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Tomo II Editado
Tomo II Editado
Lisandro Cacciatore
Extensión Universitaria
1-1-2021
1
INTRODUCCIÓN
En el siglo XVII, el siglo de la «revolución científica», que representó el mayor giro en la historia
de la ciencia, los científicos dejaron de preguntarse por qué ocurren las cosas, y empezaron a
preguntarse cómo ocurren. Cambiaron drásticamente el enfoque de su estudio desde la
especulación a la experimentación. El lenguaje de las matemáticas empezó a dominar el
lenguaje de las ciencias. En ese siglo de gloria para las ciencias, Galileo Galilei descubrió que,
basándose en los principios matemáticos, se pueden explicar las leyes que gobiernan el
movimiento corporal.
Describió la interrelación entre el peso corporal y el movimiento, así como también sus
influencias en los cambios de la forma y la densidad de los huesos. Este razonamiento,
revolucionario para la época, fue desarrollado y detallado dos siglos después por Julius Wolff, al
formular los principios conocidos actualmente como la «Ley de Wolff». En su libro, publicado en
el año 1892 y titulado «Las leyes de la transformación ósea», afirmó que:
Incluso en el vientre materno, a raíz de una excesiva presión unidireccional, se pueden producir
deformaciones óseas antes de nacer. Basándose en las afirmaciones de la ley de Wolff, se puede
concluir que los huesos cambian su forma y masa a lo largo de la vida. La ley de Wolff permite
entender mejor los cambios de la estructura externa e interna de los huesos.
Éstos tienen diferentes formas, grosor y densidad, que pueden oscilar entre una estructura casi
transparente, en forma de pergamino, como lo son algunos huesos del cráneo, hasta la
compacta, gruesa y resistente estructura del fémur.
Siempre bajo la misma premisa: la forma y la masa del hueso están determinadas por su función,
tanto en la enfermedad como en el cuerpo sano. El cuidadoso análisis de la ley de Wolff ofrece
un interesante panorama de posibilidades de cambios en nuestro cuerpo a raíz de diferentes
acontecimientos relacionados con el movimiento. Esta ley se conoce también como «la ley del
estrés bueno y el estrés malo» (Pilat, 1992).
¿Cómo entender este planteamiento? Si es cierto que el exceso de estrés mecánico afecta de
una manera desfavorable al tejido óseo, es igualmente cierto que la disminución de ese mismo
estrés puede estimular su crecimiento; éste es un principio ampliamente utilizado en los
tratamientos ortopédicos, particularmente en los niños en la etapa del crecimiento, cuando se
quiere estimular el crecimiento del tejido óseo en presencia de deformaciones (por ejemplo, la
aplicación del tacón de Thomas en el pie plano valgo).
Dentro de este razonamiento, es lógico pensar que los resultados de la aplicación del estrés
mecánico sobre el tejido óseo tendrán resultados similares en los demás tejidos.
Todas las células y los tejidos del cuerpo están expuestos a lo largo de la vida al estrés mecánico.
Se sabe que la interacción entre las células y los factores mecánicos es esencial para la salud y
el funcionamiento apropiado de los tejidos y los órganos de nuestro cuerpo. Los factores
mecánicos desempeñan un papel importante en la regulación del mecanismo celular, así como
también en los estados patológicos como, por ejemplo, la arteriosclerosis, la osteoartritis y la
osteoporosis.
células; por lo tanto, la intercomunicación se realiza en dos niveles: químico y mecánico. Se puede
entonces afirmar que existen señales que se transmiten en el seno de la matriz (desde una estructura
a otra) y también a través de la matriz (implicando al mismo tiempo a todo su contenido) (Oschman,
1993).
En la naturaleza, el movimiento, en presencia de un campo de fuerzas, como, por ejemplo, las fuerzas
gravitatorias, tiende siempre hacia equilibrios estables.
En la escala atómica y subatómica, el movimiento asume condiciones de indefinición, debidas al
doble comportamiento cuántico de las partículas-ondas, pero desde la escala molecular y en la
dirección ascendente, el movimiento se puede considerar como una variación de la posición de un
objeto con respecto a un sistema de coordenadas.
En los organismos vivos, el movimiento es una condición que abarca cualquier nivel de complejidad,
desde el molecular de las hélices del ADN hasta la interacción del organismo completo con el
ambiente. El cuerpo humano, en particular, ofrece un ejemplo admirable de un objeto «diseñado»
para moverse, incluso en ausencia de un campo de fuerzas. En el interior de las células, se puede
apreciar un aspecto dinámico que se puede considerar emblemático de la vida misma: el incesante
movimiento browniano. Al analizar el cuerpo en su conjunto, se observa que cualquier tipo de
movimiento, como el lineal del caminar o el angular de una articulación, obedece a unas leyes
fundamentales: la búsqueda del equilibrio y la obtención del máximo resultado con el mínimo gasto
de energía (eficiencia). La propia estructura corporal integra la dinámica del cuerpo en un conjunto
articulado y profundamente integrado a través de la ininterrumpida red miofascial.
El objetivo final de este análisis biomecánico es tratar de definir las técnicas adecuadas para evitar o
reparar las lesiones debidas a solicitudes de excesiva magnitud que afectan a los tejidos, en
condiciones críticas del entorno físico en el que el cuerpo se desenvuelve.
En su texto titulado Micrografía y publicado en el año 1665, Robert Hook, estableciendo las leyes
que gobiernan la elasticidad, utilizó por primera vez la palabra «célula» para describir a los elementos
vivientes fundamentales que constituyen un organismo (Guilak, 2000).
En los tejidos se produce una reacción más compleja, y la deformación se puede diferenciar en tres
etapas:
1. Etapa preelástica
Si se piensa en un resorte, esta fase
corresponderá a la del paso del estado de
reposo al de tensión. Si se escoge la
analogía con una tela, será como si se
estiraran las arrugas: la resistencia del
tejido conectivo es mínima.
2. Etapa elástica
Si se sigue estirando el tejido, se provoca una deformación lineal en la que, como un resorte, la
respuesta es proporcional a la fuerza aplicada, y la elongación observada depende directamente de
la tensión que se genera en el tejido en cada instante.
Al detener la aplicación, el tejido vuelve a su estado inicial; sin embargo, la analogía con el resorte
termina aquí, porque ahora hay que tener en cuenta la propiedad de viscoelasticidad. El tejido
conectivo está compuesto de fibras elásticas y componentes viscosos. Estas dos propiedades juntas
generan un comportamiento muy peculiar; por lo tanto, cierto grado de deformación es irreversible
incluso en la etapa elástica y, al mantener la misma fuerza durante un tiempo
prolongado, el tejido seguirá deformándose proporcionalmente al tiempo y no sólo a la carga.
Se puede imaginar que en el tejido se genera una tracción compleja, como la creación de un campo
cóncavo en el que las tensiones elementales se desplazan hacia su máximo relativo en forma de
espiral.
En otras palabras, se altera el equilibrio normal entre elasticidad y viscosidad: los ligamentos, por
ejemplo, una vez sometidos a un excesivo estiramiento, no serán capaces de fortalecerse ni de
regresar a la situación inicial, generando lo que se define como «extraestiramiento».
Es importante subrayar que, para mantener el tejido en una fase de elongación progresiva en lugar
de asumir una fuerza constante como en otros materiales, la única variable que influye es el tiempo
de aplicación. Incluso si se disminuye la intensidad de la fuerza, la tasa de elongación de los tejidos
se mantiene constante.
El tejido recupera sus dimensiones previas a raíz del movimiento de los líquidos de su interior, pero
como la velocidad de salida de estos líquidos es mayor que la de entrada, se observa que la etapa de
relajación requiere más tiempo que la de estiramiento. Otra propiedad particular de los tejidos
consiste en que la elongación final no se observa inmediatamente y que, una vez retirada la carga, el
regreso al estado inicial no es instantáneo. Esto se debe a fenómenos biomecánicos pasajeros
que se originan en el colágeno. Por esa misma propiedad, si un tejido es estirado varias veces, la
elongación final es cada vez mayor. Todo ocurre como si fuera necesario abrir varias veces el
«resorte» para obtener su elongación final.
3. Etapa plástica
Cuando el estiramiento sobrepasa los límites de la fase elástica, empiezan a producirse
microtraumatismos en forma de desgarros microscópicos en las fibras de colágeno.
La diferencia con la etapa anterior es que ahora los cambios son irreversibles a escala macroscópica.
Después de detener la aplicación de la fuerza, el tejido ya no vuelve a su estado inicial y ha perdido
parte de su capacidad tensil. Si la fuerza del estiramiento es continua, los microtraumatismos se van
acumulando hasta producirse roturas en el tejido. La única manera de que se recuperen las
propiedades mecánicas es pasar a través del proceso de la inflamación y la posterior reparación.
• Estrés: es la resistencia opuesta por un objeto a la deformación. Se puede expresar también como
la reacción de un objeto (en su totalidad o solamente en su estructura) a la aplicación de una fuerza,
y normalmente es proporcional a la misma fuerza. Se puede dividir en tres grupos básicos:
– Tensión: variación del equilibrio de las fuerzas internas de un objeto, que se presenta junto a la
elongación cuando se aplica la misma fuerza en dos lados opuestos del objeto desde sus superficies.
En un tejido orgánico la tensión no afecta de manera considerable a la circulación de los líquidos.
– Compresión: variación del equilibrio de las fuerzas internas de un objeto que se observa junto a la
expansión cuando se aplica una fuerza a una superficie del mismo. En un tejido orgánico la
compresión facilita la circulación de líquidos.
– Cizallamiento: se produce cuando se aplica la fuerza en el plano de una sección del objeto.
• Torsión o rotación: variación del equilibrio de las fuerzas internas de un objeto que se obtiene al
aplicar un par dinámico (dos fuerzas de igual intensidad y de dirección opuesta). Tiene poca
aplicación en terapias miofasciales, aunque es utilizada en técnicas relacionadas con la patología
articular.
• Flexión: variación del equilibrio de las fuerzas internas de un objeto que se produce cuando sobre
él se aplican tres o más fuerzas no alineadas. Se puede considerar una combinación de tensión y
compresión: la compresión se verifica en la superficie del objeto, que tiende a ponerse cóncava,
mientras que la tensión se observa en el lado opuesto.
• Expansión: aumento de una o más dimensiones de un objeto que se observa cuando sobre él se
aplica una fuerza.
• Viscoelasticidad: característica sobresaliente del tejido conectivo que une ambas características de
elasticidad y viscosidad (las fibras que se deforman temporalmente coexisten con las fibras que se
deforman permanentemente).
• Tixotropía: fenómeno mostrado por varios tipos de sustancias gelatinosas, en el cual el sistema
expone propiedades mecánicas de un gel al no ser perturbado, pero se transforma en líquido cuando
es agitado mecánicamente, y se convierte de nuevo en gel cuando se encuentra en estado de reposo.
Esta «reducción de la viscosidad» se debe a una ruptura temporal de una estructura interna del
sistema. La viscosidad del sistema trixotrópico depende de la extensión de las agitaciones mecánicas
previas a las que ha sido sometido el material.
• Alcance plástico: amplitud crítica de deformación más allá de la cual un objeto pasa de la fase de
elasticidad a la de plasticidad (al detener la aplicación de la fuerza externa, la deformación
permanece).
• Deformación: variación de formas causada en un objeto por efecto de la aplicación de una fuerza
externa o interna. La tracción y la presión son agentes de deformación (Gintel y Walker, 1995). La
deformación puede ser permanente o reversible, según la magnitud de las fuerzas aplicadas.
Se entiende que la deformación es reversible cuando desaparece después de quitar las fuerzas. Las
leyes que gobiernan la deformación de los tejidos son muy complejas. Esto se debe a la complicada
combinación de sus componentes, entre los cuales destaca el agua. La distribución de las fuerzas
aplicadas sobre los tejidos no sigue, como sucede con los materiales no orgánicos, los principios de
deformación homogénea (cuando la deformación del material es igual en todas las direcciones) o
anisotrópica (cuando las propiedades mecánicas del material son distintas en diferentes
direcciones). Otro factor que puede contribuir en la deformación de los materiales es la temperatura.
• Deformación preelástica: para poder iniciar la deformación de un tejido se debe, en primer lugar,
pasar del estado de reposo al estado de tensión.
• Deformación elástica (deformación reversible): variación de forma que se anula cuando cesa la
aplicación de la fuerza (el objeto regresa a sus características geométricas iniciales).
• Fuerza de relajación: al aplicar la ley de Hook, se observa que, en teoría, para mantener el tejido
en una elongación constante se necesita una fuerza constante. En realidad, en el caso de los tejidos,
la fuerza necesaria para mantener esa elongación constante disminuye progresivamente; es como si
el resorte, una vez estirado, no necesitara de la misma fuerza para mantenerlo estirado.
En otras palabras, la carga aplicada al tejido deformado disminuye con el tiempo; sin embargo, la
deformación se mantiene sin cambios, es constante.
• Deformación viscoelástica: los materiales con las propiedades de viscoelasticidad (los que tienen
las propiedades de viscosidad y elasticidad), como la fascia, el ligamento y el hueso, tienen una curva
de deformación que depende del factor tiempo.
• Histéresis: fenómeno relacionado con la pérdida de energía durante el proceso de carga y descarga
en la deformación de los materiales con propiedades de viscoelasticidad.
• Lubricación del movimiento: las nuevas teorías sobre la lubricación del movimiento en las
articulaciones se podrían aplicar también a los fenómenos que ocurren durante el proceso de
tratamiento en las terapias miofasciales.
En cualquier organismo vivo, sin tener en cuenta su naturaleza, se observa una serie de complejas
interacciones que involucran a todos sus componentes y sistemas. Al referirnos al sistema miofascial
del cuerpo y analizar su influencia durante el movimiento y la estabilidad corporal, tenemos la
obligación de explorar sus características mecánicas, como la flexibilidad, la fuerza, la resistencia, el
equilibrio dinámico, y la habilidad para absorber las fuerzas de compresión, flexión, torsión y
estiramiento. El análisis de estas características sólo es posible a través del enfoque
integral de las funciones corporales, y particularmente del movimiento corporal en todos sus niveles.
Para construir un modelo funcional de respuesta del cuerpo humano a los requerimientos mecánicos
externos e internos, puede ser útil recurrir a los esquemas estáticos que se analizan en la
arquitectura y la escultura. Se pueden demostrar seis tipos de estructura arquitectónica, que se
analizarán en orden creciente de complejidad.
1. Estructura de ladrillos.
En este tipo de estructura, los elementos que constituyen las paredes y el techo se encuentran en un
conjunto estable en función de su peso. La condición necesaria para la estabilidad es que el
baricentro (véase glosario de términos más frecuentemente utilizados en Biomecánica) de cada
ladrillo pertenezca a una recta vertical que caiga dentro del perímetro del ladrillo subyacente. Dicha
condición conlleva un gasto de energía muy grande, porque depende de la reacción de la masa de
los ladrillos a un campo gravitatorio (compresión generada por el peso de los ladrillos), que sería
totalmente impensable en ausencia de gravedad.
2. Estructura del arco o bóveda. Es una variante de la estructura de ladrillos en la que las cargas
verticales se reparten de forma homogénea, debido a la forma trapezoidal de la sección de los
elementos horizontales. Como el caso anterior, sólo actúan las fuerzas de compresión, pero el gasto
de energía es más reducido. (véase glosario de términos más frecuentemente utilizados en
Biomecánica) de cada ladrillo pertenezca a una recta vertical que caiga dentro del perímetro del
ladrillo subyacente. Dicha condición conlleva un gasto de energía muy grande, porque depende de
la reacción de la masa de los ladrillos a un campo gravitatorio (compresión generada por el peso de
los ladrillos), que sería totalmente impensable en ausencia de gravedad.
2. Estructura del arco o bóveda. Es una variante de la estructura de ladrillos en la que las cargas
verticales se reparten de forma homogénea, debido a la forma trapezoidal de la sección de los
elementos horizontales. Como el caso anterior, sólo actúan las fuerzas de compresión, pero el gasto
de energía es más reducido.
3. Estructura constituida por vigas y columnas. En este caso, no sólo actúa el requerimiento de la
compresión, sino que, además, en el elemento rígido horizontal (la viga) se realiza compresión en la
cara superior y tracción en la cara inferior. El equilibrio estático se obtiene porque los esfuerzos de
flexión, debidos a la carga vertical, se transmiten a través de los puntos de articulación como
esfuerzos compresivos en los elementos verticales. La rigidez del conjunto depende del grado de
integración de los puntos de unión de los elementos, es decir, si las columnas están firmemente
empotradas a las vigas, la estructura reacciona a las fuerzas externas como un elemento único
(portal). En este caso, el gasto de energía es menor que en el anterior, pero este esquema también
es poco eficaz.
4. Tensoestructura. Deriva del esquema anterior, con la diferencia de que algunos de los
componentes del elemento horizontal (por ejemplo, los cables de acero de una viga de cemento
armado) son previamente estirados. Estopermite que la estructura pueda soportar más carga y
consumir menos energía en cuanto la viga esté «preparada» para disminuir los esfuerzos de tracción
en la cara inferior.
5. Estructura geodésica. Fue teorizada por el arquitecto Bauersfeld y realizada por el arquitecto
Buckminster Fuller. En este tipo de estructura tridimensional, los elementos de geometría simétrica
Por ejemplo, el helicoide es una superficie mínima, y también la molécula de ADN, que contiene el
código genético, está modelada en forma de doble hélice (da Costa).
Del mismo modo, se ha asemejado la columna vertebral (siendo ésta una estructura mecánica) a un
sistema de ladrillos, por la consistencia rígida de las vértebras y su capacidad de sustentar el cuerpo
en posición erguida (Kazarian, 1975; Levin, 1990; McNab, 1977; Tkaczuk, 1968).
En otras ocasiones, se ha resaltado la analogía con el esquema de vigas y columnas (los tejidos
blandos se encargarían de responder a los esfuerzos de flexión, y el esqueleto a los de compresión)
(Nachemson, 1968; Panjabi, 1977).
Sin embargo, al analizar la arquitectura interna de la vértebra (Adams, 2002), nos damos cuenta de
que su estructura esponjosa difiere de las estructuras internas de otros huesos que deben soportar
un gran peso, como, por ejemplo, el fémur o la tibia.
En el cuerpo vertebral, sólo se observa una capa muy delgada de hueso compacto igual a como se
puede registrar en la estructura completa del arco neural, incluyendo las apófisis articulares de la
vértebra superior e inferior. De esta observación pudiera deducir que es el arco neural el que tiene
la estructura diseñada para soportar el peso y las fuerzas compresoras. Al aceptar este razonamiento,
falta responder a la pregunta de cómo se transmite este soporte de peso entre una vértebra y otra.
¿De qué manera las fuerzas compresoras se transmiten desde un arco neural hacia el directamente
inferior? La estabilización por reposición entre las carillas articulares no puede ser la respuesta a la
incógnita, pues su orientación en el plano prácticamente vertical facilitaría un simple deslizamiento
de la vértebra superior sobre la inferior. La respuesta se encuentra al analizar la estructura de la
parte posterior de cada vértebra lumbar, que posee un par de apófisis articulares superiores y un par
de apófisis inferiores. Cuando se articulan entre sí dos vértebras adyacentes, por ejemplo, L1 y L2, la
apófisis articular superior de L2 está por encima de la apófisis inferior de L1; así está construida la
parte de la articulación intervertebral que, a su vez, está cubierta y sostenida por el fibroso tejido
conectivo (Robbie, 1977). Este tejido conectivo sería capaz, entrando en tensión, de suspender una
vértebra sobre la otra (L2 sobre L1) sin comprimirlas entre sí. De esta forma, el tejido conectivo
actuaría como una especie de cabestrillo asegurando una adecuada posición de L2. Este proceso, por
supuesto, se repite en forma de cadena a lo largo de toda la columna vertebral, diferenciándose
según los detalles anatómicos de cada uno de sus segmentos. Se puede concluir entonces que la
estabilidad de la columna vertebral se debe más a las fuerzas tensiles y no tanto a las fuerzas
compresoras.
De este modo, se puede comparar esta unión dinámica con la estructura básica de la «tensegridad»,
en la que las vértebras representan las estructuras fijas y el tejido conectivo las estructuras de
tensión que suspenden y controlan a las primeras.
Está claro que esta unión de dos vértebras no es el único sostén dinámico del sistema miofascial en
la columna vertebral. Hay que mencionar los ligamentos longitudinales anterior y posterior, los
ligamentos interespinosos, los intertransversos y, también, todo el aparato muscular. Todo este
conjunto está integrado funcionalmente, se encuentra en estado de una continua pre-tensión,
preparada para, en cualquier momento, mover, proteger, controlar, movilizar y estabilizar, es decir,
dar vida a nuestra columna vertebral. Ésta puede funcionar de dos maneras diferentes: puede
comportarse como una pirámide de ladrillos (vértebras) puestas una sobre otra, así como también
actuar como una estructura dinámica, siguiendo los principios de «tensegridad». Probablemente, la
columna vertebral actúa siempre de dos maneras: diferente cuando se encuentra equilibrada y
saludable, y distinta cuando está en desequilibrio obligada a un comportamiento defensivo.
Sin embargo, la proporción entre el uso de la estructura dinámica funcional y la estructura rígida
compresiva es el tema de discusión. Parece que la columna vertebral funciona de la manera más
eficaz cuando una parte considerable del peso corporal es soportada por la estructura «tenségrica»,
es decir, es suspendida funcionalmente por el tejido miofascial. ¿Sería ésta la explicación de la
frecuencia de las deformaciones vertebrales y de la presencia de herniaciones en los discos de la
columna vertebral entre las personas que sufren dolores en la parte inferior de la espalda?
Para poder realizar de una manera óptima esta doble actividad de un máximo soporte y una óptima
funcionalidad, el sistema miofascial del cuerpo debería ser proporcional en cuanto a longitud y
flexibilidad de sus elementos básicos. Si se encontrara muy tenso o fuera muy corto en cualquiera
de sus segmentos, podría comprimir otros segmentos entre sí. Esto es lo que probablemente se
produce en una espalda dolorida, cuando el déficit de flexibilidad de un segmento disminuye en
primer término, la elasticidad y su capacidad de movimiento libre (Becker, 1975, Farfan, 1975; Gray,
1993). Posteriormente, bloquea un determinado segmento de la columna, transformándolo de
estructura funcionalmente libre en estructura de compresión. Este proceso facilita el dañino
progreso de las fuerzas gravitatorias, así como el proceso de un lento y progresivo deterioro
estructural.
Según los conocimientos actuales, las explicaciones anteriores parecen claramente limitadas,
mientras que la teoría de la «tensegridad» va ganando adeptos, aunque en formas mucho más
elaboradas que en su formulación más sencilla.
Lo que sucede es que la delicada estructura de la bóveda plantar está íntimamente conectada, a
través de las conexiones miofasciales, entre todos los componentes del aparato locomotor
(ligamentos, tendones, músculos) y el resto de las estructuras corporales, garantizando no sólo la
absorción y la distribución ecuánime del impacto en todo el cuerpo, sino también la conservación
del equilibrio global como respuesta al movimiento (Pilat, 1992).
Más allá de las observaciones mencionadas, los estudios de Donald Ingber (destacado especialista
en la estructura celular) y de sus colaboradores de la Universidad de Harvard sugieren que el principio
de «tensegridad» se puede aplicar a cualquier escala en el cuerpo humano (Ingber, 1985).
Desde un punto de vista macroscópico, los 206 huesos del ser humano constituyen los componentes
rígidos de la estructura corporal, que están estabilizados por ligamentos
y músculos que cumplen la función de componentes tensionales.
A nivel microscópico, los estudios de Ingber y otros investigadores anteriores confirman que la célula,
lejos de ser una bolsa cerrada llena de sustancia gelatinosa, presenta una estructura interna,
denominada citoesqueleto, compuesta por tres tipos de proteínas (microfilamentos, filamentos
intermedios y microtúbulos) organizadas en cadenas. El citoesqueleto determina la forma de cada
célula, le ayuda a moverse y mantiene el núcleo celular en la posición apropiada. El citoesqueleto,
junto con la matriz extracelular, constituye un sistema que se adapta con sorprendente rapidez y
flexibilidad a las condiciones y requerimientos externos e internos.
Equilibra la compresión con tensión, y ceden las fuerzas sin romperse. En una estructura mecánica
de «tensegridad», como en las esculturas de Snelson, los cables resisten la tensión y las varillas
soportan la compresión. En el citoesqueleto, las cadenas de proteínas (finas, gruesas o huecas)
cumplen el papel de los cables y varillas. Todas las proteínas conectadas forman una estructura
estable y al mismo tiempo flexible. La red de los filamentos del citoesqueleto se expande a lo largo y
ancho del interior de la célula, creando tensión y atrayendo así la membrana celular hacia el núcleo.
Esta acción es contrarrestada por dos reacciones compresivas, una externa, debida a
la matriz extracelular, y otra interna, ocasionada por la forma en la que los microtúbulos y los
microfilamentos se entrecruzan entre sí. Ingber sostiene que los componentes del citoesqueleto
actúan como cables de tensión, asegurando la apropiada posición del núcleo y estabilizando la
configuración celular (Ingber, 1998).
Si la célula y el núcleo se conectan físicamente a través de los filamentos tensiles y no solamente por
el líquido citoplásmico, la tensión de los receptores en la superficie celular producirá, de forma
inmediata, cambios estructurales dentro de la célula; en otras palabras, cambiando la geometría de
la superficie celular se podrían alterar las reacciones bioquímicas de la célula, e incluso, quizá, la
distribución de las proteínas que definen los genes.
La teoría de «tensegridad» explica también otro fenómeno analizado por Ingber. Al aplicar un
esfuerzo de torsión a las moléculas individuales que atraviesan la membrana celular y conectan la
matriz extracelular con el citoesqueleto interno, las células se vuelven más rígidas: los filamentos se
ponen más tensos, se acortan y se agrupan en fibras. Este fenómeno, según Ingber, también activó
algunos genes, es decir, estimuló la producción de ácido ribonucleico y proteínas, estructuras
encargadas de llevar a cabo la mayoría de las funciones celulares. Se puede concluir que, al modificar
la estructura del citoesqueleto, también se puede cambiar el programa genético (Fig. 46).
Al aplicar el modelo de «tensegridad» a nivel macroscópico, hay que hacer algunas salvedades: no
se puede hablar simplemente de elementos tensiles (músculos y tendones) y rígidos (huesos). Por
ejemplo, los huesos contienen ambos tipos de fibras, tensiles y compresivas, constituyendo en sí
mismas una estructura de «tensegridad»; por consiguiente, al analizar el efecto de un impulso
mecánico en el sistema fascial, hay que incluir también en el análisis el comportamiento de
las fuerzas aplicadas dentro del esqueleto. El cuerpo es un sistema continuo y global, desde la más
mínima célula hasta la columna vertebral.
Se explica así la admirable eficiencia del cuerpo humano, que para conservar su equilibrio funcional
necesita muy poca energía. También se aclara cómo, al aplicar tensión en un punto del conjunto,
todo el cuerpo reacciona al unísono: los elementos interconectados de la estructura se reajustan
globalmente en respuesta a cualquier acción mecánica local.
Como ejemplo se puede citar la estructura del icosaedro (Levin, 1986), frecuentemente observada
en biología. Basta observar la estructura del virus (Fig. 47). Entre la estructura de un virus y la de
otro se observan similitudes. Esta construcción se basa en la combinación simétrica de subunidades
idénticas «empaquetadas dentro de la concha del virus», siguiendo los principios de la simetría
cúbica.
Esta estructura es estable incluso en los sitios de fricción y, al mismo tiempo, puede alterarse
fácilmente su forma o su grado de rigidez con el cambio (alargamiento o acortamiento) de uno o
varios elementos de tensión. La estructura se puede juntar fácilmente de una manera infinita,
adaptando diferentes tamaños y siguiendo el patrón modular, formando así una red
interconectada. De esta forma, las estructuras corporales como, por ejemplo, la columna vertebral,
pueden funcionar igualmente bien bajo las fuerzas de tensión y también de compresión,
distribuyendo equitativamente el estrés interno. Considerando lo acordado anteriormente (que en
este tipo de estructura no se crea el momento de flexión), el mantenimiento de su equilibrio no
requiere mucha energía. La estructura sería totalmente estable en cada posición (puede colocarse
verticalmente u horizontalmente), incluso en presencia de múltiples niveles de movimientos de
gran amplitud, por ejemplo, en las articulaciones de la columna vertebral. El acortamiento de las
estructuras de los tejidos blandos, por ejemplo, de los músculos, crearía el movimiento en todos los
niveles, encontrando así una nueva organización formal estable y mecánicamente eficiente. Esa
reacción se observa a nivel celular, subcelular y multicelular. Se crean, de esta manera, subsistemas
que, actuando en conjunto, aseguran la integridad funcional de toda la estructura del cuerpo. Así,
un elemento pequeño como, por ejemplo, un disco intervertebral, formaría una especie de
subsistema dentro de un megasistema.
Cada estructura del cuerpo puede desarrollar una enfermedad como consecuencia de
una respuesta anormal de las células a fuerzas mecánicas externas (Ingber, 1998).
FENÓMENO DE PIEZOELECTRICIDAD
El efecto piezoeléctrico (literalmente «electricidad de presión») se observa normalmente en los
cristales, es decir, en estructuras físicas caracterizadas por una distribución geométrica simétrica y
generalizada, y consiste en lo siguiente: si se aplica una fuerza mecánica a un cristal, la alteración
de la estructura de las moléculas produce una diferencia de potencial eléctrico; y al contrario, al
aplicar una corriente eléctrica a un cristal, se generan en el mismo variaciones dimensionales
debidas a un aumento de presión (Fig. 49).
El efecto piezoeléctrico tiene aplicaciones muy extensas. Como ejemplo se puede mencionar el
mecanismo de control de la precisión en los relojes de cuarzo, la transformación de los
movimientos de las cuerdas de una guitarra eléctrica en señal sonora, la transformación del sonido
en señal eléctrica en los micrófonos, la liberación de la chispa en un encendedor para cigarrillos, o
las aplicaciones de los ultrasonidos utilizados en fisioterapia.
En el cuerpo humano, los huesos, los vasos sanguíneos, la piel y los músculos se comportan como si
fueran cristales (en particular se asemejan a cristales líquidos).
Las maravillosas propiedades de los cristales líquidos se utilizan hoy en día tanto en la fabricación
de pantallas de televisión, relojes digitales, calculadoras, etc., como en otros muchos objetos de
uso diario.
No es fácil aceptar el hecho de que un material biológico pueda ser cristalino; tampoco la
asociación que se hace entre el cristal y un material en estado sólido de estructura modular, como
puede ser una piedra preciosa (Fig. 50). Los cristales de nuestro cuerpo son cristales líquidos
(Bouligand, 1978; Barnes, 1997; Juhan, 1987; Fukada y Ueda, 1970) (Fig. 51). Al realizarse una
acción mecánica, por ejemplo, cuando un músculo se estira junto con el tendón, el sistema fascial
se comprime y, en consecuencia, se genera una pequeña diferencia de potencial eléctrico. Esta
diferencia se vuelve armónica y oscilante representando y registrando así las consecutivas acciones
mecánicas. La información se transmite eléctricamente a través de la matriz viviente. Considerando
que el colágeno, principal componente de esa matriz, es un semiconductor, se puede concluir que
es capaz de formar una red electrónica integrada que permite la conexión entre todos los
elementos de la red del tejido conectivo. Así, las propiedades básicas del sistema fascial
(elasticidad, flexibilidad, elongación, resistencia) dependerán de la capacidad de mantenimiento
del ininterrumpido flujo de esta información.
La acción mecánica de los tejidos que rodean al sistema fascial, debida al movimiento o a impulsos
externos al cuerpo, genera pequeñas corrientes eléctricas (Oschman, 1993; Bouligand, 1978).
Hay que considerar, además, que siendo el colágeno un componente fundamental de las células del
sistema fascial, la estimulación de un tejido se transmite a través del colágeno a todos los tejidos
del cuerpo, como en una red de información (Fig. 54). Esto permite definir unos esquemas globales
de readaptación de los tejidos, en los que la acción restauradora del equilibrio pueda afectar a
varias zonas del cuerpo alejadas entre sí.
Se han propuesto dos teorías (ambas con un serio respaldo científico) sobre la forma de
transmisión de los impulsos mecánicos dentro y a través del sistema fascial. Este enfoque
complementa el explicado en el capítulo sobre la histología del tejido conectivo, y el de la
microestructura fascial, en el capítulo sobre anatomía. Probablemente el cuerpo utiliza todas las
vías de transmisión de los impulsos mecánicos, eligiendo la proporción de la importancia de cada
uno de ellos en un cuerpo saludable en un momento determinado, en presencia de una
enfermedad, o durante un proceso terapéutico.
Postura
Se considera que uno de los beneficios de la adopción, por el ser humano, de la posición bípeda
fue el hecho de elevar la cabeza sobre el resto de los componentes corporales y, de esta forma,
ampliar el horizonte que alcanza la vista, lo que facilitó también la amplitud y la velocidad de
nuestra orientación en el espacio. Sin embargo, el mantenimiento de una correcta postura
vertical es una labor muy difícil. En los últimos años, se observa el incremento del número de
personas con importantes cambios en el comportamiento postural, que se convierten, con el
tiempo, en desviaciones posturales.
Esto se debe al hecho de que vivimos en tiempos de cambios rápidos, afirmación que no sólo se
refiere a cambios a nivel científico y tecnológico, sino también a cambios en nuestra sociedad;
cambian las ideas políticas,
cambian los canones de la moralidad. Esta gran velocidad nos afecta personalmente y a
nuestras relaciones. Las exigencias crecen, aumenta el estrés y sólo los individuos con un buen
«USO» A de su cuerpo pueden sobrevivir a esta avalancha. Nuestro cuerpo deja de ser utilizado
de
una manera natural y espontánea. El ser humano es cada día menos físico y más mental, más
estático y más complicado. Prácticamente todas las situaciones diarias conducen a un gran
aumento de tensión física y emocional: ruido de la calle, cambios bruscos de luz, formas de
sentarse durante largos períodos, inesperadas interrupciones por el ruidoso timbre del teléfono
móvil, una incontrolable avalancha de información que nos
bombardea por la televisión o por Internet, etc. Todo esto son dosis demasiado grandes para
poder sobrevivir el día sin tensión. Y no hay que olvidar que esta tensión es, en gran parte,
acumulativa, afectando seriamente a nuestro comportamiento postural. El sistema fascial
encargado de la coordinación del equilibrio postural debe, de una manera continua, resolver
los problemas creados por las reacciones erróneas de nuestros cuerpos. La dificultad de esta
labor consiste en el hecho de que la postura es dinámica, nos movemos de una manera
constante. El aparato locomotor nunca descansa; solamente puede disminuir su actividad, pero
no detenerse por completo. Cuando dormimos las costillas se mueven, y cuando estamos de
pie, nos movemos en forma de péndulo puesto a la inversa.
EL USO Y EL FUNCIONAMIENTO
En el mantenimiento del cuerpo en el espacio se usa un gran porcentaje de energía producida por
el cuerpo. Este mantenimiento corre a cargo de los músculos que, de una manera continua, se
contraen y se relajan, orquestando el delicado proceso del mantenimiento postural. Es un proceso
que se realiza de forma inconsciente y es muy especializado. Este constante balanceo corporal se
realiza alrededor del centro de gravedad a través de los mecanismos de autocorrección (Ebbeling,
1994; Gagey, 1997), que actúan según la información sensitiva, las reacciones posturales
acumuladas en nuestra memoria, la eficiencia de la acción muscular, la capacidad del movimiento
articular y la coordinación del sistema nervioso central (Fig. 3).
La postura es la expresión funcional de nuestro cuerpo y cambia a lo largo de la vida. Los cambios
se deben principalmente a dos factores: el primero es el proceso de desarrollo normal del cuerpo
durante la etapa de crecimiento, como, por ejemplo, los cambios de la columna vertebral, que
tienen forma cifótica en un recién nacido y se manifiestan con una lordosis cervical, cifosis dorsal y
lordosis lumbar en una persona adulta; el segundo factor son los cambios de las curvaturas
fisiológicas (incremento o disminución de su amplitud) a lo largo de la vida, en el proceso de las
adaptaciones y las compensaciones.
Este proceso se realiza en función de los requerimientos funcionales de las actividades diarias que
deben efectuarse dentro del equilibrio corporal (Fig. 4).
C POSTURA CORRECTA
No es fácil definir un patrón de la postura
correcta, la postura estándar. Ésta
dependería de la edad de la persona, su
sexo, así como también de la etapa
del desarrollo. Sin embargo, una postura
correcta debe cumplir siempre con el
esquema principal: una máxima eficacia
con el mínimo gasto de energía
(Wolanski, 1959). Este comportamiento
sólo es posible mediante un
funcionamiento
armónico de los diferentes segmentos
corporales con respecto al
eje mecánico del cuerpo, y mantenidos a
través de una tensión mínima del
sistema muscular y el control del sistema nervioso (Ambros, 1965). El comportamiento
de la postura es uno de los indicadores del desarrollo de la aptitud
estática y dinámica del cuerpo.
Hay que subrayar que el sistema miofascial está encargado de la transmisión de una gran cantidad
de informaciones en tiempo real a través de complejos mecanismos. Incluso en una situación de
relativa inactividad (cuando estamos de pie sin realizar ninguna actividad), en los músculos
antigravitatorios se registran continuos cambios de tensión. La información errónea de uno de los
sistemas de control postural puede influir negativamente en el comportamiento de los demás,
pero, por otro lado, la deficiencia funcional de uno de los sistemas puede determinarse,
controlarse, corregirse e incluso sustituirse por el funcionamiento compensador de los sistemas
restantes (como ejemplo se puede mencionar el comportamiento postural, de los ciegos, quienes
frente a la carencia del principal centro de control postural logran incrementar la capacidad
funcional de los dos centros disponibles en el proceso de sustitución del centro que falta,
restableciendo una buena orientación espacial y un eficaz equilibrio corporal). Este
comportamiento compensador se realiza, en la posición bípeda, a través de un continuo
movimiento oscilatorio (balanceo), mediante cambios en el tono muscular, controlado por el
sistema postural siempre bajo la regla de una máxima eficiencia mecánica con el mínimo gasto de
energía (Roll, 1981). Esta labor no es fácil de realizar al considerar que, en la posición bípeda, el
cuerpo dispone de una base de sustentación muy pequeña marcada por los contornos exteriores
de nuestros pies (Figs. 7 y 8). El mantenimiento del equilibrio corporal se hace aún más difícil con el
apoyo unipodal, lo que ocurre durante la marcha. En esta situación, el control del equilibrio debe
ser mayor que en el apoyo bipodal.
Los músculos antigravitatorios, controlados por el eficiente sistema fascial, ayudan en este control
y son indispensables en la ejecución de esta actividad tan básica de nuestro cuerpo.
El comportamiento de los centros vestibular y visual depende de los movimientos del cuerpo, es
decir, del comportamiento del sistema miofascial. De esta forma es posible controlar el tono
postural de una manera voluntaria. En condiciones óptimas, cuando todos los centros de control
postural actúan con normalidad y de manera continua, el centro gravitatorio se desplaza dentro
de un cilindro de 1 cm2 (Sugano, 1970) de diámetro. Sin embargo, cuando uno de los centros de
control actúa de una manera deficiente, este desplazamiento es mayor y su magnitud depende del
grado de los cambios del sistema afectado (Baron, 1974; Day y Steinger, 1993) (Fig. 9).
Con los ojos cerrados (sin el control visual), el mantenimiento de la posición vertical es mucho más
complicado. En esta situación, por lo general, se considera que es el sistema vestibular el
encargado de esta labor. Sin embargo, las investigaciones recientes demostraron, usando la
plataforma estabilométrica (Gagey, 1991), que es la reacción exteroceptiva recibida de los pies la
que tiene más importancia en este proceso; en otras palabras, el correcto contacto con la tierra es
esencial. Como ejemplo, se puede mencionar la situación de ir a oscuras de noche al baño. Es fácil,
especialmente en las personas de edad, caerse en esa situación, por no poder controlar la
verticalidad corporal con la vista y no tener una buena sensación del contacto con la tierra. Esto
sucede incluso en personas con una correcta función del aparato vestibular.
Se puede concluir que el mantenimiento de la posición vertical depende, en primer término, del
sistema visual, seguido por el sistema propioceptivo y, finalmente, por el sistema vestibular.
Considerando, sin embargo, que el control visual, como se mencionó anteriormente, depende
también de la capacidad funcional de la musculatura ocular, se puede concluir que es el sistema
miofascial el que destaca como sistema de integración del control postural.
Este mecanismo se logra a través de la acción de los receptores que controlan la presión
intraarticular, la tensión muscular (micromovimientos) (Gurfinkel, 1965; André-Keshays, C, Berthoz,
A, 1988) y la posición de todos los segmentos corporales, a través de una cambiante actividad de
distintas fibras de diferentes grupos musculares, en un proceso de contracción-relajación que
busca y pretende un mayor ahorro de energía (Kasperczyk, 1994).
La integración y la importancia del sistema miofascial se puede observar en un simple ejemplo.
Coloque su dedo índice frente a sus ojos: mueva primero su dedo lentamente hacia ambos lados y
trate de seguirlo con los ojos sin mover la cabeza ni la nuca; luego, siga el movimiento del dedo
moviendo la cabeza, pero sin mover los ojos; finalmente, deje el dedo sin movimiento y gire la
cabeza de un lado al otro, pero sin perder el dedo de vista. ¿Cuál de estos tres ejercicios fue más
fácil de realizar? Para una gran mayoría de las personas, la tercera opción es la más fácil, a pesar de
que involucra el movimiento de la cabeza. Este ejemplo demuestra que el campo visual y los
reflejos de la nuca se complementan y que están integrados, a través de los receptores de
estiramiento de alta densidad, en los músculos de la nuca. Estos receptores responden según el
grado de tensión registrada en los músculos paravertebrales, especialmente, los profundos
músculos suboccipitales, con un grado de densidad de receptores que supera 100 veces el de la
musculatura de las extremidades (Oschman, 1993).
La prueba del funcionamiento de estos receptores y los reflejos del cuello se puede realizar
aplicando la prueba de Fukuda, (Fukuda, 1959,1961) (Fig. 10). El análisis de la prueba de Fukuda
nos permite acercarnos aún más al tema del dinamismo de la postura, confirmando la tesis de
Alexander, que el USO afecta al FUNCIONAMIENTO.
Este comportamiento es posible a través de dos tipos de reacciones del sistema fascial:
La reacción confirmada (feedback): cuando actúa el sistema fascial, basándose en las sensaciones
propioceptivas y exteroceptivas, modificando el comportamiento postural en el proceso de
adaptación a un suceso.
Al enfocar el comportamiento postural hacia una buena alineación del aparato locomotor, no se
puede olvidar la existencia de las vísceras, que desempeñan un papel primordial en la distribución
del equilibrio corporal. Si es cierto que las patologías corporales relacionadas con la presencia de
los cambios que se pueden clasificar como ortopédicos son de una importancia esencial, también
los cambios producidos por una disfunción de cualquiera de los órganos internos puede influir de
una manera drástica en el equilibrio postural. Como ejemplo se puede mencionar el cólico
nefrítico, las dificultades respiratorias producidas por un ataque asmático o una menstruación
dolorosa. Considerando que el tejido conectivo es el que rodea y sostiene tanto al aparato
locomotor como a las vísceras, se puede concluir que el tejido conectivo de las vísceras también
está involucrado en el mantenimiento de una postura equilibrada; o tal vez se debiera reformular
esta afirmación, señalando frecuentemente que es el trastorno visceral el que determina el
trastorno del aparato locomotor. Por lo tanto, una postura correcta depende de una relación
equilibrada entre los diferentes elementos corporales, de tal forma que permite:
Se puede finalmente definir la postura correcta como aquella que se eleva en contra de las fuerzas
gravitatorias sin perder la máxima eficacia funcional, tarea imposible de realizar sin la participación
activa de un sistema fascial funcionalmente equilibrado (Fig. 13). Citando las palabras de Ida Rolf:
«El equilibrio revela el flujo natural de las fascias en todo el cuerpo» (Rolf, 1994).
Cada cuerpo posee sus propias características posturales, así como también de movimiento. Los
músculos se contraen y se expanden en respuesta a la demanda funcional. La posición de los
huesos y las vísceras colocados entre los músculos y las fascias determina la dirección de estos
movimientos. Diferentes hábitos, restricciones, preferencias, el funcionamiento de los órganos
internos, todo ello en conjunto, determina el contorno, el equilibrio y la capacidad funcional del
cuerpo. En otras palabras, el contorno del cuerpo y sus patrones de movimiento vienen
determinados por los patrones de atrapamiento del sistema fascial. Sin embargo, no solamente son
los factores físicos los que influyen en el comportamiento postural; los factores emocionales como,
por ejemplo, la tristeza, el cansancio, el agotamiento, o lo contrario, es decir, la alegría y el
bienestar, también pueden cambiar el comportamiento postural de una manera drástica (Fig. 14).
En conclusión, se puede afirmar que para conseguir una óptima función postural es indispensable
la relación entre todos los aspectos corporales (Fig.15).
FENÓMENO DE COMPENSACIÓN
Los procesos compensadores no son extraños en el cuerpo, y se producen cuando un segmento
ayuda o sustituye la labor de otro, que se encuentra temporalmente o definitivamente
deshabilitado. En el aparato locomotor, los procesos compensadores son frecuentes; en algunas
ocasiones los utilizamos con el fin de devolverle al cuerpo una función disminuida o imposibilitada
(Fig. 6).
En el proceso de corrección de las desviaciones del aparato locomotor afectado por el largo proceso
compensador, dirigido de una manera espontánea por el cuerpo (una escoliosis), no se deben realizar las
compensaciones externas. En este tipo de situaciones, la corrección interna ya no es posible y lo único que
se logra es introducir otro tipo de descompensación.
Las compensaciones espontáneas son adecuadas frente a un estado de emergencia, cuando este
comportamiento significa para el cuerpo el «ser o no ser». Sin embargo, no deberían mantenerse
durante un tiempo prolongado. Por ejemplo, en presencia de una herida en la cara plantar del
dedo gordo del pie, será imposible realizar la marcha de una manera normal, es decir, apoyando el
peso corporal sobre el dedo gordo en la última fase de apoyo, antes de pasar a la oscilación. El
cuerpo realiza, de una manera automática, un movimiento compensador, apoyando el peso sobre
el arco externo del pie. De esta forma se crea el movimiento sustituto, y el objetivo principal
(realizar la marcha) se verá cumplido. Sin embargo, el movimiento sustituto crea una deformación.
En este caso se produce, por ejemplo, una excesiva presión sobre el menisco interno y un
estiramiento excesivo del ligamento colateral externo de la rodilla. La deformación creada puede
afectar a los segmentos adyacentes, que acuden en ayuda de una manera inmediata, pero también
puede afectar a los segmentos más lejanos, creando en ellos sobrecargas innecesarias
Existe una relación entre el grado de deterioro articular y la capacidad de amplitud del movimiento articular
(Seyfried, 1983) (Fig. 11). Evaluando con detenimiento la amplitud y la calidad del movimiento articular, se
puede determinar el grado de los cambios articulares.
Los cambios descritos anteriormente limitan gradualmente la elasticidad y la eficacia mecánica del
sistema miofascial, y también afectan al funcionamiento articular adecuado, influyendo con el
tiempo en la realización de movimientos básicos de la vida diaria como, por ejemplo, sentarse o
levantarse de una silla, o caminar. Si la persona se acostumbra a estar sentada o estar de pie de
una forma incorrecta, adoptando posturas inadecuadas, este patrón de comportamiento se
repetirá un incalculable número de veces durante el día y, con el tiempo, se volverá un hábito
en todas las actividades que realice
Este proceso rompe el esquema del equilibrio postural. El equilibrio entre la estabilidad y la
movilidad queda afectado y, en consecuencia, se producen alteraciones que, con el tiempo, causan
importantes cambios funcionales y estructurales del aparato locomotor.
El proceso de los cambios postraumáticos, según este enfoque, se inicia, en la mayor parte de los
casos, en el sistema fascial. Las sobrecargas creadas en el proceso compensador lesionan la fascia,
lo que repercute en el correcto desenvolvimiento funcional de otros sistemas.
Las lesiones del sistema fascial (Fig. 17) (retracciones, adherencias, rupturas) se pueden producir
por tres razones básicas:
entrecruzamientos entre las fibras de colágeno (para más detalles véase el capítulo sobre
histología). El proceso se puede iniciar ya con sólo tres semanas de inmovilización (Akeson et al.,
1968; Amiel et al., 1980; Chamberlain, 1982; Ninmo, 1984).
Como consecuencia de estas lesiones, el restringido deslizamiento entre las láminas fasciales
facilita el proceso de aceleración en la formación de los entrecruzamientos entre las moléculas de
colágeno.
Los puntos de hipersensibilidad son unas buenas guías en el diagnóstico de la disfunción miofascial;
sin embargo, su eliminación es solamente una parte del proceso curativo. La presencia de los
puntos de hipersensibilidad está considerada como una de las etapas del síndrome de disfunción
miofascial.
1. Banda «gatillo» (trigger band). Banda de fascia distorsionada: se trata de las bandas de la red
fascial organizadas a lo largo de las líneas de tensión (Fig. 23), y se caracterizan por sensaciones
dolorosas y quemazón.
2. Punto «gatillo» herniado (herniated triggerpoint). Protrusión anormal de un tejido a través del
plano fascial. Rara vez se observa en las extremidades. Se perciben como «canicas esponjosas», del
tamaño de una almendra, o herniaciones fasciales más pequeñas.
3. Distorsión en continuo. Alteración de la zona de transición entre el ligamento, el tendón u otra
fascia y el hueso. Se caracteriza por dolor puntual.
4. Distorsión de plegamiento. Alteración tridimensional del plano fascial.
Las distorsiones de plegamiento duelen en un nivel profundo de la articulación. Estas lesiones son
similares a lo que sucede con un mapa de carreteras cuando se despliega y luego se vuelve a plegar
incorrectamente.
5. Distorsión en cilindro. Superposición de las espirales cilíndricas de las fascias superficiales. Las
distorsiones en cilindro provocan un dolor profundo en una zona no articular que no se puede
reproducir ni aumentar con la palpación.
6. Fijación de planos. Alteración de la capacidad de deslizamiento de las superficies de las fascias.
Las fijaciones de planos son superficies fasciales que han perdido la capacidad de deslizarse.
Con el tiempo, este endurecido tejido facilita la acumulación de grasa, y forma así una cicatriz
rígida y limitante, lo que lleva a la formación de adherencias intraarticulares y a una progresiva
pérdida de la amplitud del movimiento fisiológico. Los cambios bioquímicos del tejido conectivo
patología del aparato locomotor (Pilat, 1995). Mennell (Mennell, 1960) utilizó la palabra
«disfunción» para describir la pérdida de un movimiento normal, de algo que «no funciona
correctamente». Para describir este fenómeno, los fisioterapeutas utilizan la expresión
«acortamiento adaptativo», los osteópatas le llaman «lesión osteopática» y los quiroprácticos
«subluxación quiropráctica». En el método de McKenzie, uno de los síndromes del trastorno de
origen mecánico de la columna vertebral lleva el nombre del síndrome de la disfunción, en
referencia al síndrome caracterizado por la presencia de dolor, que solamente se manifiesta al final
del movimiento articular y no durante la realización del movimiento. Por lo general, según
McKenzie, este estado es un lógico progreso de limitaciones del movimiento adaptadas a raíz
de un deficiente comportamiento postural. Con el tiempo y el repetido estrés mecánico,
el tejido sufre una acumulación de pequeños, pero recurrentes, traumatismos.
Estos traumatismos, así como también los traumatismos graves, en el proceso de una natural
reparación del tejido, producen adherencias que gradualmente reducen la elasticidad del tejido,
convirtiéndose en una dolorosa y limitante cicatriz. Al realizar el movimiento, este tejido será
puesto en tensión antes de llegar al extremo del movimiento fisiológico, lo que producirá dolor.
Disfunción miofascial
• La disfunción miofascial significa la anomalía o carencia de una correcta respuesta estabilizadora.
En presencia de la disfunción se produce una sobrecarga en todos los segmentos del sistema fascial
y, particularmente, en la columna vertebral, alterando el funcionamiento de la estructura corporal.
Además, se crea una descoordinación (temporal o definitiva) de los movimientos en todos los
niveles y segmentos corporales.
• La disfunción miofascial no supone directamente un problema muscular, pero implica a los
músculos.
• La disfunción miofascial implica el cambio de la onda muy organizada de movimientos
especializados a través de la matriz viviente.
• Desde el enfoque de las patologías miofasciales, hay que subrayar el hecho de que el
desequilibrio y la disfunción miofascial se producen antes del inicio de la enfermedad como tal.
• En presencia de una disfunción, todo el sistema miofascial participa en la construcción de un
nuevo nivel homeostático para un funcionamiento óptimo del cuerpo.
Cualquiera que sea la razón del acortamiento, el sistema miofascial sería capaz de cambiar el
comportamiento funcional de determinados componentes corporales en la búsqueda del equilibrio
funcional del resto del cuerpo para su óptima función. El patrón de la compensación dependerá de
la magnitud de los cambios y de la eficacia del sistema fascial a la hora de coordinar esta acción. El
objetivo de la evaluación del sistema fascial es detectar los sitios de atrapamiento que impiden la
realización de un adecuado proceso de protección del cuerpo y establecer los patrones de
compensación.
Los atrapamientos se encuentran por lo general cerca de las superficies óseas, en fijaciones
musculares en los huesos, y pueden cambiar el aspecto del recorrido de los grupos musculares que
se consideran básicos para el mantenimiento de una postura correcta. El segundo grupo de puntos
de atrapamiento forman los entrecruzamientos entre grandes masas musculares. Ambos lugares
son muy sensibles y dolorosos a todo tipo de estímulo (Schultz; Feitis, 1996). En consecuencia, el
segmento en cuestión queda hipomóvil, lo que facilita la acumulación de grasa sobre la zona
afectada. Los dos lugares más representativos en los que se puede observar con más frecuencia la
acumulación de grasa en forma de almohadillas es la base del cráneo (por la constante hipertonía
en la que se encuentra el músculo trapecio superior encargado del mantenimiento de la posición
protruida de la cabeza) y también sobre la base de la columna lumbar, justo por encima de la línea
superior de los glúteos.
Entre distintas personas existen similitudes en la formación de la disfunción miofascial, que vienen
establecidas por las bandas de atrapamiento en forma de correas que sostienen el tejido conectivo.
Estas estructuras son independientes de la distribución anatómica del sistema muscular, así como
también funcionalmente de las cadenas musculares; representan estructuras de conexión del
tejido conectivo entre la parte anterior y la parte posterior del cuerpo. Las bandas se detectan
observando o palpando las zonas de aplanamiento o depresión sobre la superficie corporal. Estas
zonas se unen en una
especie de líneas
horizontales que forman
un recorrido continuo o
interrumpido. Su principal
característica es la falta de
flexibilidad. En cierto
modo, estas bandas
rompen la continuidad del
movimiento corporal. La
banda no es una estructura
anatómica como tal, sino
un cambio local producido
por el desequilibrio entre
las fibras y la sustancia
fundamental del tejido
conectivo. Las restricciones
cambian el funcionamiento
de todas las estructuras
implicadas en los
atrapamientos a un nivel determinado. Se distinguen siete bandas de atrapamiento n Banda púbica
Se inicia en el pubis, donde se aprecia una acumulación de grasa. Se extiende lateralmente hacia la
región trocantérea, cruzando la ingle y los ligamentos inguinales; posteriormente, atraviesa el
borde inferior de la masa glútea y finaliza en la unión sacrococcígea. Sus ramificaciones pueden
penetrar hasta las articulaciones coxofemorales, la uretra, el recto y la vagina.
n Banda inguinal
En su recorrido anterior, se extiende entre las dos espinas ilíacas anterosuperiores
en forma de una hamaca. En las personas con un fortalecimiento excesivo de la musculatura
abdominal, se aprecia como un cable tenso en posición casi horizontal. En las personas obesas, la
acumulación de grasa (el tejido de una reducida elasticidad) en esta zona inhibe los movimientos
fisiológicos, particularmente los relacionados con la respiración. Esta tensión se transmite a lo largo
de las crestas ilíacas, creando las restricciones que incluso se pueden visualizar o palpar en forma
de dolorosos y tensos cables. La banda continúa en su recorrido posterior hasta la articulación
lumbosacra. Sus restricciones pueden, en parte, inhibir los movimientos fisiológicos de las
articulaciones sacroilíacas. Las restricciones en esta zona se pueden transmitir por el sistema fascial
del músculo glúteo mayor hasta la cara posterolateral del muslo, así como también a lo largo de la
masa común del aparato extensor de la columna, conectándose, de esta manera, con la columna
cervical y el cráneo.
n Banda umbilical
Se inicia en el ombligo o en el espacio medio entre el ombligo y el arco costal. Se dirige
lateralmente, formando un arco que rodea el abdomen hasta llegar a las últimas costillas,
finalizando en la unión dorsolumbar. La presión hacia dentro de las últimas costillas influye en el
funcionamiento del diafragma.
n Banda torácica
Se extiende desde la línea marcada por las tetillas, continúa lateralmente sobre el borde inferior
del músculo pectoral mayor y, posteriormente, hasta el margen lateral del músculo dorsal ancho.
Finaliza a nivel de las apófisis espinosas de D6-D7. Las restricciones de la banda torácica afectan al
funcionamiento de tres grandes grupos musculares: el pectoral mayor y menor, el dorsal ancho y el
recto del abdomen. Estos tres grupos musculares trabajan en conjunto, trasmitiendo las fuerzas
desde la pelvis hasta las extremidades superiores. Anatómicamente, los músculos mencionados
están separados; sin embargo, sus sistemas fasciales están funcionalmente unidos. La distribución
de las fuerzas entre estos músculos, en la parte delantera del cuerpo, se puede demostrar
gráficamente con una letra Y (Fig. 7), en la que los brazos forman los músculos pectorales mayores
y el pie los músculos abdominales. El encuentro entre los músculos pectorales y los abdominales
se realiza en el recorrido de la banda torácica, cerca de la apófisis xifoides del esternón. Los dos
pectorales deben actuar de forma simétrica; de lo contrario se produce un desequilibrio con la
consiguiente formación de adherencias en las superficies óseas y de depósitos de una sustancia
gelatinosa endurecida. (La evaluación de estos fenómenos debe ser indispensable en el proceso de
evaluación; labor facilitada por la considerablemente reducida acumulación de grasa en esta
región.)
Las restricciones pueden afectar a las estructuras más profundas, como, por ejemplo, los músculos
intercostales, que limitan la expansión torácica durante el acto de la inspiración. La restricción de la
parte anterior reduce el espacio disponible alrededor de la inserción superior del músculo recto del
abdomen, formándose una especie de adherencia en sus inserciones en las costillas. Estas zonas
presentan tensión y crepitación. En consecuencia, debido al acortamiento de la distancia entre
el esternón y el pubis, se produce una depresión del arco costal inferior y se altera el equilibrio
anteroposterior del cuerpo. Los músculos rectos del abdomen contrarrestan la acción de la masa
común extensora de la columna vertebral. En la parte posterior del tronco, la fuerza está
contrarrestada por la acción del músculo dorsal ancho, que distribuye su fuerza en forma de una
letra V (Fig. 8).
Estas dos rutas de conexión se entrelazan en la banda torácica. De esta forma sus restricciones se
pueden expandir modificando los patrones de movimiento del tronco y de las extremidades
superiores (Fig. 9).
Con la tensión de esta banda se ven afectados los músculos de la lengua, produciéndose en
consecuencia trastornos en el habla, afectándose también el funcionamiento del esófago y de la
tráquea.
nBanda ocular
Se inicia en el entrecejo y, posteriormente, atravesando las cavidades oculares, pasa por encima de
las orejas y finaliza en la cresta occipital. Sus tensiones pueden influir en el comportamiento
mecánico de las suturas craneales.
Los hallazgos encontrados en el proceso de evaluación propuesto a continuación reflejarán la
presencia de los atrapamientos explicados con anterioridad. Estos atrapamientos pueden producir
cambios funcionales en todos los elementos del sistema miofascial.
Los puntos de atrapamiento, las zonas de atrapamiento, así como también las bandas de
atrapamiento crean limitaciones funcionales, que se compensan automáticamente por el sistema
miofascial. Los patrones se dividen en dos grupos básicos (Zink, 1979):
• Patrones compensados.
• Patrones descompensados.
• Craneocervical.
• Cervicotorácica.
• Toracolumbar.
• Lumbopélvica.
Patrón compensado
Es un patrón ideal, lo que significa que el sistema
fascial ha realizado una serie de rotaciones
compensadoras en las cuatro áreas, alternando la
dirección de las tensiones del tejido entre un área y la
otra.
Patrón descompensado
En el patrón descompensado no se observan las preferencias de las compensaciones alternas entre
un área y la otra. Se considera que este tipo de patrón aparece a consecuencia de traumatismos
graves.
• Patrón descompensado unidireccional (Fig. 20). En este patrón se observa una preferencia por las
desviaciones a la derecha en todos los niveles (D-D-D-D).
• Patrón compensado multidireccional (Fig. 21). En este patrón se observa una preferencia por las
desviaciones a la izquierda (I) en la región craneocervical, a la derecha (D) en la región
cervicotorácica, a la derecha (D) en la región toracolumbar y, finalmente, a la izquierda (I) en la
región lumbopélvica (I-D-D-I).
nBarrera anatómica
Define la amplitud del movimiento total a nivel articular, así como también a nivel tisular. Es la
amplitud fisiológica total sin restricciones. Si se tratara de incrementar esta amplitud, se lesionarían
los tejidos de sostén articular (la fascia, los músculos, los ligamentos, e incluso los huesos).
nBarrera elástica
Define la amplitud del movimiento pasivo. El límite de este movimiento se puede describir como
una sensación elástica. Al llegar a esta barrera, se considera que todos los tejidos periarticulares se
encuentran en tensión. Existe un espacio muy reducido, denominado espacio parafisiológico
(Sandoz), entre la barrera anatómica y la barrera elástica.
nBarrera fisiológica
Define la amplitud del movimiento activo y tiene una amplitud ligeramente menor de la alcanzada
por el movimiento pasivo. La sensación de la resistencia final está determinada por los músculos
con el sistema miofascial sano.
EVALUACIÓN
La realización de una eficiente evaluación funcional de la postura con la cabeza protruida
representa un reto para el terapeuta. La disposición de los sofisticados aparatos utilizados con este
fin (Rx, RM, analizadores computarizados de la postura) en la práctica profesional diaria es muy
limitada. Tampoco son suficientes las herramientas propias del proceso fisioterapéutico. La
evaluación específica debería seguir el patrón de la evaluación propuesto en la sección dedicada a
la evaluación global del síndrome de disfunción miofascial. Este esquema debe incluir: apreciación
visual, amplitud de los movimientos activos y pruebas funcionales.
APRECIACIÓN VISUAL
Hay que observar el cuerpo en tres proyecciones, para detectar las desviaciones y compensaciones
posturales:
– posición de la cabeza;
– posición de los hombros y los brazos;
– posición de las clavículas;
– posición del esternón.