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Continuidad en la fila

Desde arriba lograba verse algo que era muy próximo a la regularidad foucaultiana: la cuestión de
la espera casi paciente por un canje seguro, la inversión por “invertir” que como causa necesaria
del vitalismo antropomorfo tenía que ser saciada, y más si esta era próxima a la hora de almorzar.
Pedro, discontinuo a esta saciedad bancaria (y casi ontológica de abrir una cuenta de ahorro) se
hallaba disperso, no lograba hallar su punto en aquella fila; por lo general en la fila de los bancos
se logra topar con dos clases de miembros: Aquel que en su delantera apresuraba el paso con la
prisa mental que permea nuestro rol de usuario en espera de fortaleza (pues hasta el acto de la
espera encierra en sí misma la tediosa labor moral) al ser miembro de una fila y uno segundo que
es como tal el que haya continuidad y que aprovecha su resignación para el alegato telefónico que
va más o menos a paso de vals:

-- ¿Qué desea usted que yo espere? (un dos tres) ¿Qué logre estar en dos lugares al tiempo como
si de ello se desprendiese una solución definitiva? (un dos tres).

Pedro seguía disonante ante tal división y en su disputa por llevar su atención a campos más
llevaderos de su espera inesperada a causa del olvido del pago, se hacía una tercera interrogante
que hacía trascendente su mirar fugaz: ¿Cómo fue que olvidamos el pago? Y hallando así una
tercera vía por defecto excluida se dio cuenta de que su cauce de impaciencia podía tender hacia
otro lado. A la mañana del jueves este tenía una responsabilidad esencial que pasaba más o
menos por tres etapas determinantes en la vida de un desempleado: casa y su respectivo
quehacer, tramites sociales e inclusive fisiológicos y el cuidado del infante que en medio de su
déficit ponía atención a algo y era a la hora de la salida del colegio.

Su triada diaria era definitiva aunque en semanas pasadas era tan solo una opción suelta, era su
deber seguir con su vida de desempleado que solo la dependencia necesaria (e incómoda por
defecto patriarcal) al esfuerzo inconmesurado de su azarosa esposa hacía valido y atado a la
responsabilidad de la inversión de roles. Al estar concentrado por primera vez en una labor que
era ajena a su ajedrez diario, este hallaba desmesura y precariedad; el tiempo que llevaba la
contienda por la sazón del almuerzo era quizá un reto victoriano al que se le sobreponía la
inquietud por los trastes impregnados de horas más atrasadas.

-- Vida de soltero en manos de un casado- divulgaba con pesimismo – vida de un soltero más feliz
pero diferenciado de una cosa y es el desanclaje de lo primero y lo segundo.
La incertidumbre del paso próximo en su vida como “soltero comprometido” sería una pregunta
que abarcaría el primero y el último de sus días futuros en la espera de la fila, la reencarnación del
pensamiento y del pesimismo llevan rápidamente a la fatiga y el ensordecimiento. La sensación de
abandono ante el estímulo impulsado por la enajenación de la costumbre conlleva a la
encarnación ajena, así como el fantasma que se topa y de tal tropiezo adquiere un nuevo
imperativo que no es más que el de andar en zapato ajeno. El paso segundo en su itinerario fue
evadido, así como del uno pasamos al tres en tan solo un impulso casi infantil por probar nuevas
cosas y tropiezos afectivos. Mientras esa mañana jugaba sucio a su razón práctica para ir en
búsqueda de seriados que degustar en tan solo horas, sin embargo se percató de un cabo suelto
que jamás debe dejar un audaz en búsqueda de evasión y fue el pago de esa mañana.

Ansioso por el inicio del fragmento que daría introducción a su ocio, vio que expuesta casi como
reguero de sopa se hallaba sobre el nochero de sus 10 años de casado una factura, era un recibo
fundamental el cual debía ser cancelado en tan solo horas; recordaba a su vez como la semana
pasada se hallaba dicho recibo bajo el espacio indivisible entre la puerta y el suelo, pero que por
costumbre de ejecutivo desmedido en armonía dejaría como deber tardío. Días más tarde se daría
el quebranto de su ocio, la sustitución molesta del disfrute por el pago.

Tomando el sobre entro sus manos y con ayuda de un abrecartas cercano a su cabecera abrió el
sobre con suma molestia pero percatándose de que este no se rasgase junto con el contenido de
adentro, envuelto en cólera formalista típica del ejecutivo reprimido tomó el contenido que se
hallaba entre el sobre y fue en el instante en que se le presentaban dos maneras de desquebrajar
el ocio: Un llamada ligera a su esposa que con 12 horas lograba desdoblarse en 12 rostros por hora
o desprenderse de su quietud y sustituirla por movimiento frenado por la continuidad en las filas o
“vainas discontinuas” como les llamaba él. Un viento casi nórdico abordó la totalidad
antropomorfa de sus cuerpo, el ansia por saber que sería de su próximo momento de proximidad
y a su vez (como elaborando una antítesis) la pasividad de la ira que se aprende a reprimir, en este
caso con miras a un deber que se ha dejado sin hacer.

-- La recarga de papel es más tolerable que las numéricas, al menos en las primeras se puede
rasgar y desintegrar el cumulo, en las segundas es tan solo idea del desdichado sofocado por la
tumultuosa tarea del separar el desperdicio.

Abundante en inconformismo pero a su vez ausente de evasiones espontaneas, Pedro tomó el


recibo y esperó a ver el almanaque; sabía que era próxima la fecha de caducidad para el pago de
dicha responsabilidad, era tiempo de trasladar su meditación al capital reducido de la familia.
Tomó el almanaque y notó que este se hallaba salteado, no hallaba la fecha ni el día en que debía
hacerse la cancelación, como Varego insaciable lo llevó a la luz de la ventana pues quizá tan solo
era el afán del endeudado el que alejaba su vista del dato indicado.

El afán y el carácter tosco le daban malas pasadas en ese día, era como la causalidad que
correspondía a la banalidad del antecedente y su desdichado consecuente la cual jamás va ligada a
buenas significaciones; tomando la hoja correspondiente al mes correspondiente solo era cuestión
de hallar el día, pero en medio de la depuración inconstante como su concepción de las filas dejó
caer el almanaque cual sobra de almuerzo al zafacón, lleno de cólera tiró junto con el almanaque
el sobre empacado a medio doblar en su bolsillo, así como su disponibilidad de ir ese día a la
continuidad.

Era una desdicha que le alentaba, la continuidad de las filas le era impensable incluso en su época
de buen oficinista, una visión que solo era de causante y no de recibidor. Era un hecho patente, la
espera del banco podía esperar pese a que esta fuese de rápido acudimiento; la expectativa tras el
lanzamiento le había dado un paso, un permiso inexistente para procrastinar como se debe pues
es la condición original, el horizonte contrito del desempleado que en cuestión de horas se hace
signo de esperanza tardía.

Recostó su cabeza en el mueble tras una victoria más en su historial de lanzador, la oficina le había
enseñado que el papel después de visto ya era solo objeto de ocupación, por ende este debía
hallar un lugar en el zafacón sin importar las retribuciones futuras. Veía los seriados mañaneros
que tienen más o menos una dinámica apolínea con un desborde monótono bien generoso: la
propuesta general de una entrega generosa, quizá un horno de aquellos que es rentable para el
mas privilegiado con la condición de ser agente vigilante y sigiloso ante el cronograma optimista
de las televisoras occidentales; después vendría la propuesta voluntaria, quizá obstinada y abierta
al derroche del capital televisivo para luego finalizar con la lúdica del seguimiento y del derroche
temporal la cual se desarrolla en la pregunta abierta de sencilla intensidad a la cual le corresponde
una respuesta, un gesto inclusive para ganar.

El pasar del tiempo le era casi una eternidad intergaláctica, relativamente conforme con lo que
presenciaba en los juegos del derrocho de los programas mañaneros lograba pensar en una cosa y
esta era el lanzamiento anterior.

-- Quizá mi esposita requiera del comprobante, será una discusión más al itinerario de cada noche
al llegar.

Al repetirse esto unas tres o cuatro veces y de un empujón como los del inconformismo ante la
paciencia casi recargada este decidió bajar hasta la acera para cerciorarse de que la basura, su
lanzamiento más satisfactorio hasta el momento siguiese ahí. Bajó rápidamente las escaleras sin
darse cuenta de que el ascensor irreparable ya contaba con un panel nuevo.

El paso casi apresurado que inevitablemente a los 50 muestra sus primeros indicios de conclusión
contribuyeron medianamente al paso apresurado que buscaba, casi como camino pedregoso la
escalera prevalecía constante y sin conclusión alguna; es a los 50 cuando la mitad del camino
prometeico es quizá una contundente “reversa” seguida de un bosquejo de cansancio inevitable.
El paso llegó al igual que el peldaño final, un camino y un paso hipotético que en esa mañana no
corresponderían al acierto que todo oficinista espera; tras un afán despacioso llegó una revelación
sumada a las demás: el sobre ya no estaba en la acera y el barrendero correspondiente a ese día
estaba ya girando la cornisa a portas de su fin de turno.

Regresó la memoria contrita que buscaba consuelo ante la pérdida del sobre, a sabiendas de que
los retornos instantáneos solo son posibles en los tratos complejos pero no en el diario acontecer
recaía por un segundo la responsabilidad de nuevo a sus espaldas, se hallaba en la fila para la
explicación casi judicial del por qué había perdido su factura. Los infortunios acumulados eran
muchos y ya era tiempo para que el jubiloso despiste de su hijo hiciese de nuevo presencia en su
casa; cuanto anhelaba entonces el sillón, un juego de palabras empecinado acerca de la
corruptibilidad del estado no iban a exponer su juicio para bien. La llamada de la continuidad de la
fila más el tono de su teléfono ante la incertidumbre de una esposa al margen de la cólera eran
perfectamente contrastables.

-- Eres más inútil desde que perdiste el trabajo, el pago de ese servicio te correspondía a ti ¿cómo
has de ser tan despistado, viejo?

-- Quizá son las repercusiones del despido, ni en una semana pudo evitarse lo inevitable, así como
es de igual manera azarosa la espera en esta cochina fila

-- No tienes ni vergüenza, por alguna parte debe de estar la “metida” ¿no eres pues el maestro en
la asertividad de la malicia? ¿No fue por eso que perdiste tu trabajo?

-- Estoy próximo a la caja, espero que también halles proximidad en la coherencia de tus próximas
sentencias, la situación es quizá lo más jodido en este momento y todo se vale.

Al estar próximo a la caja pensaba en el pasado entrelazado al futuro imposible, no había escape
para las repercusiones; pensaba en la raíz que pelechaba en la conciencia de su infante, el único
gran atributo heredado es el despiste y este sería al igual que su padre un jugador de las
nebulosas, finalmente pensó en como el tiempo y el amor pueden desgastarse en proporciones
más bien iguales, como el formalismo y el progreso son condiciones que hurtan y quebrantan la
ternura, entre otras cosas antes del paso a la franja.
-- su problema será tratado por una sucursal aledaña, debe poner más atención al lugar en donde
sitúa lo realmente fundamental.

Con esta sentencia y con la construcción de una nuevo inconformismo partió del lugar en donde
estaba, no sin antes dar paso a la lectura sagaz de la prensa aledaña a la puerta “el despiste y la
audacia juegan en un mismo escenario, solo que esta vez ganó solo uno” y ante tal
correspondencia salió a correr por la acera aledaña al paradero de regreso. La ligereza se hacía
manifiesta por vez primera, nadie está disperso ante el agua que ha de mojarle. Partió en el primer
bus que vio sin importar la carencia y solo se conformaba con pensar y olvidar, un proceso casi
industrial; a partir de ese día recordó y aprendió a su vez algo nuevo, el despiste y la audacia no
deben ir juntos, ni siquiera en una misma afirmación, pues al observar que todo en su bolsillo
estuviese en orden había recordado algo y fue el olvido de sus pertenencias en el cubículo al sacar
el papel que le recordaba el deber de ese día.

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