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Bassols
Palpitaciones, sudor frío, escalofríos, temblores, mareo, ahogo, nudo en el estómago,
sensación de locura, de muerte inminente… Son los signos más visibles del cuadro
clínico denominado trastorno de ansiedad, en cuya clasificación encontramos desde el
panic attack, pasando por el stress, hasta las fobias más diversas. Se ha convertido hoy
en uno de los diagnósticos más comunes, asociado muchas veces al de depresión, hasta
el punto que ha merecido el título de la epidemia silenciosa del siglo XXI. Tal como nos
recuerdan los gestores de la salud, es hoy una de las causas más frecuentes de baja
laboral. Frente a su avance, tan sutil como imparable, se ha ido desplegando un amplio
arsenal terapéutico: psicoterapias de diversas orientaciones, con técnicas de sugestión,
ejercicios de relajación y de respiración, de confrontación y exposición repetida al
objeto temido… Todo ello acompañado de la oportuna medicación con ansiolíticos,
cuyo consumo ha aumentado en las últimas décadas de modo exponencial. Resultado: si
bien se consiguen por una parte algunos efectos terapéuticos, pasajeros con demasiada
frecuencia, por la otra la epidemia sigue avanzando de manera impasible, desplazándose
de un signo a otro, como un alien que siempre sabe esconderse en algún lado de la nave
vital del sujeto para reaparecer, poco después, allí donde menos se lo esperaba.
“Ya no tengo tanto miedo a volar en avión —me decía una joven que había utilizado
uno de dichos métodos—, pero ahora siento un vacío tremendo cada vez que debo
separarme de mi madre”. “Es una espada invisible que me atraviesa el pecho”, me decía
un hombre, y era, en efecto, una espada de sinsentido que hendía cada momento de su
vida cotidiana.
Constatamos entonces este hecho: cuantos más efectos terapéuticos se intentan producir
directamente sobre los signos manifiestos de la epidemia, más esta retorna con signos
nuevos. Y retorna para dejar al descubierto una experiencia que transcurre en silencio,
una experiencia singular e intransferible que ya desde hace tiempo se ha llamado con
este término: la angustia.
Deberíamos entender entonces el efecto llamado retraso genómico más bien como un
efecto invertido de este exceso, producto él mismo de nuestra civilización, de su
maquinaria simbólica. Es a este exceso de ruido al que responde el silencio
ensordecedor de la angustia de un modo singular en cada sujeto. Y ante él, parece tan
inútil huir como intentar adaptarse con formas más o menos coercitivas, más o menos
sugestivas, que lo desplazan siempre hacia otro lugar.
La angustia, inevitable, hay que saber atravesarla tomándola como signo de la pregunta
radical del deseo de cada sujeto sobre el sentido más ignorado de su vida. Pero para
responder a esta pregunta, primero hay que saber dar la palabra al silencio de la
angustia, hay que hacerla hablar en cada sujeto, uno por uno. Cosa nada fácil en un
momento en el que sobran consignas y protocolos para silenciarla de nuevo. Solamente
desde ahí, sin embargo, la angustia nos librará el sabio secreto del que es respuesta,
aunque siempre sea con su tiempo de urgencia precipitada.
(2012)
Miquel Bassols
https://redpsicoanalitica.wordpress.com/2016/01/28/la-epidemia-silenciosa-miquel-
bassols/
29-02-2016