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Fenómeno: la ilusión

Martín Buenahora Bonilla

El presente texto es una pequeña exposición del fenómeno al que llamamos ilusión. En una primera
sección se plantea una descripción general del mismo, exhibiendo los elementos que la componen,
su relación con el tiempo, y los objetos a los que se puede dirigir este estado. En una segunda
sección se hace un contraste de la ilusión con otros fenómenos similares, como el deseo, la
esperanza, la expectativa y el soñar. En una tercera y última sección se estudia a la desilusión y a la
angustia, y se plantea la relación de ambos fenómenos con la ilusión.

1. Sobre la ilusión
A grandes rasgos, podemos decir que la ilusión es estado que se caracteriza por un tipo de alegría
causada por la idea de algo presente en nuestra vida. La particularidad que tiene la ilusión como
fenómeno es que aquello que nos ilusiona se transforma en proyecto (si es que el objeto de la
ilusión no es ya una proyección), por lo que cuando estamos ilusionados el presente se plantea
como un tender hacia algo futuro. Esto hace que el objeto de la ilusión tenga que ser algo que
consideremos como positivo o agradable para nosotros y para nuestro proyecto de vida. Para poder
entender mejor este fenómeno, debemos hablar de los elementos que lo componen, de la relación
que plantea con el tiempo, y del tipo de objetos a los que se puede dirigir.
1.1. Elementos
La ilusión se compone de tres tipos distintos de elementos, como la mayoría de los fenómenos
emocionales: pensamientos, sensaciones y expresiones. Cuando decimos pensamientos en general
nos referimos a lo que tradicionalmente se le ha adjudicado al entendimiento. Esto puede incluir
conocimiento, juicios, representaciones, conceptos, ideas o similares. El conocimiento y algunos
juicios sobre el objeto de nuestra ilusión son fundamentales, ya que para poder considerar que algo
es positivo para nuestro proyecto de vida debemos al menos saber que es posible y juzgarlo de
forma favorable. Cosas como representaciones o conceptos pueden, además, ayudarnos a
comprender mejor en qué consiste aquello que nos ilusiona (y así aumentando o disminuyendo la
ilusión), o despertar en nosotros las sensaciones propias de este estado.
Uno de los aspectos fundamentales de la ilusión es que las sensaciones que la componen
suelen ser más sutiles y amainadas que en los casos de otros varios estados anímicos. Esto hace que
la ilusión no nos lleve a la distracción, ya que no hay una sensación que se imponga a las demás y
así nos dirija hacia su objeto, cosa que se explica por la relación temporal que se plantea (como
veremos en la siguiente subsección). De este modo, las sensaciones propias de la ilusión son la
alegría, la lividez, la de flujo y una cierta tranquilidad o certeza. La alegría que nos causa aquello
que nos ilusiona tiñe los demás objetos de nuestras vivencias, de modo que si, por ejemplo, estamos
ilusionados por ir a ver una película con amigos, aquello que se nos presente previo a este evento
nos parecerá alegre. Además, nos sentimos ligeros, como si el cuerpo nos pesara menos, junto con
las demás dificultades1 que se nos puedan presentar. De modo similar, sentimos que se acentúa el
1 En general, no tienen que ser dificultades con respecto al objeto de la ilusión.

1
flujo de nuestras vivencias, las cuales se nos presentan como si se ordenaran y nos llevaran hacia
aquello que nos ilusiona (de nuevo, esto lo trataremos en la próxima subsección). Todas las
sensaciones mencionadas se dan enmarcadas dentro de una sensación de tranquilidad o certeza con
respecto al objeto de la ilusión: aquella relación que se plantea con este, sea de posesión, de vivirlo,
de proyectarse con este, etc., se nos muestra como algo en cierto sentido ya poseído, como si en
cierto sentido lo que nos ilusiona nos perteneciera, sólo que aún no se encuentra en nuestras manos.
Aunque la ilusión puede expresarse de muchos modos distintos, vale la pena mencionar al
menos algunos de los mas típicos. En general, cuando estamos ilusionados nuestro movimiento se
muestra con energía, como si el cuerpo estuviera despierto. Esto suele ir acompañado por una
sonrisa sutil o tímida que expresa el humor en el que estamos. Y, finalmente, al movernos se siente
una cierta ligereza, de nuevo, como si el cuerpo no pesara. (Que esto lleve a caminar dando saltitos
es una posibilidad, aunque el autor del presente texto nunca lo ha experimentado).
1.2. Relación temporal
Es importante ver, antes que los posibles objetos de la ilusión, la estructura general en la que nos
enmarca, que es de un carácter fundamentalmente temporal. En primer lugar, podemos ver cómo las
cosas que nos ilusionan suelen estar en el futuro: me ilusiona verme con esta persona, aprender un
oficio, o ir al cine con mis amigos. Cuando nos ilusionamos, sentimos que aquello que nos ilusiona
nos llama desde el futuro, como si ya estuviese presente desde allí. En otras palabras, las cosas que
nos ilusionan hacen que nos proyectemos hacia ellas, y que de este modo las volvamos nuestros
proyectos. Es por esto que lo que nos ilusiona se nos hace tan cercano, porque no sólo se nos
presenta con un cierto aire de seguridad, como si fuera algo que ya está ahí, sino que además se nos
da como algo que nos va a acompañar y a direccionar nuestro desenvolvimiento en el mundo.
El último punto merece ser desarrollado con algo más de profundidad. El presente es como
el centro de operaciones de nuestra vida: incluso si aceptáramos que es posible vivir en el pasado o
en el futuro, toda acción, pensamiento o vivencia se ancla en el presente, que sería su punto de
partida. La relación que tiene la ilusión con el presente viene determinada por su carácter
proyectivo: por más que nos muestre algo hacia el futuro no nos saca del presente, sino que
configura al presente de forma tal que este parece tender al futuro. En este sentido, la analogía de la
ilusión con un vector resulta sumamente apropiada, pues el presente sería como un punto que se
dirige en alguna orientación, estando unido inseparablemente de esta trayectoria. 2 De dicho modo,
cuando me ilusiona aprender un oficio, el presente se muestra como un tender hacia dicho
aprendizaje, como si mi situación actual me estuviera llevando al encuentro con ello.
Este ejemplo nos puede mostrar otra particularidad de la ilusión, y es que no sólo configura
el presente como una tendencia a algo futuro, sino que puede realizarse en el ahora. Por ejemplo,
una persona puede estar ilusionada por aprender herrería mientras prepara su taller para desarrollar
esta labor. Mientras lo hace está aprendiendo a utilizar algunas de las distintas herramientas que va
a usar en la herrería, como pueden serlo la pulidora o el soldador. Es decir que la ilusión, en este
tipo de casos, se está viendo realizada, pues en cierto sentido ya se está aprendiendo herrería. Ahora
bien, esto no implica necesariamente que la ilusión realizada en el presente sea sólo parcial, como lo
2 La imagen del vector se la estoy robando a Julián Marías en su estudio de este mismo fenómeno. Aunque evité
consultar ese texto para el presente escrito, no me sorprendería que mi subconsciente esté usando algunas cosas que
todavía recuerdo de la lectura que hice de su Breve tratado de la ilusión. La verdad es un texto muy lindo, lo
recomiendo (aunque no me acuerdo de mucho).

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es en el caso de aprender herrería (pues siempre habrá cosas nuevas por aprender). Es posible que
nos sintamos ilusionados por vernos con una persona mientras que estamos compartiendo con ella.
Aquí su presencia estaría determinando nuestro presente del mismo modo en el que la ilusión por
verla nos determinó en un pasado. De todas formas hay que resaltar que, incluso en estos casos,
para que sea ilusión se nos tiene que plantear un futuro. El estar con aquella persona debe estarnos
dirigiendo a futuros encuentros con esta, a compartir proyectos, eventos, cosas, etc.
Un último punto sobre la relación temporal que nos plantea la ilusión es el de la continuidad.
En primer lugar, podemos volver a una de las sensaciones propias de la ilusión: el flujo. Como la
ilusión configura el presente de modo que se vuelve un tender hacia aquello que nos ilusiona, los
distintos eventos o sucesos nos van llevando el uno al otro. Cada uno de ellos se nos muestra como
parte de una totalidad, de un camino entero por el que progresamos poco a poco. En segundo lugar,
esto sugiere que la ilusión es un fenómeno continuo, pues configura y asimila en sí diversos
momentos de nuestra vida. Esto implica que no nos ilusionamos dos veces distintas por una misma
cosa, sino que tenemos dos episodios sentimentales de una misma ilusión; es decir, empezamos a
padecer los sentimientos propios de la ilusión por estar con alguien en dos momentos diferentes,
pero la ilusión por ver a dicha persona es una y la misma en ambos casos, ya que nos remite a un
mismo proyecto.
1.3. Objetos válidos
Como se mencionó anteriormente, la ilusión depende de un juicio favorable con respecto a algo; en
otras palabras, tenemos que considerarlo como algo positivo, beneficioso o valioso. Esto en parte se
descubre por la desilusión (que trataremos en la última sección), la cual se da por la pérdida de algo
valioso, nunca por la de algo nocivo o negativo. Además de esto, el objeto de la ilusión tiene que
tener una relación directa con el ilusionado, tiene que ser en cierto sentido algo propio. Así, lo que
nos ilusiona se siente como algo que forma parte de nuestras vidas y se articula con ellas, con
nuestro futuro, etc. Esto último limita en gran medida las cosas por las que nos podemos ilusionar,
pues no resulta posible, por ejemplo, que nos ilusionemos porque le pase algo bueno a una amiga;
con respecto a ello podremos sentir alegría, esperanza, deseo, pero no ilusión.
Como vimos en la subsección anterior, la estructura de la ilusión misma es la proyección,
por lo que los proyectos son su objeto más natural. Cuando nos ilusiona un proyecto lo que hacemos
es apropiarnos de este e integrarlo a nuestras vidas: a quien le ilusiona aprender herrería se estará
poniendo como proyecto el ser herrero. Cada ilusión, pues, nos propone una serie de pasos a seguir,
los cuales le darán un curso particular a nuestra vida.
Esto pone sobre la mesa el tema de los pasos a seguir que implica cada proyecto. Ya vimos
la relación de continuidad que parece haber entre ellos, pero hay que ver qué sucede cuando ocurren
o se prevén inconvenientes. En casos extremos, los inconvenientes hacen que la ilusión se convierta
en desilusión (como desarrollaremos en la sección 3). Pero en los demás casos, lo que sucede es que
los inconvenientes se acoplan a la ilusión como proyecto. Así, si alguien está ilusionado por
aprender herrería pero en el lugar en el que se encuentra no hay ni una comunidad ni una tradición
que puedan nutrirlo, la ilusión por la herrería asimilará estos inconvenientes y configurará su
proyecto acorde con ello. De este modo, la ilusión por la herrería incluirá el viajar a otro país para
aprender, o el importar material educativo; las mismas limitaciones pueden expandir el proyecto
que ilusiona, y así derivar en una producción de material para ayudar a otras personas que estén

3
interesadas en ese mismo proyecto.
Otro objeto de la ilusión son las demás personas. Estas en gran medida son definidas por ser
posibilidad y por la apertura al mundo. Un complemento de esto es la unidad particular que los
seres vivos en general parecen tener, en especial con respecto al tiempo: no sólo forman parte de
una cadena causal en la que algo hace que una cosa distinta empiece; al contrario, en los seres vivos
se da el crecimiento, el desarrollo y, sobre todo, la proyección. En otras palabras, los seres vivos no
son solamente un dominó más en una secuencia de estos, sino que son una totalidad que se
desenvuelve en el mundo.3 Es decir que los demás también pueden tener la experiencia de la ilusión
y así relacionarse de forma íntima y personal con proyectos. De este modo es posible que nos
ilusione una persona, pues podemos nosotros mismos proyectarnos de modo que nos entrelacemos
con esta y su desenvolvimiento en el mundo. Por eso el amor es particularmente receptivo a la
ilusión. Amar de forma ilusionada es querer vincular dos proyectos de vida, querer formar parte de
los proyectos del otro y que este forme parte de los nuestros.
Un último objeto de la ilusión son los eventos o las situaciones, como puede serlo el ver una
película con amigos, el ir a visitar otro país, ir a un concierto o la instauración de un nuevo orden
mundial. Ninguno de estos casos tiene por sí mismos la estructura proyectiva que hemos estado
viendo hasta ahora, por lo que la adquieren gracias a la ilusión que nos producen. Con respecto a
ello, hay una diferencia clara entre los eventos y las situaciones, pues la ilusión que tenemos por los
primeros tiene un final determinado, mientras que en el caso de los últimos esto no sucede. Así, si
nos ilusiona un evento, como un concierto o una película, la ilusión tendrá que acabar cuando estos
hayan terminado; en cambio, si nos ilusiona una situación, como el mudarse a otro país, la ilusión se
mantendrá mientras que estemos tendiendo hacia o vivamos allá. De todas formas, en ambos casos,
al igual que en los anteriores, el presente se determina como un tender hacia el evento o situación:
no sólo montamos en bus, sino que vamos al estadio o al aeropuerto.
Como nota adicional sobre los eventos o situaciones, podemos decir que es por medio de
estos que podríamos hablar de ilusión sobre objetos. Estrictamente hablando, no es posible
ilusionarse por una cosa, como podría serlo un yunque o un libro. Cuando decimos que una de estas
cosas nos ilusiona, en realidad nos referimos a que nos produce ilusión un evento o situación en el
que este está involucrado: puede ilusionarnos la llegada de un libro por correo, o terminar un
yunque en el que estamos trabajando.

2. Fenómenos con los qué contrastar


Para redondear mejor algunos de los elementos de este fenómeno vale la pena constrastarlo con
otros similares. Así, en esta sección repasaremos brevemente en qué se diferencia la ilusión del
deseo, la esperanza, la expectativa y los sueños.
2.1. Deseo
En general la ilusión se parece bastante al deseo, pues cuando deseamos algo sentimos como si esto
nos llamara hacia sí; además, las cosas que deseamos suelen plantearse a futuro, ya que no las
poseemos en el presente. Esto nos lleva a la diferencia principal entre el deseo y la ilusión, pues el

3 En este sentido podríamos extender la ilusión también a los animales y las plantas. Lo que haría que la ilusión por
estos fuera distinta a la que sentimos por las personas es que con otras formas de vida compartimos menos
posibilidades: hay cosas que nosotros podemos hacer y que un perro no, por ejemplo. De todas formas, la diferencia
parece ser más de grado que de categoría.

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primero es satisfecho mientras que el segundo no. Así, cuando se da la presencia y posesión de lo
que deseamos el deseo mismo desaparece. En el mejor de los casos podremos decir que está siendo
satisfecho, pero en tanto que deseo deja de existir. En cambio, las ilusiones no son satisfechas;
podemos decir que se han cumplido o que se están cumpliendo, pero no que se satisfacen.
Por otro lado, parece que los deseos tienen una extensión mayor que la ilusión. Ya vimos que
en principio sólo nos podemos ilusionar por cosas que consideramos buenas, hacia las que nos
queremos dirigir y que queremos integrar en nuestro vivir. Pero es posible que se dé el deseo por lo
que queremos evitar: una persona que está dejando de fumar puede sentir un enorme deseo por el
tabaco, aunque quiera dejarlo.
2.2. Esperanza y expectativa
La esperanza es otro fenómeno cercano a la ilusión. Esta también nos remite al futuro, pero
mantiene un carácter completamente pasivo frente a este; es decir, espera a que algo ocurra, sin que
por ende se comprometa de forma activa para conseguir que suceda. Además de esto, no tiene la
estructura vectorial propia de la ilusión, sino que nos muestra al futuro y al presente como cosas
desconectadas. Otra de las implicaciones que tiene este factor estructural de la esperanza es que
aquello que esperamos que suceda está fuera de nuestro control, y por lo tanto en cierto sentido es
ajeno o externo. En cambio, en la ilusión nos orientamos hacia lo que nos ilusiona, vemos al
presente y sus contenidos como algo que tiende hacia ello, y lo vemos como algo que se relaciona
con nuestro proyecto vital.
Otra diferencia entre ambas es que la esperanza parece albergar cierta inseguridad ajena a la
ilusión. La esperanza es un estado de expectativa, en el que esperamos que suceda algo, pero que
tememos pueda no ocurrir; en otras palabras, la esperanza implica también sentir miedo de que no
ocurra lo que esperamos. En el caso de la ilusión, aunque no implica tener certeza absoluta, sí
parece tener un nivel de duda mucho menor que la esperanza: lo que nos ilusiona parece
pertenecernos, ya estar ahí, lo que falta es que tendamos a ello. De todas formas, fenómenos como
la desilusión muestran que tampoco hay certeza total en aquello que nos ilusiona, como veremos en
la siguiente sección.
En general podemos extender todos estos comentarios a la expectativa. La mayor diferencia
que parece haber entre la esperanza y la expectativa es que esta última tiene una mayor extensión:
podemos estar expectantes ante una cosa negativa, cosa que no pasa con la esperanza. Y, como ya
vimos, la ilusión se centra en cosas que consideramos positivas, por lo que también se distinguen en
este punto.
2.3. Soñar
Un último fenómeno con el que podemos contrastar a la ilusión es cuando soñamos despiertos.
Cuando soñamos con algo, parece que nos sumimos en un "cómo sería si…", el cual no plantea el
presente como vector que tiende hacia algo. Es decir que nuestros sueños no se sitúan en nuestra
vida, sino en un mundo hipotético. El que dicho escenario se pueda realizar es accidental a la
naturaleza misma del sueño. Además, a diferencia de lo que los ilusiona lo soñado no se plantea
como una proyección hacia el futuro: podemos soñar sobre algo pasado o presente, irreal, etc.
Finalmente, podemos decir que cuando soñamos con algo lo estamos idealizando en cierto sentido,
mientras que cuando nos ilusionamos con algo lo vemos desde su plausibilidad, desde la forma en
la que se podrá dar dentro de nuestra vida.

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3. La desilusión y la angustia
Ahora nos queda por describir los dos fenómenos que podríamos tratar como opuestos a la ilusión.
Estos son, como mencionamos antes, la desilusión y la angustia, los cuales serán, respectivamente,
la pérdida y la negación absoluta de la ilusión.
3.1. Desilusión
A diferencia de lo que solemos pensar, la desilusión no es el estado opuesto a la ilusión, sino la
perdida de esta. Así, no es posible desilusionarse si antes no hemos estado ilusionados. Cuando nos
desilusionamos lo que tenemos es la experiencia de perder algo valioso que en cierto sentido ya
dábamos por sentado y con lo que contábamos. Esta experiencia de pérdida, como ya vimos, no es
causada necesariamente por los inconvenientes o dificultades que encontramos en nuestra ilusión.
Como ya vimos, estas cosas se suelen integrar a los distintos proyectos que nos ilusionan, de modo
que los configuran.
Esta intuición, de todas formas, no es completamente errónea. Lo que nos desilusiona son
los inconvenientes que le darían muerte al proyecto: resulta que no se cuenta con los recursos para
aprender un oficio, o que una persona nos estaba engañando con respecto a quién es. Esto es lo que
hace que la desilusión tenga su particular dolor y amargura, pues en cierto sentido se nos está
amputando el futuro, sentimos que se nos quita algo frente a lo cual nos sentíamos seguros, y que
estaba íntimamente conectado con lo que somos en el presente. De esta experiencia es que surge el
sentido de iluso, que es una cierta vergüenza ante la idea de que dábamos por sentado algo que en
realidad no iba a suceder.
3.2. Angustia
Ahora podemos pasar a ver al fenómeno realmente opuesto de la ilusión: la angustia. A esta la
podemos entenderla muy a grandes rasgos como el vértigo ante la libertad, o el miedo a la nada, por
tomar las formulaciones famosas de Kierkegaard y Heidegger. Esto implica una reacción negativa
frente a la ausencia de algo, o la ausencia de determinación. Como vimos antes, la ilusión es un
proyecto, o la proyección de alguna cosa que consideramos positiva; es decir, se opone a la angustia
en tanto que nos configura alegremente frente a una cosa determinada.
Aunque la angustia sea el opuesto de la ilusión, esto no quiere decir que lo que nos ilusiona
no nos pueda llevar a angustiar. Estos son casos distintos a los de la desilusión, pues no sólo se da la
pérdida de un proyecto, sino que sucede como si dos o más proyectos fueran a colisionar. Así,
parece que hay un punto de incógnita en el que ambas cosas que nos ilusionan se repelen entre sí, y
como no queremos dejar de ser ninguno de esos proyectos, tener que abandonar siquiera a uno de
ellos nos es como dejar de existir. De este modo la ilusión puede dirigirnos hacia la nada, objeto de
la angustia. Podemos tomar como ejemplo a alguien a quien le ilusiona tener un estilo de vida, al
igual que le ilusiona plantear un proyecto de vida junto con otra persona, pero que, por los motivos
que sea, ambas cosas parecen ser incompatibles entre sí. La ilusión y el apego que siente por ambas
plantearán una tensión enorme, pues la contradicción entre ambos caminos le exige amputarse una
parte de sí, dejar un proyecto para poder ser el otro. El horror ante tal posibilidad hará que toda
proyección a futuro tienda a la nada, pues el no querer enfrentarse con esa colisión de proyectos
hará que el futuro se le presente como algo indefinido, como algo caótico, como una ausencia de
aquello que antes sentía suyo; en pocas palabras, la ilusión deviene en angustia.

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Lo más complejo de este tipo de casos es que la ilusión pierde casi por completo su carácter
terapéutico. La proyectividad de esta no puede catapultarnos hacia el futuro, pues es justo este el
que estamos rechazando porque se cierra ante nuestras ilusiones. Del mismo modo el presente se
tiñe de angustia, ya que, como vimos, la ilusión no es algo que sólo nos plantea el futuro de una
cierta manera, sino que nos plantea un presente que tiende hacia ello. Entonces, para una persona en
esta situación, el presente no parece ser nada más que una jaula que le lleva preso hacia una
inevitable nada. Al contrario, en vez de ayudarle a apartarse de la angustia, la ilusión llevaría a una
persona en este estado a undirse cada vez más en ella. Presente y futuro perderían su color y su
carácter ilusionador. Los proyectos serían pausados, y el presente no sería mucho más que una serie
de sucesos que se presentan uno tras otro, sin conexión clara ni con una dirección determinada.
Pero no por ende la ilusión resulta del todo inútil en un caso como este, pues aún existe la
posibilidad de que ejerza un papel terapéutico. Aunque es posible tomar una postura activa o pasiva,
eligiendo uno u otro proyecto, o esperando a un momento más oportuno para dicha decisión, lo que
puede hacer alguien sumido en la angustia es buscar la ilusión por el proyecto más fundamental: la
vida. En efecto, esa es la condición de posibilidad de toda proyección y de toda ilusión, por lo que
es independiente del éxito de casi cualquier otro proyecto. Así, encontrando ilusión por la vida, se
puede encontrar la libertad de esta angustia, ya que nos plantea un futuro al cual poder
proyectarnos.

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