de carácter nacional merecieron el apoyo de la CROM: el
establecimiento de las primeras  instituciones de crédito al campo. Calles había fundado el
Banco de México, entidad central del sistema bancario, el Banco Agrícola, refaccionario y en
la Convención de la CROM anunció la creación de los bancos ejidales “para llevar nuestra
ayuda y protección a los agricultores, grandes y pequeños, de la República”. El
establecimiento de las primeras escuelas rurales, que tenían, entre otros, el propósito que
llevará las masas indígenas la educación y la cultura.
            Pero en lo que objetivamente, Calles asumía una posición avanzada era en la llamada
“cuestión religiosa”. Calles censuró a quienes, bajo el pretexto de la defensa de la religión,
deseaban encender una guerra civil y condenó a la prensa reaccionaria “malvada y
retrograda”. “No son las muecas de los sacristanes ni los pujidos de las beatas y las
manifestaciones ridículas, las que van a doblegar las energías del gobierno, se equivocan
rotundamente y hago esta declaración ante la convención: mientras yo sea Presidente de la
República, la Constitución del 17 se cumplirá…”.
Vicente Lombardo Toledano, también informó a la Convención de su participación durante la
reunión de la Organización Internacional del Trabajo. Dijo que la lucha de la clase obrera de
México era conocida y respetada en Europa señalando que, por ejemplo, la lucha por la
jornada de 8 horas o por una mayor protección al trabajo de la mujer, de los niños y de los
adolescentes era una lucha común de todos los trabajadores del mundo. Cabe mencionar que
también la Convención, partiendo de la información de que el agregado obrero de México en
Rusia, Eulalio Martínez había rechazado las relaciones con la Internacional Roja “hasta en
tanto no se obtenga una explicación satisfactoria y todavía más –se concluye- pidiera al
representante diplomático de Rusia, acreditado en México, para que su oficina se abstenga de
prestar ayuda económica a grupos radicales enemigos de la CROM y del gobierno”.
            La octava Convención Nacional de la CROM se realizó en el mes de agosto en la
ciudad de México con la asistencia del Presidente Plutarco Elías Calles.
            Lombardo Toledano fue designado por todos los delegados para darle la bienvenida.
Para ello, pronunció un discurso lleno de exaltaciones, congruente con la línea política de la
central obrera, pero diferentes a su propio estilo oratorio. Se explica esta muestra de apoyo 
porque Calles estaba siendo objeto, en ese momento, de muy fuertes presiones y maniobras
tanto de parte de los círculos imperialistas, como de los grupos empresariales y clericales que
pretendían influir en su conducta para desviarla del camino progresista en que se encontraba.
En el contexto de estas presiones, sobre todo motivadas por la Ley del Petróleo y la llamada
Ley de Extranjería del Departamento de Estado fomentó un plan para invadir a México,
entrando las tropas por el puerto de Tampico, hasta la ciudad de México.
                       La dirección del PCM, a estas alturas, a raíz de la expulsión de México de
Wolfe, había cambiado de política y ahora se encontraba en la oposición a Calles. Durante la
etapa anterior, que fue de apoyo, calcularon que ello permitiría aumentar la influencia en el
seno de los sindicatos cromistas, asegurar la adhesión de la CROM a la Internacional Sindical
Roja. Para ello, implementaría una campaña de reclutamiento de nuevos miembros,
obteniendo, en lo general, excelentes resultados, si los comparamos con la estrechez
numérica que venía padeciendo el partido. Pero Calles, como elemento representativo de la
burguesía progresista, surgida al calor de la lucha revolucionaria, no podía aceptar o permitir
un crecimiento mayor de los comunistas.
Estos, no supieron aprovechar las condiciones políticas propicias que engendró el callismo en
su primera etapa, se precipitaron en sus planes de fortalecimiento y finalmente se enfrentaron
al Presidente de la República.
La VIII Convención, por conducto de Vicente Lombardo Toledano, afirmó: “La clase obrera
siempre ha visto en usted, señor Presidente, a un verdadero abanderado del movimiento
obrero iniciado en 1910 en nuestra patria y ha estado de acuerdo –usted lo sabe muy bien-
absolutamente de acuerdo con su política y su conducta que como líder de la Revolución ha
seguido en todos sus años de lucha y al mismo tiempo ya oficialmente como Presidente de la
República”.
“no todos los que se dicen líderes de la Revolución lo son y usted, antes de ser Presidente ya
era un verdadero líder revolucionario. ¡Cuantos hombres han llegado al poder para claudicar!
¡Calles no ha claudicado nunca! ¡Calles sigue siendo siempre igual! ¡Calles ha secundado
siempre la conducta del movimiento obrero organizado!”.
Lombardo recordó que en la Convención de Ciudad Juárez se había otorgado un apoyo
condicionado. “El movimiento obrero representado por la CROM respaldará en todo la
conducta del Presidente Calles siempre que el Presidente Calles esté de acuerdo con el
movimiento obrero y hasta hoy lo ha respaldado por que la condición se ha cumplido con
creces”.
El Presidente, después afirmó que su gobierno “no ha prestado ninguna ayuda efectiva a la
organización obrera” sino que, simplemente, no ha obstaculizado su desarrollo y le ha hecho
justicia cuando justicia ha tenido. “Todo el avance, todos los progresos se deben a su
esfuerzo, única y excluidamente a su esfuerzo; al tacto, al talento y a la atingencia de sus
directores. Que un gobierno revolucionario quiera destruir la organización obrera, que quiera
oponerse a su desarrollo, sería un acto criminal, una claudicación vergonzosa e intolerable”.
Al mismo tiempo la Convención aprobó una resolución de solidaridad hacia los combatientes
anarquistas, Nicolás Sacco y Bartolomé Vanzetti, detenidos en la cárcel de Chestertown,
estado de Massachussets, injustamente acusados de homicidio y que habían sido
sentenciados a muerte. El gobierno de los Estados Unidos había montado un juicio plagado
de irregularidades jurídicas, que en realidad se convirtió en un ataque a la lucha de la clase
obrera norteamericana.
El proceso a Sacco y Vanzetti despertó una gigantesca ola de respaldo a su causa proletaria
en todos los países del mundo. En México, el PCM desplegó la bandera de la solidaridad, al
igual que la CGT. Ahora la CROM también refrendaba una posición similar. Reza la resolución
de la VIII Convención:
“El capitalismo yanqui, abanderado de la más ruda oposición en contra de los ideales que
pregonan los pueblos laboriosos de la tierra, ha simbolizado en Sacco y Vanzetti, el socialismo
que avanza en la conquista del nuevo ideal y sordos los jueces imperialistas al clamor que se
levanta en todas las organizaciones obreras del mundo, sin distinción de banderas, se
empeñan en que el campo de la lucha se empurpure con la sangre inocente de los
camaradas, víctimas de su rebeldía al viejo sistema social”.
Se resuelve:
1.    Diríjase telegrama a la Corte Suprema de los Estados Unidos protestando por
el atentado que se pretende cometer con los camaradas Nicolás Sacco y
Bartolomé Vanzetti, pidiendo que ampare a los acusados, salvándolos del
patíbulo”.
2.     Si el capitalismo yanqui consuma el atentado y Sacco y Vanzetti son
inmolados en aras del ideal socialista acuérdese por esta Convención un paro
general de protesta en toda la República, por el término de una hora, el que se
llevará a efecto en la forma y fecha posteriormente a la Convención”.
Lombardo señaló para solicitar la aprobación de dicha resolución, con dispensa de trámites,
que la CROM debe solidarizarse con Sacco y Vanzetti “no por tratarse de dos anarquistas,
cosa que no debe importarnos, sino de dos trabajadores que al unísono luchan por las
reivindicaciones mundiales que persigue el proletariado”. Pronosticó que de consumarse la
ejecución en contra de Sacco y Vanzetti pasarían a ser dos figuras simbólicas del socialismo y
dos banderas de la lucha de  clases.
ara Vicente Lombardo Toledano uno de los objetivos centrales de la CROM era llevar los
principios de la organización sindical a los trabajadores intelectuales. En 1927 escribió que “la
revolución no tuvo directores preparados, ni programas que discutieran las equivocaciones y
los de la doctrina del gobierno porfirista. La Revolución fue un movimiento consciente de las
masas trabajadoras, pero sin doctrina, en contra de una administración de la que no tenían
más que una opinión general, respecto de su ineficacia, así como de su injusticia”.
“La cultura era patrimonio de una breve minoría, compuesta por elementos de la clase
acaudalada que se inspiraba en las ideas y en los gustos de Europa, especialmente de
Francia despreciando lo autóctono y la valiosa aportación intelectual del siglo XVIII mexicano,
precursor de la nación mexicana”.
Hasta 1927 era muy escaso el número de intelectuales que se encontraban vinculados al
movimiento obrero. Prevalecía el criterio, en el seno de los sindicatos, de que aquellos, en su
conjunto estaban al servicio de las clases dominantes y los despreciaban por considerarlos
improductivos y retrógrados. Sin embargo, no podemos desconocer que un grupo de hombres
de letras como Rafael Pérez Taylor, Diego Arenas Guzmán, Antonio Díaz Soto y Gama, Raúl
Landazuri, Braulio Moreno se relacionaron con los trabajadores manuales y se identificaron
con sus causas y aspiraciones.
Pero como decía el anarquista Jacinto Huitrón: “los intelectuales nunca ayudaron, sino
excepcionalmente, al movimiento obrero; ninguna de las conquistas que ha logrado la clase
trabajadora en el campo de la legislación o en el de la lucha diaria con relación a las empresas
y el estado, se deben al concurso de la clase intelectual”. Huitrón exageraba, a partir de una
falsa dicotomía entre trabajador manual e intelectual. Para los anarquistas, solo los obreros
fabriles eran importantes porque estaban vinculados al proceso de producción y por ello eran
los únicos elementos revolucionarios; en tanto, los intelectuales, por provenir de la pequeña
burguesía o de la burguesía, solo podían encontrarse en el campo opuesto al del proletariado.
La continuidad de la influencia del anarquismo negaba cualquier posibilidad de que “los
elementos de las clases directoras”, como se decía, en tono despectivo a los intelectuales, se
pudiera tener interés en la redención de los obreros. Se proclamaba la oposición, a los
“burócratas”, de todos los partidos. Esa concepción estrecha hacía desconfiar de cualquier
“ayuda externa” y más aún de los llamados políticos profesionales que, decía, solo buscaban
enriquecerse y que por ello tenían una actitud hipócrita que había que denunciar y rechazar.
“Por medio del sindicalismo revolucionario, los proletariados, organizados dentro del terreno
económico, no cuentan más que con sus propios esfuerzos de educación, organización y
sobre todo de acción”. Se consideraba al movimiento obrero aislado respecto del movimiento
político general. “Los sindicalistas quieren que el movimiento obrero continué siendo obrero;
que no obtenga su fuerza y su táctica sino por medio de la organización y el empuje de los
trabajadores. Solamente de esta manera la clase obrera llevará a cabo su verdadera función
social, sin contaminarse con la podredumbre capitalista”. No existía, por supuesto, la
necesidad política de contar con un partido político de la clase obrera.
En 1927 definió Lombardo que “el profesor y el técnico son asalariados en su mayoría con
excepción de los que sirven particularmente al público; puede decirse que la mayoría de los
trabajadores intelectuales considerando que tenían un título de un grado universitario o
escolar, o a los intelectuales que hacen de labor científica o literaria la ocupación preferente
de su vida, viven de un salario, ya sea al servicio de empresas privadas, o a expensas del
estado”. A partir de este criterio de trabajador asalariado se empieza la organización de los
profesionistas y técnicos. El Estado prepara a estos y después los pone a su servicio. El
técnico casi siempre depende de la administración pública, en un país como México.
Desde la Federación Nacional de Maestros, Lombardo expuso con vehemencia que los
profesores eran trabajadores, como los obreros fabriles y que por lo tanto tenían los mismos
derechos económicos y sociales, reafirmando que el estado era un patrón. Reivindicó,
asimismo, los derechos de todos los profesionistas y técnicos indicando que también eran
parte del proletariado, haciendo que el poder público lo reconociera así. Se empezaron a
formar las primeras organizaciones gremiales.
Lombardo escribió en su obra Los Derechos Sindicales de los Trabajadores Intelectuales que
en el estado capitalista el gobierno de la clase privilegiada ha convertido la administración
pública en un instrumento de sostén de su dominación. Ha creado técnicos y profesionales
con preocupaciones y prejuicios “que les impiden ver la verdad en cualquiera de las ordenes
de la actividad humana”.
Por lo tanto, correspondía a la CROM llevar la conciencia de clase a los trabajadores
intelectuales, contrarrestado así la nociva influencia de la burguesía y de los anarquistas. Sin
embargo, estaba conciente de que los intelectuales no podían constituir una clase social por
sí, distinta a las existentes ya que la actividad de “gran parte de ellos se desarrolla al margen
de la producción de los bienes materiales. Además, no se caracterizan por su uniformidad
desde el punto de vista de clase, ya que se reclutan de entre distintas clases y sirven a una o
a otra”.
Señaló que la clase obrera no era hostil a la cultura en lo general, sino a la cultura burguesa, a
los prejuicios y sentimientos que pretenden afianzar la sociedad capitalista. “Como todos los
grandes movimientos de la sociedad, el socialismo es un cambio en el concepto de la vida, es
decir, una subversión contra la moral reinante que admite entre los hombres categorías
infranqueables y privilegios oprobiosos; es un movimiento revolucionario que pregona un
nuevo concepto del destino humano; un nuevo trato del hombre con sus semejantes, que la
vida no consiste en rebajar la calidad del esfuerzo metalizándolo sino en mejorar la
personalidad integral del hombre”.
Por lo tanto, definió al socialismo como un auténtico humanismo que basaba el equilibrio entre
el vivir espiritual y el vivir físico. Para Lombardo, un rasgo distintivo de la sociedad capitalista
es su excesiva materialidad, el trastrocamiento de los valores  espirituales y la anulación de
los ideales.
Las concepciones de la CROM respecto de los trabajadores intelectuales son:
a)    Se reconoce que el trabajador intelectual tiene los mismos derechos y
obligaciones que los trabajadores manuales.
b)    Se entiende por trabajador intelectual para los efectos sindicales al titular de
un grado de universitario o escolar o el trabajador que haga alguna labor técnica”.
c)    El Estado debe considerarse como patrón para los efectos de las obligaciones
y de los derechos de los trabajadores intelectuales cuyos servicios utilice.
d)    La CROM debe hacer las gestiones necesarias a fin de que se acepten sin
taxativas las acciones sindicales de los trabajadores intelectuales.
e)    Deben hacerse las gestiones necesarias a efecto de que se reconozca la
personalidad jurídica de las asociaciones de trabajadores intelectuales.
Se trataba de un sensible avance no sólo ideológico sino de tipo orgánico. En las fábricas, por
ejemplo, se sindicalizaron muchos de los técnicos y especialistas que laboraban en ella y que
durante muchos años se consideraron como trabajadores de confianza. Se constituyeron
sindicatos de profesores en la mayoría de las entidades federativas.
            Al fundarse el Banco de la CROM en el mes de junio de 1926, Lombardo Toledano
tuvo una particular concepción acerca de la lucha de clases la que no se entiende por el
empleo sistemático de medios de presión y de actos violentos, para obligar al capitalismo a
aceptar las proposiciones de la clase obrera, sino que en la discusión, la localización y la
petición de que sea restituida a los trabajadores la parte de las utilidades que el capital se
reserva para sí y que no le pertenece.
            Elogió a Kart Marx, quien, “con la intuición certera de todos los genios” previó siempre
que al capitalismo se le combate con armas técnicas, sin precisar a qué armas se estaba
refiriendo. Para él es injusta la actitud de quines interpretando a Marx, lo caracterizan como un
radicalista violento. Esta es una clara posición socialdemócrata, como fuera reconocida años
después pro el propio Lombardo en una carta que le dirigiera a Herny Barbuse quien le pidió
que describiera su trayectoria ideológica. En esta misiva definió que en efecto él estaba en
esta posición pero que estaba también en un periodo de transición, para pasar a posiciones
socialistas o marxistas. Esta transición ideológica se daba mediante una combinación con el
estudio de la teoría y la práctica sindical y política.
            Partiendo de esos criterios afirmó que la creación del Banco no puede considerarse
como un síntoma de aburguesamiento de la CROM. Pensó que sería un instrumento para
canalizar los créditos ahí donde las fuerzas productivas lo requieran. La CROM dispondría del
suficiente poder financiero para oponerse a los empresarios, los intermediarios y a los
usureros, evitando, además, la dependencia con la banca privada. Este proyecto no pudo
llevarse a la práctica ya que a raíz del asesinato del Presidente Obregón la CROM enfrentó
una furiosa embestida de parte del gobierno federal, de la mayoría de los gobiernos de los
estados y hasta del grupo obregonista-callista que tenían el control del poder político. La
CROM entró a una crisis la cual no pudo superar y enfrentó graves problemas financieros por
lo que se tuvieron que reducir sustancialmente sus actividades.
           “No creo que la cuestión económica sea el todo en el problema social, demasiado
complejo, ya que existen otros factores esenciadísimos, como son el climatérico y el
geográfico”, dijo Lombardo durante una conferencia de orientación acerca de la situación
internacional dictada a los trabajadores de la Federación de Sindicatos del Distrito Federal, a
finales de enero de 1927.Concedió en esa ocasión, al igual que en “La Doctrina Monroe y el
Movimiento Obrero” una importancia excepcional a los factores geográficos en la explicación
del desarrollo de las sociedades humanas. En efecto, Marx precisó que él nunca había
considerado el factor económico como el único que podía explicar o generar los cambios
sociales, pero que si era el factor determinante, aunque no desconoció que el resto de los
factores de la sociedad ínter fluían en la estructura económica.
            Así concluyó, “la civilización ha florecido en las zonas templadas, distantes de las
regiones heladas o tropicales. En aquellas zonas adecuadas el hombre ha podido desarrollar
al máximo sus riquezas espirituales y físicas y en cambio en las más extremosas esas
potencialidades se exhiben”.
            “Cuando tratamos del imperialismo norteamericano debemos estudiarlo de un modo
consciente buscando la manera de combatirlo y de destruirlo; pero no con un falso patriotismo
sino con un sentimiento de responsabilidad”. Lombardo consideró que el poderío económico y
político de los Estados Unidos estriba en que es uno de los productores más importantes de
hierro, acero, energéticos y cereales. Por lo tanto es imprescindible, para tener éxito en la
lucha contra el imperialismo la capacidad económica. Por ende, el imperialismo tendrá que
buscar siempre mercados y tierra. “En los Estados Unidos los que gobiernan son los
capitalistas”, dijo.
            La mayor preocupación de Lombardo es la de expresar con toda claridad el afán
expansionista del gobierno y de los monopolios norteamericanos, rechazando a quienes en el
interior del país insistían en la benevolencia del capital extranjero, como la base de
sustentación del crecimiento económico. Estaba seguro que los capitales imperialistas en las
naciones latinoamericanas implicaban vínculos de sojuzgamiento de una minoría por encima
de la mayoría. “Nada puede contener las ambiciones de los imperialistas: pisotean tratados y
principios. ¿Cómo se puede contener este afán de conquista? Solamente propugnando
porque triunfe el movimiento social, porque se modifiquen las normas naturales. Que no sean
unos cuantos individuos los que exploten a la humanidad. Que devuelvan a la colectividad lo
que la colectividad les ha dado.
            Hizo un vibrante llamado a los obreros mexicanos para que lucharan contra el
imperialismo, desde una perspectiva global, internacional porque “somos mexicanos, porque
somos miembros del proletariado del mundo porque somos mexicanos. Debe el proletariado
nacional crear el sentimiento de nacionalidad esforzándose tenazmente. Que cada obrero,
que cada campesino, lo mismo el mecánico que el tejedor, que el agricultor que cultiva los
campos, lo sean verdaderamente y contribuyan al progreso y a la fuerza de la nación. La labor
de todos los trabajadores debe ser silenciosa pero definitiva, a fin de formar la nacionalidad
mexicana; este debe ser el resultado de la participación de los trabajadores en la lucha. Con
ello se combatirá al imperialismo que a todo trance quiere la guerra y se conseguirá la
reivindicación proletaria, sin inútiles violencias”.
            Como se observa, Lombardo entendió los conceptos nacionalismo e internacionalismo
como complementarios y no excluyentes. Señaló el carácter esencialmente agresivo del
imperialismo, así como la necesidad de reforzar el frente pacifista para detener la política
belicista yanqui.
            Alejado de cualquier noción determinista o fatalista consideró que los cambios sociales
son susceptibles de ser dirigidos y encauzados por el hombre. Este le imprime a la vida
destino, propósitos y derroteros. El hombre, en la vida social tiene conciencia y objetivos. La
técnica ha propiciado que el hombre pueda regir la vida social de acuerdo con postulados y
programas. El hombre no es juguete de las leyes que rigen la vida social. “La época en que
vivimos merece llamarse con propiedad la era de la técnica. Las ciencias exactas alcanzan un
sentido humano o humanista del que antes carecían, sirviendo de auxiliares poderosos al
propósito fundamental del hombre de organizar del mejor modo posible la vida social.
            Sin embargo, en la sociedad capitalista, advierte, la mecanización de la industria
engendra múltiples males, tales como el excesivo crecimiento y aglomeración de la población
en las grandes ciudades, la despoblación del campo por la consiguiente emigración de los  
campesinos a las ciudades, los problemas de vivienda, tráfico de vehículos y de carencia de
empleos. Pero como es lógico, en la medida en que crece, la gran industria también aumenta
el proletariado. Como dice Marx: “cuantas más máquinas nuevas se inventan, desplazando al
trabajo manual, mayor es la tendencia de la gran industria a mermar los salarios y a reducirlos
como hemos visto, a los estrictamente indispensable para vivir, con  lo cual hace cada vez
más insostenible la situación del proletariado”.
            Engels, en sus estudios sobre las condiciones de vida de la clase obrera en Inglaterra,
examinó detalladamente los efectos perniciosos de la expansión de la industria en lo que
concierne al crecimiento anárquico de las ciudades y al empobrecimiento brutal de los
obreros. Lombardo también se pronunció por una “reorganización“ de las ciudades, sólo que
en México y al igual que en las naciones capitalistas, esto no era posible porque no existía
experiencia técnica, ni tampoco se puede planificar en esa estructura económica.
            Así, por ejemplo, para dar una idea de esa irracionalidad dijo que “cada nuevo invento
arroja a la calle a los que sirven a la técnica”. Pero para imprimirle a la técnica una
connotación humanística se requiere que la “vida humana se organice de acuerdo con el
principio socialista que obliga a los hombres al trabajo igual, tonel fin de que todos disfruten en
la misma proporción del bienestar material”. Engels, por su parte, al respecto precisó que se
requiere la instauración de un nuevo orden social en el cual sea abolida la propiedad privada
pero implantar, ante todo, un “estado democrático y dentro de él, directa o indirectamente, la
dominación política del proletariado”.
            La rebelión del ejército en 1923 era una experiencia muy amarga. El Presidente
Obregón logró derrotar a los rebeldes. Pero otra guerra civil sería muy grave para México.
Aspiraban a la Presidencia muchos generales de los amigos de Obregón. ¿Cómo resolver el
problema? El general Calles no estaba de acuerdo con la reelección de Obregón, que
Obregón mismo planteó a sus amigos”.
            “El general Obregón quería evitarle a México una nueva guerra civil y estimó que la
autoridad suya era la única capaz de evitar un conflicto de esa importancia. Todos los
revolucionarios estaban de acuerdo en que debía mantenerse el principio de la no reelección
que en México es tabú porque Porfirio Díaz se levantó también contra el gobierno al grito de
No Reelección y después estuvo treinta y cinco años en el poder”.
            “Una de las grandes demandas de la Revolución Mexicana, comenzando por la gestión
de Madero, era justamente esa: no reelección del Presidente de la República, pero dejar que
los caudillos lucharan de una manera democrática, era una simple ilusión. Los que querían ser
jefes del gobierno eran todos jefes con armas. Era claro que si se optaba por dejarlos en
libertad habría una guerra civil, no con una fracción sino con muchas”.
            “Entonces discutimos en el seno del Partido Laborista lo que deberíamos hacer. Los
dirigentes del Partido, Luis N. Morones, y sus amigos, que habían formado desde un principio
un grupo denominado “Grupo Acción”, seguían las indicaciones de Calles, no tanto por razón
de principios sino porque –aunque no se ha dicho nunca- Luis N. Morones aspiraba a ser
Presidente de la República. Entonces comenzó una lucha sorda contra Obregón, tanto en el
seno del Partido Laborista como fuera de él, dentro del gobierno y en muchos círculos de la
política nacional”.
            “En el seno del Partido Laborista se planteó la cuestión: ¿Está el partido por la
reelección o no?. Los líderes no sabían que hacer, porque estaban enterados del problema.
Ya expuse en el seno del Partido  que nosotros deberíamos mantener el principio de la no
reelección porque no había que olvidar el período de Porfirio Díaz. Pero que la reelección
como tal o la no reelección no tenía ningún valor porque esos principios se aplican a la
realidad concreta de un país en una etapa histórica determinada. Agregué que en el caso
concreto, a mi juicio, lo importante era evitar una guerra civil y que por ese motivo habría que
aceptar la reelección de Obregón y decirlo públicamente”.
            “Mi idea prevaleció. Obregón se enteró de mi actitud y me mandó llamar. Me dijo: “Yo
estoy al tanto de lo que ocurre dentro del Partido Laborista; usted es un hombre honrado, ve
las cosas con claridad, e independientemente de su partido, yo quiero que usted coopere
conmigo en la campaña que vamos a emprender para que yo vuelva a la jefatura del
gobierno”. Obregón también entabló una comunicación directa con Ricardo Treviño y
Celestino Gasca, que estaban también a favor de su candidatura, lo que hacía notar que
dentro de la CROM había una grave contradicción interna a causa de las ambiciones políticas
desbordadas de Morones.
            Este proceso lo describe Lombardo en su autobiografía.
            El PCM mantuvo una actitud similar. En efecto, en la Resolución del 30 de julio de
1927, el partido se inclina también por la candidatura de Obregón. Esa era la mejor respuesta
para derrotar los intentos del clero y de la reacción. Pensaban que las masas obreras no
tenían todavía la suficiente capacidad política y cohesión ideológica como para emprender la
lucha por el poder. Caracterizaba a Obregón como “el representante de aquellos elementos
que aspiraban a la reconstrucción nacional a base de la industrialización del país yd ela
creación de un capitalismo nacional, de una burguesía nacional fuerte e independiente de la
influencia extranjera.
            ¿Qué cosa es el obregonismo? Se preguntaba el PCM para contestarse: “En un
principio fue el frente único contra la reacción clerical, latifundista e imperialista. Su fuerza
eran los obreros y campesinos. Actualmente señalamos una división representada por el
grupo laborista o más concretamente por el grupo moronista. Dentro del obregonismo existe
una fracción de elementos antisindicales que odian al obrero, que lo consideran dictador y
culpable de la ruina de la economía nacional. Lo que importa señalar es qué clase, qué fuerza
es la que tendrá la hegemonía”. Por la primera vez, el PCM reconocía que en la CROM y en el
PLM había una heterogeneidad de fuerzas, que Morones no tenía el control suficiente de esa
institución, que había en ella contradicción y que existía la corriente de Lombardo Toledano.
            El PLM y el PCM coincidían en una cuestión esencial: respaldar la candidatura
reeleccionista de Obregón, aunque con distintos enfoques. En la jefatura del PCM se apoyaba
a Obregón más que todo por considerar que su gobierno acabaría con la hegemonía de los
moronistas en el terreno sindical y político. Precisamente, al ocurrir el levantamiento de los
generales Serrano y Gómez tanto la CROM como el PCM promovieron una declaración
considerando que se trataba de un levantamiento de carácter derechista alentado por el clero,
la embajada de los Estados unidos en México y por los grupos clericales. Tanto el PCM como
el Partido Laborista llamaron a sus militantes a aplastar el movimiento rebelde.
            En una resolución del mes de mayo, el PCM se mantenía equidistante entre el
obregonismo y el laborismo, pero en realidad coincidían más por el primero con el segundo,
con el propósito eventual de ocupar la posición sobresaliente en la escena política nacional.
Definieron las diferencias de esta manera: “son la lucha entre la pequeña burguesía y los
elementos capitalistas nacionales, contra otra fracción menor que la pequeña burguesía que
ansía el poder, es decir, los laboristas. El obregonismo se significa por su tendencia pequeña
burguesa, por su extensa base campesina y por elementos burgueses nacionales que según
las mismas frases del general Obregón también participan en el obregonismo”.
Para la dirección del partido el conflicto político suscitado entre el obregonismo y el laborismo
tendría como resultado un fortalecimiento del primero y un debilitamiento del segundo, hasta
lograr quizá la desintegración de la CROM y del Partido Laborista. Habría un vacío político
que alguna otra fuerza política y social debía llenar y eso era la CSUM y el PCM, junto con los
sindicatos autónomos. Se pronosticaba que la lucha entre Obregón y Morones profundizaría la
crisis dentro de la CROM, la cual se manifestaría por una gran desafiliación de sindicatos y
una salida masiva de obreros y por una fractura que tendría graves consecuencias. Entonces
la táctica adecuada consistía en arreciar los ataques contra el grupo de Morones para que
todos estos fenómenos que estaban en curso se agravaran y estallaran a la mayor brevedad
posible. El ocaso d ela CROM y del PLM sería, pues aprovechado por los comunistas para
ocupar un sitio relevante en el movimiento sindical y político nacional.
           En la sesión del 20 de octubre de 1926 de la Cámara popular, el diputado laborista
Vicente Lombardo Toledano, defendió las reformas del artículo 83 de la constitución que
permitirían la reelección de Obregón. Dijo, para empezar, que la Carta Magna no era sólo un
conjunto de principios impresos sino también el conjunto ideológico que ha motivado la
redacción de tales preceptos.  “Si se suprime un artículo de la Constitución que está enraizado
en el alma del pueblo, no por esto deja de pertenecer al verdadero cuerpo constitucional del
país”.
            En referencia a la actitud del grupo de Morones y de Soto y Gama que no se atrevían a
reconocer con toda claridad que en realidad estaban enmendando en principio en torno al cual
se había movilizado el pueblo en la Revolució0n, o que mantenían una actitud titubeante por
no estar suficientemente convencidos de la procedencia de la candidatura de Obregón.
Lombardo Toledano reconoció en su discurso, en efecto, no era un aclaración al artículo 83
sino una reforma: “Seamos francos ante nuestra responsabilidad y estemos a la altura de
nuestro propio deber. ¿Por qué no decir que se trata de reformar un artículo que el pueblo
mexicano ha entendido que garantiza la no reelección para siempre, es decir, que opina que
el hombre que ha sido Presidente de la República, no podrá volver a ser Presidente de la
República?”.
            Este reconocimiento abierto de Lombardo contrastaba con el discurso pronunciado por
Morones en la IX Convención, que fue un discurso ambiguo. En él, el jefe del grupo “Acción”
consideró que el general Calles había sido el único amigo de la organización obrera, el que
había tenido confianza en ella. “Todo lo que fue preciso hacer y lo que fue necesario hacer par
ano romper con la armonía del elemento revolucionario, para inspirar confianza a los que no
nos han comprendido y para estimular su acción, si es que cabe este término, fue hecho”.
Morones, al exaltar de esta manera a Calles, estaba menospreciando la actitud que Obregón
había tenido a favor de la central sindical”.  En efecto, desde el lejano año de 1920 en que por
la primera vez los laboristas apoyaron su candidatura presidencial, Obregón observó una
actitud no amistosa sino muy distante de esta corriente, teniendo como deliberado propósito,
que no se fortaleciera.
            En su discurso de la Cámara, Lombardo dijo que si no se reformaba el artículo 83 la
reacción “se va a levantar, como ya se ha levantado, con el objeto de aniquilar a la familia
revolucionaria”. Morones, a su vez, se quejaba y denunciaba los continuos ataques de que
eran objeto los sindicatos cromistas, así como la campaña ofensiva, que tachaba a la CROM
como reaccionaria. Algunos de estos ataques provenían de las propias filas de los
obregonistas, que se encontraban también descontentos por el liderazgo de Morones. “Si la
CROM debe su vida a la Revolución, como tantas veces han dicho propios y extraños,
entonces la CROM es una institución revolucionaria. De buena fe a cooperado, hasta donde
ha sido posible que coopere, con los gobiernos revolucionarios”.
            En evidente referencia a Obregón, Morones ratificó que nunca fueron enemigos sino
amigos sinceros que pudiera decirle la verdad antes de morir. El general Calles, ya sin la
autoridad presidencial, reiteró que “cualquiera que sea el gobierno, pasados los momentos de
apasionamiento, tendrá que pensar que no es posible retroceder, ñeque las conquistas que se
han logrado en el terreno social son definitivas, están consumadas hay que tener fe en el
porvenir, que los asuntos de carácter político están en orden secundario y que las finalidades
que la organización obrera persigue, son una cosa más grande, esas son indestructibles”. En
realidad, el obregonismo no estaba dispuesto a permitir la permanencia de las posiciones
sociales y políticas que tenían los laboristas sino que propiamente habían llegado a su fin
histórico pues estaban proyectando la constitución de otras fuerzas, instituciones y
organizaciones que sustituirían al laborismo.
            “Debemos tener fe en el porvenir, en este país no puede haber gobiernos
reaccionarios y no puede haberlos porque el pueblo no los consentirá”.
            “Esa es mi idea, ese es mi criterio, que los hombres que ocupan los puestos de
administración no podrán nunca destruir a la organización obrera, ya que ésta representa una
de las conquistas más preciadas de la Revolución”.
            En el marco de la IX Convención, Lombardo Toledano rechazó las acusaciones de los
obregonistas en el sentido de una supuesta autoría en  el asesinato del divisionario. Dijo
Lombardo que esos eran “ataques infundados, producidos por elementos no revolucionarios”.
Revirtió las imputaciones en contra de los obregonistas a quienes hizo notar la grave
corrupción en que habían incurrido. En la Convención se presentaron múltiples quejas en
contra de la política de Emilio Portes Gil que, en la práctica, actuaban como enemigos de a
CROM. Estas denuncias de los delegados contrastaban, desde luego con el discurso de
Calles en el sentido de que ningún gobierno revolucionario podría atentar en contra de las
organizaciones sindicales. Pero la realidad era muy distinta: Portes Gil se trataba de cobrar
viejos agravios y ahora trataba de desbaratar a la organización como tal.
            Las resoluciones aprobadas, representaban una declaratoria de guerra en contra del
Presidente Provisional: todos los miembros de la CROM y del partido Laborista que ocupaban
cargos en la administración pública renunciaban a ella. Protestó en contra del proyecto de Ley
Federal del Trabajo porque “suspende las garantías individuales a los obreros cuando el
Poder Ejecutivo lo estime conveniente, porque ataca la libertad sindical al exigir a las
agrupaciones sindicales el sometimiento total, porque sólo reconoce el derecho de huelga
únicamente cuando ésta es lícita a juicio de las autoridades laborales”.
De una manera categórica, la CROM se “declara sin ligas con el gobierno actual”. La central
pasaba a la oposición lo que demostraba, por un lado, que era ingenua la relación establecida
por Morones con Calles en el sentido de respetar las posiciones conquistadas y de que calles
pretendía organizar una nueva correlación de las fuerzas políticas.
            La CROM en su primera etapa, de 1918 a 1923 sobre todo se dedicó a organizar
decenas de sindicatos de empresa, de oficio, entre los trabajadores mineros, ferrocarrileros,
portuarios, textiles, maestros, transportistas, tratando de consolidar su organización a nivel
nacional. Cuando en 1924 se inició el gobierno de Calles, la central obrera ya tenía una
presencia en a mayoría de as entidades federativas y se comenzaron a organizar las
Federaciones Nacionales, destacándose la de los obreros textiles, portuarios, petroleros,
maestros, trabajadores de artes graficas, ferrocarrileros y actores y después apareció la de
panaderos que no logró consolidarse. Era una auténtica organización nacional, la más grande,
numerosa, representativa, tenía además, cientos de sindicatos de empresa, de oficios;
federaciones regionales, confederaciones estatales y a la manera de aportes consultivos se
formaron Consejos Confedérales en cada estado.
            Desde el punto de vista de su estructura, la base de la Confederación era el sindicato
de oficio o d empresa; después el conjunto de sindicato de la misma rama industrial formaba
una federación; al conjunto de federaciones, a su vez constituía la Confederación del Estado.
En la cúspide se encontraba el Comité Central; el máximo órgano era la Convención que
durante una etapa se reunían cada dos años, pero después a raíz del asesinato de Obregón
se amplió ese plazo. Después, para involucrar más a los dirigentes estatales y regionales en
la toma de decisiones se creó el Consejo Nacional, que se reunía en la Ciudad de México
cada seis meses. Tanto los sindicatos,  como las federaciones y Confederaciones eran
autónomos en su régimen interno, en lo concerniente a la aplicación de sus acuerdos y
resoluciones, en cada una de sus jurisdicciones.
            En cierta medida, el Consejo Nacional le restó capacidad de decisión política al Comité
Central, que en una primera etapa estaba compuesto por un secretario general y por otra tres
secretarios; después este número se amplió para incorporar a él a los dirigentes de las
Federaciones Nacionales. También implicó una disminución de la autoridad política y social
que tenía Morones. La autonomía de las federaciones y Confederación se redujo con el paso
del tiempo pues se acordó que para estallar una huelga debería acordarlo primero con el
Comité Central.
            La CROM fue desde el punto de vista sociológico una organización en la que
predominaron los obreros fabriles y dentro de ella el sector más importante, los trabajadores
textiles, que incluso constituyeron una Federación Nacional. Se trata siempre de  de que estas
federaciones no surgieran en forma artificiosa sino que lo hicieran sobre bases reales, es
decir, que se sustentaran en sindicatos realmente existentes que fueran de verdad
representativos, pero hubo una Federación que como los ferrocarrileros jamás reunió estas
características pues existía en este sector del proletariado una multiplicidad de agrupaciones,
algunas de ellas autocalificadas como autónomas y otras influidas por miembros del Partido
Comunista.
                       Una de las primeras conquistas de la CROM fue la de lograr múltiples contratos
colectivos de trabajo tanto a nivel de empresa como a escala nacional por lo que le canceló la
vía de la llamada contratación individual que tanto beneficiaba a los patrones. El sindicato que
era mayoritario es el único titular de los derechos de todos los trabajadores, incluyendo los de
las minorías. La firma de contrato colectivo por rama, como fue por ejemplo, el de la industria
textil, permitió uniformar no solo las condiciones de trabajo en todas las factorías sino también
los salarios y las demás prestaciones. Se procedió a organizar también a los técnicos y
profesionistas, a los llamados obreros intelectuales, igualándolos en derechos con los
trabajadores manuales.
            Otra importante aportación fue la relativa a la reglamentación del artículo 123 de la
Constitución de 1917. En efecto, la central obrera, tanto por conducto de sus representantes
en el Congreso de la Unión como por medio de las instancias del poder Ejecutivo,
contribuyeron a precisar y concretar algunos ordenamientos legales de carácter general que
precisamente por su generalidad no se podían aplicar. Así, se procedieron a reglamentar la
jornada de trabajo, los tipos de salarios, los pagos por concepto de jubilaciones e
indemnizaciones a la incapacidad a enfermos, el reparto de utilidades, el derecho de
asociación sindical, el de huelga, entre otros.
            Desde el punto de vista geográfico, la CROM tenía sindicatos en prácticamente todas
las entidades federativas, pero solo en 12 tenía federaciones. Los estados en los cuales se
expresó la mayor  fuerza fueron Puebla, Veracruz, Tlaxcala, Distrito Federal, Estado de
México, Michoacán, Hidalgo, Coahuila, zacatecas, Baja California Norte, Sonora, Tamaulipas,
Coahuila, Chihuahua, Durango, Colima, Aguascalientes, Nuevo León, Yucatán, Chiapas, si
bien su grado de representación social,  su nivel de sindicalización y de representación social
y política era o fue muy desigual.
            Es posible distinguir tres grandes etapas: 1918 a 1923 es la de formación de cientos
de sindicatos de empresa y de oficio; de 1924 a 1928 el periodo de fortalecimiento pues
aparecieron las grandes federaciones nacionales de industria, se suscribieron los contratos
colectivos de trabajo más significativos y por lo tanto su alianza al más alto grado de
sindicalización y de influencia en la política nacional; de 1918 a 1933, existe un periodo de
crisis en la que muchos sindicatos y federaciones abandonaron a la central obrera,
presentándose dos grandes divisiones, una en el Distrito Federal que encabezó Alfredo Pérez
Medina y otra la que dirigió Vicente Lombardo Toledano, que tuvo repercusiones en toda la
estructura nacional. Además, ya para el año de 1933 muchos dirigentes nacionales, estatales
y locales habían sido expulsados o sancionados y muchos sindicatos habían dejado de tener
vida propia y solo existían como registros formales.
            Si continuamos con esta periodización es preciso afirmar que en la primera etapa la
estructura social, política y administrativa de la CROM estaba muy simplificada y era muy
flexible; en la segunda, esta estructura creció en forma considerable pues además de la
secretaría del Comité Central se crearon varios departamentos y se constituyeron otras
instancias y en la segunda se observa una declinación de esa estructura tanto por la
insuficiencia de recursos económicos como por la deserción de muchos de sus sindicatos y
afiliados y la reducción de sus representaciones en los cargos públicos.
Desde el punto de vista de su integración social, en la CROM predominaban los obreros
industriales, en tanto que el sector minoritario fueron los campesinos, tenían además
cooperativas, cajas de ahorro, sociedades mutualistas y otras instituciones sociales. En el
campo, se dedicó a organizar a los núcleos que solicitaban el reparto de haciendas y de
latifundios pero en cambio desdeño la formación de organizaciones gremiales entre los
trabajadores agrícolas.
La CROM surgió como una organización sindical en la que, desde el punto de vista ideológico,
coexistían trabajadores de orientación sindicalista, comunista y anarquista pero a partir de
1922 estos últimos se autoexcluyeron para incorporarse a la CGT pero algunos comunistas
siguieron militando en sus filas hasta el año de 1929 en que pasaron a formar parte de la
CSUM. De 1919 a 1922 había un clima de tolerancia y de respeto hacia todas esas posturas
pues las discrepancias se procesaban en el seno de las Convenciones Nacionales y estatales
y en otras instancias, pero después se pasó a una línea de confrontación de bloques cerrada,
lucha que al final culminó con el total dominio de los elementos sindicalistas.
La CROM  creó su instrumento para actuar en el escenario de la política nacional: el Partido
Laborista, el cual tuvo su mayor grado de representación en el gobierno federal y en los
gobiernos de los estados en el periodo de 1922 a 1924 pero a raíz de la crisis provocada por
el asesinato de Obregón declinó de una manera súbita y notable su poder y ante el
surgimiento del PNR devino en una agrupación política marginal. Sin embargo, debemos
precisar que este partido fue un partido obrero en su composición social pues estaba
integrado básicamente por trabajadores de la ciudad y del campo. El Partido Laborista estaba
de hecho supeditado a los intereses de la CROM, a su salvaguarda y protección, pero no fue
un partido socialista en el sentido estricto del término.
Por medio del Partido Laborista, los sindicatos impulsaron una serie de alianzas políticas a
nivel nacional con Obregón y Calles básicamente y a nivel de las entidades federativas con
múltiples gobernadores y fue durante un breve tiempo el partido hegemónico en el Distrito
Federal. Los laboristas nunca, actuaron por separado en la conquista  por los cargos de
representación popular sino siempre realizaron pactos y acuerdos con otros partidos, como el
Nacional Agrarista, aunque la mayor parte de los compromisos programáticos suscritos con
ellos, no implicaba la realización de cambios profundos en la estructura económica y social del
país.
En dos entidades federativas se implantó desde 1918 la CROM: Veracruz y Puebla. Su
principal base social fueron los trabajadores textiles. En esas entidades se conformaron acaso
las confederaciones más fuertes y representativas y las federaciones más grandes y
combativas: la de la región de Orizaba y de Atlixco. En ella se concentraron un gran poder
social y político y una lucha tenaz, intensa, fructífera, que hizo que se impusieran los mejores
contratos colectivos de trabajo y probablemente algunos de los salarios y prestaciones más
altos que había en la república mexicana.
La CROM hincó sus raíces en la gran tenencia sindicalista y fabril que venía desde el siglo XIX
y contribuyó a superar las viejas sociedades mutualistas, en auténticas estructuras gremiales,
disciplinadas, centralizadas, con un alto grado de eficacia en el desarrollo de sus actividades.
Aun en la etapa de 1928 a 1933, que fue la de la declinación y de las grandes escisiones,
esas estructuras sindicales se mantuvieron firmes lo que indicó que sus bases eran muy
sólidas porque estaban profundamente arraigadas. Las Confederaciones y las Federaciones
pasaron de ser aparatos ágiles de combate y de resistencia hacia los patrones, en verdaderas
instituciones administrativas que después prefirieron las vías de la conciliación y del
entendimiento y que se dedican a regular las relaciones obreras patronales y a administrar los
contratos colectivos. En la medida en que los sindicatos y las federaciones, las
confederaciones se hicieron  más grandes y complejas, muchos de sus dirigentes olvidaron
sus concepciones socialistas y obreristas y aminoraron la lucha por nuevas conquistas
económicas y sociales. El sindicalismo, así concebido y así practicado, nunca rebasó la
limitación que el propio sistema capitalista les imponía porque sus líderes más visibles nunca
se propusieron hacerlo.

La disputa por la educación socialista en México durante el


gobierno cardenista.

Montes de Oca Navas, Elvia

Núcleo Universitario “Rafael Rangel”. Universidad de Los Andes, ULA. Trujillo -


Venezuela elvia.montesdeoca@gmail.com

Resumen

El propósito de este trabajo fue rescatar lo que se hizo en México en los años treinta
del siglo pasado, cuando se hizo la reforma educativa que impuso la educación
socialista, y la educación pasó a ser controlada por el Estado mexicano. Para elaborar
este trabajo, como vía metodológica, se hizo la revisión bibliográfica de documentos
escritos y publicados durante la reforma, 1934-1940, luego se elaboró con base en lo
que escribieron y publicaron los actores-sujetos sociales, cuya participación activa
registro en este trabajo. En las reflexionas finales comparo lo que entonces se hizo a
favor de la democracia a partir de la escuela primaria, y lo que hoy puede suceder en
un país que se dice democrático.

Palabras clave: educación socialista, reforma educativa, libros escolares, partidos


políticos, democracia
The dispute over socialist education in Mexico during the "cardenista"
government.

Abstract

The aim of this paper was to rescue what was done in Mexico during the 30’s in the
last century, when the educational reform was imposed by the socialist education and
education became controlled by the Mexican State. In order to elaborate this paper, as
a methodological process, a bibliographical review of documents written and published
during the reform between 1934 and 1940 was done, it was then elaborated based on
the writings and publications of the social actors-subjects, whose active participation I
register in this paper. In the final reflections I compare what was done then in favor of
democracy from the primary school and what can happen today in a country that call
itself democratic.

Key words: socialist education, educational reform, school books, political parties,


democracy

Fecha de recepción: 21 de enero de 2008 Fecha de revisión: 6 de mayo de 2008 Fecha


de aceptación: 17 de junio de 2008

México fue gobernado entre 1934 y 1940 por el presidente Lázaro Cárdenas del Río. El
gobierno cardenista se rigió por primera vez, además de por la Constitución y las leyes
reglamentarias, por un Plan Sexenal de Gobierno que tenía como pilares
fundamentales: la defensa de los recursos naturales del país, la aplicación de las leyes
laborales a favor de los derechos de los trabajadores, el reparto de tierras en forma de
ejidos y la reforma educativa que implantó la escuela socialista.

Los detractores de Cárdenas lo acusaron de encabezar un gobierno dictatorial, vertical,


paternalista y populista. En este documento, y con base sólo en documentos de la
época, analizo cómo el cardenismo intentó educar a los niños mexicanos en el ejercicio
de la democracia, a través de la escuela socialista.

Los defensores de la escuela socialista, Alberto Bremauntz por ejemplo, contra quienes
la atacaron entre otras cosas por “impía e inmoral”, que iba a arrancar a los niños de
las familias para entregarlos a un Estado socialista, sostuvo que la nueva escuela no
iba a ser la constructora del socialismo en México, pero sí iba a ser la “modeladora” de
nuevas formas de pensamiento de los niños, necesarias para preparar el cambio que
realizarían cuando ellos fueran adultos y dirigieran los rumbos del país. Uno de los ejes
centrales de la escuela socialista, fue inculcar, tanto en la práctica como en la teoría, la
subordinación que debía haber de los intereses individuales frente a los del grupo. El
grupo, y no el individuo, debía dirigir los rumbos de la escuela socialista, del sindicato
de obreros y trabajadores públicos como eran los maestros, del comisariado ejidal y
demás organizaciones sociales.1

En el plano escolar y con la reforma de 1934 que impuso la educación socialista en


México, los documentos aquí analizados muestran cómo se inculcó esto en las escuelas
elementales de entonces, especialmente a través de los textos escolares escritos ex
profeso para la escuela socialista de 1934-1940. Aquí abordo los diversos actores
sociales que participaron en esta reforma, en favor y en contra, partiendo del contexto
histórico en el que se desarrolló la reforma educativa de 1934.
1. Contexto histórico

Las elecciones para la sucesión presidencial de 1934, fueron dirigidas y controladas por
el Partido Nacional Revolucionario (PNR), partido político convertido en partido oficial
desde su creación en 1929 y que gobernó al país, con cambios en su nombre y
estructura, hasta el 2000.2

La creación del PNR atendió a la necesidad de formar un órgano político nacional lo


suficientemente fuerte para que hiciera frente a los diversos cacicazgos que existían a
lo largo y ancho del país, y que amenazaban la estabilidad social que se requería para
pasar del “poder de los hombres al de las instituciones”, y acabar así con la amenaza
de la violencia y las confrontaciones peligrosas que hasta entonces se estaban dando,
y que podían dar al traste con la paz nacional y con los programas económicos que se
requerían para que México entrara con paso firme al mundo moderno y desarrollado
del capitalismo en expansión.

El PNR elaboró el primer Plan Sexenal del Gobierno del México posrevolucionario con el
propósito de desarrollar una política social, económica y administrativa que hiciera
realidad los ideales y postulados de la revolución iniciada en 1910, y “por hacer justa
la vida de relación entre los hombres”.

En el Plan se escribe con todas sus letras el carácter regulador del Estado de las
actividades económicas de la vida nacional, esto le acarreará al gobierno cardenista el
título de autoritario y dictatorial entre sus opositores. En el Plan: “…franca y
decididamente se declara que en el concepto mexicano revolucionario, el Estado es un
agente activo de gestión y organización de los fenómenos vitales del país; no un mero
custodio de la integridad nacional, de la paz y el orden públicos” (Partido Nacional
Revolucionario, 1937, pp. 4-5). Se trataba de imponer en México un
hiperpresidencialismo, en palabras de Sartori.

El Plan Sexenal sería un programa mínimo de acción al que el ejecutivo debía sujetarse
y, de ser posible, rebasarlo en beneficio de los que más necesitaban. Esto hizo a los
detractores del gobierno cardenista calificarlo de populista y demagógico, a los que sus
defensores argumentaban que no era populista, sino popular. Se iban a hacer
transformaciones profundas en la vida nacional, de tal manera que cambiarían las
relaciones sociales y el régimen de producción. Esto, y el calificativo de socialista que
algunos le dieron a la Revolución de 1910 y a la Constitución de 1917, hizo que
quienes podrían perder sus posiciones sociales privilegiadas, temieran que México
realmente cambiara su régimen socioeconómico al decirse que el cardenismo era un
gobierno socialista que iba a llevar al país al comunismo pleno.

2. El Partido Nacional Revolucionario

La reforma educativa de 1934 que implantó en México la educación socialista,


aprobada por el Congreso Legislativo de esos años, fue propuesta por el PRN que
consideró dicha reforma no sólo como respuesta a una necesidad social existente: el
expandir la educación elemental por todos los rumbos del país y entre todos los
sectores de la población, sino también como una herramienta política de cambio.

Según los debates que se llevaron a cabo en el seno del PRN en su Segunda
Convención Ordinaria realizada en Querétaro en diciembre de 1933, los asistentes
estaban de acuerdo en que había que hacer una reforma educativa en México que
hiciera llegar la educación elemental a todos los mexicanos, que se centralizara el
sistema educativo bajo la vigilancia del gobierno federal para lograr una escuela única,
aunque cada entidad tendría sus propias autoridades educativas encargadas de la
organización, administración y vigilancia de la educación. Se habló de la federalización
de la enseñanza, en realidad se aplicó una centralización de la enseñanza. También
había acuerdo en que dados los momentos que se estaban viviendo y los rumbos que
seguían las naciones más avanzadas, era necesaria una educación útil para el trabajo
productivo, tanto en el campo como en las fábricas, luego los alumnos debían
aprender-haciendo, la escuela de la acción se revive en estos debates y, sobre todo, la
educación impartida debía permitir a los alumnos “crear un concepto racional y exacto
del universo y de la vida social”; en estos términos se dictó finalmente la reforma al
artículo 3º. Constitucional que estableció la educación socialista que iba contra
cualquier otra explicación que no estuviera basada en la ciencia, la experimentación y
la razón, fuera de toda “explicación inexplicable, dogmática y prejuiciosa como son las
explicaciones religiosas”.

El delegado del PNR por Veracruz, Manlio Fabio Altamirano, dijo sobre las religiones:

Los revolucionarios, todos lo sabemos, somos enemigos de todas las religiones, no sólo
de la católica. ¿Por qué? Porque deforman el cerebro de los hombres, para convertirlos
en masas miserables al servicio del capitalismo, que nos promete la gloria en el otro
mundo, sin pensar que nosotros la queremos en éste (Partido Nacional Revolucionario,
1935, p. 10).

Estos fuertes ataques a las creencias religiosas que hubo entre los miembros del PNR,
causaron graves divisiones no sólo entre los delegados del Partido, sino entre los
miembros de la sociedad mexicana que se vieron involucrados en la reforma. El PNR
vio a la educación como un arma de cambio económico, más que como un camino para
la democracia.

El alto clero atacó duramente la reforma educativa, Pascual Díaz, arzobispo de México,
el 30 de abril de 1934, en un diario católico amenazó con la excomunión a los padres
de familia que enviaran a sus hijos a las futuras escuelas socialistas que se iban a
implantar en México una vez que el asunto fuera discutido y aprobado en las Cámaras,
así como a los maestros y maestras que trabajaran en ellas y apoyaran la reforma
educativa.

3. El Partido Comunista de México (PCM)

El PCM había criticado con dureza el conocimiento “libresco y vacío” de la educación


que hasta entonces se venía impartiendo, se hablaba de la necesidad de una escuela
que impartiera conocimientos basados en la realidad y con auxilio de la ciencia que
explicara a los alumnos tanto el mundo natural como el social en el que se
desenvolvía: “conocer es poder”. Conocer los fenómenos sociales para intervenir en
ellos y dirigir su rumbo, así como conocer y determinar el curso del mundo natural y
las riquezas que lo constituían para su mejor y racional explotación. En la Primera
Conferencia Pedagógica Comunista realizada en febrero de 1937, ya puesta en práctica
la reforma educativa y la educación socialista, los miembros del PCM afirmaron su
cooperación con el gobierno cardenista, en este caso en lo que a la escuela socialista
se refería, la cual se había convertido para mediados del cardenismo en una fuente de
división y discordia entre los sectores sociales, además de haber sido utilizada por
algunos maestros, casi de manera exclusiva, como medio de ataque a las creencias
religiosas de los niños y de sus padres. También se confió en la escuela como medio
para hacer los cambios planeados para México en busca de un mejor país para todos
los mexicanos, no solamente para algunos, que eran quienes detentaban el poder
económico.

Algunos miembros del PCM recomendaban no atacar de manera abierta a la religión,


en este caso a la religión católica que era la dominante, pues esto sólo acarrearía
problemas a los maestros y haría que los padres retiraran a sus hijos de las escuelas
socialistas, o bien llegarían hasta el asesinato de sus maestros, como sucedió en las
regiones más conservadoras del país. La ciencia y la razón, por sí mismas, acabarían
con las supersticiones y los dogmas religiosos, sin necesidad de atacarlos de manera
directa y peligrosa para los profesores.

El PCM dio una serie de conferencias sobre la reforma educativa, dirigidas a maestros
que se identificaban con la ideología de ese partido. En la conferencia inaugural Hernán
Laborde, uno de los miembros más activos del PCM dijo: “La Escuela Socialista, a mi
ver, debe esforzarse por democratizar al máximo la educación, por llevar la educación
a las más amplias masas del pueblo, armándolas con las armas de la cultura y de la
ciencia, orientándolas y capacitándolas para la lucha por la liberación nacional del
país...” (Partido Comunista de México, 1938, p. 11, subrayado mío) Los maestros de la
escuela socialista debían dar el ejemplo a los demás, por ello debían ser educadores
del pueblo y ser verdaderos maestros revolucionarios, y conducir a los demás hasta el
logro total de los ideales de la Revolución. La educación debía ser un arma
revolucionaria en manos de maestros revolucionarios.

En otras conferencias se informó a los asistentes de la situación del México de


entonces cuando el analfabetismo alcanzaba 56,26%, y donde los niños no asistían a
las escuelas especialmente por razones económicas. De cada 100 niños de enseñanza
primaria inscritos en 1926, sólo seis la habían terminado. La educación era entonces
patrimonio de las clases económicamente más favorecidas para aprovecharla, tanto la
que impartía el Estado, la pública, como la impartida por particulares, la privada. La
educación se había convertido en una mercancía difícil de pagar para la mayoría de los
mexicanos con base en una abierta selección económica; por esto y más, urgía una
reforma educativa que ampliara los horizontes de los beneficiados con la educación
impartida por el Estado, y que pusiera bajo su estricta vigilancia la que daban los
particulares. El Estado ejercería un férreo control sobre la educación privada para que
se ajustara a los lineamientos de la escuela oficial, la escuela socialista, y así lograr
una escuela únicanacional. Una educación que dirigiera a los educandos al cambio, no
a la domesticación y a la actitud pasiva del que se le instruye para adaptarse, no para
cambiar. El profesor de la nueva escuela debía trabajar en ella y fuera de ella,
convertirse en un líder social de la comunidad en la que se encontrara trabajando,
educando, instruyendo y capacitando a todos, no sólo a los alumnos, para construir un
México nuevo. El maestro debía organizar a todos, niños y adultos, en clubes y
sociedades, además de dirigir el autogobierno escolar. Una escuela única en contenidos
y propósitos con una dirección técnica centralizada a fin de lograr la unidad nacional.
Una escuela que fuera igual para todos, sin distinciones de situaciones económicas ni
sexos, una escuela mexicana única. La escuela como patrimonio de todos, no sólo de
quienes tuvieran para pagarla. En cada escuela debía organizarse un Consejo Escolar
integrado por todos los participantes en ella, incluidos por supuesto los padres de
familia y las autoridades locales. Los puestos directivos y dirigentes de cada consejo,
serían ocupados por las personas que así lo merecieran dada su autoridad y
capacidades personales. Se debía implantar el autogobierno en todas las escuelas que,
siendo democrático, educaría en la democracia. Acabar con un sistema educativo de
clases al que no podían tener acceso las clases populares, y poner el sistema de
educación extraescolar: prensa, cine, radio y todo medio de difusión bajo la mirada
vigilante del Estado y al servicio de la educación socialista.

La base de la nueva pedagogía de la escuela socialista sería el trabajo en equipo, su


eje ideológico sería la supeditación del interés individual al interés colectivo hasta
lograr el hábito del trabajo productivo y socialmente útil, considerado trabajo
socialmente útil el de investigación y crítica de los fenómenos naturales y sociales
existentes, así como su análisis y la toma de decisiones de cambio. Era necesario crear
en los niños un concepto real y concreto de Nación que exigía el cambio del idealismo
romántico de una patria narrada alrededor de la historia de personajes míticos, una
historia inmóvil y sin cambios en la que siempre eran los mismos los que la hacían: los
grandes hombres llevados al lugar de los héroes a quienes se les recordaba y rendía
culto en las ceremonias escolares. Había que cambiar esa escuela por una escuela
popular: “La Escuela Popular en México es al mismo tiempo una escuela de lucha por la
democracia y por la libertad”. (Partido Comunista de México, 1938, p. 199). La escuela
es así proclamada como una institución social fundamental para la enseñanza de la
democracia, haciendo que los alumnos la practicaran como una forma de vida, no sólo
la conocieran en teoría. Esto para muchos sonó contradictorio e imposible dentro de un
régimen político calificado por sus opositores como demagógico, populista, corporativo,
autoritario y dictatorial.

4. El congreso mexicano

la XXXVI Legislatura Federal se formó la comisión encargada de la educación y su


reforma inminente. La comisión quedó integrada por los siguientes diputados: Alberto
Bremauntz, presidente; Alberto Coria, secretario; José Santos Alonso, Fernando Anglí
Lara y Daniel J. Castillo, vocales.

Las discusiones se dieron alrededor de varios asuntos: ¿qué niveles iba a comprender
la reforma educativa que implantaría en México la educación socialista?, algunos
hablaban sólo de la primaria, secundaria, educación para los trabajadores y educación
normal para profesores; otros iban más lejos y pedían se incluyera la educación
preparatoria y universitaria. Finalmente la preparatoria y la universidad quedaron fuera
de la reforma.

Otro tema más fue: qué tipo de socialismo se iba a enseñar en las escuelas, el
socialismo científico como método o como ideología, incluso se habló de un socialismo
mexicano; algunos proponían un socialismo que llevara a la desaparición de dogmas y
que construyera la verdadera solidaridad con base en una socialización progresiva de
los medios de producción económica y el mejoramiento colectivo. Se habló de los
postulados y doctrina socialista o no socialistas de la Revolución Mexicana, de la
posibilidad de crear una escuela socialista en un marco social que no lo era, de la
escuela como reflejo de la sociedad en la que se encontraba inmersa, pero como medio
probable para dar lugar a una nueva a través de la acción crítica y reflexiva, acorde
con las demandas e intereses de las mayorías; se discutió la posibilidad o imposibilidad
de hacer una profunda revolución social desde las escuelas.

Otro asunto del que se habló en la Cámara de Diputados fue la participación o no de


los particulares en impartir la educación socialista. La capacidad que tenía el Estado
para que de manera única se encargara de esta tarea, la conveniencia de utilizar la
educación y la escuela, de manera abierta y explícita, como medios de proselitismo
ideológico y político. La pertinencia o no de la subordinación de los intereses
individuales a los colectivos, el carácter clasista o universal de la nueva escuela
socialista en la que se hablaba de las clases asalariadas, ¿y las otras clases sociales?
Otra discusión fue si era conveniente o no darle a la reforma educativa el carácter
antirreligioso que algunos proponían, o dejar a la religión al margen de la educación
para que por sí sola se extinguiera frente al avance de la ciencia y la razón, donde las
verdades religiosas no tendrían cabida. Se recordó las palabras que, se dijo en los
debates de la XXXVI Legislatura, había pronunciado Víctor Hugo: “Esto matará
aquello”, señalando primero un libro y después una iglesia. También se discutió si la
escuela socialista debía luchar abiertamente contra el imperio del capitalismo y
proponerse la implantación del socialismo en México. Según los principios
fundamentales del socialismo ¿México estaba preparado para dar el salto hacia el
socialismo, considerando las condiciones de atraso económico y social que había
entonces?

Después de muchos y acalorados debates, finalmente el 10 de octubre de 1934 se


aprobó de manera unánime el proyecto de reformas del artículo 3º. Constitucional, 137
votos. El artículo 3º. reformado finalmente quedó así:

La educación que imparta el Estado será socialista, y además de excluir toda doctrina
religiosa, combatirá el fanatismo y los prejuicios, para lo cual la escuela organizará sus
enseñanzas y actividades en forma que permita crear en la juventud un concepto
racional y exacto del universo y de la vida social.

Sólo el Estado –Federación, Estados, Municipios– impartirá educación, primaria,


secundaria y normal. Podrán concederse autorizaciones a los particulares que deseen
impartir educación en cualquiera de los tres grados anteriores, de acuerdo, en todo
caso, con las siguientes normas... (Partido Nacional Revolucionario, 1935, pp. 166-
167).

En tales normas, los particulares se obligaban a sujetarse a lo dictado por el gobierno


federal en materia de educación, este compromiso comprendía planes, programas,
métodos de enseñanza y libros, y se anunciaba el retiro de dicha concesión en
cualquier momento en que faltaran a estos compromisos, para ello estarían
permanentemente vigilados por el gobierno. Cuando el proyecto pasó al Senado de la
República el 19 de octubre de 1934, los debates también fueron diversos, semejantes
a los que se habían dado antes entre los diputados. Finalmente fue aprobado por
unanimidad de 47 votos.

5. Manifestaciones de apoyo al nuevo artículo 3º. Constitucional

En el periódico El Nacional (México, D. F. 29 de octubre de 1934), se narró con detalle


lo sucedido el domingo 28 de octubre, día en el que se dio una gran manifestación
popular de apoyo a la reforma. Esta manifestación fue convocada por los líderes del
PNR y a ella asistieron infinidad de organizaciones de obreros, campesinos, servidores
públicos, por supuesto, maestros, que juntos desfilaron frente a Palacio Nacional en la
ciudad de México. En el balcón central estuvo el presidente Abelardo L. Rodríguez,
acompañado por Aarón Sáenz, Jefe del Departamento Central del Distrito Federal y
otros personajes de la política de entonces. Cárdenas, ya como Presidente electo, miró
pasar esta manifestación en el edificio de las oficinas del PNR. En los documentos
respectivos, se dijo que habían desfilado 150,000 personas que iban desde los 15
hasta los 80 años de edad, y que la marcha había durado seis horas. Todos los que
presenciaron la marcha, leyeron infinidad de mantas y consignas en apoyo a la
reforma educativa. Algunas pancartas fueron muy agresivas contra el clero católico,
ejemplo: “El clero debe ser aplastado sin miedo y combatido sin miramiento, porque él
ha llenado de suciedad al mundo”, “El clero hace esclavos. La Escuela Socialista hace
hombres libres”, “El Bloque Izquierda del Magisterio pide a Monseñor Gómez Morín3
organice su Universidad Católica. El Estado fundará la Socialista”, “Madres: la Escuela
Socialista hará que vuestros hijos os respeten por convicción, no por miedo al diablo”,
“Expulsando al cura, México se cura”, “No esperemos del cielo lo que debemos
disfrutar en la tierra”. Pancartas en las que se pedía por la construcción de un México
justo y equitativo: “La ciencia debe estar al servicio del pueblo”, “El proletariado
necesita pan: no Doctores ‘Honoris Causa’”, “Queremos una distribución social de la
riqueza”, “El socialismo nos hará verdaderos hermanos”, “El socialismo acabará con la
explotación del trabajador”, “La Escuela Laica hacía burgueses; La Socialista, hombres
honrados”.

El alto clero católico nuevamente no tardó en responder a los ataques abiertos que se
hicieron a la Iglesia católica en esta manifestación de apoyo al gobierno próximo de
Cárdenas, en especial a la escuela socialista, y el 12 de diciembre de 1934,
recordemos lo que ese día significa para el pueblo católico mexicano, a escasos días de
que Cárdenas había tomado el poder (1º. de diciembre de 1934), Leopoldo Ruiz y
Flores, arzobispo de Morelia quien estaba exiliado de México y vivían entonces en
Texas, escribió una carta pastoral que se difundió en muchas iglesias católicas. En ese
documento el arzobispo atacó la escuela socialista, desconoció la legitimidad de la
Constitución y amenazó con excomulgar a los padres que enviaran a sus hijos a la
escuela socialista, confundiéndolos y atemorizándolos, más a los padres humildes e
ignorantes que no tenían dinero para comprar indulgencias y salvarse de la
excomunión.

6. Ideario cardenista

En la sesión realizada por el PNR el 6 de diciembre de 1933 en Querétaro, el general


Lázaro Cárdenas del Río fue declarado candidato presidencial del Partido Nacional
Revolucionario.

En el discurso que Cárdenas pronunció al aceptar la candidatura, habló del control que
su gobierno tendría de la política y la economía nacionales, de la labor de unión que
haría entre todos los mexicanos, y de asumir de manera total la responsabilidad que
significaba la presidencia, en caso de llegar a ella. También habló de:

solicitar la cooperación de la experiencia de los viejos y acreditados jefes de la


Revolución; pues no considero moral, ni justo, eliminar ese factor de encauzamiento
de las actividades sociales, tan sólo en atención a falsos pudores de independencia y a
la crítica acerba que la torpeza y la necedad invocan como argumentos incontrastables
cuando censuran nuestra disciplina de partido y nuestro espíritu de cuerpo, siendo que
en el fondo de esa crítica no hay más que el deseo de dividir a los hombres de la
Revolución, para debilitar al Gobierno proveniente de ella y especular con nuestras
disensiones (Cárdenas, 1978ª, p. 110).

Cárdenas llamaba a todos, gobernantes y gobernados, en nombre de la revolución,


avisaba el ejercicio de un gobierno disciplinado y unido con quienes antes habían
gobernado al país desde la presidencia, en clara alusión a Plutarco Elías Calles. Unión y
disciplina que terminó de manera abrupta y escandalosa cuando Calles empezó a
criticar duramente las acciones realizadas por el gobierno cardenista como lo fue la
política laboral y agraria puesta en marcha, situación que a muchos hizo temer una
nueva era de violencia. Finalmente se controló esta situación que culminó cuando el
gobierno federal ordenó la expulsión de Calles del país en 1936, acompañado con
algunos otros de sus seguidores, considerados todos como enemigos del mismo
Cárdenas y de su gobierno.

Con respecto a la escuela socialista, para Cárdenas era un medio para unificar
conciencias, formas de pensar y percibir el mundo, tanto el que corresponde a la
naturaleza como a la sociedad, de esto se haría cargo el Estado de manera exclusiva.
Cárdenas mismo se declaró enemigo de que la educación estuviera en manos del clero,
en uno de sus discursos dijo enfáticamente “...no permitiré que el clero intervenga en
forma alguna en la educación popular, la cual es facultad exclusiva del Estado”.
Palabras pronunciadas en el discurso emitido por Cárdenas el 21 de junio de 1934 en
Gómez Palacio, Durango, durante su gira como candidato presidencial del PNR.

La iglesia católica se opuso a esta postura de que sólo el Estado fuera quien dirigiera la
educación en México, y en nombre de la libertad de enseñanza pedía seguir
interviniendo en la educación de la niñez a través de las escuelas religiosas. Estas
solicitudes fueron negadas por el gobierno cardenista, aunque la iglesia católica se
daría sus mañas, abiertas unas y encubiertas otras, para seguir pesando en la
conciencia de los mexicanos fuera de los recintos de las iglesias, como lo eran las
propias casas de los creyentes y las escuelas religiosas fundadas al margen de las
leyes mexicanas.

Cárdenas propugnaba por una enseñanza utilitaria y colectivista, así lo dijo en el


discurso que pronunció en Durango el 30 de junio de 1934:

(una escuela) que prepare a los alumnos para la producción, que les fomente el amor
al trabajo como un deber social; que les inculque la conciencia gremial para que no
olviden que el patrimonio espiritual que reciben está destinado al servicio de su clase,
pues deben recordar constantemente que la educación es sólo una aptitud para la
lucha por el éxito firme de la organización (Cárdenas, 1978ª, p. 133).

Una escuela distinta a la que preconizaba el egoísmo personal y el triunfo de los más
fuertes, el predominio del privilegio y la posición social; una escuela nueva que
escuchara a todos y que reconociera el derecho de todos como iguales, una escuela en
donde todos tuvieran voz y voto, una escuela que se cuidara mucho de volver a formar
una nueva casta de “privilegiados por la cultura”, en donde lo mejor del proletariado,
“la crema del proletariado”, pasara a ser un rico bocado “para el gusto de la
burguesía”. Estos conceptos y otros más vertidos por el presidente Cárdenas, y las
acciones que llevó a cabo durante su mandato como fue realizar el mayor reparto de
tierras que se hizo en toda la historia de México a favor de los campesinos, proteger y
defender los derechos de los trabajadores establecidos por las leyes laborales, aplicar
la reforma educativa aquí analizada, decretar la expropiación del petróleo y de los
ferrocarriles, todo esto hizo que Cárdenas y su gobierno ganaran muchos y peligrosos
enemigos, algunos lo atacaron de manera abierta como lo hicieron varios pensadores
de la época, entre ellos Samuel Ramos, Luis Cabrera, Jorge Cuesta, Rubén Salazar
Mallén, Antonio Caso y otros intelectuales más destacados y reconocidos de ese
tiempo. Periodistas como Pedro Gringoire (seudónimo de Gonzalo Báez Camargo),
Gildardo F. Avilés, Pedro Zuloaga, Salvador de Madariaga y otros más, también
criticaron duramente a Cárdenas a través de los periódicos de entonces. Hubo
empresarios que igual se opusieron a las políticas económicas del gobierno cardenista,
como fueron los regiomontanos que en 1936 se declararon en paro patronal, y a
quienes el mismo Cárdenas les dijo en sus famosos 14 puntos: “Los empresarios que
se sientan fatigados por la lucha social, pueden entregar sus industrias a los obreros o
al gobierno. Eso es patriótico, el paro no” (Cárdenas, 1978ª, p. 192). Otros más que se
opusieron de manera menos abierta y desde los púlpitos de las iglesias de los pueblos,
fueron los sacerdotes católicos.

Con respecto a la reforma educativa que implantó en México la educación socialista


durante el gobierno cardenista, el Partido Comunista de México (PCM) y muchas
organizaciones y personajes de la época, exigieron se definiera claramente en qué
consistía dicha reforma a la que se le había llamado educación socialista, así como la
metodología conveniente para llevarla a cabo, haciendo también sus propias
propuestas como actores activos que fueron los partidos políticos de entonces,
participando no sólo en la definición de los nuevos rumbos de la educación, sino en
toda la política cardenista.

7. El alto clero católico

La escuela socialista fue vista como un claro instrumento de penetración ideológica en


las conciencias de los niños, opuesta a la escuela laica del siglo XIX que no atacaba de
manera directa la organización social y fomentaba el individualismo; y todavía más
contra la escuela porfiriana convertida en privilegio de unos pocos, así como contraria
a la escuela que estaba en manos de la Iglesia católica en la que reinaba su dominio y
poder, de ahí la amenaza de excomuniones que hizo la Iglesia católica, tanto a padres
de familia que mandaran a sus hijos a las escuelas socialistas, como a los profesores
que impartieran esa “educación impía y atea, contraria a los mandatos de Dios”. “Las
´pastorales’ han sido vehículo de incitaciones subversivas; en ellas se ha sugerido la
revuelta armada y la realización de un ‘boycott’ económico, y el Episcopado se ha
convertido, a través de esos documentos, en coalición de abierta militancia contra la
ley y las instituciones” (Partido Nacional Revolucionario, 1935: VII).

La proliferación de volantes y panfletos hechos por la iglesia católica y repartidos entre


sus fieles, así como los sermones que desde los púlpitos se pronunciaban en contra de
la escuela socialista, lograron confundir a una buena parte de la sociedad mexicana y
desconfiar de esta nueva escuela, a otros los llevó a oponerse de manera abierta
impidiendo que los niños asistieran a ella, encubriendo la apertura de escuelas
clandestinas dirigidas por religiosos y religiosas, lo que estaba prohibido en el artículo
3º. Reformado de la Constitución General de la República.

Los profesores

Los profesores se agruparon en una gran organización sindical: el Sindicato de


Trabajadores de la Enseñanza de la República Mexicana (STERM), en el que se adoptó
como uno de sus lemas ser un ejército cuyas armas serían la ciencia y el trabajo,
poner la ciencia al servicio de la técnica, luchar contra la ignorancia, la superstición y
la desigualdad social, formar mentalidades libres a salvo de dogmas y prejuicios
irracionales, un profesorado constructor de una patria para todos, orgulloso de su labor
social. La escuela fue vista por los profesores convencidos de la reforma, como medio
para la construcción de una mejor sociedad.
Este sindicato realizaba diversas actividades para capacitar ideológica y
pedagógicamente a sus miembros, entre estas actividades estaban las conferencias
que unos mentores daban a otros menos capacitados, por ejemplo, sobre la historia de
México y, de manera especial, sobre la historia de la educación en México. Las
explicaciones giraron alrededor de la lucha de clases como motor de la historia, y de la
necesidad de terminar con la explotación capitalista que entonces se vivía. Obvio que
estas medidas y otras más, hicieron temer un cambio de rumbo en la historia del país
hacia al socialismo, primero, y hacia el comunismo, después, y que la reforma
educativa se convirtiera, contrario a sus propósitos originales, en un medio de lucha y
confrontación entre los diversos sectores sociales: los que se veían favorecidos por la
reforma y los que se veían amenazados en sus intereses económicos e ideológicos por
esa misma reforma.

8. Los libros escolares

La reforma educativa trajo consigo la necesidad de hacer nuevos libros para las
escuelas cuyos contenidos y métodos estuvieran de acuerdo con la educación socialista
implantada. Libros que se identificaran con las tendencias socialistas de la educación, y
para ello se propuso formar un programa editorial y una comisión editora integrada por
“escritores revolucionarios”, que escribieran y dictaminaran libros al servicio de la
causa socialista de la nueva escuela, sin descuidar los lineamientos estipulados por la
pedagogía moderna. Libros ideológica y pedagógicamente distintos y nuevos, de ser
posible gratuitos y al alcance de todas las posibilidades económicas.

Se recomendó quitar de las escuelas los libros que se estaban usando, especialmente
los de lectura y literatura, poblados de personajes fantásticos, que domesticaban al
lector inculcándole sentimientos de resignación frente a la condición social en la que se
vivía, libros en los que se presentaba una sociedad idílica en la que reinaba la armonía
entre las clases sociales. Estos contenidos debían ser reemplazados por lecturas
realistas, que mostraran al lector el mundo sin disfraces ni matices que lo ocultaran o
lo tergiversaran. En los libros anteriores, cuando se hablaba de trabajadores y
patrones, éstos convivían armónicamente, lo mismo que sus hijos. Una sociedad ideal
y fantástica de ayuda mutua en la que los patrones pagaban lo justo a los
trabajadores, quienes alegremente trabajaban lo que debían trabajar Una sociedad sin
conflictos ni enfrentamientos, donde los hijos de los campesinos convivían y eran
amigos de los hijos de los hacendados, lo mismo que los hijos de los trabajadores de
las fábricas jugaban con los hijos de los dueños de las empresas. Hombres y niños
ricos que caritativamente ayudaban a los pobres obsequiándoles lo que ellos ya no
necesitaban.

Los nuevos libros escolares debían integrar un concepto de patria distinto, ya no un


concepto abstracto, lejano, digno sólo de veneración y sacrificio, sino una patria por la
que se debía luchar y trabajar hasta lograr la independencia económica y política de
México, sólo así se lograría una patria próspera y moderna. Se necesitaba de nuevos
libros que conectaran a los alumnos con su realidad, que les ayudaran a la
conformación de una conciencia social al mismo tiempo que al crecimiento de su
cultura; para ello la Secretaría de Educación formaría una comisión editora que
revisaría y aprobaría los libros cuyos métodos, contenidos científicos e ideológicos
fueran adecuados a la reforma. Asimismo se invitaría a los mismos maestros a que
escribieran esos libros, ya no los autores de siempre, consentidos por las editoriales
privadas, y que gracias a ello habían logrado una buena posición social.
Para cumplir con esta tarea de editar nuevos libros acordes con los contenidos y
propósitos de la escuela socialista, la Secretaría de Educación formó una comisión
revisora y editora de nuevos textos escolares. Entre estos libros sobresale la serie
titulada Serie “SEP” Escuela Socialista escrita para los alumnos de las escuelas
primarias urbanas, y la serie escrita por el profesor Gabriel Lucio titulada Simiente,
hecha para los niños de las escuelas primarias rurales. Ambas series estaban
integradas por libros graduados en sus contenidos y extensiones de las lecturas,
también se incluyeron ejercicios de comprobación, tal como lo establecía la pedagogía
moderna, asimismo estaban sencillamente ilustrados para hacer más objetiva la
enseñanza.

Entre los profesores sobresalientes de entonces, se cita a Rafael Ramírez tanto por su
labor pedagógica como maestro, como por su tarea organizativa al frente de las
misiones culturales, y también por su papel como escritor de textos escolares, autor de
una serie de libros para las escuelas rurales. A la manera como se hizo el Plan Sexenal
de Gobierno que enmarcaría la política del gobierno cardenista, Rafael Ramírez escribió
el Plan Sexenal Infantil, una serie de cuatro volúmenes para los diversos grados de las
escuelas primarias, en este caso las primarias rurales. Aquí voy a analizar con mayor
detenimiento el Plan Sexenal Infantil. Libro de Lectura para el Ciclo Intermedio de las
Escuelas Rurales, por considerarlo un texto escolar clave para el asunto que aquí me
interesa: la formación de los niños en las escuelas en y para la democracia. El ciclo
intermedio comprendía el tercero y cuarto años de primaria. Este libro está hecho
como un instructivo práctico de cómo se debía organizar una sociedad en democracia,
una sociedad integrada por niños y adultos, por hombres y por mujeres, por hombres
que sabían muchas cosas porque habían sido educados en una escuela, y por hombres
que eran analfabetas y que nunca habían tenido la oportunidad de asistir a la escuela,
pero que poseían conocimientos prácticos y útiles de gran valor. Una sociedad
heterogénea que se unificaba en el derecho de todos a participar de manera activa en
la conducción del grupo, y en el que todas las opiniones eran escuchadas y evaluadas
para su útil aplicación.

Según el autor, este libro había sido elaborado para empujar a los pequeños lectores a
la acción, sus contenidos reflejan la vida diaria de los niños campesinos y los orienta
hacia una sociedad más justa y provechosa para todos. Integra a los niños en las
preocupaciones de los mayores, e incorpora la escuela a la comunidad, de tal manera
que deja de vérsele como una institución separada del resto social.

La acción se desarrolla en un pequeño pueblo campesino llamado “El porvenir”, que de


alguna manera nos lanza hacia el futuro que se esperaba para los niños de la escuela
socialista. El trabajo en la escuela era siempre en grupo, los niños eran dirigidos por el
maestro quien también se encargaba de alfabetizar y orientar a sus padres en sus
demandas sociales como lo fueron la tierra y el ejido. Todos los problemas eran
discutidos y resueltos en asambleas de distinto tipo; algunas comprendían a todos los
pobladores de “El porvenir”, incluidos los niños, otras sólo incluían a los padres, otras a
todos los alumnos de la escuela, niños y niñas de diversas edades, otras, sólo a los
niños y niñas de cada grupo o grado, pero todo era resuelto en asambleas públicas.

Los niños, igual que los adultos, debían hacer un Plan de Trabajo para seis años que
comprendiera todos los asuntos inherentes no sólo a la escuela, sino al pueblo entero.
Los asuntos comprendían la casa, que incluía especialmente la salud personal, la
escuela y la comunidad. Lugar importante tenía la limpieza y la economía de cada
ámbito social.
Así, desde pequeños empezaremos a aprender a organizarnos y a trabajar y a luchar
por el bienestar económico y el progreso social de nuestra comunidad y del país. Estas
organizaciones son, pues, verdaderas escuelas de organización social (Ramírez, 1937,
p. 104).

Los alumnos primero eran dirigidos en sus asambleas por el maestro, después por los
alumnos de los grados superiores y finalmente por ellos mismos, todo era cuestión de
aprendizaje y disciplina. Todos los alumnos debían integrarse en asambleas y, por
votación, eran incorporados en alguno de los comités, esto era conforme a sus
intereses, capacidades y edades; comités que se formaban para el mejoramiento de
esos tres espacios: la casa, la escuela y la comunidad. Los alumnos mismos hacían un
plan de trabajo que incluía el seguimiento de lo que se había hecho o de lo que se
había dejado de hacer, de quién había cumplido con sus tareas y de quién no. Todo se
ventilaba en las asambleas. Una tarea central acordada en las asambleas fue que los
niños lucharían contra las injusticias sociales y combatirían la explotación humana,
comprometidos todos y de manera pública en las mismas tareas.

Los otros libros antes mencionados, la serie de libros de lectura Serie “SEP”, por
ejemplo el de 5º. Año, su protagonista es un niño llamado Pedrín, un niño que cursa la
educación primaria y que es hijo de un prensista que trabaja en un periódico llamado
“El Mundo”. Pedrín es amigo de otros niños de su edad, algunos no van a la escuela
porque tienen que ayudar a la manutención de sus familias, familias pobres y
miserables como había tantas, distintas de las ricas y bien comidas que eran muy
pocas.

El niño-periodiquero tenía la oportunidad, gracias a su diario andar por las calles de la


ciudad vendiendo “El Mundo”, de ver diversos fenómenos sociales propios de un
sistema que se iba a integrar a la democracia como forma política de organización.
Formas organizativas un tanto novedosas hasta entonces como las asambleas de
profesores y de obreros: las demandas, las discusiones, las votaciones, la toma de
decisiones y hasta las huelgas, todo acordado por los propios asambleístas.

Pedrín habla de las asambleas escolares en las que todos se llaman entre sí
“camaradas”, lo mismo que se llaman entre sí los adultos en sus propias
organizaciones sociales. Se habla de las asambleas juveniles de las escuelas técnicas
para obreros, de los sindicatos obreros como organizaciones laborales para la defensa
de los trabajadores en contra del abuso e injusticias de los patrones. Estas
organizaciones tienen sus propias asambleas en la que participan todos los miembros.

En estas organizaciones, tanto de niños como de adultos, se exalta el alto valor del
trabajo en equipo, la participación activa de todos por igual, la ayuda mutua y la
solidaridad con el grupo, el cumplimiento de las obligaciones libremente asumidas, el
reconocimiento del otro en igualdad de derechos y obligaciones. Éstos son algunos de
los valores humanos reconocidos como superiores y que se manifiestan en los debates
y asambleas tanto de niños como de adultos, y que se refieren en las lecciones que
constituyen esta serie de libros. En los libros de lectura dedicados a los niños de las
escuelas urbanas, se hace hincapié en los sindicatos como formas sociales de
organización de los trabajadores para la defensa de sus derechos laborales, y se
presentan como modelo a seguir en las organizaciones escolares infantiles.

En la serie Simiente del profesor Gabriel Lucio, el escenario es el campo mexicano y los
protagonistas son los campesinos y sus familias. Se describe la vida en el campo, no
idealizada como lo hacían otros libros anteriores a éstos, sino con todos los problemas
sociales y económicos que entonces padecían los campesinos mexicanos. Se describe
la organización de los niños en la escuela rural, tanto en el salón de clases como en los
anexos escolares: corrales para la cría de animales domésticos, talleres, huertos y
parcelas escolares. La organización escolar abarcaba a todos los alumnos y entre ellos
se destinaban diversas tareas acordes con sus condiciones personales.

La organización de los campesinos adultos en juntas y comisariados locales ejidales, el


acuerdo de sus demandas, la tierra, y sus formas de organización, orientados, niños y
adultos, por el maestro rural, son un tema muy importante en estos libros. También
aparece cómo se organiza la comunidad toda para el logro de un mejor bienestar
social, todo decidido en asambleas generales en las que todos eran escuchados y
tomadas en cuenta sus propuestas. Las votaciones abiertas y libres eran una norma
generalizada en todas las organizaciones y sus asambleas.

9. Reflexiones finales

No tuve los elementos suficientes y necesarios para conocer cómo se llevaron a la


práctica escolar los contenidos de estos libros y otros más que trataban de inculcar la
democracia como forma de vida en las escuelas elementales de los años treinta en
México. Sin embargo, a pesar de que no hayan sido óptimos los resultados, el que se
hubieran escrito libros como éstos, nos muestra que se quiso dar a la educación
elemental un carácter democrático en su vida cotidiana y en su organización, además
del carácter socialista y popular que quedó estipulado en la propia Constitución.

Una democracia en la participaran todos, cada uno desde su puesto, posibilidades e


intereses; una democracia participativa-dirigida en la que los niños se iniciaran en la
práctica política futura del país. La escuela como preparadora de futuros mujeres y
hombres nuevos y diferentes, habituados a las prácticas democráticas desde la escuela
elemental cuando habían sido niños.

Hoy que, de manera reiterada y por todos lados, se dice que México ha ingresado a
una nueva democracia, aunque hasta hoy sólo se puede hablar de una democracia
electoral manifestada en las elecciones de 2006, que por cierto fueron muy criticadas y
que tienen dividido al país, es conveniente revisar la historia de nuestro país, en este
caso, la historia de la educación en México, para conocer lo que en ella se ha hecho
respecto a la democracia, como fue el caso de lo realizado por la educación socialista
durante el cardenismo, en la que se trató de implantar desde las escuelas no sólo una
democracia electoral, sino implantar en los niños el anhelo de luchar por el logro de
una democracia económica que hoy parece estar muy lejos de ser alcanzada.

Hoy que la educación en México cada día adquiere más los signos que identifican a una
mercancía y que se mueve en un mercado como cualquiera otra, y que el Estado
mexicano se “adelgaza” más en este terreno para dejar su lugar a la iniciativa privada,
vale la pena revisar lo que se ha hecho en la historia de la educación nacional,
recuperar los valores que en algunas épocas se han inculcado en la formación de los
mexicanos a través de la educación, como fue el caso de la educación socialista puesta
en práctica durante el gobierno de Lázaro Cárdenas, 1934-1940, cuando el Estado
representado por el gobierno federal, se hizo cargo de la educación elemental de los
mexicanos, como el único y legítimo para ofrecer este servicio, reconociendo a la
educación como un derecho de todos los mexicanos; vigilando y controlando la
educación elemental en México, incluso la impartida por los particulares, en la cual
quedaron excluidos los miembros del clero, no sólo del católico. Esto ha dado vuelta
para atrás y hoy la iniciativa privada, laica y religiosa, cada vez está ganando más
terreno en el ofrecimiento de los servicios educativos, haciendo de la educación un
elemento más de selección social.

La historia de México hoy parece que va para atrás, al contrario de lo que los
positivistas pensaban, que veían la historia de los pueblos como un camino a estados
de vida social más avanzados, o lo que estableció el mismo Hegel y el idealismo
alemán al hablar de la historia como el desarrollo ascendente del espíritu absoluto.
Espero que hoy no estemos viviendo una involución social o un retroceso descendente
del espíritu; la historia misma ha mostrado a los mexicanos lo caro que se han pagado
estos “errores históricos”.

Esta es una versión modificada de la ponencia presentada en el “Tercer simposium


sobre sociedad y cultura de México y América Latina”, celebrado del 9 al 11 de octubre
de 2007 en el Centro de Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades de la
Universidad Autónoma del Estado de México.

* Doctora en Estudios Latinoamericanos. Profesora de la Universidad Pedagógica


Nacional, Unidad 151 – Toluca. México.

Notas

1 Esto fue establecido al menos en la teoría, pues en la práctica no siempre se llevó a


cabo, como lo muestra la manera en la que se manejó el partido del gobierno, que
durante el cardenismo se siguió haciendo de manera vertical y corporativa.

2 El PNR nació, en buena medida, gracias a las acciones del ex presidente Plutarco
Elías Calles (1924-1928), por imponer un órgano partidista que apoyara y fortaleciera
al Ejecutivo federal frente a las diversas fuerzas regionales que existían en el país,
comandadas por líderes y caciques locales.

3 Manuel Gómez Morín fue uno de los principales fundadores del Partido Acción
Nacional (PAN) y opositor al gobierno cardenista, rector de la Universidad Nacional del
23 de octubre de 1933 al 26 de octubre de 1934.

Bibliografía

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gobierno y mensajes presidenciales de Año Nuevo 1928-1940, vol. 2. México: Siglo
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Secretaría de Educación Pública-Comisión Editora Popular. PCM (Partido Comunista de
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