Está en la página 1de 3

Universidad Nacional de Colombia – sede Bogotá

Maestría en Estudios Culturales


Género y Ambiente – 2021-I
Profesora: Astrid Ulloa
Presentado por: Paula Carolina Uribe Polo

No quiero ser mujer

Me atrevo a comenzar este comentario de los textos de Sandra Harding, Gisli Pálsson y Donna Haraway, con
una pregunta que me ha perseguido constantemente desde mi infancia: ¿por qué soy mujer? Sin el interés de
convertir este ensayo en una perorata de mi historia personal, quiero relatar lo que ha sido un largo proceso de
contradicciones, angustias y sentimientos de rabia por las injusticias que me han caído encima por el simple
hecho de llevar un rotulo de género, en dialogo con los análisis de las autoras y autor antes mencionadas.

Yo fui plenamente consciente de mi ‘lugar’ femenino en el momento en que sangré por primera vez. Ese día,
recuerdo, mi mamá lloró y me decía: ‘ya eres una mujer’. Antes de esa manifestación física de mi cuerpo, la
distinción de género no era aún muy clara para mí, salvo en el descubrimiento de los genitales al compararlos
con los niños, o la insistencia de las instituciones como el colegio, la iglesia y mi familia al elegir mi forma de
vestir, mi comportamiento y las maneras correctas de hablar y pensar.

La menstruación para mí fue algo extraño. No podía hablar de manera abierta que sangraba entre mis piernas,
ni podía pedir con soltura una toalla higiénica por la vergüenza a que un niño escuchara. En mi casa, mi mamá
me enseñó a como limpiarme, me explicó los dolores típicos de esos días y, sobre todo a cómo disimular la
menstruación, pues vivía con tres hombres: dos hermanos mayores y un sobrino menor que yo. Los hombres no
debían enterarse cuando yo menstruara, no debían ver una mancha de sangre en le sanitario ni papeles rojos en la
cesta de la basura. Debía guardar mis toallas higiénicas en mi armario y no dejarlas a la vista en el baño y hablar
en voz baja si necesitaba algo como una toalla, o si había sufrido una fuga.

Odiaba mi cuerpo cuando menstruaba, y en la medida que fui creciendo, cierta rabia por no hablar de manera
abierta de una manifestación natural de mi cuerpo, hizo que me revelara en ciertos aspectos. En varias ocasiones,
desee no ser mujer, pues, aunque la menstruación era como una marca distintiva y que me condenaba a un lugar
que no quería, no era lo único que me obligaba a mantener mi ‘lugar’ como mujer.

En esa pregunta del por qué soy mujer, hubo momentos de mi búsqueda en las que aparecieron frases como:
la exuberancia de lo natural, lo oscuro, lo incognoscible, la magia, el misterio, pura, virgen, salvaje, pasión,
irracional, emocional. No entendía bien por qué la distinción entre lo femenino y lo masculino era tajamente
separada por lo racional, por la inteligencia y por manifestaciones biológicas como la menstruación. Esa
separación tiene bastante relación con lo que Pálsson (2001) reseña como la dicotomía entre la sociedad y la
naturaleza. Desde las corrientes del pensamiento eurocéntrico, las representaciones ideales de las relaciones
entre lo femenino y lo masculino se sujeta también a las relaciones y representaciones con la naturaleza. Lo

1
natural no descubierto, inexplorado, salvaje y peligros, suele asociarse con lo femenino, mientras que lo
domesticado, lo objetivo, medible y conocido se sujeta a las nociones de lo masculino.

Las distinciones por genero han permeado todo lo que conocemos, sociedad o naturaleza. La base de
oposiciones funciona de tal manera que es difícil pensar en una estructura de pensamiento que no se centre en los
pares contrarios. La ‘generización’ (Harding, 1996) de todos los espacios vividos, son manifestaciones
contundentes de una corriente de pensamiento basado en la opresión, la dominación y las relaciones de poder
basadas en la explotación. Este sistema de clasificación y división de acuerdo a rasgos físicos, biológicos,
económicos y socio-culturales se han mantenido hasta hoy, con adaptaciones a las dinámicas propias del sistema
capitalista post-industrial, particularmente en la era de los sistemas de comunicación ultramodernos y el
desarrollo acelerado de la tecnología.

Con agrado veo que, a hoy, hay un descentramiento de ciertas concepciones diferenciales que desde el género
se han entronado como la menstruación y el rol ideal del ser mujer, gracias a la explosión de espacios de
discusión y debate propiciado principalmente por las redes sociales. Sin embargo, aún persiste cierta matriz
natural y única que persiste en la diferenciación entre mujeres y hombres. Esto se debe en parte a que la matriz
de dominaciones (Collins, 2012) en la que se entronca nuestro entonces se basa en la construcción de otredades.
Dentro del otro cabe todo aquello que sirve como parte de una gran cadena de explotación y que puede tener
cierto protagonismo dadas las coyunturas, pero siguen estando bajo el tutelazgo de unos engranajes que sujetan y
condicionan. El medio ambiente, las mujeres racializadas, los niños y las niñas, son una especie de clase
subrogada que se siente en deuda o es deudor, depende del contexto, y puede convertirse en un móvil de cierta
protección sin que ello implique la transformación de la misma matriz de dominaciones. Algo similar al
paternalismo ambiental que plantea Pálsson (2001, p. 88).

En el trasegar de la angustia y la critica que considero hacia el género que se me ha impuesto, recorrí
momentos en los que negué mi ser mujer en una sociedad que me utiliza como una tuerca de la gran máquina
que resulta reemplazable. Quizá, en sintonía con el Ciborg de Haraway (1984), siendo consciente que hago parte
de un sistema informático de dominación, he buscado maneras disidentes de romper con las distinciones que han
marcado mi cuerpo y mi pensamiento.

Bibliografía

Collins, P. H. (2012). Rasgos distintivos del pensamiento feminista negro. In M. Fabardo & Traficante de
Sueños (Eds.), Feminismo negros. Una antología (Issues 99–134). Traficante de Sueños.

Haraway, D. (1984). Manifiesto Ciborg. Ciencia, Cyborgs y Mujeres: La Reivindicación de La Naturaleza, 251–
311. http://webs.uvigo.es/xenero/profesorado/beatriz_suarez/ciborg.pdf
Harding, S. (1996). Ciencia y feminismo. In Ciencia y Feminismo (pp. 73–98). Ediciones Morata, S.L.

Pálsson, G. (2001). Relaciones humano-ambientales. Orientalismo, paternalismo y comunalismo.


NATURALEZA Y SOCIEDAD Perspectivas Antropológicas.

También podría gustarte