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El Orden y El Derecho FRIEDMAN Intro
El Orden y El Derecho FRIEDMAN Intro
EL ORDEN
DEL DERECHO
LA RELACIÓN ENTRE LA ECONOMÍA
YEL DERECHO Y SU IMPORTANCIA
I NNI
SFREE
Introducción
Mi propósito
existiera un hombre en el mundo, tendría muchos problemas,
Si solo
Sus fallos
actuar de esta manera, sino porque aquel que cometió el daño debe
pagar por él. Precisamente por ese motivo solemos insistir en que
nuestro hijo o hija ordene su habitación.
Tengo dos respuestas para este convincente argumento. Primero,
la justicia no informa adecuadamente el derecho debido a que es
sorprendentemente irrelevante para un gran número de cuestiones
legales y porque no contamos con una teoría apropiada que deter-
mine los factores que convierten una ley en justa o injusta. Nuestras
instituciones jurídicas son, en gran medida, consecuencia en lugar de
causa: creemos que las normas son justas simplemente porque nos
hemos criado con ellas.
En segundo lugar, en muchos casos, aunque probablemente no en
todos, las normas que obedecemos porque consideramos justas son,
de hecho, eficientes. Para aclarar este argumento, he decidido ignorar
por completo las cuestiones que tienen que ver con la justicia en este
análisis. Al medir el grado en que las normas jurídicas satisfacen los
intereses de todo el mundo, y juzgándolas según corresponde, con-
sidero que el deseo de conservar mi propiedad y la voluntad de un
ladrón de arrebatármela se sitúan en un mismo plano. Pese a ello,
como veremos, bastantes elementos de la justicia (por ejemplo, las
leyes antirrobo o exigir pulcritud a personas desordenadas) no son lo
que parecen. Esto, desde mi punto de vista, es interesante.
Los destinatarios
Mary tiene una manzana y John quiere una. La fruta tiene un valor de 50
céntimos para ella, lo que significa que le es indiferente poseer la man-
zana o venderla por 50 céntimos. Para él vale 1 dólar, y acaba comprán-
dola por 75 céntimos.
céntimos más que antes, puesto que la pieza de fruta solo valía 50
céntimos para ella. John ya no posee sus 75 céntimos, pero tiene la
manzana y obtiene 25 céntimos de beneficio, puesto que la fruta valía
1 dólar para él. Ambos han logrado beneficios; su ganancia neta es de
50 céntimos. La transferencia ha supuesto una mejora.
Lo seguiría siendo, y por la misma cantidad, si John, negociador
astuto, se las hubiera arreglado para conseguir la manzana por 50
céntimos: él gana 50 céntimos, ella no obtiene nada y la ganancia neta
vuelve a ser de 50 céntimos. Lo mismo sucedería si Mary negociara
mejor y vendiera la manzana por 1 dólar, el valor total de John.
Se trataría igualmente de una mejora, y de nuevo por la misma
cantidad, si John robara la manzana (gratis) o Mary la perdiera y
si
2 Aunque «eficiente» no
su significado
sinónimo de «deseable» o «debería»,
es
lo suficiente como para que las
se aproxima respuestas
a preguntas como «zqué es eficiente?» y «zqué deberíamos hacer?»
sean al menos relevantes entre ellas, si bien no necesariamente idén-
ticas.
Dicho de otra manera, lo que Marshall considera «más eficiente» se
asemeja a lo que la gente califica como «mejor» y, además, es mucho
más preciso y se aplica más fácilmente. Parecerse, no obstante, no
equivale a identificarse, como mi hijo de seis años podría fácilmente
demostrar visitando una licorería con mi carné de identidad. Antes
de dar por válido el concepto de eficiencia económica, merece la pena
señalar sus limitaciones:
1. Asume que lo único relevante son las consecuencias. De esta
manera, descarta la posibilidad de valorar normas legales mediante
otros criterios no consecuentes, como la justicia.
Imaginemos a un sheriff que observa a una multitud a punto de
linchar a tres sospechosos de asesinato que son inocentes. Decide
solucionar el problema proclamando (espuriamente) que tiene prue-
bas en contra de uno de ellos y acaba con su vida de un disparo.
Si lo juzgamos según sus consecuencias, asumiendo que no existía
otra solución posible, parece una mejora inequívoca (de dos vidas).
Sin embargo, muchos de nosotros guardaríamos reservas morales con
respecto a la actitud del sheriff.
mas aprendidas que producen un resultado eficiente, es decir, leyes
que, de alguna manera, hemos asimilado. Si esta es una imagen ade-
cuada de la justicia, el lector lo tendrá que decidir por él mismo.
Cabe la posibilidad de que definir el valor según nuestras acciones
no siempre produzca la respuesta acertada, pero resulta complicado
recurrir a otra forma mejor. Si el valor que otorgo a un bien no está
delimitado por mi forma de actuar, deberá determinarse, por razones
operacionales (para controlar las consecuencias), según las acciones
de otra persona. Mientras la estatua de la justicia siga anclada firme
mente en su pedestal en lugar de descender y tomar las riendas, las
acciones de las personas constituyen el único instrumento disponible
para mover el mundo. El único problema será, por tanto, encontrar
a «otra persona» que, por un lado, conozca nuestros intereses mejor
El debate sugiere, hasta este punto, una solución simple para crear
normas legales eficientes: propiedad privada más libre intercambio.
Todo pertenece a alguien; todos somos libres de comprar o vender en
cualesquiera términos aceptables para comprador y vendedor.
Nuestra generalización para incluir el cultivo de manzanas, así
como para comerciar con ellas, es pues inequívoca. Un bien nuevo
pertenece a aquel que lo produjo. Por tanto, si el coste de producir un
bien (el coste agregado de todos los insumos necesarios) es inferior al
valor más alto que alguien le otorga, será rentable comprar los insu-
mos, producir el bien y venderlo al mejor postor. No solo todos los
bienes se asignarán a su uso óptimo (el que ofrezca mayor valor), sino
que se producirán solo si su valor más alto es superior al coste que
asume quienquiera que los produzca más fácilmente.