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Stefano Bolognini

EL ROL DEL PADRE EN LA CONSTRUCCIÓN DE LAS


IDENTIDADES
MASCULINAS Y FEMENINAS

Versión castellana de Chiara Berlinzani

CONSIDERACIONES GENERALES

Es mi intención presentar – con mucha sencillez y sin pretender encuadrar


exhaustivamente el tema – algunas consideraciones esenciales, procedentes
de la práctica clínica, acerca de la construcción de las identidades
masculinas y femeninas.
Adopto intencionalmente el plural, ya que el psicoanálisis contemporáneo
parece caracterizarse cada vez más por el sentido de la complejidad, y el
discurso sobre las identidades masculinas y femeninas no escapa a esa
regla, al atañer realidades estructurales y funcionales innegablemente
articuladas y múltiples.
La primera parte de este trabajo será consagrada a lo masculino, la segunda
a lo femenino.
Me ocuparé de la función del analista en tanto equivalente paternal a lo
largo de estos procesos.

ALGUNAS ANOTACIONES SOBRE LAS IDENTIDADES


MASCULINAS.

El sentido de la complejidad inherente a las identidades masculinas estuvo


bien presente en laliteratura y en el arte de los siglos pasados. ¿Quién
podría afirmar, en efecto, si es más masculina la identidad fálico-guerrera
de Aquiles o la identidad familial-paterna de Héctor? la identidad
exploratoria de Ulises o la identidad fundadora de Eneas – etcétera?
La catexis pulsional y narcisista de algunos componentes específicos de la
personalidad puede caracterizar “tipos” masculinos distintos, por lo cual
cabe reconocer que hay muchas formas de ser machos (como trataré de
ilustrar también con algunos ejemplos clínicos).
Nuestra exploración de las tipologías masculinas tiene que tomar en cuenta
los múltiples ámbitos en que la masculinidad se expresa: la relación de
pareja y la vida social; el trabajo y el estilo mental; los logros narcisistas o
de conquista por un lado y aquellos constituyentes y dotados de
continuidad por otro.
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Los componentes fálicos, tan evidentes en personajes como Aquiles o
Alejandro Magno, no coinciden necesariamente con los componentes
generativos (que los personajes arriba mencionados básicamente no
presentaron) los cuales, a su vez, no coinciden plenamente con los
componentes genitales, ya que es concretamente posible procrear aún sin
tener ninguna capacidad de intercambio y de juego placentero, y ninguna
comprensión del otro.
Tampoco coinciden capacidad generativa y “genitorialidad” (muchas
personas generan hijos sin poseer ni las competencias necesarias ni la
capacidad de disfrutar, después, de su crianza), así como no coinciden
genitorialidad y genitalidad (pese a que pueda aparecer contestable a nivel
teórico, he conocido a padres poco genitales pero básicamente capaces de
genitorialidad).

El cuadro es, por ende, complejo: sin una suficiente integración del
componente fálico, en efecto, es difícil que las capacidades generativas o
las competencias genitales logren expresarse, ya que estarían careciendo de
la suficiente cantidad de cohesión narcisista indispensable para sustentar, al
menos básicamente, el sentido de Sí mismo del sujeto en su “emprender”
pulsional y relacional.
Las clásicas subdivisiones de las tipologías en “guerreros”, “pastores” o
“agricultores” – típicas de muchos pueblos de la antigüedad – dan razón de
las diferencias entre algunas características masculinas fundamentales.
En los primeros (los guerreros) prevalecen los aspectos predatorios y
competitivos. En los segundos (los pastores), predomina la capacidad de
gestión de los recursos animales, en la cual algunos aspectos propios del
control anal se integran con aspectos más bien dirigidos hacia la
facilitación y protección de los vínculos nutritivos y reproductivos.
En los terceros (los agricultores), finalmente, el vínculo se da con la
“madre-tierra” y el desafío edípico (incluso en sus aspectos persecutorios)
está dirigido esencialmente hacia los humores imprevisibles del
“padrecielo”, que puede bendecir la fertilización con oportunas alternancias
de lluvia y sol, o bien destruirla con la sequía o las granizadas.

Sea como sea, en cada una de estas configuraciones se encuentran algunas


características masculinas esenciales: una de estas es la “penetrancia” (es
decir la capacidad de "penetración"), que se configura como un atributo
necesario tanto de los guerreros (que son incisivos sobre los otros seres
humanos), como de los pastores (que son incisivos sobre la vida de los
animales) y de los campesinos (que son incisivos sobre la tierra).
Los machos “penetran”: ya sea para matar a los competidores, ya sea para
fertilizar – en sus varias formas directas o trasladas, concretas o
metafóricas – el elemento femenino.
En la base de todo se encuentran las necesidades de afirmación y de
extensión de sí mismo y del propio genoma biológico, mental, cultural o en
todo caso distintivo: en definitiva, “algo de sí”.

La “penetrancia” puede ser manifiesta o encubierta, directa o tortuosa en


sus recorridos hacia la realización, pero siempre constituye una
característica masculina fundamental.
Puede expresarse a través de la inseminación biológica por espermatozoos,
tanto como de la “inseminación” intelectual por artículos, libros y
discursos. (Les dejo imaginar cómo me siento en este momento al decir
estascosas…).
Puede utilizarse para llevar a cabo una acción militar o una toma del poder
político. Puede ser comercial ("Hemos invadido/conquistado el mercado")
o también incumbir al ámbito artístico en sentido definitivamente no
metafórico (pienso, por defecto, en aquellos artistas incapaces de hacer
conocer sus obras al carecer de la fuerza de buscar “los buenos contactos”,
etcétera). Por ejemplo, una empresa que produzca un óptimo producto, pero
que no sea capaz de comercializarlo por falta de "penetrancia". Y así
sucesivamente.

Una segunda característica, que está relacionada con la primera, es la


tendencia estructurante fundante del macho.
Tanto en el ámbito de la familia como en el del clan, de la empresa, del
partido político, del ejército, de una escuela, de una corriente artística o de
un grupo religioso, el macho tiende a estructurar algo que pueda garantizar
durablemente su existencia, su afirmación, su poder, su representación
genética e identitaria, ya sea en sentido biológico o cultural.
En otras palabras el macho, en forma más o menos consciente, tiene que
seguir existiendo (en todos los sentidos) más allá de los enemigos, más allá
del tiempo, más allá del desvalimiento y de la muerte: y lo hace tratando de
organizar algo que le represente, que le garantice en vida y que perdure
mas allá de su propia existencia.
Obviamente – ya que la capacidad de afirmarse, de organizar algo de sí
mismo en el mundo y de estructurarlo eficazmente para el futuro está al
alcance de pocos – una parte de la humanidad delega estas profundas
necesidades en la representación y en la gestión por terceros, destinatarios
proyectivos idealizados de las ambiciones y de las esperanzas de todos los
otros: futbolistas y actores, escritores y hombres de poder terminan por
convertirse – proyectivamente, como lo hemos dicho – en los idolatrados
representantes del sí mismo inacabado de todos aquellos que los
catectizan y los idealizan.
En definitiva, todos los machos quieren “hacer gol” en todos los sentidos
posibles y ser considerados y recordados por esto – ya sea directamente, ya
sea por la interposición de sus representantes sustitutivos.
A este propósito, es bien conocida la tendencia “aloplástica” de la mayor
parte de los machos, cuya finalidad radica en la modificación del mundo
externo, versus aquella más articuladamente “autoplástica” de las hembras,
que son más capaces de modificar el mundo interior.

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?COMO CONVERTIRSE EN MACHOS?

En este párrafo, prescindiendo de todos los ineludibles componentes


genéticos, yo encausaría dos factores fundamentales que tienen que ver con
el mecanismo de identificación:

el primero es la identificación con las pre-concepciones inconscientes


de los padres;

el segundo es la introyección, lograda o fallida, de los aspectos


masculinos de los padres.

Digo “padres” a propósito, ya que en ocasiones he tenido la oportunidad de


analizar a personas que habían interiorizado por vía materna unos aspectos
masculinos del abuelo materno, bypasando un padre-zángano.
Sobre el primer punto no me alargaré.
Sobre el segundo punto quiero brindar una indicación bibliográfica quizá
algo dépassée: lean, si pueden, los capítulos 18 y 19 (“Un niño transexual y
una hipótesis” y “La desidentificación de la madre: su particular
importancia para el varoncito”) de las Explorations in Psychoanalysis de
Ralph Greenson (1978): una obra bajo ciertos aspectos pasada de moda o,
por lo menos, delimitada históricamente que, sin embargo, propone una
casuística abundante y describe de forma muy plástica a un analista “en
acción”.
Siempre me llamó mucho la atención cómo Greenson trató al pequeño
Lance, un niño de cinco años y medio con una identidad sexual
extremadamente incierta para no decir caótica: en la piscina de su casa, en
un medium relacional fluido que, a mi parecer, pasando de lo concreto a lo
metafórico, representaba una mezcla de primitividad, de continuidad
interpsíquica y de interconexión de aspectos del Self.
En este ambiente especial “algo pasó” – a través de la interpretación, desde
luego, pero también a través de la reactivación de mecanismos
introyectivos.
Quiero recordar cómo la introyección, a diferencia de la incorporación y de
la interiorización (cf. Grinberg, 1976), conduce a la constitución profunda
de partes auténticas del Sí mismo, bien diferentes tanto de la imitación
incorporadora como de la identificación proyectiva con un objeto, sí
interiorizado, pero no digerido.
Podemos entender muchas de las incorporaciones compulsivas concretas
del pene que se observan en algunas clases de homosexualidad (¡aunque no
en todas!), como el intento – siempre destinado a fracasar – de introyectar a
un nivel más profundo y estructurante un elemento masculino que
logre ser constitutivo de una identidad auténtica y duradera.
Una introyección resulta efectiva y eficaz tan sólo si es metafórica,
simbólica y si se desarrolla en un medium relacional idóneo, realmente
cálido y no violento ni maníaco.
Para dar una idea de la complejidad de las fantasías interiores relacionadas
con estos procesos identificativos, y al mismo tiempo de su posible
transformación en un ambiente terapéutico suficientemente “fluido” (esta
vez no en sentido concreto sino más bien interpsíquico), utilizaré el
material de un análisis en el cual la identificación progresiva y positiva con
un equivalente paternal resultó fundamental.
En un sentido más general, entre los muchos mitos de la Edad Clásica,
aquello que a mi parecer puede constituir la mejor referencia de muchas
patologías actuales – relativas al constituirse de una identidad masculina –
podría ser el de Ulises ausente de Ítaca.
La ausencia de Ulises deja un gravísimo vacío, y en particular produce un
escisión en el hijo: Telémaco representa la parte sana residual, que espera
el regreso del objeto para alimentarse de su ejemplo (función ideal) y que
mantiene vivo el recuerdo de él y de su significado para poderse dotar de
los necesarios límites (función superyoica).
Esta última función lo protege contra el riesgo de proponerse
prematuramente como rey, un rol que no sería todavía capaz de revestir
adecuadamente en tanto le falten los indispensables fundamentos
constitutivos internos de la identidad.
Por otro lado, la función ideal le permite mantener la tensión evolutiva, el
sentido de la potencialidad, el deseo de introyectar en algún momento
aquellos fundamentos procedentes de un objeto válido y disponible, de un
modelo valioso y realista.
Los Procios, pretendientes de Penélope, representan el otro aspecto del
hijo: su lado simbiótico parasitario, veleidoso, incestuoso, que pretende by-
pasar al Edipo gozando fusional y desconsideradamente, sin preocuparse ni
por el agotamiento de la madre/reino/patria ni por la suerte de la
comunidad/familia.
El sentimiento de omnipotencia y la complacencia narcisista-
autoconfirmadora de este aspecto parasitario-destructivo escindido
encontrarán trágicamente su limite en el retorno del principio de realidad,
del “tercero” representado por Ulises, que restablecerá los ritmos naturales
del paso de testigos entre las generaciones, permitiendo en perspectiva a
Telémaco adquirir realmente la identidad y las funciones paternas.

MATERIAL CLÍNICO: DESDE EL ANFIBIO INDIFERENCIADO


AL LEÓN.

Pietro es un arquitecto de unos treinta años, inteligente, culto y de íntegra


fibra moral.
No es un paciente grave, sino (¡caso raro!...) tan sólo un blando neurótico
que presenta algunosrasgos obsesivos y una marcada inhibición sexual. A
pesar de que conviva con su prometida Margherita, mantiene algunos
aspectos infantiles que sugieren una latencia prolongada.
Ha acudido al análisis a raíz de un sentimiento de inadecuación
concerniente a los desarrollos de su vida, tanto de pareja como profesional,
y desde el principio se ha comprometido de buen grado con la terapia,
desarrollando una confianza transferencial que parece confirmar una
experiencia primaria globalmente positiva.
La figura paterna no es particularmente devaluada, pero parece algo
desteñida: el padre viene descrito cómo “muy buena gente”, pero súcubo de
su propia madre.
Durante su formación – a pesar de su brillante currículo académico – Pietro
ha procurado encomendarse a figuras no particularmente incisivas que si
bien, por un lado, le han permitido
aprender lo necesario para desarrollar técnicamente sus competencias
profesionales, por otro, no le han transmitido ningún empuje particular.
Profesionalmente lleva adelante una rutina de pequeño cabotaje, sin osar
aventurarse en aguas más comprometidas.
En la vida domestica depende mucho de su conviviente, con quien se lleva
bien pero a la que “se entrega” con cierta pasividad, en una relación que
recuerda la relación madre-hijo. Me parece inmerso en una simbiosis algo
regresiva, en la que, por otro lado, se regodea bastante. Su actividad sexual
es escasa, “bajo solicitud”, aunque, cuando ocurre, definitivamente no le
desagrade. Sin embargo, por lo general Pietro “no piensa en eso”.
En el transcurso del segundo año de análisis trae un sueño que testimonia
un proceso de cambio desde hace un tiempo:
P . “Doctor, hoy quiero contarle el sueño de anoche. Con Margherita y
otra pareja de amigos estuvimos visitando una reserva natural. Desde una
terraza/cafetería veo un lago natural [me llama la atención que repita
“natural”], lleno de peces, muy bello. Sin embargo, en esta especie de
zoológico acuático se encuentran también unos pequeños hipopótamos
dotados de una coraza externa parecida a la de los rinocerontes y de las
tortugas marinas.
De repente aparece un león muy grande, perseguido por los otros animales
que están intentando matarlo. El león lucha furiosamente, pero aquellos
tratan de ahogarlo bajo el agua! [Pietro se ve muy agitado: al contarlo,
parece revivir “desde adentro” su sueño y logra trasmitirme todo el
dramatismo de la escena.] Siento pena, ansiedad: estoy de su lado, pero no
será fácil que se salve. Los otros animales lo aplastan, lo empujan hacia
abajo, él se debate; ¡es una lucha encarnizada! Me desperté todo agitado.”

A. (impresionado y pensativo) “Sí, usted me transmite la sensación de que


se está dando una batalla muy encendida en su interior, entre un grupo de
animales muy primitivos y anfibios, relacionados con el entorno acuático,
y un animal más evolucionado y fiero, que los primeros intentan jalar
hacia abajo… “

P. (muy concentrado) “En cierto sentido, se trataba efectivamente de una


lucha entre dos mundos diferentes, entre dos formas de ser, casi diría…
entre dos distintas civilizaciones… “

(Pausa. Ambos nos detenemos en reflexionar, como si estuviéramos


volviendo a mirar la escena en play-back.)
Se me ocurre pensar en algo que, aunque en un primer momento no me
parezca tener mucho que ver, a lo poco resulta absolutamente inherente,
razón por la cual lo propongo de forma directa:

A. “Ayer, en algún momento usted me mencionó su intención de participar


en este concurso promovido por la Municipalidad, con un proyecto sobre
el paso subterráneo de la playa de estacionamiento… luego me comunicó
su propósito de dejar perder todo e irse a la cama… ¿en qué quedó el
asunto?”

P. (de arranque) “¡Fue una lucha durísima, doctor! Escribía tres líneas,
luego sentía vergüenza por lo que había escrito y encendía la TV; dentro
de un rato volvía a apagarla, me redisponía a escribir, y así
sucesivamente. En realidad, durante años he actuado de esta forma: nada
más fácil que evitar el empeño y el peligro, abandonándome entre los
brazos de mamá-TV…”
A. “… mientras que para participar al concurso se necesitaría del coraje
de un león…”

P. (ríe; luego se vuelve de nuevo serio) “Sí pero, doctor, le aseguro que la
lucha del sueño era realmente aterradora!... [Se le ve de nuevo
emocionado] Felizmente, ahí en la terraza yo me encontraba seguro…”

A. “Usted mira sus luchas internas desde la terraza/análisis, se siente


relativamente seguro, pero no puede evitar emocionarse.”

La sesión continúa y el paciente produce asociaciones con el león y los


otros animales.
En Pietro se está desplegando un intenso conflicto entre la tendencia
inercial a mantenerse aletargado, anfibio, fusional (ha transcurrido años
despatarrado sobre el sofá domestico leyendo y mirando televisión,
evitando así muchos aspectos de la vida) y el empuje hacia el desarrollo de
una identidad masculina más definida, enérgica y adulta.

En ocasiones, yo también me convierto en el objeto de sus ataques (en


estos casos yo soy el león; es decir, un padre que hay que “jalar hacia
abajo”, castrar y neutralizar), pero más a menudo me utiliza como guía.
Lo que me interesa en este momento es que Pietro pueda integrar bien el
sentir y el entender, el “ver” las cosas desde la terraza/cafetería y el
“sentirse implicado” en la lucha; que pueda conectar la realidad onírica con
la realidad diurna (las angustias de castración reactivadas por la idea de
presentar un proyecto para el concurso).

SESIÓN SIGUIENTE

P. “Estamos en sesión, en la casa de piedra que se encuentra en mi


pueblecito de montaña.
Veo todo desde abajo: su escritorio, usted… Le estoy contando cómo me
había sentido desminuido por mi padre: de repente usted se levanta y me
enseña un cuadro con cuatro fotos, y un título: ‘EL DESARROLLO
PSICOSEXUAL DEL HOMBRE’. En la última foto hay un pene en
erección. Usted parece alegre, de buen humor por alguna razón personal,
y yo me siento contento por este modo
suyo, tan poco convencional, de utilizar estas fotos en la sesión.”

A. (asertivo) “Usted me está explicando cuánto quiere ser ayudado a verse


a sí mismo con claridad para poderse representar su propio desarrollo (las
fotos), para poder representarse a sí mismo como más ‘león’ (la foto con el
pene en erección); y siente que para poderle ayudar yo tengo que estar un
poco ‘arriba suyo’ en términos de evolución personal (el escritorio más
arriba, etcétera), a costa de idealizarme un poco, y está bien que yo me
encuentre en forma (‘de buen humor por alguna razón personal’)”.
Después de una pausa: “Pero ¿qué se le ocurre con respeto al sentirse
‘desminuido’ por su padre?”

P. “De niño sentía una gran devoción por él, y sentía que él me quería.
Pero una vez, frente a la cafetería principal del pueblo, se le ocurrió
presentarme a un señor como “mi muñecote”: en ese momento me hizo
sentir como un niño torpe, imbele – si bien aquella expresión fuera, en el
fondo,
cariñosa. Tenía seis años, me hirió mucho el orgullo, me sentí humillado y
sentí rabia. Algo parecido pasó también cuando yo era adolescente: una
vez me negó el empleo del coche, de miedo a que pudiera sucederme algo,
y tuvimos unos pleitos muy duros; pero igual, no hubo nada que hacer.
Algún tiempo después, tras mi licenciatura y su muerte, yo tuve el dinero
para el coche, pero me faltó el valor. Como usted sabe, he sacado mi
licencia de conducir sólo el año pasado.”

A. (pensativo) “Sin licencia de conducir, ¡se hubiera sentido como un león


sin dientes!”

P. (riendo y recuperándose) “¡Jeje! Hoy he regresado a las 2 p.m.


Margherita me dijo: ‘¿Tienes hambre?’. ‘Sí.’ Al calentar la pizza, había
empezado a poner la mesa. ‘No’ le dije yo ‘hoy tengo ganas de comer de
pie, a la americana!’. Y Margherita: ‘¡Ay, cómo me gustas cuando haces el
animalón!!’… y esto sin saber nada del sueño! Me ha provocado risa.”

Yo comparto un sentimiento de satisfacción (por contratransferencia


concordante, egosintónica con él, y a la vez por contratransferencia
complementaria, de equivalente paterno) y me quedo callado.
Pienso que Pietro se está haciendo más fuerte y más listo, se está
robusteciendo. Podría decirle que se está sintiendo menos “muñecote”, pero
siento que sería pleonástico y hasta demasiado sintónico: mejor no exagerar
con los festejos. Prefiero más bien ver que camino tomarán sus
asociaciones.

P. “En el sueño usted tuvo una actitud poco convencional, pero útil. Se me
ocurre aquel episodio de hace algunos meses, cuando el ingeniero X
mandó a mi oficina a una cliente suya, aquella mujer separada, bonita,
atractiva. Me surgieron unas cuantas fantasías sexuales y también
experimenté cierta atracción, junto con vergüenza y sentido de culpa: me
sentí un verdadero
puerco, y pensé que tenía que cambiar de trabajo (en realidad, en aquel
periodo yo solía considerarme un puerco aún cuando me sentía interesado
por las chicas bonitas que se cruzaban en la calle). Yo luchaba contra
aquellos pensamientos. Me alivió muchísimo hablar del asunto acá.”

El paciente está integrando, junto a las pulsiones sexuales, también un


componente parcial de narcisismo fálico, importante por el afianzarse
cohesivo de la identidad masculina: un componente indispensable, del que
él estuvo carente.
Mostrarse agradecido con el analista por la ayuda recibida no constituye
seguramente ninguna actitud de “muñecote”, pero yo siento que no tengo
que enfatizar ni confirmar los reconocimientos que le surgen del
preconsciente: su genitalidad está todavía en proceso de formación y su
“erección”, el “comer de pie, a la americana”, es todavía experimental.
La comunicación del paciente contiene, según opino, una precisa
advertencia para el analista: que no hay que infantilizarlo demasiado, ni
“estar demasiado encima”, analíticamente hablando (como hicieron, a un
nivel diferente, sus – aunque afectuosos – padres). En cambio, sí hay que
estar ahí cuando sea realmente necesario.
En estas sesiones veo surgir en Pietro un sentimiento de orgullo saludable,
un esbozo de este Self masculino que empieza a afirmarse y al que quiero
dar espacio, sin comportarme como un padre aprensivo, hiperprotector ni
demasiado opresivo. Sin embargo, me parece que el proceso de
redescubrimiento e integración de los componentes parciales pulsionales y
narcisísticos está en camino, como lo confirmaría también mi vivencia
contratransferencial, cada vez más marcada por cierta satisfacción, como
cuando veo a algún sobrinito mío dar una bonita patada a la pelota y hacer
gol.

LA FUNCIÓN DEL PADRE EN LA CONSTITUCIÓN DE LAS


IDENTIDADES FEMENINAS: EJEMPLOS CLÍNICOS DE
TRANSFERENCIA “AMOROSA” (NO “ERÓTICA”, NI
“EROTIZADA”).

Con respeto a la función paterna del analista con las pacientes mujeres, he
decidido ocuparme aquí específicamente de aspectos hipo-desarrollados de
la situación edípica.
Son éstas, situaciones clínicas frecuentes y sumamente características.
Espero llegar a brindar una idea clara de cómo el analista puede
desempeñar aquel rol paterno adecuado que le es solicitado desde el
desarrollo de la transferencia, “dejando trabajar”, si es necesario, la
contratransferencia — siempre y cuando – evidentemente – ésta se revele
“adecuada”.
Un primer ejemplo clínico se halla en la sesión de Flavia, una mujer de 35
años casada, de aspecto y actitudes algo infantiles, que desde pequeña fue
literalmente “secuestrada” y utilizada como objeto simbiótico por la madre,
al separarse esta última abruptamente del marido, a quien nunca había
querido y que al final había desechado.
Flavia vivió siempre pegada a la madre, teniéndole cierta desconfianza al
padre y evitando el contacto con él.
Está actualmente en su tercer año de análisis y desde algún tiempo están
surgiendo, de forma muy conflictiva, algunos movimientos emotivos y
fantasías que desestabilizan su equilibrio interno habitual.
Raramente el analista apareció integrado en la vida mental consciente de la
paciente; pero hoy Flavia trae un sueño que parece revelar ciertos avances
significativos y dramáticos:

P. “Me encuentro en bicicleta en la plaza principal de la ciudad, en


pijama, sin lavarme. Todavía está oscuro y hay niebla, yo me encuentro
medio adormecida, voy chocando por todos lados.
De repente me encuentro en un autobús que desemboca en un túnel y que
se contrapone a otro autobús: se da un enfrentamiento muy duro entre los
dos chóferes, todo queda detenido, no se puede ni avanzar ni retroceder. Al
final, con otras personas, bajamos.
En un edificio-dédalo, una especie de laberinto, le escucho a usted, doctor,
llamándome. Pero me doy cuenta de que mientras usted logra escucharme,
yo no puedo escucharle.
Un hombre de aproximadamente 40 años me está ayudado; sin embargo,
sigo sintiéndome bastante confusa.”

Las primeras asociaciones al sueño de las que dispongo son las mías (no se
las comunico a la paciente, las guardo para mí): el “enfrentamiento muy
duro” entre los dos chóferes de los autobuses me hace inmediatamente
pensar en el duro enfrentamiento entre sus padres, que los ha llevado a la
separación.
El “laberinto” me evoca la imagen de un contenedor-cárcel del cual no se
logra salir, un claustrum visceral que asocio con la madre simbiótica y
secuestradora.
También me llama la atención el hecho de que la paciente se encuentre “en
la plaza” en condiciones todavía nocturnas (en pijama, sin lavarse,
adormecida), como para representar una evidente discrepancia entre su
equilibrio interno y las circunstancias externas de su vida.
La locución “en la plaza” sugiere la idea de la exposición y de la creciente
visibilidad/toma de conciencia “pública”, es decir, compartida por los dos
en el análisis.
Me quedo pensando también en este “sentir o no sentir” al otro: me
pregunto cómo será la situación, aquí, entre nosotros…
Después de haber relatado este sueño, Flavia asocia dos imágenes.
La primera se refiere a una “Roma de veinte o treinta años atrás”, con los
coches que se utilizaban en ese entonces, los vestidos de la época, etcétera.
La segunda imagen es la de “un teléfono antiguo”.
Le pregunto acerca de Roma.
Me dice que Roma es la ciudad donde su padre se trasladó tras la
separación, en parte por razones profesionales, en parte para tratar de
recuperarse del trauma del abandono.
Relaciona espontáneamente el “teléfono antiguo” a sus difíciles contactos
con el padre, que ella evitaba.
Me hallo ahora en condición de decirle que ella se siente todavía en
dificultad, tanto aquí conmigo,
como con su padre interno: por un lado, estamos empezando a conectarnos,
ella y yo (como equivalente paterno: “volvemos a hablarnos” = el “teléfono
antiguo”); por otro, si bien ella va a poder emprender su salida del
“laberinto” materno secuestrador, indudablemente se siente todavía
desprevenida (“adormecida”, “en pijama”) y teme manejarse de forma
inadecuada (“chocar por todos lados”) en la “oscuridad” y en la “niebla”
de la relación.
Añado que quizás esté experimentando cierto temor de tener que “bajar del
autobús”/análisis – como le ocurrió en la relación con su padre, la cual se
interrumpió prematuramente.

Pienso – aunque no se lo diga, por ser un pensamiento cultural, de


naturaleza más bien “técnica” – que, a menudo, en los sueños, los medios
de transportes tienen que ver con la “transferencia”…
Le señalo que, tanto en sus asociaciones como en mi interpretación, hace
falta la referencia al elemento final del sueño, el “hombre de
aproximadamente 40 años”.
Dice que se le ocurre pensar en su marido.
Quizás éste le esté “ayudando”, configurándose como un posible elemento-
puente hacia el objeto paterno, con el cual Flavia no ha podido todavía
conectarse en su interior (hasta ahora el marido había sido más bien
experimentado subjetivamente como un equivalente fraterno).
Yo me encuentro sinceramente emocionado al sentir que, conmigo, esta
paciente está pudiendo volver a retomar un camino interrumpido tanto
tiempo atrás, y se me ocurre pensar no sólo en cuánto ella pueda haber
extrañado la presencia de su padre, sino también en cuánto su padre
pueda haberla extrañado a ella (contratransferencia complementaria
adecuada).

A continuación, quiero proponer otro ejemplo de material transferencial,


esta vez más bien de tipo “a matrioska”, en donde muchas relaciones
internas y externas al análisis están permeables por la vivencia
transferencial principal que prevalece en aquel momento.
A nivel profesional, Valeria es una ejecutiva eficiente y exitosa; sin
embargo, en la vida es una mujer muy sola. Su Edipo ha sido demasiado
perjudicado: el padre se fue muy pronto de la casa con una mujer mucho
más joven y bonita que la madre de Valeria. Con esta nueva mujer el padre
de Valeria ha tenido dos otras hijas, a las que aparenta preferir antes que a
ella.
Omito otros elementos de su biografía, por exigencias de brevedad.
En este período Valeria está experimentando – aunque con mucha timidez
y temor – repetidas sensaciones de que sea posible acercarse más a mí, y
todavía le cuesta mucho reconocer y verbalizar algo al respeto.
En una sesión de mitad de semana Valeria me habla acerca de su buena
interacción con el señor G., un joven colaborador “muy buena gente”
recién llegado en su oficina, quien la sorprende un poco ya que parece
capaz de relacionarse “de forma lúdica” con ella.
De arranque, el inicio de su relato me produce algunas fantasías acerca de
un posible cortejo de parte de él.
La eventualidad no parece tan inverosímil; sin embargo, una de las
siguientes frases de Valeria me llama mucho la atención: dice que cuando
el mencionado colaborador se le acerca para trasmitirle alguna
comunicación de servicio, parece “todo contento, como una niña bien
arregladita que le está trayendo una buena evaluación del colegio”.
“Sabe, doctor”, añade la paciente, “en aquellos momentos se crea una
atmósfera algo caliente, algo tropical, ¡parece que casi pudiera hacer
florecer las plantas!”
Valeria añade que se siente agradecida con el señor G. por esta linda
atmósfera y “por haber podido dialogar bien con él: atmósferas
agradables”.
Me imagino al señor G. como un hombre joven, probablemente atractivo y
simpático; sin embargo, aquella asociación algo incongruente (¡referida a
él!) con la “niña bien arregladita” me hace pensar en ella con su papá, y
también en ella conmigo.
En efecto, también entre nosotros, en sesión, se crea aquella atmósfera que
ora parece extenderse hacia el exterior.
Que se esté dando un proceso de transformación de la conflictiva edípica
emerge a raíz de una sucesiva asociación de Valeria, en la cual aparece
(otra vez con una curiosa confusión de género), un “tercero dañado”: el
señor G. ha “consolidado la alianza” con ella formulando un chiste contra
un enemigo común, odiado por ambos: “Ha llegado F.: el hombre que
parece recién regresar de su propio funeral”. Han reído juntos.
En mi comprensión de los desarrollos edípicos, los pacientes que producen
una transferencia erótica (seductora y a menudo manipuladora) deben ser
ayudados a “reevaluar el tercero”, que ellos más bien tienden a “asesinar” y
excluir con perversa facilidad ya que, por lo contrario, eludirían la
experiencia depresiva de “tramontar el complejo de Edipo”.
Al revés, los pacientes que – tras enormes esfuerzos y conflictos – logran
acceder a una transferencia amorosa conflictiva y no seductora, tienen que
ser ayudados a afrontar la rivalidad con el “tercero” sin sentirse
ineluctablemente derrotados, humillados y excluidos a priori.
Las “atmósferas tropicales” experimentadas por Valeria en sus creativos
desplazamientos extraanalíticos parecen señalar algunos cambios internos y
abrir horizontes de esperanza para lograr una libidinización positiva del
equivalente paterno edípico.
En este caso particular, parece que el “ataque al tercero” (el “enemigo
común”) propuesto por el señor G. (y replanteado en forma de asociación
en la sesión) no tenga que ser interpretado como particularmente
destructivo: Valeria está carente de momentos de alianza “excluyente”, ya
que siempre se sintió excluida.

UN REGALO DIFÍCIL.

En 1959 Roy Schafer ha escrito:

“... el reconocimiento y la protección de la condición de separación del


objeto comportan cierta combinación de curas maternas, habilidad y
autoridad paternas, fidelidad fraterna, capacidad de reparación filial e
intimidad sensual, de naturaleza intrusiva y receptiva. Al funcionar
empáticamente, el terapeuta se hace por algunos aspectos madre, padre,
hermano, hijo y amante del paciente, así como – vía la introyección – el
mismo paciente”.

Esta poliedricidad funcional – aparentemente proteiforme – no procede, sin


embargo, de la omnipotencia, sino más bien de la esperada capacidad del
analista de mantener un contacto interior vivo y sensible con su propio Sí
mismo.
Del contacto interior con el propio Self se sacan los recursos que nos
permiten mantenernos enteros y que le brindan al paciente la posibilidad de
relacionarse con un interlocutor suficientemente integrado.
En mi visión actual, el analista contemporáneo es un analista complejo y
articulado, capaz de sacar provecho de un siglo de psicoanálisis y de las
aportaciones (algunas veces contradictorias, pero más a menudo
alumbradoras) de los muchos maestros que han estudiado los aspectos
específicos de la vida mental profunda.
El analista contemporáneo es, pues, capaz de percibir los niveles diádicos
indispensables para la vida mental elemental del paciente, por ejemplo
desempeñando a aquellas funciones inherentes a la irrenunciable
fusionalidad interpsiquica parcial que posibilitan la relación.
Al mismo tiempo, tiene también que respetar la alternancia de fusión y
separación, de cercanía y alejamiento, así como los niveles de triangulación
que se dan en la sesión.
El trabajo del analista/padre no traiciona al otro padre fantasmado; es decir,
el psicoanálisis con su setting y sus reglas; así que el paciente puede
sentir que hay un contenedor que sí lo limita pero que, al mismo tiempo, lo
contiene y lo protege, según un esquema familiar que posibilita los
procesos de crecimiento.
Un buen padre no asfixia al Edipo: más bien lo permite, aunque sin sobre-
estimularlo.

Hay una imagen que me agrada particularmente:

“Cada buen padre debería bailar al menos un vals con su hija, y mostrarse
conmovido y honrado por esto.
Cada niña debería haber tenido la posibilidad de bailar este vals con su
papá o con un equivalente paternal realmente afectuoso, sintiéndose
estimada, valorada y admirada, para poder transitar suavemente hacia la
toma de conciencia del siempre doloroso desengaño edípico.
Asimismo, cada padre debería también saber echarse a un lado, una vez
llegado el momento, para no impedir la separación progresiva que tiene que
darse en la juventud, tras haber protegido y favorecido el crecimiento: hasta
cuando tenga que acompañar simbólicamente su hija al altar, para
entregarla a su real pareja sexual adulta.
El analista, a veces, se encuentra en la tesitura de tener que recorrer las
mismas fases y desempeñar las mismas funciones, hasta el “tramontar”
natural de la transferencia amorosa: cuando, después de un largo recorrido
psicológico que puede incluir la “realización” de la unión amorosa a un
nivel fantástico-simbólico (a veces, por ejemplo, con episodios de
masturbación en los que, tras un largo conflicto, ternura y sensualidad
logran integrarse), la paciente llega a la dolorosa y efectiva renuncia,
teniendo así acceso a la eventualidad del encuentro con un nuevo objeto,
finalmente posible y real” (Bolognini 1994).

El padre debería entonces bailar oficial y públicamente un vals con su hija:


aunque, añadiría yo, no debería ser ni un tango ni en privado.
Es de importancia inestimable que se produzca este reconocimiento
formalizado y admirativo de la especificidad sexual, en lugar de una
“consumación” sensualizada y oculta de la misma.
La dimensión “pública", declarada, implica un consciente que se va
desplegando; esto es, en presencia de todos las componentes del Self, en un
régimen que no favorece ni la escisión ni la clandestinidad.

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