Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Fuerza en Mujeres
Fuerza en Mujeres
Todos los expertos coinciden en afirmar que la mayoría de las lesiones en jóvenes,
que puedan suceder durante los entrenamientos de fuerza son debidas a accidentes
generados por el uso inapropiado del equipamiento (77.2% en jóvenes de 8-13
años), a una carga de entrenamiento excesiva, a una técnica de ejecución
defectuosa y/o a la ausencia de supervisión cualificada.
Esto puede hacer deducir que mediante la identificación y cuidado de todos los
aspectos relacionados con la seguridad del entorno y equipamiento de
entrenamiento, la progresión e individualización de la dosis de entrenamiento, la
enseñanza técnica correcta de cada ejercicio y la estricta supervisión, se puede
prevenir y minimizar el riesgo potencial lesivo durante la práctica a estas edades.
Por el contrario, es posible que exista potencialmente mayor riesgo lesivo para las
placas de crecimiento de los jóvenes que realizan actividades deportivas
competitivas que impliquen saltos y aterrizajes, donde las fuerzas de reacción
contra el suelo pueden llegar a ser de 5-7 veces del peso corporal. Al contrario, la
exposición de las placas de crecimiento en desarrollo a suficiente estrés mecánico a
través del entrenamiento de fuerza apropiado puede ser un estímulo beneficioso
para la formación de hueso y para el crecimiento.
Las mayores mejoras en este sentido parecen darse en los sujetos más jóvenes y
desentrenados, probablemente por la mayor plasticidad neural y aprendizaje motor
de los niños, a la vez que existe una correlación positiva entre las ganancias de
rendimiento motor y la intensidad media utilizada según el porcentaje de la mejor
repetición máxima (%1RM) con programas tradicionales de entrenamiento de la
fuerza.
Sin embargo, existe cierto debate que cuestiona la «imposibilidad» de que en fases
tempranas prepuberales se puedan conseguir incrementos de masa muscular con el
entrenamiento apropiado, pese a que no haya un entorno hormonal teóricamente
favorable para ello, ya que algunos estudios citados en revisiones y metaanálisis
han confirmado incrementos significativos de masa muscular tras entrenamientos
de fuerza incluso en niños prepúberes.
Tal vez, una de las razones que pueda explicarlo, sea que aquellos estudios que
han utilizado técnicas más sensibles para valorar los incrementos de tejido
muscular (ultrasonidos y resonancia magnética nuclear) han sugerido que la
hipertrofia muscular puede suceder en niños tras entrenamientos de fuerza.
Sobre esto, algunos estudios han comprobado que la densidad y contenido mineral
óseo de adolescentes halterófilos es mayor que la de controles de la misma edad
que no realizaban entrenamientos de fuerza.
Si bien, a los jóvenes con obesidad o sobrepeso siempre se les ha animado a que
participasen en actividades de tipo aeróbico, el exceso de peso corporal dificulta el
rendimiento en actividades físicas de soporte del peso, como correr, y aumenta el
riesgo de lesiones músculo-esqueléticas por sobreuso. Por tanto, algunas opiniones
de expertos consideran que aquellos esfuerzos y campañas por promocionar la
actividad física entre los niños y jóvenes más obesos y menos motrizmente
competentes no deberían comenzar por entrenamientos prolongados de tipo
aeróbico o participaciones en competiciones deportivas, sino por entrenamiento
centrado en ejercicios de fuerza, caracterizados por una dinámica intermitente, por
su mejora sobre el rendimiento motor y los beneficios sobre la reducción de
lesiones. Además, este tipo de programas resultan agradables para esta cohorte de
población al no ser tan exigentes aeróbicamente y proporcionar una oportunidad
para mejorar su rendimiento físico y ganar autoconfianza por ello.
En otro orden de cuestiones, y aún a falta de seguir siendo constatados por más
estudios bien diseñados, existen algunas evidencias incipientes que sostienen
beneficios distintos de los anteriores y que sin duda pueden servir para abrir
nuevas líneas de investigación en el futuro, como son la mejora de la función
cardiaca en niños obesos, la mejora del perfil lipídico de prepúberes y adolescentes,
y los efectos positivos derivados sobre el bienestar psicológico, estado de humor y
autoconcepto.
No obstante, sea a la edad que sea, los niños y jóvenes deberían mostrar la
madurez emocional y psicológica suficiente para atender las instrucciones de los
adultos encargados de su supervisión y poder someterse al estrés de un programa
de entrenamiento, además de poseer niveles competentes de equilibrio y control
postural. En general, en el momento que un niño esté capacitado para iniciarse en
actividades deportivas (generalmente a los 7 u 8 años) también lo estará para
poder comenzar con entrenamientos de fuerza.
Del mismo modo, debe entenderse que los jóvenes con más experiencia de
entrenamiento de fuerza necesitarán seguir programas de entrenamiento
periodizados con una variación sistemática de la intensidad, volumen y velocidad de
ejecución, para facilitar una continua adaptación y reducir el aburrimiento y el
riesgo de lesiones por sobrecarga.
Frecuencia de entrenamiento
La mayoría de los estudios bien diseñados, que han mostrado mejoras de la fuerza,
han utilizado una frecuencia media de 2.7 ± 0.8 sesiones a la semana en días
alternos. Por tanto, la recomendación general para los niños y adolescentes que se
inician en el entrenamiento de fuerza es de 2-3 sesiones a la semana en días
no consecutivos, lo que permitirá una recuperación adecuada entre sesiones a la
vez que será una frecuencia eficaz para mejorar la fuerza.
Volumen de entrenamiento
Por otro lado, la mayoría de los jóvenes realizan entrenamientos de cuerpo entero
varias veces por semana, involucrando múltiples ejercicios que estresan todos los
grupos musculares principales en cada sesión. Por tanto, sobre la relación entre el
número de ejercicios en función de las regiones corporales sobre los que van a
distribuirse los mismos, recomendamos que se realicen sesiones generalmente
globales (es decir, que permitan entrenar todos los grandes grupos musculares en
la misma sesión mediante acciones motrices de empuje y tracción que impliquen al
hemisferio superior y/o inferior).
Intensidad de entrenamiento
Cuando la literatura científica se refiere al componente de intensidad de
entrenamiento de la fuerza lo puede hacer en relación con distintos indicadores.
Tradicionalmente, cuando se hace en función al % 1RM, la recomendación para
niños y adolescentes es que aquellos jóvenes más desentrenados utilicen
resistencias inferiores o próximas al 60% de la 1RM, mientras que a medida que
acumulen experiencia y competencia técnica, podrán incrementar lentamente la
intensidad llegando a utilizar resistencias del 70-85% 1RM.
Solo una vez se domine el ejercicio en cuestión, con suficiente competencia técnica,
con cargas bajas a moderadas, se podrá incrementar gradualmente la resistencia
según los objetivos de entrenamiento y necesidades individuales.
Figura 2. Escala de esfuerzo percibido OMNI-RES de fuerza para niños.
Velocidad de ejecución
Distintos medios o equipamientos utilizados para los ejercicios han mostrado ser
efectivos para mejorar las prestaciones de fuerza en poblaciones de niños y
adolescentes (peso corporal, bandas elásticas, máquinas de resistencia variable
adaptadas, pesos libres, resistencia manual y balones medicinales).
Metodología de entrenamiento
*
Relación entre el número de repeticiones realizadas por serie (fuera del
paréntesis) con respecto a
las máximas realizables/capaz de realizarse (entre paréntesis) en ese mismo
ejercicio, con el
mismo peso y en ese mismo momento. Ejer.: ejercicios. Mono/Multiart.:
Mono/Multiarticulares.
• Evitar o minimizar los ejercicios que impliquen una excesiva carga o estrés
compresivo y cizalla para la columna vertebral.
Conclusiones
Como ejemplo, podemos citar el planteado por Fleck y Kraemer (1997) en su texto,
en donde al parecer la fuerza extensora de rodilla de la mujer es el 50% de la del
hombre en un test máximo en máquina; ahora bien, cuando valoramos su
momento de fuerza máximo en la misma acción medida en una máquina isocinética
a 90º/sg este valor alcanza el 78% del obtenido por el hombre.
Datos isométricos indican que la fuerza absoluta (esto es, sin considerar el peso
corporal) del miembro inferior de la mujer está en general próxima a la del hombre,
cosa que no ocurre en el caso de la fuerza absoluta del miembro superior (Cureton,
K.J., et al., 1988). Estas diferencias sexuales se mantienen incluso con deportistas
de alto nivel (levantadoras de peso con records del mundo) cuando son
comparadas con varones de la misma categoría de competición (Kraemer, W.J.,
Koziris, L.P., 1994).
Por otra parte, el tamaño corporal puede explicar parcialmente las diferencias de
fuerza muscular existentes entre sexos. Así, Wilmore (1974) manifestó que la
fuerza máxima (1RM) en press de banca de la mujer se correspondía con el 37% de
la del hombre. Ahora bien, si este valor se expresaba en relación al peso corporal o
al peso de la masa magra* (muscular, también denominada “masa libre de grasa” ó
LBM), la mujer alcanzaba el 46% y el 55% respectivamente de la fuerza del
hombre.
De igual forma, la fuerza máxima isométrica del miembro inferior en la mujer
representa el 73% de la del hombre, pero si es expresada en relación al peso
corporal y a la masa magra (muscular), alcanza el 92% y el 106% de la fuerza del
hombre.
Estos datos indican que la fuerza muscular del tren superior de la mujer es
menor que la del hombre, tanto en valores absolutos como en relativos. No
obstante, cuando la fuerza de piernas se representa como fuerza relativa
en función del peso corporal, las diferencias con el hombre se reducen muy
significativamente. Además, cuando se expresa en relación a la masa magra
(muscular), la mujer puede ser más fuerte que el hombre (Fleck, S., Kraemer,
W.J., 1997, 2004). Estos resultados concuerdan con los publicados recientemente
por Kraemer (2001).
Por otra parte, la fuerza máxima (1RM) en extensión de rodilla y en flexión de codo,
de las mujeres, expresadas en relación a la masa magra (muscular), ha sido
establecida en el 80% y el 70% de la de los hombres, respectivamente (Millar, A. et
al., 1992). No obstante, cuando estos valores se relacionaban con el área de
sección transversal, no se manifestaban diferencias significativas entre ambos
sexos en estas acciones.
Por otra parte, la fuerza excéntrica en relación a la masa magra (muscular) puede
ser más similar entre sexos que la fuerza concéntrica.
En el caso de la fuerza del tren inferior, ésta es mucho más similar también entre
sexos que la del tren superior, cuando se expresan en relación a la masa muscular
o al área de sección transversal (Fleck, S., Kraemer, W.J., 1997; Kraemer, W.J., et
al., 2001).
Así, la media de las mujeres ha manifestado valores del 54% al 73% de máxima
altura en salto vertical de los hombres, y del 75% en el caso de la distancia en el
salto horizontal
Ahora bien, cuando la capacidad de salto vertical es expresada en relación a la
masa magra (muscular), sólo se manifiestan pequeñas diferencias (0-5.5%) entre
sexos (Maud, P.J., Schultz, J.L., 1986; Mayhew, J.L., Salm, P.C., 1990).
No obstante, la potencia generada por las mujeres durante el salto horizontal por
unidad de volumen muscular en la pierna es significativamente menor que la
generada por los hombres
Según Fleck y Kraemer (1997, 2004), existe un concepto erróneo en relación a las
necesidades de la mujer en el entrenamiento de fuerza, pues éstas no necesitan
nada especial ni diferente de lo aplicado a los hombres.
En general, la masa muscular del tren superior presenta las mayores diferencias en
fuerza entre ambos sexos. Ello puede estar relacionado con un menor porcentaje de
masa muscular (LBM) en la mujer. De esta forma, enfatizando el entrenamiento
para desarrollar esta musculatura, una mujer puede evitar que este factor limite
sus capacidades de rendimiento en un deporte en el que sea necesaria una gran
fuerza del tren superior.
En un estudio realizado por Bosco con velocistas de ambos sexos (Bosco, C., et al.,
1996), observaron que efectivamente el incremento del nivel de testosterona en
sangre era más pronunciado en los hombres que en las mujeres, ya fuera como
respuesta a entrenamientos de fuerza prolongados en el tiempo (Häkkinen, K.A., et
al., 1988; 1990), como después de una única sesión (Weiss, L.W., et al., 1983;
Kraemer, W.J., et al., 1990). Así, los niveles encontrados en estos velocistas
hombres eran superiores a los observados en otros deportistas hombres (Bonifazi,
P., et al., 1994, citado por Bosco, C., 2000) o mujeres (Weiss, L.W., et al., 1983;
Kraemer, W.J., et al., 1990) físicamente muy activos, pero que no realizaban un
programa de fuerza máxima. Por otro lado, en las mujeres velocistas, el nivel de
testosterona estaba muy próximo (Häkkinen, K.A., et al., 1990) o incluso más alto
(Weiss, L.W., et al., 1983) al que se había observado en mujeres que practicaban
actividades físicas intensas. Además, los resultados obtenidos para ambos sexos
demostraron que la testosterona en sangre estaba relacionada con rendimientos
musculares obtenidos con velocidades de contracción elevadas (cargas ligeras) y no
con esfuerzos máximos, que sólo permitían contracciones musculares a baja
velocidad (Bosco, C., et al., 1996).
Por otra parte, y continuando con las repercusiones hormonales del trabajo de
fuerza, la hormona de crecimiento se incrementó significativamente en ambos
sexos a partir de la misma sesión de entrenamiento (Kraemer, W.J., et al. 1991).
Ello significa que otras hormonas, aparte de la testosterona, juegan un papel
importante en las adaptaciones al entrenamiento de fuerza, y esto es
especialmente cierto para las mujeres (Fleck, S., Kraemer, W.J., 1997, 2004).
Por este motivo, para Kraemer (1991), cuando se comparan entre sí los resultados
de diferentes trabajos que han estudiado este tema, estos parecen contradictorios.
Mucha gente cree que las adaptaciones de las mujeres al entrenamiento de fuerza
son menores que las de los hombres, y esto hace que los beneficios obtenidos por
estas actividades también sean menores para ellas. No obstante, al día de hoy, las
evidencias indican que el entrenamiento de fuerza es igual de beneficioso para
ambos sexos, e incluso más para las mujeres.
Conclusiones
A la vista de la información analizada, y destacando como conclusiones los aspectos
más significativos destacados por la investigación en relación al entrenamiento de
fuerza en la mujer, podemos concluir en general que:
Resumiendo, y en general, podemos afirmar que las creencias que consideran que
las mujeres se hipertrofiarán excesivamente por efecto del entrenamiento de
fuerza, que los programas de entrenamiento deben ser diferentes para hombres y
mujeres, y que el entrenamiento de fuerza producirá una pérdida de flexibilidad,
son totalmente infundados (Fleck, Kraemer, 1997, 2004).
Cambios hormonales durante el periodo menstrual.
El impacto de la
alimentación y el entrenamiento tiene mucho que ver con el estado de tus
hormonas y metabolismo. Es fácil entender, por tanto, que los resultados serán
diferentes a lo largo de este ciclo.
Fase folicular
Mayor sensibilidad a la insulina. Esto hace por ejemplo que toleres mejor el
carbohidrato durante estos días.
Mayor uso de glucógeno como sustrato energético y por tanto menor quema
de grasa.
Reducción del metabolismo, que alcanza su punto más bajo una semana
antes de la ovulación.
Fase ovulatoria
Es la fase central del período. El óvulo viaja al útero, esperando ser fecundado.
¿Qué ocurre en esta fase?:
Reducción del apetito. Los estudios muestran una menor ingesta calórica durante
estos días en muchas especies. Algunos expertos especulan que el motivo es evitar
que la hembra piense mucho en comida en su fase fértil, y más en procrear.
Mayor riesgo de lesión. Antes y durante la ovulación se producen por ejemplo 3-4
veces más lesiones de rodilla que en el resto de las fases.
Los investigadores desconocen las causas exactas, pero se cree que un mayor nivel
de fuerza junto con alteraciones articulares o del control neuromuscular fruto de los
cambios hormonales podrían explicarlo.
Fase lútea
Consideraciones de entrenamiento.
Dado que en la fase folicular el cuerpo tiene más facilidad para utilizar glucógeno
como combustible, deben programarse más entrenamientos de alta intensidad
(HIIT), más dependientes de glucógeno. Esto permite además contrarrestar la
bajada metabólica que se produce en estas semanas.
Durante la ovulación muchas mujeres alcanzan su mejor momento de fuerza,
mientras que otras no notan diferencia. El nivel de testosterona suele aumentar
durante la ovulación, pero el efecto del estrógeno puede impactar en la laxitud de
articulaciones y el control motor, registrándose más lesiones en esta fase. Presta
especial atención a la técnica.