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Los bárbaros son una vieja pesadilla: las tribus sedentarias se

estremecían cuando escuchaban los cascos de los caballos de los


nómadas. Los chinos erigieron una muralla del tamaño de su
miedo para protegerse de los bárbaros, es decir, sujetos crueles y
extranjeros. La refinada Grecia añadió una acepción: incultos. En
Roma la pesadilla se concretó. Desde entonces es difícil saber si
vivimos amenazados por la barbarie o si somos bárbaros que
soñamos ser una especie civilizada que tiene pesadillas con los
bárbaros.

Alessandro Baricco, autor de Los bárbaros, ensayo sobre la


mutación, no tiene dudas: él es el antípoda del bárbaro, es un
hombre refinado y bueno; pero esto no le impide reflexionar sobre
la barbarie con una miranda honda y desprovista de ironías. Una
aclaración: la ironía es un arma aguda, un tropo clásico, es verdad,
pero ya hemos tenido bastante de intelectuales que ironizan sobre
la barbarie, de dramaturgos que se burlan de las telenovelas.
Baricco intenta algo más complicado: comprenderlas.

Su ensayo descansa sobre cuatro postulados: 1, el miedo a los


bárbaros es antiguo; 2, lo que ayer fue bárbaro hoy es clásico:
Micky Mouse, la televisión, los Beatles…; 3, nada es deleznable;
4, el bárbaro quizá tenga cerebro, pero sin duda no tiene alma.

Para demostrar el incontenible avance de los bárbaros, Baricco


estudia cuatro vicios, cuatro conquistas modernas de los bárbaros:
el vino, el fútbol, los libros y Google. El vino, que antes se hacía
lentamente y al detal, hoy está masificado y lo fabrica cualquiera,
hasta los norteamericanos. Sobre todo, los norteamericanos. El
fútbol, que era un arte, el reino de la gambeta y la fioritura, se
volvió un asunto casi robótico, un juego más mental que físico
pero, eso sí, técnico, masivo y millonario. Los libros, que se
escribían y leían muy despacio, hoy son un artículo de
supermercado, cuentan las cosas de una manera muy ágil y no
respetan las fronteras de los géneros literarios. Y Google,
finalmente (templo y búnker de los bárbaros), cambió la
profundidad por la superficie, la reflexión por la velocidad, el
velero por el surf, la expresión por la comunicación, la
especialización por el multitasking, el esfuerzo por el placer.

Incluso en la democracia, que es el culto máximo a la estadística,


Baricco ve el triunfo de los bárbaros. Pero no se rasga las
vestiduras, como hacemos los ‘griegos’. Cree que todos estos
sacrilegios apuntan de manera inconsciente a dinamitar ‘el alma
clásica’ porque su ‘profundidad’ fracasó y sólo produce desastres
sociales y ecológicos. Tal vez los jóvenes huyen de la profundidad
y se refugian en sus audífonos sordos y en sus pantallas ciegas
porque los asusta el mundo de los adultos y, lo que es peor, lo
encuentran muy aburrido, peligroso, pero aburrido.

Los bárbaros, ensayo sobre la mutación, cierra sin conclusiones


tajantes porque no es un libro proselitista. No está escrito para
defender una tesis sino para pensar escribiendo. Tiene un punto de
vista original porque el autor se paró en la mitad del campo de
batalla. Aunque es ‘griego’, Baricco percibe algo pestilente entre
las fragancias de la civilización y reconoce que los bárbaros tienen
sus chispazos, por ejemplo, la globalización del vino, la técnica
del fútbol moderno, los grandes tirajes editoriales y la
omnisapiencia de Google.

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