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LA MORAL COLOMBIANA: SINTOMATOLOGÍA DE UN PAÍS DECADENTE

Por Linda Lucía López Pestana

Hay tan solo que ver las noticias actuales en Colombia para descubrir que el paso de la
moral medieval a la del ser humano moderno, no se ha efectuado en nuestro país. En donde,
al parecer, sigue prevaleciendo la idea del sometimiento a la ley divina antes que a la del
derecho civil, el cual consiente algunas leyes que hoy son mal vistas por la tradición
eclesiástica. En otras palabras, prevalece el valor de una creencia cuyo reino “está fuera de
este mundo” antes que las leyes generadas por el mismo contrato entre gobierno y
ciudadanía –si es que existe algún consenso de este tipo en el país-.

Bien lo decía Locke en su carta a la tolerancia, no se deberían mezclar los asuntos


eclesiásticos con los asuntos del estado, y a nadie se le debería obligar a ser de tal o cual
postura religiosa. Pero estoy segura de que el problema no surge, al menos en este contexto,
de la divergencia de cultos existentes y las luchas entre ellos, sino en que esos rezagos de
una moral medieval que compromete a sus feligreses a mantenerse en una inoperancia
humillante tiene a este país hundido en un servilismo propio de esclavos; reciben todos los
golpes provenientes del estado, las guerrillas, los paramilitares, las maquinarias
empresariales, y acostumbran a “poner la otra mejilla”, por este hecho, dicen sentirse bien
con ellos mismos y esperan la llegada de una recompensa celestial, lo cual no es solo
repugnante, sino desfavorecedor para un país que busca salir del tercermundismo.

Los emperadores, sean rubios o morenos, tienen el terreno a sus anchas para hacer lo que
les apetezca, dado que la mayoría de colombianos consideran que lo mejor es obedecer y
agachar la cabeza ante el gobierno de turno, porque la biblia dice que es preciso obedecer la
autoridad impuesta en la tierra debido a que ha sido puesta por Dios, siempre y cuando esta
no contradiga las leyes divinas, claro está. Y, con la esperanza de un paraíso y una
ingenuidad que en lo absoluto genera ternura, terminan hundiéndonos a todos en el fango
de la desigualdad y la pobreza, como una sociedad sedada que espera a su mesías, que en
Colombia se traduce en un nuevo gobernante que, mandado por Dios, nos librará de todas
las desgracias.

Estos inoperantes, sometidos, se esparcen por todo el territorio nacional e incluso fuera de
él. Algunos han ido a parar a países del primer mundo y se atreven a comentar sobre la
situación de Colombia y a dar opiniones mal infundadas cuando se refieren a un conflicto
que no viven. Los hijos de la fe, que predican el perdón y la paz, hace unos cinco o seis
años le dijeron que no a ese mismo perdón que necesitábamos para sellar un tratado con
fuerzas disidentes, exigiendo un castigo ejemplar. Ahora pregunto, si es que su reino es de
fuera y no de este mundo ¿Por qué reclaman una justicia terrenal cuando bien pueden
esperar para dichos malhechores la justicia divina? No entiendo entonces el motivo de este
rencor, tal vez no confían tanto en el advenimiento de esa justicia, o es que el discurso del
perdón se les olvida de vez en cuando en pro de sus intereses.

Pero debo admitir que algunos gobernantes son especialmente creativos para convencer y
mandar sobre las ovejas ignorantes, lo hacen de una manera sin igual, en este país no existe
competencia para aquellos hombres y mujeres que ya no solo se sirven del pan –el mercado
que reparten en épocas de campaña- y circo- el fútbol- sino de un método mucho más
efectivo para someter a las masas, la religión. Sin embargo, no culpemos del todo a la fe,
digamos que por sí sola no es capaz de tanta catástrofe, es en lo que concierne a la práctica
de las costumbres religiosas en general lo que nos incomoda y lo que idiotiza, porque esos
mismos que no son capaces de cuestionar la moral de su respectiva religión son los mismos
incapaces de cuestionar las formas de gobierno, las injusticias y, por lo tanto, son incapaces
de combatir su propia ignorancia.

La falta de un espíritu crítico, de tener la vista anclada en los asuntos terrenales, al menos
mientras estén ocupando el mismo espacio que los demás mortales y consumiendo nuestro
aire, es insoportable, esos “muertos en vida” ya tendrán toda la eternidad para ocuparse de
su dios y su soñado paraíso. Sin duda, es esta incapacidad para criticar lo establecido lo que
impide que se cumpla la frase kantiana de atreverse a pensar, son todos hijos del mismo
padre, escuchan a la misma voz y le creen a cualquiera que dice venir de parte de él para
enseñarle cual es el camino de la salvación y la verdad.

Los síntomas de una Colombia enferma, se hacen visibles cuando nos descubrimos como
hijos de una moral prestada, un contrato robado de los países del norte, un modelo de
educación que nos enseña a obedecer antes que pensar, y un sometimiento absurdo a leyes
de un ser que nunca ha dado la cara. Por eso, no se les haga raro que traiga a colación el
lema de la policía Nacional: Dios y patria. El olor putrefacto de la institución no es
desconocido por nadie, y los que sirven a semejante farsa están tan acostumbrados a la
basura que ya ni se inmutan, sin duda, la misma moral retorcida de los esclavos los acoge a
ellos, no solo por el lema, sino porque al igual que los vasallos de la religión, ellos son
vasallos de las ordenes arbitrarias de sus superiores.

Pueden surgir sobre humanos de cualquier lugar, esperaría sin duda encontrar más de cinco
hombres de valor dentro de una prisión, antes que en una institución sesgada como la
policía nacional o una iglesia. Porque esa moral retorcida de la que hablamos anteriormente
no solo los vuelve inútiles para el desarrollo de un mejor país, sino que los hace callar ante
la crueldad y el despotismo, incluso en contra de ellos mismos. Y aquellos que son capaces
de desprenderse de ese yugo, al menos en una institución como la policía, van a parar
presos o despedidos, es por esto que no doy mucho crédito a quienes aún permanecen en un
basurero como ese. De igual manera, los hijos de la iglesia, incapaces de pensar por sí
mismos, le dejan la tarea del voto a los demás colombianos o en su defecto esperan la
prédica del domingo para que el pastor, cura o líder espiritual les diga cuál es el mejor
candidato para las siguientes elecciones.

No obstante, existe entre la policía y los religiosos una diferencia digna de mención y es
que mientras los primeros son fuertes y valerosos para el combate, les falta honor e ingenio,
lo cual les impide quitarse el yugo de la estupidez y caminar el puente hacia lo sobre
humano, pues es bien sabido que nada se consigue, al menos nada duradero, con fuerza
bruta si no está seguida de la astucia, que por cierto sí poseen los religiosos, son astutos y
calculadores para la venganza y otros asuntos, pero como no son fuertes, se escudan en el
ingenio para defenderse. Como vemos entonces, son tan para cual, se complementan y por
consiguiente son una ofensa, un ser humano incompleto.
Además, esa bondad que hoy predican los cristianos en el país, ya sea desde las iglesias, la
policía, el estado, etc. Es una bondad que solo aplica para aquellos que cometan “crímenes
menores”, como el asesinato a líderes sociales y alborotadores, el robo, la corrupción, el
narcotráfico, después de todo, el que peca y reza empata, y aún más si después de hacer
tales cosas se siguen proclamando como hijos de dios. En cambio, a los que se levantan en
contra del estado, los estudiantes revoltosos, los homosexuales, los ateos, los “injuriosos”,
esos que honestamente no parecen tener ninguna esperanza de reconciliación con la moral
cristiana, no se les da el beneficio de la bondad, y no solo es necesario discriminarlos y
castigarlos sino también, asesinarlos.

Para concluir, mi sensación de que este país es decadente es resultado de una observación
realizada de la misma sociedad colombiana en la que estoy inmersa, en donde la mayoría de
los ciudadanos están plagados de un espíritu medieval y servil que les impide siquiera
dilucidar el puente hacia lo sobre humano. La moral religiosa los tiene sedados e
idiotizados y no contentos con mantenerse al margen de todos los problemas de esta
sociedad cansada de “lo mismo” y de las tradiciones corruptas, se encargan de actuar en
contra y educar a las futuras generaciones en aras de mantener el conservadurismo y el
pastorismo propio de las iglesias, pero extendido a los asuntos del estado.

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