—Nada de nombres, por favor. Aquí me conocen por el señor Carter. A
propósito, es la casa de mi prima. Ella me la presta algunas veces cuando se trata de trabajar en algún caso de forma extraoficial. Bien, ahora —miró a los jóvenes—, ¿quién va a contarme la historia? —Adelante, Tuppence —le animó Tommy—. Cuéntala tú. —Bien, señorita. La escucho. Obediente, la joven refirió toda la historia desde el momento en que se fundó Jóvenes Aventureros, Sociedad Limitada. Carter la escuchaba en silencio con su aire cansado. De vez en cuando, se pasaba la mano por la cara como si quisiera ocultar una sonrisa. Cuando ella acabó, asintió con gravedad. —No es gran cosa, pero resulta sugerente… muy sugerente. Perdonen lo que voy a decirles, pero son ustedes una pareja muy curiosa. No sé, es posible que tengan éxito donde otros han fracasado. Yo creo en la suerte, siempre he creído, ¿saben? Hizo una pausa y continuó: —Bien, ¿qué les parece? Ustedes van en busca de aventuras. ¿Les gustaría trabajar para mí? De modo extraoficial, claro. Todos los gastos pagados y un modesto salario anual. Tuppence le miraba con los labios entreabiertos y los ojos desorbitados. — ¿Qué tendremos que hacer? Carter le dedicó una sonrisa. —Pues continuar lo que están haciendo ahora. Buscar a Jane Finn. —Sí, pero ¿quién es Jane Finn? Carter asintió con gesto grave. —Sí, creo que tienen derecho a saberlo. Se echó hacia atrás en la silla, cruzó las piernas, juntó las yemas de los dedos y comenzó en tono monótono: —La diplomacia secreta, que dicho sea de paso casi siempre es una mala política, no les concierne a ustedes. Será suficiente decirles que, en los primeros días de 1915, se redactó un documento. Era el resumen de un acuerdo secreto o un tratado, como quieran llamarlo. »Estaba listo para ser firmado por diversos representantes y se guardaba en Estados Unidos, que entonces era un país neutral. Fue enviado a Inglaterra con un mensajero especial escogido para ese fin: un joven llamado Danvers. Se esperaba que todo aquel asunto se mantuviera en secreto y que nada trascendería. Con esa clase de esperanza muy a menudo se sufre una decepción. ¡Siempre hay alguien que habla! »Danvers embarcó para Inglaterra en el Lusitania. Llevaba los preciosos papeles en un envoltorio impermeable. Durante aquel viaje, el Lusitania, como saben, fue torpedeado y hundido. »Danvers estaba en la lista de los desaparecidos. Al fin su cadáver apareció en la playa y fue identificado sin ningún género de dudas. ¡Pero el paquete había desaparecido! »La pregunta era: ¿se lo habían quitado, o él mismo lo entregó a alguien para que lo custodiara? Había algunos indicios que sustentaban esta última teoría. Después de que los torpedos alcanzaran el barco, y durante los momentos en que fueron arriados los botes salvavidas al mar, Danvers fue visto hablando con una jovencita norteamericana. A mí me parece muy probable que le confiara el sobre creyendo que ella, por ser mujer, tenía muchas más probabilidades de llevarlo a tierra. »Pero de ser así, ¿dónde está esa muchacha y qué ha hecho del sobre? Según las últimas noticias de Estados Unidos parece ser que Danvers fue seguido muy de cerca. ¿Es que acaso esa joven estaba asociada a sus enemigos? ¿O tal vez también fue seguida, engañada, o quizá obligada a entregar el preciado documento? »Nos dispusimos a buscarla, cosa que resultó en extremo difícil. Su nombre era Jane Finn y aparecía en la lista de supervivientes, pero es como si se hubiera desvanecido en el aire. Sus antecedentes nos han ayudado muy poco. Era huérfana y había sido maestra de párvulos en una escuela del Oeste de Estados Unidos. Se le había expedido un visado para París, donde iba a trabajar en un hospital. Se había ofrecido voluntaria y, después de cumplir los trámites de rigor, fue aceptada. Como aparecía en la lista de supervivientes del Lusitania, en el hospital se extrañaron mucho de que no se presentara, ni supieran de ella. »Pues bien, se hizo todo lo posible por encontrarla, pero todo fue en vano. Le seguimos la pista a través de Irlanda, pero la perdimos en el momento en que pisó Inglaterra. »Nadie ha utilizado el documento, como hubieran podido hacer con toda facilidad y, por tanto, llegamos a la conclusión de que Danvers, después de todo, lo habría destruido. La guerra entró en otra fase, el aspecto diplomático cambió y el tratado no volvió a mencionarse nunca. Los rumores de su existencia fueron desmentidos. La desaparición de Jane Finn cayó en el olvido y el asunto quedó archivado. Carter hizo una pausa y Tuppence intervino, impaciente: — ¿Por qué ha vuelto a surgir ahora? La guerra ha terminado. En el rostro de Carter apareció una expresión de alerta. —Porque parece ser que el documento no fue destruido y podría reaparecer en la actualidad con una nueva y fatal importancia. Tuppence le miró asombrada y Carter asintió. —Sí, cinco años atrás ese tratado era un arma en nuestras manos; hoy se ha vuelto contra nosotros. Fue una equivocación enorme. Si se hiciera público, podría significar un desastre y posiblemente otra guerra. Y esta vez no contra Alemania. Es una posibilidad extrema y yo no creo en ella, pero ese documento implica, sin duda alguna, a un buen número de nuestros hombres de Estado que no pueden ser desacreditados en estos momentos. Como propaganda para los laboristas sería irresistible y, en mi opinión, un gobierno laborista en este momento sería una desgracia para el comercio británico, pero eso es una minucia comparado con el verdadero peligro. Se detuvo y luego agregó con calma: —Quizá hayan oído decir, o hayan leído, que la influencia bolchevique es la causa de la agitación laboral que se vive actualmente. Tuppence asintió. —Es verdad. El oro bolchevique está entrando en el país con el propósito determinado de provocar una revolución. Hay un individuo, cuyo nombre desconocemos, que trabaja en la oscuridad para sus propios fines. Los rusos están alentando la inquietud laboral, pero este hombre está detrás de los bolcheviques. ¿Quién es? Lo ignoramos. »Siempre se habla de él por el discreto apodo de “Señor Brown”. Pero una cosa es segura, que es el archicriminal de nuestra era. Controla una organización muy eficaz. La mayor parte de la propaganda pacifista que se hizo durante la guerra fue creada y patrocinada por él. Sus espías están en todas partes. — ¿Es alemán? —preguntó Beresford. —Al contrario. Tengo motivos para creer que es inglés. Protegía a los alemanes como hubiera podido proteger a los del Transvaal. Ignoramos lo que busca, pero probablemente será el supremo poder para él, como nunca se ha dado en la historia. No tenemos la menor pista de su verdadera personalidad. Sabemos con seguridad que ni sus seguidores le conocen. Siempre que hemos tropezado con sus huellas descubrimos que ha representado un papel secundario. Otro cualquiera asume el principal, pero luego averiguamos que ha habido alguien irrelevante, un criado o un empleado que ha permanecido en segundo término sin llamar la atención y que el escurridizo señor Brown se nos ha escapado una vez más. — ¡Oh! —exclamó Tuppence—. Me pregunto… — ¿Sí? —Recuerdo la oficina del señor Whittington. El empleado se llamaba Brown. No creerá usted que… Carter asintió pensativo. —Es muy posible. Es curioso, pero ese nombre se menciona con mucha frecuencia. ¿Podría usted describirlo? —La verdad es que apenas me fijé en él. Era un tipo bastante corriente, como cualquier otro. Carter suspiró con aire cansado. — ¡Esa es la inevitable descripción del señor Brown! La idiosincrasia de un genio. Entró para entregar un mensaje telefónico a Whittington, ¿verdad? ¿Se fijó en si había un teléfono en la oficina exterior? Tuppence meditó unos instantes. —No, creo que no. —Exacto. Ese «mensaje» era el medio que el señor Brown tenía para dar una orden a su subordinado. Desde luego escucharía toda la conversación. ¿Después Whittington le entregó el dinero y le dijo que volviese al día siguiente? Tuppence asintió. —Sí, sin duda es la mano del señor Brown. —Carter hizo una pausa—. Bien, eso es todo. ¿Comprenden contra lo que van a luchar? Posiblemente contra el mejor cerebro criminal de esta época y no me hace ninguna gracia. Son ustedes muy jóvenes. No quisiera que les ocurriese nada malo. —No nos ocurrirá nada —le aseguró Tuppence. —Yo cuidaré de ella, señor —prometió Tommy. —Y yo de ti —replicó Tuppence, resentida por el aire de superioridad de su amigo. —Bien, entonces que cada uno cuide del otro —dijo Carter, sonriendo —. Ahora volvamos al asunto. Hay algo misterioso en ese convenio que todavía no hemos desentrañado. Hemos sido amenazados con él en términos claros e inequívocos. Los elementos revolucionarios declaran que está en sus manos y que pueden airearlo en cualquier momento. Por otro lado, se equivocan con respecto a muchas de sus cláusulas. El gobierno considera que ha sido una baladronada por su parte y, acertada o erróneamente, ha mantenido la política de negarlo todo. No estoy seguro. Ha habido filtraciones, indiscreciones, alusiones que parecen indicar que la amenaza es verdadera. Nos da la impresión de que han conseguido el documento, pero que no pueden leerlo por estar cifrado, pero en cambio el borrador no lo estaba… no sería posible en esta clase de cosas, de modo que no cuenta. Pero hay algo. Claro que Jane Finn puede estar muerta, pero yo no lo creo. Lo curioso del caso es que intentan obtener noticias de la muchacha a través de nosotros. — ¿Qué? —Sí. Han surgido un par de cosillas. Y su historia, jovencita, confirma mi idea. Saben que andamos buscando a Jane Finn. Pues bien, ellos nos proporcionan una Jane Finn de su propiedad, pongamos por ejemplo en un pensionnat de París. —Tuppence dejó escapar un gemido y Carter sonrió —. Nadie sabe cómo es, de modo que no es difícil. Le cuentan una historia y su verdadera misión es conseguir toda la información posible de nosotros. ¿Comprende la idea? — ¿Entonces usted cree que… —Tuppence hizo una pausa para exponerlo correctamente—… que querían que yo viajara a París como si fuera Jane Finn? La sonrisa de Carter fue todavía más cansina. —Creo en las coincidencias.