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La función es un lugar que podrá ser ocupado por diversas personas y puede funcionar de
distintas maneras. La diferenciamos del modelo, que es el modo de ocupar ese lugar. Podemos
pensar en distintos modelos ocupando esa función de excepción y ubicar los efectos subjetivos
como consecuencia de la manera en que esto ocurre.
EL ORDEN SIMBÓLICO
a. El padre de la ley
(grafico)
Hay un agente que manda a trabajar al que sabe (S1 S2) para que genere un producto (a)
del que se apropia, y reprime lo que falla ($). La orden proviene del amo (S1), que ocupa el
lugar dominante – el semblante – y se constituye en alguien consistente: es aquel que
conquista una identificación de cacique, caudillo, conde, patrón, líder…
Es el Otro de la palabra que instaura un acuerdo simbólico y establece lugares. Desde esa
posición de excepción, se instala la autoridad que inaugura la ley garantizando que este
circuito funcione. Esta orden se dirige al que está en el lugar de trabajo (esclavo) y que tiene
un saber-hacer: S1 S2. Se trata de un saber práctico que se transmite entre generaciones.
[…]
El sujeto en falta ($) está reprimido en el lugar de la verdad, que es un sitio de determinación.
Si esta barrera de la represión falla, sus manifestaciones irrumpen como retoños: son las
formaciones del inconsciente.
El amo, desde el lugar del agente (S1), establece lo permitido y lo interdicto. El deseo circula en
relación a lo que la ley prohíbe, a un ideal, constituyéndose el pecado como aquello ilícito y
ligado a la culpa. Se alterna así la prohibición y la transgresión, lo que le da a la pulsión su
calidad de clandestina e intermitente, característica del goce fálico.
El efecto sobre el goce es la castración y la exaltación de su agente, el ideal (S). La castración es
la instancia simbólica que indica una imposibilidad de acceso a un goce pleno y a una armonía
en la relación con el otro. Ese límite, por otro lado, es la condición misma del deseo. El padre
es la figura paradigmática de este vínculo, por eso podemos decir que el discurso del amo es el
discurso edípico.
b. La represión
La figura del padre anudaba los tres registros: el simbólico - a través de la autoridad y de la ley-
con el sostén imaginario que da el amor y la encarnadura real a través de la presencia. Es
cuando la figura del padre empieza a declinar que las neurosis proliferan.
Freud relaciona la caída de la imagen paterna con la construcción de los síntomas neuróticos:
el reemplazo de uno en el lugar del otro. Cuando la potencia y eficacia del S1 se empieza a
resquebrajar, aquello escondido empieza a mostrar sus retoños, y lo que estaba oculto ($)
retorna bajo la forma de síntomas neuróticos como un mensaje decifrar.
Los síntomas neuróticos son síntomas surgidos en relación a un significante consistente, ideal,
ordenador y portador de la ley y del amor: el Padre. A través del síntoma, el neurótico sostiene
a este Otro ocultando su impotencia.
La vergüenza es señalada por Lacan como una instancia de la angustia en la que se presenta un
grado de dificultad máxima que, por una autoridad consistente (A), una instancia simbólica en
demasía, deja “clavado” al sujeto sin posibilidad de maniobra. Marca una peculiar relación del
sujeto con el Otro de la ley cuando el recurso simbólico es fuerte y efectivo. El sujeto queda en
falta bajo la forma de la vergüenza, dejando en evidencia lo que no tiene frente a un Otro muy
consistente.
Podríamos decir que estos síntomas edípicos no son los que predominan hoy en día.
LA PREGNANCIA IMAGINARIA
(grafico)
El que encarna el saber, en el lugar dominante (S1) (profesor, examinador, etc.), se dirige a
personas (estudiante, empleado, etc.), quienes están ubicadas como objetos (a) que deben ir
adquiriendo el saber del otro, lo cual les permite ir aumentando su valor. Para ello, son
permanentemente evaluados y calificados como objetos: S2 a.
Lo que funciona en este discurso es el contrato que se establece entre partes equivalentes (a
diferencia del amo clásico que procede mediante la instauración de una ley). La lógica del
contrato está vinculada a un Otro barrado, ya que no hay un Otro que, desde un lugar de
exterioridad y asimetría reglamente, ordene, vigile o castigue, sino que son acuerdos
reglamentados entre partes.
Esto genera la tensión agresiva propia de este vínculo que surge entre los que realizan un
contrato en el que no hay Otro que desde afuera garantice un orden. Por eso el otro es un
rival.
b) El rechazo
El ideal está situado en el saber total: S2. El saber, ubicado en el lugar del agente, funciona
como “todo saber”, lo que implica un nuevo funcionamiento superyoico. La función del “NO”
no se haya encarnada en una presencia ni está articulada al amor, como ocurre bajo las
coordenadas edípicas. El superyó toma un funcionamiento de requerimiento de incorporar el
saber absoluto.
Bajo este orden de hierro, hay una exigencia sin límite desligada de la vertiente amorosa. Este
discurso produce un sujeto en falta ($) respecto de ese ideal inalcanzable que es un saber
ideal, ilimitado: el progreso continuo.
EL ASCENSO DE LO REAL
El objeto, en su estatuto real, no es aquello que falta sino lo que marca el ser del sujeto. Ya no
se trata detener algo o de perderlo, sino que indica lo que se es en la estructura: un objeto.
Lacan hace alusión al estatuto del individuo proletario como aquél que ha perdido su valor
subjetivo: el valor de uso, y que transita en el mercado por su valor de cambio con el precio
que fija el intercambio, como una moneda que circula. El ser mismo adquiere la característica
del objeto-mercancía. En su faz de valor de cambio, cada quien tiene un precio.
En este sentido, los adolescentes son un producto más del mercado, descartables.
El Otro es sólo un semblante, no es el que garantiza la ley, la palabra que ordena lugares
porque lo que funciona es lo real que hay por detrás: un mandato pulsional ilimitado. Lejos de
tranquilizar y apaciguar, este Otro es amenazante ya que empuja a incorporar los objetos que
él mismo promueve y a transformarse en eso mismo: el sujeto como objeto consumible, con
precio, negociable, intercambiable, explotable y sustituible.
Como el objeto ya no está en el otro, no hay necesidad de buscarlo allí, lo que dificulta el
surgimiento del sentimiento amoroso. El Otro pierde interés porque no es quien tiene aquel
objeto de la pulsión. Los lazos sociales se fragilizan: el sujeto queda aislado.
El objeto consumido no impone un tope a la pulsión. Esta modalidad toma distintas formas,
caracterizadas por la ausencia de un límite: explotación humana, acumulación ilimitada del
capital, consumo de sustancias, juego compulsivo, etc.
El sujeto que rechazó la marca del S1 no tiene las barreras de una identificación, de un Ideal o
del objeto. Así, este discurso fluye en un circuito no circunscripto por la imposibilidad.
b) La forclusión
En la época del “Otro que no existe”, el empuje pulsional exige una búsqueda sin fin. El objeto
se impone al sujeto desorientado incitándolo a atravesar inhibiciones y a buscar un goce
absoluto e ilimitado.
Se produce un sujeto identificado con otros con quienes formar comunidades de goce según el
objeto de consumo.
Bajo el efecto del objeto unido al sujeto, la satisfacción pierde la característica episódica y
clandestina propia de lo fálico y adquiere la cualidad de lo permanente, lo mostrativo e
ilimitado, lo que no implica renuncia ni pérdida alguna.
De este modo, cualquier desvanecimiento de la potencia, de las ganas, del deseo, cualquier
evidencia de la barradura de un sujeto empuja a consumir algo para retornar a una línea de
rendimiento: para un duelo, un anti-depresivo; para mayor rendimiento sexual, un fármaco;
para la inhibición, alcohol u otras sustancias, etc.
En el sujeto consumidor el exceso y falta de límites se vislumbra bajo la forma de una exigencia
de satisfacción ilimitada: la sobredosis (de droga, de trabajo, de capital, de riesgo, de juventud,
de rendimiento sexual, etc., etc.), De esta manera el placer queda en la égida de un
requerimiento, de un deber gozar siempre más, de modo que cada obstáculo posible de limitar
el goce tiene un producto que lo supera. Así, el sujeto está con su objeto y, juntos, forman una
nueva identidad (S1): el depresivo, el alcohólico, el ludópata, el bipolar, etc.
El orden simbólico debilitado deja a los adolescentes “atrapados en lo real de su propio goce”,
plantea Lacadée. Ante la irrupción de lo nuevo en el cuerpo, y sin la posibilidad de alojarse en
el Otro, se pierde el gusto por las palabras y prevalece un empuje a gozar. Este autor ubica la
“crisis de la lengua articulada al Otro” en relación a lo que los adolescentes modernos
rechazan el saber ofrecido por la palabra del Otro.