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Curso Mujeres, Luchas Sociales y Feminismos (Facultad de Psicología, Udelar – Edición 2020)

Sofía Vanoli Imperiale

FICHA DE LECTURA

Federici, Silvia (2015) Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria Cap. 2: “La
acumulación del trabajo y la degradación de las mujeres” 2ª ed. Buenos Aires: Tinta Limón

Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria es una de las expresiones de la


reflexión que realiza Silvia Federici (Italia, 1942) a lo largo de 30 años de lucha feminista
respecto a un debate que se observaba con fuerza en el movimiento feminista (sobre todo
estadounidense) de finales del siglo XX. La pregunta que motiva la investigación refiere a
cuáles son las raíces de la opresión de las mujeres, y propone un recorrido explicativo que
difiere de las dos posiciones encarnadas en ese momento: la consideración de una opresión
transhistórica por parte de las feministas radicales y la priorización de la subordinación de
clase mantenida por las feministas socialistas.

De esa manera, a partir de un trabajo de investigación y reflexión teórica que nace de la


militancia y se fermenta en esta, y que encuentra sus huellas en documentos publicados
durante los 70 por participantes del Movimiento por un Salario para el Trabajo Doméstico, la
autora propone una interpretación de la opresión de las mujeres que identifica capitalismo y
patriarcado como formas de un mismo proceso de explotación, y que en ese sentido se
cimenta pero a la vez discute con el pensamiento de Marx, retomado en la época como una de
las críticas más radicales al estado de las cosas. El trabajo de Federici, por lo tanto, puede
leerse también como una forma de articulación conceptual e históricamente consistente entre
marxismo y feminismo.

Centrado en lo que se denomina la “transición al capitalismo” durante la época moderna, uno


de los propósitos centrales de Federici supone una relectura histórica y teórica de ese periodo.
Contra una interpretación (abonada por el materialismo histórico) que entendía ese proceso
como una etapa ineludible, lineal y progresiva, la autora priorizará remarcarlo como una de
las etapas más sangrientas de la historia que llevaron no a la liberación del individuo sino a
una complejización y profundización de su explotación. Denuncia así la propensión a pensar
que el sucesor lógico y necesario del feudalismo fuera el capitalismo, y funda esa denuncia
indicando que en los albores del siglo XVI existía una tendencia hacia la autosuficiencia local
y comunal, un modo de producir antitético al capitalista, e identificando cómo a través de lo
que denominará acumulación originaria las clases dominantes (con anuencia y complicidad
de nacientes estados centralizados) destruirán la posibilidad de ese modo de vida
autosuficiente (que se resistió fuertemente) y construirán el modo de producción capitalista.

La acumulación originaria, por lo tanto, está signada por la expropiación de tierras de los
trabajadores europeos (es decir, de sus medios de subsistencia), la esclavización en las nuevas
colonias de África y América - en estos dos factores coincide con Marx -, pero a la vez por un
proceso de dominación y disciplinamiento del cuerpo para el trabajo y un sometimiento
radical de las mujeres a partir de la destrucción de su poder (explicitado en su forma más
literal por la caza de brujas) y su construcción como no trabajadoras y reproductoras naturales
de la fuerza de trabajo.

Esto implica una complejización del sujeto explotado que ya no es únicamente el trabajador
asalariado como en Marx sino también las mujeres que, imposibilitadas de ocupar una
posición asalariada, fueron recluidas en los hogares y cargadas con la reproducción de la
fuerza de trabajo, a la vez que, despojadas de los medios de subsistencia, se encontraron
dependientes del salario masculino (patriarcado del salario). La estrategia en la que se funda
el capitalismo, por lo tanto, no sólo implica la disposición de los trabajadores para ser
explotados (esto es, que la supervivencia solo pueda alcanzarse a través del salario) sino
también la construcción de diferencias dentro de la clase explotada, entre las cuales se torna
fundamental el vínculo de explotación de los varones hacia las mujeres mediante la división
sexual del trabajo.

La liberación que supuso el capitalismo, por lo tanto, fue la del capital de ser acumulado y no
la del trabajador que, lejos de encontrarse liberado se halló esclavo del salario, y las mujeres
esclavas del salario masculino, en un proceso que significó su derrota histórica y que las
convirtió en los nuevos bienes comunales. En sustitución del acceso directo de los
trabajadores a las tierras, las mujeres pasaron a ser el camino de estos a la subsistencia, un
recurso natural ubicado por fuera de las relaciones de mercado y por lo tanto apropiable y
explotable.

Es intención de la autora y por eso opta por un recorrido histórico detallado, documentado y
graficado, identificar esas “cosas horribles” - abyectas, obscenas, salvajes - generalmente
atribuidas a la época feudal como la esclavitud y la caza de brujas no como residuos de una
época oscura y pre-civilizada sino como cimientos, condiciones de existencia y estrategias de
consolidación del capital como modo de producción global. Y esto no solo para una
comprensión histórica cabal de las raíces de nuestra opresión sino para hacer identificables
esas avanzadas sangrientas de acumulación originaria en la contemporaneidad cada vez que se
avecina una crisis del capital.

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