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UN POETA EN NUEVA YORK

De Federico García Lorca.

manifiesto poético
con Lorca, aquí y ahora

I. POEMAS DE LA SOLEDAD EN COLUMBIA


UNIVERSITY
Lizeth

VUELTA DE PASEO
Asesinado por el cielo.
Entre las formas que van hacia la sierpe
y las formas que buscan el cristal,
dejaré crecer mis cabellos.

Con el árbol de muñones que no canta


y el niño con el blanco rostro de huevo.

Con los animalitos de cabeza rota


y el agua harapienta de los pies secos.

Con todo lo que tiene cansancio sordomudo


y mariposa ahogada en el tintero.
Tropezando con mi rostro distinto de cada día.
¡Asesinado por el cielo!

Sofía 1910 (INTERMEDIO)

Tatiana
FABULA Y RUEDA DE LOS TRES AMIGOS

II. LOS NEGROS

Adriana U
EL REY DE HARLEM

Susana
IGLESIA ABANDONADA
(BALADA DE LA GRAN GUERRA)

III. CALLES Y SUEÑOS

Mabel
DANZA DE LA MUERTE
Martha
CIUDAD SIN SUEÑO
(NOCTURNO DE BROOKLYN BRIDGE)

Alejandra
LA AURORA

IV. POEMAS DEL LAGO EDEN MILLS

MillYS
CIELO VIVO

V. EN LA CABAÑA DEL FARMER


Rosandy
VACA

VII. VUELTA A LA CIUDAD


zuly
NEW YORK
OFICINA Y DENUNCIA

VIII. DOS ODAS


Lizeth
GRITO HACIA ROMA

Manzanas levemente heridas


por los finos espadines de plata,
nubes rasgadas por una mano de coral
que lleva en el dorso una almendra de fuego,
peces de arsénico como tiburones,
tiburones como gotas de llanto para cegar
una multitud,
rosas que hieren
y agujas instaladas en los caños de la sangre,
mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos
caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula
que untan de aceite las lenguas militares
donde un hombre se orina en una deslumbrante
paloma
y escupe carbón machacado
rodeado de miles de campanillas.

Porque ya no hay quien reparta el pan ni el vino,


ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,
ni quien abra los linos del reposo,
ni quien llore por las heridas de los elefantes.
No hay más que un millón de herreros
forjando cadenas para los niños que han de
venir.
No hay más que un millón de carpinteros
que hacen ataúdes sin cruz.
No hay más que un gentío de lamentos
que se abren las ropas en espera de la bala.
El hombre que desprecia la paloma debía hablar,
debía gritar desnudo entre las columnas,
y ponerse una inyección para adquirir la lepra
y llorar un llanto tan terrible
que disolviera sus anillos y sus teléfonos de
diamante.
Pero el hombre vestido de blanco
ignora el misterio de la espiga,
ignora el gemido de la parturienta,
ignora que Cristo puede dar agua todavía,
ignora que la moneda quema el beso de prodigio
y da la sangre del cordero al pico idiota del
faisán.

Los maestros enseñan a los niños


una luz maravillosa que viene del monte;
pero lo que llega es una reunión de cloacas
donde gritan las oscuras ninfas del cólera.
Los maestros señalan con devoción las enormes
cúpulas sahumadas;
pero debajo de las estatuas no hay amor,
no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.
El amor está en las carnes desgarradas por la sed,
en la choza diminuta que lucha con la
inundación;
el amor está en los fosos donde luchan las
sierpes del hambre,
en el triste mar que mece los cadáveres de las
gaviotas
y en el oscurísimo beso punzante debajo
de las almohadas.
Pero el viejo de las manos traslúcidas
dirá: amor, amor, amor,
aclamado por millones de moribundos;
dirá: amor, amor, amor,
entre el tisú estremecido de ternura;
dirá: paz, paz, paz,
entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita;
dirá: amor, amor, amor,
hasta que se le pongan de plata los labios.

Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras


tanto,
los negros que sacan las escupideras,
los muchachos que tiemblan bajo el terror
pálido de los directores,
las mujeres ahogadas en aceites minerales,
la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,
ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el
muro,
ha de gritar frente a las cúpulas,
ha de gritar loca de fuego,
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la cabeza llena de excremento,
ha de gritar como todas las noches juntas,
ha de gritar con voz tan desgarrada
hasta que las ciudades tiemblen como niñas
y rompan las prisiones del aceite y la música,
porque queremos el pan nuestro de cada día,
flor de aliso y perenne ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla la voluntad de
la Tierra
que da sus frutos para todos.

FEBER

X. EL POETA LLEGA A LA HABANA


V. EN LA CABAÑA DEL FARMER
Rosandy
VACA
Se tendió la vaca herida;
árboles y arroyos trepaban por sus cuernos.
Su hocico sangraba en el cielo.

Su hocico de abejas
bajo el bigote lento de la baba.
Un alarido blanco puso en pie la mañana.

Las vacas muertas y las vivas,


rubor de luz o miel de establo,
balaban con los ojos entornados.

Que se enteren las raíces


y aquel niño que afila su navaja
de que ya se pueden comer la vaca.

Arriba palidecen
luces y yugulares.
Cuatro pezuñas tiemblan en el aire.

Que se entere la luna


y esa noche de rocas amarillas:
que ya se fue la vaca de ceniza.
Que ya se fue balando
por el derribo de los cielos yertos
donde meriendan muerte los borrachos.

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