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Delante de Dios

 
Un anciano vendía juguetes en un mercado. Sus compradores, sabiendo que
tenía la vista muy débil, le pagaban de vez en cuando con monedas falsas. El
anciano, que se daba cuenta del truco, no decía nada.

En sus oraciones, pedía a Dios que perdonase a los que lo engañaban. «Tal vez
tengan poco dinero, y quieran comprar regalos a sus hijos», se decía. Pasó el
tiempo y el hombre murió.

Delante de las puertas del Paraíso, rezó una vez más:

-¡Señor! -dijo-. Soy un pecador. Cometí muchos errores, no soy mejor que las
monedas falsas que recibí. ¡Perdóname!

En ese momento se abrieron las puertas y dijo una Voz:

-¿Perdonar qué? ¿Cómo puedo juzgar a alguien que, en toda su vida, jamás
juzgó a los demás?

Solo Dios puede...

Solo Dios puede dar la fe,


pero tu puedes dar tu testimonio.
Solo Dios puede dar la esperanza,
pero tu puedes dar confianza a tus hermanos.
Solo Dios puede dar amor,
pero tu puedes enseñar a amar a los demás.
Solo Dios puede dar la paz,
pero tu puedes suscitar la concordia.
Solo Dios puede dar la fuerza,
pero tu puedes sostener al desfallecido.
Solo Dios es el camino,
pero tu puedes mostrarlo a los demás.
Solo Dios es la luz,
pero tu puedes hacerla brillar a los ojos de todos.
Solo Dios es la vida,
pero tu puedes devolver a otros el deseo de vivir.
Solo Dios puede hacer lo que parece imposible,
pero tu puedes hacer lo que es posible.
Solo Dios se basta a si mismo,
pero prefiere contar contigo

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