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Stefano Bolognini
CONSIDERACIONES GENERALES
El cuadro es, por ende, complejo: sin una suficiente integración del
componente fálico, en efecto, es difícil que las capacidades generativas o
las competencias genitales logren expresarse, ya que estarían careciendo de
la suficiente cantidad de cohesión narcisista indispensable para sustentar, al
menos básicamente, el sentido de Sí mismo del sujeto en su “emprender”
pulsional y relacional.
Las clásicas subdivisiones de las tipologías en “guerreros”, “pastores” o
“agricultores” – típicas de muchos pueblos de la antigüedad – dan razón de
las diferencias entre algunas características masculinas fundamentales.
En los primeros (los guerreros) prevalecen los aspectos predatorios y
competitivos. En los segundos (los pastores), predomina la capacidad de
gestión de los recursos animales, en la cual algunos aspectos propios del
control anal se integran con aspectos más bien dirigidos hacia la
facilitación y protección de los vínculos nutritivos y reproductivos.
En los terceros (los agricultores), finalmente, el vínculo se da con la
“madre-tierra” y el desafío edípico (incluso en sus aspectos persecutorios)
está dirigido esencialmente hacia los humores imprevisibles del
“padrecielo”, que puede bendecir la fertilización con oportunas alternancias
de lluvia y sol, o bien destruirla con la sequía o las granizadas.
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?COMO CONVERTIRSE EN MACHOS?
P. (de arranque) “¡Fue una lucha durísima, doctor! Escribía tres líneas,
luego sentía vergüenza por lo que había escrito y encendía la TV; dentro
de un rato volvía a apagarla, me redisponía a escribir, y así
sucesivamente. En realidad, durante años he actuado de esta forma: nada
más fácil que evitar el empeño y el peligro, abandonándome entre los
brazos de mamá-TV…”
A. “… mientras que para participar al concurso se necesitaría del coraje
de un león…”
P. (ríe; luego se vuelve de nuevo serio) “Sí pero, doctor, le aseguro que la
lucha del sueño era realmente aterradora!... [Se le ve de nuevo
emocionado] Felizmente, ahí en la terraza yo me encontraba seguro…”
SESIÓN SIGUIENTE
P. “De niño sentía una gran devoción por él, y sentía que él me quería.
Pero una vez, frente a la cafetería principal del pueblo, se le ocurrió
presentarme a un señor como “mi muñecote”: en ese momento me hizo
sentir como un niño torpe, imbele – si bien aquella expresión fuera, en el
fondo,
cariñosa. Tenía seis años, me hirió mucho el orgullo, me sentí humillado y
sentí rabia. Algo parecido pasó también cuando yo era adolescente: una
vez me negó el empleo del coche, de miedo a que pudiera sucederme algo,
y tuvimos unos pleitos muy duros; pero igual, no hubo nada que hacer.
Algún tiempo después, tras mi licenciatura y su muerte, yo tuve el dinero
para el coche, pero me faltó el valor. Como usted sabe, he sacado mi
licencia de conducir sólo el año pasado.”
P. “En el sueño usted tuvo una actitud poco convencional, pero útil. Se me
ocurre aquel episodio de hace algunos meses, cuando el ingeniero X
mandó a mi oficina a una cliente suya, aquella mujer separada, bonita,
atractiva. Me surgieron unas cuantas fantasías sexuales y también
experimenté cierta atracción, junto con vergüenza y sentido de culpa: me
sentí un verdadero
puerco, y pensé que tenía que cambiar de trabajo (en realidad, en aquel
periodo yo solía considerarme un puerco aún cuando me sentía interesado
por las chicas bonitas que se cruzaban en la calle). Yo luchaba contra
aquellos pensamientos. Me alivió muchísimo hablar del asunto acá.”
Con respeto a la función paterna del analista con las pacientes mujeres, he
decidido ocuparme aquí específicamente de aspectos hipo-desarrollados de
la situación edípica.
Son éstas, situaciones clínicas frecuentes y sumamente características.
Espero llegar a brindar una idea clara de cómo el analista puede
desempeñar aquel rol paterno adecuado que le es solicitado desde el
desarrollo de la transferencia, “dejando trabajar”, si es necesario, la
contratransferencia — siempre y cuando – evidentemente – ésta se revele
“adecuada”.
Un primer ejemplo clínico se halla en la sesión de Flavia, una mujer de 35
años casada, de aspecto y actitudes algo infantiles, que desde pequeña fue
literalmente “secuestrada” y utilizada como objeto simbiótico por la madre,
al separarse esta última abruptamente del marido, a quien nunca había
querido y que al final había desechado.
Flavia vivió siempre pegada a la madre, teniéndole cierta desconfianza al
padre y evitando el contacto con él.
Está actualmente en su tercer año de análisis y desde algún tiempo están
surgiendo, de forma muy conflictiva, algunos movimientos emotivos y
fantasías que desestabilizan su equilibrio interno habitual.
Raramente el analista apareció integrado en la vida mental consciente de la
paciente; pero hoy Flavia trae un sueño que parece revelar ciertos avances
significativos y dramáticos:
Las primeras asociaciones al sueño de las que dispongo son las mías (no se
las comunico a la paciente, las guardo para mí): el “enfrentamiento muy
duro” entre los dos chóferes de los autobuses me hace inmediatamente
pensar en el duro enfrentamiento entre sus padres, que los ha llevado a la
separación.
El “laberinto” me evoca la imagen de un contenedor-cárcel del cual no se
logra salir, un claustrum visceral que asocio con la madre simbiótica y
secuestradora.
También me llama la atención el hecho de que la paciente se encuentre “en
la plaza” en condiciones todavía nocturnas (en pijama, sin lavarse,
adormecida), como para representar una evidente discrepancia entre su
equilibrio interno y las circunstancias externas de su vida.
La locución “en la plaza” sugiere la idea de la exposición y de la creciente
visibilidad/toma de conciencia “pública”, es decir, compartida por los dos
en el análisis.
Me quedo pensando también en este “sentir o no sentir” al otro: me
pregunto cómo será la situación, aquí, entre nosotros…
Después de haber relatado este sueño, Flavia asocia dos imágenes.
La primera se refiere a una “Roma de veinte o treinta años atrás”, con los
coches que se utilizaban en ese entonces, los vestidos de la época, etcétera.
La segunda imagen es la de “un teléfono antiguo”.
Le pregunto acerca de Roma.
Me dice que Roma es la ciudad donde su padre se trasladó tras la
separación, en parte por razones profesionales, en parte para tratar de
recuperarse del trauma del abandono.
Relaciona espontáneamente el “teléfono antiguo” a sus difíciles contactos
con el padre, que ella evitaba.
Me hallo ahora en condición de decirle que ella se siente todavía en
dificultad, tanto aquí conmigo,
como con su padre interno: por un lado, estamos empezando a conectarnos,
ella y yo (como equivalente paterno: “volvemos a hablarnos” = el “teléfono
antiguo”); por otro, si bien ella va a poder emprender su salida del
“laberinto” materno secuestrador, indudablemente se siente todavía
desprevenida (“adormecida”, “en pijama”) y teme manejarse de forma
inadecuada (“chocar por todos lados”) en la “oscuridad” y en la “niebla”
de la relación.
Añado que quizás esté experimentando cierto temor de tener que “bajar del
autobús”/análisis – como le ocurrió en la relación con su padre, la cual se
interrumpió prematuramente.
UN REGALO DIFÍCIL.
“Cada buen padre debería bailar al menos un vals con su hija, y mostrarse
conmovido y honrado por esto.
Cada niña debería haber tenido la posibilidad de bailar este vals con su
papá o con un equivalente paternal realmente afectuoso, sintiéndose
estimada, valorada y admirada, para poder transitar suavemente hacia la
toma de conciencia del siempre doloroso desengaño edípico.
Asimismo, cada padre debería también saber echarse a un lado, una vez
llegado el momento, para no impedir la separación progresiva que tiene que
darse en la juventud, tras haber protegido y favorecido el crecimiento: hasta
cuando tenga que acompañar simbólicamente su hija al altar, para
entregarla a su real pareja sexual adulta.
El analista, a veces, se encuentra en la tesitura de tener que recorrer las
mismas fases y desempeñar las mismas funciones, hasta el “tramontar”
natural de la transferencia amorosa: cuando, después de un largo recorrido
psicológico que puede incluir la “realización” de la unión amorosa a un
nivel fantástico-simbólico (a veces, por ejemplo, con episodios de
masturbación en los que, tras un largo conflicto, ternura y sensualidad
logran integrarse), la paciente llega a la dolorosa y efectiva renuncia,
teniendo así acceso a la eventualidad del encuentro con un nuevo objeto,
finalmente posible y real” (Bolognini 1994).