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Pontificia Universidad Javeriana

Estudios Literarios
Literatura Europea Medieval
Tatiana Valenzuela Torres

Magia e imaginación: Las dos explicaciones del amor desde Tristán e Iseo y Sueño de
una noche de verano

Si uno tomara la iniciativa de hacer una encuesta cualitativa a cien personas de diferentes
partes del mundo y preguntarles “¿Qué es el amor para usted?” habrían dos posibilidades: que
las respuestas fueran todas distintas o que la mayoría cayeran en los mismos lugares
comunes, en las mismas expresiones lingüísticas que usamos todos los días. “El lenguaje del
amor es un revuelo de metáforas: es literatura” dice Julia Kristeva en el comienzo de
Historias de amor. El lenguaje literario es la herramienta que nos sirve para exteriorizar y
poner en comunión lo abstracto del concepto de “amor”, puesto que ningún otro lenguaje nos
ha dado una definición con la que todos estemos de acuerdo. Todo lo inconmensurable que
ocurre entre el “tú” y el “yo” tiene por nombre “nosotros”, un simple sintagma nominal que
condensa la vastedad de lo incomunicable. Nunca hablamos del amor mientras ocurre,
siempre hablamos desde un después, y para eso nos valemos de figuras retóricas y recursos
literarios, lo sepamos o no.

¿Qué vino primero, el amor o la literatura? La pregunta no es tan sencilla como parece. La
literatura como fenómeno sociohistórico ha influido en todos los aspectos de la configuración
del ser humano, desde un factor tan determinante como la religión (como diría Percy Shelley)
hasta este “sentimiento” tan íntimo y personal del que venimos hablando. Sin embargo, la
operación bien puede ser de ambas partes: los valores sociohistóricos relacionados con el
amor que están en todas las sociedades han alimentado la creación literaria, permitiéndole
“responder” parcialmente las preguntas que nos hacemos con respecto a este tema, en
especial cuando las obras aún tenían la conexión con la colectividad y eran transmitidas a
través de lo oral; la leyenda de Tristán e Iseo, que hace parte del ciclo arturiano de leyendas,
es parte fundamental de la historia medieval europea y de su tradición oral y, por
consiguiente, es altamente importante para hacer un recorrido teórico de los valores del amor.
De William Shakespeare ya todo se ha dicho: su influencia es abismal, sus obras son el
epítome de la vida humana.
Hablemos entonces de Tristán e Iseo y Sueño de una noche de verano, dos obras en las que el
amor está atravesado por la fortuna, la magia y la imaginación. Tristán e Iseo surge de la
materia oral y mítica de bretaña y fue adaptada por muchos escritores, entre ellos Béroul en el
siglo XII. Esta obra narra la historia de (valga la redundancia) Tristán e Iseo, dos amantes que
terminan juntos gracias a una poción que les da la doncella de Iseo y que tienen que escapar
del rey Marcos, a quien los dos han traicionado. Sueño de una noche de verano fue escrita
por Shakespeare alrededor de 1595 y se centra en cuatro amantes atenienses que sufren la
tragedia de un amor no correspondido por el descuido de Puck, un espíritu que les suministra
un líquido mágico que hace que uno se enamore de la primera persona que ve. Debido a que
ambas obras son muy extensas y muchos de sus elementos están relacionados con este gran
tema del amor, no voy a enfocarme en la descripción de cada uno de los personajes y escenas,
puesto que eso supondría una extensión mucho mayor. Voy a enfocarme en argumentar los
puntos que considero más fundamentales para hablar de la relación entre el amor y la magia y
cómo esta relación, plasmada en la literatura, surge de un cambio sociohistórico.

Vamos poco a poco a desmenuzar esta síntesis que he hecho de las obras. En primer lugar, en
Tristán e Iseo el componente de la poción es determinante: los personajes se conocen cuando
Tristán es herido en un combate con un dragón —en el cual sale victorioso— y es llevado al
palacio de Iseo, donde recibe una curación y se recupera. Gracias a haber librado al pueblo de
Iseo de la amenaza del dragón, Tristán gana el derecho a su mano, la cual planea ofrecerle a
su tío, el rey Marcos. Si consideramos que en las historias de Occidente los enamorados
tienen en cierta medida el libre albedrío de elegir con quién estar (en lugar de tener a una
fuerza kármica detrás que dictamine su destino), podríamos afirmar que estos amantes nunca
se habrían elegido libremente. Sin embargo, la poción nos soluciona este problema: los une
incondicionalmente y no hay poder sobre la tierra que logre separarlos, por lo menos durante
tres años. Aquí no está el poder universal que determina su devenir sino un objeto externo
que altera el rumbo natural de las cosas: la magia. Con Lisandro, Hermia, Elena y Demetrio,
los protagonistas de la obra shakesperiana, el asunto empieza diferente: Lisandro y Hermia
ya están enamorados, Elena está enamorada de Demetrio y éste a su vez de Hermia. Desde el
principio vemos que se plantea que el enamoramiento de Hermia por Lisandro es un producto
del encantamiento de su imaginación por las acciones de Lisandro, como se expresa en el
siguiente diálogo de Teseo, duque de Atenas:
“TESEO: Tú, Lisandro, tú le has dado rimas, y cambiado con ella presentes amorosos: has cantado a
su ventana en las noches de luna con engañosa voz versos de fingido afecto; y has fascinado las
impresiones de su imaginación con brazaletes de tus cabellos, anillos, adornos, fruslerías, ramilletes,
dulces y bagatelas, mensajeros que las más veces prevalecen sobre la inexperta juventud: has
extraviado astutamente el corazón de mi hija, y convertido la obediencia que me debe en ruda
obstinación.” (Shakespeare 18)

Así mismo ocurre con Elena, quien ya aparece perdidamente enamorada de Demetrio y sufre
porque éste ama a Hermia. Cuando Hermia y Lisandro huyen al bosque para poder alejarse de
Atenas y consumar su matrimonio (debido a que el padre de esta le exige casarse con
Demetrio), Elena le cuenta a Demetrio y estos los siguen. Es entonces cuando Oberón, rey de
las hadas, presencia el cruel rechazo de Demetrio hacia Elena y encomienda a su sirviente
Puck que intervenga con el jugo de la flor de occidente —que ha sido herida por una de las
flechas de cupido— para unir a estos dos personajes. Puck confunde a Demetrio con Lisandro
y es a este a quien le vierte el jugo, haciendo que se enamore de Elena. En el desarrollo de
este suceso hay una similitud con la forma en la que Tristán e Iseo se juntan, ya que no estaba
previsto que fuera Tristán quien tomara el brebaje sino Iseo y el rey Marcos (en la versión de
Béroul, Bregain interviene voluntariamente pero la tradición de la leyenda indica que esto fue
un accidente y que ella tomó un recipiente por otro sin querer). La fortuna es sin duda un
factor que interviene en la articulación de los hechos y es lo que le brinda tragicidad a la obra
épica y a su vez a la tragedia: Mientras que en Tristán e Iseo la magia es la que inicia el amor,
en Sueño de una noche de verano esta tergiversa el enamoramiento ya creado por la voluntad
humana.

El amor de Tristán e Iseo es completamente irracional e instintivo, pero esto no quiere decir
que esté encaminado hacia la imaginación. Si partimos de la definición de imaginación como
una mediación entre la inteligencia y las emociones, entre el sentido y la sensibilidad,
podemos con completa tranquilidad dejarla por fuera de la ecuación entre estos enamorados.
Cualquier pensamiento meditativo que lleve a la exaltación de los sentires sublimes no ocurre
nunca, el proceder de ambos está sujeto únicamente a los poderes sobrenaturales. Una vez la
magia de la poción se acaba, los dos personajes son consumidos por la culpa y por la
responsabilidad que tienen como dama y caballero de la corte. Nunca llega a existir un
espacio para la contemplación sentimental de los años que han compartido juntos en el
bosque. Sin embargo, esta idea no implica que no exista una caracterización de los
personajes: todo lo contrario, el motor de su relación, una vez han vuelto a sus vidas
cortesanas, está en la búsqueda constante del desequilibrio, de la intranquilidad, de la locura
apasionada. Una vez el rey Marcos les ha concedido el perdón, ninguno de los dos tiene
problemas con volver a cometer felonías, y esta vez la magia ya no puede justificarlas:
Tristán, pese a haber sido desterrado, se desfigura el rostro y vuelve a Tintagel en busca de
Iseo y más adelante vuelven a cometer adulterio en secreto (hago mención a estos dos
acontecimientos pero hay muchos otros desde el momento de confesión de los héroes). ¿Por
qué habrían de correr tantos riesgos el uno por el otro si se supone que el amor se ha
terminado? Denis de Rougemont comenta en El amor y Occidente que “Tristán, más que a
Iseo, ama el sentirse amado. E lseo nada hace para guardar a Tristán cerca de sí: le basta un
sueño apasionado. Se necesitan mutuamente para arder. No necesitan al otro tal cual es sino,
más bien, su ausencia”. Es así que podemos concluir que lo latente en el amor de estos
personajes es el sufrimiento, la adrenalina de correr contra la corriente. Los amantes
necesitan crear obstáculos y empedrar el camino para sentir viva su pasión porque no basta
con las trabas que ya les otorga el destino, es decir, las trabajas que son inherentes a su
mundo (la intervención del rey Marcos, el juicio de los vasallos del rey, el matrimonio de
Tristán con Iseo de las blancas manos, etc). Estos son desafíos naturales en la composición
del roman, es evidente que el héroe va a poder superarlos: lo verdaderamente llamativo es la
creación de nuevos obstáculos para mantener viva la llama del amor. Quizás esta es la
característica más emblemática del amor cortés que encontraremos a lo largo de la obra: el
amor verdadero es el que surge de lo prohibido, el que traspasa todas las barreras de lo moral,
el que se lleva hasta las últimas consecuencias.

Quizá la transformación más abrupta de este ideal se da cuando el amor deja de estar sujeto
por completo a la influencia de la magia y el destino. Es curioso pensar que a pesar de la
relevancia indiscutible de la magia en Sueño de una noche de verano para que la trama se
avive, la libre elección de los personajes es lo que soluciona la tragicidad. La frenética locura
que experimentan Lisandro y Titania, reina de las hadas, por un breve periodo de tiempo —
similar a la de Tristán e Iseo— es necesaria para que los personajes lleguen al punto de
priorizar la razón sobre la excesiva imaginación y así consumar sus respectivos matrimonios.
Desde el principio de la obra los personajes le atribuyen a una fuerza mágica las desventuras
del amor, como lo expresa Hermia en el siguiente diálogo:
“HERMIA: Pues si los verdaderos amantes siempre fueron contrariados, ha de ser por decreto del
destino. Armémonos, pues, de paciencia en nuestra prueba, ya que ésta no es sino una cruz habitual,
tan propia del amor como los pensamientos, las ilusiones, los suspiros, los deseos y las lágrimas, triste
séquito de la fantasía.” (Shakespeare 22)

Elena incluso le recrimina a Hermia el no tener la suerte de su lado para que Demetrio la
ame. Hasta este punto, los personajes están convencidos que su fortuna romántica depende de
lo sobrenatural y hacen un llamado para que la magia intervenga. Curiosamente, cuando
ocurre el famoso episodio de la flor del que venimos hablando, los personajes no son
conscientes de que es magia y de que su destino ha cambiado: el que sabe es el lector. De ahí
que esa locura de Lisandro por Helena y de Titania por Bottom, uno de los personajes
secundarios que es un actor, sea percibida como un sueño, no solo por lo fantástico de los
sentimientos sino por la revelación que esto supone. Los sueños no son únicamente un
espacio para la alucinación sino también para las epifanías, y es en últimas lo que permite que
los amantes aterricen y racionalmente elijan un desenlace feliz para todos. La epifanía en
cuestión es que el desenfreno sentimental fue causado por un agente externo, pero que les
sirvió para darse cuenta de a quién aman de verdad (Demetrio cambia su opinión frente a
Elena y Lisandro rectifica que ama a Hermia). Al parecer todo ha sido un episodio de locura,
incluso Teseo compara la creación del poeta con la locura del enamorado y, por consiguiente,
con su imaginación:

“TESEO: El ojo del poeta, girando en medio de su arrobamiento, pasea sus miradas del cielo a la
tierra y de la tierra al cielo; y como la imaginación produce formas de cosas desconocidas, la pluma
del poeta las diseña y da nombre y habitación a cosas etéreas que no son nada. Tal es el poder
alucinador de la imaginación, que le basta concebir una alegría, para crear algún ser que se la trae; o
en la noche, si presume algún peligro, ¡con cuánta facilidad toma un matorral por un oso!”
(Shakespeare 84)

La única que parece percatarse de que los efectos del “sueño” suenan demasiado fantásticos
para ser obra de la imaginación o locura colectiva es Hipólita, pero ni ella ni ninguno de los
protagonistas descubren la verdad del encantamiento. Esto es importante porque Hipólita y
Teseo encarnan el amor enteramente racional, en contraste con todos los demás, y son ellos
los que tratan de explicar los hechos. En Tristán e Iseo sucede algo similar en el sentido en
que nadie sabe del encantamiento de la poción, además de los amantes, Bregain y el ermitaño
a quien acuden para que los ayude a recuperar la confianza del rey Marcos. Tristán e Iseo son
conscientes de que su amor se fundamenta en la magia, como lo expresa Iseo al arrepentirse:

“Amigo Tristán, ¡en qué gran infortunio


nos hundió quien el brebaje de amor
nos dio a beber a los dos!
Mejor no pudo engañarnos.” (Béroul 143)

Shakespeare relega el poder de la magia a un segundo plano: el núcleo de su introspección en


el amor es que el amor, infundido por la imaginación, engrandece la pasión. Así como en
Tristán e Iseo, ninguno de los amantes se enamora por los ojos, es decir, por la contemplación
del otro. Si bien la vista está integrada en el proceso de inspirar y transmitir el amor, sin
embargo, "el amor no ve con los ojos". En Sueño de una noche de verano, los ojos ven lo que
dicta la imaginación del amante; en Tristán e Iseo, los ojos ven lo que dicta la magia. Esto ya
demuestra toda una transición frente a la idea del amor por dos períodos históricos en
extremo separados: si en la Edad Media está a flor de piel el espacio para explicar el mundo a
través de la magia, la intromisión del humanismo desplaza la supremacía de esta para darle la
corona a las facultades humanas, en este caso la de la imaginación.

En cuanto a la relación del amor con la muerte, Tristán e Iseo mueren y son enterrados
trágicamente. El sufrimiento que ambos experimentan y su pasión desenfrenada desencadena
en lo único que le puede poner un punto final, con lo que la obra nos presenta su conclusión:
los placeres violentos poseen finales igualmente violentos. Precisamente de un final parecido
se salvan Lisandro, Hermia, Elena y Demetrio: logran superar sus pasiones frenéticas y
terminan en dos relaciones felices. Un elemento que no he mencionado pero que considero
que soporta toda esta argumentación es la obra de teatro, Príamo y Tisbe, que los personajes
secundarios van a representar (entre ellos Bottom, de quien queda prendado Titania por el
jugo de la flor). Esta obra se basa en el mito de Píramo y Tisbe, dos jóvenes babilonios que se
enamoran sin verse porque sus padres se lo prohíben y deciden escapar juntos. Cuando
intentan escapar, Príamo se suicida porque piensa que un león ha matado a Tisbe y esta, al
ver el cuerpo inerte de Príamo, acaba con su vida también. Lo simbólico de que esta obra se
esté ensayando mientras suceden los acontecimientos, funcionando como un agente
metaliterario, es que contrasta con lo que termina pasando en la obra. Si los personajes se
hubieran dejado guiar por las emociones ciegas, se habrían asesinado antes de recibir el
antídoto, lo que hubiera sido un final trágico. Gracias a la mesura de los personajes hay un
final feliz. Desafortunadamente, Tristán e Iseo carecen de mesura y terminan como terminan.

Durante este corto recorrido que he hecho por el tema del amor en ambas obras, me gustaría
concluir estableciendo que la ruptura entre la concepción del amor que representan las obras
es definitiva: el cambio en la psicología de los personajes nace de los periodos históricos de
donde nacen las obras. Shakespeare, como precursor de los románticos, ya introduce a la
imaginación como fuerza superior a la magia, idea que será posteriormente retomada y
profundizada por figuras como William Blake. Tristán e Iseo es una leyenda que ejemplifica
el gran poder de la materia paganocristiana a la hora de dictaminar cómo se tiene que
entender el amor. Ambas obras repercuten indiscutiblemente en la concepción que hemos
tenido del amor en Occidente incluso hasta el día de hoy: seguimos suspirando por las
historias apasionadas y llenas de obstáculos que nos dejan la boca abierta y seguimos siendo
presos de nuestra imaginación para verbalizar lo que sentimos los unos por los otros.

Referencias

● Béroul. Tristán e Iseo. Cátedra Letras Universales, 2006.


● Dent, R. W. “Imagination in A Midsummer Night’s Dream.” Shakespeare Quarterly,
vol. 15, no. 2, 1964, pp. 115–29. JSTOR, www.jstor.org/stable/2867882.
● Rougemont, Denis De, y Antoni Vicens. El Amor y Occidente. 1st ed., Barcelona,
Editorial Kairós SA, 1979.
● Shakespeare, William. Sueño de Una Noche de Verano. Madrid, Mestas Ediciones,
2010.

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