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EL MARXISMO Y LA CUESTIÓN

NACIONAL 1

José Visarionovich STALIN2

El período de la contrarrevolución en Rusia no ha traído


solamente «rayos y truenos», sino también desilusión respecto
al movimiento, falta de fe en las fuerzas comunes. Cuando creía
en un «porvenir luminoso», la gente luchaba junta,
independientemente de su nacionalidad: ¡los problemas comunes
ante todo! Pero cuando en el espíritu se insinuaron las dudas,
la gente comenzó a dispersarse por barrios nacionales: ¡que
cada cual cuente sólo consigo! ¡El «problema nacional» ante
todo!

1
. Publicado por primera vez con la firma de `K. Stalin' en marzo-mayo de 1913, en los núms. 3-5 de la revista
Prosveschenie.
[Nota del editor: Proveschenie («La Ilustración») era una revista mensual bolchevique legal, que empezó a editarse en San
Petersburgo en diciembre de 1911. Dirigió el trabajo de la redacción Lleñin, manteniendo correspondencia regular con los
miembros de la misma que se encontraban en Rusia (M. A. Saviéliev, M. S. Olmi_ski, A. I. Elizárova). Durante su estancia
en San Petersburgo, Stalin participó activamente en el trabajo de la revista. Ésta se hallaba estrechamente vinculada a
Pravda. En junio de 1914, en vísperas de la primera guerra mundial, el gobierno suspendió «Prosveschenie». En el otoño de
1917 fue publicado un número doble.]

2
. [Nota del editor: El artículo «El marxismo y la cuestión nacional» fue escrito por Stalin a fines de 1912 y comienzos
de 1913 en Viena; en ese mismo año se publicó por primera vez, con la firma de `K. Stalin', en los Nºs 3, 4 y 5 de la revista
Prosveschenie, con el título «La cuestión nacional y la socialdemocracia». En 1914 el artículo de Stalin fue publicado en
folleto aparte, bajo el título de «La cuestión nacional y el marxismo», por la editorial «Pribói» de San Petersburgo. El folleto
fue retirado de todas las bibliotecas y salas de lectura públicas por disposición del ministro del Interior. En 1920 el trabajo
fue reeditado por el Comisariado del Pueblo [o sea: Ministerio] de las Nacionalidades en la «Colección de artículos» de J. V.
Stalin sobre la cuestión nacional (Editorial del Estado, Tula). En 1934 incluyóse el artículo en el libro de J. Stalin «El
marxismo y la cuestión nacional y colonial», Recopilación de artículos y discursos escogidos. En el artículo «Sobre el
programa nacional del POSDR», Lleñin, señalando las causas de que la cuestión nacional fuese destacada en aquel período,
escribía: «En la literatura teórica marxista, dicha situación y las bases del programa nacional de la socialdemocracia han
sido ya analizadas últimamente (aquí destaca, en primer término, el artículo de Stalin)». En febrero (nuevo cómputo) de
1913, Lleñin escribía a A. M. Gorki: «Entre nosotros se halla ahora un maravilloso georgiano que está escribiendo un
extenso artículo para Provesehenie. A ese fin ha reunido todos los materiales austriacos y otros». Al saber que se pensaba
estimar el artículo de 3. V. Stalin como artículo de discusión, Lleñin se opuso de manera resuelta: «Como es natural,
nosotros estamos absolutamente en contra. El artículo es muy bueno. La cuestión es batallona y no cederemos ni una
pulgada de nuestras posiciones de principio frente a la canalla bundista» (Archivo del Instituto Marx-Engels-Lleñin). Al
poco de la detención de Stalin, en marzo de 1913, Lleñin escribía a la redacción de «Sotsial-Demokrat»: «Hemos sufrido
detenciones dolorosas. Han detenido a Koba Antes de su detención ha podido escribir un extenso artículo (para tres
números de Prosveschenie) sobre la cuestión nacional. ¡Muy bien! Hay que combatir por la verdad contra los separatistas y
oportunistas del Bund y de los liquidadores» (Archivo del Instituto Marx-Engels-Lleñin).
El POSDR era el Partido Obrero Socialdemócata de Rusia, organización laxa, que, cual un Guadiana, emergía y
se volvía a hundir; intentó aunar a los marxistas rusos, sin llegar nunca a constituir un partido en el sentido moderno de la
palabraa.]
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 2

Al mismo tiempo, se producía en el país una seria


transformación en la vida económica. El año 1905 no pasó en
vano: los restos de la servidumbre en el campo sufrieron un
nuevo golpe. Las cosechas buenas que siguieron a los años de
hambre y el auge industrial que se produjo después, hicieron
avanzar al capitalismo. La diferenciación en el campo y el
crecimiento de las ciudades, el desarrollo del comercio y de
las vías de comunicación dieron un gran paso adelante. Esto
es particularmente cierto en lo que se refiere a las regiones
de la periferia y no podía por menos de acelerar el proceso
de consolidación económica de las nacionalidades de Rusia. Estas
tenían necesariamente que ponerse en movimiento.
Contribuyó también al despertar de las nacionalidades el
«régimen constitucional», instaurado durante este período. El
aumento de los periódicos y de la literatura en general, cierta
libertad de prensa y de las instituciones culturales, el
desarrollo de los teatros populares, etc. contribuyeron, sin
duda, a fortalecer los «sentimientos nacionales». La Duma, con
su campaña electoral y sus grupos políticos, dio nuevas
posibilidades para reavivar las naciones y un nuevo y amplio
campo para movilizarlas.
La ola del nacionalismo belicoso levantada desde arriba
y las numerosas represiones desencadenadas por los «investidos
de Poder» para vengarse de la periferia por su «amor a la
libertad», provocaron, como reacción, una ola de nacionalismo
desde abajo, que a veces llegaba a ser franco chovinismo. Son
hechos conocidos de todos: el fortalecimiento entre los judíos
del sionismo;3 en Polonia, el creciente chovinismo; entre los
tártaros el panislamismo;4 entre los armenios, los georgianos

3
. [Nota del editor: El sionismo fue la corriente inventada hacia finales del siglo XIX por el austriaco Theodor Herzl,
quien se sacó de la manga —en contra, inicialmente, de las aspiraciones y expectativas, no sólo de los obreros judíos, sino
incluso de los propios burgueses judíos— el plan artificial de implantar, de la nada, un estado judío separado en alguna parte
del planeta. Requeríase para ello que alguna potencia colonialista europea cediera a los colonizadores judíos —de diversa
procedencia y nacionalidad— el territorio que resultara escogido. Tras devanarse los sesos y barajar otras alternativas, se les
ocurrió que fuera Palestina —tierra de los antepasados de algunos de esos judíos unos dos milenios atrás. Así empezó la
emigración judía a Palestina —entonces provincia turca—, bajo la presión militar y diplomática de las potencias europeas,
que impusieron al gobierno otomano esa migración. Tras ser conquistada Palestina por los ingleses al final de la I guerra
mundial —en 1918—, pasó a ser una colonia inglesa bajo el eufemismo de `territorio de mandato'; Inglaterra impuso
entonces manu militari la política de implantación por la fuerza de una masa de emigrantes judíos, política que se conoció
como la de establecer en Palestina un `hogar nacional judío' y que acabaría produciendo el estado de Israel en 1948.]

4
. [Nota del editor: La ideología panislamista —que aspira a cierto tipo de unidad política entre las diversas naciones
donde predomina la religión mahometana— surgió en la segunda mitad del siglo XlX en la Turquía de los sultanes,
ganando adeptos entre los terratenientes, la burguesía y el clero turcos. Se difundió después entre las clases poseedoras de
los otros pueblos musulmanes. Entonces, sin embargo, no llegó a constituir una fuerza importante; los movimientos
políticos de diverso signo en los países islámicos —unos proimperialistas, otros antiimperialistas— sólo excepcionalmente
inscribieron en sus programas adhesiones al panislamismo. Bastantes decenios después, y tras el derrocamiento del Rey de
Persia en 1979, ha cobrado pujanza, si bien el plan de unificación política de las naciones mahometanas nunca ha jugado un
papel destacado; más bien se proclama la instauración de estados islámicos separados, independientes, cada uno de los
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 3

y los ucranianos, el recrudecimiento del nacionalismo; la


propensión general de las gentes de espíritu pequeñoburgués
al antisemitismo.
La ola del nacionalismo avanzaba más y más, amenazando
envolver a las masas obreras. Y cuanto más decrecía el movimiento
de liberación, más esplendorosamente florecía el nacionalismo.
En este momento difícil, incumbía a la socialdemocracia
una alta misión: hacer frente al nacionalismo, proteger a las
masas contra la «epidemia» general. Pues la socialdemocracia,
y solamente ella, podía hacerlo contraponiendo al nacionalismo
el arma probada del internacionalismo, la unidad y la
indivisibilidad de la lucha de clases. Y cuanto más fuerte fuese
la oleada de nacionalismo, más potente debía resonar, la voz
de la socialdemocracia en pro de la fraternidad y de la unidad
de los proletarios de todas las nacionalidades de Rusia. En
estas circunstancias, se requería una firmeza especial por parte
de los socialdemócratas de las regiones periféricas, que
chocaban directamente con el movimiento nacionalista.
Pero no todos los socialdemócratas, y en primer lugar los
de las regiones periféricas, acreditaron estar a la altura de
su misión. El Bund,5 que antes destacaba las tareas comunes,
empezó a poner en primer plano sus objetivos particulares,
puramente nacionalistas: la cosa llegó a tal extremo, que
proclamó como uno de los puntos centrales de su campaña electoral
la «celebración del sábado» y el «reconocimiento del yidish».6
Tras el Bund siguió el Cáucaso: una parte de los socialdemócra-
tas caucasianos, que antes rechazaba, con los demás
socialdemócratas caucasianos, la «autonomía
cultural-nacional», la presenta ahora como reivindicación
inmediata. 7 Y no hablemos ya de la conferencia de los

cuales implante la ley coránica y que estén unidos por algún lazo de amistad, colaboración o a lo sumo alianza o
mancomunidad.]

5
. [Nota del editor: el comúnmente llamado `Bund' (de la palabra yidish, derivada del alemán, `Bund' o unión) era la
«Unión General de los Obreros Judíos de Polonia, Lituania y Rusia», que se creó en 1897. Osciló entre: (1) la tendencia a
integrarse, con los adeptos del socialismo marxista en el Estado ruso, en una organización común; y (2) la orientación
«separatista» de mantenerse como una entidad al margen, de carácter étnico, exclusivamente hebraica (y que, por ende
—dado lo problemático que resultaba asignar a los judíos un distintivo étnico— fuera de orientación en el fondo
cuasirreligiosa, agrupando a personas de fe mosaica, o cuyos padres, o abuelos, o fueran de fe mosaica). Esa tendencia
separatista parece que fue prevaleciendo, según lo dice Stalin en este trabajo.]

6
. Véase: «Informe de la IX Conferencia del Bund».

7
. Véase: «Comunicado de la Conferencia de Agosto».
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 4

liquidadores, que sancionó diplomáticamente las vacilaciones


nacionalistas.8
De esto se deduce que las concepciones de la
socialdemocracia de Rusia en cuanto a la cuestión nacional no
están claras aún para todos los socialdemócratas.
Es imprescindible, evidentemente, proceder a un estudio
serio y completo de la cuestión nacional. Es necesario un trabajo
coordinado e infatigable de los socialdemócratas consecuentes
contra la niebla nacionalista, de dondequiera que venga.

      

§1.— La nación
¿Qué es una nación?
Una nación es, ante todo, una comunidad, una determinada
comunidad de hombres.
Esta comunidad no es de raza ni de tribu. La actual nación
italiana fue constituida por romanos, germanos, etruscos,
griegos, árabes, etc. La nación francesa fue formada por galos,
romanos, bretones, germanos, etc. Y otro tanto cabe decir de
los ingleses, alemanes, etc., cuyas naciones fueron formadas
por gentes de razas y tribus diversas.
Tenemos, pues, que una nación no es una comunidad racial
o tribal, sino una comunidad de hombres históricamente formada.
Por otro lado, es indudable que los grandes Estados de Ciro
o de Alejandro no podían ser llamados naciones, aunque se habían
formado en el transcurso de la historia y habían sido integrados
por diversas razas y tribus. Esos Estados no eran naciones,
sino conglomerados de grupos, accidentales y mal vinculados,
que se disgregaban o se unían según los éxitos o derrotas de
tal o cual conquistador.
Tenemos, pues, que una nación no es un conglomerado
accidental y efímero, sino una comunidad estable de hombres.

8
. Ibidem.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 5

Pero no toda comunidad estable constituye una nación.


Austria y Rusia son también comunidades estables, y, sin
embargo, nadie las llama naciones. ¿Qué es lo que distingue
a una comunidad nacional de una comunidad estatal? Entre otras
cosas, que una comunidad nacional es inconcebible sin un idioma
común, mientras que para un Estado no es obligatorio que haya
un idioma común. La nación checa, en Austria, y la polaca, en
Rusia, no serían posibles sin un idioma común para cada una
de ellas, mientras que para la integridad de Rusia y de Austria
no es un obstáculo el que dentro de sus fronteras existan varios
idiomas. Y al decir esto, nos referimos, naturalmente, a los
idiomas que habla el pueblo y no al idioma oficial de
cancillería.
Tenemos, pues, la comunidad de idioma como uno de los rasgos
característicos de la nación.
Esto no quiere decir, como es lógico, que diversas naciones
hablen siempre y en todas partes idiomas diversos ni que todos
los que hablen uno y el mismo idioma constituyan
obligatoriamente una sola nación. Un idioma común para cada
nación, ¡pero no obligatoriamente diversos idiomas para
diversas naciones! No hay nación que hable a la vez diversos
idiomas, ¡pero esto no quiere decir que no pueda haber dos
naciones que hablen el mismo idioma! Los ingleses y los
norteamericanos hablan el mismo idioma, y a pesar de esto no
constituyen una sola nación. Otro tanto cabe decir de los
noruegos y los daneses, de los ingleses y los irlandeses.
¿Y por qué, por ejemplo, los ingleses y los norteamericanos
no forman una sola nación, a pesar de tener un idioma común?
Ante todo, porque no viven conjuntamente, sino en distintos
territorios. La nación sólo se forma como resultado de
relaciones duraderas y regulares, como resultado de la
convivencia de los hombres, de generación en generación. Y esta
convivencia prolongada no es posible sin un territorio común.
Antes los ingleses y los norteamericanos poblaban un solo
territorio, Inglaterra, y constituían una sola nación. Más
tarde, una parte de los ingleses emigró de este país a un nuevo
territorio, el Norte de América, y aquí, en el nuevo territorio,
formó a lo largo del tiempo una nueva nación, la norteamericana.
La diversidad de territorios condujo a la formación de naciones
diversas.
Tenemos, pues, la comunidad de territorio como uno de los
rasgos característicos de la nación.
Pero esto no es todo. La comunidad de territorio por sí
sola no determina todavía la nación. Ha de concurrir, además,
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 6

un vínculo económico interno que suelde en un todo único las


diversas partes de la nación. Entre Inglaterra y Norteamérica
no existe este vínculo; por eso constituyen dos naciones
distintas. Y los mismos norteamericanos no merecerían el nombre
de nación si los diversos confines de Norteamérica no estuviesen
ligados entre sí en una unidad económica gracias a la división
del trabajo establecida entre ellos, al desarrollo de las vías
de comunicación, etc.
Tomemos, por ejemplo, a los georgianos. Los georgianos de
los tiempos anteriores a la reforma vivían en un territorio
común y hablaban un mismo idioma, pero, con todo, no constituían,
estrictamente hablando, una sola nación, pues, divididos en
varios principados sin ninguna ligazón entre sí, no podían vivir
una vida económica común; se pasaron siglos guerreando y
arruinándose mutuamente, azuzando unos contra otros a los persas
o a los turcos. La unificación efímera y accidental de estos
principados, que a veces conseguía llevar a cabo cualquier rey
afortunado, sólo abarcaba, en el mejor de los casos, las esferas
superficiales, las esferas administrativas, y pronto saltaba
hecha añicos al chocar con los caprichos de los príncipes y
la indiferencia de los campesinos. Dada la dispersión económica
de Georgia, no podía ser de otro modo Georgia no se reveló
como nación hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando la
caída del régimen de servidumbre y el desarrollo de la vida
económica del país, el desarrollo de las vías de comunicación
y el nacimiento del capitalismo establecieron una división del
trabajo entre sus distintas regiones, quebrantaron por completo
el aislamiento económico de los principados y los unieron en
un todo.
Y lo mismo hay que decir de otras naciones que han pasado
por la fase del feudalismo y en cuyo seno se ha desarrollado
el capitalismo.
Tenemos, pues, la comunidad de vida económica, la ligazón
económica como una de las particularidades características de
la nación.
Pero tampoco esto es todo. Además de lo dicho, hay que tener
en cuenta también las particularidades de la fisonomía
espiritual de los hombres unidos en una nación. Las naciones
no sólo se distinguen unas de otras por sus condiciones de vida,
sino también por su fisonomía espiritual, que se expresa en
las particularidades de la cultura nacional. En el hecho de
que Inglaterra, América del Norte e Irlanda, aun hablando el
mismo idioma, formen, no obstante, tres naciones distintas,
desempeña un papel de bastante importancia la psicología
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 7

peculiar que se ha ido formando en cada una de estas naciones,


de generación en generación, a consecuencia de condiciones de
existencia diferentes.
Claro está que, por sí sola, la psicología, o el «carácter
nacional», como otras veces se la llama, es algo imperceptible
para el observador; pero como se expresa en las peculiaridades
de la cultura común a toda la nación, es aprehensible y no puede
ser dejada de lado.
Huelga decir que el «carácter nacional» no es algo que exista
de una vez para siempre, sino que cambia con las condiciones
de vida; pero, por lo mismo que existe en cada momento dado,
imprime su sello a la fisonomía de la nación.
Tenemos, pues, la comunidad de psicología, reflejada en
la comunidad de cultura, como uno de los rasgos característicos
de la nación.
Con esto, hemos señalado todos los rasgos distintivos de
una nación.
Nación es una comunidad humana estable, históricamente
formada y surgida sobre la base de la comunidad de idioma, de
territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta
en la comunidad de cultura.
Además, de suyo se comprende que la nación, como todo
fenómeno histórico, se halla sujeta a la ley del cambio, tiene
su historia, su comienzo y su fin.
Es necesario subrayar que ninguno de los rasgos indicados,
tomado aisladamente, es suficiente para definir la nación. Más
aún: basta con que falte aunque sólo sea uno de estos rasgos,
para que la nación deje de serlo.
Podemos imaginarnos hombres de «carácter nacional» común,
y, sin embargo, no podremos decir que forman una nación si están
desligados económicamente, si viven en territorios distintos,
hablan idiomas distintos, etc. Así, por ejemplo, los judíos
de Rusia, de Galitzia, de América, de Georgia y de las montañas
del Cáucaso no forman, a juicio nuestro, una sola nación.
Podemos imaginarnos hombres con comunidad de territorio
y de vida económica, y, no obstante, no formarán una nación
si entre ellos no existe comunidad de idioma y de «carácter
nacional». Tal es el caso, por ejemplo, de los alemanes y los
letones en la región del Báltico.
Finalmente, los noruegos y los daneses hablan un mismo
idioma, pero no forman una sola nación, por no reunir los demás
rasgos distintivos.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 8

Sólo la presencia conjunta de todos los rasgos distintivos


forma la nación.
Podría pensarse que el «carácter nacional» no es uno de
los rasgos distintivos, sino el único rasgo esencial de la
nación, y que todos los demás constituyen, propiamente hablando,
condiciones para el desarrollo de la nación, pero no rasgos
de ésta. En este punto de vista se colocan, por ejemplo, los
teóricos socialdemócratas de la cuestión nacional R. Springer
y, sobre todo, O. Bauer, conocidos en Austria.
Examinemos su teoría de la nación.
Según Springer, «la nación es una unión de hombres que
piensan y hablan del mismo modo». Es «una comunidad cultural
de un grupo de hombres contemporáneos, no vinculada con el
suelo».9
Así, pues, una «unión» de hombres que piensan y hablan del
mismo modo, por muy desunidos que se hallen unos de otros y
vivan donde vivan.
Bauer va todavía más allá.
¿Qué es una nación? —pregunta—. ¿Es la comunidad de idioma lo que
une a los hombres en una nación? Pero los ingleses e irlandeses
hablan la misma lengua, y no forman, sin embargo, un solo pueblo;
y los judíos no tienen lengua común alguna, y, sin embargo,
forman una nación.10

¿Qué es, pues, una nación?


«La nación es una comunidad relativa de carácter».11
Pero ¿qué es el carácter, y aquí, en este caso, el carácter
nacional?
El carácter nacional es la «suma de rasgos que distinguen
a los hombres de una nacionalidad de los de otra, el conjunto
de rasgos físicos y espirituales que distinguen a una nación
de otra».12
Bauer sabe, naturalmente, que el carácter nacional no cae
del cielo; por eso añade:

9
. Véase: R. Springer, «El problema nacional», pág. 43, ed. en ruso Obschéstvennaia Polza, 1909.

10
. Véase: Otto Bauer, «La cuestión nacional y la socialdemocracia», págs. 1-2, ed. en ruso, «Serp», 1909.

11
. Ibidem, pág.0.1

12
. Ibidem, págª 2.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 9

El carácter de los hombres no se determina sino por su destino»


«La nación no es más que la comunidad de destino», determinada
a su vez por «las condiciones en que los hombres producen sus
medios de existencia y distribuyen los productos de su trabajo13

De este modo, llegamos a la definición más «completa», según


la expresión de Bauer, de la nación.
Nación es el conjunto de hombres unidos en una comunidad de carácter
sobre la base de una comunidad de destinos.14

Así, pues, una comunidad de carácter nacional sobre la base


de una comunidad de destinos, al margen de todo vínculo
obligatorio con una comunidad de territorio, de lengua y de
vida económica.
Pero, en este caso, ¿qué queda en pie de la nación? ¿De
qué comunidad nacional puede hablarse respecto a hombres
desligados económicamente unos de otros, que viven en
territorios diferentes y que hablan, de generación en
generación, idiomas distintos?
Bauer habla de los judíos como de una nación, aunque «no
tienen lengua común alguna»;15 pero ¿qué «comunidad de destinos»
y qué vínculos nacionales pueden mediar, por ejemplo, entre
judíos georgianos, daguestanos, rusos y norteamericanos,
completamente desligados los unos de los otros, que viven en
diferentes territorios y hablan distintos idiomas?
Indudablemente, los mencionados judíos viven una vida
económica y política común con los georgianos, los daguestanos,
los rusos y los norteamericanos, en una atmósfera cultural
común, y esto no puede por menos de imprimir su sello al carácter
nacional de estos judíos. Y si en ellos queda algo de común,
es la religión, su mismo origen y algunos vestigios del carácter
nacional. Todo esto es indudable. Pero ¿cómo se puede sostener
seriamente que unos ritos religiosos fosilizados y unos
vestigios psicológicos que van esfumándose influyan en el
«destino» de los mencionados judíos con más fuerza que la vida
económica, social y cultural que los rodea? Y es que sólo
partiendo de este supuesto, puede hablarse, en general, de los
judíos como de una sola nación.

13
. Ibidem, págªs. 24-25.

14
. Ibidem, págª. 139.

15
. O. Bauer, obra cit., págª. 2.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 10

¿En qué se distingue, entonces, la nación de Bauer de ese


«espíritu nacional» místico y que se basta a sí mismo de los
espiritualistas?
Bauer establece un limite infranqueable entre el «rasgo
distintivo» de la nación (el carácter nacional) y las
«condiciones» de su vida, separando el uno de las otras. Pero
¿qué es el carácter nacional sino el reflejo de las condiciones
de vida, la condensación de las impresiones recibidas del medio
circundante? ¿Cómo es posible limitarse a no ver más que el
carácter nacional, aislándolo y separándolo del terreno en que
brota?
Además, ¿qué era lo que distinguía concretamente la nación
inglesa de la norteamericana, a fines del siglo XVIII y comienzos
del XIX, cuando América del Norte se llamaba todavía «Nueva
Inglaterra»? No era, por cierto, el carácter nacional, pues
los norteamericanos eran oriundos de Inglaterra y habían llevado
consigo a América, además de la lengua inglesa, el carácter
nacional inglés y, como es lógico, no podían perderlo tan pronto,
aunque, bajo la influencia de las nuevas condiciones, se estaba
formando, seguramente, en ellos su propio carácter. Y, sin
embargo, pese a la mayor o menor comunidad de carácter, ya
entonces constituían una nación distinta de Inglaterra.
Evidentemente, «Nueva Inglaterra», como nación, no se
diferenciaba entonces de Inglaterra, como nación, por su
carácter nacional especial, o no se diferenciaba tanto por su
carácter nacional como por el medio, por las condiciones de
vida, distintas de las de Inglaterra.
Está, pues, claro que no existe, en realidad, ningún rasgo
distintivo único de la nación. Existe sólo una suma de rasgos,
de los cuales, comparando unas naciones con otras, se destacan
con mayor relieve éste (el carácter nacional), aquél (el idioma)
o aquel otro (el territorio, las condiciones económicas). La
nación es la combinación de todos los rasgos, tomados en
conjunto.
El punto de vista de Bauer, al identificar la nación con
el carácter nacional, separa la nación del suelo y la convierte
en una especie de fuerza invisible y que se basta a sí misma.
El resultado no es una nación viva y que actúa, sino algo místico,
imperceptible y de ultra-tumba. Repito, pues, ¿qué nación judía
es ésa, por ejemplo, compuesta por judíos georgianos,
daguestanos, rusos, norteamericanos y otros judíos que no se
comprenden entre sí (pues hablan idiomas distintos), viven en
distintas partes del planeta, no se verán jamás unos a otros
y no actuarán jamás conjuntamente, ni en tiempos de paz ni en
tiempos de guerra?
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 11

No, no es para estas «naciones», que sólo existen sobre


el papel, para las que la socialdemocracia establece su programa
nacional. La socialdemocracia sólo puede tener en cuenta
naciones reales, que actúan y se mueven y, por tanto, obligan
a que se las tenga en cuenta.
Bauer, evidentemente, confunde la nación, que es una
categoría histórica, con la tribu, que es una categoría étnica.
Por lo demás, el mismo Bauer se da cuenta, a lo que parece,
de la endeblez de su posición. Después de presentar
decididamente en el comienzo de su libro a los judíos como
nación, 16 al final del mismo se corrige, afirmando que «la
sociedad capitalista no les permite en absoluto (a los judíos)
subsistir como nación», 17 asimilándolos a otras naciones. La
razón reside, según él, en que «los judíos no poseen un
territorio delimitado de colonización», 18 mientras que los
checos, por ejemplo, que según Bauer deben conservarse como
nación, tienen ese territorio. En una palabra: la causa está
en la ausencia de territorio.
Argumentando así, Bauer quería demostrar que la autonomía
nacional no puede ser una reivindicación de los obreros judíos,19
pero al mismo tiempo ha refutado sin querer su propia teoría,
que niega la comunidad de territorio como uno de los rasgos
distintivos de la nación.
Pero Bauer va más allá. Al comienzo de su libro declara
resueltamente que «los judíos no tienen lengua común alguna,
y, sin embargo, forman una nación».20 Y apenas al llegar a la
página 130 cambia de frente, declarando no menos resueltamente:
«Es indudable que no puede existir una nación sin un idioma
común».21
Aquí Bauer quería demostrar que «el idioma es el medio más
importante de relación entre los hombres»22 pero al mismo tiempo
ha demostrado, sin darse cuenta, algo que no se proponía

16
. O. Bauer, obra cit., págª. 2.

17
. Ibidem, págª. 389.

18
. O. Bauer, obra cit., págª. 388.

19
. Ibidem, págª. 396.

20
. Ibidem, págª. 2.

21
. Ibidem, págª 130.

22
. Ibidem, págª. 130.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 12

demostrar, a saber: la inconsistencia de su propia teoría de


la nación, que niega la importancia de la comunidad de idioma.
Así se refuta a sí misma esta teoría, hilvanada con hilos
idealistas.

      

§2.— El movimiento nacional


La nación no es simplemente una categoría histórica, sino
una categoría histórica de una determinada época, de la época
del capitalismo ascensional. El proceso de liquidación del
feudalismo y de desarrollo del capitalismo es, al mismo tiempo,
el proceso en que los hombres se constituyen en naciones. Así
sucede, por ejemplo, en la Europa Occidental. Los ingleses,
los franceses, los alemanes, los italianos, etc. se
constituyeron en naciones bajo la marcha triunfal del
capitalismo victorioso sobre el fraccionamiento feudal.
Pero allí, la formación de naciones significaba, al mismo
tiempo, su transformación en Estados nacionales independientes.
Las naciones inglesa, francesa, etc. son, al mismo tiempo, los
Estados inglés, etc. El caso de Irlanda, que queda al margen
de este proceso, no cambia el cuadro general.
En la Europa Oriental, las cosas ocurren de un modo algo
distinto. Mientras que en el Oeste las naciones se desarrollan
en Estados, en el Este se forman Estados multinacionales,
Estados integrados por varias nacionalidades. Tal es el caso
de Austria-Hungría y de Rusia. En Austria, los más desarrollados
en el sentido político resultaron ser los alemanes, y ellos
asumieron la tarea de unificar las nacionalidades austriacas
en un Estado. En Hungría, los más aptos para la organización
estatal resultaron ser los magiares —el núcleo de las
nacionalidades húngaras—, y ellos fueron los unificadores de
Hungría. En Rusia, asumieron el papel de unificadores de las
nacionalidades los grandes rusos, a cuyo frente estaba una
potente y organizada burocracia militar aristocrática formada
en el transcurso de la historia.
Así ocurrieron las cosas en el Este.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 13

Este modo peculiar de formación de Estados sólo podía tener


lugar en las condiciones de un feudalismo todavía sin liquidar,
en las condiciones de un capitalismo débilmente desarrollado,
en que las nacionalidades relegadas a segundo plano no habían
conseguido aún consolidarse económicamente como naciones
integrales.
Pero el capitalismo comienza a desarrollarse también en
los Estados del Este. Se desarrollan el comercio y las vías
de comunicación. Surgen grandes ciudades. Las naciones se
consolidan económicamente. Irrumpiendo en la vida apacible de
las nacionalidades postergadas, el capitalismo las hace
agitarse y las pone en movimiento. El desarrollo de la prensa
y el teatro, la actuación del Reichsrat (en Austria) y de la
Duma (en Rusia) contribuyen a reforzar los «sentimientos
nacionales». Los intelectuales que surgen en las nacionalidades
postergadas se penetran de la «idea nacional» y actúan en la
misma dirección
Pero las naciones postergadas que despiertan a una vida
propia, ya no se constituyen en Estados nacionales
independientes: tropiezan con la poderosísima resistencia que
les oponen las capas dirigentes de las naciones dominantes,
las cuales se hallan desde hace largo tiempo a la cabeza del
Estado. ¡Han llegado tarde!
Así se constituyeron como nación los checos, los polacos,
etc. en Austria; los croatas, etc. en Hungría; los letones,
los lituanos, los ucranianos, los georgianos, los armenios,
etc. en Rusia. Lo que en la Europa Occidental era una excepción
(Irlanda) se convierte en regla en el Este.
En el Oeste, Irlanda contestó a su situación excepcional
con un movimiento nacional. En el Este, las naciones que habían
despertado tenían que hacer lo mismo.
Así fueron creándose las circunstancias que empujaron a
la lucha a las naciones jóvenes de la Europa Oriental.
La lucha comenzó y se extendió, en rigor, no entre las
naciones en su conjunto, sino entre las clases dominantes de
las naciones dominadoras y de las naciones postergadas. La lucha
la libran, generalmente, la pequeña burguesía urbana de la
nación oprimida contra la gran burguesía de la nación dominadora
(los checos y los alemanes), o bien la burguesía rural de la
nación oprimida contra los terratenientes de la nación dominante
(los ucranianos en Polonia), o bien toda la burguesía «nacional»
de las naciones oprimidas contra la aristocracia gobernante
de la nación dominadora (Polonia, Lituania y Ucrania, en Rusia).
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 14

La burguesía es el principal personaje en acción.


El problema fundamental para la joven burguesía es el
mercado. Dar salida a sus mercancías y salir vencedora en su
competencia con la burguesía de otra nacionalidad: he ahí su
objetivo. De aquí su deseo de asegurarse «su» mercado, un mercado
«propio». El mercado es la primera escuela en que la burguesía
aprende el nacionalismo.
Pero, generalmente, la cosa no se limita al mercado. En
la lucha se mezcla la burocracia semifeudal-semiburguesa de
la nación dominante con sus métodos de «agarrar y no soltar».
La burguesía de la nación dominadora —lo mismo da que se trate
de la gran burguesía o de la pequeña— obtiene la posibilidad
de deshacerse «más rápida» y «más resueltamente» de su
competidor. Las «fuerzas» se unifican, y se empieza a adoptar
toda una serie de medidas restrictivas contra la burguesía
«alógena», medidas que se convierten en represiones. La lucha
pasa de la esfera económica a la esfera política. Limitación
de la libertad de movimiento, trabas al idioma, restricción
de los derechos electorales, reducción de escuelas, trabas a
la religión, etc., etc. llueven sobre la cabeza del
«competidor». Naturalmente, estas medidas no sirven sólo a los
intereses de las clases burguesas de la nación dominadora, sino
también a los objetivos específicos de casta, por decirlo así,
de la burocracia gobernante. Pero, desde el punto de vista de
los resultados, esto es absolutamente igual: las clases
burguesas y la burocracia se dan la mano en este caso, ya se
trate de Austria-Hungría o de Rusia.
La burguesía de la nación oprimida, que se ve acosada por
todas partes, se pone, naturalmente, en movimiento. Apela a
«los de abajo de su país» y comienza a clamar acerca de la
«patria», haciendo pasar su propia causa por la causa de todo
el pueblo. Recluta para sí un ejército entre sus «compatriotas»
en interés de la «patria». «Los de abajo» no siempre permanecen
sordos a sus llamadas, y se agrupan en torno a su bandera: la
represión de arriba les afecta también a ellos, provocando su
descontento.
Así comienza el movimiento nacional.
La fuerza del movimiento nacional está determinada por el
grado en que participan en él las extensas capas de la nación,
el proletariado y los campesinos.
Que el proletariado se coloque bajo la bandera del
nacionalismo burgués, depende del grado de desarrollo de las
contradicciones de clase, de la conciencia y de la organización
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 15

del proletariado. El proletariado consciente tiene su propia


bandera, ya probada, y no necesita marchar bajo la bandera de
la burguesía.
En cuanto a los campesinos, su participación en el
movimiento nacional depende, ante todo, del carácter de la
represión. Si la represión afecta a los intereses de la «tierra»,
como ocurría en Irlanda, las grandes masas campesinas se colocan
inmediatamente bajo la bandera del movimiento nacional.
Por otra parte, si en Georgia, por ejemplo, no existe un
nacionalismo anti-ruso más o menos serio, es, sobre todo, porque
allí no hay terratenientes rusos ni una gran burguesía rusa
que pudieran dar pábulo a este nacionalismo en las masas. En
Georgia hay un nacionalismo anti-armenio, pero es porque allí
existe además una gran burguesía armenia que, al batir a la
pequeña burguesía georgiana, aun débil, empuja a ésta al
nacionalismo anti-armenio.
Con sujeción a estos factores, el movimiento nacional o
asume un carácter de masas, creciendo más y más (Irlanda
Galitzia), o se convierte en una serie de pequeñas colisiones
que degeneran en escándalos y en una «lucha» por cuestiones
de rótulos (como en algunos pueblos de Bohemia).
El contenido del movimiento nacional no puede,
naturalmente, ser el mismo en todas partes: está determinado
íntegramente por las distintas reivindicaciones que presenta
el movimiento. En Irlanda, este movimiento tiene un carácter
agrario; en Bohemia, gira en torno al «idioma»; en unos sitios,
reclama igualdad de derechos civiles y libertad de cultos; en
otros, «sus propios» funcionarios o su propia Dieta. En las
diversas reivindicaciones se traslucen, frecuentemente, los
diversos rasgos que caracterizan a una nación en general (el
idioma, el territorio, etc.). Merece notarse que no se encuentra
en parte alguna la reivindicación de ese «carácter nacional»
de Bauer, que lo abarca todo. Y es lógico: por sí solo, el
«carácter nacional» es inaprehensible, y, como observa
acertadamente J. Strasser, «con él no hay nada que hacer en
la política».23
Tales son, a grandes rasgos, las formas y el carácter del
movimiento nacional.
Por lo expuesto se ve claramente que, bajo el capitalismo
ascensional, la lucha nacional es una lucha entre las clases
burguesas. A veces, la burguesía consigue arrastrar al

23
. Véase su obra «Der Arbeiter und die Nationi», 1912, págª. 33.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 16

proletariado al movimiento nacional, y entonces exteriormente


parece que en la lucha nacional participa «todo el pueblo»,
pero eso sólo exteriormente. En su esencia, esta lucha sigue
siendo siempre una lucha burguesa, conveniente y grata
principalmente para la burguesía.
Pero de aquí no se desprende, ni mucho menos, que el
proletariado no deba luchar contra la política de opresión de
las nacionalidades.
La restricción de la libertad de movimiento, la privación
de derechos electorales, las trabas al idioma, la reducción
de las escuelas y otras medidas represivas afectan a los obreros
en grado no menor, si no es mayor, que a la burguesía. Esta
situación no puede por menos de frenar el libre desarrollo de
las fuerzas espirituales del proletariado de las naciones
sometidas. No se puede hablar seriamente del pleno desarrollo
de las facultades espirituales del obrero tártaro o judío,
cuando no se le permite servirse de su lengua materna en las
asambleas o en las conferencias y cuando se le cierran las
escuelas.
La política de represión nacionalista es también peligrosa
en otro aspecto para la causa del proletariado. Esta política
desvía la atención de extensas capas del mismo de las cuestiones
sociales, de las cuestiones de la lucha de clases hacia las
cuestiones nacionales, hacia las cuestiones «comunes» al
proletariado y a la burguesía. Y esto crea un terreno favorable
para las prédicas mentirosas sobre la «armonía de intereses»,
para velar los intereses de clase del proletariado, para
esclavizar moralmente a los obreros. De este modo, se levanta
una seria barrera ante la unificación de los obreros de todas
las nacionalidades. Si hasta hoy una parte considerable de los
obreros polacos permanece bajo la esclavitud moral de los
nacionalistas burgueses, si hasta hoy se mantiene al margen
del movimiento obrero internacional, es, principalmente, porque
la secular política anti-polaca de los «investidos de Poder»
crea un terreno favorable para esta esclavitud y entorpece la
liberación de los obreros de la misma.
Pero la política de represión no se detiene aquí. Del
«sistema» de opresión pasa no pocas veces al «sistema» de
azuzamiento de unas naciones contra otras, al «sistema» de
matanzas y pogromos. Naturalmente, este último sistema no es
posible siempre ni en todas partes, pero allí donde es posible
—cuando no se cuenta con las libertades elementales— toma no
pocas veces proporciones terribles, amenazando con ahogar en
sangre y en lágrimas la unión de los obreros. El Cáucaso y el
Sur de Rusia nos dan no pocos ejemplos de esto. «Divide e impera»:
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 17

he ahí el objetivo de la política de azuzamiento. Y en cuanto


esta política tiene éxito, representa un mal tremendo para el
proletariado, un obstáculo formidable que se levanta ante la
unión de los obreros de todas las nacionalidades que integran
el Estado.
Pero los obreros están interesados en la fusión completa
de todos sus camaradas en un ejército internacional único, en
su rápida y definitiva liberación de la esclavitud moral a que
la burguesía los somete, en el pleno y libre desarrollo de las
fuerzas espirituales de sus hermanos, cualquiera que sea la
nación a que pertenezcan.
Por eso, los obreros luchan y lucharán contra todas las
formas de la política de opresión de las naciones, desde las
más sutiles hasta las más burdas, al igual que contra todas
las formas de la política de azuzamiento de unas naciones contra
otras.
Por eso, la socialdemocracia de todos los países proclama
el derecho de las naciones a la autodeterminación.
El derecho de autodeterminación significa que sólo la propia
nación tiene derecho a determinar sus destinos, que nadie tiene
derecho a inmiscuirse por la fuerza en la vida de una nación,
a destruir sus escuelas y demás instituciones, a atentar contra
sus hábitos y costumbres, a poner trabas a su idioma, a
restringir sus derechos.
Esto no quiere decir, naturalmente, que la socialdemocracia
vaya a apoyar todas y cada una de las costumbres e instituciones
de una nación. Luchando contra la violencia ejercida sobre las
naciones, sólo defenderá el derecho de la nación a determinar
por sí misma sus destinos, emprendiendo al mismo tiempo campañas
de agitación contra las costumbres y las instituciones nocivas
de esta nación, para dar a las capas trabajadoras de dicha nación
la posibilidad de liberarse de ellas.
El derecho de autodeterminación significa que la nación
puede organizarse conforme a sus deseos. Tiene derecho a
organizar su vida según los principios de la autonomía. Tiene
derecho a entrar en relaciones federativas con otras naciones.
Tiene derecho a separarse por completo. La nación es soberana,
y todas las naciones son iguales en derechos.
Eso, naturalmente, no quiere decir que la socialdemocracia
vaya a defender todas las reivindicaciones de una nación, sean
cuales fueren. La nación tiene derecho incluso a volver al viejo
orden de cosas, pero esto no significa que la socialdemocracia
haya de suscribir este acuerdo de tal o cual institución de
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 18

una nación dada. El deber de la socialdemocracia, que defiende


los intereses del proletariado, y los derechos de la nación,
integrada por diversas clases, son dos cosas distintas.
Luchando por el derecho de autodeterminación de las
naciones, la socialdemocracia se propone como objetivo poner
fin a la política de opresión de las naciones, hacer imposible
esta política y, con ello, minar las bases de la lucha entre
las naciones, atenuarla, reducirla al mínimo.
En esto se distingue esencialmente la política del
proletariado consciente de la política de la burguesía, que
se esfuerza por ahondar y fomentar la lucha nacional, por
prolongar y agudizar el movimiento nacional.
Por eso, precisamente, el proletariado consciente no puede
colocarse bajo la bandera «nacional» de la burguesía.
Por eso, precisamente, la política llamada
«evolutivo-nacional», propuesta por Bauer, no puede ser la
política del proletariado. El intento de Bauer de identificar
su política «evolutivo-nacional» con la política «de la clase
obrera moderna»24 es un intento de adaptar la lucha de clase
de los obreros a la lucha de las naciones.
Los destinos del movimiento nacional, que es en sustancia
un movimiento burgués, están naturalmente vinculados a los
destinos de la burguesía. La caída definitiva del movimiento
nacional sólo es posible con la caída de la burguesía. Sólo
cuando reine el socialismo se podrá instaurar la paz completa.
Lo que sí se puede, incluso dentro del marco del capitalismo,
es reducir al mínimo la lucha nacional, minarla en su raíz,
hacerla lo más inofensiva posible para el proletariado. Así
lo atestiguan aunque sólo sean los ejemplos de Suiza y
Norteamérica. Para ello es necesario democratizar el país y
dar a las naciones la posibilidad de desarrollarse libremente.

      

24
. O. Bauer, obra cit., págª. 166.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 19

§3.— Planteamiento de la cuestión


La nación tiene derecho a determinar libremente sus
destinos. Tiene derecho a organizarse como le plazca,
naturalmente, siempre y cuando no menoscabe los derechos de
otras naciones. Esto es indiscutible.
Pero ¿cómo, concretamente, debe organizarse, qué formas
debe revestir su futura constitución, si se toman en cuenta
los intereses de la mayoría de la nación y, ante todo, los del
proletariado?
La nación tiene derecho a organizarse sobre la base de la
autonomía. Tiene derecho incluso a separarse. Pero eso no
significa que deba hacerlo bajo cualesquiera condiciones, que
la autonomía o la separación sean siempre y en todas partes
ventajosas para la nación, es decir, para la mayoría de ella,
es decir, para las capas trabajadoras. Los tártaros de la
Transcaucasia, como nación, pueden reunirse, supongamos, en
su Dieta, y, sometiéndose a la influencia de sus beys y mulhas,
restaurar en su país el viejo orden de cosas, decidir su
separación del Estado. Conforme al punto de la
autodeterminación, tienen perfecto derecho a hacerlo. Pero
¿iría esto en interés de las capas trabajadoras de la nación
tártara? ¿Podrían los socialdemócratas contemplar indiferentes
cómo los beys y los mulhas arrastraban consigo a las masas en
la solución de la cuestión nacional? ¿No debería la
socialdemocracia inmiscuirse en el asunto e influir sobre la
voluntad de la nación en un determinado sentido? ¿No debería
presentar un plan concreto para resolver la cuestión, el plan
más ventajoso para las masas tártaras?
Pero ¿qué solución sería la más compatible con los intereses
de las masas trabajadoras? ¿La autonomía, la federación o la
separación?
Todos estos son problemas cuya solución depende de las
condiciones históricas concretas que rodean a la nación de que
se trate.
Más aún; las condiciones, como todo, cambian, y una solución
acertada para un momento dado puede resultar completamente
inaceptable para otro momento.
A mediados del siglo XIX, Marx era partidario de la
separación de la Polonia rusa, y con razón, pues entonces se
planteaba el problema de liberar una cultura superior de otra
cultura inferior que la destruía. Y entonces el problema no
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 20

se planteaba solamente en teoría, de un modo académico, sino


en la práctica, en la realidad misma
A fines del siglo XIX, los marxistas polacos se manifiestan
ya en contra de la separación de Polonia, y también ellos tienen
razón, puesto que en los últimos cincuenta años se han producido
cambios profundos en el sentido de un acercamiento económico
y cultural entre Rusia y Polonia. Además, durante este tiempo,
el problema de la separación ha dejado de ser un problema
práctico para convertirse en un tema de discusiones académicas,
que tal vez apasiona sólo a los intelectuales residentes en
el extranjero.
Esto no excluye, naturalmente, la posibilidad de ciertas
coyunturas interiores y exteriores en las cuales el problema
de la separación de Polonia puede estar de nuevo a la orden
del día.
De ello se desprende que la solución de la cuestión nacional
sólo es posible en conexión con las condiciones históricas,
tomadas en su desarrollo.
Las condiciones económicas, políticas y culturales que
rodean a una nación dada constituyen la única clave para la
solución del problema de cómo debe organizarse concretamente
tal o cual nación, de qué formas debe revestir su futura
constitución. Además, puede ocurrir que cada nación requiera
su propia solución del problema. Si hay algún terreno en que
sea necesario plantear el problema de manera dialéctica, es
precisamente aquí, en la cuestión nacional.
En virtud de esto, debemos declararnos decididamente contra
un método muy extendido, pero también muy simplista, de
«resolver» la cuestión nacional, que tiene sus orígenes en el
Bund. Nos referimos al fácil método de remitirse a la
socialdemocracia austriaca y a la sureslava, 25 que, según se
dice, han resuelto ya la cuestión nacional y de las que los
socialdemócratas rusos deben simplemente tomar prestada su
solución. Se parte del supuesto de que todo lo que es acertado
para Austria, por ejemplo, lo es también para Rusia. Se pierde
de vista lo más importante y decisivo del caso presente: las
condiciones históricas concretas de Rusia, en general, y de

25
. La socialdemocracia sureslava actúa en el Sur de Austria. [Nota del editor: en un idioma eslavo, `sureslavo' se dice
`yugoslav' —o algo similar—, pues en esa familia de nombres `Yugo' significa el Sur. Yugoslavia es, simplemente, la
Eslavia del Sur, o sea el cúmulo de tierras habitadas por los eslavos meridionales; y la existencia de Yugoslavia no depende
de que exista o no un Estado llamado reino o república de Yugoslavia. Véase el documento: «Background considerations on
the Yugoslav Civil War», por Lorenzo Peña:
<http://www.eroj.org/biblio/yugoslav/index.htm>.]
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 21

la vida de cada nación dentro de las fronteras de Rusia, en


particular.
Escuchad, por ejemplo, al conocido bundista V. Kossovski:
Cuando en el IV Congreso del Bund se debatió la cuestión (se refiere
a la cuestión nacional. J. St.) desde el punto de vista de los
principios, la solución de la misma —propuesta por uno de los
miembros del Congreso— en el espíritu de la resolución del
Partido Socialdemócrata Sureslavo, encontró la aprobación
general.26

En consecuencia, «el Congreso adoptó por unanimidad» la


autonomía nacional.
¡Y eso fue todo! Ni un análisis de la realidad rusa, ni
un examen de las condiciones de vida de los judíos en Rusia.
¡Lo primero que se hizo fue tomar prestada la solución del
Partido Socialdemócrata Sureslavo, luego «aprobarla» y después
«adoptarla por unanimidad»! Así plantean y «resuelven» los
bundistas la cuestión nacional en Rusia
Sin embargo, Austria y Rusia presentan condiciones
totalmente distintas. Así se explica por qué los
socialdemócratas de Austria, al aprobar el programa nacional
en Brünn (1899), 27 inspirándose en la resolución del Partido
Socialdemócrata Sureslavo (con algunas enmiendas
insignificantes, es cierto), abordaron el problema de una manera
completamente no rusa, por decirlo así, y lo resolvieron,
naturalmente, de una manera no rusa.
Veamos, ante todo, el planteamiento de la cuestión. ¿Cómo
plantean la cuestión Springer y Bauer, los teóricos austriacos
de la autonomía cultural-nacional, esos intérpretes del
programa nacional de Brünn y de la resolución del Partido
Socialdemócrata Sureslavo?
Dejamos sin respuesta aquí —dice Springer— la cuestión de si es
posible, en general, un Estado multinacional y de si, en
particular, las nacionalidades austriacas están obligadas a
formar un todo político; estas cuestiones vamos a darlas por
resueltas. Para quien no esté conforme con esta posibilidad
y necesidad, nuestra investigación carecerá, ciertamente, de
fundamento. Nuestro tema es el siguiente: puesto que dichas

26
. Véase: V. Kossovski, «Problemas de la nacionalidad», 1907, págªs. 16-17.

27
. [Nota del editor: El Congreso de Brünn de la socialdemocracia austriaca tuvo lugar del 12 al 17 (24-29) de septiembre
de 1899. El texto de la resolución aprobada por el Congreso en cuanto a la cuestión nacional es reproducido por J. V. Stalin
en el capítulo siguiente del presente trabajo.]
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 22

naciones están obligadas a llevar una existencia conjunta, ¿qué


formas jurídicas les permitirán convivir mejor?.28

Tenemos, pues, la integridad estatal de Austria como punto


de partida.
Y lo mismo dice Bauer:
Partimos del supuesto de que las naciones austriacas
permanezcan dentro de la misma unión estatal en que ahora
conviven, y preguntamos cuáles serán, dentro de esta unión,
las relaciones de las naciones entre sí y de todas ellas con
el Estado».29
Nuevamente la integridad de Austria en primer término.
¿Puede la socialdemocracia de Rusia plantear así la
cuestión? No, no puede. Y no puede porque se atiene desde el
primer momento al punto de vista de la autodeterminación de
las naciones, en virtud de la cual la nación tiene derecho a
separarse.
Hasta el bundista Goldblat reconoció en el II Congreso de
la socialdemocracia de Rusia que ésta no puede renunciar al
punto de vista de la autodeterminación. He aquí lo que dijo
entonces Goldblat:
Contra el derecho de autodeterminación no puede objetarse nada.
Si una nación lucha por su independencia, nadie debe oponerse
a ello. Si Polonia no quiere contraer un «matrimonio legal»
con Rusia, no somos nosotros quienes hemos de ponerle
obstáculos.

Todo esto es así. Pero de aquí se deduce que los puntos


de partida de los socialdemócratas austriacos y rusos, lejos
de ser iguales, son, por el contrario, diametralmente opuestos.
¿Puede, después de esto, hablarse de la posibilidad de tomar
prestado de los austriacos el programa nacional?
Prosigamos. Los austriacos piensan realizar la «libertad
de las nacionalidades» mediante pequeñas reformas a paso lento.
Proponiendo la autonomía cultural-nacional como medida
práctica, no cuentan para nada con cambios radicales, con un
movimiento democrático de liberación, que ellos no tienen en
perspectiva. En cambio, los marxistas rusos vinculan el problema
de la «libertad de las nacionalidades» con probables cambios
radicales, con un movimiento democrático de liberación, no
teniendo razones para contar con reformas. Y eso hace cambiar

28
. Véase: R. Springer, «El problema nacional», págª. 14.

29
. Véase: O. Bauer, «La cuestión nacional y la socialdemocracia», págª. 399.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 23

esencialmente la cuestión, en lo que se refiere a los probables


destinos de las naciones en Rusia.
Naturalmente —dice Bauer—, es difícil creer que la autonomía
nacional haya de obtenerse como fruto de una gran decisión,
de una acción enérgica y audaz. Austria marchará hacia la
autonomía nacional paso a paso, por un proceso lento y doloroso,
a través de una dura lucha, como resultado de la cual la
legislación y la administración se encontrarán en un estado
de parálisis crónica. Sí, el nuevo régimen jurídico del Estado
no se creará por medio de un gran acto legislativo, sino de
una multitud de leyes aisladas, promulgadas para determinados
territorios y para comunidades determinadas.30

Y lo mismo dice Springer:


Sé muy bien —escribe Springer— que las instituciones de este género
(los organismos de la autonomía nacional. J. St.) no se crean
en un año ni en diez. La sola reorganización de la administración
prusiana exigió largo tiempo Prusia necesitó dos decenios
para establecer definitivamente sus principales instituciones
administrativas. Por eso, nadie debe pensar que yo ignoro cuánto
tiempo y cuántas dificultades le costará a Austria.31

Todo eso es muy preciso, pero ¿pueden acaso los marxistas


rusos no vincular la cuestión nacional a «acciones enérgicas
y audaces»? ¿Pueden ellos contar con reformas parciales, con
una «multitud de leyes aisladas», como medio para conquistar
la «libertad de las nacionalidades»? Y si no pueden ni deben
hacer esto, ¿no se deduce claramente de aquí que los métodos
de lucha y las perspectivas de los austriacos y de los rusos
son completamente distintos? ¿Cómo, en esta situación, es
posible limitarse a la autonomía cultural-nacional, unilateral
y a medias, de los austriacos? Una de dos: o los partidarios
de la solución prestada no cuentan con «acciones enérgicas y
audaces» en Rusia, o cuentan con ellas, pero «no saben lo que
hacen».
Finalmente, Rusia y Austria se hallan ante tareas inmediatas
completamente distintas, razón por la cual también es distinto
el método que se impone para la solución de la cuestión nacional.
Austria vive bajo las condiciones del parlamentarismo, sin
parlamento, no sería posible el desarrollo de aquel país en
las circunstancias actuales. Pero en Austria la vida
parlamentaria y la legislación se paralizan completamente, no
pocas veces, a causa de graves choques entre los partidos
nacionales. Así se explica la crisis política crónica que
desde hace largo tiempo viene padeciendo Austria. Esto hace

30
. O. Bauer, Obra citada, págª 422.

31
. R. Springer, Obra citada, págªs 281-282.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 24

que la cuestión nacional sea allí el eje de la vida política,


un problema de vida o muerte. No es sorprendente, por tanto,
que los políticos socialdemócratas austriacos se esfuercen en
resolver, ante todo, de un modo o de otro, el problema de los
choques nacionales; en resolverlo, claro está, sobre la base
del parlamentarismo existente, por métodos parlamentarios
No ocurre así en Rusia. En primer lugar, en Rusia «no
tenemos, gracias a Dios, parlamento».32 En segundo lugar —y esto
es lo fundamental—, el eje de la vida política de Rusia no
es la cuestión nacional, sino la agraria. Por eso, los destinos
del problema ruso, y, por consiguiente, también los de la
«liberación» de las naciones, están vinculados en Rusia a la
solución de la cuestión agraria, es decir, a la destrucción
de los restos feudales, es decir, a la democratización del país.
A ello se debe que en Rusia la cuestión nacional no se presente
como una cuestión independiente y decisiva, sino como parte
del problema general y más importante de liberar al país de
los restos feudales.
La esterilidad del parlamento austriaco —escribe Springer— se debe
precisamente a que cada reforma engendra dentro de los partidos
nacionales contradicciones que destruyen su cohesión; por eso
los jefes de los partidos rehuyen cuidadosamente todo lo que
huele a reforma. En Austria, el progreso sólo es concebible
en el caso de que a las naciones se les concedan posiciones
legales imprescriptibles que les releven de la necesidad de
mantener en el parlamento destacamentos de lucha permanentes
y les permitan entregarse a la solución de los problemas
económicos y sociales.

Y lo mismo dice Bauer:


La paz nacional es necesaria ante todo para el Estado. El Estado
no puede en modo alguno tolerar que la legislación se paralice
por una estúpida cuestión de idioma, por la más leve querella
entre las gentes excitadas en cualquier zona plurilingüe, por
cada nueva escuela.33

Todo esto es comprensible. Pero no menos comprensible es


que en Rusia la cuestión nacional está situada en un plano

32
. [Nota del editor: «No tenemos, gracias a Dios, parlamento»: palabras pronunciadas en la Duma de Estado por V.
Kokóvtsev, ministro zarista de Hacienda (más tarde, primer ministro), el 24 de abril de 1908. A la sazón, la monarquía de
los Románov —derrotada por el agresor imperialismo japonés en 1905— había tenido que hacer una serie de concesiones al
levantamiento popular antimonárquico de 1905, estableciendo un régimen pseudoconstitucional, que restringía un poquito
el poder autocrático del Zar y otorgaba algunas libertades políticas, sumamente recortadas. La Duma, asamblea elegida
mediante un sistema electoral censatario, que privilegiaba a los ricos, fue presentada por la prensa burguesa de los países
europeos occidentales como un parlamento; se quería camuflar la naturaleza cuasi-autocrática del zarismo y hacer creer que
ya era una monarquía parlamentaria; yéndose de la lengua, el ministro zarista dio un mentís a tal propaganda: la Duma no
era un Parlamento.]

33
. O. Bauer, obra citada, págª 401.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 25

completamente distinto. No es la cuestión nacional, sino la


cuestión agraria la que decide el destino del progreso en Rusia;
la cuestión nacional es una cuestión subordinada.
Tenemos, pues, un planteamiento distinto de la cuestión,
distintas perspectivas y distintos métodos de lucha, distintas
tareas inmediatas. ¿Acaso no es evidente que, en esta situación,
sólo hombres aficionados al papeleo, que «resuelven» la cuestión
nacional fuera del espacio y del tiempo, pueden seguir el ejemplo
de Austria y tomar prestado su programa?
Repito: condiciones históricas concretas como punto de
partida y planteamiento dialéctico de la cuestión como el único
planteamiento acertado: ésa es la clave para la solución del
problema nacional.

      

§4.— La autonomía cultural-nacional


Más arriba hemos hablado del aspecto formal del programa
nacional austriaco, de los fundamentos metodológicos en virtud
de los cuales los marxistas rusos no pueden simplemente tomar
ejemplo de la socialdemocracia austriaca y hacer suyo el
programa de ésta.
Hablemos ahora del programa mismo en su aspecto sustancial.
Así, pues, ¿cuál es el programa nacional de los
socialdemócratas austriacos?
Este programa se expresa en dos palabras: autonomía
cultural-nacional.
Ello significa, en primer lugar, que la autonomía no se
concede, supongamos, a Bohemia o a Polonia, habitadas
principalmente por checos y polacos, sino a los checos y polacos
en general, independientemente del territorio y sea cual fuere
la región de Austria en que habiten.
Es ésta la razón de que tal autonomía se denomine nacional
y no territorial.
Ello significa, en segundo lugar, que los checos, los
polacos, los alemanes, etc., diseminados por los distintos
confines de Austria, considerados individualmente, como
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 26

personas distintas, se organizan en naciones íntegras y entran,


como tales, a formar parte del Estado austriaco. Y así Austria
no será una unión de regiones autónomas, sino una unión de
nacionalidades autónomas, constituidas independientemente del
territorio.
Ello significa, en tercer lugar, que las instituciones
nacionales de tipo general que han de ser creadas con estos
fines para los polacos, los checos, etc. no entenderán en los
asuntos «políticos», sino solamente en los «culturales». Las
cuestiones específicamente políticas se concentrarán en el
parlamento (Reichsrat) de toda Austria.
Por eso, esta autonomía se denomina, además, cultural,
cultural-nacional.
He aquí el texto del programa aprobado por la
socialdemocracia austriaca en el Congreso de Brünn de 1899.34
Después de indicar que «las disensiones nacionales en
Austria impiden el progreso político», que «la solución
definitiva de la cuestión nacional es, ante todo, una
necesidad cultural» y que esta «solución sólo es posible en
una sociedad auténticamente democrática, constituida sobre la
base del sufragio universal, directo e igual», el programa
continúa:
La conservación y el desarrollo de las particularidades
nacionales 35 de todos los pueblos de Austria sólo es posible
sobre la base de la plena igualdad de derechos y de la ausencia
de toda clase de opresión. Por tanto, debe ser rechazado, en
primer término, todo centralismo burocrático del Estado, lo
mismo que los privilegios feudales de los territorios.

En estas condiciones, y solamente en estas condiciones,


se podrá establecer en Austria el orden nacional en vez de las
disensiones nacionales; precisamente sobre la base de los
siguientes principios:
1. Austria debe ser transformada en un Estado que represente
una unión democrática de nacionalidades.
2. En lugar de los territorios históricos de la Corona deben
formarse corporaciones autónomas nacionalmente delimitadas,
en cada una de las cuales la legislación y la administración

34
. Por dicho programa votaron también los representantes del Partido Socialdemócrata Sureslavo. Véase: «Debates
sobre la cuestión nacional en el Congreso de Brünn del Partido», 1906, pág. 72.

35
. La traducción rusa de M. Panin (v. el libro de Bauer, traducido por Panin), en lugar de «particularidades nacionales»
dice «individualidades nacionales». Panin traduce erróneamente este pasaje, pues en el texto alemán no existe la palabra
«individualidades», sino «nationalen Eigenart», es decir, particularidades, lo que dista mucho de ser la misma cosa.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 27

se confíen a cámaras nacionales elegidas sobre la base del


sufragio universal, directo e igual.
3. Todas las regiones autónomas de una y la misma nación
forman en conjunto una unión nacional única, que resuelve sus
asuntos nacionales de una manera absolutamente autónoma.
4. Los derechos de las minorías nacionales son garantizados
por una ley especial promulgada por el Parlamento imperial».
El programa termina con un llamamiento a la solidaridad
de todas las naciones de Austria.36
No es difícil advertir que en este programa han quedado
algunas huellas de «territorialismo», pero en términos
generales es la formulación de la autonomía nacional. No en
vano Springer, el primer agitador en pro de la autonomía
cultural-nacional, lo acoge con entusiasmo.37 Bauer lo aprueba
también, calificándolo de «victoria teórica»38 de la autonomía
nacional; únicamente, en interés de una mayor claridad, propone
sustituir el punto 4 por una formulación más precisa, que hable
de la necesidad de «constituir la minoría nacional dentro de
cada región autónoma como una corporación de derecho público»,
para regentar los asuntos de las escuelas y otros asuntos
culturales.39
Tal es el programa nacional de la socialdemocracia
austriaca. Examinemos sus fundamentos científicos.
Veamos cómo fundamenta la socialdemocracia austriaca la
autonomía cultural-nacional, por la que aboga. Dirijámonos a
los teóricos de esta última, a Springer y Bauer. El punto de
partida de la autonomía nacional es el concepto de la nación
como una unión de personas, independientemente de todo
territorio determinado.
La nacionalidad —según Springer— no guarda la menor relación
sustancial con el territorio; la nación es una unión autónoma
de personas.40

36
. Véase: «Verhandlungen des Gesamtparteitages» en Brünn, 1899.

37
. R. Springer, obra cit., pág. 286.

38
. O. Bauer, obra cit., pág. 549.

39
. Ibidem, págª 555.

40
. R. Springer, obra cit., págª 19.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 28

Bauer habla también de la nación como de una «comunidad


de personas», a la que «no se otorga una dominación exclusiva
en ninguna región determinada».41
Pero las personas que componen una nación no siempre viven
agrupadas en una masa compacta; frecuentemente se dividen en
grupos, y en esta forma se incrustan en organismos nacionales
ajenos. Es el capitalismo el que las acucia a ir a diversas
regiones y ciudades a ganar su pan. Pero al entrar en territorios
nacionales ajenos, formando en ellos minorías, estos grupos
sufren a consecuencia de las trabas que las mayorías nacionales
del sitio en que residen ponen a su idioma, a sus escuelas,
etc. De aquí los conflictos nacionales. De aquí la «inutilidad»
de la autonomía territorial. La única salida de esta situación,
a juicio de Springer y de Bauer, es organizar las minorías de
una nacionalidad dada, dispersas por las diversas regiones del
Estado, en una sola unión nacional general, común a todas las
clases. Sólo semejante unión podría defender, a juicio de ellos,
los intereses culturales de las minorías nacionales, sólo ella
sería capaz de poner fin a las discordias nacionales.
De esto se deduce —dice Springer— la necesidad de constituir las
nacionalidades, de dotarlas de derechos y deberes» 42 Por
cierto, «una ley se promulga fácilmente, pero ¿tendrá la
eficacia que de ella se espera?» «Si queréis crear una ley
para las naciones, lo primero que tenéis que hacer es crear
estas naciones» 43 «Sin constituir las nacionalidades, es
imposible crear el derecho nacional y eliminar las disensiones
nacionales.44

Bauer se manifiesta en el mismo sentido cuando formula como


una «reivindicación de la clase obrera» «la constitución de
las minorías en corporaciones de derecho público, basadas en
el principio personal».45
Pero ¿cómo han de organizarse las naciones? ¿Cómo ha de
determinarse cuándo un individuo pertenece a ésta o a la otra
nación?

41
. O. Bauer, obra cit., págª 286.

42
. R. Springer, obra cit., págª 74.

43
. Ibidem, págªs 88-89.

44
. Ibidem, págª 89.

45
. O. Bauer, obra cit., págª 552.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 29

La nacionalidad —dice Springer— se determina por medio de


certificados nacionales; cada individuo que viva en una región
dada estará obligado a declarar a qué nacionalidad pertenece.46
El principio personal —dice Bauer— presupone que la población se
dividirá por nacionalidades sobre la base de la libre
declaración de los ciudadanos adultos», para lo cual «deben
organizarse censos nacionales.47

Y más adelante:
Todos los alemanes —dice Bauer— domiciliados en regiones
nacionalmente homogéneas y todos los alemanes inscritos en los
censos nacionales de las regiones mixtas, constituirán la nación
alemana y elegirán un consejo nacional.48

Otro tanto hay que decir de los checos, los polacos, etc.
El consejo nacional es —según Springer— el parlamento
cultural-nacional, llamado a fijar los principios y aprobar
los medios necesarios para velar por la enseñanza nacional,
la literatura nacional, el arte y la ciencia, la organización
de academias, museos, galerías, teatros», etc.49

Tal es la organización de una nación y su institución


central.
Formando tales instituciones, comunes a todas las clases,
el Partido Socialdemócrata Austriaco aspira, en opinión de
Bauer, a «convertir la cultura nacional en patrimonio de todo
el pueblo, y de este modo —el único posible— unir a todos los
miembros de la nación en una comunidad nacional-cultural».50
Podría pensarse que todo esto sólo guarda relación con
Austria. Pero Bauer no está conforme con ello. Afirma
resueltamente que la autonomía nacional es también obligatoria
para los demás Estados constituidos, como Austria, por varias
nacionalidades.
A la política nacional de las clases poseedoras, a la política
de la conquista del Poder en un Estado multinacional, el
proletariado de todas las naciones contrapone —según Bauer—
su reivindicación de la autonomía nacional.51

46
. B. Springer, obra cit., págª 226.

47
. O. Bauer, obra cit., págª 368.

48
. O. Bauer, obra cit., págª 375.

49
. R. Springer, obra cit., págª 234

50
. O. Bauer, obra cit., págª 553.

51
. Ibidem, págª 337.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 30

Y luego, sustituyendo imperceptiblemente la


autodeterminación de las naciones por la autonomía nacional,
prosigue:
Y así, la autonomía nacional, la autodeterminación de las naciones,
se convierte inevitablemente en el programa constitucional del
proletariado de todas las naciones que viven dentro de un Estado
multinacional.52

Pero Bauer va todavía más lejos. Está profundamente


convencido de que las «uniones nacionales» comunes a todas las
clases, «constituidas» por él y por Springer, habrán de servir
de prototipo para la futura sociedad socialista. Pues sabe que
«el régimen social socialista desmembrará a la humanidad en
comunidades nacionalmente delimitadas»,53 que en el socialismo
se realizará la «agrupación de la humanidad en comunidades
nacionales autónomas», 54 que, «de este modo, la sociedad
socialista presentará, indudablemente, un cuadro abigarrado
de uniones nacionales de personas y de corporaciones
territoriales» 55 y que, por tanto, «el principio socialista
de la nacionalidad es la síntesis suprema del principio nacional
y de la autonomía nacional».56
Creemos que es suficiente
Tal es la fundamentación de la autonomía cultural-nacional
en las obras de Bauer y Springer.
Ante todo, salta a la vista la sustitución absolutamente
incomprensible y no justificada, en modo alguno, de la
autodeterminación de las naciones por la autonomía nacional.
Una de dos: o Bauer no comprende lo que es autodeterminación
o lo comprende y, por una u otra razón, restringe deliberadamente
este concepto. Pues es indudable: a) que la autonomía
cultural-nacional implica la integridad del Estado compuesto
por varias nacionalidades, mientras que la autodeterminación
se sale del marco de esta integridad; b) que la autodeterminación
da a la nación toda la plenitud de derechos, mientras que la
autonomía nacional sólo le da derechos «culturales». Esto, en
primer lugar.

52
. O. Bauer, obra cit., págª 333.

53
. Ibidem, págª 555.

54
. Ibidem, págª 556.

55
. Ibidem, págª 543.

56
. Ibidem, págª 542.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 31

En segundo lugar, cabe perfectamente dentro de lo posible


que en el futuro concurran tales circunstancias interiores y
exteriores, que esta o la otra nacionalidad se decida a salirse
del Estado multinacional de que forma parte, por ejemplo, de
Austria (¿acaso en el Congreso de Brünn los socialdemócratas
rutenos no se declararon dispuestos a unir en un todo las «dos
partes» de su pueblo?). 57 ¿Qué hacer, en tal caso, con la
autonomía nacional «inevitable para el proletariado de todas
las naciones»? ¿Qué «solución» del problema es ésta, que encaja
mecánicamente a las naciones en el lecho de Procusto de la
integridad de un Estado?
Prosigamos. La autonomía nacional está en contradicción
con todo el curso del desarrollo de las naciones. Da la consigna
de organizar las naciones. Pero ¿pueden las naciones soldarse
artificialmente, si la vida, si el desarrollo económico desgaja
de ellas a grupos enteros y los dispersa por diversos
territorios? No cabe duda de que en las primeras fases del
capitalismo las naciones se cohesionan. Pero asimismo es
indudable que en las fases superiores del capitalismo comienza
un proceso de dispersión de las naciones, un proceso en el que
se separa de las naciones toda una serie de grupos que salen
a ganarse el pan y que acaban asentándose definitivamente en
otros territorios del Estado. De este modo, los grupos que
cambian de residencia pierden los viejos vínculos y adquieren
otros nuevos en los nuevos sitios, asimilan, de generación en
generación, nuevos hábitos y nuevos gustos, y, tal vez, también
un nuevo idioma. Y se pregunta: ¿es posible fundir en una sola
unión nacional a estos grupos, disociados unos de otros? ¿Dónde
están los aros mágicos con los cuales pudiera unirse lo que
no tienen unión posible? ¿Sería concebible «cohesionar en una
nación», por ejemplo, a los alemanes del Báltico y a los alemanes
de la Transcaucasia? Y si todo esto es inconcebible e imposible,
¿en qué se distingue, en este caso, la autonomía nacional de
la utopía de los viejos nacionalistas, que se esforzaban en
volver atrás el carro de la historia?
Pero la unidad de una nación no se desmorona solamente por
efecto de las migraciones. Se desmorona también por causas
internas, por efecto de la agudización de la lucha de clases.
En las primeras fases del capitalismo aún podía hablarse de
la «comunidad cultural» del proletariado y la burguesía. Pero,
con el desarrollo de la gran industria y con la agudización
de la lucha de clases, esta «comunidad» comienza a esfumarse.
No es posible hablar seriamente de «comunidad cultural» de

57
. Véase: «Debates sobre la cuestión nacional en el Congreso de Brünn», págª 48.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 32

una nación, cuando los patronos y los obreros de la misma nación


dejan de entenderse unos a otros. ¿De qué «comunidad de destinos»
puede hablarse cuando la burguesía está sedienta de guerra y
el proletariado declara la «guerra a la guerra»? ¿Se puede,
con estos elementos antagónicos, organizar una unión nacional
única y común a todas las clases? ¿Es posible, después de esto,
hablar de la «unión de todos los miembros de la nación en una
comunidad nacional-cultural»?58 ¿No se desprende claramente de
aquí que la autonomía nacional se contradice con toda la marcha
de la lucha de clases?
Pero admitamos por un momento que la consigna de «¡organizad
la nación!» sea una consigna viable. Todavía podría uno
comprender a los parlamentarios nacionalistas burgueses, que
se esfuerzan en «organizar» la nación con objeto de obtener
más votos. Pero ¿desde cuándo los socialdemócratas se dedican
a «organizar» naciones, a «constituir» naciones, a «crear»
naciones?
¿Qué socialdemócratas son esos que, en una época de la más
intensa agudización de la lucha de clases, se ponen a organizar
uniones nacionales comunes a todas las clases? Hasta ahora,
la socialdemocracia austriaca, como todas las demás, tenía una
sola misión: organizar al proletariado. Pero, por lo visto,
esta misión está «anticuada». Ahora Springer y Bauer señalan
una misión «nueva», más sugestiva: la de «crear», la de
«organizar» la nación.
Por lo demás, la lógica obliga: quien acepta la autonomía
nacional tiene que aceptar también esta «nueva» misión; pero
eso equivale a abandonar las posiciones de clase, a pisar la
senda del nacionalismo.
La autonomía cultural-nacional de Springer y Bauer es una
sutil variedad del nacionalismo.
Y no es, ni mucho menos, fortuito que el programa nacional
de los socialdemócratas austriacos imponga la obligación de
velar por «la conservación y el desarrollo de las
particularidades nacionales de los pueblos». ¡Fijaos bien en
lo que significaría «conservar» tales «particularidades
nacionales» de los tártaros de la Transcaucasia como la
autoflagelación en la fiesta del «Shajsei-Vajsei» o
«desarrollar» tales «peculiaridades nacionales» de los
georgianos como el «derecho de venganza»!

58
. O. Bauer, obra cit, págª 553.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 33

Este punto estaría muy en su lugar en un programa


rabiosamente burgués-nacionalista, y si figura en el programa
de los socialdemócratas austriacos es porque la autonomía
nacional tolera puntos semejantes y no está en contradicción
con ellos.
Pero la autonomía nacional, inservible para la sociedad
presente, lo es todavía más para la futura, para la sociedad
socialista.
La profecía de Bauer de «la desmembración de la humanidad
en comunidades nacionalmente delimitadas»59 queda refutada por
toda la trayectoria del desarrollo de la humanidad moderna.
Las barreras nacionales, lejos de reforzarse, se desmoronan
y caen. Ya en la década del 40, Marx decía que «el aislamiento
nacional y los antagonismos entre los pueblos desaparecen de
día en día» y que «el dominio del proletariado los hará
desaparecer más de prisa todavía.60 El desarrollo ulterior de
la humanidad, con el crecimiento gigantesco de la producción
capitalista, con la mezcolanza de nacionalidades y la
unificación de los individuos en territorios cada vez más
vastos, confirma rotundamente la idea de Marx.
El deseo de Bauer de presentar la sociedad socialista bajo
la forma de «un cuadro abigarrado de uniones nacionales de
personas y de corporaciones territoriales» es un tímido intento
de suplantar la concepción de Marx del socialismo por la
concepción, reformada, de Bakunin. La historia del socialismo
revela que todos los intentos de este género llevan siempre
en su seno los elementos de una bancarrota inevitable.
Y no hablemos ya de ese «principio socialista de la
nacionalidad» ensalzado por Bauer y que es, a juicio nuestro,
la sustitución del principio socialista de la lucha de clases
por un principio burgués, por el «principio de la nacionalidad».
Si la autonomía nacional arranca de un principio tan dudoso,
necesario es reconocer que sólo puede inferir daño al movimiento
obrero.
Es cierto que este nacionalismo no se transparenta tanto,
pues se enmascara hábilmente con frases socialistas; por eso
es tanto más dañoso para el proletariado. Al nacionalismo franco
siempre se le puede batir: no es difícil discernirlo. Es mucho
más difícil luchar contra un nacionalismo enmascarado y no
identificable bajo su careta. Protegido con la coraza del

59
. Véase el comienzo de este capitulo.

60
. [Nota del editor: Véase el capítulo 2º del Manifiesto del Partido Comunista de Carlos Marx y Federico Engels.]
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 34

socialismo, es menos vulnerable y más vivaz. Como vive entre


los obreros, emponzoña la atmósfera, sembrando ideas dañinas
de desconfianza mutua y de aislamiento entre los obreros de
distintas nacionalidades.
Pero el daño que causa la autonomía nacional no se reduce
a esto. No sólo prepara el terreno al aislamiento de las
naciones, sino también a la fragmentación del movimiento obrero
unido. La idea de la autonomía nacional sienta las premisas
psicológicas para la división del partido obrero unido en
diversos partidos organizados por nacionalidades. Tras los
partidos se fraccionan los sindicatos, y el resultado es un
completo aislamiento. Y así, un movimiento de clase unido se
desparrama en distintos riachuelos nacionales aislados.
Austria, cuna de la «autonomía nacional», nos proporciona
los más deplorables ejemplos de este fenómeno. El Partido
Socialdemócrata Austriaco, en otro tiempo unido, comenzó ya
en 1897 (en el Congreso de Wimberg)61 a fraccionarse en distintos
partidos separados. Después del Congreso de Brünn (1899), en
que se aprobó la autonomía nacional, el fraccionamiento se
acentuó todavía más. Por último, la cosa ha llegado hasta el
punto de que, en vez de un partido internacional unido, hoy
existen seis partidos nacionales, de los que uno, el Partido
Socialdemócrata Checo, no quiere incluso tener la menor relación
con la socialdemocracia alemana.
A los partidos están vinculados los sindicatos. En Austria,
lo mismo en unos que en otros, la labor principal pesa sobre
los mismos obreros socialdemócratas. Había, pues, razones para
temer que el separatismo en el seno del partido llevase al
separatismo dentro de los sindicatos, que éstos se fraccionasen
también. Y así ha ocurrido, en efecto: los sindicatos se han
dividido también por nacionalidades. Y ahora las cosas llegan
no pocas veces al extremo de que los obreros checos rompan una
huelga sostenida por los obreros alemanes o luchen en las
elecciones municipales junto a la burguesía checa contra los
obreros de nacionalidad alemana.
De lo expuesto se desprende que la autonomía
cultural-nacional no resuelve la cuestión nacional. Lejos de
ello, la exacerba y la embrolla, abonando el terreno para
escindir la unidad del movimiento obrero, para aislar a los
obreros por nacionalidades, para acentuar las fricciones entre
ellos.

61
. [Nota del editor: El Congreso de Viena (o de Wimberg, por el nombre del hotel de Viena en que celebró sus Sesiones)
del Partido Socialdemócrata Austriaco tuvo lugar del 25 al 31 de mayo (6-12 de junio) de 1897.]
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 35

Tales son los frutos de la autonomía nacional.

      

§5.— El bund, su nacionalismo y su separatismo


Hemos dicho más arriba que Bauer, reconociendo que la
autonomía nacional es necesaria para los checos, los polacos,
etc., se declara, no obstante, contrario a esta autonomía para
los judíos. A la pregunta de «¿debe la clase obrera reivindicar
la autonomía para el pueblo judío?», Bauer contesta que «la
autonomía nacional no puede ser una reivindicación de los
obreros judíos».62 La causa reside, a juicio de Bauer, en que
«la sociedad capitalista no les permite (a los judíos. J. St.)
subsistir como nación».63
Resumiendo: la nación judía está dejando de existir; por
tanto, no hay para quién reivindicar la autonomía nacional.
Los judíos van siendo asimilados.
Esta opinión acerca de los destinos de los judíos como nación
no es nueva. Marx la expresó ya en la década del 40 64 , 65
refiriéndose, principalmente, a los judíos alemanes. Kautsky66
la repitió en 1903, 67 refiriéndose a los judíos rusos. Ahora
62
. O. Bauer, obra cit., págªs 381-396.

63
. Ibidem, págª 389.

64
. C. Marx, «Sobre la cuestión judía».

65
. [Nota del editor: Alúdese al artículo de Carlos Marx «Zur Judenfrage» («Sobre la cuestión judía»), publicado en el
año 1844 en Deutsch-Französische Jahrbücher («Anales Franco-Alemanes») (v. Marx-Engels Gesamtausgabe [Obras
completas], Secc. 1, vol. 1, Hb. 1).]

66
. [Nota del editor: Karl Kautsky (1854-1938), nacido en Praga (entonces en el Imperio austro-húngaro), emigró al
Imperio Alemán y se convirtió en la principal figura teórica del partido socialista alemán. El haber sido colaborador de
Engels le proporcionó un enorme prestigio; durante mucho tiempo apareció como un defensor del marxismo ortodoxo,
frente al revisionismo. En verdad ese marxismo ortodoxo era, ya entonces, de sesgo en el fondo muy convencional, muy
larvadamente orientado a la conciliación con el capitalismo y sus instituciones, como la monarquía de los Hohenzollern,
que nunca cuestionó. durante la primera guerra mundial adoptó una posición pacifista, una tercera vía entre los adeptos de la
guerra imperialista y quienes, como Lleñin, preconizaban el derrotismo revolucionario, con la divisa de volver las armas
contra la propia burguesía e implantar un poder obrero. Tras el triunfo de la revolución rusa, que él denunció
vehementemente, su tendencia socialdemócrata (en el nuevo sentido que esta palabra adquirió entonces, hacia 1919-20),
Kautsky fue tildado por Lleñin de renegado; y de hecho apoyó posiciones que rechazaban totalmente cualquier orientación
que buscara una revolución proletaria. Véase: Robert A. Gorman (ed.) Biographical Dictionary of Marxism, London:
Mansell Publishing Limited, 1986, pp. 158-161.]

67
. C. Kautsky, «La matanza de Kishiniov y la cuestión judía», 19O3.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 36

la repite Bauer con relación a los judíos austriacos. Con la


diferencia, sin embargo, de que él no niega el presente, sino
el futuro de la nación judía.
Bauer explica la imposibilidad de que los judíos subsistan
como nación por el hecho de que «los judíos no poseen un
territorio delimitado de colonización». 68 Esta explicación,
acertada en principio, no expresa, sin embargo, toda la verdad.
La razón estriba, ante todo, en que los judíos no tienen una
capa de población extensa y estable ligada a la tierra y que
cohesione de un modo natural a la nación, no sólo como su
osamenta, sino también como mercado «nacional». De los 5 ó 6
millones de judíos rusos, sólo un 3 ó 4% se halla vinculado
de un modo o de otro a la agricultura. El 96% restante trabaja
en el comercio, en la industria, en las instituciones urbanas,
y, en general, habita en las ciudades y, además, diseminado
por toda Rusia, sin constituir la mayoría ni en una sola
provincia.
De este modo, incrustados como minorías nacionales en
territorios de otra nacionalidad, los judíos sirven
principalmente a naciones «ajenas» como industriales y
comerciantes y también ejerciendo profesiones liberales,
adaptándose de un modo natural a las «naciones ajenas» en cuanto
al idioma, etc. Todo esto, sumado a la creciente mezcolanza
de las nacionalidades, peculiar de las formas desarrolladas
del capitalismo, conduce a la asimilación de los judíos. La
abolición de las «zonas de asentamiento» no hará más que acelerar
esta asimilación.
Por esta razón, la cuestión de la autonomía nacional
reviste, en lo que a los judíos rusos se refiere, un carácter
un tanto peregrino: ¡se propone la autonomía para una nación
cuyo futuro se niega y cuya existencia necesita todavía ser
demostrada!
No obstante, el Bund se colocó en esta posición peregrina
y precaria, al adoptar en su VI Congreso (1905) un «programa
nacional» en el espíritu de la autonomía nacional.
Dos circunstancias indujeron al Bund a dar este paso. La
primera circunstancia es la existencia del Bund como
organización de los obreros socialdemócratas judíos y solamente
judíos. Ya antes de 1897 los grupos socialdemócratas que
trabajaban entre los obreros judíos se propusieron el objetivo
de crear «una organización obrera específicamente judía».69 En
68
. O. Bauer, obra cit., págª 388.

69
. Véase: «Formas del movimiento nacional», redactado por Kastellanski.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 37

1897 crearon esta organización unificándose en el Bund. Ocurrió


esto en la época en que, de hecho, la socialdemocracia de Rusia
no existía aún como un todo. Desde entonces, el Bund ha ido
creciendo y extendiéndose continuamente, destacándose cada vez
más sobre el fondo de los días grises de la socialdemocracia
de Rusia. Pero he aquí que llegan los años del novecientos.
Comienza el movimiento obrero de masas. Crece la
socialdemocracia polaca y arrastra a la lucha de masas a los
obreros judíos. Crece la socialdemocracia de Rusia y se atrae
a los obreros «bundistas». El marco nacional del Bund, carente
de una base territorial, comienza a hacerse estrecho. Ante el
Bund se plantea el problema de disolverse en la ola internacional
general o defender su existencia independiente, como
organización extraterritorial. Y el Bund opta por lo segundo.
Así se crea la «teoría» del Bund, como «único representante
del proletariado judío».
Pero justificar esta extraña «teoría» de una manera más
o menos «sencilla» resultaba imposible. Era necesario encontrar
una base «de principio», una justificación «de principio». La
autonomía cultural-nacional resultó ser esta base. Y el Bund
se aferró a ella, tomándola prestada de la socialdemocracia
austriaca. Si los austriacos no hubiesen tenido semejante
programa, el Bund lo habría inventado para justificar «en el
terreno de los principios» su existencia independiente.
De este modo, después del tímido intento hecho en 1901 (IV
Congreso), el Bund adopta definitivamente el «programa
nacional» en 1905 (VI Congreso).
La segunda circunstancia es la situación especial de los
judíos como minorías nacionales en las regiones con mayorías
compactas de otras nacionalidades. Ya hemos dicho que esta
situación mina la existencia de los judíos como nación,
situándolos en el camino de la asimilación. Pero esto es un
proceso objetivo. Subjetivamente, en las mentes de los judíos
provoca una reacción y plantea el problema de las garantías
para los derechos de la minoría nacional, de las garantías contra
la asimilación. Predicando la vitalidad de la «nacionalidad»
judía, el Bund no podía por menos de situarse en el punto de
vista de las «garantías». Y, una vez adoptada esta posición,
no podía por menos de aceptar la autonomía nacional, pues si
el Bund había de acogerse a una autonomía cualquiera, ésta no
podía ser otra que la nacional, es decir, cultural-nacional:
la carencia de un territorio definido e íntegro no permitía
ni hablar de una autonomía político-territorial para los judíos.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 38

Es significativo que el Bund subrayase desde el primor


momento el carácter de la autonomía nacional como garantía de
los derechos de las minorías nacionales, como garantía del
«libre desarrollo» de las naciones. Y tampoco es casual que
Goldblat, el representante del Bund en el II Congreso de la
socialdemocracia de Rusia, formulase la autonomía nacional como
«instituciones que les garanticen [a las naciones. J. St.] plena
libertad de desarrollo cultural». 70 La misma proposición
presentaron a la minoría socialdemócrata de la IV Duma los
partidarios de las ideas del Bund.
Así fue como el Bund adoptó la peregrina posición de la
autonomía nacional de los judíos.
Más arriba hemos analizado la autonomía nacionaL en líneas
generales. Este análisis ha puesto de manifiesto que la
autonomía nacional conduce al nacionalismo. Más adelante
veremos que el Bund ha llegado a ese mismo final. Pero el Bund
enfoca, además, la autonomía nacional en un aspecto especial,
como garantía de los derechos de las minorías nacionales.
Examinemos también la cuestión en este aspecto especial. Ello
es tanto más necesario por cuanto la cuestión de las minorías
nacionales, y no sólo de las judías, encierra para la
socialdemocracia una gran importancia.
Tenemos, pues, «instituciones que garanticen» a las
naciones «plena libertad de desarrollo cultural».
Pero ¿qué «instituciones» son ésas «que garantizan», etc.?
Ante todo, el «consejo nacional» de Springer-Bauer, algo
por el estilo de una Dieta para asuntos culturales.
Pero ¿acaso pueden estas instituciones garantizar la «plena
libertad de desarrollo cultural» de la nación. ¿Acaso puede
una Dieta para asuntos culturales garantizar a la nación contra
las represiones nacionalistas?
El Bund entiende que sí.
Pero la historia dice lo contrario.
En la Polonia rusa existió en un tiempo una Dieta, una Dieta
política, y ésta, naturalmente, se esforzaba por garantizar
la libertad de «desarrollo cultural» de los polacos, pero no
sólo no lo consiguió, sino que por el contrario ella misma
sucumbió en lucha desigual contra las condiciones políticas
generales imperantes en Rusia.

70
. Véase: «Actas del II Congreso», págª. 176.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 39

En Finlandia existe desde hace largo tiempo una Dieta, que


también se esfuerza por defender a la nacionalidad finlandesa
contra los «atentados». Pero si puede hacer mucho en este
sentido, es cosa que está a la vista de todo el mundo.
Naturalmente que no todas las Dietas son iguales, y con
la Dieta democráticamente organizada de Finlandia no es tan
fácil arreglárselas como con la Dieta aristocrática polaca.
Pero lo decisivo no es, sin embargo, la Dieta misma, sino el
orden general de cosas reinante en Rusia. Si hoy existiese en
Rusia un orden de cosas político-social tan brutalmente asiático
como en el pasado, en los años en que fue abolida la Dieta polaca,
a la Dieta finlandesa le iría mucho peor. Por otra parte, la
política de «atentados» contra Finlandia se acentúa, y no se
puede decir que esta política sufra derrotas
Y si así se presentan las cosas tratándose de instituciones
antiguas, formadas en el transcurso de la historia, de Dietas
políticas, menos han de poder garantizar el libre desarrollo
de las naciones Dietas jóvenes, instituciones jóvenes y, además,
tan débiles como las Dietas «culturales».
La cuestión no estriba, evidentemente, en las
«instituciones», sino en el orden general imperante en el país.
Si en el país no hay democratización, no hay tampoco garantías
para la «plena libertad de desarrollo cultural» de las
nacionalidades. Con seguridad puede decirse que cuanto más
democrático sea el país, menos «atentados» habrá a la «libertad
de las nacionalidades» y mayores serán las garantías contra
esos «atentados».
Rusia es un país semiasiático, y por eso la política de
«atentados» reviste allí, no pocas veces, las formas más
brutales, formas de pogromo. Huelga decir que en Rusia las
«garantías» han sido reducidas al mínimo.
Alemania es ya Europa, con mayor o menor libertad política.
No es de extrañar que allí la política de «atentados» no revista
nunca formas de pogromo.
En Francia, naturalmente, hay todavía mayores «garantías»,
pues Francia es un país más democrático que Alemania.
Y no hablemos ya de Suiza, donde gracias a su elevada
democracia, aunque burguesa, las nacionalidades viven
libremente, lo mismo si son minoría que mayoría.
El Bund sigue, pues, un camino falso, al afirmar que las
«instituciones» pueden por sí solas garantizar el pleno
desarrollo cultural de las nacionalidades.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 40

Podrá objetarse que el mismo Bund considera la


democratización de Rusia como condición previa para la «creación
de estas instituciones» y para las garantías de la libertad.
Pero eso es falso. Por el «Informe de la VIII Conferencia del
Bund» 71 se ve que éste piensa conseguir esas «instituciones»
sobre la base del actual orden de cosas vigente en Rusia, por
medio de una «reforma» de la comunidad judía.
La comunidad —dijo en esta Conferencia uno de los líderes del Bund
puede convertirse en el núcleo de la futura autonomía
cultural-nacional. La autonomía cultural-nacional es la forma
en que las naciones se sirven a sí mismas, la forma de satisfacer
las necesidades nacionales. Bajo la forma de la comunidad se
alberga el mismo contenido. Son eslabones de la misma cadena,
etapas de la misma evolución.72

Partiendo de esto, la Conferencia acordó que era necesario


luchar «por la reforma de la comunidad judía y por transformarla
legislativamente en una institución laica», democráticamente
organizada.73
Está claro que el Bund no considera como condición y garantía
la democratización de Rusia, sino la futura «institución laica»
de los judíos, que ha de obtenerse mediante la «reforma de la
comunidad judía», por vía «legislativa», digámoslo así, a través
de la Duma.
Pero ya hemos visto que, por sí solas, sin un orden de cosas
democrático vigente en todo el Estado, las «instituciones» no
pueden servir de «garantías».
Ahora bien, ¿qué ocurrirá bajo un futuro régimen
democrático? ¿No serán también necesarias, bajo la democracia,
instituciones especiales, «instituciones culturales que
garanticen», etc.? ¿Cómo se presentan las cosas, a este
respecto, en la democrática Suiza, por ejemplo? ¿Existen allí
instituciones culturales especiales por el estilo del «consejo
nacional» de Springer? No, no existen. Pero ¿no sufren por ello
los intereses culturales de los italianos, por ejemplo, que
constituyen allí una minoría?
Al parecer, no. Y la cosa es lógica: la democracia en Suiza
hace superfluas todas esas «instituciones» culturales
especiales, que, según se pretende, «garantizan», etc.

71
. [Nota del editor: La VIII Conferencia del Bund se celebró en septiembre de 1910 en Lvov.]

72
. Véase: «Informe de la VIII Conferencia del Bund», 1911, págª. 62.

73
. Ibidem, págªs. 83-84.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 41

Por tanto, impotentes en cuanto al hoy y superfluas en cuanto


al mañana, así son las instituciones de la autonomía
cultural-nacional, así es la autonomía nacional.
Pero esta autonomía resulta aún más perjudicial cuando se
le impone a una «nación» cuya existencia y cuyo porvenir están
en tela de juicio. En tales casos, los partidarios de la
autonomía nacional están obligados a proteger y conservar todas
las particularidades de la «nación», no sólo las útiles, sino
también —las perniciosas, con tal de «salvar a la nación» de
ser asimilada, con tal de «preservarla».
El Bund tenía que emprender indefectiblemente este
peligroso camino. Y lo emprendió en efecto. Nos referimos a
los conocidos acuerdos de las últimas Conferencias del Bund
sobre el «sábado», sobre el «yidish», etc.
La socialdemocracia postula el derecho de emplear la lengua
materna para todas las naciones; pero el Bund no se da por
satisfecho con esto y exige que se defiendan «con especial
insistencia» «los derechos de la lengua judía». 74 Y el mismo
Bund, en las elecciones a la IV Duma, da «preferencia a los
(compromisarios) que se obliguen a defender los derechos de
la lengua judía».75
¡No es el derecho general a emplear la lengua materna, sino
el derecho particular a emplear la lengua judía, el «yidish»!
¡Que los obreros de cada nacionalidad luchen ante todo por su
propia lengua: los judíos por el judío, los georgianos por el
georgiano, etc. La lucha por los derechos generales de todas
las naciones es una cosa secundaria. Podéis incluso no reconocer
el derecho a emplear la lengua materna para todas las
nacionalidades oprimidas pero, si reconocéis el derecho a
emplear el «yidish», ya sabéis que el Bund votará por vosotros,
que el Bund os dará «preferencia».
¿En qué se distingue, entonces, el Bund de los nacionalistas
burgueses?
La socialdemocracia postula el establecimiento de un día
obligatorio de descanso a la semana, pero el Bund no se da por
satisfecho con esto y exige que se «asegure al proletariado
judío, legislativamente, el derecho a celebrar el sábado,
relevándole de la obligación de celebrar también otro día».76

74
. Véase: «Informe de la VIII Conferencia del Bund», págª. 85.

75
. Véase: «Informe de la IX Conferencia del Bund», 1912, págª. 42.

76
. Véase: «Informe de la VIII Conferencia del Bund», págª. 83.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 42

Es de esperar que el Bund dará «un paso adelante» y exigirá


el derecho a celebrar todas las viejas fiestas judías. Y si,
para desgracia del Bund, los obreros judíos se han curado de
prejuicios y no desean celebrar esas fiestas, el Bund, con su
campaña (de agitación por el «derecho del sábado», les recordará
el sábado, cultivará en ellos, por decirlo así, el «espíritu
del sábado»
Por eso se comprenden perfectamente los «fogosos discursos»
pronunciados en la VIII Conferencia del Bund pidiendo
«hospitales judíos», reivindicación ésta que se razonaba
diciendo que «el enfermo se siente mejor entre los suyos», que
«el obrero judío se sentirá mal entre obreros polacos y se
sentirá bien entre tenderos judíos».77
Conservar todo lo judío, preservar todas las peculiaridades
nacionales de los judíos, hasta las que se sabe de antemano
que son perjudiciales para el proletariado, separar a los judíos
de todo lo que no sea judío, llegando hasta a construir
hospitales especiales: ¡fijaos cuán bajo ha ido a parar el Bund!
El camarada Plejánov78 tenía una y mil veces razón al decir
que el Bund «adapta el socialismo al nacionalismo».
Naturalmente, V. Kossovski y otros bundistas como él pueden
motejar a Plejánov de «demagogo»79, —el papel lo aguanta todo—,
pero conociendo la actuación del Bund, no es difícil comprender
que estas bravas gentes temen sencillamente decir la verdad
acerca de sí mismas y se escudan en improperios a propósito
de la «demagogia».
Pero, al mantener tal posición en el problema nacional,
el Bund, naturalmente, tenía que emprender también en materia
de organización la senda del aislamiento de los obreros judíos,

77
. Ibidem, págª. 68.

78
. [Nota del editor: G.V. Plejánov (1856-1918) ha sido considerado como el padre del marxismo en Rusia. Hijo de un
hidalgo, inclinóse al principio al comunismo agrario de orientación populista, siendo a la sazón un estudiante en San
Petersburgo en los años 70. Habiéndose exiliado en 1988, formó un grupo para la emancipación obrera en Ginebra; sería
uno de los fundadores del POSDR. Es autor de muchísimos libros y artículos, en los que defendió —tanto en filosofía como
en sociología y teoría política— el marxismo ortodoxo contra toda revisión. Sin embargo, tras haber luchado codo con codo
con Lleñin contra las tendencias derechistas y «economicistas», sumóse Plejánov (contra toda previsión) a la corriente
menchevique; y aun llegó al extremo de abogar, durante la I guerra mundial, por una posición nacionalista-belicista, que
justificaba la guerra por el lado de la Rusia zarista. Véase: Robert A. Gorman (ed.) Biographical Dictionary of Marxism,
London: Mansell Publishing Limited, 1986, pp. 365-6.]

79
. Véase: Nasha Zariá, 1912, núm. 9-10, págª. 120.
[Nota del editor: G. V. Plejánov, en el artículo «Otra Conferencia escisionista», publicado en el periódico Za Partiu («Por el
Partido») del 2 (15) de octubre de 1912, condenó la Conferencia «de Agosto» de los liquidadores y calificó la posición de
los bundistas y de los socialdemócratas caucasianos como adaptación del socialismo al nacionalismo. En una carta a la
redacción de la revista liquidadora Nasha Zariá, el líder bundista Kossovski criticó a Plejánov.]
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 43

la senda de las curias nacionales dentro de la socialdemocracia.


¡Tal es la lógica de la autonomía nacional!
Y, en efecto, de la teoría del «único representante» el
Bund pasa a la teoría del «deslindamiento nacional» de los
obreros. El Bund exige de la socialdemocracia de Rusia que
«introduzca en la estructura de su organización un
deslindamiento por nacionalidades». 80 Y del «deslindamiento»
da «un paso adelante» hacia la teoría del «aislamiento». No
en vano en la VIII Conferencia del Bund resollaron discursos
sosteniendo que «en el aislamiento es donde reside la existencia
nacional».81
El federalismo en la organización alberga en su seno
elementos de descomposición y de separatismo. El Bund marcha
hacia el separatismo.
Y en realidad, no le queda otro camino. Ya su misma
existencia como organización extraterritorial le empuja a la
senda del separatismo. El Bund no posee un territorio íntegro
y definido; opera en territorios «ajenos», mientras que la
socialdemocracia polaca, la letona y la rusa, entre las que
se mueve, son colectividades territoriales internacionales.
Pero ello hace que cada ampliación de estas colectividades
represente para el Bund una «pérdida», una reducción de su campo
de acción. Una de dos: o toda la socialdemocracia de Rusia debe
reorganizarse sobre los principios del federalismo nacional,
en cuyo caso el Bund obtiene la posibilidad de «asegurarse»
el proletariado judío; o se mantiene en vigor el principio
territorial internacional de estas colectividades, en cuyo caso
el Bund tiene que reorganizarse sobre los principios
internacionalistas, como ocurre con la socialdemocracia polaca
y la letona.
Esto explica por qué el Bund exige desde el primer momento
«la reconstrucción de la socialdemocracia de Rusia sobre
principios federativos».82
En 1906, el Bund, cediendo a la ola de unificación nacida
en la base, eligió el camino intermedio, ingresando en la
socialdemocracia de Rusia. Pero ¿cómo ingresó?. Mientras que
la socialdemocracia polaca y la letona ingresaron en ella para
trabajar pacífica y conjuntamente, el Bund ingresó con el fin

80
. Véase: «Comunicado sobre el VII Congreso del Bund», págª. 7.

81
. Véase: «Informe de la VIII Conferencia del Bund», págª. 72.

82
. Véase: «En torno a la cuestión de la autonomía nacional y la reconstrucción de la socialdemocracia de Rusia sobre
principios federativos», ed. del Bund, 1902.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 44

de guerrear por la federación. El líder de los bundistas, Medem,


así lo dijo entonces:
No vamos a un idilio, sino a la lucha. No hay idilio y sólo los
Manílov pueden esperar que lo haya en un porvenir próximo. El
Bund debe entrar en el Partido armado de pies a cabeza.83

Sería un error ver en esto mala voluntad por parte de Medem.


No se trata de mala voluntad, sino de la posición especial del
Bund, en virtud de la cual éste no puede por menos de luchar
contra la socialdemocracia de Rusia, organizada sobre los
principios del internacionalismo. Ahora bien, luchando contra
ella, el Bund, naturalmente, infringía los intereses de la
unidad. Por último, la cosa llegó hasta la ruptura formal del
Bund con la socialdemocracia de Rusia: el Bund, violando los
estatutos, se unió, en las elecciones a la IV Duma, con los
nacionalistas de Polonia contra los socialdemócratas polacos.
El Bund encontró, por lo visto, que la ruptura era la mejor
manera de asegurar su actuación independiente.
Así fue como el «principio» del «deslindamiento» en el
terreno de la organización condujo al separatismo, a la completa
ruptura.
Polemizando acerca del federalismo con la vieja «Iskra»,84
el Bund escribía en cierta época:
La «Iskra» quiere convencernos de que las relaciones federativas
del Bund con la socialdemocracia de Rusia deben debilitar los
vínculos entre ellos. No podemos refutar esta opinión
remitiéndonos a la experiencia de Rusia, por la sencilla razón
de que la socialdemocracia de Rusia no existe como una unión
federativa. Pero podemos referirnos a la experiencia
extraordinariamente instructiva de la socialdemocracia de
Austria, que asumió carácter federativo sobre la base del
acuerdo del Congreso del Partido celebrado en 1897.85

Esto fue escrito en 1902.


Pero ahora estamos en 1913. Ahora tenemos tanto la
«experiencia» de Rusia como la «experiencia de la
socialdemocracia de Austria».
¿Qué nos dicen estas experiencias?

83
. Véase: Nashe Slovo, Nº 3, págª. 24, Vilna, 1906.

84
. [Nota del editor: Iskra («La Chispa»): primer periódico clandestino marxista para toda Rusia, fundado en 1900 por
Lleñin.]

85
. Véase: «En torno a la cuestión de la autonomía nacional», etc., págª. 17, ed. del Bund, 1902.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 45

Comencemos por «la experiencia extraordinariamente


instructiva de la socialdemocracia de Austria». Hasta 1896,
aún existía en Austria un partido socialdemócrata único. En
ese año, los checos por primera vez reclaman y obtienen en el
Congreso Internacional de Londres una representación aparte.
En 1897, en el Congreso del Partido celebrado en Viena (en
Wimberg), se liquida formalmente el partido único y se
constituye en su lugar una unión federativa de seis «grupos
socialdemócratas» nacionales. Más adelante, estos «grupos» se
convierten en partidos independientes. Poco a poco, los partidos
van rompiendo los vínculos entre sí. Tras los partidos se escinde
la minoría parlamentaria y se forman «clubs» nacionales. Les
siguen los sindicatos, que se fraccionan también por
nacionalidades. La cosa llega hasta las cooperativas, para cuyo
fraccionamiento exhortan a los obreros los separatistas
checos. 86 Y no hablemos ya de cómo la agitación separatista
entibia en los obreros el sentimiento de solidaridad
empujándolos no pocas veces a la senda de los rompehuelgas.
Vemos, pues, que «la experiencia extraordinariamente
instructiva de la socialdemocracia de Austria» habla en contra
del Bund y a favor de la vieja «Iskra». En el partido austriaco,
el federalismo condujo al separatismo más vergonzoso y a la
destrucción de la unidad del movimiento obrero.
Ya hemos visto más arriba que la «experiencia de Rusia»
nos dice lo mismo. Los separatistas bundistas, al igual que
los checos, rompieron con la socialdemocracia común, con la
socialdemocracia de Rusia. En cuanto a los sindicatos, a los
sindicatos bundistas, estuvieron organizados, desde el primer
momento, sobre los principios de la nacionalidad, es decir,
estaban desligados de los obreros de otras nacionalidades.
Completo aislamiento, completa ruptura: he ahí lo que pone
de manifiesto la «experiencia rusa» del federalismo.
No es extraño que este estado de cosas repercuta entre los
obreros, entibiando el sentimiento de solidaridad y provocando
la desmoralización, la cual penetra también en el Bund. Nos
referimos, al decir esto, a los conflictos cada vez más
frecuentes entre los obreros judíos y polacos a causa del paro
forzoso. He aquí los discursos que resanaron, a este propósito,
en la IX Conferencia del Bund.

86
. Véase en «Dokumente des Separatismus» las palabras tomadas del folleto de Vanek, págª. 29. [Nota del Editor: Karl
Vanek era un socialdemócrata checo, que sustentaba una posición nacionalista, la cual fue tildada por los marxistas
revolucionarios de `abiertamente chovinista y separatista'.]
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 46

Consideramos como pogromistas, como amarillos, a los obreros


polacos que nos desalojan del trabajo, y no apoyamos sus huelgas,
las rompemos. En segundo lugar, contestamos al desalojamiento
con el desalojamiento: como réplica a la no admisión de los
obreros judíos en las fábricas, no dejamos que los obreros
polacos se acerquen a los bancos de trabajo manual Si no tomamos
este asunto en nuestras manos, los obreros se irán con otros.87

Así es como se habla de la solidaridad en la Conferencia


de los bundistas.
No se puede ir más lejos en la senda del «deslindamiento»
y del «aislamiento». El Bund ha alcanzado sus objetivos:
deslinda a los obreros de distintas nacionalidades hasta llegar
a la pendencia, hasta hacer de ellos rompehuelgas. Y no puede
ser de otro modo: «Si no tomamos este asunto en nuestras manos,
los obreros se irán con otros»
Desorganización del movimiento obrero, desmoralización en
las filas de la socialdemocracia: he ahí a dónde conduce el
federalismo bundista.
Así, pues, la idea de la autonomía cultural-nacional y la
atmósfera que crea han resultado ser todavía más dañinas en
Rusia que en Austria.

      

§6.— Los caucasianos, la conferencia de los liquidadores


Más arriba hemos hablado de las vacilaciones de una parte
de los socialdemócratas caucasianos, que no pudieron resistir
a la «epidemia» nacionalista. Estas vacilaciones se expresaron
en el hecho de que los mencionados socialdemócratas siguieron
—por extraño que ello parezca— las huellas del Bund, proclamando
la autonomía cultural-nacional.
Autonomía regional para todo el Cáucaso y autonomía
cultural-nacional para las naciones que viven en el Cáucaso:
así es como formulan su reivindicación estos socialdemócratas,
que, dicho sea de paso, se han adherido a los liquidadores rusos.
Oigamos a su reconocido líder, al célebre N.:

87
. Véase: «Informe de la IX Conferencia del Buud», págª. 19.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 47

De todos es sabido que el Cáucaso se distingue profundamente de


las provincias centrales, tanto por la composición racial de
su población, como por el territorio y la agricultura. La
explotación y el desarrollo material de una región como ésta
requieren hombres nacidos en ella, que conozcan las
particularidades locales y estén acostumbrados al clima y a
la cultura local. Es necesario que todas las leyes que persigan
fines de explotación del territorio local sean promulgadas en
el país mismo y puestas en práctica por elementos locales.
Consiguientemente, será de la competencia del órgano central
de la administración autónoma caucasiana la promulgación de
leyes sobre problemas locales De esta manera, las funciones
del centro caucasiano consistirán en la promulgación de aquellas
leyes que persigan fines de explotación económica del territorio
local y la prosperidad material de la región.88

Tenemos, pues, la autonomía regional para el Cáucaso.


Si prescindimos de los argumentos de N., un tanto confusos
e incoherentes, hay que reconocer que la conclusión a que llega
es exacta. La autonomía regional del Cáucaso, dentro del marco
de la constitución general del Estado —cosa que N. no niega—
es, en realidad, necesaria, en virtud de las particularidades
de su composición y de sus condiciones de vida. Esto ha sido
reconocido también por la socialdemocracia de Rusia, que en
el II Congreso proclamó «la administración autónoma regional
para todos los territorios periféricos que, por sus condiciones
de vida y su población, se distinguen de los territorios
propiamente rusos».
Al someter este punto a la discusión del II Congreso, Mártov
lo razonó diciendo que «la enorme extensión de Rusia y la
experiencia de nuestra administración centralizada nos dan
motivos para considerar necesaria y conveniente la existencia
de una administración autónoma regional para unidades tan
grandes como Finlandia, Polonia, Lituania y el Cáucaso».
De ahí se desprende que por administración autónoma regional
hay que entender la autonomía regional.
Pero N. va más lejos. A su juicio, la autonomía regional
del Cáucaso abarca «solamente un aspecto de la cuestión».
Hasta aquí hemos hablado solamente del desarrollo material de la
vida local. Pero al desarrollo económico de la región contribuye
no sólo la actividad económica, sino también la actividad
espiritual, cultural» «Una nación culturalmente fuerte es
también fuerte en el terreno económico» «Pero el desarrollo
cultural de las naciones sólo es posible sobre la base del idioma
nacional» «Por eso, todos los problemas relacionados con el

88
. Véase el periódico georgiano Chveni Tsjovreba, 1912, Nº 12. [Nota del editor: Chveni Tsjovreba(«Nuestra Vida») era
un diario de los mencheviques georgianos; se publicó en Kutaís del al 22 de julio de 1912.]
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 48

idioma materno son problemas cultural-nacionales. Tales son


los problemas de la enseñanza, del procedimiento judicial, de
la iglesia, de la literatura, de las artes, de las ciencias,
del teatro, etc. Si el desarrollo material de la región unifica
las naciones, los asuntos nacional-culturales las desunen,
colocando a cada una de ellas en un palenque distinto. Las
actividades del primer género están vinculadas a un determinado
territorio» «No sucede así con los asuntos
cultural-nacionales. Estos no están vinculados con un
territorio determinado, sino con la existencia de una nación
determinada. Los destinos del idioma georgiano interesan por
igual a los georgianos, dondequiera que éstos vivan. Sería
prueba de supina ignorancia decir que la cultura georgiana sólo
atañe a los georgianos que viven en Georgia. Tomemos, por
ejemplo, la iglesia armenia. En la administración de sus asuntos
toman parte armenios de diferentes lugares y Estados. Aquí el
territorio no desempeña papel alguno. O, por ejemplo, en la
creación del museo georgiano están igualmente interesados los
georgianos de Tiflis y los de Bakú, Kutaís, San Petersburgo,
etc. Esto quiere decir que la administración y dirección de
todos los asuntos cultural-nacionales deben entregarse a las
mismas naciones interesadas. Nosotros proclamamos la autonomía
cultural-nacional de las nacionalidades caucasianas.89

Resumiendo: puesto que la cultura no es el territorio, ni


el territorio es la cultura, es necesaria la autonomía
cultural-nacional. Eso es todo lo que en apoyo de ésta nos puede
decir N.
No vamos a examinar aquí una vez más la autonomía
nacional-cultural en términos generales; ya hemos hablado más
arriba de su carácter negativo. Quisiéramos solamente poner
de relieve que, si en general resulta inservible, teniendo en
cuenta las condiciones del Cáucaso es, además, disparatada y
absurda.
He aquí por qué.
La autonomía cultural-nacional presupone unas
nacionalidades más o menos desarrolladas, con una cultura y
una literatura desarrolladas. Sin estas condiciones, dicha
autonomía pierde todo sentido, se convierte en un absurdo. Pero
en el Cáucaso viven numerosos pueblos con una cultura primitiva,
con su propia lengua, pero sin una literatura propia, pueblos
que, además, se hallan en un estado de transición, que en parte
van siendo asimilados y en parte continúan desarrollándose.
¿Cómo aplicar a estos pueblos la autonomía cultural-nacional?
¿Qué hacer con ellos? ¿Cómo «organizarlos» en distintas uniones
cultural-nacionales, como, indudablemente, presupone la
autonomía cultural-nacional?

89
. Véase el periódico citado.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 49

¿Qué hacer con los mingrelios, abjasianos, adzharianos,


svanetos, lesgos, etc., que hablan lenguas diferentes, pero
que no poseen su propia literatura? ¿Entre qué naciones deben
ser comprendidos? ¿Es posible «organizarlos» en uniones
nacionales? ¿En torno a qué «asuntos culturales»
«organizarlos»?
¿Qué hacer con los osetinos, entre los cuales los de la
Transcaucasia están siendo asimilados (pero distan mucho
todavía de haber sido asimilados) por los georgianos, mientras
los de la Ciscaucasia en parte van siendo asimilados por los
rusos y en parte siguen desarrollándose, creando su propia
literatura? ¿Cómo «organizarlos» en una unión nacional única?
¿En qué unión nacional deben ser comprendidos los
adzharianos, que hablan el georgiano, pero que viven la cultura
turca y profesan el islamismo? ¿No habrá que «organizarlos»
aparte de los georgianos en lo tocante a los asuntos religiosos,
y junto con los georgianos en lo tocante a otros asuntos
culturales? ¿Y los kobuletes? ¿Y los ingushos? ¿Y los inguilos?
¿Qué autonomía es esa que excluye de la lista a tantos
pueblos?
No, ésa no es la solución de la cuestión nacional; eso es
el fruto de una fantasía ociosa.
Pero admitamos lo inadmisible y supongamos que la autonomía
nacional-cultural de nuestro N. se haya puesto en práctica.
¿A dónde conduce?, ¿a qué resultados? Tomemos, por ejemplo,
a los tártaros transcaucasianos, con su porcentaje mínimo de
personas que saben leer y escribir, con sus escuelas regentadas
por los omnipotentes mulhas, con su cultura impregnada de
espíritu religioso No es difícil comprender que el
«organizarlos» en una unión cultural-nacional significaría
colocar al frente de ellos a sus mulhas, significaría dejarlos
a merced de los reaccionarios mulhas, significaría crear una
nueva fortaleza para la esclavización espiritual de las masas
tártaras por su más enconado enemigo.
Pero ¿desde cuándo los socialdemócratas se dedican a llevar
el agua al molino de los reaccionarios?
¿No han podido los liquidadores caucasianos «proclamar»
otra cosa mejor que la delimitación de los tártaros
transcaucasianos en una unión cultural-nacional, que conduciría
a la esclavización de las masas por los más enconados
reaccionarios?
No, ésa no es la solución de la cuestión nacional.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 50

La cuestión nacional del Cáucaso sólo puede resolverse en


el sentido de llevar a las naciones y pueblos rezagados al cauce
común de una cultura superior. Sólo esta solución puede ser
progresiva y aceptable para la socialdemocracia. La autonomía
regional del Cáucaso es aceptable, precisamente, porque
incorpora a las naciones rezagadas al desarrollo cultural común,
les ayuda a romper el cascarón del aislamiento propio de las
pequeñas nacionalidades, las impulsa a marchar hacia adelante
y les facilita el acceso a los valores de una cultura superior.
En cambio, la autonomía cultural-nacional actúa en un sentido
diametralmente opuesto, pues recluye a las naciones en sus
viejos cascarones, las mantiene en los grados inferiores del
desarrollo de la cultura y les impide elevarse a los grados
más altos de la misma.
De este modo, la autonomía nacional paraliza los lados
positivos de la autonomía regional y la reduce a la nada.
Por eso, precisamente, no sirve tampoco ese tipo mixto de
autonomía que propone N., en el que se combinan la autonomía
nacional-cultural y la autonomía regional. Esta combinación
antinatural no mejora la cosa, sino que la empeora, pues, además
de entorpecer el desarrollo de las naciones rezagadas, convierte
la autonomía regional en arena de choques entre las naciones
organizadas en uniones nacionales.
De este modo, la autonomía cultural-nacional, inservible
en general, se convertiría, en el Cáucaso, en una empresa
reaccionaria absurda.
Tal es la autonomía cultural-nacional de N. y de sus
correligionarios caucasianos.
¿Darán los liquidadores caucasianos «un paso adelante» y
seguirán también al Bund en el terreno de la organización? El
futuro lo dirá. Hasta hoy, en la historia de la socialdemocracia,
el federalismo en el terreno de la organización ha precedido
siempre a la autonomía nacional en el programa. Los
socialdemócratas austriacos aplicaron ya en 1897 el federalismo
en el terreno de la organización, y sólo a la vuelta de dos
años (en 1899) adoptaron la autonomía nacional. Los bundistas
hablaron por primera vez de un modo inteligible de la autonomía
nacional en 1901, mientras que el federalismo en el terreno
de la organización lo practicaban ya desde 1897.
Los liquidadores caucasianos han empezado por el final,
por la autonomía nacional. Si siguen marchando sobre las huellas
del Bund, tendrán que demoler previamente todo el edificio de
la organización actual, levantado ya a fines de la década del
90 sobre los principios del internacionalismo.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 51

Pero todo lo que ha tenido de fácil aceptar la autonomía


nacional, incomprensible todavía para los obreros, lo tendrá
de difícil demoler un edificio que ha costado años enteros
construir y que ha sido levantado y cuidado con tanto amor por
los obreros de todas las nacionalidades del Cáucaso. Bastará
que comience esta empresa de Eróstrato, para que los obreros
abran los ojos y comprendan la esencia nacionalista de la
autonomía cultural-nacional.
Mientras los caucasianos resuelven la cuestión nacional
de una manera común y corriente, por medio de debates verbales
y de una discusión literaria, la Conferencia de los liquidadores
de toda Rusia ha discurrido un procedimiento completamente
desusado. Un procedimiento fácil y sencillo. Escuchad:
Habiendo oído la comunicación hecha por la delegación caucasiana
acerca de que es necesario plantear la reivindicación de la
autonomía nacional-cultural, la Conferencia, sin pronunciarse
acerca del fondo de esta reivindicación, hace constar que tal
interpretación del punto del programa en que se reconoce a cada
nacionalidad el derecho de autodeterminación, no va en contra
del sentido preciso de dicho programa.

Así, ante todo, «sin pronunciarse acerca del fondo de esta»


cuestión, y luego «hacer constar». ¡Peregrino método!
¿Qué es lo que «hace constar» esta original Conferencia?
Pues que la «reivindicación» de la autonomía
nacional-cultural «no va en contra del sentido preciso» del
programa en que se reconoce el derecho de las naciones a la
autodeterminación.
Examinemos esta tesis.
El punto de la autodeterminación habla de los derechos de
las naciones. Según este punto, las naciones no sólo tienen
derecho a la autonomía, sino también a la separación. Se trata
de la autodeterminación política. ¿A quién han querido engañar
los liquidadores, intentando tergiversar totalmente este
derecho de autodeterminación política de las naciones,
establecido desde hace largo tiempo en toda la socialdemocracia
internacional?
¿O tal vez los liquidadores quieran escurrir el bulto,
escudándose tras el sofisma de que la autonomía
cultural-nacional «no va en contra» de los derechos de las
naciones? Es decir, que si todas las naciones de un Estado
determinado se ponen de acuerdo para organizarse según los
principios de la autonomía cultural-nacional, esta suma de
naciones tiene perfecto derecho a hacerlo y nadie puede
imponerles por la fuerza otra forma de vida política. Nuevo
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 52

e ingenioso. ¿Por qué no añadir que, en general, las naciones


tienen derecho a derogar su propia Constitución, a sustituirla
por un sistema de arbitrariedad, a retrotraerse al viejo orden
de cosas, pues las naciones y solamente ellas tienen derecho
a determinar sus propios destinos? Repetimos: en este sentido,
ni la autonomía cultural-nacional ni ninguna otra tendencia
reaccionaria en la cuestión nacional «va en contra» de los
derechos de las naciones.
¿No era eso lo que quería decir la respetable Conferencia?
No, no era eso. Dice concretamente que la autonomía
cultural-nacional «no va en contra», no de los derechos de las
naciones sino «del sentido preciso» del programa. Aquí se trata
del programa y no de los derechos de las naciones.
Y es comprensible. Si a la Conferencia de los liquidadores
se hubiese dirigido una nación cualquiera, la Conferencia podría
haber hecho constar sencillamente que una nación tiene derecho
a la autonomía cultural-nacional. Pero a la Conferencia no se
dirigió una nación, sino una «delegación» de socialdemócratas
caucasianos, malos socialdemócratas, es cierto, pero, con todo,
socialdemócratas. Y éstos no preguntaron acerca de los derechos
de las naciones, sino si la autonomía cultural-nacional no
contradice a los principios de la socialdemocracia, si no va
«en contra» «del sentido preciso» del programa de la
socialdemocracia.
Así, pues, los derechos de las naciones y el «sentido
preciso» del programa de la socialdemocracia no son una y la
misma cosa.
Evidentemente, hay reivindicaciones que, aun no yendo en
contra de los derechos de las naciones, pueden ir en contra
del «sentido preciso» del programa.
Un ejemplo. En el programa de los socialdemócratas figura
un punto sobre la libertad de conciencia. Según este punto,
cualquier grupo de personas tiene derecho a profesar cualquier
religión: el catolicismo, la religión ortodoxa, etc. La
socialdemocracia luchará contra toda persecución de las
religiones, contra las persecuciones de que se haga objeto a
los ortodoxos, católicos y protestantes. ¿Quiere decir esto
que el catolicismo, el protestantismo, etc. «no van en contra
del sentido preciso» del programa? No, no quiere decir esto.
La socialdemocracia protestará siempre contra las persecuciones
de que se haga objeto al catolicismo y al protestantismo,
defenderá siempre el derecho de las naciones a practicar
cualquier religión; pero, al mismo tiempo, partiendo de una
comprensión acertada de los intereses del proletariado, hará
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 53

propaganda en contra del catolicismo, en contra del


protestantismo, en contra de la religión ortodoxa, con el fin
de hacer triunfar la concepción socialista del mundo.
Y obrará así porque el protestantismo, el catolicismo, la
religión ortodoxa, etc., sin ningún género de dudas, «van en
contra del sentido preciso» del programa, es decir, en contra
de los intereses bien comprendidos del proletariado.
Otro tanto hay que decir de la autodeterminación. Las
naciones tienen derecho a organizarse con arreglo a sus deseos,
tienen derecho a conservar las instituciones nacionales que
les plazcan, las perniciosas y las útiles: nadie puede (¡nadie
tiene derecho !) inmiscuirse por la fuerza en la vida de las
naciones. Pero esto no quiere decir que la socialdemocracia
no haya de luchar, no haya de hacer propaganda en contra de
las instituciones nocivas de las naciones, en contra de las
reivindicaciones inadecuadas de las naciones. Por el contrario,
la socialdemocracia está obligada a realizar esta propaganda
y a influir en la voluntad de las naciones de modo que éstas
se organicen en la forma que mejor corresponda a los intereses
del proletariado. Precisamente por esto, luchando en favor del
derecho de las naciones a la autodeterminación, realizará, al
mismo tiempo, una campaña de propaganda, por ejemplo, contra
la separación de los tártaros y contra la autonomía
cultural-nacional de las naciones caucásicas, pues tanto una
como otra, si bien no van en contra de los derechos de estas
naciones, van, sin embargo, en contra «del sentido preciso»
del programa, es decir, de los intereses del proletariado
caucasiano.
Evidentemente, los «derechos de las naciones» y el «sentido
preciso» del programa son dos planos completamente distintos.
Mientras que el «sentido preciso» del programa expresa los
intereses del proletariado, formulados científicamente en su
programa, los derechos de las naciones pueden expresar los
intereses de cualquier clase: de la burguesía, de la
aristocracia, del clero, etc., con arreglo a la fuerza y a la
influencia de estas clases. Allí son los deberes del marxista,
aquí los derechos de las naciones, integradas por diversas
clases. Los derechos de las naciones y los principios de la
socialdemocracia pueden ir o no «ir en contra» los unos de los
otros, de la misma manera, por ejemplo, que la pirámide de Cheops
y la famosa Conferencia de los liquidadores. Son,
sencillamente, magnitudes incomparables.
Pero de aquí se desprende que la respetable Conferencia
ha confundido de la manera más imperdonable dos cosas totalmente
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 54

distintas. El resultado no ha sido la solución de la cuestión


nacional, sino un absurdo en virtud del cual los derechos de
las naciones y los principios de la socialdemocracia «no van
en contra» los unos de los otros; y, por consiguiente, toda
reivindicación de las naciones puede ser compatible con los
intereses del proletariado; y por consiguiente, ¡ni una sola
reivindicación de las naciones que aspiran a la
autodeterminación «irá en contra del sentido preciso» del
programa!
Ni la menor compasión con la lógica
Este absurdo ha servido de base al ya célebre acuerdo de
la Conferencia de los liquidadores, según el cual la
reivindicación de la autonomía nacional-cultural «no va en
contra del sentido preciso» del programa.
Pero la Conferencia de los liquidadores no infringe
solamente las leyes de la lógica.
Infringe, además, su propio deber para con la
socialdemocracia de Rusia, al sancionar la autonomía
cultural-nacional. Infringe del modo más definido el «sentido
preciso» del programa, pues es sabido que el II Congreso, en
el que se aprobó el programa, rechazó resueltamente la autonomía
cultural-nacional. He aquí lo que se dijo, a este propósito,
en el Congreso:
Goldbtat (bundista):  Yo considero necesario crear instituciones
especiales que aseguren la libertad del desarrollo cultural
de las nacionalidades, razón por la cual propongo que se añada
al § 8 lo siguiente: «y creación de las instituciones que les
garanticen plena libertad de desarrollo cultural» (que es, como
se sabe, la formulación bundista de la autonomía
cultural-nacional. J. St.).
Martínov señala que las instituciones generales deben
organizarse de tal modo que garanticen también los intereses
privados. No es posible crear ninguna institución especial que
asegure la libertad de desarrollo cultural de la nacionalidad.
Egórov: En la cuestión de la nacionalidad sólo podemos
adoptar proposiciones negativas, es decir, somos contrarios
a toda restricción de la nacionalidad. Pero a nosotros, como
socialdemócratas, nos tiene sin cuidado que esta o aquella
nacionalidad se desarrolle como tal. Esto es materia de un
proceso espontáneo.
Koltsov: Los delegados del Bund se ofenden siempre que se
habla de su nacionalismo. Y sin embargo, la enmienda propuesta
por el delegado del Bund tiene un carácter puramente
nacionalista. Exigen de nosotros medidas puramente ofensivas
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 55

para defender incluso a aquellas nacionalidades que se van


extinguiendo».
En consecuencia, «la enmienda de Goldblat es rechazada por
mayoría de votos contra tres».
Está, pues, claro que la Conferencia de los liquidadores
ha ido «en contra del sentido preciso» del programa, ha
infringido el programa.
Ahora, los liquidadores intentan justificarse,
remitiéndose al Congreso de Estocolmo, que, según ellos, ha
sancionado la autonomía cultural-nacional. Y así, V. Kossovski
escribe:
Como es sabido, según el acuerdo adoptado en el Congreso de
Estocolmo, se dejó al Bund en libertad para conservar su programa
nacional (hasta la solución de la cuestión nacional en el
Congreso de todo el Partido). Este Congreso reconoció que la
autonomía nacional-cultural no contradice, en todo caso, el
programa general del Partido.90

Pero los esfuerzos de los liquidadores son vanos. El


Congreso de Estocolmo no pensó siquiera en sancionar el programa
del Bund; se avino sencillamente a dejar abierta, por el momento,
la cuestión. Al valiente Kossovski le faltó valor para decir
toda la verdad. Pero los hechos hablan por sí solos. Helos aquí:
Galin presenta una enmienda: «La cuestión del programa nacional
queda abierta, en vista de que no ha sido examinada por el
Congreso». (En pro 50 votos, en contra 32.)
Una voz: ¿Qué quiere decir que queda abierta?
Presidente: Cuando decimos que la cuestión nacional queda abierta,
eso significa que el Bund puede mantener su decisión acerca
de esta cuestión hasta el Congreso siguiente.91

Como veis, el Congreso «no examinó» siquiera la cuestión


del programa nacional del Bund: se limitó a dejarla «abierta»,
concediendo al mismo Bund libertad para decidir los destinos
de su programa hasta el siguiente Congreso general. En otros
términos: el Congreso de Estocolmo rehuyó la cuestión, no
enjuició la autonomía cultural-nacional, ni en un sentido ni
en otro.
En cambio, la Conferencia de los liquidadores enjuicia el
asunto con toda concreción, reconoce como admisible la autonomía
cultural-nacional y la sanciona en nombre del programa del
Partido.

90
. Véase: «Nasha Zarió», 1912, Nº 9-10, págª 120.

91
. Véase: Nashe Slovo, 1906, Nº 8, págª 53.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 56

La diferencia salta a la vista.


De este modo, la Conferencia de los liquidadores, pese a
todos los subterfugios, no ha hecho avanzar ni un solo paso
la cuestión nacional.
Bailarle el agua al Bund y a los nacional-liquidadores
caucasianos: eso es todo lo que ha sabido hacer.

      

§7.— La cuestión nacional en Rusia


Nos resta señalar la solución positiva de la cuestión
nacional.
Partimos del hecho de que esta cuestión sólo puede ser
resuelta en indisoluble conexión con el momento que actualmente
se vive en Rusia.
Rusia vive en una época de transición, en que no se ha
instaurado todavía una vida «normal», «constitucional», en que
la crisis política no se ha resuelto todavía Nos esperan días
de tormenta y de «complicaciones». De aquí el movimiento, el
presente y el venidero, que se propone como objetivo la plena
democratización.
En relación con este movimiento es como debe ser examinada
la cuestión nacional.
Tenemos, pues, la plena democratización del país como base
y condición para solucionar la cuestión nacional.
Para resolver la cuestión es necesario tener en cuenta no
sólo la situación interior, sino también la situación exterior.
Rusia se encuentra enclavada entre Europa y Asia, entre Austria
y China. El crecimiento de la democracia en Asia es inevitable.
El crecimiento del imperialismo en Europa no es un fenómeno
casual. En Europa el capital se va sintiendo estrecho y pugna
por penetrar en países ajenos, buscando nuevos mercados, mano
de obra barata, nuevos lugares de inversión. Pero esto conduce
a complicaciones exteriores y a guerras. Nadie puede decir que
la guerra de los Balcanes92 sea el fin y no el comienzo de las
92
. [Nota del editor: La primera guerra de los Balcanes comenzó en octubre de 1912 entre Bulgaria, Servia, Grecia y
Montenegro, de una parte, y Turquía, de la otra.]
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 57

complicaciones. Por eso, cabe perfectamente dentro de lo posible


que se dé una combinación de circunstancias interiores y
exteriores en que una u otra nacionalidad de Rusia crea necesario
plantear y resolver la cuestión de su independencia. Y,
naturalmente, no es cosa de los marxistas poner obstáculos en
tales casos.
Pero de aquí se deduce que los marxistas rusos no pueden
prescindir del derecho de las naciones a la autodeterminación.
Tenemos, pues, el derecho de autodeterminación como punto
indispensable para resolver la cuestión nacional.
Prosigamos. ¿Qué hacer con las naciones que por unas u otras
causas prefieran permanecer dentro del marco de un Estado
multinacional?
Hemos visto que la autonomía cultural-nacional es
inservible. En primer lugar, es artificial y no viable, pues
supone agrupar artificialmente en una sola nación a gentes a
quienes la vida, la vida real, desune y dispersa por los diversos
confines del Estado. En segundo lugar, impulsa hacia el
nacionalismo, pues lleva al punto de vista del «deslindamiento»
de los hombres por curias nacionales, al punto de vista de la
«organización» de naciones, al punto de vista de la
«conservación» y cultivo de las «particularidades nacionales»,
cosa que no cuadra en absoluto a la socialdemocracia. No es
un hecho casual que los separatistas moravos en el Reichsrat,
después de separarse de los diputados socialdemócratas
alemanes, se uniesen a los diputados moravos burgueses, para
formar, como si dijésemos, un «kolo» moravo. Ni es un hecho
casual tampoco que los separatistas del Bund se empantanasen
en el nacionalismo, exaltando la celebración del «sábado» y
el «yidish». En la Duma no figuran todavía diputados bundistas,
pero en el radio de acción del Bund hay una comunidad judía
clerical-reaccionaria, en cuyas «instituciones dirigentes»
organiza el Bund, por el momento, una «unión» entre los obreros
y los burgueses judíos.93 Tal es, en efecto, la lógica de la
autonomía cultural-nacional.
La autonomía nacional no resuelve, pues, la cuestión.
¿Dónde está la salida?
La única solución acertada es id autonomía regional, la
autonomía de unidades tan definidas como Polonia, Lituania,
Ucrania, el Cáucaso, etc.

93
. Véase: «Informe de la VIII Conferencia del Bund», final de la resolución sobre la comunidad.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 58

La ventaja de la autonomía regional consiste, ante todo,


en que aquí no tenemos que habérnoslas con una ficción sin
territorio, sino con una población determinada, que vive en
un territorio determinado. Además, no deslinda a los hombres
por naciones, no refuerza las barreras nacionales, sino que,
por el contrario, rompe estas barreras y agrupa a la población
para abrir el camino a un deslindamiento de otro género, al
deslindamiento por clases. Finalmente, permite utilizar del
mejor modo las riquezas naturales de la región y desarrollar
las fuerzas productivas, sin esperar a que la solución venga
del centro, funciones éstas que la autonomía cultural-nacional
no concede.
Tenemos, pues, la autonomía regional como punto
indispensable para resolver la cuestión nacional.
No cabe duda de que en ninguna de las regiones se da una
homogeneidad nacional completa, pues en todas ellas hay
enclavadas minorías nacionales. Tal ocurre con los judíos en
Polonia, con los letones en Lituania, con los rusos en el
Cáucaso, con los polacos en Ucrania, etc. Se puede temer, por
esta razón, que las minorías sean oprimidas por las mayorías
nacionales. Pero este temor sólo tiene fundamento si el país
sigue viviendo bajo el viejo orden de cosas. Dad al país plena
democracia, y este temor perderá toda base.
Se propone articular a las minorías dispersas en una unión
nacional. Pero lo que necesitan las minorías no es una unión
artificial, sino derechos reales en el sitio en que viven. ¿Qué
puede darles semejante unión sin plena democracia? o ¿para qué
es necesaria esa unión nacional bajo una completa democracia?
¿Qué es lo que inquieta especialmente a una minoría
nacional?
Lo que produce el descontento de esta minoría no es la falta
de una unión nacional, sino la falta del derecho a usar su lengua
materna. Permitidle servirse de su lengua materna, y el
descontento desaparecerá por sí solo.
Lo que produce el descontento de esta minoría no es la falta
de una unión artificial, sino la falta de escuelas en su lengua
materna. Dadle estas escuelas, y el descontento perderá toda
base.
Lo que produce el descontento de esta minoría no es la falta
de una unión nacional, sino la falta de la libertad de conciencia
(la libertad de cultos), de movimiento, etc. Dadle estas
libertades, y dejará de estar descontenta.
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 59

Tenemos, pues, la igualdad nacional de derechos en todas


sus formas (idioma, escuelas, etc.) como punto indispensable
para resolver la cuestión nacional. Se precisa, por tanto, una
ley general del Estado basada en la plena democratización del
país y que prohiba todos los privilegios nacionales sin
excepción y todas las trabas o limitaciones puestas a los
derechos de las minorías nacionales.
Esto, y solamente esto, puede ser la garantía real y no
ficticia de los derechos de las minorías.
Se podría discutir o no la existencia de una relación lógica
entre el federalismo en el terreno de la organización y la
autonomía cultural-nacional. Lo que no se puede discutir es
que ésta crea una atmósfera propicia para un federalismo
ilimitado, que acaba transformándose en completa ruptura, en
separatismo. Si los checos en Austria y los bundistas en Rusia,
comenzando por la autonomía y pasando luego a la federación,
terminaron en el separatismo, en ello desempeñó, sin duda, un
gran papel la atmósfera nacionalista que emana naturalmente
de la autonomía cultural-nacional. No es casual que la autonomía
nacional y la federación en el terreno de la organización se
den la mano. La cosa es lógica. Tanto una como otra exigen el
deslindamiento por nacionalidades. Tanto una como otra
presuponen la organización por nacionalidades. La analogía es
indudable. La única diferencia es que allí se deslinda la
población en general, y aquí a los obreros socialdemócratas.
Sabemos a qué conduce el deslindamiento de los obreros por
nacionalidades. Desintegración del Partido obrero único,
división de los sindicatos por nacionalidades, exacerbación
de las fricciones nacionales, rompehuelgas nacionales, completa
desmoralización dentro de las filas de la socialdemocracia:
he ahí los frutos del federalismo en el terreno de la
organización. La historia de la socialdemocracia en Austria
y la actuación del Bund en Rusia lo atestiguan elocuentemente.
El único medio contra todo esto es la organización basada
en los principios del internacionalismo.
La unión de los obreros de todas las nacionalidades de Rusia
en colectividades únicas e integras en cada localidad y la unión
de estas colectividades en un Partido único: he ahí la tarea.
De suyo se comprende que esta estructura del Partido no
excluye, sino que presupone una amplia autonomía de las regiones
dentro del Partido como un todo único.
La experiencia del Cáucaso pone de manifiesto toda la
conveniencia de este tipo de organización. Si los caucasianos
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 60

han logrado vencer los rozamientos nacionales entre los obreros


armenios y tártaros, si han logrado poner a la población a salvo
de matanzas y choques armados, si en Bakú, en este caleidoscopio
de grupos nacionales, hoy son ya imposibles los choques de
carácter nacional, si allí se ha conseguido incorporar a los
obreros al cauce único de un potente movimiento, en todo ello
ha desempeñado un papel considerable la estructura
internacional de la socialdemocracia caucasiana.
El tipo de organización no influye solamente en el trabajo
práctico. Imprime un sello indeleble a toda la vida espiritual
del obrero. El obrero vive la vida de su organización; en ella
se desarrolla espiritualmente y se educa. Por eso, al actuar
dentro de su organización y encontrarse siempre allí con sus
camaradas de otras nacionalidades, librando a su lado una lucha
común bajo la dirección de la colectividad común, se va
penetrando profundamente de la idea de que los obreros son,
ante todo, miembros de una sola familia de clase, miembros del
ejército único del socialismo. Y esto no puede por menos de
tener una importancia educativa enorme para las grandes capas
de la clase obrera.
Por eso, el tipo internacional de organización es una
escuela de sentimientos de camaradería, una propaganda inmensa
en favor del internacionalismo.
No ocurre así con la organización por nacionalidades.
Organizados sobre la base de la nacionalidad, los obreros
se encierran en sus cascarones nacionales, separándose unos
de otros con barreras en el terreno de la organización. No se
subraya lo que es común a los obreros, sino lo que diferencia
a unos de otros. Aquí, el obrero es, ante todo, miembro de su
nación: judío, polaco, etc. No es de extrañar que el federalismo
nacional en la organización inculque a los obreros el espíritu
del aislamiento nacional.
Por eso, el tipo nacional de organización es una escuela
de estrechez nacional y de rutina.
Tenemos, pues, ante nosotros, dos tipos de organización
distintos por principio: el tipo de la unión internacional y
el del «deslindamiento» de los obreros por nacionalidades.
Hasta hoy, las tentativas que se han hecho para conciliar
estos dos tipos de organización no han tenido éxito. Los
estatutos conciliatorios de la socialdemocracia austriaca,
elaborados en Wimberg en 1897, quedaron en el aire. El partido
austriaco se fraccionó arrastrando tras de sí a los sindicatos
La «conciliación» no sólo resultó ser utópica, sino, además,
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 61

nociva. Strasser tiene razón cuando afirma que «el separatismo


obtuvo su primer triunfo en el Congreso de Wimberg del
Partido».94 Otro tanto acontece en Rusia. La «conciliación» con
el federalismo del Bund en el Congreso de Estocolmo acabó en
una completa bancarrota. El Bund hizo fracasar el compromiso
establecido en Estocolmo. Al día siguiente del Congreso de
Estocolmo, el Bund se convirtió en un obstáculo para la unión
de los obreros de cada localidad en una organización única,
que englobase a los obreros de todas las nacionalidades. Y el
Bund prosiguió aplicando tenazmente su táctica separatista,
a pesar de que, tanto en 1907 como en 1908, la socialdemocracia
de Rusia exigió repetidas veces que fuese realizada por fin
la unidad por la base entre los obreros de todas las
nacionalidades.95 Habiendo comenzado por la autonomía nacional
en el terreno de la organización, el Bund pasó de hecho a la
federación, para acabar en la completa ruptura, en el
separatismo. Y, rompiendo con la socialdemocracia de Rusia,
llevó a las filas de ésta la confusión y la desorganización.
Basta recordar aunque no sea más que el caso de Jagiello.96
Por eso, la senda de la «conciliación» debe ser descartada
como utópica y nociva.
Una de dos: o el federalismo del Bund, y entonces la
socialdemocracia de Rusia se reorganiza sobre los principios
del «deslindamiento» de los obreros por nacionalidades; o el
tipo internacional de organización, y entonces el Bund se
reorganiza sobre los principios de la autonomía territorial,
según el modelo de la socialdemocracia caucasiana, letona y
polaca, abriendo el camino a la unificación directa de los
obreros judíos con los obreros de las demás nacionalidades de
Rusia.
No hay término medio: los principios vencen, los principios
no se «concilian».

94
. Véase: J. Strasser, «Der Arbeiter und die Nation*, 1912.

95
. [Nota del editor: Véanse los acuerdos de la IV Conferencia («III Conferencia de toda Rusia») del POSDR, que se
celebró del 5 al 12 de noviembre de 1907, y los de la V Conferencia del POSDR («Conferencia de toda Rusia de 1908»),
que tuvo lugar del 21 al 27 de diciembre de 1908 (3-9 de enero de 1909) (v. «El P.C.(b) de la U.R.S.S. en las resoluciones y
acuerdos de los Congresos y Conferencias y de los Plenos del C.C.», parte 1, págªs. 118 y 131, 6ª ed. en ruso, 1940).]

96
. [Nota del editor: E.I. Jagiello: miembro del Partido Socialista Polaco; fue elegido diputado en Varsovia a la IV Duma
de Estado por el bloque del Bund y del Partido Socialista Polaco con los nacionalistas burgueses contra los
socialdemócratas polacos. La minoría socialdemócrata de la Duma, por mayoría de votos de los mencheviques liquidadores
(los siete diputados mencheviques) contra los 6 diputados bolcheviques, aprobó una resolución admitiendo a Jagiello en la
minoría socialdemócrata.]
Stalin, El marxismo y la cuestión nacional 62

Tenemos, pues, el principio de la unión internacional de


los obreros como punto indispensable para resolver la cuestión
nacional.
Viena, enero de 1913.

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