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Moderadoras
Gigi y brynn

Traductoras
Axcia lvic15 Nelshia
Brisamar58 Kath Sttefanye
brynn Lauu LR taydell94
CamilaPosada magdys83 Valen Drtner
cjuli2516zc Maria_clio88 Vero Morrison 3
Fabiro13 Mimi
Gigi Mona

Correctoras
Luvelitta Florpincha Nanis
Pochita Srta. Ocst Maria_clio88

Revisión final
Nanis

Diseño
Gigi
Nota de la autora 6 Capítulo 17 126 Capítulo 35 222
Parte i 7 Capítulo 18 129 Capítulo 36 225
Prólogo 8 Capítulo 19 133 Capítulo 37 231
Capítulo 1 11 Capítulo 20 137 Capítulo 38 238
Capítulo 2 16 Parte ii 141 Parte iii 246
Capítulo 3 21 Capítulo 21 142 Capítulo 39 247
Capítulo 4 28 Capítulo 22 148 Capítulo 40 253
Capítulo 5 33 Capítulo 23 151 Capítulo 41 257 4

Capítulo 6 42 Capítulo 24 157 Capítulo 42 261


Capítulo 7 49 Capítulo 25 160 Capítulo 43 265
Capítulo 8 59 Capítulo 26 169 Capítulo 44 267
Capítulo 9 70 Capítulo 27 176 Capítulo 45 271
Capítulo 10 76 Capítulo 28 183 Capítulo 46 276
Capítulo 11 80 Capítulo 29 186 Capítulo 47 277
Capítulo 12 86 Capítulo 30 192 Epílogo 280
Capítulo 13 91 Capítulo 31 199 All in 281
Capítulo 14 97 Capítulo 32 203 Emma scott 282
Capítulo 15 108 Capítulo 33 211
Capítulo 16 119 Capítulo 34 214
"Te amaría por siempre, si tan sólo tuviese la oportunidad...".
Kacey Dawson siempre ha vivido la vida al límite, impulsivamente, a veces
imprudentemente. Y ahora, como guitarrista principal de una banda nueva y
prometedora, está al borde de la fama y la fortuna. Pero ella está dividida entre el deseo
de ser guitarrista en serio, y los demonios que la atraen por el resplandeciente, pero
empapado en alcohol, camino al estrellato del rock. Un concierto desastroso en Las
Vegas amenaza con arruinar su carrera por completo. Se despierta con una gran resaca
y sin recordar la noche anterior, o cómo terminó en el sofá de su chofer de limusina...
Jonah Fletcher se está quedando sin tiempo. Sabe que su situación no tiene
esperanza, y ha prometido aprovechar al máximo los pocos meses que le quedan. Sus
planes incluyen ver la apertura de sus obras de cristales en una prestigiosa galería de
arte... no incluyen enamorarse de una salvaje, tempestuosa guitarrista de rock que
terminó desmayada en su sofá.
Jonah ve que Kacey está en un camino hacia la autodestrucción. Le permite estar
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con él durante unos días para pensar y organizar sus pensamientos. Pero ninguno de
ellos esperaba la profunda conexión que sentían, o cómo esa conexión podría crecer
tan rápido de la amistad a algo más. Algo profundo, puro y que cambia la vida... algo
tan frágil como el vidrio, que ambos saben que se romperá al final, no importa lo mucho
que traten de aferrarse a ello.
Full Tilt es una historia sobre lo que significa amar con todo tu corazón, sacrificar,
experimentar un dolor terrible y alegría creciente. Vivir la vida con toda su belleza, y todo
su dolor, y al final poder sonreír a través de las lágrimas y saber que no habrías
cambiado nada.
Este libro no fue fácil de escribir. No fue la siguiente historia que planeaba contar.
Pero no la dejaría, a pesar de las trampas y la dificultad. Me asustó como la mierda,
para ser honesta, pero rogó por ser contada. Porque creo que las historias de amor
vienen en todos los colores y formas.
Algunas personas se encuentran, se enamoran, la tragedia los golpea, y
perseveran juntos, tal vez se desmoronan, regresan y encuentran paz en el amor que
tenían. Pero ¿qué pasa con aquellos que se enamoran cuando la tragedia ya se cierne
en el horizonte, a simple vista? ¿Qué es el amor para aquellos que están al final de su
viaje en lugar del principio?
El amor puede comenzar en cualquier momento, en cualquier faceta de la vida.
Esa es la belleza y la esperanza de esta existencia humana. Espero que esta historia
de amor haga justicia a esa idea.
Creo firmemente en el concepto de Felices para Siempre. Para todo el mundo. No
importa cuándo o de quién o cómo se enamoraron. Porque ese amor existió, lo 6
sintieron, y eso vale todo. No se puede pasar por alto eso.
El amor siempre gana.
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Full Tilt (sust.) (poker): Jugar emocionalmente en lugar
de racionalmente; tomando decisiones pasionales en lugar de
lógicas.
Quince meses atrás…

La luz blanca laceró mis ojos. Luché por mantenerlos abiertos, luego cedí y los
dejé cerrarse de nuevo. En su lugar escuché las máquinas, dejé que su sonido me
sacara de la inconsciencia. El pulso sonoro era mi corazón. Mi nuevo corazón,
bombeando lentamente en mi pecho. Ayer, pertenecía a un jugador de baloncesto de
veintitrés años que había estado en un accidente de auto en las afueras de
Henderson. Ahora era mío. El dolor y la gratitud bailaban en los límites de mi
conciencia.
Gracias. Lo siento y gracias…
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Dios, mi pecho. Sentía como si un yunque me hubiera aplastado, y me hubiese
roto las costillas. En algún lugar dentro del dolor profundo y pesado estaba mi
corazón. Una gran agonía por debajo de mi esternón que se había abierto como un
gabinete, luego cerrado de nuevo con grapas.
Gruñí y el sonido surgió de mí, siguiendo una corriente de dolor.
—Está despertando. ¿Te estás despertando, cariño?
Me obligué a abrir los ojos y la luz blanca era cegadora.
Tal vez estoy muerto.
El blanco de las sábanas del hospital y los tubos fluorescentes me apuñalaron los
ojos, luego se adaptaron. Las formas oscuras tomaron forma. Mis padres se agacharon
sobre mí a mi derecha. Los ojos de mi madre estaban húmedos y su mano se estiro a
apartar un mechón de mi frente. Acomodó la cánula nasal atascada en mi nariz,
aunque probablemente no necesitaba que la acomodaran.
—Te ves maravilloso, cariño —me dijo con una voz trémula.
Me sentía como si hubiera sido atropellado por un tren de carga, y antes de eso
había estado enfermo de muerte durante semanas. Pero no se refería a que me veía
bien. Quería decir que lucía vivo.
Por su bien, le di una sonrisa.
—Lo hiciste bien, hijo —dijo mi padre—. El doctor Morrison dijo que todo se ve
muy bien. —Me sonrió, luego apartó la mirada, tosiendo en su puño para ocultar su
emoción.
—¿Theo? —dije con voz ronca y me estremecí ante la contusión profunda de dolor
en mi pecho. Respiré superficialmente y lo busqué a mi izquierda.
Estaba allí, agachado en una silla, con los antebrazos apoyados sobre las
rodillas. Fuerte. Sólido.
—Hola, hermano —dijo, y oí la ligereza forzada en su voz profunda—. Mamá está
exagerando. Te ves como la mierda.
—Theodore —dijo—. No es cierto. Él es hermoso.
No tenía la energía para bromear con mi hermano. Todo lo que pude hacer fue
darle una sonrisa. Me sonrió, pero estaba tenso y duro. Conocía a mi hermano mejor
que nadie. Sabía que algo le estaba molestando. La ira quemaba en él como una llama
consistente y ahora estaba ardiendo.
¿Por qué…?
Eché un vistazo por la habitación y entonces supe.
—¿Audrey?
El aire se tensó y mi madre saltó como si alguien le hubiese clavado una aguja. Las
miradas se intercambiaban a mi alrededor, como pájaros que se arremolinaban sobre
mi cama.
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—Es tarde —dijo mi padre—. Se ha ido a casa. —Era un concejal de la ciudad, y
había puesto su voz de político, la que utilizaba cuando necesitaba decir una verdad
desagradable de una manera agradable.
Mi madre, una maestra de jardín de infantes y adepta a la comodidad,
interrumpió:
—Pero debes descansar ahora, cariño. Duerme. Te sentirás más fuerte después
de haber descansado más. —Me besó la frente—. Te quiero, Jonah. Vas a estar bien.
Papá tomó a mamá por los hombros.
—Vamos a dejarlo descansar, Beverly.
Descansé. Me desperté y dormí en un sueño espasmódico, lleno de dolor, hasta
que una enfermera inyectó algo en la intravenosa en mi brazo y luego dormí
profundamente.
Cuando desperté, Theo estaba allí. Audrey no. Mi nuevo corazón empezó a
palpitar con un dolor sordo y pesado. Todos los circuitos de adrenalina se volvieron a
conectar, o cualquier hormona que se iniciaba cuando algo que pensaba que podría
durar para siempre había terminado.
—¿Dónde está? —pregunté—. Dime la verdad.
Theo sabía a quién me refería.
—Se fue a París ayer por la mañana.
—¿Has hablado con ella? ¿Qué dijo?
Acercó su silla.
—Una maldita historia. Que tenía un plan de vida y esto... —Su mirada se movió
sobre la habitación.
—No es eso —dije.
—No podía soportarlo... —Se pasó la mano por el cabello—. Mierda, no debería
haber dicho nada.
—No —dije, negando un poco—. Me alegro que me lo dijeras. Necesitaba oírlo.
—Lo siento, hermano. Tres años. Tres años que le diste, y ella solo...
—Está bien. Es mejor así.
—¿Mejor? ¿Cómo diablos es mejor?
Ya mis ojos se sentían pesados y quería cerrarlos, bajar la cortina y dejarme entrar
en el olvido por un rato. No tenía fuerzas para decirle que no odiaba a Audrey por
haberme dejado. Lo había visto venir. Incluso enfermo con un corazón que fallaba
rápido, pude ver cómo se movía nerviosamente y se sobresaltaba, su mirada iba hacia
la puerta, trazando una ruta de escape de mi enfermedad y la vida que me dejaría.
Me dolía... sentí cada uno de esos tres años que habíamos estado juntos como un
cuchillo metido en mi nuevo corazón. Pero no la odiaba. No la odiaba porque no la
amaba. No de la manera que quería amar a una mujer... con todo lo que tenía.
Audrey se había ido. Theo podía odiarla por mí. Mis padres podían maravillarse 10
de su crueldad en mi nombre. Pero la dejé ir, porque en ese momento, no sabía que
sería la última...
Julio, sábado por la noche

Estaba ebria.
¿Por qué mas tendría mi celular en la mano, mi pulgar revoloteando sobre el
número de la casa de mis padres en San Diego?
Marcando ebria, pensé. Ya no solo por ex-novios.
Resoplé una risa. Salió más como un sollozo y resonó alrededor por el hueco de
la escalera. Me senté en el espacio oscuro y cerrado, las rodillas levantadas, tratando
de hacerme pequeña. Invisible. Al otro lado de la pared de cemento podía escuchar
gritos apagados y silbidos de tres mil personas esperando a que Rapid Confession 11
subiera al escenario. Nuestro representante, Jimmy Ray, nos había dado la señal de
diez minutos hace veinte minutos y mis compañeros de banda probablemente estaban
buscándome.
Tomé un sorbo de mi botella de agua Evian, tres cuartas partes llenas con vodka,
porque soy más inteligente que eso, y contemplé mi teléfono. Me atreví a llamar. Me
advertí de no hacerlo, de solo guardarlo y unirme a la banda en la sala verde.
Subiríamos al escenario, tocábamos por otro espectáculo de entradas agotadas. Me
haría famosa, haría algo de dinero en serio y seguiría follando a un chico diferente cada
noche.
Porque, era rock and roll.
Qué broma. Yo no era rock and roll. Encajaba con el papel, especialmente esta
noche en mi minifalda, botas altas y bustier. Mi cabello, decolorado a casi blanco,
rizado alrededor de mis hombros en una perfección de chica pin up. Mis labios pintados
de rojo y mis ojos delineados en negro. Los tatuajes decoraban mi piel, agregando la
impresión de chica grunge rock, pero no eran un disfraz. Eran míos.
Encajaba con el papel, pero me sentía como un pedazo de cristal, destrozado y
disperso por todos lados. Ya no sabía quién o qué era, pero brillaba de forma
encantadora en el reflector.
Tomé otro trago de vodka y casi dejé caer mi teléfono. Me retorcí con torpeza para
atraparlo y cuando lo levanté, vi que había golpeado ese gran botón verde de llamada.
—Mierda.
Lentamente, puse el teléfono en mi oído. Mi madre respondió al tercer timbre.
—Hola, residencia Dawson.
Mi corazón cayó en mi estómago. Mi mandíbula funcionó, pero no pude hacer que
saliera ningún sonido.
—¿Hola?
—Yo…
—Hola, ¿puedo ayudarla?
¡Ella va a colgar!
—Oye, mamá. Soy yo. Kacey.
—Cassandra.
Odiaba ese nombre y no lo había utilizado en años, pero envuelto alrededor de
esas tres silabas, escuché el alivio en la voz de mi madre. Lo escuché.
—¡Sí, hola! —dije brillantemente, muy fuerte—. Cómo… ¿cómo están?
—Estamos bien —dijo. Su voz ahora era muy baja, como si no quisiera ser
escuchada—. ¿De dónde estás llamando?
—Las Vegas —dije—. Porque estamos de gira. ¿Con mi banda? ¿Rapid Confession?
Esta noche es un concierto de entradas agotadas, nuestra segunda noche consecutiva.
De hecho, la mayoría de los conciertos en nuestra gira han sido agotados. Es bastante 12
genial. Estamos teniendo éxito.
—Estoy muy feliz por ti, Cassandra.
Escuché la influencia de mi padre detrás de las palabras de mi madre,
convirtiéndola en un maldito robot soltando líneas que había sido obligada a
memorizar.
—¿Y nuestro último sencillo? ¿”Talk Me Down”? Bueno… —Me mordí el labio—.
Es el número seis en el Billboard Hot 100. Y yo… bueno, la escribí, mamá. Quiero
decir, la escribimos, pero las palabras… la mayoría son mías. ¿Y “Wanderlust”?
También escribí esa. Es número doce en las listas.
Nada.
Tragué saliva.
—¿Cómo está papá?
—Está bien —respondió mi madre, su voz ahora casi un susurro.
—¿Está… está allí?
Mi mamá suspiró, una exhalación diminuta.
—Cassie… ¿Estás a salvo? ¿Te cuidan?
—Me estoy cuidando, mamá —dije—. Y soy un éxito. Esta banda… somos un éxito.
Dios, odiaba esto. El tono patético de mi voz, las fanfarronadas de los logros de la
banda, rogando a mi madre que se sintiera feliz por nuestro éxito cuando difícilmente
sentía una cosa, excepto la necesidad de ser amada. Era como un hambre que nunca
era saciada. Una inanición desesperada se retorció y enrolló en mis entrañas, atada en
nudos voraces que no podía desenredar.
Nunca podría sofocar ese horrible apetito. Solo ahogarlo en alcohol por poco
tiempo e intentar vomitarlo al día siguiente.
—¿Mamá? Por favor, solo dile a papá…
—Cassie, me tengo que ir.
—Espera, ¿puedes ponerlo? O solo… ¿puedes decirle que estás conmigo en el
teléfono justo ahora? Solo hazlo, mamá. Mira lo que dice.
Silencio.
—No creo que sea una buena idea —dijo finalmente—. Ha estado… alegre
últimamente. Sin enojarse. No quiero molestarlo.
—¿Todavía está enojado conmigo? —pregunté, mi voz temblando—. Fue hace
cuatro años, mamá. Ya ni siquiera estoy con Chett.
Chett se deshizo de mí hace cuatro años en Las Vegas, dejándome en quiebra, con
el corazón destrozado, y tambaleándome. Una gira a través del país, un contrato
discográfico, incontables relaciones de una noche y dos nuevos tatuajes después y aquí
estaba, una niña rebelde de nuevo, rogando a sus padres que la perdonaran.
Luché contra las lágrimas.
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—Te dije esto, mamá. ¿Pero se lo dijiste a él? ¿Alguna vez le dijiste a papá que
estaba sin hogar y durmiendo en la calle cuando me echó a patadas? Sin hogar, mamá.
Tenía diecisiete jodidos años.
Escuché que tragó saliva. Obligándose a retener sus lágrimas y emociones y todo
lo que quería decir, pero nunca haría. No le había dicho a papá nada sobre mí, más
que todavía estaba viva, que había escuchado de mí y que me estaba yendo bien.
Mantuvo su guion, sin importar cuántas veces le rogué probar algo nuevo.
—Deberías haber sabido mejor que traer a ese chico a casa —dijo mi madre,
reuniendo un poco de dureza—. Sabías cómo molestaría a tu padre.
—Todo lo molestaba —chillé, mi voz resonando alrededor de las escaleras—. Nada
nunca era suficiente. Sí, sabía que llevar a Chett a casa era una jodida mala idea, pero
quería ser atrapada. ¿Sabes por qué, mamá? Para obligar a papá a hablar conmigo. ¿Y
cuán puñetero es eso? Su propia hija. Su propia niña.
—Cassandra, tengo que irme ahora. Le diré a tu padre que escuché de ti, y…
—¿Qué lo estoy haciendo bien? —Terminé—. No bien, mamá —espeté, y limpié mi
nariz con el dorso de mi mano—. Somos la puta sensación. Somos la próxima gran
cosa…
—Sabes que no me importa todo ese sucio lenguaje, Cassandra —dijo. Ahora su
voz se estaba volviendo de piedra, como un muro. Pero no pude detenerme.
—Dile a papá, ¿está bien? Dile que lo logré, y que lo hice sin su puta ayuda o
aprobación o… o su jodido techo sobre mi cabeza.
—Voy a colgar ahora, Cassandra.
Respiré profundamente, arrepintiéndome al instante por cada palabra. Necesitaba
escuchar más de su voz.
—Mamá, espera. Lo siento. Lo siento mucho…
La línea estaba en silencio y pensé que había colgado hasta que escuché un
pequeño aliento tembloroso.
Solté uno de los míos propios y cerré los ojos.
—Lo siento. Dile a papá…. —Tragué las lágrimas—. Dile que lo quiero. ¿Está bien?
¿Por favor?
—Lo haré —dijo, aunque no lo creía. Ni por un segundo.
—Gracias, mamá. Y también te quiero. ¿Cómo han…?
—Tengo que irme ahora. Cuídate.
La línea se puso en silencio.
Me quedé mirando a mi teléfono unos momentos más. Una lágrima salpicó y la
limpié con mi pulgar. Pensé en presionar el botón de “llamada” de nuevo. Podía llamarla
otra vez y decirle que lo sentía por maldecir. O podía llamar de nuevo y decir que no
estaba jodidamente arrepentida en absoluto. Nunca volvería a llamar. Había terminado
con ellos como lo hicieron conmigo. 14
¿Terminaron conmigo?
El pensamiento hizo doler a mi corazón. No, todavía no. Mi madre esperaría.
Necesitaba mis llamadas telefónicas. Sabía eso. Pero si nunca la llamaba de nuevo, no
me llamaría. También sabía eso. Seguía siendo una espectadora en la vida de su propia
hija.
Me hundí contra la pared de concreto. Podía escuchar a la multitud en el otro lado
siendo más intranquila. Sonaba como una tormenta acercándose más. Si no subíamos
pronto al escenario…
Necesitaba un cigarro.
Saqué un paquete magullado de cigarrillos de la parte superior de mis botas altas,
y lo encendí de la caja de cerillas metida en el celofán.
Tiré profundo, exhalé, y me hundí más contra la pared, abrumada por todas las
lágrimas que no lloré durante los últimos cuatro años. Amenazaron con estallar ahora
en mi propia tormenta. Luché con todo de nuevo, inhalé con fuerza, lo envolví en el
humo y las presioné en mi intestino donde me senté como un peso de plomo.
Papá ni siquiera me habla.
Exhalé el pensamiento de nuevo. ¿Y qué? ¿A quién le importa lo que piensa? Nunca
ha dado una mierda en veintidós años, ¿Por qué empezaría ahora? Que se joda.
Un discurso valiente, excepto que hubiera dado lo que fuera por escuchar la voz
de mi papá, y no tener que ser atada con decepción o ira. Escucharlo decir que me
extrañaba o que me amaba. Que me dijera que podía volver a casa cuando quisiera y
que la puerta estaría abierta…
Pero él se había callado y bloqueado esa puerta, tal vez por siempre, y la base
sobre la que había sido construida se derrumbaba hasta el polvo.
La multitud rugió al otro lado de la pared. Estaban aclamándonos. Por mí. Me
amaban.
Y como diría Roxie Hart, los amaba por amarme.
Tomé otro tirón de mi vodka y me levanté de mis cuclillas justo cuando Jimmy
Ray atravesó una puerta en el rellano sobre el mío, viéndose frenético y nervioso.
Nuestro agente estaba a mediados de sus cuarenta años con cabello fino. Su traje,
siempre Armani, desde que una marca mediana nos firmó hace tres meses, colgaba un
poco suelto sobre su figura largirucha. Sus ojos salvajes aterrizaron sobre mí y colapsó
contra la pared con alivio exagerado, su mano sobre el corazón.
—Jesús, gatita, dame un infarto ¿por qué no? La actuación se suponía que debía
empezar hace media hora.
Apagué el cigarrillo bajo el tacón de mi bota y pegué una sonrisa en mi cara.
—Lo siento, Jimmy. Tenía una llamada telefónica importante. Pero ahora estoy
bien. Lista para patear culos.
—Es bueno escucharlo. Esta multitud va a comernos vivos si no llegamos allí, de 15
inmediato.
Me moví más allá de él, pero me detuvo, su mano en mi barbilla, estudiando mi
cara.
—¿Has estado llorando?
Respiré profundamente. Jimmy Ray no era la idea de una figura paterna, pero
había sido bueno con nosotros. Bueno para mí. Me sentí empezar a debilitar bajo su
amabilidad, queriendo decirle…
—Porque tu maquillaje está manchado —dijo—. Asegúrate de arreglarlo antes de
continuar, ¿sí?
Asentí en silencio.
—Esa es mi chica.
Golpeó ligeramente mi culo, para que me moviera, y me siguió fuera de las
escaleras, de regreso a la sala verde donde el resto de la banda estaba esperando.
Todas estaban vestidas con todo el equipo para el concierto: cuero, vinil y un
montón de bisutería gruesa. Violet, nuestra bajista, llevaba el cabello castaño tirado a
un lado, revelando el pequeño cuervo negro tatuado en la piel rasurada de su cuero
cabelludo sobre su oreja. Me dio un asentimiento, y mostró el signo de paz.
Lola, mi mejor amiga, se sentó en una silla honda, girando sus baquetas
hábilmente alrededor de sus dedos. Se levantó de un salto y se acercó a mí, miró mi
cara a través de las sacudidas de cabello negro y azul eléctrico. Sus ojos oscuros eran
agudos, observadores y llenos de preocupación.
—¿Estás bien? ¿A dónde fuiste a descansar?
Me salvé de responder por Jeannie, nuestra cantante principal. Había estado con
sus calentamientos vocales, pero se detuvo en mitad de la escala. 16
—¿Qué mierda de verdad, Kacey? —Sus ojos, delineados con kohl tan negro como
su ceñido pantalón de cuero, se centraron en mí. Era una chica linda, nuestra líder
valiente, o lo sería si no fuera por la eterna mirada estreñida en su cara.
Sentí el peso de la habitación en mí, pesada y acusatoria. Crucé los brazos sobre
mi pecho, fingí una pizca de una voz de mujer mayor y ligeramente occidental:
—Hola, Jeannie, ¿Quién te está molestando ahora?
Lola se rió, y Violet ahogó una risa detrás de su mano.
—¿Quién me está molestando? Tú… —La confusión de Jeannie se transformó en
irritación—. Espera, ¿me estás citando alguna película estúpida de nuevo?
—¿Estúpida? —Quedé boquiabierta dramáticamente—. Ferris Bueller’s Day
Off no es nada menos que un clásico. Un tesoro nacional…
Jeannie agitó una mano, sus brazaletes tintineando:
—Lo que sea. Si dedicaras tanto tiempo a la banda como a las fiestas y viendo
reliquias de los años 80´s…
—Vamos, Jeannie —dijo Violet, con un suspiro—. No comencemos ninguna
mierda justo antes del espectáculo. Ella está aquí. Estamos elegantemente tarde. ¿Y
qué?
Lola asintió:
—Sólo los novatos empiezan el espectáculo a tiempo. Está lista para patear culos,
¿verdad, Kace?
—Oh, dejen de mimarla, por Dios. —Jeannie interrumpió a Lola, y luego Jimmy
entró y la apartó, hablándole dulcemente en voz baja.
Entre dientes dije:
—Mmm-mmm-mmm, qué pequeño imbécil.
Violet estalló en risas, pero los ojos de Lola revolotearon a mi “Evian”. Ella era un
alcoholímetro humano, esa chica. Rápidamente, lancé la botella en la basura antes de
que viera su contenido y preparara otra de sus clases patentadas en mí. El vodka ya
había empezado a funcionar de todas formas, poniéndome un paso gigante atrás de la
realidad, como si estuviera detrás de un cristal.
—No vamos a pelear, damas —reprendió Jimmy, llevando a Jeannie de regreso al
centro del salón verde—. Tres mil personas con billetes pagados están esperando.
—Él tiene razón —dijo Jeannie, y reunió lo que llamábamos su expresión de Líder
Valiente: rígida y seria mientras nos veía—. Tenemos que enfocarnos y darles la
actuación de nuestras vidas. En círculo.
Formamos un anillo en el centro del salón verde, sosteniendo las manos, mientras
Jeannie murmuraba una clase de invocación vaga. Violet era budista, Lola una atea,
así que la oración de grupo era más sobre canalizar nuestras energías, estar
agradecidas por nuestras oportunidades, y conseguir que las cuatro estuvieran en
sintonía con la otra para poder tocar como una unidad cohesiva.
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¿Esto era lo que quería?, medité cuando Jeannie zumbó afirmaciones positivas.
Sospeché que la respuesta era no, pero había llegado muy lejos ahora. Lola contaba
conmigo. Si no hubiera sido por ella, todavía estaría en las calles. Me había aceptado
después de que Chett se deshizo de mí, y habíamos conseguido este concierto juntas.
Necesita que yo no jodiera esto, y yo necesitaba no ser jodida.
—Olviden cualquier otro espectáculo —decía Jeannie, sus típicas declaraciones
de cierre—. Olviden que hemos estado en la carretera durante meses. Estos fanáticos
merecen nuestro mejor esfuerzo, así que vamos a salir y actuar como si fuera el primer
día de la gira. Sangre, sudor, y lágrimas, señoras.
Hicimos ruidos fuertes de acuerdo para energizarnos, luego salimos.
Lola me empujó a un lado:
—¿Estás bien? ¿De verdad?
—Claro, estoy bien. Completamente.
—¿Dónde estabas?
—Oh, yo… llamé a mis padres.
Los hombros de Lola se desplomaron y cubrió sus ojos con una mano:
—Oh mierda, no. No, no, no. Sigo diciéndote que te des por vencida. Siempre te
muerde en el culo, Kace. Cada vez. Te pones toda molesta, luego te pones más borracha
de lo normal.
—¡No, no, fue genial! —dije—. Sólo hablé con mi mamá, pero… bueno, mi papá
dijo hola. Lo escuché en el fondo. Eso es un comienzo, ¿verdad?
¿Es aquí donde estás? ¿Mintiendo a tu amiga después de todo lo que ha hecho por
ti?
Lola se veía sorprendida.
—¿En serio? ¿Te habló?
—Dijo hola, Lola. Realmente lo hizo.
Lola me estudió a través de sus ojos entrecerrados y cedió finalmente.
—Eso es genial, Kace —dijo, abrazándome—. En verdad estoy feliz por ti. Para ser
honesta, he estado preocupada últimamente. Estás de fiesta las veinticuatro horas del
día y tienes a un chico diferente en tu cama todas las noches.
—No todas las noches —dije—. Tengo mis periodos de sequía. Como el martes.
Lola resopló.
—Vamos, chicas. —Jimmy reapareció en la puerta—. Están esperando.
Le sonreí a Lola con tranquilidad:
—Vamos a patear culos en este espectáculo esta noche. Lo prometo.
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—Me gustaría que prometieras no estar de fiesta tan jodidamente duro después.
Tal vez podrías ser capaz de recordar cuán increíble fue el espectáculo.
Pretendí estar ofendida:
—Esa es la última cosa rock and roll que he escuchado alguna vez en mi vida.
Keith Richards se revolcaría en su tumba si escuchara que hablas así.
Una sonrisa sacudió los labios de Lola:
—Keith Richards no está muerto.
—¿Ves? Nada de qué preocuparte.
Puso los ojos en blanco y rió, arrojando su brazo a mi alrededor. Protectoramente,
como siempre.
Hugo Williams, el jefe de seguridad del Pony Club, apareció en la puerta del salón
verde escoltándonos hacia el escenario. Sus ojos oscuros eran cálidos y amables
mientras me sonreía, sus dientes blancos y brillantes contra la oscuridad de su piel.
—Hola, Hugo —dije, mientras salíamos.
—Hola, dulzuras —dijo en su profundo tono barítono.
Esta era sólo nuestra segunda noche en el Pony Club, pero Hugo parecía extra
considerado conmigo, saliendo de su camino para asegurarse que me sentía segura.
Jimmy lanzó un brazo sobre mis hombros desnudos:
—Suena como una multitud escandalosa esta noche, Hugo.
Sonreí al guardaespaldas:
—Hugo cuidara de mí. Es mi héroe.
El gran guardaespaldas asintió, como un soldado que recibió una orden, y nos
dirigió al escenario. Tomamos los pasillos traseros con pipas funcionando a lo largo del
techo. Nuestros pasos aplaudieron y resonaron en el cemento.
Jimmy se volvió hacia mí:
—¿Estás lista?
—Nací lista, Jimmy.
—Esa es mi chica.
Me uní a mis compañeras de banda ante el tramo corto de las escaleras que
conducían el escenario. Un rugido llegó, la multitud respondiendo al maestro de
ceremonias tomando el micrófono.
—¡Las Vegas! ¿Están listos para Rapid Confession?
Otra ola de sonido, como una avalancha desgarrando las paredes del local.
La puerta se abrió, un rectángulo oscuro en llamas con las luces del escenario.
Subimos el tramo corto de las escaleras y en el escenario. Mi Fender roja estaba
esperándome en un atril. Pasé la cuerda sobre mi hombro y vi a Jeannie lanzarme un
asentimiento y una sonrisa nerviosa, un acuerdo de paz. Asentí y sonreí de vuelta, el
acuerdo aceptado. 19
Lola golpeó las baquetas sobre su cabeza en un conteo de cuatro haciendo la
entrada de “Talk Me Down”.
Toqué mi maldito corazón. Escribí “Talk Me Down” para mí. Era un himno a todo
lo que me asustaba sobre dónde estaba y lo que iba a hacer. Nadie sabía que era mía.
Canté en apoyo a la melodía de Jeannie. Pero cuando toqué, mi corazón salió. La
música esculpida abrió mi pecho, desolló mis costillas y mostró al mundo todo adentro.
Trituré mis solos. Todo el licor que había bebido con el estómago vacío convirtió a
las luces del escenario en orbes borrosas de blanco. Las caras en la multitud se
derritieron, volviéndose una masa eléctrica rugiente y agitada. Me alimenté de la
energía, aspirando su aprobación a gritos y escupiendo hacia atrás con cada acorde y
progresión hasta que mis dedos sangraron, y al final del espectáculo, casi aplasté mi
Fender en el escenario.
Cuando las últimas notas de la última canción vibraron en el aire y luego se
desvanecieron, la multitud perdió su mierda colectiva. Me iluminé como el cuatro de
julio, corriendo por el borde del escenario, golpeando las manos con la audiencia de la
primera fila. Me agarraron y me empujaron sobre el borde. Reí y reí, surfeando en una
ola de manos adoradoras, ebria como el infierno y en lo alto siendo amada.
La roca de Hugo y su equipo rodearon a la multitud, arrastrándome, y me hicieron
salir. Pero yo no quería que terminara. Grité a la multitud a mi alrededor.
—¡Los quiero tanto! Vengan conmigo… —Señalé a los extraños al azar—. ¡Vengan
conmigo! Vamos a seguir con la fiesta…
Hugo me arrastró hasta el salón verde donde la banda estaba celebrando. La
champaña salía por el aire en arcos dorados y espumosos. Agarré una botella de la
mano de alguien y bajé la mitad en un trago. Grité a seguridad para dejar entrar a la
pequeña multitud que había invitado.
—¡Ellos están conmigo! —grité.
Cerca de dos docenas empujaron en su entrada. Mis compañeras de banda
estaban muy embriagadas con el éxito del espectáculo para que les importara. Jimmy
se veía como que iba a volar directamente del suelo.
Tiré la champaña a un lado, agarré una botella al azar de la mesa larga de comida
y bebida del post espectáculo. Jargermeister.
Una elección atrevida, pensé con una risa, y solté un grito irregular después de
que el licor quemó su camino por mi garganta. La habitación, llena con mis nuevos
amigos, aclamó. Caras extrañas que no reconocí, quienes nunca recordaría mañana.
Gente que estaba aquí por la música, la bebida gratis, el entretenimiento y, su dama
santa de Good Times. Subí en una mesa, y ellos vitorearon y levantaron sus botellas
hacia mí.
Me aman.
La habitación empezó a girar como si estuviera en un carrusel. Estaba demasiado
lleno aquí. Sin aire. La seguridad estaba tratando de entrar a través de la pared de
20
cuerpos. El vidrio destrozado. Alguien en la multitud animó, mientras otros maldecían.
Lola gritó para que me bajara antes de que me rompiera el culo, luego se perdió
en la multitud. La enorme forma de Hulk de Hugo separando el mar como Moisés.
Traté de levantar la botella de color verde esmeralda a mis labios para un trago final
porque esta fiesta estaba explotando y yo iba a golpear fondo y romperme en un millón
de pedazos.
Las palabras de mi padre, hace cuatro años, resonaron en mi cabeza con tanta
claridad como si fuera ayer. ¡Fuera! ¡Fuera de mi casa!
—No —dije, luego más alto, llorosa, mi boca gruesa y torpe alrededor de las
palabras—. Tú, vete. Ésta es mi casa. Mi casa.
Levanté la botella en el aire:
—¡Esta es mi casa! —grité y cientos de millones de voces levantaron sus propias
botellas y me animaron hasta que el sonido atravesó como el viento a través de papel.
Reí o tal vez lloré, luego me tambaleé a un lado. La botella de licor se deslizó de
mis dedos justo cuando me deslicé de la mesa, directamente a los brazos de Hugo. Vi
la negrura de su camiseta, luego la oscuridad detrás de mis ojos me tragó por completo.
El letrero encima de mí parpadeaba. Rojo y blanco. Pony Club. Los bordes de
metal estaban oxidados y tres de las bombillas a lo largo del borde estaban quemadas.
Tenía aspecto ordinario. ¡Dios Mío!, como muchos otros sitios en Las Vegas. Pero
cuando entrecerré los ojos…
Las luces se volvieron borrosas y podía imaginar globos de vidrio blanco y rojo.
Cuentas de vidrio, tal vez. Un manojo de ellas estaban sujetas con alambre formando
un ramo. Mi mente jaló las cuentas rojas por un largo tiempo, formando pétalos
aplanados. Una flor de pascua con gisófilas blancas. Un ramo de flores navideño de
cristal que nunca necesitaba ser regado. A mi madre le gustaría eso. O tal vez a Dena.
Comencé a sacar el pequeño y magullado bloc de notas que guardaba en el bolsillo 21
delantero de mi camisa para anotar la idea y luego me detuve.
Faltaban seis meses para Navidad.
Un dolor suave intentó echar raíces, y lo aplasté con facilidad, como un bulto de
goma de mascar aplastado bajo una mesa.
Mantén la rutina.
Retiré la mano y dejé el bloc de notas donde estaba.
Se estaba poniendo bullicioso en el Pony Club. El espectáculo supuestamente
había terminado hace una hora, pero los gritos y chillidos de una épica fiesta eran
fuertes y claros —amortiguados sí— a través del cemento de la pared trasera del lugar.
Saqué mi teléfono celular del bolsillo delantero de mi pantalón de uniforme para
ver la hora. Era casi la una de la madrugada. La limusina sólo estaba contratada hasta
las dos, pero ya podía notar que esta iba a ser una noche con horas extras.
Pero, ¿qué me importaba si el trabajo se alargaba tan tarde? No dormía mucho
estos días y podría usar el dinero. Me quedaba hasta que la banda y su gerente salían
del recinto, borrachos y apestando, y los llevaba de regreso a la mega−mansión en
Summerlin de donde las había recogido a las cinco esa tarde.
La ventaja de conducir por la noche era que me dejaba tiempo para trabajar
durante el día. El inconveniente eran las horas muertas. Tantas horas vacías
esperando que mis pasajeros terminaran con la cena o el espectáculo, o para
finalmente salir del casino, apestando a alcohol y humo y —muchas veces— llorando
sus pérdidas en las mesas de blackjack o póker.
Los conductores de limusinas tendían a permanecer juntos en los eventos,
alineados fuera del recinto en una fila de vehículos negros o blancos. Vi las mismas
caras en diferentes trabajos, y algunos eran mis propios compañeros de trabajo en A−1
Limousine. Pero tenía que evitar el humo, y no estaba interesado en hacer nuevos
amigos. Evité toda compañía, en mi rutina.
Me apoyé en la limusina y levanté la vista. Ninguna estrella podía sobrepasar las
luces de Las Vegas. Tendría que esperar hasta el viaje de acampada a Great Basin con
mi mejor amigo en unas pocas semanas para ver estrellas reales. Pero la Strip1 era un
propio tipo de constelación. Un alboroto de color neón chillón y luces brillantes. Era
hermoso a su manera, siempre y cuando no miraras hacia abajo.
A mis pies, en la cuneta que corría entre la calle y la acera, había colillas de
cigarrillos, un vaso aplastado de refresco Dairy Queen y un volante para un espectáculo
nudista de la Strip. Cristales rotos brillaban bajo un farol.
Uno de los otros conductores de limusina se acercó a mí.
—¿Tienes un cigarrillo?
Este tipo era joven. Menor de mis veintiséis años, de todos modos. El sudor cubrió
su frente mientras me miraba con esperanza. Incluso con este calor del verano, él
todavía llevaba la librea de su servicio, una chaqueta marrón de poliéster con ribetes
dorados. Novato Mi chaqueta negra estaba en el asiento delantero y lo había estado
desde que la banda y su representante salieron de mi limusina hace casi ocho horas. 22
—No fumo, hombre —le dije—. Lo siento.
Lo siento era la señal que indicaba que la conversación había terminado, pero este
tipo no lo notó.
—Mierda, me los acabé hace una hora —murmuró. Su placa de identificación
decía Trevor—. Hola, ¿para quién conduces? Yo estoy con un montón de chicos ricos
de dieciséis viendo el espectáculo de Rapid Confession. —Vociferó con una carcajada—
. Mocosos ricos y mimados. Quiero decir, ¿qué es peor que eso?
—No lo puedo imaginar —murmuré.
Mi teléfono vibró con un texto. Probablemente mi hermano Theo, reportándose
cada hora. Saqué el teléfono del bolsillo del pantalón. Sí.
¿Qué pasa? ¿Estás bien?
Girando los ojos, tomé una captura de pantalla del reporte de la medianoche: el
mismo mensaje exacto y mi respuesta de que estaba bien. Aplasté “enviar”.
Me devolvió el mensaje. Idiota.

1
The Strip: Es una sección de aproximadamente 6,4 km de la calle Las Vegas Boulevard South en las localidades
de Paradise y Winchester, Nevada, al sur de los límites de la ciudad de Las Vegas.
Sonreí, escribiendo. Lo haces tan fácil. Vete a dormir, Teddy. Te llamaré por
la mañana.
—Me pregunto quién lleva a la banda —dijo Trevor, mirando por la fila de
limusinas—. Si tuviera a esas perras, sería épico. Arreglaría mi noche.
Apareció otro mensaje con foto, en éste el dedo medio de Theo. Odiaba cuando lo
llamaba Teddy. Casi tanto como yo odiaba que los chicos llamaran perras a las
mujeres.
Me volví hacia Trevor para decirle que se perdiera cuando la puerta trasera del
Pony Club se abrió de golpe y el sonido de una risa escandalosa, gritos y vidrios rotos
se derramó en la calle. Un enorme guardaespaldas se apresuró cargando el cuerpo
flácido de una mujer, su falda de cuero subida por sus muslos y su cabeza colgaba de
modo que su cabello rubio se derramaba sobre el brazo del guardaespaldas.
Di a Trevor un pequeño empujón para sacarlo del camino y abrí la puerta del
pasajero de la limusina. El guardaespaldas nunca disminuyó el paso, pero inclinó su
enorme figura para poner a la chica adentro, en el largo asiento de cuero que se
extendía frente a la puerta.
Trevor respiró hondo.
—¡Esa es ella! La rubia... La guitarrista de RC. —Me miró como si fuera su héroe—
. ¿Tú las tienes?
El guardaespaldas volvió a salir de la limusina y se alzó sobre Trevor, con las
manos en puños.
23
—¿Tiene algo que ver contigo?
Trevor se encogió y retrocedió.
—N−No, señor.
—¿Vas a contarle a alguien lo que has visto aquí?
—No. Seguro que no lo haré.
—Buena respuesta. —Se volvió hacia mí—. Llévala a su casa. Rápido. Antes de
que los paparazzi aparezcan. Es un maldito motín ahí dentro. —Levantó la cabeza
hacia el lugar donde los gritos eran más fuertes, salpicados de maldiciones agudas y
más cristales rompiéndose—. Tengo que regresar. —Me clavó un dedo en el pecho—.
Asegúrate de que llegue a casa a salvo.
Vi la preocupación brillar en los ojos oscuros del chico meterse en los míos,
caminó rápidamente de regreso al lugar. Las sirenas gemían a la distancia,
acercándose.
Con el enorme guardaespaldas desaparecido, Trevor se acercó a la limusina.
—Amigo. Amigo, ella es muy sexy.
Tuve que estar de acuerdo con la valoración de Trevor, pero también estaba
totalmente borracha. Necesitaba que las mujeres estuvieran coherentes y conscientes
para que les halle entretenidas incluso para que me provoquen pensamientos sexuales
fugaces. La lengua de Trevor estaba saliendo de su boca, y cerré de golpe la puerta,
disgustado, cortándole su visión.
—¿Qué vas a hacer con ella? —preguntó Trevor.
Hice una pausa en la puerta del lado del conductor para mirarle fijamente.
—Voy a llevarla a casa, idiota.
Trevor alzó las manos.
—Cielos, relájate. No quise decir...
No oí el resto mientras subía al coche y cerraba la puerta.
Trevor no iba a cumplir la promesa que hizo al guardaespaldas sobre la chica en
el asiento trasero. Ninguna posibilidad. Y la noticia de lo que pasaba en el Pony Club
iba a llegar a las calles de todos modos, las sirenas garantizaban eso.
Sólo tienes que llegar a su casa, terminar el trabajo, mantenerte en tu rutina.
Alejé la limusina de la acera. Llegué al tráfico en la Strip y bajé la división para
revisar a la chica. Su falda seguía arriba, mostrando un muslo cubierto de red y parte
de un tatuaje. Más patrones de tinta serpenteaban por la pálida piel de sus antebrazos,
y uno más grande cubría su hombro derecho. Las cimas redondeadas de sus pechos
estaban empujando hacia fuera de la cosa tipo corsé que estaba usando. Pero estaba
buscando que su pecho se moviera, mostrándome que estaba respirando.
Me preguntaba si tendría que ir al Hospital Sunrise cuando la muchacha soltó un
gemido y rodó a un costado. Observé las calles frente a mí mientras la escuchaba 24
vomitando lo que parecía como un barril de alcohol en el piso de la limusina. El olor
del licor regurgitado llenaba el espacio confinado.
—Maravilloso —murmuré—. Es por esto que me pagan mucho dinero.
Cuando terminó de vomitar, la chica —la guitarrista, según Trevor— se dejó caer
en el asiento para gemir suavemente, con los ojos todavía cerrados, el cabello rubio
platino pegado a su mejilla.
Dejé The Strip, encontré una calle lateral oscura y vacía y me detuve. Subí a la
parte de atrás donde mi pasajera estaba tendida en el asiento largo, dando un paso
alrededor del desastre en el suelo para sentarme cerca de su cabeza y retirarle el cabello
de su cara.
Odiaba estar de acuerdo con Trevor en algo, pero esta chica era hermosa. Incluso
desmayada de borracha y apestando a alcohol, vómito y humo de cigarrillo, era
impresionante. Grandes ojos enmarcados con pestañas largas y oscuras, boca amplia
con labios carnosos pintados de rojo oscuro, cejas oscuras y bien formadas que
contrastaban con su cabello rubio platino.
Me recordé que estaba allí para asegurarme de que no iba a morir mientras estaba
conmigo, no para perder el tiempo comiéndola con los ojos. Había tenido muchas
chicas bonitas en mis limusinas durante los últimos meses. Muchas chicas guapas y
borrachas. Esta no era diferente.
Esta chica, —deseaba haber pensado en preguntar su nombre al
guardaespaldas—, estaba respirando mejor y un poco de color había regresado a su
rostro. Vomitar una quinta parte de licor probablemente ayudó. Satisfecho de que no
necesitaba un hospital —aunque sin envidiar a la resaca épica con la que iba a
despertar— me concentré en llevarla a casa para que pudiera dar por terminada la
noche.
Me dirigí hacia el noroeste, hacia el barrio de Summerlin. La casa grande era de
color melocotón pálido, con columnas blancas y una circunvalación, y estaba
totalmente oscuro.
—Mierda.
Salí de la limusina y toqué el timbre delantero, esperando que el ayudante
personal de alguien o tal vez otro guardia de seguridad estuvieran por allí. Nada.
Intenté abrir la puerta delantera por si acaso hubiera quedado sin seguro. No fue así.
Volví a la limusina y saqué mi teléfono celular del bolsillo, y llamé al despachador
de A−1. Tony Politino estaba trabajando en los teléfonos.
—¿Tony? Es Jonah. Necesito el número de contacto para el trabajo de Rapid
Confession.
—¿Tienes ese trabajo? —Tony soltó un silbido de lobo—. Bastardo suertudo.
—No tan afortunado como el equipo de limpieza —murmuré—. ¿Tienes el número
o no?
—Espera… 25
Me froté los ojos y esperé a que Tony regresara.
—Jimmy Ray. Él es su manager —dijo. En tono aburrido me dio el número de
teléfono—. Y oye, róbate algunas fotos para mí, ¿ya? ¿La rubia? Es jodidamente
ardiente.
Miré a la chica tendida en el asiento trasero. Un pensamiento insidioso apareció.
Podría tomar algunas fotos de ella, venderlas a un programa de cotilleos y ganar una
fortuna. Perdería mi trabajo, por supuesto, pero con el dinero de las fotos no lo
necesitaría. Podría pasar todo el día, todos los días en la fábrica de vidrio y nunca
tendría que preocuparme de si mi instalación estaría terminada a tiempo para la
apertura de la galería en octubre.
Era una buena fantasía, excepto por el pequeño hecho de que nunca me
perdonaría por ser tan despreciable. Que incluso me hubiera divertido la idea era
repulsivo. Lo achaqué al cansancio, junto con la pesada punzada de terror que se
ocultaba detrás de cada pensamiento mientras estaba despierto, listo para
desparramarse si lo dejaba. El miedo que me decía que me estaba quedando sin tiempo
y la instalación se quedaría para siempre inacabada.
—Sigue con la rutina —murmuré.
—¿Qué fue eso, hermano? —preguntó Tony.
—Nada, gracias por el número.
Colgué a Tony y llamé a Jimmy Ray, el manager de la banda. Me acordé de él, se
quedó atascado en mi memoria con la imagen de un llamativo vendedor de autos
usados. Un hombre flaco y de mediana edad que se vestía y actuaba como si fuera una
década más joven, tratando de ser profesional. Hablaba con las mujeres de la banda
como si fueran su boleto de comida en lugar de seres humanos.
Jimmy Ray contestó el teléfono en el quinto timbrazo, pero era imposible hablar.
Una fuerte música resonaba tras él, y los caóticos sonidos de cien voces gritando y
gritando casi ahogaban su voz.
—¿Hola qué? ¿Qué?
—Señor. Ray —tuve que gritar—. Soy su conductor.
—¿Qué? No puedo oír una maldita cosa.
—Soy de A−1 Limousine…
—¿Quién mierda es?
Me froté los ojos.
—Elvis. Elvis Presley. Los rumores de mi muerte han sido exagerados...
—Mira, quienquiera que sea, tengo una maldita catástrofe en mis manos.
Llámame más tarde.
Más gritos y luego todo se silenció. El tipo probablemente había puesto el teléfono
en el bolsillo sin colgar.
Terminé la llamada en mi extremo y comprobé la hora. Justo después de las dos 26
de la madrugada. En la calle oscura, sin luces alumbrando mi camino, nadie venía a
casa. Eché un vistazo dentro a la chica sin nombre.
—¿Qué voy a hacer contigo?
El impulso de llevarla de regreso al Pony Club y devolverla al guardaespaldas era
fuerte, pero ese pobre bastardo probablemente tenía las manos ocupadas.
Cerré la puerta del pasajero de la limusina y volví al volante. Toda esta escena se
sentía sórdida e incorrecta. Quería llevarla a un lugar seguro y mientras la llevaba a
mi apartamento no era exactamente correcto, pero era mejor que verla extendida y
borracha en la parte trasera de una limusina salpicada de vómito.
—Espero que te das cuenta de que esto es muy irregular —le dije mientras salía
de las propiedades de Summerlin—. Totalmente fuera del manual del empleado. De
hecho, me parece recordar ver un video educativo acerca de este tipo de cosas, Cómo
no ser demandado hasta el olvido. Paso uno, no lleve a sus pasajeros a casa con usted,
especialmente si están desmayadas, borrachas y son una incitación de mujer.
A las dos de la mañana, Las Vegas mostraba su lado oscuro. Las calles estaban
llenas de los más desesperados: jugadores que esperaban salvar algunas de sus
pérdidas, borrachos desesperados, traficantes de drogas y prostitutas. Esta era Las
Vegas que odiaba, pero cuando cruzaba La Strip, hacia el este, pasé por el Bellagio. Mi
sonrisa regresó. Había belleza real en Las Vegas. Sólo tenías que saber dónde buscar.
El techo del vestíbulo del Bellagio era uno de esos lugares. En mi retrovisor estaba
otro.
La muchacha, desmayada en el asiento largo, colocó un brazo tatuado sobre sus
ojos y soltó un pequeño gemido.
—Ya casi llegamos —le dije suavemente—. Vas a estar bien.

27
Conduje la limusina hacia el frente de mi complejo de apartamentos. Vivía en un
edificio que era una caja de cemento, con estuco gris pálido y barandas torcidas con
pintura verde lima descascarada.
—Sé que no es la villa de lujo a la que estás acostumbrada —le dije—, pero un
mendigo no puede elegir, ¿verdad?
La chica, todavía hundida en su siesta empapada en alcohol, no estaba en
condiciones de escoger nada.
Estacioné la limusina a un costado del edificio lo más cerca de mi apartamento
en el primer piso como era posible. Ilegalmente estacionado, pero escondido de la calle.
28
Troté hasta mi puerta, metí la llave en la cerradura, la abrí, y encendí la luz cerca
de la puerta. De vuelta en la limusina, me subí y me senté junto a la chica.
—Oye —dije, codeando su brazo suavemente—. Oye. ¿Puedes despertarte para
mí?
No se movió.
—Mierda. —Suspiré—. De acuerdo, aquí vamos.
Ella era una cosa menuda, tal vez de uno sesenta y cinco, y no podría pesar más
de cincuenta kilos, pero el alcohol la había convertido en un peso muerto. Sus
miembros estaban flojos y su cabeza colgaba. Me esforcé para sacarla de la jodida
limusina sin que se golpeara la cabeza con la puerta. Esperaba llevarla medio a rastras
medio caminando hasta adentro, pero era como gelatina saliéndose de mis brazos.
Respiré hondo y la levanté por debajo de las rodillas y la espalda, acunándola,
para que su cabeza descansara contra mi pecho.
El doctor Morrison tendría un arrebato si me viera levantando a un ser humano.
Theo, perdería su mierda. Pero ninguno de los dos estaba aquí ahora. Otra ventaja del
turno nocturno: aparte de un mensaje de texto o diez de Theo, estaba libre del
escrutinio que sólo me recordaba mi difícil situación cuando estaba tratando de dejarlo
a un lado y cumplir con mi horario.
Conduje a la chica a través de la puerta abierta de mi casa, y la cerré detrás de
mí con el talón. La acosté en el sofá y me senté a su lado para recuperar el aliento. Me
faltaba el aire, pero no era malo. Unas cuantas respiraciones profundas y estaba de
vuelta en el negocio.
—Eso no fue tan difícil, ¿verdad?
Los labios llenos de la chica estaban separados y respiraba con facilidad, una fina
capa de sudor cubría su frente y su pecho. No podía imaginar que pudiera estar muy
cómoda con esas botas y ese corsé. No es que estuviera a punto de hacer algo al
respecto. Ya era bastante malo tenerla en mi apartamento. Incluso sacándole los
zapatos podía añadir combustible a cualquier pesadilla de publicidad que estuviera
esperándome mañana. Me preguntaba si podría perder mi trabajo por esto. Por ella.
Ahora que ella estaba a salvo, pensé por un momento en mi situación. Necesitaba
mi trabajo. Tenía la rutina perfecta funcionando y no podía permitir que ni una maldita
cosa la arruinara. Se suponía que debía volver al Pony Club para recoger a la banda
como había sido contratado para hacer, pero, ¿luego qué? ¿Traerlos a todos de vuelta
aquí para buscar a su guitarrista? ¿Y era una buena idea dejarla sola en primer lugar?
Miré a la chica. Era una mujer joven. Suponía que tal vez de veintidós años.
Estaba inconsciente, pero su hermoso rostro estaba en paz, con el ceño relajado por
primera vez en toda la noche.
Suspiré. Es tarde. Déjala dormir.
Llamé a A-1 de nuevo y le dije a Tony que tenía la limusina y la tendría de vuelta
en el garaje para las siete a.m. Tony me advirtió que nuestro jefe, Harry, iba a perder 29
su mierda al saber que uno de sus autos estaba fuera. Sin mencionar que había dejado
a la banda plantada en el Pony Club.
—Pero, por otro lado, Harry jodidamente te ama —dijo Tony—. Eres su chofer
favorito.
Eso era verdad, lo cual era la razón por la que se me encomendó el trabajo con
Rapid Confession en primer lugar. Aun así, estaba corriendo un enorme jodido riesgo
con mi trabajo; un trabajo que desesperadamente necesitaba.
Con un gruñido de frustración, lancé el teléfono sobre mi vieja mesa de café frente
al sofá. Hizo un sonido metálico contra una de las tres piezas de vidrio soplado que
estaban sobre su rayada superficie de madera.
Tomé una manta afgana del armario del vestíbulo y la coloqué sobre mi huésped,
y luego puse un vaso de agua y dos aspirinas de mi farmacia personal en miniatura en
la mesa junto a ella. Una ofrenda de paz por si la chica se despertaba y se preguntaba
si había sido secuestrada por un psicópata demente que coleccionaba baratijas.
La chica. Si la llamaba así una vez más, incluso en mi propia mente, iba a perder
la compostura.
Mi portátil estaba sobre la encimera de la cocina que daba a la sala de estar. Lo
abrí y escribí Rapid Confession en la barra de búsqueda de Google. Aparecieron un
montón de fotos y artículos, muchos de ellos tan recientes como ayer. La banda estaba
a punto de “explotar en el mundo de la música como una bomba molotov” (según Spin2)
y “era lo mejor que le ha pasado al rock and roll desde Foo Fighters” (así lo expresó
Rolling Stone). Me desplacé hasta que encontré fotos promocionales descaradas
nombrando a cada miembro de la banda.
—Kacey Dawson —murmuré—. Aleluya.
Me quedé mirando la foto publicitaria. Incluso enseñando el dedo del medio con
una expresión de “me importa una mierda” en su rostro, Kacey Dawson era
impresionante.
—Contrólate, Fletcher.
Cerré el portátil de golpe y me dirigí hacia mi habitación. En la pared de la cocina,
la contestadora del teléfono parpadeaba insistentemente. Presioné el botón de
reproducir.
—Usted tiene tres mensajes nuevos.
Debería haberme ido a la cama.
—Hola, Jonah, soy yo, Mike Spence. ¿De Carnegie? Mira… sé que estás pasando
por una mierda pesada en este momento, pero… vamos a pasar el rato, hombre.
Tomemos una cerveza por los viejos tiempos. O al menos, llámame y…
Golpeé “borrar” y la máquina se movió al siguiente.
—Hola, cariño, es mamá. Sólo llamaba para ver cómo estabas. Realmente odio tus
horarios nocturnos. Sé que sueno como un disco rayado, pero… bueno, llámame en la
mañana. Y, ¿te veremos para cenar el domingo como siempre? Tu padre quiere hacer 30
una parrillada. Llámame, cielo. Te amo. Está bien. Te amo. Adiós.
Borré ese también, deseando que pudiera borrar el tono vacilante en la voz de mi
madre tan fácilmente. Sonaba como si siempre se estuviera preparando para las malas
noticias.
El último mensaje se reproducía, habiendo entrado hace sólo unos pocos minutos,
tal vez mientras estaba bajando a mi carga inconsciente de la limusina. Sabía que sería
de Theo incluso antes de oír su voz.
—Hola, hermano, sólo llamaba. Llámame. Hasta luego.
Theo sonaba casual, pero la hora de su llamada y los mensajes de texto de antes
lo delataban. La irritación estalló, pero la contuve. Tal vez, Theo estuvo trabajando
hasta tarde en Vegas Ink. A veces tenía clientes que llegaban a todas horas. O tal vez
estuvo fuera en una cita; no podía llevar la cuenta de sus mujeres, ellas entraban y
salían de su vida tan rápidamente.
Borré el mensaje justo cuando un texto llegó a mi celular. Lo agarré de la mesa
de café mientras Kacey Dawson dormía en el sofá, inconsciente.
Theo: ¿Todavía en el trabajo?

2 Spin: Fundada en 1985 por Bob Guccione, Jr., es la competencia principal de la Rolling Stone.
Ahora puse los ojos en blanco, mientras la irritación se asentaba. Escribí un
mensaje.
No, estoy fuera fumando un Marlboro Rojo tras otro y comiendo un filete
crudo.
Muy gracioso. ¿Estás en casa?
Suspiré y miré el espacio en blanco, mi pulgar estaba ansioso por echarle la
bronca, para que dejara de estar encima de mí y me dejara en paz. Escribí unas
cuantas palabras con ese propósito, luego borré el mensaje con un suspiro. Ya no podía
estar enojado. No por fuera, de todos modos. Ni con él ni con mis padres. Toda mi
situación ya era lo suficientemente mala como para hacerlos sentir peor.
Sí, estoy en casa ahora, escribí. Buenas noches, Theo.
Te veré en el taller el domingo.
—Estoy seguro de que lo haré —murmuré.
Silencié el teléfono y lo dejé en la encimera de la cocina de camino a mi habitación.
Allí, me quité el uniforme y lo extendí sobre la cama que estaba prolijamente hecha y
probablemente con un poco de polvillo. Me puse una camiseta blanca y un pantalón
para dormir de la cómoda de madera, luego me dirigí al baño en el pasillo para hacer
pis y cepillarme los dientes.
Me cepillé e hice planes.
Llevar a Kacey de vuelta a la casa Summerlin a primera hora de la mañana.
31
Devolver la limusina a A-1 y conseguir mi camioneta.
Volver a mi rutina.
Sin problemas. Un pequeño contratiempo, eso era todo lo que esta noche había
sido.
En la sala de estar, Kacey Dawson parecía estar durmiendo cómodamente; o tan
cómoda como se podría estar con cuero y vinilo. Recordé mis propios días en la
universidad teniendo resaca y sudando por el alcohol de la noche anterior, era una
combinación asquerosa. Encendí el aire acondicionado en la ventana y me senté en el
sillón reclinable enfrente del sofá.
Tenía que reírme de la escena que saludaría a mi huésped si se despertaba a
mitad de la noche: un apartamento insignificante en vez de su mega mansión, y un
tipo extraño durmiendo en un sillón reclinable a menos de dos metros de distancia en
vez de en una cama como una persona normal.
—Stephen King debería tomar notas —murmuré, acomodándome en la posición
semi acostado que mi doctor me recomendó—. Esto te enseñará a beber tus opciones,
Kacey Dawson —susurré mientras mis ojos se cerraban—. Todo con moderación.
Como mi sueño.
Me desperté a las seis, con el trasero adormecido por estar sentado en la misma
posición toda la noche. No ser capaz de cambiar de posición apestaba, pero nunca
dormía mucho de todas formas, y siempre me despertaba bruscamente y alerta. Era
como si mi cuerpo supiera que el tiempo ya no era un lujo que podía permitirme
desperdiciar.
Dirigí mis pensamientos hacia algo positivo. Rayos de sol, amarillos e intensos,
entraban por la ventana del frente. Las botellas de vidrio y los pisapapeles los
atrapaban, los capturaban, y los rociaban sobre la mesa de café en colores moteados
rojos, azules y púrpuras.
—Hermoso —murmuré. Y tenía todo el sábado en el taller ante mí para crear más.
La figura en el sofá gimió y suspiró en su sueño, recordándome con un pequeño
sobresalto que tenía algunos asuntos sin terminar de los que ocuparme primero.
Aparté la manta y me moví hacia el sofá. Agachándome junto a Kacey Dawson, observé
su rostro dormido por un momento.
—Oye.
No se movió. Su boca estaba ligeramente abierta. Muerta para el mundo.
—Voy a ir a tomar una ducha —le dije—. No robes nada.
Consideré escribirle una nota para decirle que no estaba secuestrada, pero
probablemente esta no era la primera vez que Kacey Dawson se despertaba después
de una dura noche de fiesta sin saber dónde estaba. Lo dejé a la suerte y fui a tomar
una ducha.
Aún estaba inconsciente cuando reaparecí, vestido con jeans y una camiseta lisa.
Mi uniforme del taller. Exactamente a las siete a.m. tomé mis medicinas, tragando una 32
píldora tras otra. Quince en total. Mi estómago se quejó al instante, y me puse a
preparar el batido de proteínas igual de desagradable que tomaba cada mañana.
—Lo siento, Kacey, esto va a doler —murmuré y pulsé el botón de la licuadora,
llenando mi pequeño apartamento con un horrible zumbido.
La masivamente resacosa Kacey Dawson se movió, gruñó, y finalmente se
incorporó, apartando el cabello alborotado de sus ojos. Miró alrededor medio dormida,
sin verme en la cocina detrás de ella, observándola.
No lo sabía entonces, no podría haberlo hecho, pero en ese momento, el resto de
mi vida, o lo que quedaba de ella, comenzaba.
Alguien estaba cortando un árbol. No, un bosque entero.
¿Qué clase de enfermo bastardo…?
Levanté la cabeza, parpadeando con fuerza. El zumbido se detuvo y mi mirada
borrosa se sintió atraída por la mesa de café y su despliegue de pisapapeles de vidrio
coloridos. Eran bonitos, hermosos incluso, pero mi apreciación se perdió cuando
refractaron los rayos de sol directo en mis ojos.
Moviendo mi mirada, vi un vaso lleno con agua y dos aspirinas junto a él. Me
incorporé muy lentamente y una horrible manta afgana de color naranja y verde cayó
de mis hombros. Me eché un vistazo. Aún 100% vestida. Incluso con mis botas.
Dignidad intacta. Un punto para mí.
33
Pero el pensamiento no me trajo ningún consuelo. Aquí estaba de nuevo,
despertando en un entorno desconocido después de una noche de tragos que no
recordaba. En un sofá esta vez, pero podría haber sido en un callejón lleno de basura.
O en la famosa cuneta que las madres siempre estaban advirtiendo a sus hijos que
podrían aparecer si no tenían cuidado. Yo no era cuidadosa. Nunca lo era.
Dolía demasiado moverse o mirar alrededor. Dolía parpadear. Centré mi atención
en tragar las aspirinas, pasándolas con agua. Mi boca se sentía tan seca y polvorienta
como el desierto de Nevada. Me habría tomado todo el vaso si creyera que mi estómago
podría manejarlo, pero tenía mis dudas. Tomé unas cuantas respiraciones profundas
y esperé hasta que la sensación en mi estómago revuelto se pasara, luego miré a mi
entorno inmediato.
Un apartamento pequeño, escasamente decorado con muebles sencillos que no
combinaban. Al otro lado de la mesa de café y sus baratijas de vidrio, había un viejo
sillón reclinable de cara a una pantalla de TV plana. Las paredes estaban desnudas,
salvo por dos diplomas enmarcados de universidades que no podía leer desde el sofá,
y una media docena de fotos. Las ventanas del frente mostraban la vista de una calle
transitada de Las Vegas. Nada acerca del lugar me causaba alguna clase de impresión.
Ni era familiar.
—Bueno, no estoy encadenada y la puerta está a unos metros de distancia —
murmuré para mí misma, y levanté el vaso de agua para beber otro trago.
—Es verdad, en ambos casos.
Escupí el agua por todo mi pecho, y miré alrededor.
—¿Qué demonios…?
Un chico estaba de pie en la pequeña cocina detrás de mí. Su cabello oscuro
estaba húmedo, recién salido de la ducha y sus intensos ojos marrones me observaban
con diversión. Era alto, súper lindo y totalmente no de mi tipo. Me gustaban los gruesos
rizos sueltos de su cabello, pero era demasiado presentable para mí. Mis hombres
estaban tatuados y perforados y venían con una estrategia de salida en sus bolsillos
traseros después de que dormía con ellos. El chico en la cocina se veía como que le
preparaba el desayuno a cualquier mujer que se quedaba a pasar la noche, y en lugar
de echarlas les decía que “se sintieran como en casa”.
Buen Tipo, con mayúsculas.
Pero Dios, tenía un rostro dulce. Un rostro que podría jurar que había visto antes.
Busqué en las profundidades de mi memoria alcoholizada cuándo y dónde…
—Soy el chofer de la limusina —dijo—. Te llevé a ti y a tu banda al Pony Club
anoche.
—Oh, claro —contesté—. Así es.
El chico rodeó la encimera de la cocina, enfrentando la sala de estar, y se apoyó
contra ella con los brazos cruzados.
—Jonah Fletcher.
34
—¿Qué? —Mi cerebro palpitaba detrás de mis ojos al compás de mi pulso.
—Mi nombre —dijo lentamente—, es Jonah Fletcher. En caso de que te estuvieras
preguntado de quién es el sofá en el que estás sentada.
—Oh, lo siento —respondí, mis mejillas ardían—. Solo estaba… escuchando mi
dolor de cabeza. Soy Kacey Dawson. Aunque probablemente ya sepas eso.
Los ojos de Jonah se agrandaron ligeramente con confusión, y sacudí la cabeza;
un movimiento que lamenté al instante.
—No lo digo porque soy famosa ni nada, lo digo por tu trabajo. Mi nombre
probablemente está en algún papeleo… Eh, olvídalo.
Sostuve mi adolorida cabeza con mis manos y traté de recordar algo de anoche.
Una vaga sensación de Algo No Muy Bueno sucediendo se añadió al sufrimiento de mi
resaca.
Miré a Jonah Fletcher.
—Entonces, uh… anoche. ¿Hicimos…?
Arqueó una ceja hacia mí, perfectamente. La otra ni siquiera se movió.
—¿Hicimos… qué?
Resoplé.
—¿Tengo que deletrearlo?
La expresión tensa en su rostro se suavizó ligeramente.
—No lo hicimos. Estabas desmayada. —Inclinó la cabeza—. ¿No recuerdas nada?
—No mucho.
—¿Sucede a menudo?
Resoplé.
—No veo que eso sea de tu incumbencia.
—Y, sin embargo, anoche se convirtió en mi incumbencia. —Se encogió de
hombros—. Parece un hábito peligroso, es todo. No todos los tipos son tan buenos
como yo.
—Eso aún tiene que ser determinado —murmuré y miré alrededor—. ¿Esta es tu
casa? ¿Por qué no me llevaste de vuelta a la casa Summerlin?
—Oh, créeme, lo intenté. Traerte aquí no es exactamente el protocolo de trabajo.
Podría perder mi trabajo.
—¿Qué sucedió? —pregunté, más que nada porque debía hacerlo, no porque
quisiera saber.
Este chico, Jonah, se frotó la barbilla pensativamente y se acercó para sentarse
enfrente de mí en un sillón reclinable destartalado. El tapizado del sillón podría haber
sido de cuero marrón, pero diría que era más probable que fuera de vinilo; cortado en
varios lugares y desgastado. Jonah se sentó en él y apoyó los brazos en sus rodillas
cubiertas con mezclilla. Un brazalete plateado rodeaba su muñeca derecha. Su 35
camiseta se ceñía alrededor de sus hombros y bíceps. Buenos músculos. Delgado, pero
definido.
Mis ojos se movieron hacia el cuello de su camiseta, para observar parte de su
pecho. Cinco centímetros de una línea roja gruesa se asomaba por encima de la
costura. Alguna clase de cicatriz nudosa.
Rápidamente aparté la vista.
—Traté de llevarte de vuelta a la casa —estaba diciendo Jonah—. Traté de
ponerme en contacto con tu representante también. No tuve suerte. O era traerte aquí
o llevarte de vuelta al Pony Club, pero tu guardaespaldas parecía bastante insistente
en que te alejara de esa escena.
Un nudo de temor se unió a mi estómago revuelto.
—¿Qué escena, exactamente?
—No estoy seguro. Sonaba como que había alguna clase de disturbio ocurriendo.
—Un disturbio.
La sangre que quedaba en mi rostro se desvaneció. Un vago recuerdo, borroso y
empapado en alcohol surgió. Yo, llevando a un grupo de fans a la sala verde. No podía
recordar el momento exacto, pero el sonido de muchas voces aclamando resonaban en
mi cabeza haciendo que me doliera más.
—Um… Hugo, el guardaespaldas. ¿Dijo lo que sucedió? ¿Cómo empezó?
Jonah sacudió la cabeza.
—¿No recuerdas nada?
—Estoy bastante segura de que no quiero hacerlo —dije, mi voz era apenas un
susurro.
Busqué en la parte superior de mis botas mi paquete de cigarrillos. Saqué un
cigarrillo y estaba abriendo torpemente la cajita de fósforos cuando Jonah se aclaró la
garganta.
—Este es un área de no fumadores, si no te importa.
—Ten piedad —dije con una sonrisa débil—. Además, todos fuman en Las Vegas.
—Yo no. —El tono áspero en la voz de Jonah congeló mi mano. Me ofreció una
pequeña sonrisa—. Lo siento. Reglas de la casa.
Dejé el paquete con anhelo sobre la mesa.
—Elegiste una ciudad difícil para vivir si no te gusta el humo del cigarrillo.
—Y aun así de alguna forma me las arreglo. —Se refregó las manos en los muslos,
impacientemente—. ¿No tienes que llamar a tu gente? Es posible que quieran saber
que estás bien. De hecho, preferiría que supieran que estás bien. En cierto modo estoy
medio esperando que un equipo de SWAT derribe mi puerta en cualquier momento por
secuestrarte.
—Supongo… —Lo último que quería hacer era llamar a “mi gente”, pero Jonah
estaba observándome. 36
Terminemos de una vez con esto.
—¿Puedo usar tu teléfono?
Jonah me pasó su celular y comencé a marcar el número de Jimmy. Estaba un
99% segura de que cualquier catástrofe que había sucedido en el Pony Club era mi
culpa, y un 100% segura de que no quería saber cuán mala fue realmente la escena.
Me eché atrás y llamé a Lola en su lugar.
Respondió al tercer tono.
—¿Sí? —dijo con la voz llena de sueño.
—¿Lola? Soy yo.
—¿Kacey? —dijo entre bostezos—. ¿Estás llamando desde la casa?
—Um, no —respondí—. No estoy… ahí.
—Bueno, para variar —dijo Lola, suspirando—. Jesús, Kace. ¿Tengo que enviar a
un equipo de búsqueda? Pensándolo bien, será mejor que permanezcas escondida
donde Jimmy no pueda encontrarte. Estaba enojado anoche. Jeannie también. En
realidad, ella siempre está enojada.
Cerré los ojos ante la acusación y me preparé.
—¿Por qué está enojado?
—No lo recuerdas, ¿verdad? Te emborrachaste hasta el coma alcohólico justo
después de invitar a la mitad de la audiencia a entrar en la sala verde. Pero en lugar
de quedarte para lidiar con tu desastre, Hugo te salvó. Te metió en la limusina,
¿verdad? Sí, tuvimos que tomar un taxi a casa. Jimmy no estaba feliz por eso.
Giré un mechón de cabello alrededor de mi dedo.
—¿Por eso estaba enojado? ¿Porque tuvo que coger un taxi?
—Kace, ¿crees que estaba preocupado por ti? Honestamente, él pensó que estabas
jodiendo al conductor de la limusina. —Una pausa. Podía oír las palabras tácitas.
Todos lo hicimos.
Otro feo rubor rojo coloreó mi cuello. Me rehusé a mirar a Jonah.
—Bueno, no lo hice. Estaba en un coma de Jagermeister3, ¿recuerdas? Puedes
decirle eso.
—Lo que sea. ¿Importa? Jimmy llamó a la compañía y les dio un regaño por no
recogernos. Ese conductor de limusinas va a estar hasta el culo en agua caliente. Hugo
también.
—No, no, él no hizo nada malo. —Me desplacé en el sofá lejos de Jonah y bajé mi
voz. Mi dolor de cabeza aumentó hasta diez muescas—. Ninguno de ellos lo hizo. Dile
a Jimmy que no fue culpa de Hugo. Estoy bien.
Oí a Lola encender un cigarrillo. Encontré mis dedos avanzando hacia mi propio
paquete y tuve que sentarme en mi mano.
—Te das cuenta que destrozaste totalmente el lugar, ¿no? —preguntó Lola en una 37
exhalación de humo—. Según Jimmy, el Pony Club está hablando de una posible
demanda para pagar los daños.
Casi dejé caer el teléfono de Jonah.
—¿Alguien se lastimó? —le pregunté en una voz pequeña.
—No —respondió ella, la ira desinflándose de su voz—. Pero la habitación verde
está destrozada. Más allá de destrozada. Parecía una zona de guerra cuando nos
fuimos.
—Entonces... ¿qué está pasando ahora? ¿Se cancela el espectáculo de esta noche?
Lola resopló.
—Demonios no. No con un valor de sesenta magníficos billetes en línea.
—Oh.
—Le diré a Jimmy que estás bien, pero tal vez... no lo sé, Kace. Es posible que
desees echarte por un par de horas. Al menos hasta que Jimmy supere su propia
resaca. Quiero decir, para ser justos, todo el mundo estaba bastante derrotado anoche.
—Ahora podía oír una pequeña sonrisa en los labios de mi amiga—. Fue un espectáculo
épico. Épico.

3 Jägermeister: es un licor de hierbas el cual tiene 35 % de contenido alcohólico.


—¿Fue qué?
—Oh chica, ni siquiera lo sabes. Estamos al borde del mega estrellato y te lo estás
perdiendo. No, casi lo estropeas.
—Pero no lo hice, ¿verdad?
—No. El espectáculo debe continuar. —Lola suspiró de nuevo—. Descansa un
poco. Desembriágate para el espectáculo de esta noche. Todavía estás bien para ir,
¿no? —preguntó, y pude oír el tono de advertencia en su voz. Esto no era sólo mi gran
oportunidad, sino la suya también.
—Claro —dije débilmente—. Gracias, Lola. Y dile a Jimmy...
—¿Que lo sientes? Sí, sí. Tiempo para un nuevo material, Kace. Hablaré contigo
más tarde.
Le devolví el teléfono a Jonah.
—Gracias.
—¿Los policías van a estallar en la puerta en cualquier momento? —preguntó
sombríamente—. ¿O voy a perder mi trabajo? ¿O ambos?
—No. Bueno…tal vez.
Jonah abrió mucho los ojos.
—¿Tal vez cuál?
La vergüenza y la humillación enrojecieron mi piel.
38
—Lo segundo. Escucha, hablaré con tu jefe del local de limusinas... —Empecé
cuando Jonah salió de su silla con una maldición.
Él me ignoró y comenzó a golpear su teléfono.
—¿Harry? Soy yo, Jonah. Yo... —Me lanzó una mirada mientras escuchaba lo que
le decían en el otro extremo.
Tenía la cabeza dolorida en mis manos mientras Jonah trataba de explicar la
situación. Finalmente, un móvil apareció en mi línea de visión.
—¿Te importaría decirle a mi jefe por qué no pude terminar el trabajo anoche? —
preguntó Jonah con firmeza.
—Sí, claro. —Tomé el teléfono—. Um hola. Harry, ¿verdad? Soy Kacey. De Rapid
Confession. Tuve... tuve una mala noche y Jonah fue lo suficientemente agradable
como para dejarme caer en su sofá. No sucedió nada —añadí, provocando una extraña
mirada de Jonah—. Él quería volver a recoger al resto de mi grupo, pero no estaba muy
bien. Él se encargó de mí. ¿Bien?
Harry prometió no despedir a Jonah y gritó que quería la limusina de nuevo lo
antes posible. Luego colgó.
Jonah me fulminó con la mirada.
—¿Bien?
—No estás despedido. Pero Harry quiere la limusina. Como ahora.
Él asintió.
—Bien, de acuerdo. Vámonos. Te llevaré a la casa de tu grupo de camino.
—Um... —Arranqué un hilo perdido en la colcha de punto.
—¿Qué? —exclamó Jonah—. Has oído a mi jefe. Tengo que devolver el maldito
auto. —Inclinó su cabeza hacia mí—. ¿No tienes que volver?
No, pensé. Realmente no. Simplemente no estaba a la altura para enfrentarlo.
Nada de eso. Aún no.
Le ofrecí a Jonah una débil sonrisa.
—La aspirina no ha hecho mella en este dolor de cabeza. ¿Estaría bien si tomo
una siesta mientras llevas la limusina? Llamaré a un taxi más tarde y te dejare en paz,
te lo prometo.
Los ojos oscuros de Jonah se abrieron.
—¿Quieres que te deje sola en mi casa mientras devuelvo la limusina, una
limusina que por cierto vomitaste, para que puedas dormir una siesta?
—Te prometo que sólo dormiré una siesta y me iré —dije, y luego sentí mi
estómago caer—. Espera. ¿Vomité en tu limusina?
Jonah parecía que tenía una réplica de sabelotodo lista, pero debió de sentir pena
de mí porque dijo con un tono más amable.
—¿No tienes un espectáculo esta noche?
—Tengo tiempo antes de tener que volver. 39
Jonah se frotó la barbilla, pareciendo desgarrado.
—Después de regresar la limusina, estaba planeando ir a trabajar. Mi otro trabajo
—agregó—. Tengo un horario apretado, un horario muy apretado y necesito
mantenerlo.
—Lo siento. No quiero interferir. —Lo miré y ofrecí una sonrisa—. ¿Qué haces en
tu otro trabajo?
Jonah agitó una mano hacia el vaso de la mesa de café.
—¿Eres un coleccionista?
—No, hago esto.
Mis ojos se agrandaron mientras miraba el arte de cristal con ojos nuevos. Había
dos pisapapeles en forma de esfera, uno que parecía que estaba lleno de vida marina
de un arrecife de coral, y el otro sosteniendo un remolino increíblemente intrincado de
color. Al lado de los pisapapeles había una botella a rayas con polvo de oro empapado
en cintas de rojo.
Recogí el pisapapeles con la vida marina: anémonas con tentáculos blancos y
amarillos, rizadas cintas de color y, de algún modo, las coloraciones moteadas de peces
tropicales.
—Un fragmento del océano en mi mano —murmuré. Levanté la vista hacia él—.
¿Tú hiciste esto?
—Sí. Es lo que hago. No soy un conductor de limusina. Ese es mi trabajo
nocturno. Por el día soy un artista industrial. Iluminación, metal, vidrio. Sobre todo de
cristal.
—Eres realmente bueno —dije—. Más que bueno. Esto es asombroso.
—Sí, gracias. —Se frotó la parte de atrás de su cuello, observándome sosteniendo
el vidrio.
Probablemente piensa que voy a romperlo. Apoyé cuidadosamente el pisapapeles
de nuevo.
—Así que tengo que ir al taller —dijo Jonah—. Ahí es donde los hago, el vidrio.
Estaré allí hasta las dos de esta tarde. —Apretó los labios, pensando. Finalmente dijo—
: Supongo... bueno, supongo que eres bienvenida a quedarte aquí hasta entonces.
—¿De verdad? ¿No te importa?
—No sé si iría tan lejos —dijo Jonah con una sonrisa seca—. Hay algo de comida
aquí en la nevera, si o cuando estés a punto de comer. Ayúdate con el agua
embotellada, también. Si realmente necesitas fumar, hay un pequeño patio en el medio
del complejo. Verás la acera justo a la derecha cuando salgas. Tiene bancos y un
cenicero.
—Bien, seguro. Lo tengo —le dije, el alivio me inundaba al gozar de unas horas
antes de que tuviera que enfrentarme a la música. Por así decirlo. 40
En el mostrador de la cocina, Jonah escribió algo en un trozo de papel y me lo
trajo de vuelta.
—Este es mi número de móvil. Si necesitas algo, llama. El teléfono está en la
cocina.
Cogí el periódico y me encontré con su mirada. De cerca, sus ojos eran más
cálidos. Un marrón profundo y rico.
—Muchas gracias por dejarme quedar —dije—. Realmente lo aprecio. No hay
mucha gente que permita que un extraño pase el rato en su casa sin supervisión.
Jonah sonrió con fuerza.
—Cuéntame sobre eso.
Embolsó sus llaves y salió, cerrando la puerta detrás de él. Me dejó sola en su
lugar. Yo. La chica que estropeó el Pony Club horas antes, vomitó en su coche, invadió
su espacio y casi le costó su trabajo. Estaba siendo muy genial. Más que genial.
Él confía en mí. En cierto modo.
No es que mereciera la confianza. Me estremecí al pensar en lo que la habitación
verde iba a ser esta noche. Tener que ir a hacer otra demostración me llenó de una
clase extraña de temor.
¿Qué está mal conmigo?
Pensé que podría tener menos problemas si dormía, y no le estaba mintiendo a
Jonah acerca de necesitar una siesta de todos modos. Mi dolor de cabeza tronaba y
quería dormir durante un millón de años. Me acosté contra el cojín del sofá y tiré de la
vieja colcha de punto sobre mis hombros. No era tan fea como pensé al principio. Su
peso era reconfortante. Como un buen abrazo.
Mi pesada mirada cayó sobre la hermosa colección de vidrio soplado sobre la mesa
de café. Magníficos remolinos de color y diseño, atrapados y flotando en el centro de
los pisapapeles, envueltos como cintas a lo largo del cuerpo de la botella.
—Hermoso —murmuré. Mis dispersos pensamientos imaginando que estaría
tranquilo y silencioso dentro de uno de esos pisapapeles. Podía flotar sin peso en un
océano de cristal, suspendida en belleza, rodeada de color y quietud. Ningún ruido.
Ningún tambor golpeando o notas que rasgan, o fans gritando. Sólo... silencio.
Y seguridad.
Estaba dormida en cuestión de segundos.

41
Me despierto, incapaz de recordar dónde estaba hasta que mi mirada encuentra
los pisapapeles de cristal. El departamento del conductor de mi limo. Jonah Fletcher.
Fletch, como en la película del Chevy Chase. Sonrió y me estiro.
La luz colándose en la ventana era aguda y blanca, del tipo que llega con el medio
día. El reloj del DVD dice que es la una. He dormido por seis horas seguidas. Mi
estómago ya no está sensible, pero clamando por comida.
Quiero más un cigarro. Tomo mi paquete y salgo, hacia el patio del que me hablo
Jonah.
El calor me golpea en la cabeza y mi dolor de cabeza amenaza con regresar. No sé
cómo alguien puede acostumbrarse al calor del desierto. Nacida y crecida en San Diego
donde hay casi veintitrés grados y brisa, no puedo tolerar este tipo de calor seco y 42
agudo por más de un día o dos. Era como vivir en un horno. A pesar de que temía la
idea de reunirme con la banda, me alegraba que dejáramos Nevada el jueves.
Me senté en uno de los sólidos bancos de acero en el patio descuidado, medio
sombreado por uno de los edificios en forma de L, el patio era de grava, rodeado de
cactus y algunos otros arbustos de desierto que no reconocí. Nada aquí era realmente
verde, solo verde pálido, como cubierto de la arena del desierto.
Inhalé mi cigarro y mentalmente examiné mi idea de reunirme con la banda. ¿de
verdad temía la idea? Estábamos al borde del estrellato. Cubetadas de dinero y
montones de fama yacían enfrente.
¿Así que por qué sentía que quería alejarme?
Porque no quieres terminar muerta, dijo un pensamiento de ayuda.
Me estremecí a pesar del insano calor, y di una larga calada. La puerta de un
departamento se abrió y una mujer mayor con un vestido color durazno, pantuflas y
tubos en el cabello se asomó. Se detuvo cuando me vio.
Saludé.
—¿Suficiente calor para ti?
La mujer bufó y levantó ambas manos hacia mí, entonces azoto su puerta.
Miré mis pechos que se salían del corsé y tuve que reírme. Aún estaba encerrada
en látex y vinil con mi ropa de espectáculo y sudando como una perra. La vieja
probablemente pensó que era una prostituta. Sudor escurría por mi espalda y podía
sentirlo a mis costados donde la blusa tipo corsé me apretaba. Salir al calor había sido
mala idea.
Aplasté el cigarro con mi bota y volví al departamento de Jonah, rogando no
haberme quedado afuera. No solo no me había quedado afuera, había dejado la puerta
ligeramente abierta.
Lindo, pensé. Te deja quedarte y dejas su puerta abierta.
El complejo de apartamentos no gritaba exactamente, ricos viven aquí, pero Jonah
tenía sus hermosos trabajos de cristal. Lucían valiosos para mí.
De regreso en el amable aire acondicionado, me senté en el sofá y me quité las
botas. Mis pasadores estaban enterrados en una docena de lugares. Los quité también,
cerré los ojos con alivio y estiré las piernas. El cigarro no había hecho nada por mi
resaca. Mi lengua se sentía demasiado grande y mis dientes sabían como si no los
hubiera cepillado en una semana. Tal vez Jonah tenía algún enjuague. O podía
cepillarlos con mis dedos y algo de pasta.
Después de orinar en el baño del lugar, fui a lavar mis manos. Esperaba encontrar
todo tipo de asquerosidades de un tipo viviendo solo, residuos de afeitadas o papel con
flemas. Durante el corto tiempo que viví con Chett, siempre estaba dejando desastres
asquerosos en el lavabo o el excusado.
Jonah no era Chett. 43
Como el resto de su casa, el lavabo estaba limpio y ordenado. Comencé a secar
mis manos, pero el reflejo en el espejo me detuvo.
Lo que quedaba de mi maquillaje de ojos estaba embarrado en mis mejillas, como
si hubiera llorado. Mi labial había dejado una capa de ligero rojo debajo de mis labios,
como un rasguño. Mi cabello era un lío enredado y mi pálida piel parecía transparente
bajo las luces fosforescentes. Vergüenza de haber estado hablando con Jonah así esta
mañana me golpeo las entrañas.
—Dios, Kacey…
Limpié el maquillaje con papel higiénico, entonces abrí el gabinete de medicinas
buscando pasta dental. Me congelé con lo que vi.
La Crest y el Listerine estaban ahí, pero estaban rodeadas de montones de
medicamentos. Botellas naranjas de píldoras con tapas blancas tan lejos como podías
ver.
—Maldita droguería Batman.
Di vuelta a algunas de las botellas para leer los nombres. Ninguno era
remotamente familiar.
Prednisona. Rapamune. Ciclofosforina. Norvasc.
—¿Qué demonios? —di la Vuelta a mas etiquetas. Algunas tenían nombres que
creí reconocer de programas de TV: medicamentos para el dolor, presión alta, colesterol
y antibióticos.
¿Por qué un joven necesitaría medicamentos para el colesterol y la presión?
El borde rosado de la cicatriz en el pecho de Jonah dio vueltas en mi memoria.
¿Algún tipo de condición cardiaca? Eso explicaría el no fumar y la pequeña farmacia
del gabinete de medicinas.
Cerré la puerta del gabinete rápidamente, pasta dental olvidada, sintiendo que
acababa de ver a alguien desnudo o había leído una entrada muy privada de un diario.
Dejé el baño y entré a la cocina buscando más agua. Necesitaba lavar el mal sabor de
boca por haber espiado la vida de Jonah.
En el refrigerador, encontré el agua embotellada que Jonah mencionó y no mucho
más. Algunos vegetales, ensaladas empacadas y al menos tres charolas con varios
guisos cubiertos en plástico. Eché un vistazo al congelador, tomando un momento para
apreciar el aire frio y vi más comidas empacadas: marcas de “corazón saludable”, como
si Jonah estuviera a dieta.
No era el refrigerador de un típico soltero de Las Vegas.
¿Y lo es el gabinete de medicamentos?
Mi estómago se hizo nudos de nervios en lugar de hambre. Nunca había sido
buena alrededor de personas enfermas. No sabía qué decir, nunca encontraba el
balance adecuado entre simpatía y lastima. Me cerraba durante cualquier tipo de
44
discusión sobre salud y los hospitales me daban escalofríos.
Estás siendo estúpida. Necesitas comer. No has comido desde…
No podía recordar la última vez que había comido. Aparentemente también estaba
a dieta. Una dieta líquida.
Un tazón de cereal debería ser seguro. Abrí un par de gabinetes, buscando una
caja de Cherrios. En lugar de eso, encontré una tonelada de vitaminas, suplementos y
polvos de proteína.
Cerré ese gabinete rápidamente.
—Maldita sea.
Jonah había dicho que podía servirme, pero ahora mi apetito se había ido por
completo. No era solo un completo extraño; era un completo extraño que tenía una
seria condición médica. Se sentía muy intrusivo saber todo esto tan pronto. Estaba
estrellándome directamente en su mierda personal y él sabía casi nada sobre mí.
Desearía haber sido lo suficientemente valiente para solo dejarlo llevarme a la casa
Summerlin.
Regrese a la sala, sin estar segura de qué hacer. La TV podría tener una noticia
acerca del Pony Club anoche así que la deje apagada y traté de dejar que el silencio de
la casa de Jonah me tranquilizara.
No podía sentarme quieta. De niña, mi madre había sido rápida en diagnosticarme
como hiperactiva, usándolo como excusa para mi exuberante comportamiento ante mi
padre, quien se enojaba ante el más ligero ruido. Siempre estaba inquieta en mi propia
piel. Mientras crecía, me sentía como dos personas atrapadas en el mismo cuerpo, una
introvertida que se escondía de los enojados sermones de su papá y una extrovertida
que practicaba guitarra eléctrica en el garaje tan fuerte como podía para enojarlo. Una
constante guerra conmigo misma.
En este momento, la introvertida en mí me susurraba que disfrutara el silencio.
La extrovertida quería un trago.
Libreros alineaban una pared de la sala de Jonah: arte industrial, historia del
arte, biografías de artistas, algunos los había escuchado, la mayoría no. Me gustaban
los romances, el terror y el misterio de vez en cuando. Jonah era todo no-ficción.
Aburrido.
Seguí moviéndome.
En el muro opuesto colgaban un montón de fotografías enmarcadas. La mayoría
mostraban a Jonah sonriendo con lo que parecían sus padres y un chico musculoso y
guapo. Un hermano ¿tal vez? El chico tenía la misma estructura facial de Jonah, el
mismo cabello oscuro, pero era más bajo y construido. Oscuros tatuajes serpenteaban
en sus musculosos brazos.
Lucía exactamente como el tipo de chico que amaba llevar a casa por la noche,
perdiéndome en cualquier cosa masculina, fuerte y poderosa acerca de él. Un chico
que escaparía con los primeros rayos de la mañana, sin ataduras, como me gustaba. 45
Jonah lucía como el tipo de chico que querías conocer a un costado de la carretera
con un neumático ponchado.
O si te desmayabas de borracha en un club de Las Vegas.
—Eso también —murmuré ausente y seguí espiando.
El mismo hermano sexy y otros dos amigos, un chico afroamericano y una linda
chica de cabello largo, aparecían en un montón de fotos: en un club, en una fiesta,
rodeados por árboles en un campamento, o en un desierto con el sol poniéndose o
saliendo detrás de ellos.
En casi cada foto, Jonah lucía una sonrisa abierta y brillante que hacía que todo
su rostro se iluminara. Un gran contraste con la rígida, seria expresión que usaba a
mi alrededor. No pude evitar devolverle la sonrisa.
Noté que una chica, una hermosa castaña con delicados rasgos, estaba junto a
Jonah en muchas fotos. Jonah usualmente tenía su brazo alrededor de ella, la misma
sonrisa feliz en su rostro, mientras que la mujer lucía forzada y con pose, como si
pusiera su mejor lado a la cámara.
Encima de las fotos había dos títulos enmarcados que noté esta mañana. Uno era
un diploma de la universidad de Nevada, Las Vegas, y el otro de Carnegie Mellon.
Carnegie Mellon…esa era una universidad famosa. Tal vez incluso de la Ivy
League. Jonah era talentoso e inteligente. Lucía joven, solo un par de años mayor que
yo. ¿No debería seguir en Carnegie Mellon? ¿O cualquiera que fuera su condición
médica lo había forzado a renunciar?
Toqué una foto de un sonriente Jonah.
—¿Qué te paso?
Él está bien. Está haciendo cosas de vidrio en un taller caliente, lo que sea que sea
eso. Tú, por otro lado, comenzaste una riña y te desmayaste. La mejor pregunta es, ¿qué
te pasó?
—Estoy bien —le dije a nadie, incluso aunque habría dado cualquier cosa por un
Bloody Mary.
De repente, el maldito top se sintió como si fuera diez tallas más pequeño en lugar
de solo dos. No podía respirar y empecé a sudar de nuevo. La unidad de aire
acondicionado sonaba silenciosamente en la ventana que daba a la calle. En lugar de
darles a los vecinos un vistazo, volví a la cocina, jalando los listones que unían el corsé
a los lados. Me lo quité y lo dejé caer al piso, dejándome en un sujetador negro sin
tirantes mientras abría el refrigerador.
Era muy pequeña. El aire helado golpeaba mi rostro, pero no era donde lo
necesitaba. Espié un banco cerca de los gabinetes, lo llevé frente al refrigerador y subí.
Levante el cabello de mi cuello y lo sujeté en mi cabeza, dejando al aire golpearme en
los brazos y el pecho, enfriando mi piel y aminorando mi necesidad por una bebida.
—Um… ¿hola?
Jonah. No lo había escuchado entrar con el sonido del congelador. Casi caigo del 46
banco.
—Oh por Dios, ¿en serio? —Levanté mi corsé del piso y lo sostuve sobre mi pecho
como un escudo—. Asústame hasta la muerte, ¿por qué no?
Lucía como si estuviera conteniendo una sonrisa.
—Lo siento. Estaba tratando de imaginar lo que estabas haciendo.
—Pescando una de tus cenas pre-cocidas con mis pechos —reté—. ¿Qué crees
que estaba haciendo? Me estaba enfriando.
—Estoy muy seguro de que para eso es el aire acondicionado —dijo, señalando
con su pulgar detrás de él.
—Sí, pero está cerca de la ventana, listillo. No quería deslumbrar a toda la calle.
Jonah levanto las manos.
—Anotado.
Un corto silencio descendió donde era obvio que ninguno de los dos sabía qué
decir después.
Suspiré.
—Mira, ¿vas a pararte ahí viéndome todo el día o tal vez ayudarme? Tu vecina ya
piensa que soy una prostituta. Esta es ropa de escenario, no para casa.
Ahora era totalmente obvio que trataba de no sonreír.
—Espera un segundo. —Entró a la habitación y salió con una camiseta blanca—
. ¿Esto funciona?
Le di la espalda y me puse la camiseta. Era demasiado grande y de cuello V, que
no era para nada mi estilo y olía a él.
De nuevo, la sensación de ser demasiado personal muy pronto con este chico me
llenó. Ahora estaba parada descalza en su cocina, usando su camiseta.
—Gracias —dije, dándole la cara. Otro corto silencio, durante el cual Jonah me
miró. No de forma rara, más como si tratara de descubrir qué hacer conmigo.
Me pasaba a menudo.
Me moví de un pie al otro.
—¿Qué tal tus trabajos de cristal?
—Soplado.
—¿Perdón?
—Es vidrio soplado —dijo Jonah—. No hago el cristal, saco cosas a partir de cristal
súper caliente soplándole aire a través de un popote… —Movió una mano—. No
importa. Es un proceso largo. No quiero aburrirte con los detalles, mejor te
devolvemos…
—No suena aburrido —dije rápidamente—. Ni siquiera pudo imaginar cómo haces
esas cosas. Tan intrincadas. ¿El pisapapeles con criaturas marinas? Quiero decir… 47
¿cómo lo hiciste?
Dios. Estaba balbuceando como idiota, tratando de permanecer a flote porque la
idea de volver a Summerlin era como peso muerto, hundiéndome. Jonah frunció el
ceño, claramente tratando de decidir si de verdad me importaba o solo estaba
fingiendo.
Ambos.
—Podría explicarlo —dijo él—. Pero tomaría todo el día y tengo un horario
apretado, y…
—Mi estadía aquí es un enorme dolor en tu trasero —terminé, tratando de no
encogerme—. Entiendo. Está bien.
—No eres un dolor en el culo —dijo Jonah.
Ladeé la cabeza hacia él.
—Está bien, tal vez un poco —dijo con una pequeña sonrisa.
Lo tomé como una buena señal.
—Oye, ¿sabes qué? Estoy muriendo de hambre, ¿Qué te parece si vamos por algo
de comer? Aún tengo una hora antes de que tenga que regresar y alistarme para el
espectáculo, ¿qué dices? ¿Vamos? Yo invito.
El rostro de Jonah se tensó al igual que los músculos en sus hombros.
—Tengo que conducir esta noche, a las seis y de verdad tengo un horario
apretado…
—Sigues diciendo eso. —Lo golpeé en el hombro, como si fuéramos viejos amigos—
. ¿Nunca rompes tu rutina?
—No.
—Oh. —Me mordí el labio. Si era algo, era tenaz—. Una grasosa comida post-
resaca no tomara mucho ¿o sí? Media hora, cuarenta y cinco minutos máximo.
Los ojos oscuros de Jonah encontraron los míos y pude sentirlo estudiándome.
Era observador, este chico, y sentía todas mis inseguridades escritas encima de mí.
O tal vez es porque luces como la chica del poster del paseo de la vergüenza.
—Te dije que podías comer cualquier cosa aquí —dijo Jonah finalmente.
—Y fue amable de tu parte ofrecerlo, pero no tienes mucho de… comida de verdad.
—Tengo muchas restricciones alimentarias —dijo.
—Seguro. —Tosí—. ¿Pero por qué exactamente?
Jonah parecía estar luchando una guerra interna, entre si decirme o no lo que ya
sospechaba.
—Tengo una condición cardiaca —dijo lentamente.
—¿Oh? —Como si no hubiera ya espiado su gabinete de medicina. Mis ojos dolían
por ver la cicatriz que comenzaba en la base de su garganta. Mantuve mi mirada en su
rostro. Debo haber parecido una loca, mirándolo tan intensamente porque Jonah dio 48
un paso atrás.
—De cualquier forma. Esa es otra larga historia y… sí. Supongo que podemos
tomar algo de comer si en verdad estás hambrienta.
—¡Muriendo de hambre! —Me puse de nuevo mis botas largas, que lucían
extrañas con mi falda de cuero y camiseta de hombre, pero no tenía el corsé, gracias a
Dios—. Estoy lista.
—Está bien —dijo Jonah dudoso—. Un almuerzo rápido y entonces de regreso a
Summerlin.
—Suena genial.
Probablemente solo accedió a la comida para cambiar de tema, pero sin importar
la razón, estaba feliz de ponerle pausa a la ejecución. No era mucho, pero lo tomé.
Llevé a Kacey a través del estacionamiento hacia mi camioneta: una pequeña pick-
up azul, con la plataforma llena de cajas de cartón. Sostuve la puerta del pasajero
abierta para ella, lo cual pareció sorprenderla. Toda esta salida para almorzar me
sorprendió: no estaba en los planes de ningún modo. Pero era obvio que Kacey no tenía
prisa para unirse de nuevo a su banda. Después de la catástrofe que había causado
en el Pony Club, quedarse conmigo era un acto de auto-preservación.
Me senté detrás del volante y mis ojos se movieron de nuevo hacia los muslos de
Kacey, de piel suave entre sus botas y la casi inexistente minifalda. Parte de un colorido
tatuaje era parcialmente visible en su muslo y la necesidad de ver el resto era
ridículamente fuerte. Kacey era atractiva. En realidad, era más que eso. Era hermosa.
Pero, ¿y qué? Era más del tipo de Theo, con su cabello rubio teñido, ropa de cuero y
tatuajes. 49
Mis ojos se movieron hacia sus muslos otra vez. ¿Cuánto tiempo había pasado
desde que había tocado a una mujer?
Un año, cuatro meses, trece días y dieciocho horas.
Me mofé de mi matemático interior, aunque probablemente el número no estaba
tan alejado. No había estado con una mujer desde mi ex novia, Audrey. Antes de que
me enfermara.
—¿Qué hay con las cajas en la parte de atrás? —preguntó Kacey, sacándome de
mis pensamientos—. ¿Estás mudándote?
—No, están llenas de vidrio —respondí, agradecido por la distracción—. Botellas
viejas y frascos que derrito para hacer mis piezas. Voy a llevarlas al taller mañana.
—¿Así que en el taller es donde soplas el vidrio? —preguntó con una risita.
Arqueé una ceja hacia ella.
—Lo sé, lo sé. Tengo veintidós, pero tengo el sentido del humor de un chico de
catorce años. —Se giró en su asiento hacia mí—. ¿Y cómo haces eso?
—¿Hacer qué?
—Levantar una sola ceja. Siempre he querido hacerlo.
Me encogí de hombros.
—No lo sé. Solo puedo.
—Hazlo otra vez.
—¿Por qué?
—Porque es genial.
Arqueé la ceja.
—¿Lo es?
Se rió y se reclinó en su asiento, satisfecha. La amplia sonrisa permanecía en sus
labios mientras observaba Las Vegas pasar fuera de su ventana. Incluso solo medio
girada hacia mí, tenía una sonrisa deslumbrante.
—Entonces, ¿en qué estás trabajando? —preguntó después de un momento—. En
el taller.
—Bueno… estoy trabajando en una exposición para una galería local. Abre en
octubre. La exposición, no la galería.
Cálmate, Fletcher. Pero había pasado meses desde que había hablado con un
extraño sobre la exposición. Había reducido mi círculo a exactamente tres amigos, mi
familia y la curadora de la galería. Hasta Kacey, no me había dado cuenta de lo pequeño
que era ese círculo.
—¿Vas a vender tu vidrio en esa exposición? —preguntó Kacey—. ¿Cómo esos
hermosos pisapapeles?
—Sí, tendré piezas pequeñas como esas para vender, pero el enfoque principal va 50
a ser una instalación a gran escala.
Comenzó a hacer otras preguntas mientras conducía la camioneta hacia el
estacionamiento de Mulligan’s, un restaurante familiar. Eran casi las tres de la tarde,
la hora pico del almuerzo había acabado, había muchos lugares para estacionar.
Estacioné en un espacio cerca de la puerta.
—Esto está justo en la calle de tu casa —dijo—. Podríamos haber caminado.
—¿Con este calor? —pregunté, apagando el motor.
—Buen punto. El calor es espantoso. No sé cómo ustedes los que viven en el
desierto lo soportan.
Sostuve la puerta del restaurante abierta para ella, sorprendiéndola de nuevo. Me
sonrió y casi perdí el tren de pensamiento.
—Nací y me crié en el desierto —dije—. Estoy acostumbrado a ello, pero algunas
personas no pueden soportarlo. Debiluchos y maricas, todos ellos.
Kacey resopló y me codeó suavemente en el costado mientras pasaba junto a mí
para entrar en el restaurante. Suspiró de alivio cuando cruzamos el aire acondicionado
y me atrapó dándole una mirada conocedora.
—Oh, de acuerdo. Soy una debilucha. —Se rió—. Consíguenos una mesa, listillo,
mientras uso el baño.
Me reí en mi camino hacia el puesto de la anfitriona. Era cómodo estar alrededor
de esta chica. Y parecía que se sentía de la misma forma conmigo, como si nos
conociéramos desde hace años en lugar de horas.
Una camarera me recibió.
—¿Para cuántos, cariño?
—Dos —respondí y al instante sentí una punzada en el pecho.
Escuché que podías perder un miembro, pero aún seguías sintiendo el dolor de
su ausencia. No extrañaba a Audrey, mi última novia. Ella me había abandonado, justo
después de mi cirugía de trasplante. Habíamos planeado una vida juntos, pero cuando
el virus dañó mi corazón y casi me mató, arruinó nuestros planes y acabó con nuestra
relación.
Audrey no podía soportar la enfermedad, los hospitales, el espectro de la muerte
cerniéndose sobre mí hasta que llegó la llamada de que el corazón de un donante
estaba disponible. Ella se fue antes de que incluso saliera de la anestesia.
Theo nunca iba a perdonarla por haberse ido, pero yo lo superé rápidamente,
incluso después de haber estado juntos durante tres años. Me dolió que se fuera y la
elección del momento seguro como la mierda podría haber sido mejor, pero la perdoné
por haberse marchado para encontrar a alguien más, alguien saludable de quien
pudiera enamorarse locamente y con quien construir una vida de verdad.
No la extrañaba. Aun así, al responder la pregunta inofensiva de una camarera,
me di cuenta de que extrañaba el “nosotros dos”. Ser parte de una pareja, sostener
51
una puerta para alguien, pedir una mesa para dos, bromear, coquetear, ser el listillo
de alguien… Mi pequeño círculo de seres queridos no incluía una novia y nunca lo
haría de nuevo. Pensé que había hecho las paces con eso, pero una parte de mí,
enterrada muy profundo, decía otra cosa.
Me acomodé en la cabina y tomé un menú para distraerme de los pensamientos
que no quería. Mulligan’s tenía la comida típica de un restaurante rural: desayuno que
se servía todo el día y una variedad de hamburguesas y sándwiches para almorzar.
Desafortunadamente, más de la mitad de los ítems estaban estrictamente prohibidos
para mí.
Kacey se contoneó en el asiento enfrente de mí, luciendo fresca y animada. Traté
de no pensar en el hecho de que estaba usando mi camiseta, como hacían las novias
a veces con la ropa de sus novios.
La camarera puso dos aguas sobre la mesa.
—¿Café?
—Sí, por favor —dijo Kacey—. Desesperadamente.
—Descafeinado para mí —dije.
La camarera se alejó y Kacey me lanzó una mirada de diversión.
—¿Descafeinado?
—No puedo tomar cafeína.
—Qué tragedia. —Se inclinó sobre la mesa—. Ya sabes lo que dicen acerca del
descafeinado. Hay un tiempo y lugar: Nunca y en la basura.
Me reí con ella.
—Tendré que recordar eso.
Kacey estudió el menú.
—Estoy tan hambrienta que podría comerme uno de todo. ¿Qué hay de ti? ¿Qué
vas a pedir? Espera… —Dejó el menú en la mesa—. ¿Qué puedes pedir?
—No estoy seguro aún. Mis opciones son algo limitadas.
—Debido a tus restricciones alimenticias.
—Sí.
—Bueno, mierda, Jonah, ¿por qué me trajiste aquí? —Ondeó la mano hacia el
menú—. Esto es todo aceite y grasa.
Me reí y levanté las manos ante su repentino arrebato.
—Whoa, está bien. Encontraré algo.
Se mordió el labio.
—Sí, pero…
—Te traje aquí por ti. Esta es la comida perfecta para la resaca —dije—. Solía
venir aquí con amigos cuando estaba en la UNLV. —Golpeteé la esquina de su menú—
. Pide lo que quieras. Está bien, lo prometo. 52
Aún se veía dubitativa cuando la camarera volvió con nuestros cafés, poniendo
una servilleta de descafeinado naranja bajo mi taza.
—¿Estás lista para ordenar, cariño?
Kacey se mordió el labio.
—Ordena —le dije—. A menos que prefieras que volvamos a mi casa y calentemos
unos Lean Cuisines.
—Cuando lo pones de esa manera… —Kacey se volvió hacia la camarera y dijo
con una voz profunda—: Sí, muy bien, tomaré un Bloody Mary, un sándwich de carne y
un sándwich de carne.
La camarera le echó una mirada y frunció el ceño con el Bloody Mary.
Los ojos de Kacey destellaron, mirando entre nosotros.
—¿Es de Fletch? ¿La película? —Señaló con el dedo a través de la mesa—. Tú,
Jonah Fletcher, no puedes decirme que no has visto la mejor película de Chevy Chase
de todos los tiempos.
—Lo siento, me la perdí —dije.
—Es un clásico —dijo Kacey—. Me fascinan las películas de los ochenta.
La camarera se aclaró la garganta.
—A mí también, cariño, pero no tengo sándwiches de carne ni Bloody Marys.
Kacey ordenó una hamburguesa con queso y papas fritas y yo ordené una
ensalada Cobb, sin el tocino, y pan tostado de trigo, sin manteca.
Cuando la camarera se alejó, Kacey sacudió la cabeza.
—¿Sin tocino? Lo único bueno de una ensalada Cobb es que le puedes poner
tocino.
Me encogí de hombros.
—No está en la lista.
—Eso apesta. ¿Qué más no puedes comer?
—Nada de carne roja, ni chocolate, ni sal…
Kacey casi se ahogó con el café.
—Whoa, whoa, whoa. ¿Ni chocolate?
—Extraño más la sal —dije—. Y la manteca. Nada grasoso, nada delicioso. —Me
reí secamente—. En resumen, no se me permite comer nada delicioso.
Kacey sacudió la cabeza.
—No sé cómo lo haces.
—No es como si tuviera elección. Y hay cosas peores.
—Estoy tratando de imaginarme algo peor que no poder comer chocolate. —Se
quedó inmóvil, luego bajó su taza de café, con su sonrisa desvaneciéndose—. Oh, Dios
mío, eso es algo terrible para decirle a alguien con una enfermedad cardíaca. Lo siento. 53
Hago eso a menudo; solo suelto cualquier cosa que se me cruza por la cabeza.
—Oye, está bien. No puedo usar más cocaína tampoco, pero eso resultó ser una
bendición por todo el dinero que estoy ahorrando.
Su vergüenza desapareció con una sonrisa.
—Sí, te ves como un adicto a la cocaína para mí.
—Un total cocainómano. Reformado.
Kacey se relajó y se sentó en su asiento.
—Entonces, ¿fuiste a UNLV? ¿Es allí donde estudiaste artes industriales?
—Sí, mi hermano y yo estudiamos arte allí.
—¿Y entonces Carnegie Mellon?
Tomé un sorbo de mi café.
—Verdaderamente haces muchas preguntas.
—Tienes muchas fotos y diplomas en la pared. Antes de que me decidiera a
refrescar mis tetas en tu congelador, tuve algo de tiempo para matar.
Bajé mi taza antes de derramarla.
—Eso no es algo que escuchas todos los días.
—Está en mi mundo —dijo Kacey con una triste sonrisa, como si fuera una vieja
broma que se había cansado de escuchar. Pero lo agitó lejos—. Carnegie Mellon está...
¿dónde? —preguntó.
—Pensilvania. Hablando un choque climático. El primer invierno que estuve allí
quería hibernar.
—Blandengue —dijo sobre el borde de su café—. Pero de una marica a otro, la
costa este tiene demasiado buen tiempo para mí, también. Nací y crecí en San Diego,
donde si llovizna, la gente pierde su mierda.
La camarera llegó con nuestra comida. Nunca dejé que nadie alterase su dieta a
mi alrededor, pero el olor que flotaba del plato de Kacey se curvaba alrededor de mi
nariz, rico y carnoso y asado. Eché un vistazo a mi ensalada que olía como nada y tomé
un bocado, principalmente por el bien de Kacey.
—¿Así que tienes una galería abriendo en octubre? —preguntó, limpiándose la
boca con una servilleta—. Es una lástima que no vaya a verlo. Estaré de gira por los
próximos trillones de años.
—Un trillón de años... es una larga gira. Espero que te guste viajar.
Se encogió de hombros.
—Eh. No es todo tan bueno como esperaba.
—¿No?
—Suena ingrato. La mayoría de los músicos darían su teta derecha por ser
firmado por un sello e ir en un tour multi-ciudad, ¿verdad? 54
—Como no tengo teta que dar, derecha o izquierda, no podría decir con seguridad
—dije con una sonrisa—. Pero por mi observación profesional, como tu chófer, no
parece que tengas el momento de tu vida.
Sus ojos se dirigieron hacia el techo.
—¿Qué hizo que te dieras cuenta? ¿La destrozada sala de conciertos o perdiendo
el conocimiento y vomitando en tu limusina?
—Empate.
Ella sonrió.
—Extraño la música honesta sin todos los teatros, ¿sabes? Solía amar
simplemente sentarme con mi guitarra y escoger una canción. Encontrar un riff o una
melodía, caer en la zona de escribir letras.
—¿Fuiste a la Universidad en San Diego por la música?
—No, no fui a la universidad en absoluto —dijo—. Pero... he estado tocando desde
que era una niña. Mi abuela me dio una guitarra cuando tenía diez años. Me gustaba
tocar, pero sobre todo me gustaba escribir canciones. La guitarra era una manera de
poner la melodía detrás de mis palabras. Podría haber sido cualquier cosa, un piano,
una batería... Solo quería escribir y cantar.
—¿También cantas?
—Solo de respaldo hoy en día —dijo, sin encontrarse con mis ojos
completamente—. Y ya no escribo mis propias cosas. Solo cosas para la banda.
—¿Por qué?
Ella trazó la línea de una oscura ceja distraídamente con su dedo. Su cabello era
rubio pero sus cejas eran más oscuras. Y perfectas.
—Ahora somos un equipo. Escribo para nosotros —decía Kacey—. Pero en cierto
modo es mejor para mí. Necesito la banda. —Me miró a través de las pestañas
bajadas—. No lo hago tan bien por mi cuenta.
Asentí, luchando por algo constructivo que decir. Mantener el foco en sus palabras
y no en los pequeños detalles de su rostro.
—Siento que todo se está moviendo tan rápido —continuó—. Y no tengo tiempo
para sentarme y ordenar las cosas. Como, ¿qué quiero hacer? ¿Es esto lo que quiero
hacer? ¿Ser una estrella del rock? La mitad de mí dice: '¡Claro, sí!' La otra mitad, está
asustada.
—¿Asustada de qué?
—El estilo de vida. La fiesta. Siento que lo hago porque así no tengo que tomar
decisiones reales. Simplemente sigo la banda, toco música realmente estridente y bebo
mucho porque...
—¿Porque...? —le pregunté suavemente
Ella se encogió de hombros casualmente, aunque sus palabras no lo fueran.
55
—Porque no tengo a dónde ir.
Una imagen del guardaespaldas que la llevaba fuera del club la noche pasada
brilló a través de mi mente, mezclada con la foto promocional de ella dando al mundo
la señal del dedo. Vulnerable y resistente al mismo tiempo.
Ella parece perdida…
Kacey se recostó y agitó una mano, como si sus palabras fueran humo de cigarrillo
para disipar.
—De todos modos, esa es mi angustiosa historia de resaca.
Sabía que eso no era todo. Tuve la impresión de que tenía un montón más de
historias y una tonelada de canciones más en ella.
El silencio cayó entre nosotros mientras sorbía mi descafeinado que se estaba
quedando frío. Media docena de veces empecé una frase, queriendo compartir algo con
ella. Algo profundamente personal, como si hubiera un marcador cósmico que
necesitaba ser igualado.
Pero mi cosa más personal era demasiado. Demasiado oscura. Kacey Dawson era
luminosa y no podía soportar la idea de ver mi más profunda verdad instalarse sobre
ella como una mortaja, oscureciendo su luz con su terrible finalidad.
Jugué con mi pulsera de alerta médica bajo la mesa. Podría por lo menos decirle
por qué tuve que comer una jodida ensalada, en lugar de una hamburguesa. Comencé,
entonces la camarera apareció con su jarra de café. Volvió a llenar la taza de Kacey y
luego empezó a llenar la mía.
La mano de Kacey salió y cubrió mi taza.
—¡Espere! ¿Es ese el regular? ¡Solo puede tomar descafeinado!
La camarera sacudió la jarra con un pequeño grito.
—Maldita sea, cariño, casi te quemé.
—Lo siento —dijo Kacey—. Yo solo... es importante. —Ella me miró.
—No vale la pena que te quemes —le dije. Pero el gesto me tocó.
—Tomaré la otra jarra —dijo la camarera y se retiró de mal humor.
La mano de Kacey estaba de nuevo en su regazo y tenía las mejillas rosadas.
—Lo siento. Me he sobre excitado un poco.
—Vas todo el camino hasta las once —dije, calculando que una cita de película de
los ochenta suavizaría las cosas.
Su cabeza se alzó, una sonrisa rompiendo a través de su rostro como el amanecer.
—This is Spinal Tap —dijo—. Un clásico.
Me sostuve en sus ojos, sentí el momento entre nosotros, caliente y denso.
—Gracias por proteger mi café —dije—. Es importante.
Sus ojos se suavizaron.
56
—¿Me dirás por qué?
—Yo uh... He tenido un trasplante de corazón —dije.
—Oh —dijo, sentándose en su asiento. Sus ojos miraron lejos por un momento,
luego dio un brusco movimiento de cabeza—. Un trasplante de corazón. Pero... eres
muy joven. ¿Veinticinco?
—Veintiséis. El virus que destrozó mi corazón no le importaba la edad que tenía.
—Sonreí tristemente—. Los virus son así de idiotas.
Kacey no sonrió. Señaló mi muñeca y la pulsera de alerta médica.
—¿Puedo ver?
Deslicé mi brazo hacia ella sobre la mesa. Volteo la etiqueta rectangular, pasando
de la cruz roja esmaltada a las palabras inscritas en el otro lado.
—Paciente de trasplante de corazón. Vea la tarjeta de la cartera. —Kacey me miró.
—. ¿Qué hay en la tarjeta?
—Mi información de contacto de emergencia, mi tipo de sangre, bla bla bla.
Su mirada presionándome.
—¿Bla bla bla?
—Qué hacer en caso de que me meta en problemas.
Ella asintió. A continuación, ella me preguntaría qué tipo de problemas podía
tener y me gustaría inventar algo sobre los efectos secundarios de los medicamentos,
que era mucho más fácil de escuchar que la insuficiencia cardíaca total.
En cambio, preguntó:
—¿Fue reciente?
—Hace casi un año y medio.
Ella abrió los ojos.
—Eso es realmente reciente. —Soltó la etiqueta y el talón de su mano se colocó en
el mío. Un congelado, silencioso momento, luego su mano se deslizó hacia atrás, palma
en palma. Sus dedos se curvaron alrededor de los míos y se detuvieron. Me quedé
mirando mientras mi pulgar bajaba sobre sus nudillos y se movía lentamente hacia
adelante y hacia atrás.
La camarera volvió con la jarra de descafeinado color naranja. La expresión de su
rostro era agria, hasta que vio nuestras manos. Ella sonrió mientras rellenaba mi taza.
—Lamento todo esto —dijo Kacey, cuando la camarera siguió adelante. Ella dio a
mis dedos un apretón final y soltó.
Puse mi vacía, desconcertada mano en mi regazo.
—Yo también.
Kacey jugueteó con su cuchara.
—¿Es difícil hablar de eso? 57
—Sí —admití—. Solo las personas más cercanas a mí lo saben.
—Y soy la recién llegada rebuscando en tu espacio personal y haciendo todo tipo
de preguntas.
—Sí —dije—. Eres una maldita entrometida.
Ella chilló y tiró una patata frita hacia mí. Me reí y la cogí de mi regazo.
—¡Espera, mierda! ¡No puedes tomar eso! —Kacey alcanzó a través de la mesa
para arrebatarla—. Yo no justo casi me escaldé por tu maldito café, para que pudieras
comer una patata frita en su lugar.
—Tu sacrificio es debidamente notado. —Metí la cosa entera en mi boca, y casi
gemí en éxtasis. Había olvidado lo buena que podía ser una patata frita. Perfección
salada y grasienta—. Dios santo, sabe bien.
Kacey movió su plato fuera de mi alcance.
—Eso es todo, amigo. No voy a ser responsable de romper tu dieta. Ya he roto la
rutina de que estabas hablando, ¿no? Soy una mala influencia para ti.
Mi risa murió y mi sonrisa se congeló. Ella tenía razón. En el espacio de un
almuerzo, Kacey no solo había roto mi dieta, sino que había puesto un hueco en mi
rutina cuidadosamente elaborada. No era solo tomar mi tiempo que podría haber
pasado en la tienda caliente de vidrio. Era esto. Almuerzo. Fácil risa y compartir.
Confiar el uno en el otro con secretos. Dedos curvados suavemente juntos…
Este era un elemento prohibido en el menú.
Esto era malo para mi corazón.
Me limpié la boca con una servilleta y la puse sobre la mesa.
—Sí, hablando de mi horario —dije—. Solo tengo unas horas antes de comenzar
mi turno en A-1 y tienes un espectáculo esta noche. Deberíamos devolverte a
Summerlin.
La sonrisa de Kacey se desvaneció y su barbilla se inclinó ante mi evidente cambio
de actitud.
—Oh. Claro. —Su luz luminosa se atenuó—. Lista cuando tú lo estés.

58
Manejé de vuelta a mi apartamento así Kacey podría recuperar su sujetador y el
resto de sus medias de red. Pero cuando entré en el estacionamiento, no salió de la
camioneta, solo se sentó ahí, inmóvil.
—Deja el estúpido sujetador —dijo finalmente.
—¿Estás segura?
—Solo vayámonos —dijo, pero sonó más como, vayamos a terminar con eso.
Llevé a Kacey de vuelta a la casa Summerlin en silencio. Detuve la camioneta en
la gran entrada circular. Kacey saltó fuera y se paró de frente a la casa.
—Jodidamente odio Las Vegas —murmuró tan bajo que casi no pude escucharla.
Se giró hacia mí, apoyada en la ventana del pasajero—. Gracias por cuidarme anoche. 59
—No hay problema —contesté. Di algo más. Algo mejor. Pero las palabras se
atoraron en mi garganta.
—Y gracias por pagar el almuerzo. Se suponía que lo haría, pero no tenía dinero
conmigo. Naturalmente. —Sacudió su cabeza—. Si esperas un segundo, correré y
traeré algo.
—Olvídalo —dije—. Me comí unas papas fritas por primera vez en un año. Solo
costó veinte dólares.
Levantó sus ojos hacia mí.
—Gracias por eso, también.
—¿Qué? ¿Por comer unas papas fritas?
—Por animarme. Cada vez que me siento triste, haces una broma para levantarme
el ánimo.
Asentí como un idiota mudo, no seguro de lo que saldría de mi boca, una broma
o la verdad: hacerla reír era como si me estuviera ganando la lotería.
Arrastró sus pies.
—De acuerdo, bien. Debería volver.
—Rómpete una pierna esta noche —conseguí decir finalmente.
—Seré suertuda si eso es todo lo que me rompo —dijo, con una risa débil. Empezó
a cerrar la puerta entonces se detuvo—. Gracias por ser un buen chico, Jonah.
Escasean en el mundo.
Cerró la puerta y caminó lejos, sus pálidas piernas destellando como vidrio hilado
en el sol. La observé dirigirse a la entrada, para asegurarme de que entraba bien, me
dije, esperando hasta que ingresó en los oscuros confines de la casa. Lo hizo y la puerta
se cerró detrás.

Sin Kacey, mi apartamento se sentía sofocante y cerrado. Y silencioso. ¿Siempre


ha sido esto así de tranquilo? Fui al sofá para doblar la manta afgana. Restos del
perfume de Kacey flotaban y por poco pongo la maldita cosa en mi nariz para sentirlo.
No tienes tiempo para esto.
Tengo que reconstruir mis defensas, re-forjar la armadura que necesité hacer para
octubre. Tengo que borrar la noche pasada y esta tarde, enterrarla junto con el
recuerdo de los ojos de Kacey cuando sonreía, o como su muslo desnudo en su falda
corta intentó despertar el deseo físico que he estado negando que existiera…
Con una silenciosa disculpa a mi difunta abuela, enrollé la manta y la lancé en el
clóset. Entonces mi deseo y yo tomamos una ducha muy fría.
Después, me paré en mi silenciosa cocina, bebiéndome los restos del repugnante 60
licuado de proteína que no rivalizaba con las papas fritas que Kacey me había lanzado.
Por el amor de Dios, supéralo.
Obsesionarse con esta mujer o con cualquier otra era una pérdida de tiempo. No
era el tipo de chico de una-sola-noche. Nunca actué de esa forma, y empezar una
relación ahora estaba fuera de cuestión. No con Kacey Dawson, no con nadie.
No más traer hermosas mujeres a casa contigo, o incluso a almorzar. Ya no.
Revisé mi teléfono: eran las cinco en punto del sábado por la noche y estaba
vestido para el trabajo. Como de costumbre, tenía dos textos de Theo y un mensaje de
voz de mi padre. Mañana pasaré todo el día en el almacén, después tengo una cena
con mi familia. Todo como debe ser. Mi rutina había sido un poco sacudida, pero
permanecía intacta.
En mi camino a la puerta, recogí el sujetador de Kacey y sus medias rasgadas,
luego las arrojé al contenedor en el estacionamiento.
—Ahora regresaremos a nuestra programación habitual.
Mi jefe, Harry Kelton, no había estado cuando regresé el auto de anoche, pero sí
lo hacía ahora, sospeché que quería reiterar, en persona, que llevar chicas ebrias a
casa no figuraba en mi contrato.
—Fletcher —dijo a manera de saludo, y empujó mi papeleo para la noche desde el
desastre que era su escritorio. Me lanzó un juego de llaves. Las atrapé con una mano
mientras estudiaba el trabajo bajo las parpadeantes luces fluorescentes, y quedé
boquiabierto frente a lo que leía.
—¿Rapid Confession? ¿De nuevo?
Kacey…
Harry encajó sus manos en su nuca, círculos de sudor oscureciendo su camisa
bajo sus brazos.
—Su manager preguntó específicamente por ti.
—¿Después de anoche?
—Supongo que te perdonó —dijo Harry—. Por suerte también. Es un buen flete.
Sacudí mi cabeza con frustración.
—No es suerte si está enojado y tratando de joderme otra propina.
—Te deshiciste de ellos anoche —dijo Harry, inclinándose hacia delante y
pinchando un gordo dedo sobre el desastre en su escritorio—. Soy suertudo de que
haya alquilado, y pagado, por otro flete. Bien habría estado dentro de sus derechos
cancelar el pago de anoche, sin importar tu propina. —Se recargó de vuelta en su silla, 61
haciéndola chirriar—. Es un ganar-ganar para ambos, Fletcher. Mantengo sus
negocios y obtienes una segunda oportunidad.
—Jefe…
Harry vuelve ese dedo señalador en mi dirección.
—Eres mi mejor chofer, Jonah, pero no estoy demasiado feliz sobre lo sucedido
anoche. Termina el trabajo si quieres mantener el tuyo.
Abandoné la oficina de Harry aturdido, sus palabras haciendo eco en mi cabeza.
Una segunda oportunidad…
—Maldición —mascullé. Casi me di la vuelta para regresar a la oficina y decirle a
Harry que lo olvide, alguien más podría tomar el flete. Excepto que Harry estaba a
punto de despedirme, y no podría permitirme perder mi trabajo.
Caminé a través del garaje, pasando filas de limosinas blancas y negras, coches
lujosos, y sedanes, fortaleciéndome.
Puedo ser profesional. Haré mi trabajo, y superaré esta noche.
—Oye, Fletcher…
Me giré para ver a Kyle Porter, otro chofer, dirigiéndose a su coche.
—Escuché que conseguiste el trabajo de Rapid Confession. Dos veces, bastardo
suertudo. La chica de la guitarra es jodidamente sexy.
Subí detrás del volante de mi limosina negra y azoté la puerta.
—Dímelo a mí.

A las seis en punto, estaba de nuevo en la residencia Summerlin, estacionado en


la entrada circular, esperando a que la banda saliera. El sol había comenzado a
ponerse, rayando el cielo de anaranjado y púrpura en el horizonte. Normalmente,
habría estudiado el juego de luz, pensando cómo podría recapturar esos colores en
remolinos de vidrio fundido. Pero estaba demasiado distraído. ¿Qué le iba a decir?
¿Hacerle una broma? ¿Hacerla reír y sonreír? O solo actuar como si nada. Seguir con
la rutina…
—¡Eres tú!
Salí de mis pensamientos para ver a la banda y a su manager, bolsas en mano,
acercarse al auto. Y Kacey…
Saltó hacia mí en leggings, botines, y una enorme camiseta negra con Ziggy
Stardust en el frente. Había atado su cabello en la cima de su cabeza en un moño
desordenado, y su rostro libre de maquillaje, e iluminado con una combinación de
júbilo y alivio, envió a mi prestado corazón en un ataque de rápidos latidos.
Plantó sus manos en las caderas, dándome una juguetona, pícara mirada.
—¿Estás acosándome? 62
Antes de que pudiera responderle, Jimmy Ray se acercó furtivamente a Kacey y
echó su brazo sobre ella.
—Así que este es el heroico chofer que cuidó a mi chica anoche. Lo contraté de
nuevo, gatita, como un agradecimiento personal. —Me guiñó—. Es una pequeña
traviesa, ¿no?
He visto imbéciles como este millones de veces durante mis seis meses como
chofer de limosina en Las Vegas. Siempre los he tratado con distante cortesía. Pero fue
ver la mano de Jimmy cerniéndose sobre el pecho derecho de Kacey y una urgencia de
golpear su engreído rostro vino a mí como una oleada.
—Vamos, entra —dijo Jimmy a Kacey. Sacó su brazo y la palmeó suavemente en
el trasero para urgirla a subir.
Una avergonzada sonrisa vaciló en los labios de Kacey, y no me miró mientras
entraba.
Jimmy Ray extendió su mano hacia mí, y la tomé en un hábito profesional.
—Todo está perdonado, amigo. —Me acercó—. Espero que hayas tenido un buen
momento con mi chica anoche, pero no haremos de eso un hábito, ¿bien? No
desgastemos la mercancía.
Su mano salió de la mía, dejando un billete de cien dólares en mi palma.
Estrujé el dinero en mi puño mientras él ingresaba en la parte trasera. Solo la
amenaza de perder mi trabajo deteniéndome de arrojárselo a los pies. Cerré la puerta
con fuerza, a casi nada de azotarla, y cargué las bolsas de la banda en el maletero.
Una vez detrás del volante, mis ojos picaban por encontrar a Kacey en el
retrovisor, pero la división subió, amortiguando los sonidos de conversación y risas.
Salí de Summerlin y conduje a Strip, ya brillando en la caída del anochecer.
Justo al este del Flamingo, cerca del centro de convenciones, viré fuera del
boulevard y maniobré mi limosina hacia el estacionamiento trasero del Pony Club, tal
como lo hice la vez anterior. Abrí las puertas y descargué las bolsas una por una, justo
como anoche. Pero ahora era sumamente consciente de Kacey detrás de mí, esperando
su turno. Vino al último, y me giré para entregarle su bolsa. Sus ojos eran azul cerúleo
y se hicieron eléctricos por la lúgubre luz ámbar de la farola que parpadeaba sobre
nosotros.
—Así que Jimmy personalmente te solicitó —dijo suavemente, mientras los otros
caminaban en fila en la puerta trasera.
—Lo hizo.
—Espero que no fuera un idiota contigo. Puede ser…
—¿Insoportable?
—Sí. Pero es un buen manager.
Cierro el maletero.
—Eso es todo lo que importa. 63
Uno de los miembros de la banda, una chica con cabello azul y negro, empujó su
cabeza fuera de la puerta trasera.
—¿Kace?
—Estoy yendo. —Avisó Kace sobre su hombro—. Es Lola, mi mejor amiga. Me
introdujo en esta banda. Si no fuera por ella, probablemente estaría en las calles. No
puedo decepcionarla, ¿sabes?
Sonaba como si estuviera tratando de prepararse para hacer algo espantoso. Mi
instinto era el consolarla o protegerla, pero ¿de qué? ¿Cómo?
—¿Puedo ayudar? —espeté.
—¿Estarás aquí después del concierto? —preguntó, su rostro esperanzado y
abierto, una triste sonrisa en él.
—Sí, Kacey. Estaré aquí —contesté suavemente—. Te llevaré a casa.
—Estoy tan contenta —dijo. Arrastrando sus pies, no encontrando mis ojos del
todo—. Hay cotilleos de una fiesta después en Summerlin. Un montón de gente estará
viniendo… los teloneros. Deberías venir. Quiero decir, si quieres. Si te está permitido.
No lo estaba. No estábamos autorizados a socializar con nuestros pasajeros, pero
el deseo de protegerla era feroz y ni las políticas de la compañía ni mis estrictas reglas
sobre la rutina podrían cambiar eso.
Su amiga, Lola, emergió de la puerta negra de nuevo.
—Kacey. No puedes retrasarnos de nuevo, cielo. Hablo en serio.
—Me tengo que ir. —Kacey se acercó y apretó mi mano—. ¿Te veré después?
Se apresuró a unirse a su banda, y traté de imaginar a esta chica tocando la
guitarra eléctrica en el escenario frente a una audiencia gritando. Parecía lista para
partirse en dos, y aparte de su amiga con cabello de dos tonos, parecía como si no
tuviera jodidamente a nadie en el mundo para ayudarla a sostenerse junta.
Me limpié la mano en el bolsillo del uniforme de mi pantalón como si pudiera
borrar su toque y los sentimientos que venían con él, pero aún podía sentir su suave
piel contra la mía.
Me deslicé detrás del volante para esperar a que terminaran. La fila de limosinas
detrás de la mía creció, y aposté que Trevor estaba entre ellas, aún sin saber que podía
quitarse la maldita chaqueta mientras esperaba en el calor.
A diferencia de la monotonía de anoche, pasé esta con nervios tintineantes,
esperando que Kacey estuviera bien, y enojado conmigo por preocuparme. Cada
arrebato amortiguado de la multitud estremeciéndome y medio esperando que Hugo
escapara por la puerta negra con ella en sus brazos de nuevo.
Después de dos horas, mi nerviosismo se asentó en una punzada sorda en el fondo
de mi estómago. Un vagabundo se estiró hacia mí, pidiéndome algo de cambio. Le
entregué el arrugado billete de cien dólares que Jimmy me dio. Sus ojos lucían
extremadamente cansados. Amplios mientras me ofrecía una sonrisa desdentada de
64
profundo alivio antes de escabullirse de vuelta en la noche.
Los mejores cien dólares que jamás he gastado.
Eran cerca de las once cuando el concierto terminó. A través del callejón que
dirigía a la calle, vi una corriente de aficionados enfilándose fuera del recinto. Me
coloqué mi chaqueta de nuevo y esperé en la puerta de la limosina a que la banda
emergiera.
Una hora después, seguía esperando, sudando en mi chaqueta como Trevor.
Finalmente, la puerta se abrió de golpe, y Rapid Confession y los teloneros salieron
tambaleándose. Todos borrachos, gritando y riéndose. Busqué a Kacey. Ahora estaba
en su vestimenta de concierto: pantalón de cuero ajustado, y un top atado al cuello
negro de corte bajo que revelaba un valle de piel tersa entre las suaves curvas de sus
pechos. Los tatuajes en sus brazos eran austeros contra su pálida piel, su cabello
seguía apilado desordenadamente sobre su cabeza, rizos sueltos cayendo para
enmarcar su rostro.
Kacey se veía agotada, sudada, desaliñada y ebria. El baterista telonero tenía un
brazo colgando alrededor de su cuello. Ambos se tambaleaban y serpenteaban.
Mientras Kacey entraba con no-mucha-gracia en la limosina, sus ojos vidriosos por el
alcohol, encontraron los míos. Me mostró rápidamente una tímida sonrisa antes de
desaparecer en el interior.
Jimmy y el manager de la otra banda se metieron al final, sin una mirada en mi
dirección. Cerré la puerta detrás de ellos, embotellando la cacofonía de risas y charla
ruidosa.
En el camino a Summerlin, mis ojos se mantenían desviándose al espejo retrovisor
y dos veces apenas evité la parte trasera del auto frente a mí. Pero mientras la división
estuvo abajo, me mantuve intentando atrapar un vistazo de Kacey, para asegurarme
que estaba bien.
¿Por qué te preocupas? Es una estrella de rock. Esto es lo que hacen.
Pero me preocupaba. Se emborrachó hasta el olvido anoche y ahora solo fue y lo
hizo de nuevo. Me dijo en el almuerzo que estaba asustada, pero ¿de qué? ¿De la juerga
nocturna? O ¿de algo más? ¿Y por qué, en el espacio de veinticuatro horas, el que
tuviera temores se convirtió en algo tan importante para mí?
Chirríe dentro de la entrada circular del palacio rosa en Summerlin. Esta vez las
luces resplandecían en cada ventana. Cuando abrí la puerta de la limosina, una gran
maraña de cuerpos tambaleantes y riéndose salió tropezándose. Me atreví a suponer
que el mini bar había sido vaciado hasta los cubos de hielo.
El baterista telonero estaba todo sobre Kacey, y mientras el grupo se movía hacia
la casa, la observé tratar de empujarlo.
—Quítate —dijo, y se tambaleó de vuelta.
El chico rió más fuerte y dijo algo que no pude oír. Fue a ella de nuevo, un brazo
serpenteando alrededor de su cintura para tirarla hacia sí.
65
—No —dijo, su voz amortiguada contra el pecho del chico mientras la sujetaba
cerca. La cabeza de él torcida, la boca en su cuello y su otra mano deslizándose abajo
hacia su teta—. Ryan…para…
—¡Oye! —Lola la amiga de Kacey se alejó de su chico y empezó a tambalearse
hacia Kacey para ayudarla.
Fui más rápido.
Agarré al baterista de su hombro y lo empujé fuera de Kacey muy fuerte, él
tropezando en sus talones y aterrizando en su trasero.
—Dijo que pararas, imbécil —le dije. El baterista se paró, su expresión
transformándose de la confusión al enojo. Lo miré fijamente, y cuando Kacey cayó
contra mí, su cara enterrada contra mi chaqueta, mi brazo fue a su alrededor.
—¿Quién carajos eres? —El labio del baterista curvándose en una mueca—. El
chofer…
—Bien, bien —dijo Jimmy Ray, moviéndose entre nosotros—. Vamos a calmarnos.
Todos somos amigos aquí...
—El infierno que lo somos —le dije, sin quitar mis ojos de Ryan. Uno de mis brazos
sostenía apretada a Kacey, el otro cerrado en un puño a mi lado. Adrenalina pasaba a
través de mis venas y se sentía jodidamente bien, y temerario. No era un tipo violento,
pero si este bastardo quería pelear, lo haría.
Los miembros de la banda, incentivados por Jimmy, se movieron hacia la casa.
Ryan estaba demasiado ebrio para pelear, y creo que lo sabía. Me sacó el dedo medio
y se dejó llevar por sus compañeros. Lola permaneció detrás.
—¿Estamos todos bien? —preguntó Jimmy—. ¿Estás bien, gatita?
Kacey se movió lejos de mi brazo, pero se mantuvo cerca, sosteniendo el puño en
mi chaqueta. Dio una rígida sonrisa.
—Claro, Jimmy. Estoy bien.
—Al diablo con eso —dijo Lola, mirando a su manager—. Si Ryan vuelve a tocarla
le cortaré la polla. Deshazte de ellos, Jimmy. Encuentra otros teloneros.
Me gustaba esta Lola.
Kacey ondeó una mano.
—No, no, no es gran cosa. Está bien…
—No, no está bien —digo.
Jimmy frotó su mentón.
—¿Esto tiene que ser una gran cosa? ¿Ahora mismo? Tengo cientos de personas
viniendo a esta fiesta…
Incluso mientras hablaba, otros coches llegaban, taxis y limosinas, un flujo
constante de gente. Si no movía el coche pronto, estaría encajonado.
Bajé la vista a Kacey. Estaba ebria, y si la dejaba ir dentro de esa casa, solo se
embriagaría más. O se desmayaría. Ryan podría decidir tomar lo que quería de 66
cualquier modo, y en una casa de ese tamaño, con una fiesta intensa, ¿quién lo sabría?
Mantén la rutina, pensé, incluso mientras mis manos se movían por su cuenta.
Tomé el rostro de Kacey y lo incliné ligeramente, haciéndola mirarme. Su boca ancha
temblaba bajo el labial rojo. Maquillaje oscuro convirtiendo sus ojos en dos grandes
zafiros, azul claro con un aro oscuro alrededor del iris. No lo había notado antes.
Hermoso. No pertenecía aquí.
—¿Te quieres ir? —le pregunté.
Sus ojos sostuvieron los míos, el alcohol opacando el brillo que había visto en ellos
durante nuestro almuerzo. Pero su voz fue firme cuando respondió:
—Sí, sí quiero.
Le sonreí, extrañamente orgulloso.
—Hecho.
Sus ojos vidriosos se agrandaron sorprendidos, entonces con una ráfaga de
aliento empapado en whiskey, se marchitó contra mí.
—Todo está bien, Jimmy —murmuró—. Jonah… Él es tan bueno para mí.
La encaminé al asiento delantero de la limosina y la ayudé a entrar. Su cabeza
recostada en el reposacabezas, sus ojos cerrados, y le abroché el cinturón de seguridad
para mantenerla a salvo.
—¿Le empacas una bolsa? —le dije a Lola, cerrando la puerta.
Entrecerró sus ojos hacia mí, midiéndome, luego asintió y fue dentro de la casa.
Jimmy la siguió con la mirada, luego se giró de vuelta a mí.
—¿Empacar una bolsa?
—Se quedará conmigo unos días —dije.
Él sopló el aire fuera de sus mejillas húmedas.
—Estaremos fuera de aquí el martes. —También borracho como el infierno,
trataba de mantener algo de autoridad—. Tengo preparadas veinticinco ciudades más
y está bajo contrato. Solo para que estés al tanto.
—Lo sé —dije, mi voz seria. Me enderecé en toda mi altura, elevándome sobre él—
. Se tomará un descanso de este lugar.
¿Y luego qué?, la voz de la prudencia preguntándome. La ignoré.
—Un descanso. Sí, de acuerdo. —Jimmy encendió un cigarrillo y lo clavó en los
dos dedos que sostenía hacia mí—. Sé dónde trabajas. Quieres mantener tu trabajo,
cuídala.
—Mejor de lo que tú lo haces —le dije.
—¿Crees que eres especial para ella? ¿Su héroe? —Resopló una risa—. Toma un
número, amigo.
Se retiró dentro de la casa que rápidamente se llenaba. Lola regresó con un bolso
de viaje y una pequeña mochila de cuero. Los tomé y caminé hacia el maletero. 67
—¿Cuál es el asunto aquí? —preguntó Lola—. ¿Ustedes dos…?
—No. —Lancé las bolsas dentro—. Necesita un tiempo lejos. Obviamente.
—¿Así que se quedará unos días en tu sofá, y luego se nos unirá de nuevo antes
de que dejemos Las Vegas?
—Ese es el plan. —Azoté la cubierta del maletero—. Si te preocupas por si estará
o no a salvo conmigo, lo estará. Juro por mi vida que nunca le haría daño, ¿de acuerdo?
Lola asintió lentamente.
—De acuerdo, bien. Esto podría ser bueno. No mataría a Kacey mantenerse sobria
por cuarenta y ocho horas consecutivas. La amo completamente, pero es jodidamente
rara. Esta es nuestra gran oportunidad. Mi gran oportunidad, y si puede mantener su
mierda junta lo suficiente, vería que es la suya también.
Lo dudo. Me moví hacia el lado del conductor.
—Voy a llamarla —me dijo Lola, siguiéndome—. Para asegurarme de que está
bien.
—Eso espero —contesté, y azoté la puerta.
No puedes salir pitando en una limosina, pero estuve cerca, el palacio rosa
desvaneciéndose en mi vista trasera.
Conduje de vuelta a la autopista para devolver la limosina, empujando a Kacey a
través del garaje hacia mi camioneta. Por algún milagro nadie nos vio. De vuelta en mi
apartamento, era todo como anoche, excepto que Kacey no olía a vómito y a cigarro.
La esencia de su perfume, su sudor y un deje de whisky permeaban el aire mientras la
ayudaba a salir de la camioneta.
Esta vez, no estaba inconsciente, pero sí completamente ebria, a veces apenas
capaz de sostenerse en sus pies, a veces apoyándose en mí para caminar conmigo. Dos
veces lanzó sus brazos alrededor de mi cuello y murmuró en mi oído como estaba
agradecida por salvarla. Mi piel se enchinó y mi ingle apretó mientras la iba a recostar
a mi cama.
—Jonah. —Suspiró, aun pegándose a mí, tratando de tumbarme a la cama con
ella—. Eres tan bueno para mí. El último hombre bueno en la tierra.
—Kacey, espera…
Intenté con delicadeza sacar sus brazos de mi cuello, pero era tenaz. Sus labios
rozaron mi piel sobre el cuello de mi uniforme. Cálidos, húmedos besos debajo de mi
oreja, trabajando hasta que sus dientes raspaban mi lóbulo, y tuve que apretar mis
dientes. Lamió y jugó, su boca en un empuje gravitacional y estaba empezando a ser
absorbido, listo para colapsar sobre ella, dentro de ella. Mis manos deseaban la
suavidad de su piel y su cabello, la curva llena de sus pechos bajo mi palma… 68
—Kacey —dije—. No podemos…
—Sí —susurró contra mi mejilla. Su boca moviéndose a mi mandíbula, sus labios
abriéndose camino a través de piel que no había sentido el toque de una mujer en más
de un año. Sus manos enredadas en mi cabello, pequeños sonidos entrecortados de
deseo emitiéndose de su garganta. Su boca casi encontrando la mía cuando una ráfaga
acre de whisky llenó mi nariz, trayéndome de vuelta como una bofetada.
¿Qué carajos estás haciendo?
Me alejé antes de que sus labios encontraran los míos y me desenredé de su
abrazo.
—No eres divertido —murmuró, y luego estiró sus brazos sobre la cabeza, sus
dedos extendidos en el somier de madera. Sus pechos presionados contra el delgado y
brillante material de su top negro—. No seas así. Ven a la cama, nene.
La realidad empapándome como un balde de agua helada.
Ahora mismo podría ser cualquiera.
—Necesitas dormir —espeté. Abrí la cremallera del bolso que Lola empacó, y
escarbé hasta que encontré una camiseta y un suave pantalón corto. Los puse en la
cama y comencé a ir hacia la puerta.
Ni bien había apagado la luz cuando su voz me llegó, pequeña y frágil en la
oscuridad.
—Espera. ¿Jonah…?
Me detuve, pero no me giré, mis hombros encorvados.
—¿Sí?
—Quédate. El techo… Está dando vueltas…
No lo hagas.
Lo hice. Obligado.
Me giré y moví lentamente de vuelta a la cama. La única luz venía de la calle fuera,
una luz blanca proyectando un brillo plateado sobre la cama, a través de su cabello
que caía de su moño. Tendió su mano. La tomé, y me senté a su lado.
Kacey se acercó más a mí, presionando su mejilla contra mi muslo y su brazo
envuelto alrededor de mis rodillas.
—¿Dónde estoy? —Su voz un poco mal articulada, cada vez más débil mientras el
sueño se la llevaba—. ¿Dónde estoy, Jonah?
—Estás a salvo, Kacey —murmuré. La sostuve un ratito, luego la ayudé a
cambiarse a sus ropas cómodas, teniendo cuidado de mantener mis ojos desviados
tanto como fuera posible de su cuerpo, pálido y suave y tendido ante mí.
Levanté las cobijas. Y porque pensé que no recordaría esto en la mañana, acaricié
su cabello hasta que se durmió. Después me fui, cerrando la puerta con suavidad. 69
Alguien estaba usando esa maldita motosierra de nuevo.
Me desperté, parpadeando ante la luz de la mañana que fluía desde una pequeña
ventana. Iluminaba un dormitorio: cama, cómoda, mesita de noche, todo llano en una
manera de piso de soltero. En el suelo al lado de la cama estaba mi bolsa y la pequeña
mochila de cuero que servía como mi cartera. Fuera de la puerta, el zumbido
continuaba.
Jonah y su divina licuadora.
Me tomó un minuto borroso para juntar las piezas del rompecabezas de la noche
anterior. Los recuerdos llegaron como fotografías dispersas: el baterista de Until
Tomorrow, nuestro acto de apertura, manoseándome antes de que Jonah lo empujara
lejos. 70
“¿Quieres salir de aquí?”.
Y me había sentido tan segura…
Me senté despacio y empujé las mantas para encontrar que vestía una camiseta
y pantalón corto de dormir. Un recuerdo vago se apoderó de mí: Jonah ayudándome a
quitarme el pantalón de cuero, ayudándome a cambiarme de ropa…
Lo besé. Solo en su cuello y oreja… Pero olía tan bien. Traté de tirar de él a la cama
y…
—Oh Dios. —La mortificación corrió roja sobre mi piel y sostuve mi dolorosa
cabeza entre mis manos—. No, no, no… No Jonah. No él.
No fue el alcohol. No completamente. Era la maldita necesidad insaciable de
conexión, que me llevaba a encontrar consuelo en cualquier parte y de cualquier
manera que pudiera. Jonah me cuidó, me protegió, y lo había rebajado al mismo nivel
de los roadies sin nombre que llevaba a mi cama.
Eché un vistazo a la mesita de noche. Un vaso con agua, dos aspirinas.
Lágrimas brotaron de mis ojos.
El radio-reloj mostraba las siete y cuatro, Jonah se iría al taller en cualquier
momento. Me levanté, abrí la puerta del dormitorio y me acerqué al estrecho pasillo.
La licuadora se apagó y oí voces de hombres. Alguien más estaba aquí. Me moví sobre
las puntas de los pies, congelada. Parte de mí rogó regresar al dormitorio y esconderse,
fingir que nada había sucedido. La otra mitad, harta de esconderse tras Jagermeister
y whisky, me empujó hacia la cocina.
Jonah se veía perfectamente guapo con vaqueros y una camiseta azul pálida.
Tomó una píldora del compartimiento del domingo de esos contenedores de toda la
semana para la medicina. El resto de los compartimientos abarrotados, con las tapas
abultadas. Tragó la píldora con lo que parecía un vaso de barro y hierba. La mueca
que retorció sus labios me dijo que la bebida no sabía nada mejor de lo que parecía.
Una tos ronca me sacó de mis pensamientos. El chico sexy de las fotos en la pared
de la sala de estar se apoyaba contra el mostrador, vestido con una camiseta negra y
vaqueros. Sus musculosos brazos, entintados con tatuajes tribales, cruzándose sobre
su ancho pecho. Su cabello oscuro estaba corto y un leve rastrojo crecía a lo largo de
su mandíbula. Era una versión más robusta y voluminosa de Jonah. Tenía que ser su
hermano. Pero donde el rostro de Jonah era guapo en su actitud abierta y amistosa,
la de su hermano era cerrada, tensa y oscura. Su mirada enojada se disparó desde la
medicación de Jonah a mí, como si no pudiera creer que las dos cosas pudieran existir
en el mismo espacio.
La sensación de ser una intrusa volvió a retorcer a mi estómago ya inestable, luego
Jonah se volvió en mi dirección. La sonrisa que dividió su cara cuando me vio me
calentó como un sol de verano.
—Umm, hola —dije—. Buenos días.
—Hola. —Jonah vio la expresión asombrada de su hermano, y cambió la suya a 71
una neutral—. Kacey, este es mi hermano, Theo. Theo, esta es Kacey Dawson. Se va a
quedar aquí por unos días.
—Encantada de conocerte, Theo.
A pesar de su mirada de muerte del infierno, mi instinto fue abrazar a Theo. Me
gustaban los abrazos. Y como era el hermano de Jonah, inmediatamente sentí una
afinidad por él. Pero su mirada fría me clavó en mi lugar.
Los ojos de Theo se arrastraron de arriba hacia abajo, viendo mi desordenado
cabello, la larga camiseta que cubría mi pantalón corto y hacía parecer como si no
llevara nada debajo. Era bastante obvio lo que Theo suponía estaba pasando entre su
hermano y yo, y no le gustaba.
—¿Cuándo sucedió esto? —exigió a Jonah, sin siquiera molestarse en ocultar el
tono acusatorio en su voz.
¿Esto? ¿Soy un esto? No lo creo, amigo.
Antes de que Jonah pudiera responder, dije:
—Esto sucedió anoche. Nos casamos en una de esas capillas, ¿no… Johnny?
¿Jordan? —Chasqueé los dedos, mi rostro fruncido en confusión—. Espera, no me lo
digas… definitivamente es un nombre con J.
Jonah ahogó una carcajada.
Theo me fulminó con la mirada, pero me ignoró.
—¿Se quedará aquí? ¿Por cuánto tiempo? ¿Cuándo ibas a decírmelo?
—Sí, hasta el martes, y estaba a punto de hacerlo, pero Kacey se me adelantó —
dijo Jonah—. Y Jesús, estás siendo grosero como el infierno. Incluso para ti.
La madre de todos los silencios incómodos descendió sobre mí cuando los
hermanos se miraron y tuvieron una conversación privada; prácticamente podía
escuchar los pensamientos que pasaban entre ellos como palabras.
Por último, aclaré mi garganta y señalé a la bolsa de supermercado en el
mostrador rodeada de cremas y azucares.
—¿Qué es todo esto?
Los ojos de Jonah lentamente dejaron a los de Theo.
—Salí y traje algunas cosas.
—Eso es muy amable de tu parte siendo tan temprano en la mañana. —Olí el
aire—. El café descafeinado nunca olió tan bien…
—Eso es porque es regular. —Jonah sacó una taza de la UNLV de un armario, la
llenó y me la entregó.
—Gracias. —Me moví con cuidado más allá de Theo. Su disgusto por mí seguía
emanando de él como el calor de un horno. Me senté en un taburete al otro lado del
mostrador, subiéndome la camiseta un poco para probar que llevaba pantalón corto.
Vi la mirada de Theo en la calavera tatuada en mi muslo izquierdo. Por un breve
momento su expresión se relajó, poniéndose curioso. Empecé a entablar una 72
conversación sobre sus tatuajes, cuando la Mirada de Muerte regresó, como una puerta
cerrándose de golpe en mi cara.
Se empujó fuera del mostrador.
—¿Estás listo, hermano? —dijo—. Vamos a hacerlo.
Jonah terminó su malteada de proteínas y tiró la tasa al fregadero.
—Volveré en unas horas —me dijo—. Así que no te quedarás sola para el almuerzo.
Theo abrió mucho los ojos.
—¿No vas a trabajar durante el almuerzo?
—Primera vez para todo —respondió Jonah.
—No, no quiero arruinar tu horario —dije—. Tienes mucho trabajo que hacer.
Estaré bien aquí, en serio. —Miré a Theo—. De verdad.
—De verdad —dijo Theo, sin expresión.
—De verdad, volveré para el almuerzo —dijo Jonah—. Si necesitas algo más, hay
una tienda en la calle, a unos diez minutos a pie. Dame tu número celular, y te avisaré
si llego tarde.
Theo miró hostil mientras Jonah y yo intercambiábamos números de celular.
—Todavía vendrás a cenar esta noche, ¿verdad? —dijo. Me miró, sus ojos marrón
claro serios y glaciales—. Lo hacemos todos los domingos. Solo para la familia.
Jonah se pasó las manos por la cara.
—Jesucristo, Theo.
Durante medio segundo, Theo se vio arrepentido, luego se volvió como de piedra
nuevamente.
—Esperaré en la camioneta. —Se dirigió hacia la puerta del apartamento y la cerró
con fuerza detrás de él.
—Encantada de conocerte —le dije a mi taza de café.
—Lo siento. Se ha convertido en un dolor en el trasero desde… —Jonah rió
brevemente—. Desde que nació, en realidad.
—¿También trabaja con vidrio? ¿Es por eso que va a la tienda?
—No, es una artista de tatuajes.
—¿En serio? Estaba pensando en hacerme otro tatuaje. Lástima que odie mis
tripas.
—No te odia. Solo es… protector. A veces me ayuda en la tienda. También tengo
una asistente. Tania. Pero no está los domingos.
—¿Así que vino hasta aquí para recogerte?
Jonah se pasó la mano por su cabello.
—Sí, somos… Somos cercanos. Y le gusta pasar el rato.
—Así que debajo de todo ese ceño fruncido y gruñidos, es un blandengue. 73
Afuera, la bocina de un auto sonó, fuerte y largo.
Me eché a reír.
Jonah también lo hizo y luego cayó un breve silencio. Me imaginé que era ahora
o nunca si me iba a disculpar por anoche.
—Fue muy amable de tu parte dejarme caer en tu cama anoche. Estaba… muy
borracha. No quise desalojarte. O…
—No lo hiciste —dijo Jonah—. No duermo en la cama. No lo he hecho en unos
cuatro meses.
Parpadeé.
—Em, bueno, preguntaré: ¿dónde duermes?
Asintió hacia el área de la sala de estar detrás de mí.
—En el sillón. Mi doctor quiere que duerma semi-inclinado. Para una mejor
respiración. No es gran cosa —añadió rápidamente.
Fruncí el ceño. Sonaba como una puta gran cosa. ¿Qué pasaría si durmiera
acostado? ¿Dejaría de respirar? No podía preguntar eso, así que en su lugar dije:
—¿Es eso… cómodo?
—Es solo otro ajuste.
—¿Por qué no compras una de esas camas lujosas? ¿Dónde puedes elevar la
cabeza?
—No entra en el presupuesto —dijo Jonah, y una mirada amarga contorsionó su
rostro. Se inclinó hacia delante, con las manos apoyadas en el mostrador, con la cabeza
colgando entre sus brazos.
Mi corazón saltó.
—¿Jonah? —Cada músculo en su cuerpo se tensó—. ¿Estás bien?
—Bien —dijo al suelo, aspirando corrientes de aire—. Solo con nauseas.
—¿Quieres un poco de agua? —Ya estaba fuera del taburete y revisando su
gabinete por un vaso. Lo llené a la mitad del grifo y lo presioné en su mano.
Se inclinó y bebió un poco.
—Gracias —dijo—. Ha pasado.
Podía oler la loción para después del afeitado, limpio y masculino. El recuerdo de
su piel bajo mi boca hizo temblar mis rodillas. Volví a mi asiento, las mejillas ardiendo.
Jonah tomó un último profundo suspiro y dejó el agua a un lado.
—Gracias de nuevo.
—¿Eso pasa mucho? —pregunté—. ¿Cuando tomas esas píldoras?
Asintió.
—Son inmunosupresores. Previenen que mi cuerpo rechace al corazón, pero sus 74
efectos secundarios no son divertidos.
Traté de pensar en algo mejor que decir, algo reconfortante, o gracioso para
hacerlo reír, pero todo lo que pude pensar era que lamentaba que tuviera que sufrir
esto en absoluto.
Desde afuera, la bocina del auto sonó de nuevo.
—Mi hermano, el epítome de la paciencia —dijo Jonah—. Nos vemos luego.
Estaba en la puerta, girando la perilla. Unos segundos más tarde se habría ido y
todavía tenía asuntos pendientes. Reuní mi coraje.
—¿Jonah?
Se detuvo, dando la vuelta.
—¿Sí?
—… lo siento por lo de anoche.
Se puso rígido.
—Está bien. No es gran cosa.
Mojé mis labios que se habían secado, y me deslicé del taburete, moviéndome para
estar detrás del sofá, una barricada.
—No, es un gran problema. Para mí. Realmente siento haber intentado… No es
una cosa de sexo. —Tiré de un hilo inexistente en la tapicería—. Bueno, es un poco
sobre sexo. A quién no le gusta el sexo, ¿verdad? —Reí débilmente, luego tosí—. Pero
sobre todo es la comodidad. El después. Ser sostenida por un hombre mientras
duermo. Estoy segura de que suena patético, pero es lo que me gusta, y siento haber
intentado que hicieras eso. Eres más que eso.
Jonah sacudió la cabeza, su expresión dolorida.
—No puedo ser más que eso, Kacey.
—No, quiero decir, eres un amigo. O tal vez podríamos ser amigos. Si quieres. Y
eso es todo lo que quiero. Honestamente, no puedo estar con nadie en este momento,
aunque quisiera. En caso de que no te hayas dado cuenta, soy un desastre.
—No eres un desastre más que cualquier otra persona —dijo en voz baja.
Mi pecho se apretó, trayendo lágrimas a mis ojos.
—Gracias por decir eso, incluso si no se siente verdadero.
Sonrió, y aunque no era la sonrisa de megavatios que iluminaba su rostro y me
emocionaba, era cálida y amable. Y reconfortante.
—Realmente debo irme —dijo—. Voy tarde.
—Gracias —dije mientras abría la puerta principal—. Por el café y por dejarme
quedar aquí. Gracias por todo. Lo digo en serio.
—De nada —dijo—. También lo digo en serio.

75
El negro Chevy Silberado de Theo estaba estacionado en la acera.
—Al fin —dijo mi hermano, frunciendo el ceño cuando entré—. Esa chica te está
distrayendo.
—No fue ella —dije—. Fue el maldito Gengraf.
—¿Nauseas? —dijo Theo, su tono pasando instantáneamente de ira a
preocupación—. ¿Estás bien?
Le disparé una mirada.
—Esa chica me consiguió un poco de agua y me sentí mejor.
Theo resopló. Me miró una vez más, entonces maniobró su camioneta por el
ajetreado tráfico sabatino mañanero hacia el estudio. Miré el norte de Las Vegas pasar 76
por mi ventana, las calles peatonales y gasolineras, complejos de apartamentos más
pequeños y más viejos que el mío, pero mis pensamientos estaban en la apología de
Kacey.
No puedo estar con nadie ahora mismo…
Perfecto. Ni siquiera podía.
¿Entonces por qué mi pecho dolió como una vieja magulladura?
—¿Estás pensando en ella? —preguntó Theo.
—¿Kacey?
—No, la madre Theresa. Sí, Kacey. ¿Quién demonios es ella?
—¿Por qué eres tan hostil? Sólo es una chica pasando el rato en mi sofá.
Theo miró el camino, encogiéndose de hombros.
—No quiero ver otra jodida situación como la que tenías con Audrey.
—Estuve con Audrey por tres años. He conocido a Kacey apenas por veinticuatro
horas. Puedes calmarte.
—¿Qué tanto le dijiste sobre tu situación?
Más de lo que debería. Me removí en mi asiento.
—Ella sabe que me operaron.
Theo se me quedó mirando tanto tiempo que pensé que chocaría la camioneta.
Volvió su mirada al camino, su expresión severa.
—Está bien, desembucha. ¿Qué está pasando con ella? —preguntó—. De verdad.
Descansé mi codo sobre la puerta, frotando mi barbilla.
—Lo que pasa es que ella agarró días libres hasta que su banda deje la ciudad
con el tour. Está tomando un descanso. Eso es todo. De verdad.
—¿Por qué simplemente no se queda en un hotel? ¿Y desde cuándo le cuentas a
totales extraños sobre la operación?
—Ella no lo hace bien sola. —Le eché un vistazo—. No es para tanto. Le estoy
dando un respiro y ella es buena compañía. Tiene buen sentido del humor. La pasamos
bien juntos.
Sólo hicimos… clic.
—La conociste ayer. —La voz de Theo era baja, pero pude escuchar el carácter
retumbando en ello, como una tormenta distante. Mantuvo su mirada fija en el
camino—. ¿La estás follando?
—Jesús, Theo. —Aún la imagen de Kacey recostada en mi cama me llegaba. La
había querido anoche, rendirme ante ella, tener los brazos y piernas de una mujer
sujetos alrededor de mí otra vez. Quería sentir el suave cuerpo de una mujer a mi lado,
para estar arriba de ella y dentro de ella y…
—Amigo. ¿Te la estás follando?
77
Olvidé que Theo podía leer mi rostro como la primera página de un periódico.
—No —dije—. No es de tu incumbencia. Ella está pasando el rato hasta el martes,
entonces va a regresar al tour con su banda. Viajará por todas partes durante meses.
—¿Y estás bien con eso?
—Por supuesto que estoy bien con eso. ¿Qué podría posiblemente pasar entre
nosotros? ¿O entre yo y alguien más en realidad?
Theo apretó la mandíbula.
—No comiences con esa mierda del juicio final. No sabes con seguridad si… —
Negó, indispuesto a expresar la posibilidad—. Las medicinas podrían trabajar. Ellos
probablemente están trabajando.
—¿Entonces por qué eres tan idiota con Kacey?
Se encogió de hombros.
—Me importa una mierda. El doctor dijo que tenías que ser cuidadoso.
—Dijo que no tenía que esforzarme demasiado. No dijo que tenía que hacerme un
monje. Extraño estar con una mujer. Ser íntimo con ella.
—Eres el que no tiene aventuras de una noche... —dijo Theo—. Algo que nunca
entenderé. —Pasó una mano por su cabello—. Mira, si quieres follar, folla. No quiero
otra situación como la de Audrey. No quiero vigilar a alguna chica para que esté contigo
cuando jodidamente la necesitas cerca.
—Yo tampoco —dije—. Lo que hizo Audrey… dolió, pero no estaba enamorada de
ella.
Nos detuvimos en una luz roja. Theo se volvió en su asiento.
—¿Qué?
—Amé a Audrey, pero no estaba enamorada de ella. —Escuché mis propias
palabras, esperando sentir algo de dolor. Pero el único dolor que sentí no fue por lo
que tuve con Audrey y lo que perdí, sino por algo que nunca tuve—. Nunca he estado
enamorado.
Los ojos de Theo se agrandaron.
—¿No estabas enamorado de Audrey? ¿De verdad? Porque es seguro que gastaste
un montón de tiempo con ella.
—La amé, pero ella no… me volvía loco. No perdía el hilo de pensamiento cuando
ella entraba a un lugar, o sentir ese sentimiento que tienes… —Negué, buscando las
palabras—. Éramos una buena pareja. —Como un par de zapatos, pensé—. Pero no
tenía ese sentimiento.
—¿Qué sentimiento? —preguntó Theo dubitativamente.
—Ese sentimiento que se supone tienes cuando estás con la mujer que amas. No
puedo describir ese sentimiento porque nunca lo sentí. ¿Tú sí?
78
Theo me dio una mirada maliciosa.
—Me estoy guardando para el matrimonio.
Resoplé una risa.
—Creo que vas atrasado con eso.
Theo endureció la mirada otra vez.
—Así que no estabas enamorado de Audrey. ¿Y estás teniendo esa revelación
ahora? ¿Por Kacey?
Volteé mis ojos hacia mi ventana.
—Por Dios, simplemente la conocí. No, sólo quise decir… ya que estamos en el
tema. Es algo que perdí. Estar enamorado.
—No lo perdiste —dijo Theo—. Todavía no has perdido nada. Si vuelves a Morrison
y consigues otra biopsia…
Suspiré, cansado de tener esta misma conversación un millón de veces.
—¿Qué pasaría si lo hiciera? ¿Encontraría un milagro esperándome? La
aterosclerosis no va a revertirse.
—No, pero puede malditamente ralentizarse, o detenerse por completo. Quizá
tienes más tiempo de lo que piensas. Muchos más. Si no fueras tan jodidamente
pesimista…
Él conservaba una esperanza que no estaba allí, pero yo sabía la verdad. Lo sentía
en el tuétano de mis huesos, en el débil pulso de mi corazón, sus paredes y pasadizos
endureciéndose lentamente como vidrio enfriándose.
—Si consigo otra biopsia —dije—, perdería al menos un día completo en la tienda.
Theo no dijo nada y la ira flameó roja caliente en mí.
—Iré después de la apertura de la galería, ¿está bien? Maldita sea, Theo, sólo estoy
tratando de hablar sobre algo verdadero para un maldito cambio. Extraño tener a
alguien en mi vida. No soy egoísta; sé que es demasiado tarde ahora. Pero lo perdí y
apesta, ¿de acuerdo?
—Sí, hombre —dijo Theo, bajando su tono a uno más tranquilo—. Eso es genial.
Nunca hablamos sobre eso antes. Sobre lo que quieres.
—¿Te refieres a lo que quiero antes de morir? Puedo decirlo, Theo. Desearía que
lo hicieras.
—¿Para qué? —espetó—. ¿Qué jodido bien hace eso a alguien?
—A mí. Me hace bien. Así no siento como…
—¿Qué?
Tan malditamente solo.
Entramos al estacionamiento de la tienda y Theo apagó el motor. Se sentó más
erguido, sus ojos fijos cuando habló.
—Mira, si quieres o necesitas cualquier cosa… sólo dime, ¿está bien? Siempre me 79
dices que no haga lista de cosas por hacer antes de morir. Pero si hay algo que quiera
y yo puedo dártelo, dime, ¿bien? Cualquier cosa.
Muriendo, aprendí, no es un equipo de deporte. Eso es un solidario esfuerzo. A
cada uno que amé estaba de pie sobre la tierra firme, mientras yo estaba solo en un
barco mientras era arrancado lentamente de la orilla, y no había nada que pudieran
hacer por eso, pero lo mirabas pasar.
Inmediatamente me sentí como una mierda por soltar toda mi ira sobre Theo, o
decirle lo que echaba de menos o quería o nunca podría tener. ¿Qué era para ellos sino
simplemente otra carga para llevar? Una cosa más que él no podría hacer nada. El
dolor estaba escrito en cada línea de su rostro.
—Está bien, gracias, Theo. Gracias por buscarme. —Reuní una sonrisa, y le pegué
en el hombro—. Vamos. Vamos a trabajar.
Theo podría haber sido un artista del vidrio si hubiera querido hacerlo. Era
talentoso y absolutamente intrépido. Le encantaba el fuego, pero odiaba la fragilidad
del vidrio después. A Theo le gustaba la permanencia. Trabajaba con gruesa tinta negra
que perforaba la piel, la hacía sangrar, y luego permanecía incrustada para siempre.
Nuestro padre pensaba que estaba desperdiciando su increíble habilidad para dibujar
y bosquejar trabajando con tatuajes, pero era perfecto para mi hermano.
Trabajábamos casi en silencio; excepto por el silbido rugiente del horno, la tienda
caliente estaba tranquila y mis pensamientos fluctuaban a nuestra conversación, a
Theo, que había estado conmigo a través de mi enfermedad, a través de la traición de
Audrey. Ella no había roto conmigo, le había dicho a Theo, y luego había salido de la
ciudad, dejándolo para dar la noticia.
80
Rodé la pipa en mi mano, viendo que las llamas lo envolvieron, lo hacía
resplandecer caliente y blanco...

Me senté en una silla en la oficina del Dr. Morrison. No era la sala de examen blanca
donde generalmente me veía, con su larga mesa de empapelado blanco y la pequeña
bandeja de instrumentos, guantes de látex y jeringas envueltas individualmente. Esa
habitación era para pacientes que estaban recibiendo tratamiento. Pacientes aún en la
lucha.
Hoy estaba en el consultorio privado del Dr. Conrad Morrison, cirujano
cardiovascular y especialista en trasplante cardíaco. En lugar de un campo de batalla,
este era el lugar donde el champán de victoria se estallaba... o donde las banderas
blancas de la rendición se arrojaban.
Theo se sentó a mi lado, se inclinó hacia abajo, mordisqueando su uña del pulgar,
su pierna saltando. Podía sentir la energía de mi hermano menor irradiando. Tomó el
resplandor amarillo de su miedo y lo quemó hasta que estaba caliente y listo para hacer
combustión.
Yo esperaba estar atormentado por el temor. No sentía nada. Ningún temor. Ni
siquiera miedo. Estaba bajo el miedo. Entumecido.
Esperamos cinco minutos en esa oficina, observé el reloj rodear cada uno. Cinco
minutos que se sentían como años y también nada de tiempo en absoluto. La puerta se
abrió y el Dr. Morrison entró, con una carpeta metido bajo su brazo y una expresión
sombría en su rostro. Mi corazón prestado golpeó contra mi caja torácica, rompiendo el
entumecimiento. Inmediatamente lo quise de vuelta. Sentir que nada era mejor que este
terror profundo.
El Dr. Morrison tenía la apariencia de un maestro de estudios sociales de octavo
grado, a finales de los cincuenta, con entradas, alto y un tanto desgarbado. Sus ojos
eran afilados. Los ojos de un cirujano, con una vasta riqueza de conocimientos médicos
y experiencia detrás de ellos.
Me ofreció una delgada sonrisa y extendió su mano para agitarla.
—Jonah. Qué bueno verte. Siento haberlos hecho esperar.
Me puse medio en pie en piernas débiles y le estreché su mano.
—No hay problema —dije, mirando la carpeta que tenía debajo de su brazo.
Ese expediente que contaba una descabellada historia de un joven perfectamente
sano —que nunca había estado enfermo en su vida, excepto por un episodio de
amigdalitis en el quinto grado— derribado por un virus que destruía su corazón. Era
grueso ahora, lleno de análisis de tipo de tejido, diagnósticos, análisis de sangre,
pruebas de laboratorio, una cirugía de urgencia, una larga lista de medicamentos
inmunosupresores y, finalmente, los resultados de la biopsia. Diecisiete de ellos. El
número dieciocho fue el día anterior. Sus resultados estarían en la parte superior.
81
—Theo —dijo el Dr. Morrison con un movimiento de cabeza. No ofreció su mano y
Theo no se levantó de su asiento, sólo asintió a cambio. Su pierna saltó más rápido.
El Dr. Morrison se movió detrás del gran escritorio de caoba para sentarse en la
silla de cuero. Puso la carpeta en su escritorio, pero no la abrió. Dobló sus manos de
dedos largos. Esas manos habían quitado mi corazón enfermo de mi cuerpo hace quince
meses, y luego acunaron uno nuevo. Ellas lo habían bajado suavemente en el espacio
vacío, reconectando todo lo que necesitaban reconectar, volvieron a poner mi caja torácica
en su lugar correcto y me cosieron de nuevo.
En lugar de dar la bienvenida al nuevo corazón, y a pesar de los diversos cócteles
de fármacos inmunosupresores que había estado tomando religiosamente durante los
últimos trece meses, mi cuerpo atacó. Un ataque lento pero implacable, despedazando a
este intruso extranjero pedazo por pedazo, dejando atrás heridas que se convirtieron en
cicatrices. En última instancia fueron las cicatrices las que estaban matando al nuevo
corazón. Y matándome.
El Dr. Morrison inhaló.
—Los resultados de tu última biopsia no son lo que esperábamos...
Habló y escuché las palabras, una serie de jergas médicas con las que me había
familiarizado infinitamente durante el último año, de modo que no necesitaba la
traducción de un laico. Palabras como aterosclerosis, estenosis, vasculopatía de
aloinjerto cardíaco e isquemia miocárdica. Un montón de latín empalmado con el inglés,
cosido con la ciencia y la autoridad, y destilado en el más último de los resultados
finales.
—Lo siento, Jonah —dijo el Dr. Morrison, su voz pesada y baja—. Me gustaría tener
mejores noticias.
Asentí en silencio. Voy a tener que decirle a mi madre.
El pensamiento se hundió profundamente en mis entrañas como un veneno
hirviente, quemando el último adormecimiento. Casi vomité en mi regazo. De alguna
manera, hablé en su lugar.
—¿Cuánto tiempo?
El Dr. Morrison apretó sus dedos en su escritorio.
—Dada la rápida progresión de la CAV, seis meses sería una estimación generosa.
Asentí, mentalmente haciendo los cálculos.
Seis meses.
Mi instalación de arte debía estar terminado para la exposición de la galería en
octubre, cinco meses desde ahora.
Eso es muy ajustado...
Theo se apartó de su silla, trayéndome de vuelta al presente. Se paseó detrás de
mí como una pantera, sus ojos oscuros fijos en el Dr. Morrison. La angustia en su voz me
golpeó con cada sílaba.
—¿Seis meses? ¿Qué sucede en seis meses? Nada. Al diablo con tus seis meses. 82
Vuelve a la lista, ¿verdad? ¿La lista de donantes? Si este corazón está fallando, entonces
dale otro.
El Dr. Morrison frunció sus labios.
—Hay algunas implicaciones éticas…
—A la mierda las implicaciones —dijo Theo—. Si él está en la lista, está en la lista.
Un nuevo corazón aparece, él lo consigue. ¿Verdad? —Se volvió hacia mí con ojos
ardientes—. ¿Verdad?
No podría tomar otro corazón de alguien más en la lista que podría vivir una vida
larga y feliz con ella. Tenía un raro tipo de tejido. El más raro. Encontrar un donante que
fuera una coincidencia cercana era casi imposible. Hace trece meses, en un apuro por
salvar mi vida, me habían dado el mejor corazón que podían, la coincidencia más
cercana, y mi sistema inmunológico lo estaba destrozando. Sólo haría lo mismo con otro.
Yo no era un mártir ni por asomo, y no necesitaba serlo. La ética médica y los
procedimientos tomarían la decisión de mis manos. Las siguientes palabras del Dr.
Morrison lo confirmaron.
—Sí, Jonah está de vuelta en la lista de donantes. —Se volvió hacia mí—. Pero su
raro tipo de tejido será de nuevo un factor, y el rechazo crónico manifestado aquí, así
como la forma en que sus riñones están manejando los medicamentos
inmunosupresores. No puedo decir que estoy optimista de que la junta apruebe una
replantación...
Podía sentir la rabia de Theo como un viento caliente en mi espalda.
—¿Qué quieres decir con que no lo aprobarán? Ellos sólo... lo dejarán...
Estaba en el borde, podía escucharlo, y yo ya no podía soportarlo. Tenía que
proteger a mi hermanito, como siempre lo había hecho. Mantenerlo a salvo.
Me puse de pie, con las piernas fuertes ahora.
—Gracias, Dr. M. —Le ofrecí mi mano—. Estaremos en contacto.
El Dr. Morrison también se puso de pie, pero no estrechó mi mano. En vez de eso,
me dio unas palmaditas en mi mejilla en una manera de abuelo.
—Estarás en mis oraciones, Jonah. Esta noche y todas las noches.
—Oraciones. —Theo escupió la palabra en el estacionamiento—. ¿Qué carajo harán
las oraciones? Es un científico. Necesita meter su culo en el laboratorio o algo así y
averiguar cómo detener ese maldito rechazo.
Entonces me golpeó. Todo ello. Como un rayo golpeando la parte superior de mi
cabeza y rasgando hacia abajo, casi partiéndome en dos.
Agarré el brazo de Theo y él se detuvo con una sacudida.
—¿Qué es? ¿Jonah? Háblame…
Lo acerqué, la sangre inundando mi cerebro y mis palabras saliendo en bocanadas
de aire. Mi cabeza se hinchó. Podía sentir el tiempo corriendo detrás de mí, segundo a 83
segundo, y yo todavía no podía haber terminado. Todavía no he terminado.
—Ayúdame, Theo.
—¿Qué es?
—Tienes que ayudarme.
—¿Estás... necesitas a un médico...? —Su cabeza giró alrededor de las filas de
coches estacionados, listo para pedir ayuda.
—No médicos. Ya no. Theo, escúchame. Necesito tu ayuda.
—Dime —dijo—. ¿Qué necesitas? Cualquier cosa, Jonah. Cualquier cosa.
—Ayúdame a terminarlo —dije, mis aburridos ojos en los suyos—. Tengo que
terminarlo, Theo. La instalación. No importa qué. Tengo que dejar algo.
—No hables así —dijo—. No vas a ninguna parte…
Tuve que hacerle ver. Me agarré a mi hermano, lo agarré fuertemente. Era sólido y
real, mientras yo ya me estaba disipando en el aire, partícula por partícula.
—No me dejes desaparecer, Theo. Por favor. Ayúdame…
Los ojos de Theo se ensancharon ante mis palabras, y su agarre en mis brazos se
hizo doloroso.
—Te ayudaré —dijo a través de dientes apretados—. Te ayudaré. Cualquier cosa
que quieras o necesites... Estoy aquí. Y tú también. No vas a desaparecer, Jonah. Maldita
sea, no vas.
Asentí y aspiré varias caladas de aire.
—Bien. Bien gracias. Lo siento, entré en pánico, pero ahora estoy bien. Lo siento.
Vámonos. Podemos irnos ahora.
Comencé a caminar y Theo no tuvo más remedio que seguirme. Podía sentir que me
miraba como un halcón. La solidez de él me calmó mucho más. No su ira, que era un
escudo entre él y el mundo, sino lo que había debajo. Su devoción a los que amaba.
Inquebrantable e irrompible. Permanente.
La sangre se drenó de mi cabeza y mi corazón prestado se estableció. Aun así, el
tiempo se alejaba con cada latido. Tenía un número finito de pulsos que podían ser
contados y medidos.
Seis meses.
Puedo hacer esto, pensé mientras subíamos a la camioneta de Theo. Si hacia un
horario y seguía con él. Si trabajaba tanto como podía, sin parar, lo lograría. Dejaría algo
atrás. Yo no desaparecería en el aire, usaría mi aire para infundir y moldear el vidrio
fundido, capturar mi aliento dentro de él, y cuando se endureciera, una parte de mí
permanecería encerrada para siempre.
Para siempre, pensé, sintiendo un poco del peso pesado levantarse, una
disminución de la oscura sombra siguiéndome, incluso en el sol brillante del desierto. Un
84
poco de esperanza para llevarme a través. Un propósito.
Era hora de ponerse a trabajar.

La recogida de vidrio en mi pipa volvió a caer en el horno, sacudiéndome de mis


pensamientos. Como el vidrio, mi vida había sido fundida y maleable y llena de
posibilidades. Ahora estaba solidificada; horneada y endurecida. Ningún re-hornear.
Ningún empezar de nuevo con alguien nuevo porque no había tiempo para que alguien
nuevo se convirtiera en alguien significativo. Tenía mi instalación. Algo que soportaba,
que no se marchitaría y moriría. Algo que duraba. La memoria tenía más de un año,
pero nada había cambiado. Era hora de ponerse a trabajar.
—Vamos a almorzar y sigamos —le dije a Theo.
Sus cejas se alzaron.
—¿Sí? Pensé que ibas a...
—Le enviaré un mensaje a Kacey y le diré que tengo que trabajar. Puede pedir una
pizza o algo —dije, ignorando la desagradable sensación en mi estómago, la culpa que
pesaba en mi corazón por deshacerme de ella.
Theo frotó su mandíbula, luciendo como alguien que había luchado para salirse
con la suya y ahora se sentía mal por ello.
—Si estás seguro...
—Estoy seguro —dije, sacando mi teléfono—. Tengo que seguir el horario.
Y esa era la verdad.
Fin de la historia.

85
Tomé una ducha para lavar todo lo ocurrido la noche pasada. Todo: el
espectáculo, la bebida, y cómo me había arrojado a Jonah. Después, me envolví en una
toalla, hice un turbante sobre mi cabello con otra, y salí del vapor. Pasé al espejo
borroso sobre el lavabo para ver mi reflejo. Mi mano se detuvo en el cálido vidrio. En
el otro lado estaban los medicamentos de Jonah.
Confió en mí con ellos, y eso me hizo sentir bien conmigo misma de una manera
que no había sentido en mucho tiempo. Pero pensar en el trasplante de corazón real
de Jonah, me hizo retorcer las tripas, como si hubiera devuelto algo súper fuerte con
el estómago vacío. Las terribles catástrofes médicas golpeaban a jóvenes inocentes
todos los días, pero este parecía un desastre cósmico. Un terrible error. No podía
entender por qué la situación se sentía tan mal.
86
Moví mi mano sobre la piel desnuda por encima de mi toalla. Traté de imaginar
cómo sería tener el corazón de otra persona latiendo en mi pecho. ¿Se sentía como el
suyo? ¿Podía sentir que no lo era? Una vez, cuando era niña, accidentalmente me
tragué un cubito de hielo. Sentí la fría y dura roca en mi pecho mientras bajaba. Me
pregunté si Jonah se sentiría así: no el frío, sino la presencia de algo duro y pesado y
extraño en su pecho.
Estás siendo estúpida, me dije. Estoy segura de que no se siente diferente. O se
siente mejor. Su corazón viejo estaba enfermo. El nuevo le ha dado vida.
El pensamiento me animó un poco, aunque la sospecha de que algo no estaba
bien no me dejó.
Me puse shorts y una camiseta sin mangas, y salí del baño. Pero para el AC
agitando la ventana, el apartamento estaba en silencio. Pacífico. Me senté en el sofá
para admirar el hermoso cristal de Jonah que estaba sobre la mesa de café. Recogí el
pisapapel náutico, la vida marina suspendida para siempre en un océano tranquilo.
Mundos aparte.
Hace veinticuatro horas, mi residencia había sido una de las cinco habitaciones
de la casa Summerlin, las salas resonaban con decenas de voces, música fuerte y risas
borrachas a todas horas. Yo no era la única fiestera en nuestro grupo, sólo la más
dedicada. Mi habitación en esa casa estaba destrozada: ropa desparramada por todas
partes, maquillaje desordenado en el baño. El único vidrio que había alrededor no era
un artículo de arte delicado, sino ceniceros rebosantes o botellas vacías que cubrían
los pisos.
La tranquilidad del apartamento de Jonah se infiltró en mí. Lo absorbí, traté de
hacerlo, mantenerlo, para más tarde cuando tuviera que volver a la carretera.
Mi pecho se tensó al pensar en despedirme de Jonah. Sólo lo conocía por un
puñado de horas, pero parecía más tiempo. Yo era diferente a su alrededor de lo que
era con otros hombres. En lugar de entablar una atormentada unión de cuerpos en
una borrosa borrachera, hablamos. Se sentía como la puesta de los cimientos de algo
más duradero. Jonah tenía alguna cualidad mágica que me permitía sentirme como yo
misma. Me gustaba estar cerca de él y creo que le gustaba salir conmigo. Con tiempo,
¿quién sabía lo que podría salir de esto?
Sólo que no teníamos tiempo. Todo lo que comenzamos iba a ser roto de nuevo
cuando me fuera el martes.
—Podemos estar en contacto —murmuré para mí. El programa de la gira, loco e
implacable, se alzaba frente a mí como un camino interminable, pero un texto o una
llamada de Jonah podría hacerlo más soportable. Sólo pensar en ello dejó de ser un
poco menos desalentador.
El sonido de mi móvil rompió el silencio. Corrí al dormitorio y saqué el teléfono de
mi bolsa para ver el número de Lola.
—Oye.
—Oye, chica —dijo, sonando cansada en el otro extremo—. ¿Sigues viva?
87
—Sí, pero tú suenas ronca —dije—. ¿Cómo estuvo la fiesta?
—Oh Dios, no puedo ni siquiera...
Oí el chasquido de un encendedor, y se me ocurrió que no había fumado desde el
espectáculo de la noche anterior. Tampoco quise hacerlo.
—Fue épico —dijo, exhalando—. La bebida se acabó. Llamaron a la policía. El sexo
ha sido tenido por muchos, incluyendo el tuyo de verdad.
—Oh, ¿sí? —Me senté en el borde de la cama de Jonah—. ¿Quién?
—Jason Hughes. El bajista de nuestros pronto-a-ser anterior-telonero. Está muy
mal, de verdad. Él es sexy. Debes apreciar los sacrificios que hago por ti.
—¿Por mí? —Entonces me acordé de Ryan Perry, el baterista, tocándome anoche.
Jonah intervino y Lola exigió a Jimmy que despidiera a Until Tomorrow.
—Sí, por ti —dijo Lola.
—Tal vez podríamos…
—Tenemos veinticinco ciudades más y seis meses de gira con esos tipos.
¿Realmente quieres correr el riesgo?
Eché un vistazo a mis manos en mi regazo.
—Estoy segura de que Ryan estaba borracho y siendo estúpido.
—Sí, o los dos. Ninguna lo excusa. —Lola exhaló, poniéndose en modo de
conferencia—. Te emborrachas y haces el tonto también, Kace, y sólo sería cuestión de
tiempo antes de que aprovechara la situación. Diablos, me sorprende que no haya
ocurrido todavía.
—Vaya, gracias —dije, con las mejillas encendidas. Casi le dije que podía cuidar
de mí misma, pero tenía cero evidencias para respaldar eso. Lola me cuidaba desde
que tenía diecisiete años, cuando el éxito de la banda me sacudió en un torbellino de
grabaciones y giras sin parar. Nunca me había parado en mis propios pies y no había
estado sobria durante mucho tiempo para intentarlo.
Pero podría intentarlo. Si tuviera las pelotas...
—Lo siento, estoy malhumorada, cariño —expresó Lola—. No quiero que te suceda
nada. No quiero que nada arruine esto, Kace.
—Lo sé —dije—. Pero conseguir nuevos teloneros es una molestia.
Podría ser más fácil para Rapid Confession conseguir un nuevo guitarrista.
Las palabras subieron repentinamente en mi lengua, sorprendiéndome. Pero no
podía soltarlas.
—No veo una alternativa —dijo Lola—, a menos que te asignemos a Hugo
veinticuatro/siete.
Para cuidarme.
De repente no quería hablar más con Lola. Tenía esta noche y el día entero
mañana antes de que tuviera que estar de vuelta con RC, y no quería desperdiciar ni 88
un segundo.
—Tengo que colgar —le dije a mi mejor amiga—. ¿Hablamos luego?
—Claro, te mandaré un mensaje. Oh, por cierto, ¿cómo va con el conductor de la
limusina? Él es adorable. Y sexy. No muchos chicos pueden tener esa combinación.
¿Se están llevando bien?
Prácticamente podía ver su sonrisa conocedora, y mi irritación estalló. Ella no
entendería si intentaba decirle que estábamos construyendo una amistad potencial, y
definitivamente no creería que no había dormido con él. Diablos, si Jonah no hubiera
sido el caballero que fue anoche, me habría acostado con él.
Un súbito y agradable escalofrío recorrió mi espina al pensarlo y crucé mis
piernas.
No. Esto es diferente. Jonah es diferente. No es un tipo al que me tiro al azar. Él
es…
—Es maravilloso —dije—. Adiós, Lola.
Colgué y metí el teléfono en la bolsa, hasta el fondo.
Ni un instante después, oí entrar un texto. Lo saqué y mi corazón se levantó por
ver el número de Jonah. Se hundió cuando leí las palabras:
Tienes que estar por tu cuenta hoy. Demasiado trabajo, luego cena familiar.
¿Tal vez pides pizza? Lo siento.
—Mierda —dije. Mi mano dejó caer el teléfono de nuevo en el bolso. Decepción
profunda, no sólo por él cancelando, sino por el breve y seco texto en sí.
Escribí, Sin prob. T veo más tarde. Y lo miré, satisfecha de que sonara casual y
despreocupado. Como debería ser, me recordé. Él tenía un horario que cumplir y lo
estaba manteniendo.
Le di a enviar.

Las horas pasaban lentamente. No sabía cómo podía echar de menos a alguien
que sólo conocías hace un día y medio.
Alrededor del mediodía, hice lo que Jonah sugirió y ordené una pizza vegetariana,
por si él quería algo más tarde, y un paquete de seis de Diet Coke de un lugar local que
entregaba a domicilio. Hice zapping mientras me acurruqué en el sofá de Jonah.
Cuando tuve frío, fui a buscar la colcha verde y naranja, finalmente encontrándola en
el armario del pasillo.
Tuve pizza otra vez para cenar, y encontré Cuando Harry Conoció a Sally en un
canal de cable. Una de mis favoritas de todos los tiempos, pero me encontré yendo a la
deriva y durmiéndome alrededor de las nueve. Mis propios patrones de sueño eran un 89
misterio, ya que por lo general me quedaba hasta que cualquier fiesta terminaba, y me
dormía después. Pero las nueve parecían tempranas como el infierno. Supuse que tenía
mucho que hacer.
Me dormí un rato después de la "estúpida mesa de ruedas" y me desperté al final
de la película, cuando Sally y Harry estaban en la fiesta de fin de año. Sally estaba en
medio de declarar cómo odiaba a Harry, con el eco de la palabra "amor" que retumbaba
detrás de cada "odio". Lloré, como siempre. Tomó mucho tiempo para que esos dos se
encontraran el uno con el otro, aunque estuvieran allí mismo todo el tiempo.
Mi fantasía era lo opuesto. Siempre había soñado que mi verdadero amor entraría
en mi vida, me llevaría en brazos en un gesto heroico. Lo reconocería de inmediato:
una llama ardería entre nosotros inmediatamente. Sin dudas ni juegos. Amor, y
lujuria, a primera vista. Él me rescataría de todo el dolor y la soledad, y yo nunca
dudaría de que fuera amada.
Pensé que Chett había sido ese tipo. Era la polilla proverbial a su llama, dibujada
a su luz, solamente para ser quemada cuando demostró ser toda una mentira de
mierda. Y entonces no tenía nada. Ningún trabajo. Sin dinero. Ni siquiera un diploma
de escuela secundaria. Dios, sabía lo que me habría pasado si no hubiera conocido a
Lola.
Pasé de estar enganchada de los faldones de Chett, a los suyos, e incluso ahora
me estaba refugiando bajo el techo de Jonah. Nunca me había molestado antes, pero
lo hacía ahora.
Me molestaba mucho.
Apagué el televisor. Ahora la única luz provenía de una pequeña lámpara. Pensé
en ir a la cama, pero mis ojos se pusieron pesados y estaba demasiado cansada para...
—¿Kacey?
Siento una suave mano en mi hombro.
—¿Hmm? —Parpadeé despierta. Jonah estaba sobre mí, y luego se agachó junto
al sofá—. Estás de vuelta —dije.
—Estoy de vuelta. —Su expresión era dolorosa, sus ricos ojos marrones
intensos—. Siento haberte dejado sola todo el día. Fue una cosa de mierda de hacer.
—No... —Me senté, más despierta ahora—. Tienes trabajo y a tu familia.
—Fue una mierda. Sólo estarás aquí un rato y yo debería haber vuelto para
almorzar.
Un calor se extendió en mi pecho, y me hice tan consciente de que sólo cerca de
un metro nos separaba.
—Sobreviví. Comí pizza. Un montón de pizza.
Él sonrió un poco.
—Estaba pensando que tal vez te gustaría conseguir el postre. Helado o algo así.
Sé que es tarde...
—Me encantaría —respondí, y ese calor se profundizó hasta convertirse en un
rubor que coloreó mis mejillas—. ¿Puedes comer postre? 90
La sonrisa brillante de Jonah regresó, una lenta inclinación de sus labios hacia
una sonrisa que hizo que sus ojos se iluminaran.
—Me las apañaré.
Nos llevé hasta Sprinkle Cupcakes y estacioné en una calle de atrás. El Casino de
Harrah estaba a nuestra derecha, la Strip estaba a una caminata derecho hacia el
oeste desde la pequeña tienda de pastelitos. Estaba cerrado a esta hora, y el rostro de
Kacey decayó hasta que le mostré el cajero automático.
—¿Es un cajero automático de pastelitos? —preguntó, mirando el brillante
cuadrado rosa construido contra la pared de la tienda cerrada—. Oh Dios mío, eso es
la mejor cosa del mundo.
—Pensé que podría gustarte. —Deslicé mi tarjeta de débito en la abertura para
pagos y la pantalla del menú se iluminó—. Adelante.
Presionó la orden en la pantalla. Una máquina dentro del cajero zumbó y una
pequeña puerta se deslizó para revelar su pastelito; uno de terciopelo rojo con 91
cobertura de queso crema.
—Esto es genial.
Ordené un pastelito sencillo de vainilla. Me aparté del cajero, haciendo malabares
con mi billetera y mi postre, justo mientras Kacey rompía un pedazo recubierto de
terciopelo rojo y me lo ofrecía.
—¿Quieres probar?
—Espera… —Traté de meter mi billetera de nuevo en el bolsillo de atrás de mis
jeans, pero la maldita cosa no se metía. Kacey se paró de puntitas y sostuvo el pequeño
pedazo de pastel cerca de mi boca. No tuve más opción que comer de sus dedos.
Su cabeza se ladeó, sus ojos brillantes y eléctricos bajo las luces ámbares de la
calle.
—Bueno, ¿cierto?
Asentí, aunque no estaba probando el pastel.
—Tienes un poco de crema… —Se estiró de nuevo, y sus dedos rozaron la esquina
de mi boca. Una caricia susurrada que rompió como una pequeña corriente de
electricidad, directamente hacia mi entrepierna, donde se asentó pesada y caliente.
Le ofrecí del mío.
—¿Probar?
Eso fue lo único que pude decir. Probar. Fruncí el ceño internamente. Yo Tarzán,
tú Jane.
Kacey le dio un pequeño mordisco a mi pastelito, y observé mientras se lamía sus
labios, mirando su boca.
—¿Qué tal está? —dije, un segundo antes de que mi mirada requiriera de
explicación.
—Bueno. —Kacey dio un paso atrás y me mostró una sonrisa—. Tienes muy buen
gusto, Fletcher.
Nos dirigimos al oeste, hacia Strip, caminando sin prisa en una calle entre tienda
y restaurantes, alineados con macetas y árboles. Eran pasadas las once del domingo,
pero Las Vegas estaba muy despierta. Parejas, grupos de amigos riéndose y turistas
hablando otros idiomas pasaban a nuestro lado o nos rodeaban. Caminamos y
comimos nuestros postres, dirigiéndonos por el boulevard hacia el Caesar’s Palace.
Luego giramos al sur.
Quería mostrarle el Bellagio Hotel.
—Paremos aquí —sugerí. Apoyamos nuestros brazos en la pared blanca de
cemento que rodeaba el estanque enfrente del Bellagio. Al otro lado del agua, el hotel
estaba iluminado en oro y rosa, curvándose hacia las estructuras más pequeñas del
casino, abajo de este como un libro abierto.
—Es hermoso —expresó Kacey. Se giró para mirar hacia la Strip. La pequeña Torre
Eiffel a escala brillaba enfrente del Hotel y el Casino París al otro lado de la calle—.
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Italia por un lado, Francia en el otro —dijo.
—¿De verdad nunca has entrado a un casino?
Sacudió su cabeza.
—Nuestro itinerario de la gira es tan loco que no hemos tenido ningún tiempo
libre hasta después del espectáculo de anoche. Es por eso que estamos aquí hasta el
martes; para que Jimmy pueda ir a los clubes de desnudistas y apostar un poco. La
última vez que estuve aquí, era tan joven que no me permitió ir a ningún lugar
divertido.
—¿Viniste aquí con tus padres?
—No —dijo Kacey, girando la mirada hacia la inmóvil y oscura agua frente a
nosotros—. Ya no los veo mucho.
—¿Muy ocupada con la banda? ¿Tu gira te llevará por San Diego?
Le di un mordisco al pastel, y cuando alcé la mirada, todo el comportamiento de
Kacey había cambiado. Se abrazó a sí misma, aunque la noche estaba cálida con una
suave brisa, y la luz de sus ojos se había atenuando mientras miraba hacia el agua
oscura.
—No, no está en mi itinerario —dijo—. No he visto a mis padres en cuatro años.
Mi papá me echó de la casa cuando tenía diecisiete.
Casi dejé caer el postre y el mordisco en mi boca fue como una roca dentada.
Tragué con dificultad.
—¿Te echó de tu casa? ¿A los diecisiete?
Mi tono era de lejos demasiado ruidoso y duro. Estaba exigiendo una respuesta
por el bastardo de su padre, no de ella. Pero Kacey no se estremeció o retrocedió. Creo
que entendió mi ira, tal vez se sintió un poco bien por esta.
—Metí a mi novio de veintidós años a casa por la ventana de mi cuarto una noche.
Mis padres nos atraparon… en una situación comprometedora, y eso fue todo. Mi papá
nunca había aprobado nada de lo que hice; odiaba que tocara la guitarra eléctrica,
pero esa fue la gota que colmó el vaso. Me dejó empacar una maleta y le echó llave a
la puerta detrás de mí. Ni siquiera había terminado la secundaria.
Metí lo que quedaba de mi pastelito en un cesto cerca, con el apetito perdido.
—¿Qué clase de imbécil echa a su hija a la calle? ¿Y qué hay de tu mamá? ¿No te
ayudó?
Los hombros de Kacey se alzaron en un encogimiento mientras picaba su pastel.
—No dijo ni una palabra. Nunca lo hacía. Es callada y mansa. Mi papá no es
abusivo con ella, no físicamente. Pero era capaz de cerrarse como un grifo en un
silencio frío y seco por días si está verdaderamente molesto, y mi mamá no puede
manejar eso.
—¿Entonces te dejó ir?
Tal vez no debería haber preguntado, pero no pude evitarlo. No entiendo cómo las 93
personas podían darles la espalda a sus propios hijos. Esa clase de fracaso paternal;
no, violación, era completamente rara para mí. Mi niñez había sido ridículamente libre
de problemas. Claro, papá era duro con Theo, y mamá se preocupaba
compulsivamente, pero esa era la extensión de mis quejas. Mis padres eran buenas
personas.
Deberían haber sido tus personas, pensé, mirando a Kacey. En un raro giro del
destino, terminamos con el conjunto de padres equivocados. Mis padres la habrían
amado y mimado. Habrían apoyado su música y habrían estado orgullosos de sus
logros. Le habrían dado una firme y apropiada disciplina en lugar de echarla de la casa.
Un hijo con enfermedad terminal era lo que sus padres se merecían. Mi terrible
situación, entregada a ese cruel padre y su insensible madre, habría tenido más
situación. Si Kacey y yo cambiáramos de familia, yo no habría estado preocupado de
la carga emocional que estaba llevando a mis espaldas, y ella habría sido querida por
siempre.
—Mi mamá no peleó por mí —decía Kacey. Botó también su postre—. Perdió su
voz cuando se casó con mi papá. No sé siquiera si puedo perdonarla por eso. Pero, aun
así, la llamo algunas veces. Ella no dice demasiado, pero creo que le gusta cuando la
llamo. Sabe que todavía estoy viva de todos modos.
—¿Cómo sobreviviste en las calles?
—No estaba en la calle. Seguí a Chett, el novio con que mis padres me atraparon.
Me dijo que quería casarse conmigo, así que fui con él mientras seguía una estrategia
tras otra para hacerse rico rápidamente. Lo seguí hasta aquí. Estaba quedándose sin
dinero, así que tuvo esta gran idea de que podía ser una modelo. —Hizo unas comillas
en el aire alrededor de la palabra—. Dejé esa mierda de inmediato.
—Bien. —Mis manos se cerraron en puños y las metí dentro de mi bolsillo.
—Pero una vez que le dije a Chett que no iba a cooperar, todo cayó en picada. Era
menor de edad. No podía beber, apostar, ni siquiera entrar a un club para mayor de
dieciocho años. Se cansó de mí rápidamente. Abandonó mi trasero cuando conoció a
alguien más. Una chica del espectáculo.
—¿Qué hiciste?
—Regresé a California, pensando que podría intentarlo de nuevo con mis padres.
Volver a la escuela. De verdad me iba bien en la escuela.
—Lo creo —dije.
Kacey sonrió agradecida.
—Logré llegar hasta Los Ángeles. Estaba quedándome en el YMCA y conocí a Lola.
Ella tenía diecinueve años, y estaba igual que yo. Acababa de reunir dinero suficiente
sirviendo mesas para conseguir un aparta-estudio barato y me dejó quedarme con ella.
Cuando cumplí dieciocho años, conseguí un trabajo en el mismo restaurante, y
pasábamos los días libres tocando música en los parques. Cantaba y tocaba la guitarra
mientras Lola tocaba la batería. Un par de meses después, encontramos un aviso de
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se busca de un tipo que quería formar una banda, y el resto es historia. —Alzó sus
manos—. Y es por eso, que, hasta este día, nunca he puesto un pie en un casino.
Asentí ausentemente, mis emociones se agitaron en una ira espumosa por los
hombres en la vida de Kacey que le fallaron tanto.
—¿Qué pasó con Chett?
—No lo sé. No me importa —dijo tranquilamente, pero había aprendido ahora que
todo lo que Kacey sentía era revelado en sus grandes y luminosos ojos. Se preocupaba
por todo, apasionadamente.
Ella va directamente hasta el punto más alto.
Esa idea ayudó a sofocar la ira que estaba carcomiendo mis entrañas.
—¿Sientes eso? —preguntó Kacey—. Esa es la noche muriendo lenta y
dolorosamente gracias a mi triste historia.
—Lamento haber preguntado tanto.
Le restó importancia a mi disculpa.
—No importa. Me gusta hablar contigo. Por lo general no hablo de mi vida. Nunca.
Luego se llena demasiado y termino haciendo algo estúpido como llamar a mis padres.
Me rechazan, el rechazo me hace beber hasta el estupor, comienzo una pelea en el
camerino y lo siguiente que sé, es que estoy despertándome en el sofá del conductor
de mi limo.
—Un círculo vicioso.
—Oh, no lo sé —dijo Kacey—. La parte del sofá no fue tan mala.
Un corto silencio descendió. A pesar de todas mis reprimendas para seguir el
itinerario y no acercarme a esta chica que se marchará en dos días, me siento
inclinándome, queriendo sostener el dolor con que me confío. Queriendo darle algo de
regreso.
—¿Quieres venir al taller de vidrio mañana? —pregunté—. Podrías ver cómo
funciona, o tal vez mirarme hacer algo…
Sentí la parte de atrás de mi cuello sonrojarse. Sonaba completamente arrogante
y completamente aburrido a la vez. Como si le hubiera pedido verme pulir mi colección
de monedas.
Pero entonces Kacey enlazó sus manos juntas.
—¿Estás bromeando? Me encantaría.
—¿En serio?
Usó su dedo índice para levantar una de sus cejas en un arco.
—En serio.
Me eché hacia atrás, riéndome más fuerte de lo que lo hice en meses. Oxidados
engranajes dentro de mí crujieron por la falta de uso, y mi vergüenza se desvaneció a
nada.
—Me he estado muriendo por ver como haces ese hermoso vidrio —dice Kacey—. 95
Estaba empezando a pensar que era por espectáculo, Fletcher. Los ordenaste de Etsy
y los hiciste pasar como tuyos para impresionar chicas.
—Soy legítimo, lo juro.
Su risa hizo eco a lo largo del estanque y con esta, escuché los rastros de una
hermosa voz cantarina. Empezó a decir algo más cuando la música llenó la plaza
enfrente del Vellorio: la evocadora introducción en flauta de “My heart Will Go On”.
Kacey agarró mi brazo.
—¿Es la canción del Titanic? Oh Dios mío, es esa. ¿Por qué están…? —Sus
palabras se silenciaron cuando la voz de Celine Dion subió y las fuentes del Bellagio
empezaron su espectáculo.
Chorros de agua se arquearon desde el lago, moviéndose a ritmo. Se movieron
suavemente al principio, casi tímidamente, como parejas en una primera cita, tocando
y luego colapsando sobre la expansión de agua. Luces azules iluminaban desde abajo.
Mientras la canción ganaba impulso, más chorros de agua se elevaron alto y se
estrellaron con más fuerza, creando nubes de niebla. Los colores cambiaron de rojo, a
un morado pálido, y luego a un blanco plateado. La canción golpeó el punto más alto
y el agarre de Kacey en mi brazo se tensó. Sus ojos se suavizaron y vio el agua danzar,
pero no podía mirar a ninguna parte más que a ella. El espectáculo estaba en mi
periferia, un telón de fondo para ella.
La canción se suavizó hasta sus notas finales, y los altos chorros de agua fueron
charcos de nuevo, entrecruzándose en pares, como bailarines o amantes, luego
deslizándose bajo la superficie mientras la canción terminaba.
Kacey inhaló y se limpió los ojos.
—No esperaba eso. —Me miró—. Fue hermoso.
—Sí —dije suavemente—. Hermoso.

En mi apartamento, abrí la puerta y la sostuve para Kacey. Sonrió casi


tímidamente mientras entraba.
Santa mierda, esto es una cita, pensé, cerrando. Acabo de llevar a Kacey a una
cita y ahora… este es el final de la cita.
—Gracias por el pastelito —dijo desde la sala de estar—. Y el espectáculo de agua.
¿Lo planeaste?
—Conozco esta ciudad. Aparte de mi tiempo en la escuela, he vivido aquí toda mi
vida. Y parte de mi trabajo es saber dónde están los mejores espectáculos.
—Eres bueno en tu trabajo —dijo Kacey—. De hecho, vas mucho más allá. —Se
acercó a mí, descansó sus manos sobre mis brazos y se estiró para besar mi mejilla—
. Buenas noches.
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Esperé hasta que retrocedió para hablar, sin confiar en mí para abrir mi boca
mientras la suya estaba tan cerca de la mía.
—Buenas noches —respondí. La observé mientras iba a mi cuarto. En unos
minutos, estaría en mi cama, su cabello derramado alrededor de mi almohada…
Esto es malo. Muy, muy malo.
Me cambié al short de dormir y camiseta que había metido en el armario del
pasillo, y me recosté en la silla reclinable. Dejé mi mano sobre mi enfermo corazón que
dolía por razones que nada tenían que ver con mi grafico de diagnóstico, o ninguna
terrible biopsia. Dolía porque todavía podía sentir los suaves labios de Kacey en mi
mejilla, y la extrañaba.
Estaba a cuatro metros de distancia, y no se había ido todavía de Las Vegas con
su banda, pero la extrañaba igual.
Jonah trabajó toda la mañana siguiente en el taller. Regresó por mí alrededor del
mediodía y tomamos un almuerzo en un chino, hablando y riendo de todo y nada.
Después de dos almuerzos y un cupcake, me sentí un poco como si me hubiera
convertido en parte de la rutina de Jonah. No era cierto, pero me hizo feliz pensar así.
Nos llevó a una zona industrial de la ciudad en las afueras de Las Vegas. El paisaje
fuera de mi ventana era más desierto que civilización. Muchos almacenes y edificios
destartalados con revestimiento de aluminio. Estacionó frente a lo que parecía un
pequeño hangar de línea aérea con tres chimeneas. La pesada puerta de metal crujió
cuando la abrió de un lado y me llevó dentro.
Jonah se echó a reír al ver mi expresión.
—Sé que no hay mucho que ver. 97
No podía discutir con él en eso. El taller tenía unos mil metros cuadrados de
cemento y acero, era más caliente que el calor de Nevada del verano y olía a madera
quemada. Una unidad de aire acondicionado estaba librando una batalla perdida
contra dos hornos, uno grande y otro pequeño, que se alineaban en una pared. Frente
a un horno enloquecido había un banco que tenía barandillas a ambos lados, como los
altos apoyabrazos hechos de acero inoxidable. Junto al banco había una mesa sobre
la que se hallaba un espeso diccionario carbonizado y herramientas empapadas en un
cubo de agua: pinzas y tazas y cucharones de aspecto extraño.
—¿Dejaste los hornos encendidos? —pregunté, abanicándome mientras el calor
se envolvía alrededor de mí y me oprimía.
—Los bajo por la noche —dijo Jonah—, y los subo de nuevo por el día. Tardaría
demasiado tiempo en tenerlos lo suficientemente calientes de lo contrario. El sistema
de alarma de allí... —asintió con la cabeza hacia una unidad en la pared con luces
parpadeantes—, manda una alerta a mi teléfono si hay un problema.
Deambulé por un estante de tubos de acero inoxidable que estaban en una pared
cercana, cada uno de aproximadamente un metro de largo. Aparte de eso había una
pequeña mesa de metal sin nada.
—Así que aquí es donde ocurre la magia —dije.
—En un buen día.
—¿Qué hace que sea un mal día? ¿Romper algo? —Mis pies crujieron sobre
fragmentos de cristal en el suelo de cemento mientras caminaba entre los hornos y la
mesa de metal.
—Romper una pieza acabada definitivamente apestaría, sí. —Jonah golpeó sus
nudillos en la mesa de madera con las extrañas herramientas—. Sobre todo, un día
malo es uno donde no he conseguido acabar demasiados.
—¿La galería te tiene en un plazo muy ajustado?
Jonah tenía una extraña expresión en su rostro, una delgada sonrisa que no
llegaba a sus cálidos ojos marrones.
—Podrías decir eso. —Miró su reloj—. Tania está en su hora del almuerzo. Volverá
pronto y podrás conocerla.
—¿Se necesitan siempre dos personas para hacer una pieza?
—No siempre —dijo Jonah—. Yo mismo hago la mayor parte de las piezas
individuales, las que van a estar a la venta en la galería. Pero para las secciones más
grandes de la instalación, necesito ayuda.
Miré a su alrededor.
—¿Dónde está tu instalación?
—Atravesando esa puerta. —Jonah señaló una puerta en la pared del fondo—.
Ahí es donde guardo todas las piezas acabadas.
—Así que... —Me balanceé sobre mis talones—. ¿Puedo tener una mirada furtiva? 98
Dado que no voy a estar aquí en octubre para la apertura de la galería, es lo justo.
—Te lo mostraré, pero no te va a parecer muy impresionante.
Me llevó a la habitación de atrás. Una luz débil entraba por las ventanas,
iluminando docenas y docenas de cajas de cartón, algunas abiertas y llenas de
burbujas de empaquetado o de pequeños rizos de espuma de Polietileno que mi abuela
llamaba "caca fantasma". Otras cajas estaban selladas apretadas y apiladas, a no más
de un metro de altura, con la palabra “FRÁGIL” estampada por todas partes. Otras
cajas de cartón aplanadas se apilaban en filas o se apoyaban contra las paredes de
cemento, a la espera de ser llenadas. En una larga mesa de trabajo, de fácil seis metros
de largo, había piezas de la obra de Jonah.
Me moví lentamente hacia la mesa, paranoica de que rompería algo incluso sin
tocarlo.
Rizos largos de cristal amarillo y anaranjado estaban colocados al lado de cintas
azules y verdes, fundidas con manchas de oro y remolinos púrpuras oscuros. Un cristal
blanco y espumoso llenaba otra sección de la mesa, nacarado de incandescencia. La
última sección contenía esculturas de cristal que me quitaron el aliento: delicados
caballitos de mar y dragones de mar, medusas blancas incandescentes suspendidas
en esferas negras e incluso un pulpo, con sus tentáculos curvados que medía casi
medio metro de largo y cuya piel estaba ondulada con franjas de colores.
Cuidadosamente, dejé que mis dedos trazaran el borde desafilado de un pedazo
de vidrio que parecía un gran cubo de hielo con frondas de coral. Dentro nadaba una
tortuga de mar perfectamente esculpida.
Miré a Jonah, con tantas preguntas tratando de derramarse de mi boca abierta
que ninguna salió.
Se metió las manos por los bolsillos delanteros de sus vaqueros.
—No hay mucho que ver ahora. La mayor parte ya está empacada.
Sacudí la cabeza.
—Estos son increíbles. Nunca he visto algo así en mi vida.
—Gracias.
—¿El resto está en las cajas? ¿Para enviar a la galería?
Él asintió.
—No podré unirlos hasta que esté en el propio espacio de la galería.
—¿Pero cómo sabes en qué trabajar si no puedes verlo todo? Eso es como...
escribir una canción, pero nunca tocarla hasta la hora del espectáculo.
Jonah se encogió de hombros y golpeó su sien.
—Lo tengo aquí arriba.
Creo que confundió mi expresión de sorpresa porque agitó la mano como si
estuviera deshaciéndose de un mal olor. 99
—Dios, eso suena pretencioso como el infierno.
—No, creo que lo entiendo. —Hice un gesto a la mesa—. Esto parece una
excavación arqueológica de la Atlántida. Como si estuvieras encontrando las piezas
una a la vez y no las puedes juntar todas.
—Sí, me gusta pensar eso. —Sus ojos vagaron por los trozos dispersos de su arte—
. Creo que parte del trabajo con el cristal es que no sabes exactamente cómo resultará.
La forma y el flujo del mismo... El fuego dicta mucho de lo que hace el cristal, cómo
cambia el color y la forma. Con algunas piezas, como la vida marina, lo diseño de arriba
a abajo, obviamente. Pero para la obra como un todo, trato de ver lo que surge, en
lugar de obligarla a ser lo que no quiere ser.
Un breve silencio cayó. Me miró y una ceja se alzó. La risa salió de mí y me doblé
sobre mi costado. Me encantó escucharle hablar de su arte. Arte del que no sabía nada,
pero era tan increíblemente hermoso, incluso esparcido por toda una mesa en pedazos.
—Muy bien, muéstrame —le dije—. Me muero por ver cómo lo haces. Puedes
trabajar y entretenerme al mismo tiempo.
Pareció pensativo durante un minuto, luego asintió, como si respondiera a un
pensamiento privado.
Volvimos a la planta principal del taller. Jonah agarró uno de los tubos de acero
inoxidable de un estante en la pared y tomé asiento en el banco con las dos barandillas.
—Voy a necesitar eso —me dijo. Tomó una silla de la pared opuesta y la instaló
para mí cerca del banco.
—¿Vas a hacer algo para la exposición?
—No —dijo—. Una pequeña pieza. Para vender en la galería. Creo que un frasco
de perfume.
—Me encantan los frascos de perfume.
—¿Te gustan? —preguntó, su rostro se volvió, mientras ponía un extremo del tubo
en el más grande de los dos hornos, girándolo en sus manos, hacia adelante y hacia
atrás, todo el tiempo. Cuando sacó el tubo del horno, una pequeña esfera fundida se
aferraba al extremo, del tamaño de una pelota de tenis. Se dirigió a la mesa de acero
inoxidable y rodó el vidrio sobre ella, hacia adelante y hacia atrás, hasta que se asemejó
a una punta de flecha gruesa, luego lo puso en el horno más pequeño, como si estuviera
asando un malvavisco sobre una fogata. El fuego dentro de este horno más pequeño
ardía diez veces más caliente que el más grande que contenía todo el vidrio derretido.
Jonah rodó el tubo en sus palmas una y otra vez. Sudor recorriéndole el cuello y
los bíceps y vi como esos músculos se movían mientras trabajaba.
—¿Kacey?
Aparté los ojos de sus brazos.
—Disculpa, ¿qué?
—¿Color? —Llevó el tubo con su flecha resplandeciente de vidrio a un estante
lleno de bandejas. Mantuve una distancia segura de la antorcha de sus manos y vi que 100
cada bandeja estaba llena de fragmentos de vidrio aplastado en varios colores.
—Adelante —dijo.
—Púrpura —dije solemnemente—. Por Prince.
—Buena elección.
Jonah puso el lado estrecho de la forma de punta de flecha en la bandeja de vidrio
triturado de color violeta. Hábilmente, giró el tubo y presionó el vidrio caliente por el
otro lado. Parecía esponjoso, ya que recogía las piezas de vidrio. Con dos rayas de
púrpura ahora aferradas al vidrio derretido, Jonah llevó el tubo al horno pequeño,
siempre girando el tubo en sus manos. Cuando lo sacó de nuevo, el vidrio aplastado
estaba derretido.
—¿Por qué haces girar el tubo de un lado a otro?
—Si no lo mantengo en movimiento todo el tiempo, el cristal explotará en un
ardiente lío de dolor líquido que quemará todo lo que toque dentro de un radio de seis
metros.
Crucé los brazos y le di una fea mirada.
—Mantiene la condensación centrada.
—¿Alguien te ha dicho alguna vez que eres un culo inteligente?
Él sonrió.
—Algunas personas. Una o dos veces.
Tenía que estar de acuerdo con Lola, era bastante adorable.
Tomé mi asiento en la silla y Jonah acercó el extremo lejano del tubo a su boca y
dio una corta respiración sobre él.
—Ese vaso está soplado —dije riendo.
—Si crees que es gracioso, el horno pequeño se llama “agujero de la gloria”.
—¿De verdad?
Se sentó en el banco con las barandillas de metal.
—Deja que tu mente salga de la zanja, Dawson.
—No puedo. Le gusta estar ahí.
Jonah me sonrió, sus ojos cálidos. Se sentó hacia adelante en el banco, como si
te subieras a un caballo y puso el soplete a lo largo de la barandilla de forma que la
brillante bola de vidrio estaba delante de él. Usó un carril para enrollar el tubo con una
mano y tomó un cucharón de madera del cubo de agua. El vidrio siseó y emitió vapor
mientras lo acunaba en el cucharón de madera, enrollándolos juntos para que la forma
de punta de flecha se convirtiera en una pequeña esfera.
—¿Cuándo supiste que esto era lo que querías hacer? —Tomé unas pinzas que
parecían hechas de dos cuchillas—. ¿Cómo acaba uno soplando vidrio?
—Bebiendo mi peso en cañas de cerveza y whisky y casi siendo arrestado por
borracho y escandaloso —dijo—. Lo cual, en Las Vegas, no es una pequeña hazaña que 101
yo pueda añadir.
—De acuerdo, esto lo tengo que escuchar.
—En mi veintiún cumpleaños, un grupo de amigos y yo nos emborrachamos y
fuimos de casino hopping. Jugamos y bebimos y luego bebimos un poco más, hasta
que estuve bastante borracho.
—Estoy tratando de imaginarte borracho y no puedo hacerlo —dije—. Lo que
realmente no es justo, teniendo todo en cuenta.
—Eres una borracha mucho más guapa —contestó, sus ojos se encontraron con
los míos—. Considerando todo.
Sentí que el rubor subía por mis mejillas y Jonah se aclaró la garganta.
—De todas formas —dijo—, mi mejor amigo, Oscar, fue el cabecilla de toda la
expedición. Tenía cinco casinos en el itinerario, seguidos de un club de striptease.
—¿Un club de striptease? Qué vergüenza.
—No era lo mío, para ser sincero —dijo Jonah—. Pero nunca llegué allí. Nos
tambaleamos en el Bellagio, me tumbé en el suelo en el medio del vestíbulo y me negué
a levantarme.
—¿El suelo? —Yo aplaudí—. Esto me hace sentir mucho mejor acerca de vomitar
en tu limusina. Por favor continúa.
Él rió.
—No recuerdo mucho excepto que el techo estaba girando. Pero santa mierda, que
techo. Veintiún metros de arte de vidrio soplado. Un alboroto de colores que de alguna
manera estaban en armonía. Caos planeado, si eso tiene sentido.
Apoyé mi barbilla en mi mano.
—Lo tiene.
—Honestamente pensé que estaba alucinando —dijo—. Había aprendido de mis
clases en UNLV acerca de Dale Chihuly, un soplador de cristal maestro, y que su
trabajo estaba aquí en Las Vegas. Pero nunca me había llamado. O incluso en el
Bellagio. Pero esa noche, incluso borracho hasta el culo, la obra se quedó conmigo.
Quería saber cómo era posible hacer con vidrio eso. Hacer que pareciera que un jardín
de flores había salido del techo.
»Volví al Bellagio al día siguiente. Resacoso como el infierno, para ver si el techo
era impresionante como yo recordaba, o si solo había sido un idiota borracho,
hipnotizado por colores bonitos.
—No eras un idiota borracho.
—El jurado todavía está decidiendo sobre eso —dijo Jonah con una sonrisa,
levantándose para volver a calentar la pieza—. Pero yo no estaba hipnotizado, estaba
obsesionado. Leí todo lo que pude sobre Dale Chihuly. Se convirtió en mi ídolo y todavía
lo es. Cambié mi enfoque de luces a vidrio esa semana y la primera vez que sostuve un
soplete y vi una pieza cobrando vida, supe que era lo que haría por el resto... —Tosió
102
y se limpió su barbilla sudorosa en su hombro—. Por el resto de mis estudios.
—Me encanta escuchar como alguien encuentra su pasión —dije—. O como ella
los encuentra. —Miré alrededor del sitio—. Pero esto no es como la pintura en la que
puedes recoger un pincel y un lienzo. ¿Puedo ser curiosa?
—¿Quieres saber cómo alguien ofrece este espacio, las herramientas, un asistente
y todo el vidrio que un chico podría desear con el sueldo de un conductor de limusinas?
—Algo así.
—No pago nada de esto. Gané una donación de Carnegie Mellon. —Regresó al
banco y tomó el diccionario húmedo, quemado para enrollar el vaso, como si lo
estuviera puliendo. El olor del papel quemado llenaba el espacio y aunque el vidrio
caliente fundido estaba a pocos centímetros de su mano desnuda, no parecía
molestarle en lo más mínimo. Rodó y formó con la práctica facilidad de alguien que lo
había hecho miles de veces.
Es un profesional, pensé. Un maestro. Me sentí extrañamente orgullosa mirándolo.
—No me sorprende que hayas ganado una subvención.
—En realidad, fue un premio de consuelo —dijo Jonah—. Me enfermé en mi tercer
año en Carnegie y no pude graduarme. Estuve en el hospital unos cinco meses y
cuando salí... no volví. Mis padres querían que me quedara aquí. Mi madre, sobre todo.
—Me lo imagino —dije en voz baja, justo por encima del constante rugido del
fuego.
—Pero yo tenía una beca completa en CM y cuando les dije que no podía quedarme
para conseguir mi título, me dieron una subvención para crear esta instalación. Como
un proyecto de tesis.
—Tienes que ser algo especial, Fletcher, para que te arrojen tanto dinero. —Me
puse un mechón de cabello detrás de la oreja—. Pero es una lástima que tuviste que
dejar Carnegie. ¿Puedo preguntar…?
—¿Cómo me enfermé? —Fue al horno para volver a meterlo al fuego.
Asentí.
—No entiendo cómo un chico de veinticinco años acaba necesitando un trasplante
de corazón.
Jonah asintió y cuando habló su voz era plana.
—Un grupo de nosotros tomamos un viaje a Sudamérica el verano pasado. Perú,
Colombia, Venezuela. Cogí un virus mientras acampaba fuera de Caracas. Ellos
piensan que fue de nadar en un río, aunque mis amigos y novia, de ese entonces,
nadaron también. Más tarde supe que tenía una disposición genética que me hacía
susceptible al virus.
Volvió al banco, girando y puliendo.
—También aprendí que tengo un tipo de tejido raro, lo que hizo que encontrar un
corazón donante fuera un poco complicado. Yo estaba muy mal cuando recibimos la 103
llamada que uno fue encontrado, lo más cercano a una coincidencia como podían
conseguir. Tuve el trasplante y... todo está bien y termina bien, ¿verdad?
—Me alegro de que termine bien —dije suavemente.
No dijo nada, sino que colgó el soplete al revés de un gancho en el techo sobre él.
Parecía que tenía una bombilla brillante en el extremo. Tomó un segundo tubo del gran
horno que lo sostenía y regresó con un pequeño recogedor.
—¿Qué va a ser eso? —pregunté, contenta de poder preguntar algo inofensivo para
variar.
—El cuello de la botella. —Se sentó en el banco, girando el tubo y tomó un par de
lo que parecían pinzas de gran tamaño. Apretó una tenaza en el pequeño trozo de
vidrio, lo ahuecó hacia fuera y entonces comenzó a tirar del vidrio, formando un labio.
—Es como caramelo —dije.
—Bastante.
Trabajó un poco, estirando el cuello, luego cortando el extremo para hacer una
apertura perfectamente redonda.
—Horrorosa tranquilidad por aquí —dijo Jonah y su sonrisa era cálida de nuevo—
. Estoy sentado con una guitarrista mundialmente famosa delante de mí, pero no
escucho música. No tiene sentido.
Bajé mis piernas frente a mí para examinar mis botas.
—Mi acústica está en un camión con el equipamiento de la otra banda. Creo.
—Si enciendo la radio, ¿escucharé una de tus canciones?
—Probablemente —dije—. "Talk Me Down" es un poco famosa ahora mismo.
—La he escuchado No soy un fan de la música, para ser honesto, pero las letras
eran bastante buenas.
—Yo lo escribí.
Jonah se detuvo y me miró bruscamente.
—¿Lo hiciste?
—¿Sorprendido?
Lo pensó durante un segundo.
—No.
Mis mejillas se calentaron y tuve que apartar la vista.
—Maldita sea.
Jonah tomó el primer soplete del gancho del techo, luego se sentó en el banco.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
Sonreí.
—No. 104
Me miró, luego volvió a su trabajo. —No pareces estar muy interesada en ser una
estrella de rock, así que, ¿por qué no haces tu propia cosa? Escribe lo que quieras y
cántalo tú misma.
—Canto un poco. De apoyo. Rapid Confession ya tiene un cantante y Jeannie
nunca te lo deja olvidar. —Sonreí tristemente—. A ella no le importa si escribo
canciones de éxito siempre y cuando ella llegue a cantarlas. Es su banda. Y he estado
en su banda prácticamente desde que mi padre me echó. Es todo lo que sé hacer.
Jonah juntó el cuello de botella con la bola redonda de vidrio, luego separó la
pieza entera del primer soplete. Lo llevó al horno grande, explicándome que le estaba
añadiendo otra capa de vidrio sobre ella. Regresó al banco para seguir girando y
dándole forma.
—Estoy empezando a ver una pequeña botella —dije—. Ya es preciosa. Tienes
mucho talento.
—Tú también —dijo sin levantar la vista de su trabajo—. Pero todas las piezas de
tu talento: canto, guitarra, composición... Están esparcidas por todas partes, como mi
obra. O una constelación. Ponlos juntos... —Ahora él alzó la vista, su sonrisa gentil—.
El conjunto podría ser bastante espectacular.
Un centenar de emociones diferentes brotaron en mí. Las palabras de Jonah eran
fragmentos de mis propios pensamientos. En el fondo nunca había tenido las agallas
de estar por mi cuenta. Casi le iba a decir que se ocupara de su propio negocio y en el
siguiente latido del corazón quería lanzar mis brazos alrededor de su cuello y darle las
gracias por...
¿Por qué?
No tenía ni idea.
Y yo quería desesperadamente una bebida.
—Está hecho —dijo Jonah, levantándose. Había separado toda la pieza del
soplete, acunándola con un guante de gran tamaño, como el guante de un cátcher, y
se lo llevó a un tercer horno—. Este es el horno. En él la pieza tiene que enfriarse
lentamente. Para mañana estará terminada.
Cerró la puerta y se volvió para mirar hacia donde estaba sentada, sin moverme
de mi silla.
—Lo siento si me fui a un terreno demasiado personal. —Frotó la mano por la
parte de atrás de su cuello, sudando en la frente—. Es muy fácil olvidar que solo te
conocí ayer.
—Sé a qué te refieres —dije. Mis pensamientos turbulentos se alejaron, junto con
la sed de un trago de algo fuerte. Me moví para estar junto a él en el horno—. Eres una
persona con la que es fácil hablar, Fletcher. —Le di una mirada—. Tal vez un poco
demasiado fácil.
—Eres igual, Dawson.
Miré a través de la ventana.
105
—No puedo verlo. —Me volví para estar cara a cara, solo centímetros de espacio
entre nosotros—. Quiero verlo antes de irme de Las Vegas.
—Me aseguraré de eso —dijo en voz baja.
Nuestros ojos se encontraron, como si nuestras miradas se estuvieran
alcanzando. No podía moverme. No quería hacerlo. Quería permanecer en su espacio,
sintiendo su mirada suave en mí, respirando el olor de su piel y ropa. Su presencia se
deslizó por todo mi cuerpo. Los segundos que pasaban parecían expandirse y
cristalizarse. Si me movía, los rompería.
No me quiero ir.
Casi lo dije. Las palabras estaban en mi boca.
Entonces no lo hagas, respondió en mi mente y sentí un alivio tangible como si
hubiera hablado en voz alta. Como si tuviera una vida diferente a la que me esperaba
en dos días.
—Deberíamos volver —dijo, su voz pesada y, para mis oídos, llena de pesar.
Asentí.
—Bueno…
La puerta principal se abrió y la voz de una mujer gritó:
—¿Hola? Perdón por llegar tarde. No creerías... Oh. Hola.
Una mujer joven con un tono de piel acaramelada y ojos oscuros se nos acercó.
Llevaba vaqueros y una camiseta para correr. Su cabello era una explosión de rizos
oscuros mantenidos a raya por una colorida diadema. Ella era hermosa.
—Tania King —dijo Jonah—, esta es Kacey Dawson. Ella es...una amiga.
—Me alegro de conocerte, Kacey —dijo Tania, ofreciéndome una mano y una
sonrisa fácil y amistosa—. ¿Y de dónde se conocen? —preguntó, con las cejas
arqueadas casi hasta la diadema con curiosidad.
—Kacey está en la ciudad por unos días con su banda —dijo Jonah—. Se quedará
conmigo hasta el martes.
Ahora los ojos de Tania parecían listos para salir de su cabeza.
—¿De verdad? Eso es maravilloso. E inesperado...
—Estaba dando a Kacey una visita por el taller —agregó Jonah.
Moví la cabeza.
—Es asombroso. Jonah hizo una pieza para la apertura de la exposición para
mostrarme cómo se hace. Es increíblemente talentoso.
—Estoy de acuerdo —dijo Tania—. Y me encanta decirle lo talentoso que es porque
no puede soportarlo. En absoluto. Míralo.
Jonah estaba rodando los ojos y moviendo la cabeza mientras un rubor se
arrastraba por su cuello. Su modestia era genuina y por lo tanto sexy como el infierno.
Mierda, ahora me estoy sonrojando... 106
—¿Qué pieza hiciste? —le preguntó Tania—. Lo quitaré de la lista.
Jonás se pasó la mano por el cabello.
—Um, es...
—Un frasco de perfume —dije—. Es precioso.
Tania arrugó la frente.
—Un frasco de perfume. No recuerdo que...
—Tengo que llevar a Kacey de vuelta a mi casa —dijo Jonah rápidamente—.
Volveré para terminar el día.
—Claro, claro —dijo Tania. Sostuvo los ojos de Jonah un momento, luego se volvió
hacia mí—. ¿Te veré otra vez antes de que te vayas?
—No —dije—. Mañana volamos.
Nuevamente, los ojos de Tania se encontraron con los de Jonah. Una conversación
silenciosa pareció pasar entre ellos, recordándome a la de Jonah y Theo en la cocina
de ayer.
—Bueno, eso apesta —dijo finalmente.
—Tania no se expresa muy bien —dijo Jonah secamente.
—¿Y no tienes suerte de que no lo haga? —dijo ella—. Fue un placer conocerte,
Kacey.
Ella me ofreció de nuevo la mano, pero yo la abracé.
—Lo mismo digo, Tania. Tal vez venga pronto de visita.
—Sí —dijo—. Creo que sería una muy, muy buena idea.

—Tania es impresionante —le dije mientras regresábamos—. ¿Ha sido tu


ayudante mucho tiempo?
—Desde que comencé la obra — dijo Jonah—. Hace unos dos meses. Es una
senior en UNLV. Artes industriales y todo tipo de talento. Tengo suerte de tenerla.
—Ella parecía tan feliz de verme. Eso fue agradable.
Jonah se movió en su asiento.
—Ella es así. Amable. —Me miró y volvió a la carretera—. La verdad es que... me
he alejado de muchas personas desde que empecé la obra. —Habló despacio, como si
inspeccionara cada palabra antes de dejarla salir—. Tengo a Tania, a Theo, mis padres
y mis mejores amigos, Oscar y Dena. Son para todo lo que tengo tiempo. Creo que
Tania estaba feliz de que haya traído a alguien nuevo a la tienda.
—¿Oscar y Dena son los amigos que vi en tus fotos? ¿El chico afroamericano con 107
una bonita sonrisa? ¿Una chica bonita que parece de Oriente Medio?
—Esos son los padres de Dena, son de Irán. Ella y Oscar han estado juntos desde
hace siglos. Se supone que debo pasar el rato con ellos esta noche. Nos reunimos todas
las semanas. Es parte de mi rutina, como la cena con mi familia.
—Oh. —Torcí las manos en mi regazo—. Eso es genial. Creo que yo voy a...
—Pero estaba pensando que, ya que es tu última noche aquí, tal vez cancelaría.
—No, no —dije, mientras la felicidad florecía en mi pecho—. No quiero interferir...
—Tengo ganas de salir a ver una película. —Llegamos a un semáforo en rojo y
Jonah se giró hacia mí, con una sonrisa inclinando sus labios—. ¿Hay algún clásico
de los ochenta en la agenda?
—Podría haberlo.
El semáforo se puso verde y volvió los ojos al camino.
—Suena bien.
—Sí —dije, apoyando la barbilla en mi mano para ocultar la sonrisa idiota en mi
rostro—. Suena perfecto.
Cuando mi celular sonó alrededor de las ocho, sabía que sería Theo. Ya había
tenido un interrogatorio de Tania cuando regresé al taller esa tarde: pregunta tras
pregunta sobre Kacey. Seguí la historia, ella se iba al día siguiente.
—¿Y el frasco de perfume? —preguntó Tania, sus labios se levantaron en una
sonrisa cómplice—. No recuerdo que esté en la presentación de la galería.
—Lo añadí.
—Lo que tú digas, jefe —había dicho y dejó el tema.
Theo, por el otro lado…
—Oscar me envió un mensaje —dijo ahora—. ¿Vas a cancelar lo de esta noche?
—Es la última noche de Kacey… 108
—Entonces, se trata de esa chica.
—Kacey. Sí. Yo…
—¿Vas a acostarte con ella?
—Jesús, Theo.
—¿Lo harás?
Me senté en uno de los dos taburetes de la cocina que funcionaba como mi mesa
para comer, al otro lado del pasillo del baño donde Kacey estaba lavándose.
—Estoy siendo cortés con mi invitada. No quiero llevarla fuera, está intentando
no beber y no quiero dejarla sola para que se aburra toda la noche. Y, por cierto, noticia
de último minuto… —bajé la voz y me aseguré que el agua seguía corriendo en el
lavabo…—, no es de tu incumbencia con quién me acuesto.
—Sabes lo que el Dr. Morrison dijo —respondió Theo—. Tienes que ser cuidadoso.
No exageres.
—Theo…
—Y tienes que usar un condón, sin excepciones.
—Voy a colgar ahora.
Pero, por supuesto, no colgué. Porque era mi hermano y bajo todos sus reproches
duros, estaba asustado como la mierda por mí.
—Les dije a Oscar y Dena que lo pasaríamos para el miércoles. ¿Estás libre?
—Trabajo hasta tarde en la tienda el miércoles —dijo Theo—. ¿Ella se va mañana?
—Mañana.
Hubo un silencio al otro lado.
—¿Hola? —dije—. ¿Quieres que le diga que le mandas saludos? ¿Buen viaje? ¿Qué
tal un autógrafo?
—Hablaré contigo más tarde —dijo Theo, su voz repentinamente dura. La línea se
puso en silencio.
Kacey salió del baño, llevando una camiseta que iba hasta la mitad de su muslo
y nada más. La mire fijamente por un largo rato, sus piernas desnudas y la parte
inferior de su tatuaje a la vista por debajo.
—No te escandalices, Fletcher —dijo Kacey, levantando su camiseta—. Tengo
shorts.
Parpadeé. De hecho, sí, llevaba shorts. Shorts cortos.
—Tu tatuaje —dije—. ¿Qué es? ¿Calavera de alfeñique?
—Una calavera de alfeñique vudú. ¿Ves el sombrero? Amo la mitología vudú y la
magia. Marie Leveau. Vevé. —Levantó la pierna para que lo viera y pretendí estudiar la
calavera que estaba hecha con colores brillantes y dos flores azules grandes en las 109
cavidades de los ojos.
—Es lindo. —Tosí—. Entonces… ¿película?
Kacey aplaudió.
—La original de La pesadilla en la calle Elm. 1984. La he visto dos veces. Johnny
Depp es un bebé en esta.
La observé caminar hacia la cocina y empezar a moverse alrededor con las ollas,
abriendo gabinetes y encendiendo una hornilla de la estufa, como si lo hubiese hecho
cientos de veces.
—¿También cocinas?
Sacó una bolsa de semillas de palomitas de maíz.
—Hecho en casa. Nada de grasas, conservantes o…
—¿Sabor? —terminé por ella y luego reí de su expresión enfadada—. ¿Tenías
palomitas escondidas en algún lugar?
—No, las compré hoy —dijo Kacey—. No puedo ver una película de terror sin
palomitas. Pero voy a usar aceite de coco. Colesterol bajo, corazón sano. Y te tengo
esto...
Me tendió un bote del mostrador. La etiqueta decía sustituto de sal Milton.
—Sin sodio —dijo Kacey, sacudiendo la olla cubierta de la estufa—. Sal falsa. Voy
a usarla también en mis palomitas, por solidaridad. Ah, y bebidas.
Kacey rebuscó en el refrigerador y me permitió tener una generosa vista de la
suave y perfecta piel en la parte de atrás de sus piernas antes de darse vuelta y darme
una botella de té verde con limón y miel.
—El té verde es la cosa más saludable de todo el mundo, al parecer.
Personalmente, nunca bebo té helado a menos que sea de la variedad de Long Island,
pero pensé que le daríamos una oportunidad.
Puse mi botella en el mostrador y la vi sacudir la olla que estaba ahora llena de
palomitas.
—¿Cuándo fuiste al supermercado?
—Mientras estabas en el taller esta tarde. Me encanta Tania, por cierto. Es una
buena persona.
—Sí, lo es —dije.
—Las palomitas están listas —dijo Kacey. Dejó todo en un tazón más grande,
observándome de arriba abajo—. ¿Qué te pasa esta noche?
—¿Qué quieres decir?
—Están un poco disperso. ¿Tienes algo en mente?
—Me sorprende que hayas hecho todo esto.
—¿Que fui a la tienda de comestibles? ¿O que enfrenté el calor? Supongo que 110
tengo mucho trabajo por hacer en el ámbito de la responsabilidad si comprar palomitas
de maíz y bebidas es una sorpresa.
—Sorprendido fue una mala elección de palabras. Quiero decir que me llegó que
hicieras todo esto. Por mí.
—Es lo menos que podía hacer ya que me dejas estar aquí.
Me sonrió y le sonreí de vuelta, hasta que el momento se hizo demasiado largo
para que un par de amigos se sonrieran el uno al otro. Probé unas palomitas.
—¿Qué tal la sal falsa? —preguntó.
—No está mal.
Llevamos nuestra comida y bebida al sofá. Me senté en un extremo pensando que
Kacey se sentaría en el otro. En su lugar, colocó el cuenco de palomitas en su regazo y
se acurrucó justo a mi lado, metiendo las piernas debajo de ella. Estaba contra mí,
hombro con hombro, su pecho izquierdo suave contra mi brazo.
—¿Esto está bien? —preguntó, tomando el control remoto de la TV—. Es una
película de terror. Y soy un poco sensible.
—Me di cuenta. —Podía sentir cada lugar donde nos tocamos—. ¿Por qué?
—¿Listo para una psicología pop? Mi padre era un gran creyente en retener el
afecto físico. Casi nunca me tocaba ni me abrazaba. Y él siempre estaba acosando a
mi mamá para que no exagerara y me mimara tanto. Solo me haría débil y frágil.
—¿En serio? —Mi imaginación evocó a una dulce niña, corriendo hacia su papá
con una rodilla raspada o con una A en una prueba de ortografía y siendo rechazada
fríamente—. ¿Tu padre nunca te abrazó?
Negó.
—Pero su pequeño plan fracasó. En lugar de hacerme dura, fui por el otro lado.
Quiero tocar a todos. Para hacer contacto, ¿sabes?
—¿Es por eso que abrazas a la gente cuando las conoces? ¿Como a Tania hoy?
—No abrazo a todos. Solo a la buena gente. Tengo un sexto sentido al respecto.
—No abrazaste a Theo ayer —dije—. Es un buen tipo.
—¿Puedes culparme? Parecía que quería morderme.
El brillo del televisor hizo que los ojos de Kacey se volvieran de color azul eléctrico.
—Pero es un buen tipo. Quería abrazarlo, pero no creo que le hubiera gustado
eso. No creo que le guste.
—No confía fácilmente —dije—. Estoy seguro que le gustas.
Kacey se volvió para mirarme y debido a que estaba prácticamente sentada en mi
regazo, su rostro estaba a centímetros del mío. Su rostro era expresivo, sus rasgos aún
más sorprendentes de tan cerca, libre del elaborado maquillaje que solía usar. 111
—¿Por qué tendría que confiar en mí? —preguntó.
Mierda. Buena pregunta.
—No confía en nadie nuevo a mi alrededor —le dije, infundiendo mis palabras con
tanta indiferencia como fuera posible—. Desde mi cirugía, se ha vuelto ridículamente
sobreprotector.
—¿Por qué? Quiero decir, aparte de las razones obvias.
—Mi régimen es bastante severo y le preocupa que me distraiga.
—¿Está preocupado de que te corrompa? ¿Te lleve a comer un bistec y una
bebida?
Eché un vistazo a esta chica que no estaba acostumbrada a ser confiada y me
escuché decir:
—No confía en las mujeres a mí alrededor. Debido a Audrey. Mi última novia.
Ahora Kacey se sentó y volvió su atención hacia mí.
—Audrey. ¿Es ella la chica...? —Señaló hacia una fotografía enmarcada de Audrey
y yo en Carnegie que colgaba en la pared al lado del acondicionador de aire.
—Esa es ella —dije—. Estuvimos juntos por tres años. Viajamos mucho y
planeábamos seguir viajando después de la graduación. Para ver las grandes ciudades
del mundo e inspirarnos por su arte.
—¿También trabajaba con el vidrio?
—No, le gustaba la pintura. Teníamos una vida planeada y luego se desmoronó y
no supo cómo lidiar con el caos. Ella estaba conmigo en Sudamérica cuando me
enfermé y voló a casa conmigo mientras esperaba un donante de corazón. Pero estar
cerca de las enfermedades o estar en los hospitales no era lo suyo.
Kacey se echó hacia atrás, una sombra cruzando su rostro.
—¿Qué pasó?
—Lo tolero hasta que recibí la llamada que había un donante disponible.
Los ojos de Kacey se abrieron.
—¿Ella se fue? ¿Cuando estabas por tener un trasplante de corazón?
—Más o menos —dije—. Pero el resultado es que le dijo a Theo que se iba y lo
convirtió en un perro guardián paranoico...
—¿Qué hay de ti? —intervino Kacey.
Me tensé.
—¿Qué hay de mí?
—Se fue. ¿Es por eso que te apegas tan religiosamente a tu horario? ¿Para
protegerte?
Las palabras se clavaron en mi garganta y solo pude asentir.
—Lo siento si esto es personal —dijo—. Estaba pensando en cómo los dos hemos 112
sido lastimados por personas que supuestamente nos querían. También me protejo.
Bebiendo, festejando, haciendo música dura. —Se giró para mirar la televisión—. Odio
que la gente se vaya cuando se supone que deben quedarse.
Asentí, sin saber qué decir. Vimos la película y comimos nuestras palomitas,
mientras que los minutos se acercaban a mañana.
En la pantalla, una mujer joven quedó destrozada en su cama. Su novio gritó
cuando la chica murió sangrientamente, su cuerpo arrastrado hasta la pared y cortado
por manos invisibles.
Kacey enterró la cara en mi hombro.
—Dime cuando se acabe —dijo, su voz amortiguada.
—¿Qué, esta escena?
Asintió contra mí, sujetándome el brazo. Su cabello era suave contra mi mejilla.
En la televisión, los gritos del novio se detuvieron.
—Está bien, ya desapareció —dije.
Kacey giró la cabeza para echar un vistazo a la pantalla con un solo ojo, luego los
dos.
—Lo siento. Soy una cobarde total con las películas de terror.
—Fue idea tuya.
—Es una gran película.
—Pero tienes miedo de verla.
—¿Y? —Sus ojos desafiantes eran brillantes y vibrantes, como si se retro
iluminarían con una luz cerúlea—. ¿Cuál es tu punto?
—No, nada. —Me reí, negando—. Tiene completamente sentido.
Kacey me dio un codazo en el costado, luego se acurrucó de nuevo.
Se sentía tan suave y cálida contra mí, mientras que yo era una pared de ladrillo
con las manos metidas debajo de mis brazos cruzados para no tocarla. Quería llenar
mis manos con Kacey; sostener la suya, o poner mi palma en la piel desnuda de su
muslo que estaba presionado contra el mío. O poner mi brazo alrededor de ella porque,
oh Dios, ¿no iba a ser la última vez que me sentaría en un sofá con una chica y ver una
película? ¿Tener su cabeza enterrada en mi hombro durante las partes de miedo, o
compartir un tazón de palomitas de maíz? Esta era mi vida, lo que quedaba de ella, y
me lo estaba perdiendo.
Traté de perderme en la película. Los minutos pasaban. En la pantalla, un joven
Johnny Depp, con plumas en el cabello, no pudo mantenerse despierto a pesar de la
muerte segura.
—Tenías que hacer una cosa, Johnny —dije.
Kacey enterró su cara en mi hombro, sus dedos apretados alrededor de mi brazo,
mientras Johnny fue asesinado en su cama y la sangre estalló, rociando la habitación.
—Dime cuando haya terminado. 113
—¿Cómo sé cuándo termina? —dije, riendo—. Ya has visto esto.
—Dos veces.
—Muy bien, los gritos se detuvieron, puedes salir.
Kacey levantó la cabeza y Jesús, era tan hermosa. Sus risueños ojos se
regocijaron, como si acabara de salir de una montaña rusa.
Su belleza me quitó el aliento. Si me quedaba sentado aquí con ella, iba a hacer
algo estúpido. Algo injusto para los dos.
Me levanté, murmurando acerca de necesitar ir al baño. Sentí en todo el lado
derecho de mi cuerpo una frescura desagradable donde ella me había estado tocando
y ahora ya no. En el baño miré mi reflejo en el espejo.
—Sigue la rutina, Fletcher. La jodida rutina.
Ese mantra era un puente frágil y destartalado entre lo que quería y lo que nunca
tendría. Caería en pedazos en un viento rígido, pero era el único puente que tenía. Sin
eso, caería libre al vacío.
—Sigue. La. Rutina.
Cuando regresé a la sala de estar, Kacey se sentó, bostezando y estirándose.
Sonrió cuando me vio. Una sonrisa sorprendida. Como si no hubiéramos pasado toda
la noche juntos. Como si hubiera pasado años en África y no dos minutos en el lavabo.
Pero también lo sentí. La extrañaba. Cada vez que cerraba mis malditos ojos, la
extrañaba.
Me aparté de ella, mirándola fijamente, mientras en mi mente cerraba la distancia
entre nosotros, la tendía sobre los cojines del sofá, pero esta vez, me acostaba sobre
ella. Besando su deliciosa boca, saboreando su lengua mientras la deslizaba sobre la
mía. Sus muslos se separaron para mí, revelando bragas que estaban húmedas cuando
la tocaba...
Jesucristo…
Me refugié detrás del mostrador de la cocina para que Kacey no viera la furiosa
erección que acariciaba el frente de mi pantalón de franela.
—Voy a traer más hielo para mi té —murmuré—. ¿Quieres un poco?
—Claro.
Abrí el congelador y me quedé allí, inhalando el aire frío hasta que mi sangre se
había enfriado y era seguro voltearme.
O tal vez podría golpear mi polla en la puerta...
—¿Qué te provoca esa bebida? —pregunté, encogiéndome cuando las palabras
salieron de mi boca. Claramente, la sangre aún no había regresado a mi cerebro—.
Quiero decir, ¿cómo estás sin algo más fuerte para beber que té helado?
—No está mal —dijo—. En realidad, ha sido bastante fácil dejar la bebida en estos
últimos días. Pensé que estaría agonizando, pero aquí siento que puedo relajarme. No
necesito el amortiguador. 114
—¿Amortiguador?
—El amortiguador del alcohol. Él aparece entre tú y la vida real cuando estás
ebrio. Todo es mucho más fácil de tomar. Más fácil que no te importe una mierda.
Puedes estar a una distancia segura.
—¿Segura distancia de qué?
Se encogió de hombros y miró los cojines del sofá debajo de ella.
—De la vida. La vida que he estado viviendo. Una vida que me sobrepasó, en vez
de controlarla. —Se concentró en un hilo suelto, enrollándolo sobre su dedo—. Las
Vegas es diferente de lo que pensé que sería. Después de toda esa mierda que pasó con
Chett, pensé que sería horrible. Pero no es tan malo. Mejor que estar de gira con la
banda. Ahora puedo ver eso. Así que, estaba pensando que podría... —El hilo en su
dedo daba vueltas y vueltas—. Quedarme.
La sangre se drenó de mi rostro tan rápido que tuve que agarrarme del mostrador.
Quedarme.
La palabra colgaba en el aire. Una burbuja cristalina de perfección.
Ella se quedará. Puedo verla todos los días, puedo hablar con ella, puedo tocarla...
Mis pensamientos corrían desenfrenadamente, junto con mi rápido pulso que
zumbaba en mis oídos. Era tan fuerte, que apenas podía escuchar las siguientes
palabras de Kacey. Pero las sentí. Sentí cada palabra; pequeñas balas que me
golpearon, cada una con una nueva emoción: miedo, alegría y culpa y algo
condenadamente cercano a la felicidad.
—Creo que quiero dejar la banda —dijo, todavía concentrada en el hilo suelto—.
Estoy bajo contrato y no tengo ni idea si es posible salirme sin ser demandada. Pero
creo que podría intentarlo. Creo que podría hacer lo que dijiste. Tratar de poner todas
las piezas juntas. Escribir mis propias canciones y cantarlas yo misma. Por supuesto,
tendría que conseguir un trabajo regular mientras tanto, pero eso sería bueno para mí
también.
Su rostro... tenía una mirada de convicción que nunca había visto antes, su voz
era clara y fuerte, mientras construía una vida para ella aquí.
¿Una vida conmigo?
—Conseguiría mi propia casa y cuidaría de mí misma —decía—. En lugar de dejar
que Lola asuma toda la responsabilidad. Pagar mis propias facturas, volver por mi
DEG. Sobre mis propios pies para un cambio...
La oración quedó en el aire y ella me miró. Vio mi expresión afligida y toda su
esperanza desapareció. Se deslizó de sus rasgos como una máscara y la luz que ardía
en sus ojos se apagó.
—De todas formas —dijo, y se aclaró la garganta—, como dije, no sé si es posible.
Probablemente estoy condenada con mi contrato.
Todavía no dije nada, mil pensamientos en guerra, mil palabras encerradas en mi
115
boca.
Kacey tragó saliva y levantó la barbilla contra mi silencio.
—No importa, es una idea estúpida. —Arrojó la almohada a un lado y se levantó
rápidamente del sofá, hacia el dormitorio—. Y no me siento bien. Voy a descansar.
Buenas noches.
La puerta se cerró de golpe sobresaltando mi sinapsis.
—Kace, espera.
En mi habitación, ella tenía su bolso en la cama y estaba sacando la ropa de los
cajones.
—Espera —dije—. Detente. Lo siento. Tenemos que hablar de esto.
—No tienes que decir nada —dijo—. Lo jodidamente entiendo. Lo vi en todo tu
rostro. Solo que estás equivocado. Completamente equivocado.
—¿Equivocado?
—Tienes esa mirada asustada que los chicos tienen cuando la chica comienza a
hablar de matrimonio y bebés en la primera cita. —Arrojó su ropa en el bolso, pieza
por pieza—. Pero te diré una cosa: querer venir a vivir aquí no es una propuesta de
matrimonio. No quiero a tus bebés. Ni siquiera estamos saliendo. Y no quiero salir
contigo. En este momento, la última cosa que quiero hacer en esta tierra es salir
contigo.
Las palabras me dolieron, pero apenas las sentía. La posibilidad que ella se
mudara aquí me asustó hasta el alma e iluminó los lugares sombríos en mi corazón.
Es mi corazón, amigo, y lo estás desperdiciando.
Dios, la esperanza caótica y el temor de la situación me estaba mareando y ahora
estaba alucinando la voz de mi donante. Sacudí la cabeza para despejarla.
—¿Que... de verdad dejarías la banda?
—Sí, Jonah, realmente lo haría. —Plantó sus manos en sus caderas—. ¿Estás tan
sorprendido? Te conté cosas que no le he contado a nadie. Te conté todo. Lo infeliz que
me sentía... y asustada...
—Lo hiciste. Y esperaba que la dejaras. Pero no pensé que te mudarías aquí.
Se estremeció ante eso y su mandíbula se apretó contra las lágrimas en sus ojos.
—Maldición. —Froté mis manos sobre mi rostro—. No quise decir eso.
—¿No? ¿Qué querías decir?
Nos enfrentamos, ella estaba esperando una respuesta y yo tratando de calmar el
caos que me invadía. El empujón y la atracción de querer que se quedara y lo que le
esperaba si lo hacía.
—Odias el desierto —dije finalmente—. Y el calor. Y esta ciudad.
—Nunca dije eso.
—Creo que tus palabras exactas fueron: Jodidamente odio Las Vegas.
116
Me miró, el dolor grabado en cada contorno de su rostro. Mis argumentos eran
estúpidos y vacíos, ambos lo sabíamos. Nos conocimos por unos pocos días, pero
teníamos una conexión.
—Mira, permíteme explicarlo —dije—. No quise decir...
—No te preocupes por eso —dijo ella—. No importa lo que dije, o lo que dijiste. Lo
que dijimos no significa nada. Así que estás a salvo, ¿de acuerdo? No voy a distraerte
de tu trabajo ni interrumpir en tu precioso horario.
—Kace…
—No pensé en volver aquí por ti —dijo, con voz temblorosa ahora—. Vamos a dejar
claro eso. Tenía esta idea loca que finalmente me enfrentaría a todo el terrible dolor
que Chett me causó, en la ciudad donde él me abandonó. O escribir sobre mi padre y
exorcizar ese demonio con una canción. O diez. O cien. Sin embargo, tomará mucho
hasta que lo deje salir. Pensé que trataría de estar sola por primera vez en mi vida.
Pensé ir en serio con mi música. Y pensé que, tal vez, tendría un amigo al que podría
llamar y pasar el rato algún día. —Cerró la cremallera de su bolso—. Pero estaba
equivocada.
—No estás equivocada —dije, frotando mis ojos cansados.
—¿No? Tienes una manera divertida de mostrarlo. —Tomó su bolso y colocó su
bolso de mano sobre su hombro, todavía con sus shorts de dormir y una camiseta.
Con los pies descalzos a la una de la mañana y lágrimas amenazando con salir.
—Kace —dije suavemente—. ¿A dónde vas?
—No me quedaré aquí —dijo—. Voy a llamar un taxi para regresar a Summerlin.
Muev…
Las lágrimas se derramaron y sus hombros se arrugaron con el peso de su vida
que cabía enteramente en una pequeña mochila.
Me acerqué a ella, tomé la mochila de su mano y el bolso de su hombro y los dejé
caer al suelo. Envolví mis brazos alrededor de ella. Se puso rígida, luego se derritió
contra mí. La abracé mientras lloraba contra mi pecho. Un gran e hiriente llanto,
porque ella sabía que estaba bien llorar así. Conmigo.
—Tengo tanto miedo —susurró—. Tengo miedo de lo que quiero... de perseguirlo
y joder todo de nuevo. Asustada de tener que llamar a mis padres o a Lola...
arrastrándome para pedirles ayuda porque tuve la oportunidad de toda una vida en la
palma de mi mano y la rechacé. —Se aferró a mí con más fuerza—. Tengo miedo de
estar tan ocupada sintiendo miedo que nunca voy a ser nada en absoluto.
Le acaricié el cabello.
—Lo serás. Lo encontrarás. Puedes tener miedo y aun así encontrarlo. Sé que
puedes. Y no quiero que pienses que no estaría feliz de tenerte aquí en Las Vegas. Me
gustaría. Quiero que te quedes, pero...
—No espero que me cuides —dijo—. Solo necesito un amigo para decirme que no
estoy loca. Y esperaba que ese amigo fueras tú.
—Puedo ser ese amigo, pero... 117
Oh mierda, aquí viene...
Mi corazón latía y la adrenalina corrió por mis venas.
—Tengo que decirte algo.
—¿Qué?
Mi mandíbula se abrió y no salió ningún sonido. No tenía nada planeado. Ningún
discurso estándar. Había mantenido a la gente a distancia, así no tener que decirles.
Pero ahora aquí estaba Kacey...
Me miró. Sus ojos eran hermosos y brillantes y llenos de confianza que no había
ganado. Casi le dije que lo olvidara. Que era un idiota y sería mejor que no volviera a
hablar conmigo.
Pero una parte de mí, la parte que saltaba de alegría que se quedara, quería algo
más con esta mujer hermosa, enérgica e impulsiva. Mi mundo se había ido
desvaneciendo hasta que estalló como una bomba de color y luz y maldita sea, lo
quería. Quería mantenerla en mi vida, aunque solo fuera como una amiga. Tenía que
ser solo como amigos, e incluso eso se sentía egoísta y mal. Pero tal vez, dijo esta
pequeña voz, podía ser honesto con ella y dejarla decidir por sí misma.
Pero no aquí. No en mi llano y pequeño apartamento. Tenía que llevarla a algún
lugar hermoso, para mostrarle a qué me estaba aferrando y por qué.
—¿Estás preparada para un paseo?
Ella asintió lentamente.
—Está bien.
Di un suspiro, pero no me alivió.
—Vístete. Quiero mostrarte algo.

118
En el camino a donde sea que Jonah me estaba llevando, mi mente había
imaginado cientos de posibilidades para lo que él estaba planeando decirme. Algo
grande. Algo que justificara esta excursión. Y juzgando por la hechizada mirada en sus
ojos, no era algo bueno.
Mi corazón latía fuerte contra mi pecho.
Cálmate. Puede que no sea tan malo como piensas.
Lo que fuera, yo estaba dentro. Cuando le dije que estaba pensando en quedarme
en Las Vegas, un futuro nació entre nosotros. No uno romántico. Sólo… estar juntos.
Un vínculo. Una conexión que no podíamos negar.
Pronto la Torre Eiffel se asomó a nuestra derecha. A lo largo del Boulevard de Las
Vegas, el Hotel Bellagio y el Casino se encontraban bellamente iluminados tras el lago. 119
Jonah giro al casino, entró y estacionó.
—¿Otro espectáculo de agua? —pregunté. Me dio una sonrisa rápida que no
alcanzó toda su boca.
—No esta noche.
El agua seguía oscura mientras caminábamos a su lado. Sin luces coloridas, o
jets danzantes. Un escalofrío atravesó mis brazos, a pesar del calor. A mi lado, Jonah
se veía guapo en mezclilla y una camisa negra. El brazalete de alerta médica en su
muñeca derecha captó las brillante luces del hotel.
El aire acondicionado del lobby del Bellagio me hizo temblar más fuerte. Unas
pocas personas se encontraban esparcidas en el suelo de mármol y esperando en las
mesas para registrarse. El definido ding del elevador hizo eco en el mármol. Bajo mis
pies, un hermoso mosaico que se extendía en todas las direcciones, llevando a una
exuberante zona de asientos con plantas en macetas. Más allá se encontraba el área
de registro con elegantes arcos color crema y oro. Un techo artesonado que me hacía
sentir como si hubiera entrado en un palacio romano.
Entonces mi mirada se dirigió arriba, a la pieza central del lobby del Bellagio, y
sin duda, la razón por la que Jonah me trajera aquí. Las vigas del techo fluyen hacía
una obra maestra de luz y vidrio. Cientos y cientos de lo que parecían sombrillas al
revés, ondulándose a lo largo de los colores del techo.
—Fiori di Como —dijo Jonah, caminando a mi lado—. Flores de Como de Dale
Chihuly.
—Tu ídolo —murmuré, observando los magníficos bouquets de delicadas flores de
vidrio del techo.
—Veintitrés metros de largo y nueve de ancho —dijo Jonah, su voz baja y
reverencial—. Más de dos mil piezas.
—Es asombroso —dije, luego miré a Jonah—. Tu instalación es mejor.
Él sonrío, pero era una sonrisa que iba más allá de la tristeza. Algo intenso y
profundo, miré alrededor, buscando una salida para escapar de lo que me fuera a decir.
—Dale Chihuly es un verdadero maestro —dijo Jonah—. Virtuoso. Sólo espero
crear algo como lo que él ha creado. Algo más que sólo bellas piezas de vidrio.
—¿Cómo qué? —pregunto en voz baja
—Un legado —responde Jonah—. Sentémonos un minuto.
Me guío a un conjunto de sillones directamente debajo de la obra de Chihuly. El
sofá era suave y me invitaban a derretirme en los almohadones, pero me senté derecha,
abrazándome.
Jonah me enfrentaba, descansando sus antebrazos en sus caderas, girando su
brazalete de alerta médica una y otra vez. Podía verlo sopesar las palabras y
ensamblando las oraciones, buscando el coraje para decirme algo que cambiaría todo.
—Si me vas a pedir que me case contigo, la respuesta es no —dije—. Apenas nos 120
conocemos, necesito al menos otros tres pastelitos.
Jonah rió ligeramente.
—¿No es eso? —dije, intentando aliviar la tensión del momento, pero mi voz no
me ayudaba—. ¿Eres gay?
Jonah me miró entonces, sus oscuros ojos calientes y suaves.
—Segundo strike.
—Está bien —dije, tragando duro. Mi próxima y última pregunta atrapada en mi
garganta. Una vez que preguntara y él respondiera, mi vida nunca volvería ser la
misma—. ¿Estás enfermo?
—Sí, Kacey.
—¿Cuán enfermo?
—Terminalmente enfermo.
Las palabas cayeron entre nosotros como una granada lista para explotar. Mi
pecho se apretó como si hubiera inhalado aire tóxico. Asentí vigorosamente,
espasmódicamente, mientras intentaba rechazar y procesar la noticia.
—Está bien —dije, llevé mis manos a través de mi cabello para intentar
mantenerlo tras mi cuello—. Bien. ¿Es tu corazón?
—Sí —dijo Jonah—. Rechazo crónico de trasplante.
Mi cerebro procesaba todo y lo que había escuchado acerca del rechazo de
órganos, lo cual no era mucho.
—Pensaba que era algo que pasaba de forma inmediata.
—Un rechazo agudo a veces, sucede justo después de la cirugía. Te dan drogas
para calmar tu sistema inmune, y usualmente funcionan.
—Pero tú tomas todas las drogas.
Él asintió.
—Lo hago. Pero en lugar de un rechazo rápido, mi sistema inmune ha estado
rechazándolo lentamente, a pesar de las medicinas.
Cruzo mis brazos, mis manos aferrándose fuerte a mi camiseta y abrazándome.
—¿Cómo sabes todo esto? No te ves enfermo.
—Los que reciben un trasplante de corazón, deben hacerse una biopsia mensual,
buscando este tipo de problemas. En mi tercera biopsia, hace ocho meses, encontraron
evidencia de aterosclerosis, y…
—¿Qué es eso? —Mi voz dura y acusándolo, como si estuviera inventando las
palabras.
—Endurecimiento de las arterias —dijo—. El diagnóstico correcto es Vasculopatía
de aloinjerto cardiaco. VAC. El sistema inmune ataca el corazón, dejando cicatrices.
Esas cicatrices comienzan a cubrir el corazón hasta que finalmente falla.
Odié el techo entonces. Tan brillante, lleno de color, alegría y belleza. Rabia crecía 121
en mi interior sobre el horror y la injusticia que me estrangulaban. Mire al suelo,
tratando de respirar.
—¿Cuánto… —de nuevo, tuve que tragar el nudo en mi garganta— cuánto tiempo?
—Cuatro meses en este punto. Tal vez más, tal vez menos.
Mi propio corazón se fue en caída libre, mi piel se puso fría, de pies a cabeza como
si hubiera sido rociada con agua helada
—¿Cuatro meses?
Cuatro meses
Dieciséis semanas
Ciento veinte días.
Cuatro meses no era nada.
—Por Dios —susurré, las palabras saliendo de mi pecho. Sentía las lágrimas mojar
mi rostro. Una gota deslizándose, bajando por mi garganta y empezaba a bajar por mi
pecho. Estaba llorando, mi corazón dolía y estaba viviendo.
Y Jonah estaba muriendo.
Alcanzó mi mano, como si quisiera consolarme, pero la dejó caer.
—En serio lo lamento —dijo.
Una risa se me escapó, haciendo eco a través del mármol.
—¿Por qué? ¿Por qué te disculpas? Y ¿por qué no me dijiste antes?
—Si pudieras ver tu rostro ahora mismo, sabrías por qué.
Las lágrimas se derramaban de mis ojos. Sólo mirándolo, con la boca abierta,
probando la sal.
—Joder —dijo, dándole un puñetazo al brazo del sofá—. Jodidamente odio hacerle
esto a las personas. Odio lo que te hace, lo que me hace. Lo hace todo más real, cuando
intento estar contento y atravesar esto. Llegar hasta octubre, terminar la instalación y
… —Sus manos haciendo señas al techo—. Esto. Un legado. Sólo quiero dejar una
parte de mí, que signifique algo.
—Tu horario… —dije, usando una parte de mi manga para secar mi rosto—. Ahora
lo entiendo. Pero no sé por qué alejaste a todos tus amigos. ¿Para ahorrarles el dolor?
¿No piensas que ellos preferirían decidir por sí mismos? ¿No crees que ellos querrían
estar contigo…?
—Sé que lo hacen —dijo—. Tuve que decirle a mi madre lo que acabo de decirte.
Tengo que ver a mi familia y amigos contar los minutos cuando están conmigo. Ver el
dolor en sus ojos, ser cuidadosos con sus palabras, los dolorosos adioses que duraban
demasiado. Lo tomo de Oscar, Dena y Tania, de Theo y mis padres… lo tomo de ellos
porque tengo que hacerlo. De alguien más… sólo no puedo soportarlo. Tengo mi círculo
y eso es todo. No quiero decirles a las personas fuera de mi círculo. No quiero que ellos
se enteren. No dejo entrar a nadie.
122
—Aun así —dije, necesitando aire, sosteniéndome a mí misma—. Aquí estoy.
—Aquí estas —dijo Jonah, sus ojos escaneando mi rostro—. Créeme, no quería
dejarte entrar, pero era como si…
—¿Qué? —susurré
—Cómo si no tuviera opción —dijo Jonah—. Intenté mantener el círculo cerrado
y mis paredes arriba, continuar con mi rutina... pero entraste de todas formas. —
Gentilmente enjugó una lagrima de mi barbilla—. Lo sientes también, ¿cierto?
Asentí.
—Si.
—Kace. —Sacudió su cabeza, pasó sus manos por su cabello, luchando consigo
mismo—. No quería hacerte pasar por esto… con lo que va a pasar. Por eso actué como
un idiota más temprano. Pero lo vi desenvolverse al final. No puedo hacerte esto.
Nos sentamos en silencio. Las personas iban y venían, pasando por nuestro sofá,
ignorando lo que estaba pasando.
—¿Cómo sabes que son cuatro meses? —dije—. ¿Cómo pueden ser tan
específicos?
—Ellos pueden decirlo. Aunque…
—¿Aunque qué? —dije, aferrándome a la palabra como una mujer ahogándose en
busca de un salvavidas.
—Se supone que tengo que hacerme una biopsia mensual. Así ellos pueden ser
más específicos. Pero dejé de ir.
—¿Por qué?
—Porque era un procedimiento jodidamente horrible y me dejaba tirado por
cuarenta y ocho horas. Tengo demasiado trabajo por hacer y no puedo perder todo ese
tiempo. Segundo, no necesito una biopsia para saber. Los síntomas me lo dirán.
—¿Qué síntomas?
—Fatiga, falta de aire, en su mayoría. —Jonah jugueteaba con su brazalete—.
Tengo esos ahora, un poco. Ya no puedo correr, o ir al gimnasio como solía hacerlo.
Pero cuando comience a sentirme cansado por cosas pequeñas, o me sea imposible
encontrar mi aliento sin razón alguna, lo sabré. No necesito contar mis días mientras
tanto.
Un poco de esperanza, una pequeña flama en el fuerte viento.
—Así que realmente no sabes. No tienes idea de qué tal mal, o no, esté la vascu...
VAC. Tal vez se detuvo. Tal vez las drogas que tomas están funcionando.
—No... —dijo.
Lo miré.
—Eres como el gato de Schrödinger. Mientras no te hagas ninguna biopsia, la caja 123
de arena está cerrada. Podrías vivir mucho tiempo. Años incluso. Felizmente en la
oscuridad.
Él sonrió un poco
—La ignorancia es una bendición, ¿cierto? Pero no me hago falsas esperanzas,
tampoco quiero que lo hagas. No estoy en negación, pero no estoy invitando a la fría y
dura luz a que me torture. ¿Puedes ver la diferencia?
Asentí y él tomó mi mano. Sus dedos se entrelazaron con los míos y los sostuvo
apretados. Sus manos… fuertes y sólidas. Una cicatriz de una quemadura en la
almohadilla de su pulgar, unos pocos cortes… pero saludable. Él tenía que estar
saludable.
—He intentado convencerme de que los doctores se equivocaron —dijo Jonah—.
Pero no puedes esconderte de la verdad. No es que no tenga esperanza, pero soy
realista. Puede que estén equivocados. Probablemente no lo estén. Esa es mi línea.
—Pero ¿qué si están equivocados? ¿Qué sí...?
Él sacudió su cabeza
—Todo lo que puedo hacer es vivir el día a día… Tomo medicaciones extra para
intentar detener el VAC. Tengo una dieta estricta y duermo en un reclinador en vez de
una cama. Hago cualquier cosa para sacarle un poquito más de tiempo para hacer mi
trabajo y ver abrirse la galería.
Busqué otro argumento, pero no me quedaba nada. Exhalé bruscamente.
—Que quedé en el registro que atravesé toda esta conversación sin una bebida o
un cigarrillo.
Él soltó una risa y nuestros ojos se encontraron, un momento, un latido, y luego
estamos en los brazos del otro, sosteniéndonos.
—Jonah… —susurré contra su cuello
—Lo sé.
—Yo no... no puedo. —Me apretó suavemente.
—Lo sé.
Estuvimos así por un tiempo, hasta que Jonah me dio un apretón y me sostuvo
por mis hombros.
—Regresemos. Es tarde. Durmamos un poco y en la mañana…
—Jimmy viene por mí, va a llevarme al aeropuerto —dije—. ¿Qué hago entonces?
—Vas con él. Habla con Lola. Decides si quieres quedarte en la banda o salir de
ella si es lo que necesitas hacer. Encontrarás tu camino.
—¿Qué hay de ti?
—No te preocupes por mí.
Le di una mirada afilada.
—Es un poco tarde para eso, amigo. 124
Su mirada era amable y silenciosa, y su voz temblaba mientras hablaba.
—Te mantendrás en contacto conmigo, o no lo harás. Si lo haces, estaré aquí para
ti. Y si no lo haces, lo entenderé. Te prometo que lo entenderé. ¿Sí?
No dije que sí. Nada de esto estaba bien. Mi mente no había asimilado nada de
esto aún; tenía más lágrimas para llorar, pero ahora mis ojos se sentían drenados.
Caminamos fuera del Bellagio de la mano, lejos de las flores de vidrio, un jardín que
nunca se marchitaría o moriría.
Volvimos a su lugar. Sin discusión, apilé las almohadas en la cama, para que
pudiera estar inclinado, y luego me acurruqué a su lado.
Entendía por qué no le decía a todos de su situación. Dolor como este iba más
allá de lo privado o personal. Vivía dentro, profundo bajo cualquier cosa superficial, y
atraía a todos los que conocía profundamente. Cerraba distancias.
Estábamos acurrucados, mi cabeza en su pecho.
—¿Duele? —susurré. El sonido de su voz en mi oído era somnoliento.
—No, estoy bien
—¿Duele ahora mismo?
—No, Kacey. —Jonah agarró mi cabello, sosteniéndome más fuerte—. Ahora
mismo, no me duele nada.
Su pecho se elevaba con una suave respiración. Bajo mi oreja, su corazón latía
fuerte y estable.
Una pequeña llama de esperanza en mi interior, determinada a quemar toda la
noche.

125
Miré por la ventana para ver a un sedán negro entrar en el estacionamiento del
complejo de Jonah. Jimmy Ray salió, se apoyó en el guardabarros y encendió un
cigarrillo.
Me volteé para enfrentar a Jonah en el mostrador de la cocina.
—Está aquí —dije.
—Está bien.
—Tengo que ir —dije, tratando de reunir fuerzas para la decisión que tenía por
delante. Me había dormido anoche flotando en una paz esperanzada, y me desperté
sintiéndome mareada. El impacto de la revelación de Jonah descendió como una
tormenta aullando en mi cabeza. Anoche pensé que sabía qué hacer. Esta mañana, no
sabía dónde estaba y no confiaba en ser lo suficientemente fuerte por nadie. La banda,
126
Jonah, o incluso por mí misma.
Mi única certeza era que si no continuaba la gira mientras trataba de resolver las
cosas, el martillo legal caería por romper mi contrato, y me quedaría sin opciones.
Me aparté de la ventana.
—Vamos.
Jonah tocó mi hombro suavemente.
—Te acompañaré.
Llevó mis maletas por mí al estacionamiento donde Jimmy esperó
impacientemente, el calor haciéndolo aún más ansioso que de costumbre.
Me incliné hacia Jonah.
—No quiero despedirme con él observando.
—Yo tampoco.
—Necesito un minuto más, Jimmy —dije, mi voz rasgada con el eco de lágrimas.
Jimmy miró su reloj y murmuró algo mientras Jonah colocaba mis maletas en el
borde del estacionamiento. Caminamos hacia el pequeño patio y me di cuenta que
llevaba una chaqueta ligera, aunque la temperatura debía haber subido a treinta y
ocho grados. Sacó una caja del tamaño de una pelota de tenis del bolsillo y me la
tendió.
—Un regalo de despedida —dijo, un temblor en el borde de su voz.
Tomé la caja y la abrí. El sol brillaba sobre el cristal y las lágrimas nublaron mis
ojos. Era la botella de perfume, acabada y perfecta. Cintas elegantes de violeta e índigo
se arremolinaban alrededor de su cuerpo pequeño y ancho. El cuello se abría en un
círculo plano y el tapón era un mármol hermoso y claro. La sostuve, dejando que el sol
brillara a través del interior vacío.
No está vacío, pensé. Sostiene el aliento de Jonah.
Tenía miedo de dejarlo caer, volví a poner la botella en su caja y la sujeté
firmemente hacia mí. Lo miré.
—Tengo miedo —susurré—, tengo miedo que, si me voy, me estoy fallando. Si me
quedo, fallo a la banda. Y a ti. Dijiste que pasar por los hospitales no era cosa de tu
exnovia. Tampoco es lo mío. Estoy tan asustada de fallarte si me quedo.
Su sonrisa era tan dulce y cálida, pero triste también. Amarillo teñido con azul.
—No puedes fallarme. No espero nada de ti, Kacey. Sólo amistad, tanto o tan poco
como quieras darme.
—No sé qué hacer.
—Lo harás —dijo Jonah—. Ve a tu habitación en tu próxima casa u hotel, lejos de
la banda. Cierra la puerta y bloquéala, y en el silencio pregúntate lo que realmente
quieres hacer. Tú, Kacey Dawson. ¿Qué quieres para ti? No pienses en mí ni en Lola 127
ni en Jimmy ni en nadie más. Solo tú.
Lo que quería. Pensé que lo sabía, pero ¿podría volver aquí por ello? ¿Podría
encontrar la fuerza para soportarlo por mi cuenta? Y si lo hiciera, ¿a qué velocidad
pasarían los cuatro meses? ¿Podría ver a Jonah...?
Me estremecí, no queriendo ni siquiera terminar el pensamiento, y la cobarde en
mí susurró que no tenía la columna vertebral para lo que quería.
—Los contratos son casi imposibles de romper —dije—. Podría estar atrapada, sin
importar qué.
—Puede que eso suceda. Pero lo correcto siempre encontrará una manera. —Dio
un paso más cerca—. Cuídate, ¿de acuerdo? Por encima de todo, cuídate.
Asentí y me incliné contra él. Me rodeó con los brazos y coloqué mi rostro contra
su pecho, inhalando profundamente. Quería llevar algo de Jonah conmigo, la parte que
me mantuvo tranquila y serena.
Caminamos de regreso al estacionamiento donde Jimmy estaba paseándose
delante del sedán y tirando del cuello de su camisa de vestir en el calor.
—Jesús, gatita, me estoy muriendo aquí. Vamos ya. Tenemos que estar en el
aeropuerto en dos horas.
Él y Jonah se miraron duramente mientras el conductor del sedán tomaba mis
maletas y las guardaba en el maletero. El conductor me abrió la puerta y Jimmy me
hizo señas para que entrara.
Jonah levantó un dedo hacia Jimmy.
—Cuida de ella.
—Por supuesto. Tenemos un nuevo acto de apertura, como se prometió. —La
sonrisa de Jimmy era brillante y falsa—. Cuido de mis chicas. Son como hijas para mí.
Jonah levantó una ceja y su mirada se endureció.
Jimmy tosió.
—No importa —dijo, subiendo al coche—. Tenemos un horario que cumplir.
Me volví hacia Jonah. Él me miró y nuestras miradas se encontraron. En el
siguiente latido del corazón, estaba de puntitas y presionando mis labios contra los
suyos. Él hizo un sonido en su pecho, como si le doliera, y sentí mi propio dolor en
respuesta. Me aparté antes que el suave beso se convirtiera en una dura promesa que
no podía cumplir.
Me giré y subí al coche, y no miré hacia atrás. Ni siquiera para decir adiós.
No estaba lista para despedirme.

128
La casa Summerlin era una porquería. Me quedé en el centro de la habitación,
mirando el desastre. Las quemaduras de cigarrillo en la alfombra, los residuos de
maquillaje en el lavabo, manchas no identificadas en la alfombra.
—Empaqué por ti —dijo Lola desde la puerta.
Salté, con mi corazón latiendo con fuerza.
—Me asustaste. —Mis nervios estaban disparados. Me senté en la cama deshecha
y alisé la colcha, como si ayudara—. Este lugar es un desastre.
Lola se encogió de hombros.
—Para eso son los depósitos de garantía. —Se cruzó de brazos—. Entonces…
¿Estás con nosotros? 129
—Estoy aquí, ¿cierto?
—Estás con nosotros, pero estás con nosotros. No lo llaman banda por nada,
sabes. Tenemos que tocar como un todo. ¿Estás lista para hacer eso ahora?
Me encogí de hombros, sin mirarla.
—Claro.
Oí a Lola suspirar y moverse en sus tacones.
—¿Es el chico? ¿El conductor de la limosina?
—¿Qué pasa con él?
—¿Es otro Chett? ¿Otro tipo que te va a joder Dios sabe cuántos años? Porque de
verdad, Kacey…
—Se está muriendo.
Los brazos de Lola cayeron a su costado.
—¿Qué quieres decir con que se está muriendo?
La miré fijamente, moviendo mi cabeza.
Inclinó la barbilla.
—¿Te refieres a muriendo muriendo?
Asentí.
—¿Cáncer?
—Insuficiencia cardíaca. Lenta insuficiencia cardíaca.
Lenta insuficiencia que va a llevárselo demasiado rápido…
—Mierda. —Lola se sentó a mi lado en la cama—. Oh, cariño, lo siento tanto. —
Puso sus brazos a mi alrededor, aunque apenas lo sentí—. Bueno. Lo conociste el
viernes por la noche, ¿verdad? ¿O el sábado por la mañana? ¿Cuando sea que
recuperaste la consciencia en su sofá?
—Sí —dije—. ¿Y qué?
—Y… apesta que esté enfermo, pero lo conoces de cuatro días. Sí, eso.
Parpadeé hacia ella.
—¿Y?
—Sólo digo, lo descubriste antes de caer demasiado profundo. La última cosa que
quieres es involucrarte con alguien que no puede darte un futuro.
—No. —Me levanté de la cama, negando con la cabeza vigorosamente ahora—.
No, no vas a hacer esto.
—¿Hacer qué? ¿Darte una dosis de realidad?
—Hablar de él. No sabes… —Moví mis manos—. No importa. No voy a hablarte de
él. O de estos cuatro días. Son míos. Así que vamos a… jodidamente irnos ya. Tenemos
un avión que tomar. 130
—Me alegro de oírlo —dijo una voz en la puerta. Jeannie se inclinó contra la
jamba, con los brazos cruzando sobre su camiseta negra que mostraba el abdomen.
Apartó un mechón de cabello negro de sus ojos—. ¿Estás lista para reunirte a
nosotros?
—Estamos bien, Jeannie —dijo Lola, mirándome, sus ojos suavizados con
compasión, pero duros con no jodas esto—. Está lista. ¿Verdad? Necesitaba un
pequeño descanso. Algún tiempo para relajarse. No hay nada malo con eso.
—Sí, descansé —dije—. Ahora estoy lista.
—Bien —replicó Jeannie. Cuando la pasé de un empujón, soltó la amenaza vacía
que había estado usando conmigo desde que me uní a la banda—. Porque hay cientos
de guitarristas que matarían por tener tu trabajo.
Murmuré entre dientes:
—¿Lo prometes?

El viernes era el primer concierto en Denver y actué sobria.


Decir que fue un desastre era ser amable.
Jodí mi solo en “Talk Me Down”, llegué tarde en tres canciones diferentes e hice el
riff de los coros de apertura para “Taste This” al final de la actuación, olvidando que ya
la habíamos tocado. Jeannie tuvo que parar el concierto y hacer una broma sobre un
temprano bis mientras me disparaba una mirada de muerte.
—¿Qué mierda, Kacey? —me chilló en el camerino—. Vas y te tomas cuatro días
de ausencia, supuestamente para recuperarte, y entonces vuelves más rara que antes.
¿Estás intentando arruinarnos?
Violet e incluso Lola, estaban esperando por una respuesta.
—Lo siento —dije—. Estaba distraída esta noche. Mañana lo haré bien, lo
prometo.
Pero no lo hice. No en el interior, de todos modos. Me las arreglé para superar el
concierto de la siguiente noche sin joderlo, pero al segundo en que terminó, ataqué el
alijo de alcohol del camerino con fuerza.
El primer trago ardiente del whisky casi me hizo vomitar. El segundo fue mejor.
Para el quinto, el dolor en mi corazón no se había ido totalmente, pero era soportable.
Estuvimos de fiesta en el hotel, con la banda —y cincuenta de nuestros más
cercanos amigos—, metidos en las suites que Jimmy reservó. Nunca había sido
claustrofóbica, pero lo sentí esa noche. Demasiados cuerpos, hablando demasiado alto
y bebiendo demasiado. Humo —de hierba y cigarrillos— colgaba en el aire como una
niebla gris, y la música estaba tan alta que apenas podía escuchar al tipo colgado de
mi hombro. Era alto, guapo de cierta manera engominada. Como un mafioso. Su barba
incipiente acarició mi mejilla cuando se inclinó. No era un encargado del equipo o parte 131
del personal. Un amigo de los ejecutivos de la discográfica, tal vez. O no. No sabía quién
era y estaba demasiado borracha para averiguarlo. ¿Importaba?
Podría ser cualquiera y yo podría ser cualquiera para él.
—Cualquiera más cualquiera es igual a nadie —farfullé.
—Estás borracha. —Se rió. Se inclinó, su aliento húmedo con vodka en mi oreja—
. ¿Quieres salir de aquí?
—Sí —dije—. En realidad, sí. Joder, realmente quiero salir de aquí.
Sonrió con los párpados caídos y empezó a acompañarme fuera. Me resistí y di un
paso lejos de él, tambaleándome un poco.
—Déjame empolvar mi nariz —dije.
Eso lo animó incluso más.
—¿Tienes algo de cocaína?
—Tengo que hacer pis —dije en voz alta.
Pasé a Jimmy y Violet y Lola, todos hablando y riendo. Me agaché y zigzagueé
para evitar ser localizada. Ignorando el cuarto de baño, me apresuré a salir de la suite,
yendo por el pasillo a mi propia habitación. El patrón de remolinos en la alfombra me
mareó. Esperaba que el mafioso apareciera en cualquier momento detrás de mí, como
si esto fuera una mala película de miedo que ya había visto y supiera lo que iba a
pasar.
Metí con torpeza la tarjeta llave en la cerradura y prácticamente caí dentro. Cerré
de un portazo, bloqueé la puerta y eché el cerrojo. La fuerza se desvaneció de mí y me
deslicé por la puerta, con lágrimas cayendo por mis mejillas. Limpié mis ojos y mi
máscara dejó manchas en el dorso de mis manos.
Incluso a dos habitaciones de distancia, todavía podía oír la fiesta. Me cubrí las
orejas, mirando al bolso en mi regazo, mi teléfono salió. Lo recogí, fue a mis contactos
y encontré el número de Jonah. Mi pulgar se cernió sobre el botón de llamada, pero no
lo toqué. No podía llamarlo borracha e histérica. Lo preocuparía muchísimo, ¿y qué
podría hacer él, de todos modos?
Era demasiado jodidamente humillante. Habíamos estado separados por tantos
días como habíamos estado juntos y ya me había caído a pedazos. Él probablemente
había terminado ocho piezas más en su instalación. Su legado. Yo estaba borracha en
el suelo de una habitación de hotel.
Me quité de una patada mis zapatos de tacón de aguja negros y luché por ponerme
de pie, con mi vista en el mini-bar. Lo abrí, agarré una botella diminuta de algo marrón
y empecé a girar la tapa, preparada para tornar la noche hacia el olvido.
Entonces mi borrosa mirada aterrizó en el frasco de perfume. El hermoso y
perfecto recipiente con sus delicados lazos de espirales púrpuras alrededor del centro.
Lo miré fijamente. No fue un accidente que mi yo sobrio lo hubiera puesto encima de
un pequeño armario sobre el mini bar, en lugar de dejarlo en el cuarto de baño con el 132
resto de mi perfume.
Dejé el alcohol, pero no tomé el frasco de perfume. Jonah lo hizo para mí. Si lo
rompía, no me quedaría nada de él.
Aspiré una profunda bocanada, tomé una botella de agua del armario y cerré la
puerta con fuerza.
Luego fui a la cama.
Detrás de mis párpados cerrados, mis pensamientos nadaron juntos en una
borrosa infusión: agua danzante y luces, fuego y cristal, y una fea manta afgana verde
y naranja alrededor de mis hombros. Me envolví en los colores y finalmente dormí.
—Eh, Jonah.
Alcé la mirada de las burbujas ondeando en la superficie de mi cerveza sin alcohol.
Oscar me observaba.
—¿Aún estás con nosotros? —preguntó.
—¿Disculpa?
—¿Estás bien, hombre?
—Claro. Genial. —Tomé un sorbo y fingí estar interesado en la gente moviéndose
y hablando a nuestro alrededor. Theo tenía que trabajar hasta tarde en Vegas Ink, así
que era solo Oscar y Dena sentados frente a mí en una mesa alta en el bar Lift en el
Hotel Aria, uno de los pocos que no permitían fumar en el local. 133
The Lift tenía poco que ver con los restaurantes usuales en los que quedábamos
normalmente, o la pequeña casa que Oscar y Dena alquilaban en Belvedere. The Lift
era grande, gruesos pilares que parecían como corteza de árbol dorado elevándose
desde una carpa de remolinos rojos y violetas. Los clientes bebían cócteles de doce
dólares en mesas y sillas púrpuras y una pared de oro sólido reforzaba el bar. Era
elegantemente chillón, para mi gusto, pero necesitaba la distracción.
O eso me aseguraba a mí mismo. Nunca antes había estado descontento con
nuestros encuentros usuales, pero Kacey Dawson había esparcido color y luz en mi
vida y ahora, lo que había sido normal para mí ahora parecía poco atractivo y barato.
The Lift era cualquier cosa menos poco atractivo y barato, pero el violeta me hacía
pensar en Kacey. Restregándome su ausencia en el rostro.
¿A quién estoy engañando? Todo me hace pensar en Kacey.
—Háblame de la chica —pidió Oscar—. Escuché por Theo que tenías una estrella
del rock en tu casa. Rapid Confession está a todas horas en la radio. Son un gran éxito,
hombre, ¿y tienes a su guitarrista en tu sofá?
—No es una gran cosa. Necesitaba un descanso de las fiestas y ahora está de
vuelta con la banda.
—Pero estuvo contigo cuatro días. —Oscar meneó las cejas—. ¿No pasó nada
interesante en ese espacio de tiempo que te gustaría comentar?
Esperé que Dena regañase a su novio por ser grosero, pero tenía su oscura mirada
fija en mí.
—¿Ella fue buena compañía? ¿Disfrutaste tenerla allí? Cuéntanoslo todo.
Sabía que el interés de Dena era ligeramente más refinado; estudió literatura
clásica y poesía de medio oriente y era una verdadera romántica. Aun así, era una
extrañeza que hubiese dejado entrar a mi círculo a alguien más y la curiosidad emergía
de ellos en oleadas, golpeándome por todos los lados. Tomé un sorbo de mi cerveza
falsa para intentar calmar mi irritación. Tenían buenas intenciones, pero me sentía
como un niño llegando a casa para informar sobre su primer enamoramiento.
—No hay mucho que contar —contesté—. Ella pasó la mayor parte descansando
mientras yo trabajaba en la tienda o en A-1. Fui a cenar con la familia el domingo y
ella se quedó sola con una pizza.
—Aunque cancelaste con nosotros, para quedarte con ella —intervino Oscar.
Sonrió con complicidad sobre su cerveza—. Y Theo dijo que es sexy.
—¿Lo hizo? —Tomé un sorbo de cerveza—. Eso es… interesante.
—Lo hizo. —Oscar se reclinó en la silla—. Así que, tuviste a una hermosa estrella
del rock en tu apartamento durante cuatro días. Por favor, dime que no dejaste que
una situación así se terminase con un abrazo o un apretón de manos.
Dena golpeó el brazo de Oscar.
—¿La volverás a ver?
—No lo sé. No lo creo. Quiere romper el contrato con la banda, pero no es fácil. 134
Incluso si es algo que ella quiere hacer…
—¿Te gustaría volver a verla?
Con todo lo que soy…
—No tengo mucho que decir en eso. Va a estar de gira durante meses.
—Hay unos aparatos mágicos llamados teléfonos. —Dena apoyó la barbilla en la
mano, con gesto interrogante—. Puedes llamarla, ¿no? ¿Mandarle un mensaje? ¿Por
Skype?
—Necesita espacio para averiguar qué quiere sin que yo interfiera —comenté.
Oscar comenzó a protestar, pero lo interrumpí—. Mira, no sé qué va a pasar después,
¿está bien? Lo que sí sé es que tengo mucho trabajo que hacer antes de la apertura de
la galería. Así que es mejor no tener distracciones.
Un corto silencio tenso, seguido por la culpa que me asaltaba en las raras
ocasiones que contestaba a alguien. Comencé a disculparme por ser una compañía de
mierda, pero Oscar y Dena no eran mis mejores amigos por nada. Su preocupación por
mí era palpable en ese ruidoso bar ostentoso. Oscar se inclinó hacia mí, su expresión
seria para variar, mientras Dena deslizaba la mano sobre la mesa hacia la mía.
—Dinos.
Bajé el vaso de cerveza, dándole vueltas sobre la mesa violeta.
—Tenía que irse —murmuré—. La arruinarían si rompe su contrato. Necesita
decidir qué es lo mejor para ella y, de todos modos, no podía pedirle que se quedase.
—¿Por qué no?
Los miré.
—Saben por qué no. Saben por qué no tengo relaciones. No tengo nada que
ofrecerle excepto amistad, e incluso eso tiene fecha de caducidad. —Me pasé las manos
por el cabello—. Fue estúpido. Todo. Imprudente y estúpido.
—¿Qué hay sobre lo que quieres, Jonah? —cuestionó Dena—. ¿Qué quieres tú?
Miré a mis amigos, que habían estado enamorados desde que los había conocido.
La búsqueda de Dena por significados más profundos era el equilibrio perfecto de
Oscar, que se deslizaba por la superficie de la vida como una moto acuática. Ella lo
castigaba. Él la hacía reír. Puse la mirada en sus manos entrelazadas, la piel oscura
de él contra la pálida de ella, los dedos entrelazados. Recordé la mano de Kacey en la
mía en la cena.
No fue suficiente. Quiero más…
Pero no podía tener más.
Forcé una sonrisa.
—Quiero terminar mi instalación y quiero otra cerveza sin alcohol de ocho dólares.
Oscar soltó una risa y pareció contento con dejar pasar el tema. La sonrisa de
Dena fue suave sobre mí el resto de la noche y sabía que no me dejaría tan fácilmente. 135

Siendo el conductor designado perpetuo, dejé a Oscar y Dena en su casa, al


sureste de la calle principal.
—No lo olvides —dijo Oscar, chocando mi mano y dándome un medio abrazo antes
de salir—. El viaje de camping a Great Basin en tres semanas. Asegúrate de tomar
tiempo libre del trabajo.
—Ya ha sido programado —aseguré.
La alegría en mi voz fue forzada, me preocupaba la pérdida de trabajo en la tienda
y las propinas de mi trabajo, pero Oscar y Dena había planeado este viaje durante
meses. Querían tiempo conmigo y no podía negarme. Eran mis amigos más antiguos,
los únicos amigos que no pude alejar cuando se conocieron los resultados de mi última
biopsia. Estaban incrustados en mi vida, sin importar lo larga que resultase esa vida.
Dena vino hacia el lado del conductor, llevando esa mirada maternal que
significaba que estaba a punto de recibir un sermón, normalmente encabezado con
una cita de su autor favorito, Rumi.
—Lo que es falso preocupa al corazón, pero la verdad lleva una feliz tranquilidad
—comentó.
—¿Qué significa eso, amor?
—Significa que echas de menos a esa chica. No finjas que no lo haces. Te sentirás
mejor siendo franco con tus sentimientos. —Puso las manos en la ventanilla abierta—
. No me gusta hablar sobre tu horario, lo sabes.
Asentí. Mi “horario” se había convertido en un eufemismo sobre el tiempo que me
quedaba. La “apertura de la galería” era la línea de meta que necesitaba cruzar.
—Y sé que quieres dejar una hermosa pieza de arte en tu legado. Estás centrado
únicamente en el destino, no el viaje. —Dena puso una mano en mi mejilla—. ¿No
deberías intentar también hacer lo más importante a lo largo del camino?
Cubrí su mano con la mía.
—¿Qué sería eso?
—Ser feliz.

136
Salt Lake City
Día Nueve sin Jonah. Día Cinco sin beber.
Vi las burbujas bailar en mi copa flauta de champán, pero no la bebí. Ni una gota
desde esa última noche de borrachera en la habitación del hotel en Denver. Cada
terminación nerviosa en mi cuerpo grita por un sorbo, pero sólo giro la delicada copa
dando vueltas y vuelta. ¿Ellos dieron fichas de sobriedad por cinco días? Lo dudaba,
pero deberían hacerlo. Cada puta hora en la que no me rendía a la necesidad era una
batalla.
Me senté en una enorme cabina de media luna con otras diez personas en la
sección VIP de algún club. La música era fuerte e incesante; podía sentir la base
resonando en mi pecho. Los cuerpos se retorcían en la pista de baile un nivel abajo. 137
En nuestro reservado, la charla y la risa zigzagueaban a mi alrededor. Las chicas de
RC estaban flirteando con los chicos de nuestro nuevo acto de apertura. Todos estaban
felices de que nuestro último conjunto de espectáculos hubiera ido bien, pero todo lo
que podía pensar era que estaba en el lugar equivocado, haciendo las cosas mal con la
gente equivocada.
Me senté atrapada entre Jimmy Ray y Phil Miller, el propietario de este club y, sin
ninguna coincidencia, del Pony Club en Las Vegas. Se volvió hacia mí ahora, moviendo
su corpulencia hacia mí con una ráfaga de sudor y demasiada colonia.
—Así que tú eres mi pequeña problemática, ¿verdad? —dijo.
Fumaba un puro que olía vagamente como regaliz. Odiaba el regaliz. Mis hombros
se encogieron y se quedaron allí. Tenía cuatro personas a mi derecha, cinco a mi
izquierda. Estaba atascada en el centro de la cabina.
—Sabes, me va a costar una pequeña fortuna arreglar mi habitación verde.
—Lamento eso —murmuré.
Jimmy giró en nuestra dirección.
—Vamos, Phil. No vayamos directamente a los negocios sin un poco de placer
primero, ¿verdad? —Él metió su brazo alrededor de mí, su mano rozando mi brazo
desnudo. Yo llevaba una camiseta sin mangas de seda superpuesta a otra camiseta
más estrecha, ambas de corte bajo. La mirada de Phil parecía permanentemente
pegada a mi escote—. A Kacey le gusta divertirse, es todo. A veces demasiada diversión.
El dueño del Pony Club masticó la boquilla húmeda de su puro.
—Maldición, no puedo culparte, cariño. Me gusta divertirme también. —Su mano
derecha aterrizó en mi muslo sobre mi pantalón de cuero. Estaba sorprendida, la
humillación y la ira calentando mi rostro.
Phil y Jimmy intercambiaron una mirada que no me gustó, y luego Jimmy me
susurró al oído.
—Una demanda sería muy mala en este momento, gatita. Nuestro sello
discográfico no tiene las grandes fortunas de una Sony o de un Interscope. —Le dio un
apretón a mi hombro—. Nos harías un gran favor si pusieras a Phil Miller de muy buen
humor.
Mi cabeza se volvió lentamente hacia él.
—¿Y cómo, exactamente, te gustaría que hiciera eso, Jimmy?
Se echó hacia atrás un poco, riendo.
—¿Qué pasa con esa mirada azul acero? Solo... toma algunas copas con él. Tal
vez un baile o dos. Mira qué pasa.
—Mira qué pasa.
De repente, sentada en esta cabina, rodeada de gente en un club atestado, me
sentí completamente sola. Si Jonah estuviera aquí, rompería la nariz de Jimmy y los 138
dedos de Phil. Eso es lo que pasaría.
Pero él no estaba aquí. Tenía que defenderme por mí misma.
No le di un puñetazo a Jimmy en la nariz, no quería lastimar mi mano que
necesitaba tocar la guitarra y escribir canciones. En cambio, agarré el gin tonic de
Jimmy y lo tiré en su cara. Los otros en la mesa cesaron sus conversaciones chillonas
y se quedaron callados bajo la música pulsante, mirándonos, o —en el caso de los
chicos del acto de apertura— riéndose.
Jimmy sacó un pañuelo. Pequeños cubitos de hielo y ginebra brillaban en las
solapas de su abrigo.
—Eso fue un poco precipitado, gatita...
—Renuncio —dije, y empuñé mi pequeño bolso. Me subí a mi silla, los tacones de
mis botas cavando agudos surcos en la tapicería, y luego sobre la mesa. La copa se
derrumbó y se derramó al cruzar mi camino.
—¿Qué demonios estás haciendo?
—Me marcho, ¿qué te parece que estoy haciendo? —Salgo de la mesa y aterrizo
sin romperme un tobillo, lo que habría estropeado mi salida, y salí del club. Las voces
gritaron detrás de mí, Lola la más fuerte, pero seguí sin mirar hacia atrás.
Dejé el club y llamé un taxi. El trayecto hasta el hotel se sentía como siglos, los
minutos pasando, más tiempo fuera de contacto con Jonah. Ni una palabra en nueve
días, ni siquiera un texto. Mi teléfono silencioso se iluminó con los textos en
abundancia de Lola, de Jimmy, y luego las llamadas telefónicas de ambos. Ignoré
todas.
En mi suite, con la puerta cerrada y bajo llave, me senté en la cama, con el corazón
latiendo. El teléfono en la mano, miré a la botella de vidrio púrpura en mi mesa de
noche. Ahora tenía unas cuantas onzas de mi perfume favorito.
Inhalé cuando mi dedo seleccionó el número de Jonah, pero mi dedo flotó sobre
el botón de llamada. Eran las dos de la mañana de un viernes.
Podría estar todavía en el trabajo. Quizás no pueda hablar. En cambio, podría
escribir un texto.
¿Qué si estaba mejor ahora? Tal vez lo había superado, había vuelto a su horario,
concentrado y bien encaminado sin mí para distraerlo.
¿Tal vez hablaba en serio cuando dijo que sería mejor si yo no volviera a
contactarme con él?
Mi mirada regresó a la botella de perfume, una pequeña gota de vidrio, pero había
sido mi talismán de fuerza y potencia estos últimos nueve días. Tuve que decirle a
Jonah que dejé la banda, pero lo anuncié en un mensaje: un texto era fácil de ignorar,
y si él lo hacía, yo no enviaría otro.
Dejé la banda. Espero que estés bien. <3 Kacey
Pulsé enviar antes de que pudiera repensar el corazón emoticón. Observé que el
estado del texto se leía "entregado" y luego "leído". No aparecieron pequeños puntos 139
ondulantes de un texto respondiendo.
—Bueno. Eso está bien —dije, mi voz temblorosa, y luego dejé escapar un grito
sobresaltado cuando mi teléfono se iluminó con el número de Jonah—. Hola —dije,
parpadeando a través de las extrañas y súbitas lágrimas en mis ojos.
—¿Estás bien? —Su voz profunda, llena de preocupación, y estaba segura de ello,
de felicidad.
—Lo estoy. Estoy muy bien. Lo hice. Dejé la banda. Justo ahora. Esta noche.
Jimmy intentó involucrarme con el tipo del Pony Club...
—¿Él qué?
—… pero le tiré una copa en la cara. De verdad. Fue increíble.
—Bien por ti —dijo Jonah, pero pude escuchar la ira colorear sus palabras.
—Así que ahora podría estar arruinada de por vida, o podría haber salido por un
pelo. Todavía no lo sé, pero sé que era lo correcto. Puedo sentirlo. Y no habría tenido
fuerzas para hacerlo si no fuera por ti.
—No —dijo—. Tú lo habrías conseguido. Sabía que lo tenías en ti.
Una risa llorosa salió de mí.
—No lo hice.
—Estoy muy feliz por ti, Kacey —dijo Jonah en voz baja, y pensé que podía
imaginármelo de pie fuera de su limusina, esperando un pasajero, de espaldas al
mundo para poder hablar conmigo. Y él sonriendo.
—Yo también —dije—. Pero ahora soy una vagabunda sin hogar. —Respiré
mientras las lágrimas llenaban mis ojos de nuevo, empujé hacia arriba una marea de
emoción que apenas podía contener—. ¿Tienes algún consejo inmobiliario?
Jonah no dijo nada por un momento, y cuando habló, su voz era gruesa y ronca.
—Escuché que Las Vegas está bien en esta época del año.
Mi mano voló a mi corazón, y necesitaba un segundo antes de que pudiera
manejar una respuesta susurrada.
—Esperaba que dijeras eso.
—Esperaba que me lo preguntaras.
—Todavía tengo miedo de fallarte como lo hizo Audrey.
—No me fallarás —dijo—. No eres para nada como Audrey.
La intensidad de sus palabras impactó directamente en mi corazón y envió un
estremecimiento sobre mí. Limpié mis lágrimas, fortalecida por su creencia en mí.
—No hay fracaso, de todos modos —dijo Jonah—. Tú serás mi amiga y yo seré el
tuyo, y lo llevaremos día a día. ¿Está bien?
Asentí contra el teléfono.
—Día a día. Momento a momento. De acuerdo —dije, y respiré hondo—. Puedo 140
hacer eso.
—Yo también —dijo—. Mi pasajero está viniendo. Tengo que irme…
Sentí como si una pesada carga se hubiera levantado de mis hombros, y cualquier
duda que tuviera sobre dejar la banda se fue volando como cenizas.
—Nos vemos pronto, Jonah. Buenas noches.
—Buenas noches, Kacey.
141
No recordamos los días, recordamos los momentos.
—Cesare Pavese
Estaba en casa. 212 Calle Banks, Dpto. 2C, Las Vegas, Nevada.
Desde mi ventana de la sala de estar, tenía una vista de Flamingo Avenue, y unas
pocas cuadras más allá estaba la Strip. Sólo podía ver el rojo del enorme letrero de
Harrah. Tenía un dormitorio, un baño, una pequeña cocina y balcón tamaño sello
postal. Todo era mío.
Y a tres cuadras de la casa de Jonah.
Había dejado el tour Rapid Confession cuatro días antes, con dos maletas de ropa,
mi guitarra acústica y un acuerdo de $30,000.
Jimmy —con la inadvertida ayuda de una muy enojada Jeannie— había sido
capaz de sacarme de mi contrato. Un ejecutivo de nuestro sello tenía una sobrina que
podía tocar la guitarra, y le reservaron un vuelo antes de que la palabra “Renuncio” 142
hubiera dejado mi boca. Quienes detentan el poder calcularon algunos números y
llegaron con $30.000. Fue lo que quedó después de que devolviera mi adelanto, menos
los honorarios, los costos de daños al Pony Club y las regalías proyectadas en las
ventas del tour hasta la fecha.
Jimmy dijo que tuve suerte de conseguir algo, pero tenía la sensación de que me
habían robado de seis maneras distintas desde el martes, contrato roto o no. Lola lo
confirmó. Llamó mientras yo estaba dando vueltas por mi nuevo departamento,
esperando a que llegara mi última pieza de mobiliario, un sofá.
—Te han jodidamente estafado —me dijo desde Vancouver. ¿Treinta mil? ¿Lo dices
en serio? Jimmy dice que vamos a conseguir al menos un millón cada uno después de
esta gira. Cada uno. —Le oí exhalar una bocanada de su cigarrillo—. No lo sé, Kace...
Sentí un poco de angustia ante el “millón para cada uno”. Era humana, después
de todo. Pero sobre todo me sentía feliz.
—Está bien, Lola. Conseguí un nuevo departamento y comencé un nuevo trabajo.
—Me contaste. ¿Lanzando cócteles en el Caesar's Palace? ¿Crees honestamente
que estar rodeada de bebidas alcohólicas gratis toda la noche va a ser mejor para ti
que la banda?
—Sí, lo creo. No he bebido alcohol porque estaba disponible —le dije—. Bebí
porque hacía más fácil fingir.
—¿Fingir qué?
Me encogí de hombros y pasé los dedos por la baldosa barata. Pero era mi azulejo
barato en mi mostrador de la cocina.
—Fingir que estaba haciendo lo que quería hacer. Estar sola como ahora es mejor
para mí.
Lola siseó un suspiro.
—Nadie te puso una pistola en la cabeza para unirte a la banda.
—Lola —dije con firmeza—. Te amo. Tú eres mi mejor amiga. Me has salvado el
culo y nunca podré pagarte por eso. Si hubiera continuado con lo que hacía, habría
terminado muerta o en un lugar extremadamente malo. Tú lo sabes.
Otro suspiro, éste más suave.
—Sí, lo sé. Entonces, ¿qué hay del simple hecho de que esto apesta porque te
extraño?
Sonreí.
—Yo también te extraño. ¿Cómo está la nueva chica?
—Ella está bien. Jeannie no la odia. Todavía.
—Dale tiempo.
—¿Cómo está tu nuevo departamento? No has exagerado con tu enorme fortuna,
¿verdad? Treinta grandes parecen mucho, pero se van a ir rápido. Especialmente con
el salario de mesera de cócteles. 143
—Fuera de bromas. Tuve que comprar un auto usado, y amueblar mi pequeño
lugar. Acaban de abrir un IKEA por aquí el mes pasado. Mi apartamento parece un
anuncio en vivo.
No tenía las agallas de decirle que también gasté $5.000 en una cama de alta
gama, actualmente en camino —o posiblemente ya entregada— a la casa de Jonah.
Podía ajustarse para elevar el cabezal o el pie para que una persona pudiera dormir en
cualquier posición que quisiera. No podía soportar la idea de que Jonah pasara una
noche más en ese maldito reclinatorio sólo para mantener el pecho elevado y sabía que
nunca compraría una cama así por su cuenta.
—¿Y qué pasa después? —preguntó Lola—. ¿Vas a escribir tus propias canciones
otra vez? ¿Convertirte en una estrella de YouTube? No estoy siendo graciosa, eres muy
talentosa, cariño. Esto podría ser el comienzo de algo grande.
—Gracias, Lo —le dije, volviendo la mirada hacia la botella de perfume en el
alféizar de la ventana. Sonreí—. Voy a tomarlo con calma. Mirar qué pasa.
Una pausa.
—¿Y cómo está tu amigo? ¿El tipo con el problema del corazón?
—Está bien. Él y su hermano han venido siempre que han podido para ayudarme
a armar los muebles.
El pensamiento hizo que mi sonrisa se ampliara. Jonah había tomado su tiempo
personal entre el taller de vidrio y A−1 para ayudarme, arrastrando a Theo con él cada
vez que su hermano no estaba trabajando en Vegas Ink.
Las siguientes palabras de Lola mataron mi sonrisa.
—Tu amigo, Jonah... ¿puede levantar cosas pesadas como muebles?
Dios, todos son médicos.
—Por supuesto —dije—. Está totalmente bien.
—¿Totalmente bien? Hace una semana me dijiste que se estaba muriendo.
Apreté los dientes. Podía controlar las palabras cuando se quedaban en mi cabeza.
Oírlo de la boca de alguien hacía que la emoción surgiera en mis entrañas.
—Estaba en un mal momento cuando dije eso —dije—. Mala elección de palabras.
—Kacey...
—Él está bien. Es fuerte…
—Demonios...
—Lo digo en serio, Lola. Tengo que irme.
—¿A dónde? —preguntó Lola—. ¿A enterrar tu cabeza en la arena de nuevo? Esto
no es como una factura que no puedes pagar, por lo que la tiras en la basura y finges
que nunca la viste. Y cuando te das cuenta, ellos apagan las luces y te quedas en la
oscuridad. Sé que eso es lo que haces, Kacey. Simplemente apartas la mierda a un
lado y finges que todo está bien hasta que no lo esté. 144
—No es así —susurré.
—¿No? Seguro que suena así.
—Él está bien. Realmente lo está.
Mis pensamientos volvieron a cuando Jonah me recogió en el aeropuerto hace diez
días. Levantó un gran letrero con mi nombre en él, y bromeó con que era la última vez
que sería mi chofer de limusina. Le eché los brazos alrededor y lo abracé fuertemente,
y sentí su latido de corazón contra mi pecho, fuerte y constante...
—¿Entonces está curado?
—Cállate, Lola. Ahora está bien. No voy a desperdiciar el tiempo que tengamos
que vivir en “quizás” y en “y sí”. Y es malditamente asqueroso de ti que intentes
arruinar mi felicidad.
—No estoy tratando de arruinar nada para ti, Kacey. Estoy tratando de protegerte.
—Bueno, ya no necesito tu protección. Sé lo que estoy haciendo.
—¿Lo sabes? Porque suena como si te hubieras salido de una situación de mierda
y te hubieras dado de bruces en medio de otra. —Una pausa—. ¿Ustedes dos están...
juntos? Por favor, dime que no estás lo suficientemente loca como para involucrarte
con un tipo que está... muy enfermo.
—Sólo somos amigos. Buenos amigos. Uno de los mejores que he tenido en tanto
tiempo. Me hace sentir que puedo ser yo misma. —Sonaba petulante, pero había hecho
un plan para vivir momento a momento. No estaba lista para mirar cuatro meses más
adelante. Aún no.
Quizás nunca. Quizás sus medicamentos están funcionando...
−Bueno, estoy feliz por ti, Kacey —dijo Lola, sacándome de mis pensamientos—.
Y quiero lo mejor para ti. Pero no quiero que te pierdas.
—¿Perderme?
—Cuando las luces finalmente se apaguen.
Me mordí el labio, tratando de encontrar algo que decir, una réplica. El timbre de
mi puerta sonó.
—Tengo que irme, Lola. La gente de IKEA está aquí.
—De acuerdo, cariño. Cuídate.
—Te quiero. Adiós. —Colgué y coloqué el teléfono en el mostrador. Luego lo puse
en modo silencioso. Luego, boca abajo.
Respondí a la puerta principal, no a los repartidores IKEA, sino a Jonah. Mi rostro
estalló en una enorme sonrisa como si no lo hubiera visto dos días antes, y la sangre
corrió a mis mejillas.
Cielos, contrólate.
Se veía tan guapo como el infierno en simples vaqueros y una camiseta verde 145
oscuro. Se mantuvo de pie con las manos embutidas en los bolsillos delanteros de sus
vaqueros, con una mirada atónita en su rostro.
—No eres mi diván —dije fingiendo confusión.
—No desde la última vez que lo verifiqué. Pero hablando de voluminosos muebles
de hogar, ayer recibí una entrega muy interesante —dijo, moviéndose sobre sus
talones.
—¿Lo hiciste?
—Si. ¿No sabrías nada de una mega cama cara como el infierno con colchón de
firmeza de vanguardia ajustable controlada a control remoto que encontré en mi
puerta?
Pretendí estar alarmada.
—¿En la puerta de tu casa? Dios, espero que no. Esa cama suena impresionante.
Hubiera pensado que vendría con personas reales para dejarla lista.
—Oh, sí vinieron. Un equipo entero de técnicos que estaban “bajo órdenes” de no
aceptar un no como respuesta. —Suspiró y sacudió la cabeza, su expresión se volvió
grave—. Kace, es demasiado. Muy caro. No necesitabas hacer eso.
—Sí, tenía qué —le dije—. No habría dejado la banda si no me hubieras dado un
lugar para hospedarme y aclarar mi cabeza. Este es mi agradecimiento. —Planté una
mano en mi cadera—. ¿Vas a estar en la puerta toda la tarde? Estás dejando entrar
todo ese horrible calor.
Jonah me miró un momento más, con los ojos entrecerrados.
Miré hacia atrás.
—¿Qué?
—Estoy debatiendo si va a servir de algo discutir contigo.
—No lo hará —dije—. ¿Dentro o fuera? Eres como un maldito gato.
Él cedió con una pequeña risa y un movimiento de cabeza, y se inclinó para
recoger algo del suelo junto a él.
—Así que este es tu regalo de bienvenida, del que estaba muy orgulloso hasta que
me enviaste la Mega Cama. —Arqueó una ceja—. Debería haberte hecho un maldito
candelabro.
Ignoré su sarcasmo, demasiado ocupada mirando la hermosa lámpara en sus
manos. En realidad, eran dos lámparas hechas de botellas antiguas color ámbar de
whisky con forma cuadrada. Había sido cortado el fondo de cada una, y oblongas
bombillas de Edison pegadas al interior del cuello. Las cuerdas salían de los cuellos de
botella y estaban tejidas a través de pequeños eslabones de una cadena de hierro
forjado que conectaba las dos lámparas como un par.
—Oh, Dios mío. —Miré las luces, luego a él—. Son hermosas. ¿Tú lo hiciste? ¿Qué
estoy diciendo? Por supuesto que sí.
146
—¿Quieres probarlas?
Me mordí el labio, mirando alrededor.
—No sé dónde... Ah, el balcón.
Fuimos a la puerta corrediza de cristal que daba a mi pequeño balcón con vistas
a la calle.
—Planeo tener una sala de estar aquí. Plantas en maceta, una pequeña silla y
mesa para tomar café por la mañana.
Jonah me dio una mirada.
—¿Tú? ¿En este calor?
—Tengo que acostumbrarme. A nadie le gusta alguien que se queja sobre el tiempo
a cada minuto.
—Tienes razón —murmuró.
Le di un pequeño empujón hacia la puerta del balcón.
—Fuera. Luces. Colgar.
Colgó las lámparas de botellas de whisky en dos ganchos para plantas —uno
ligeramente más bajo que el otro— y los conectó a un enchufe exterior cubierto.
Iluminadas desde adentro, el cristal ámbar brillaba como si todavía estuviera lleno de
whisky.
—Son hermosas —dije—. No puedo esperar a verlas por la noche. —Levanté la
mirada hacia él junto a mí—. Ahora tengo dos piezas originales de Jonah Fletcher. No
tendré que trabajar en Ceasar’s después de todo. EBay, aquí voy.
Sus ojos rodaron.
—Yo no pondría el aviso de renuncia en el trabajo, todavía.
—Nunca me desprendería de ellas de todos modos. Pero creo que sólo es cuestión
de tiempo antes de que el mundo conozca lo talentoso que eres.
Me miró.
—Podría decir lo mismo de ti.
El aire se espesaba entre nosotros, y sus ojos castaños eran suaves. Cuando sus
ojos sostuvieron los míos, sentí como si estuviera mirando el fondo, hacia un lugar que
rara vez examinaba yo misma, pero donde podría tener una buena canción al acecho
si lo hacía.
Los segundos seguían corriendo. Se suponía que debía apartar la mirada, pero no
miré hacia otro lado y tampoco lo hizo él, hasta que un coche que pasaba frenó ante
una luz roja, el sonido desgarrando el momento. Jonah metió las manos en el bolsillo
y mis ojos buscaron algo para mirar junto a él.
—Entonces, las botellas de whisky —dije, asintiendo con la cabeza hacia las
luces—. ¿Estás reponiendo mis malos hábitos?
Él sonrió.
147
—No, sólo un recordatorio amistoso.
—¿De qué?
—Que puedes encontrar belleza en todas partes, incluso en las cosas que más te
asustan.
Una calidez se extendió en mi pecho, y casi bromeé con él por ser profundo, pero
la llamada telefónica con Lola volvió a mí, y cómo ella había expresado lo que realmente
me asustaba más: estar perdida en la oscuridad.
Volví mis ojos a mis nuevas lámparas, luego al hombre que las hizo. Lola está
equivocada. De algún modo, de alguna manera, sus luces se mantendrán encendidas y
nunca me perderé en la oscuridad.
Cuando el sofá de Kacey llegó, le tomó a ella, Theo y a mí la mitad de la tarde para
unirlo. Cuando estuvo terminado, la caja vacía y las instrucciones fueron tiradas, su
apartamento estaba completo.
—Bueno —dijo, inspeccionando el producto final—. Esto definitivamente se ve
como uno de esos modelos de cuartos de la tienda IKEA. Ellos deberían pagarme por
la publicidad gratis.
Theo reunió su versión de una sonrisa. Se había relajado con Kacey, apenas, en
los últimos diez días. Sus ojos no rodaron automáticamente cuando ella le dijo que él
en realidad se comprometió con un par de sus bromas.
Ahora, cuando nos dispusimos a irnos, ella lanzó sus brazos alrededor de su
cuello. 148
—Gracias, Teddy —dijo y besó su mejilla—. ¿Está bien si te llamo así?
Definitivamente no estaba bien. Me preparé para el áspero reproche de Theo
contra ser llamado Teddy, pero él solo murmuró algo sobre esperarme en la camioneta
y se escapó.
Con los ojos muy abiertos, lo vi irse, luego fijé mi mirada a Kacey.
—Él odia Teddy. Nadia lo llama Teddy.
Ella sonrió abiertamente, encogiéndose de hombros.
—No pareció importarle viniendo de mí. Además, encaja con él. Tiene un lado
tierno.
—Sí, lo es —dije. Un corto silencio se asentó entre nosotros. Pasaba a menudo
desde que ella había regresado. Las bromas y burlas desaparecieron y solo éramos
Kacey y yo en el espacio de cada uno, esperando que pasara algo después. Una palabra
o un toque que podría cambiarlo todo…
Pero no puedo. No puedo llevarla conmigo porque finalmente llegaremos a un lugar
donde yo tendré que continuar, y ella no podrá seguirme.
—Está bien —dije—. Me iré antes que Theo se ponga histérico.
Kacey envolvió sus brazos alrededor de mi cuello y me dio un beso en la mejilla,
justo como hizo con Theo. Sentí su cuerpo a lo largo del mío y dejé de respirar. Mis
propios brazos estaban tiesos y cuidadosos, como si pudiera romperla.
O romperme.
—Gracias por ayudarme esta noche y todas las otras noches —dijo, sus manos
deslizándose por mis hombros antes de alejarse.
—De nada —dije—. Buenas noches, Kace.
—Igual. Oh, oye, estaba pensando en pasar por el taller algún día de esta semana.
¿Puedo llevarles algo para almorzar?
—¿Otra vez? Esa será la quinta vez en dos semanas. No tienes que alimentarnos.
—Lo sé —dijo—. Pero quiero hacerlo. Déjamelo a mí, Fletcher. Te cuidaré.
Es demasiado. Di que no. Apégate a la rutina…
Ni soñarlo. Kacey estaba aquí ahora y parte de mi rutina. Le había dicho que
volviera a Las Vegas porque la echaba de menos y la quería en mi vida, pero no tenía
idea cuán duro sería mantenerla a una distancia segura.
Era un hombre hambriento en un banquete, hambriento todos los días para lo
que tenía delante de mí.
—Entonces suena genial —dije y salí del infierno antes que hiciera algo estúpido.
Theo estaba sentado detrás del volante de su camioneta. Pero en vez de un ceño
fruncido o alguna queja por haberlo hecho esperar, solo me miró entrar y estudió mi 149
rostro como si buscara algo.
—Y ahora ¿qué?
Theo volvió a centrarse hacia el frente.
—Nada.
Nos llevó a lo largo de calles transversales de Las Vegas, en su mayoría complejos
de apartamentos residenciales y pequeñas casas a cada lado. La Strip no era visible,
pero podía ver el brillo encima de los tejados.
Nos detuvimos en un semáforo rojo y Theo dijo:
—Le gustas.
Miré a mi hermano, mi boca seca.
—¿Tú crees?
—¿No es obvio?
—Ilumíname.
Se encogió de hombros.
—La manera en que te mira.
Mi corazón saltó en mi pecho. Hice lo mejor para sonar casual como el infierno y
no como un niño de secundaria.
—¿Cómo me mira?
Theo me echó un vistazo de reojo.
—Como si no pudiera detenerse. Eres tan malo. Me asombra que hayamos
construido el sofá.
Miré hacia adelante, mis pensamientos desenfrenados ante esta revelación. Desde
luego, mis ojos se desviaban a Kacey cada vez que ella estaba cerca. No podía ayudar.
Era radiante. Pero escuchar que ella había estado haciendo lo mismo…
Un intenso calor me atravesó, un suave atisbo de esperanza que había estado
guardando.
—Ella tiene miedo de fallarme —dije despacio—. Como lo hizo Audrey.
—¿Entonces no han hablado de eso? —preguntó Theo—. ¿Estar juntos? ¿Es por
eso que se mudó?
—No, solo somos amigos. Es todo lo que podemos ser. —Froté mi mejilla donde
Kacey me había besado—. Es bastante difícil.
—Pero tienes sentimientos por ella —dijo Theo. Esto no era una pregunta, y su
voz era curiosamente tranquila.
—Yo… quizá. No lo sé —dije—. A veces pienso que no debería haberle dicho que
volviera aquí.
—Pero lo hiciste —dijo Theo en el mismo tono suave—, porque tienes sentimientos
por ella. 150
Suspiré, parcialmente sorprendido que pudiera hablar de esto con Theo cuando
esperé otra cosa. Se sintió bien poder hablar de esto con mi hermano en vez de ser
amurallado por su preocupación.
Ella te mira como si no pudiera detenerse…
Habíamos llegado a mi complejo de apartamento. Theo estacionó la camioneta y
se dio la vuelta para afrontarme.
—¿Qué quieres hacer?
—¿Qué puedo hacer? No tengo tiempo y ella lo sabe. Le dije sobre la última
biopsia.
—Bueno, ahí lo tienes —dijo, moviendo su mano—. Le dijiste.
—¿Sí? ¿Y?
—Y ella todavía sigue aquí.
El viernes por la noche. Estaba acostado en mi cama, leyendo. O tratando de
hacerlo. Mi enfoque se mantuvo vagando. Las 3 a.m. es la parte más tranquila y
silenciosa de la noche, incluso en una ciudad como Las Vegas y el silencio amplificó
los pensamientos traqueteando en mi cabeza y mi corazón. Ellos llenaron la habitación,
exigiendo ser reconocidos, rogando ser contestados.
Kacey...
—Para ya —dije entre dientes.
¿Qué está haciendo ella ahora?
Habría salido de su turno hace una hora. Estado en casa veinte minutos más
tarde si no se demoró.
151
—Está durmiendo —dije—. Es lo que tú deberías estar haciendo.
Dejé el libro a un lado, apagué la lámpara y me acomodé en mi cama.
Ella me compró una cama.
—Estoy consciente —dije.
La cama era infinitamente más cómoda que el sillón, pero todavía no podía dormir.
Me tumbé en el lado derecho. La izquierda parecía extenderse por kilómetros, como la
tundra nevada. Fría y estéril.
La extraño.
—Cállate, Fletcher. Ve a dormir.
Cerré mis ojos, sabiendo que era inútil. Entonces mi celular en la mesita de noche
zumbó un texto.
—Maldita sea, Theo.
Pero no era Theo. Me senté, el corazón en mi pecho golpeando.
Kacey.
¿Stás despierto?
Me las arreglé para esperar un total de diez segundos antes de responder.
Siempre. ¿Qué pasa?
Llamé a mi papá.
—Santa mierda —susurré, sabiendo lo que significaba para ella. Esperé a ver si
ella decía más. No parpadeaban pequeños puntos indicando que estaba escribiendo.
Vacilé, un millón de respuestas en la mano. Respuestas que podrían confortar desde
una distancia segura. ¿Cómo fue? ¿Estás bien? ¿Cuéntame de ello?
Le devolví el mensaje. Puedo ir
Ninguna puntuación. Ni una pregunta ni una declaración. Lo bastante vaga que
ella podía decirme que no.
Los puntos ondulantes y luego, su respuesta:
De acuerdo.

Podría haber caminado al apartamento de Kacey, pero recorté tres minutos


conduciendo. Fuera de su puerta, vacilé.
¿Qué estás haciendo?
—Siendo un amigo. —El aire nocturno sofocante masticó la palabra "amigo" y
escupió de vuelta hacia mí—. Un amigo que hace visitas a domicilio.
Llamé a la puerta y escuché un amortiguado:
—Entra. 152
El apartamento lleno de plantas de Kacey olía a su perfume y a las velas
aromáticas que amaba. Inhalé profundamente, tanto para recuperar mi aliento del
tramo de escaleras como para llenarme con ella.
Estaba sentada enroscada en su sofá, sus piernas metidas bajo ella. La mesa de
café enfrente de ella llena de tejidos arrugados. Solo la lámpara al lado del sofá estaba
encendida, brillando amarillo sobre sus hombros encorvados. Su mirada se movió
hacia mí cuando me senté en la silla de enfrente. Incluso con los ojos rojos y un rostro
hinchado de llorar, se veía increíblemente hermosa.
—¿Quieres algo? —preguntó—. ¿Algo de beber o...?
Sacudí mi cabeza.
—Estoy bien.
Aclaré mi garganta, mis nervios se posaron en el borde de sus asientos, mirando
fijamente. Tanto la suave piel de sus piernas como la forma en que estaban dobladas
reducidos en un rincón del sofá despertaron en mí un impulso primitivo y masculino.
Quería protegerla. Sostenerla y protegerla de lo que le hiciera daño. Poner mi cuerpo
entre ella y el mundo, y mientras estaba en él, envolver esas piernas alrededor de mí y
deslizarme dentro de ella...
—Lo siento, es muy tarde —dijo.
—Estaba despierto de todos modos. —Me incliné hacia adelante—. Dime lo que
pasó.
—¿Quieres...? No importa.
—¿Qué? ¿Qué puedo hacer? —Cualquier cosa. Haría cualquier cosa por ti.
Sus ojos se encontraron con los míos y su voz era pequeña cuando preguntó:
—¿Te importaría sentarte junto a mí? Prometo que no intentaré saltar a tus
huesos ni nada.
—Claro —dije. Me moví de la silla al sofá, dejando unos cuantos centímetros entre
nosotros, pero cerró la distancia a la vez, corriendo a mi lado. Automáticamente, mi
brazo rodeó sus hombros.
Porque eso es lo que hacen los amigos cuando un amigo está molesto.
Excepto que mi amiga olía increíble. Y yo estaba híper-consciente de la piel de mi
amiga tocando la mía, y la forma en que podía sentir la suave redondez de sus pechos
contra mi pecho. Esperaba que llorara. Le di la bienvenida a un festival de llanto, que
ayudaría a reforzar mi insistencia de que yo solo era un amigo amable, de apoyo. Pero
ella se acurrucó cerca y envolvió su brazo alrededor de mi cintura y cuando habló, su
voz era acuosa pero tranquila.
—No planeé llamar a mi papá —dijo—. Ni siquiera estaba pensando en él hoy.
Doblaron accidentalmente mi turno con otra chica, así que salí temprano del trabajo.
Alrededor de las ocho. Llegué a casa y encendí la televisión, navegué por un rato y
aterricé en Say Yes to the Dress. —Ella inclinó su cabeza para mirarme—. ¿Lo has visto 153
alguna vez?
—Nunca he escuchado hablar de ello —dije.
—Es este estúpido, tonto, fabuloso reality show donde siguen a diferentes futuras
novias mientras van de compras para su vestido de novia. Ellas traen consigo un mejor
amigo para ayudarlas a elegir. O un montón de amigos maliciosos. O su madre
autoritaria. Pero el episodio de esta noche... —Kacey resolló—. Una novia trajo consigo
algunos amigos. Y su padre.
Ella inhaló y sentí el oscilante estremecimiento de su aliento resoplar contra mi
pecho. La estreché más fuerte.
—Así que ella está probándose vestidos y todos son bonitos, pero ninguno de ellos
lo es bastante. Hasta que finalmente se prueba El Indicado. Y todo su grupo sabe que
es El Indicado porque todos empiezan a llorar. La novia lloró y luego su papá lloró, y
luego yo lloré porque quería tanto lo que ella tenía.
—¿El vestido?
Kacey me dio un codazo en el costado.
—Listillo. El vestido era horrible, en realidad. Estilo sirena. Parecía que estaba
envuelta en vendas. El punto es, yo quería lo que ella tenía con su papá.
Su cuerpo se marchitó, apoyándose más fuerte en el mío.
—Cuéntame más —dije.
—Este papá... Él había sido un Marine, jubilado ahora y de aspecto súper rudo.
Pero una suavidad total cuando se trataba de su hija. No se molestó en ocultar sus
sentimientos. Le dijo a la cámara que siempre sería su niñita. Dijo cuánto la amaba y
estaba orgullosa de ella. —La voz de Kacey se quebró y luego se rompió—. Esta chica
tiene esta hermosa relación con su papá que nunca tendré con el mío. Duele. Odio
como duele. No quiero que me importe, pero no puedo dejar que no me importe. No
puedo. Él es mi papá. Lo amo. ¿No se supone que debe sentir lo mismo?
—Lo es —dije. Todavía sosteniéndola, alcancé la caja de pañuelos sobre la mesa
y tomé uno.
—Gracias —dijo, secándose sus ojos.
—¿Así que lo llamaste?
—Como una estúpida. Pensé, tal vez no tenga lo que esa chica y su padre tienen,
pero puedo empezar en alguna parte. Puedo intentarlo. No me dejé pensar demasiado,
solo agarré mi teléfono y lo llamé. Y él contestó, no mi mamá, y pensé, esa es una señal.
Buscó otro pañuelo.
—Sí, era una señal muy buena. Que soy una maldita idiota.
—No eres una idiota —dije—. ¿Qué dijo?
—Estaba callado, como de costumbre. Pero yo estaba nerviosa, así que empecé a
balbucear como una imbécil. Le dije que dejaría una exitosa banda de rock y tiraría
millones de dólares, fama y fortuna. Así podría arrojar cócteles en el Caesar´s porque 154
sabía que era más saludable para mí. Era mejor para ello. Le dije que estaba viviendo
por mi cuenta, pagando mi propio alquiler y escribiendo mi propia música. Dije que
era feliz, incluso si mis canciones no estaban viendo la luz del día fuera de mi cuaderno
todavía. —Se sorbió los mocos y hundió su rostro más cerca de mi pecho.
Metí mi mano en su cabello.
—¿Qué dijo?
—Él dijo, “Bien, entonces”.
Esperé más, pero no llegó nada.
—Bien, entonces ¿qué? —dije.
—Eso fue todo. Bien, entonces. Y colgó. Él solo... me colgó.
Mi boca colgaba entreabierta e inútil mientras sollozaba contra mi pecho, sus
lágrimas humedeciendo mi camisa. Puse mi otro brazo alrededor de ella también y la
abracé.
—Lo siento —dije—. Lo siento mucho.
Se soltó y disparó los pañuelos hechos una bola a través de la habitación.
—Estoy cansada de sentirme así. Me siento tan patética queriendo que mi propio
padre me necesite en su vida. —Miró sus manos vacías—. Él no me necesita.
—Yo te necesito. —Era la verdad y a veces la verdad se niega a ser contenida.
Estalla, por lo general cuando es menos conveniente, pero también cuando es más
necesario.
Ella sonrió lánguidamente, puso su mano sobre mi pecho donde sus lágrimas
habían humedecido mi camisa.
—Eres dulce. No tenía a nadie y tú me diste amistad y un lugar para vivir.
—Yo te necesito —dije de nuevo.
Sus ojos se posaron en los míos.
—¿Lo haces?
Asentí. Dios, estaba tan cerca de mí, que podía oler su piel. Dulce, como el
caramelo.
—Los amigos sirven para propósitos diferentes, ¿verdad? Algunas cosas solo
puedes decir a ciertas personas, algunas cosas que puedes decir a otros.
La mirada de Kacey era inquebrantable.
—Dime algo que no puedas contarle a tus otros amigos —dijo suavemente—. Algo
que solo puedes decirme a mí.
Durante unos segundos me perdí en las piscinas azules de sus ojos, quedé mudo
ante las miles de cosas que quería decirle.
—Estoy asustado —dije.
Su mano se deslizó en la mía. 155
—Está bien.
—Pero ¿quién no lo estaría?
Ella no dijo nada. Sentí su aceptación y confianza depositándose en mí desde sus
ojos. Podría derramar mis entrañas a ella y me escucharía, o podría mantenerlo para
mí y ella entendería.
—Todo el mundo me está mirando, todo el tiempo. Me siento como... No puedo
hacer o decir nada sin pesarlo cuidadosamente. Porque todo lo que hago significa algo,
incluso cuando no lo hace. No puedo alzar mi voz ni enfadarme ni irritarme porque no
puedo dejar ese tipo de recuerdo. Solo tengo una cantidad finita de palabras por decir.
Tengo que elegirlas con cuidado.
Ella asintió y me dejó continuar. Lo que hice, diciéndole más de lo que quería
decirle, diciéndole lo que no podía decirle a nadie más. Las palabras salieron de mí y
se vertieron en el regazo de Kacey.
—Mis acciones también. Estoy siendo observado constantemente, estudiado,
examinado. ¿Estoy cansado de un largo día en la tienda, o es algo peor? Me tratan
como si fuese rompible. Al igual que el mundo entero es una amenaza potencial.
Alguien podría decir la cosa incorrecta y enojarme y Dios no quiera que alguna vez esté
enojado. Pero estoy enojado.
Kacey asintió.
—Estoy asustado o enojado de que esto me pasó a mí —dije—. Me cuidaba,
¿sabes? Me ejercitaba como un bastardo, comía bien y todavía me puse realmente
jodidamente enfermo. Como ser atropellado por un camión, aunque vi ambos sentidos
y la calle estaba vacía.
Froté mi mano con fuerza en mi rodilla para no apretarla en un puño. La otra
sostuvo a Kacey más apretado. Me preocupé que le estuviera magullando sus dedos,
pero no podía dejarla ir.
—Así que sí... estoy asustado —dije—. Y eso es algo que no puedo decirle a mis
otros amigos.
Soltó mi mano y entonces estaba en mis brazos, abrazándome alrededor del
cuello.
—Gracias por decirme.
Me congelé, mis sentidos se infundieron con ella. La suavidad de su cabello sobre
mi mejilla, el olor a caramelo de su cálida piel. Mis brazos fueron alrededor de ella,
rígidos al principio, pero ella era tan suave. Se derritió en mí, deseando ser sostenida.
Y como diciéndole lo que no podía decirle a nadie más, quería sostenerla como si no
tuviera a nadie más. Acariciar su cabello, inhalar su dulzura. Besarla y nunca parar…
Su cabeza se levantó de mi hombro, pero sus brazos todavía rodeaban mi cuello.
Me miró, sus labios se separaron expectantes, sus ojos cálidos y suaves. En el silencio,
levantó su mano y apoyó su palma en mi pecho. Mi corazón golpeteó nuevamente bajo
su toque y una sonrisa suave llegó a sus labios.
156
—Se siente tan fuerte —murmuró.
La parte superior de mi cicatriz era apenas visible en el dobladillo de mi cuello.
Kacey enganchó su dedo índice en el borde de mi cuello y lo bajó, revelando otro
centímetro de rojo encendido. Con la cabeza inclinada, lo estudió, pasó su pulgar por
la cresta brillante.
Luché para no retroceder... o inclinarme hacia adelante en su toque. A medio
camino entre el pánico y el deseo, me congelé, pero para mi corazón que galopaba.
—Eres la primera mujer... la primera persona en tocar mi cicatriz.
—Eso no está bien —murmuró y se inclinó para presionar un suave beso en
aquella horrible marca. Luego se acurrucó contra mi pecho, agotada y gastada, a salvo
entre mí y los cojines del sofá.
Me acosté de nuevo, llevándola conmigo. La sostuve, disfrutando de la sensación
de su cuerpo a lo largo del mío, memorizando la suavidad de su cabello cayendo entre
mis dedos. Cerré mis ojos, dejando que todos mis otros sentidos absorbieran el calor y
la comodidad de tener a una mujer en mis brazos. Esta mujer.
Estuve tentado a quedarme toda la noche. Para el beso de buenos días y joder las
consecuencias. Pero cuando la primera luz del amanecer atravesó por la ventana,
iluminó mi reloj. Tenía cuarenta minutos para llegar a casa y tomar mis
inmunosupresores. Si me demoraba, esas consecuencias me joderían.
Me quité del sofá, cubrí a Kacey con una manta y me fui en silencio.
Dena y Oscar estaban extasiados de que Kacey regresara a la ciudad. Insistieron
en hacer algo especial para darle la bienvenida a Las Vegas. Olí un motivo ulterior,
pero me conmovió que quisieran traerla a nuestras salidas regulares de los lunes.
—Kacey viene con nosotros esta noche —le dije a Theo por teléfono—. Una cena
de bienvenida. Deberías traer a Sally.
—Holly —corrigió Theo.
Holly Daniels era su ahora sí, ahora no novia. O lo más parecido a una novia que
había tenido en su vida. Una mujer menudita con una sonora risa y cabello corto y
oscuro, había sido una de las clientas de Theo en Vegas Ink. Lo molestaba que Holly
sólo había querido un pequeño tatuaje, pero había seguido volviendo hasta que ella
había conquistado a Theo. Cada vez que veía sus dos mangas llenas de tatuajes a lo 157
largo de sus brazos, tuve que enterrar una carcajada.
—¿Entonces es una cosa de parejas? —dijo Theo.
—No. Bueno... —Mi mano vagó hasta mi cuello y la parte superior de mi cicatriz,
donde todavía podía sentir el beso de Kacey. Un pequeño roce de sus labios marcado
en mi piel y en mi mente. Yo seguía volviendo a él.
—¿Hola?
Volví a prestar atención.
—No, no es cosa de parejas. Es una cosa de amigos. Trae a Holly, trae a alguien
más o no traigas a nadie. Depende de ti.
—¿Dónde vamos?
—Kacey quiere ir a cenar y a un casino. Pensé que el MGM Grand sería bueno
para...
—No puedes ir a un casino y estar cerca de todo ese humo. ¿Ella no sabe eso?
—Lo hace —dije—, pero fue idea mía. Ella nunca ha estado en un casino, y el
MGM tiene una excelente ventilación. Lo investigue.
Él refunfuñó algo incoherente.
—Vamos, hermano. Oscar y Dena están dentro. Será divertido. Algo diferente.
—Diferente —dijo Theo—. Cristo, lo tienes mal.
—Estoy siendo optimista —dije con una sonrisa—. Vamos, Teddy.
Una pausa.
—¿Dónde comemos?
—Tu favorito, la New Orleans Fish House —dije—. Todos los cangrejos picantes
como el infierno que puedas comer. Ocho en punto.
Eso lo ganó. O tal vez quería cuidar de mí como una maldita mamá gallina toda
la noche, pero aceptó ir.
Le dije a Kacey que la recogería a las 7:45. Abrió su puerta usando una blusa
demasiado grande off-the-shoulder, en una especie de material brillante. Se deslizó
sobre su piel como plata fundida, dejando un hombro desnudo, y colgado a sus muslos,
donde una corta falda negra se asomaba. Pero fueron las medias negras que llevaba
justo por encima de su rodilla las que drenaban la sangre de mi cerebro.
Había amontonado su cabello en su cabeza y lo había asegurado con algún tipo
de clip o banda con una gran rosa negra de seda sobre su oreja derecha. Sus llamativos
rasgos estaban hechos con oscuro, maquillaje de ojos de gato y labios rojos brillantes.
Una nube de su perfume —su favorito y el que guardaba en la botella que yo había
hecho para ella— flotó a través de mí.
Estaba tan ocupado mirándola que no había notado que ella me miraba fijamente.
—Vaya, Fletcher —dijo—. Te... te arreglaste muy bien.
158
Me había puesto un traje gris oscuro con una corbata azul brillante que puede o
no haber sido del mismo color que los ojos de Kacey.
—Te ves... —Me apagué, mirando, porque no existían palabras.
Ella sonrió y se estiró para enderezar mi corbata.
—Gracias.
Cuando llegamos a Emeril's New Orleans Fish House, la anfitriona nos condujo a
través de la elegancia de color ámbar del restaurante a la mesa donde Dena, Oscar,
Theo y Holly estaban sentados. Kacey, por supuesto, abrazó a Dena y Oscar de entrada,
y la abrazaron de vuelta, diciéndole lo mucho que habían oído sobre ella, y esa vez no
había duda de su rubor. Ella brillaba de felicidad bajo la luz de Dena y la cálida
bienvenida de Oscar y nunca pensé que hubiera amado a mis amigos más.
—No te ves guapo —le dijo a Theo, alisando el cuello de su camisa de vestir—.
Hola, soy Kacey —le dijo a Holly, cuyas mangas llenas de tatuajes estaban en
exhibición en una blusa sin mangas. Enterré una sonrisa mientras Kacey sostenía las
manos de Holly para admirar la tinta—. Vaya, increíble. —Se volvió hacia Theo—.
¿Tuyo?
Él asintió y se encogió de hombros.
Para el momento en que terminamos nuestros aperitivos, cualquier duda que
había tenido sobre Kacey encajando se había ido. Ella y Holly hablaron de tatuajes, e
incluso consiguió que Theo enrollara una manga para comparar tinta, antes de que
Kacey entablara una conversación con Dena sobre poesía y composición.
Oscar se inclinó desde mi izquierda.
—¿Vas a comer o mirar a Kacey toda la noche?
No tiene sentido negarlo. Ni siquiera lo intenté.
—Voy a mirarla toda la noche.
Oscar sonrió abiertamente y me tiró del brazo.
—Hazlo.
En el postre, Oscar dirigió la conversación hacia acampar en una curva cerrada
de un cambio de tema, y le preguntó a Kacey si alguna vez había estado.
—Nunca —dijo—. No soy mucho una persona de la naturaleza, excepto por la
playa. ¿Dónde estás acampando?
—Parque Nacional Great Basin.
—Es bastante impresionante —dijo Dena—. Es un poco de todo, desierto, bosque,
lago. Te encantaría.
—Deberías venir —dijo Oscar.
—Deberías —dijo Dena. Se volvió hacia Holly—. Tú también. Así seríamos seis.
—Estoy dentro —dijo Holly, mientras desde detrás de su hombro Theo le lanzaba
dagas con sus ojos a Dena. 159
—Suena genial —dijo Kacey, luego se volvió hacia mí—. ¿Qué piensas? ¿Quieres...
la compañía?
Tal vez se suponía que debía ser precavido o cauteloso, pero yo era simplemente
feliz. Esta noche, estoy intentando la manera de Dena. Ser feliz. Ser normal. Una parte
del círculo, no solo en el centro.
—Me encantaría la compañía.
Las mejillas de Kacey enrojecieron hermosamente, y se volvió hacia Oscar.
—Gracias por invitarme.
—No me lo agradezcas hasta que hayas cagado en el bosque y oído a los pumas
fuera de tu tienda. Esta es tu iniciación, niña.
—Tráelo. —Rió Kacey.
Y su sonrisa fue la cosa más hermosa que jamás había visto.
—Entonces, ¿quién está dispuesto a jugar un poco? —dije mientras salíamos del
restaurante—. Tengo cuarenta dólares quemando un agujero en mi bolsillo.
Dena intercambió una mirada con Oscar, luego bostezó.
—Me excedí en la crème brulee —dijo—. Mi almohada está llamando.
—Sí, a mí también —dijo Oscar, mirando a Jonah—. ¿Por qué no van ustedes sin
nosotros? Lo haremos de nuevo en otro momento.
—¿Estás seguro? —dije.
—La próxima vez —dijo Dena, abrazándome.
—Apostaré —dijo Holly—. No lo he hecho en mucho tiempo. —Ella tiró del brazo
de Theo—. ¿Tú quieres? 160
Ahora Theo rebotó una mirada entre Oscar y Jonah, y sacudió la cabeza.
—No me apetece. Doy por terminada la noche.
Holly hizo una mueca antes de abrazarme. Theo deslizó los brazos rígidos
alrededor de mí y curvo su boca en mi oído.
—Intenta estar menos de una hora en el casino. No deberías estar cerca del humo.
—Lo tengo —dije.
Theo pareció dudar, sus ojos se dirigieron hacia Jonah y luego hacia mí.
—Pásenla bien —dijo. Se volvió abruptamente, dejándonos a Jonah y a mí solos.
Vi a Holly correr para alcanzarlo.
—¿Ha estado con Holly mucho tiempo? —pregunté.
—Para sus estándares, sí.
—Oscar y Dena son gente maravillosa.
Jonah hizo una mueca.
—Son como un mal acto de Vaudeville.
Me reí.
—Venga. Le prometí a Theo que sólo nos quedaríamos una hora en el casino.
—Jesús, él es ridículo.
Puse una mano en la curva de su codo.
—Es el cuidador de su hermano.
El casino estaba a un corto paseo desde el restaurante. Caminamos dentro del
espacio ligeramente oscuro donde la mayoría de la iluminación provenía de las
máquinas tragamonedas, fila tras fila de ellas. Una legión de luces brillantes y
brillantes. Conos de luz brillante cayeron sobre las mesas de blackjack, reflejándose
en las camisas blancas de los distribuidores y en las tarjetas blancas sobre el fieltro
verde.
—¿Cuál es tu veneno? —dijo Jonah—. ¿Veintiuno? ¿Ruleta? ¿Póker?
—Blackjack —dije.
El casino estaba lleno y tuvimos que andar lejos de la línea antes de encontrar
una mesa con un asiento abierto, inmediatamente a la derecha del distribuidor.
—Es una apuesta de cinco dólares —dijo Jonah—. Ve por ello.
—No hay sitio para ti.
—Voy a ver y entrenarte desde lejos.
—No necesito entrenador.
La ceja subió.
—El asiento a la derecha del distribuidor es el asiento más importante en la mesa.
¿Estás preparada para esa responsabilidad tan seria? 161
Entrecerré mis ojos hacia él.
—Yo nací lista. —Hice que me sentaba y luego me detuve—. Espera. Las cartas de
cara valen diez, ¿verdad?
Jonah se echó a reír y yo tomé el asiento vacante. Se quedó de pie para ver el
progreso de la mano.
A la izquierda del repartidor se sentaron dos chicos jóvenes que se veían serios
acerca de sus cinco dólares. Al lado de ellos, dos señoras mayores charlaban sin parar
y jugaban casi como una idea tardía, contando los totales de sus cartas y golpeando o
mantenerse automáticamente. Junto a ellas y a mi derecha estaba sentado un
caballero mayor con un sombrero de vaquero de diez galones y una camisa de botón
de mezclilla. Sacó un paquete de Marlboro Reds del bolsillo delantero.
—Señor —dije—. Voy a ganar una mano y luego irme. ¿Te importaría no fumar
hasta entonces? ¿Por favor?
Él me miró a través de una piel grisácea que se cerraba alrededor de sus ojos, y
se rió.
—Estás en el asiento caliente, niña. ¿Sabes cómo jugar para ganar?
—Mírame —dije. Mientras el vaquero guardó sus cigarrillos, me incliné hacia
Jonah—. ¿Cómo juegas para ganar?
—Necesitas fichas. Pon tu dinero en la mesa.
Puse un billete de veinte dólares en el fieltro verde.
—Voy a tomar una ficha —le dije al distribuidor y me dio una ficha rayada azul y
blanco con un veinte grabado en oro en el frente.
—Es sólo una apuesta de cinco dólares —dijo Jonah.
—Hazlo a lo grande o no lo hagas, ¿verdad?
El vaquero sacó una ficha roja de cincuenta dólares de una de las pequeñas torres
de fichas y la puso con su apuesta inicial.
—Hazlo bien por mí ahora, silla caliente. Cuento contigo.
Jonás se echó a reír detrás de mí.
Me incliné hacia atrás.
—Doble abajo sobre once, ¿verdad?
—¿Oh, ahora quieres entrenador? —Él cloqueó su lengua.
El distribuidor —un hombre inexpresivo de unos veinte años— deslizó hábilmente
las cartas fuera de una canal hacia cada uno de nosotros, cara arriba. Él se repartió
una cara abajo, una cara arriba, un tres de tréboles.
El resto de los jugadores tuvo suerte: nada inferior a diecisiete, y el vaquero dividió
sus ochos, poniendo otra ficha de cincuenta dólares al lado de la primera. Fue
recompensado con dos dieciochos e hizo alarde de su suerte.
162
Me dieron un tres de rombos y dos de corazones.
—¿Estás jodidamente de broma? —murmuré.
El vaquero hizo una mueca en mis cartas.
—Nada bueno, niña.
—Qué me estás contando. Dame.
Un dos de picas.
—Dame —dije de nuevo.
El cinco de trébol.
—Mierda.
El resto de la mesa comenzó a murmurar.
Jonah se inclinó sobre mí.
—Tienes doce. El distribuidor está mostrando trece, probablemente.
—¿Cómo lo sabes? ¿Eres el hombre de la lluvia?
La sonrisa de Jonah coloreó sus palabras.
—No, pero soy un excelente conductor.
–Jaja. Ayuda.
Jonah se agachó para que su barbilla flotara justo encima de mi hombro desnudo.
Su aliento estaba tibio en mi cuello, enviando pequeños y agradables escalofríos
recorriendo mi espina dorsal.
—Es una estrategia segura asumir siempre que la tarjeta de abajo del distribuidor
vale diez. Más esos en la cubierta.
—Bueno…
—Así que tiene trece, suponemos. Tienes doce, y tu próxima carta será una carta
alta.
—¿Cómo... cómo lo sabes? —Traté de mantener el foco, pero Dios, Jonah olía bien.
Y su mano descansaba sobre mi espalda, su pulgar frotando un suave círculo. No creí
que supiera que lo estaba haciendo. Apreté mis piernas juntas.
—Probabilidad —respondió—. Has tomado muchas tarjetas pequeñas. Buena
probabilidad de que la siguiente valga diez. Deja que el distribuidor lidie con ello. No
pidas.
El sentimiento fue repetido con vehemencia por los otros jugadores.
—No pidas.
—Es probable, no definitivo. —Miré alrededor de la mesa—. Lo siento, muchachos,
pero no puedo sentarme en este patético doce.
Fuertes protestas mientras rozaba mis dedos a lo largo del fieltro verde.
—Dame. 163
El distribuidor colocó el ocho de diamantes.
—Veinte. —Agarré el brazo de Jonah y lo sacudí—. Tengo veinte.
Sacudió la cabeza, riendo.
—Sí, lo hiciste.
—Tienes mucha suerte, es lo que tienes —dijo el vaquero con una risita—. Ahora
plántate, chica.
—Plántate —repitieron los otros jugadores.
Agité mis manos sobre mis cartas.
—Me planto.
La mesa se quedó en silencio mientras el crupier volcaba su tarjeta. Una reina
para darle trece.
—Los distribuidores tienen que repartir hasta diecisiete —dijo Jonah al oído.
Mi corazón latía con rapidez mientras veía al repartidor y fracasar con la Sota de
diamantes. La mesa estalló en aplausos.
Jonah me agarró por el hombro. Mierda.
—Gané —le dije, mientras el crupier ponía un segunda ficha azul-y-blanca-rayada
de $20 al lado de mi primera.
—No solo tú ganaste —dijo Jonah—. Si te hubieras sentado en tus doce, el crupier
habría llevado tus ocho a sus trece.
—Y tenía veintiún —dije.
—La mesa entera habría perdido.
—Él tiene razón, niña —dijo el vaquero—. Te has hecho pasar por inexperta, ¿no?
—Podría ser. —Tomé mis ganancias y desocupé mi asiento—. ¡Buena suerte a
todos! Ha sido real. —Golpeé el borde del sombrero del vaquero mientras salíamos de
la mesa—. Puedes fumar ahora, señor.
—Acabas de hacerme ganar doscientos dólares, diosa de la fortuna —dijo,
soltando una carcajada detrás de nosotros—. Quizá voy a dejar de fumar mientras
estoy por delante.
—¿Y ahora qué? —le dije a Jonah, tomando su mano—. ¿A dónde? Juro que
nunca he tenido tanta diversión sobria en mi vida. —Me detuve en las largas filas de
máquinas tragamonedas, zumbando y golpeando estrepitosamente y brillando—.
Tragaperras. Dios mío, ¿quieres? Sólo unos pocos, entonces nos iremos, lo juro.
Jonah se echó a reír.
—¿Cómo podría decir que no?
Fui a la ventana de cambio y volví con cuatro rollos de cinco centavos.
—¿Quieres jugar a tragamonedas de cinco centavos? —preguntó Jonah.
—Quiero jugar a algún tipo de tragaperras, pero echar cuarto tras cuarto en una 164
máquina se siente derrochador. De esta manera, tengo la experiencia sin sentir que
estoy tirando una tonelada de dinero.
Jonah entrecerró los ojos y acarició su barbilla pensativamente.
—Muy acertado.
—Culo inteligente. —Tomé su mano de nuevo—. Vayamos a jugar con los
apostadores altos.
Encontramos el único banco del casino con ranuras para centavos y nos
instalamos. Jonah se quitó la chaqueta y la corbata y las arrojó sobre una máquina
vacía. Luego me dio un cubo de plástico de una pila entre las ranuras.
—Para tus ganancias —dijo.
—Mejor que me traigas dos —dije, rasgando mis rollos de monedas—. Me siento
afortunada ... punk.
Las máquinas tragamonedas tenían botones para pulsar, además de las palancas
que hacían girar las imágenes de cerezas, diamantes y barras. Jonah golpeó el botón,
pero yo insistí en tirar de la palanca.
—Para obtener el efecto completo —dije.
—¿Realmente nunca has jugado antes? ¿Ni siquiera en Caesar´s?
—Estoy sirviendo bebidas gratis, y cuando mi turno termina sólo quiero salir como
el diablo de allí y cambiarme de ropa. Mierda, deberías ver el uniforme que nos hacen
llevar. Togas, sandalias de oro y diademas de hojas.
El ruido metálico de un pequeño puñado de centavos golpeó la bandeja de Jonah.
Un pequeño triunfo. Yo tenía lo mismo; sólo lo suficiente para mantenernos jugando.
—Es curioso que tengamos el mismo horario de trabajo —dijo—. ¿De miércoles a
sábado por la noche, de seis a dos de la mañana? Exactamente el mismo horario.
—Yo pedí esos días. —Volví mi rostro a la máquina, tiré de la palanca—. Porque
son los mejores turnos.
Por el rabillo del ojo vi a Jonah sonreír.
—Son los mejores.
Dejé caer mi último centavo en la máquina y acabé con nada.
—Estoy fuera —dije con un suspiro—. Creo que el sistema está trucado.
Jonah se echó a reír.
—Lo garantizo. Estoy casi fuera también ...
Dejó caer un centavo, golpeó el botón y las imágenes de la máquina dieron vueltas
y vueltas. El dibujo de un diamante con bote escrito se detuvo. Entonces dos. Luego
tres, todos alineados en una fila perfecta. La máquina entera se iluminó con luces
intermitentes y música, y un torrente de centavos cayeron en cascada en la bandeja
de abajo. 165
Salté de mi asiento, mis manos volando a mi boca.
—Oh Dios mío, has ganado. ¡Ganaste!
Jonah miró, con una media sonrisa de sorpresa alrededor de su boca abierta.
—Santa mierda, mira esto.
Los centavos seguían derramándose, desbordando la bandeja y cayendo sobre la
alfombra en una avalancha tintineante.
Apreté su hombro.
—Oh, Dios mío, ¿cuánto has ganado? —Escudriñé la parte superior de la máquina
donde ponían los premios—. Dice que tres diamantes son ... cinco mil centavos.
Espera... eso es...
—Doscientos cincuenta dólares —dijo Jonah, poniéndose de pie, con las manos
en la cabeza.
—Conseguiste el bote —dije, lanzando mis brazos alrededor de su cuello.
Me miró, bajando lentamente las manos. Las luces de la máquina tragaperras se
reflejaban en rojo, azul y verde en sus ojos. El ruido de las monedas caídas
disminuyendo en mis oídos. El casino entero se desvaneció al fondo.
—Lo hice —susurró. Sus manos tomaron mi cara y me besó.
Me congelé cuando sus labios cubrieron los míos, luego me derretí contra él. Su
cálida y suave boca me robó la fuerza de las piernas y me tambaleé hacia atrás. Él me
siguió, presionándome contra la orilla de las ranuras, los centavos deslizándose bajo
nuestros pies. Un leve gemido escapó de mí, un sonido inconsciente de deseo subiendo
desde el interior. No sabía cuánto quería esto hasta que sucedió.
Jonah rozó sus labios sobre los míos y luego se acercó, presionando más fuerte.
Mis labios se separaron de los suyos, y yo gemí de nuevo ante el primer sabor de su
lengua deslizándose contra la mía, dulzura y un tinte de calor picante debido a nuestra
cena. Yo quería más, pero él se retiró para besar mis labios, succionando ligeramente,
explorando por todas partes, antes de volver a sumergirme más profundo.
Mis manos encontraron su camino en su cabello suave y grueso. Tiré ligeramente,
lo empujé más cerca de mí, abrí más mi boca para tomar todo su beso. Su cuerpo
estaba presionado completamente desde arriba y hasta abajo del mío, y yo lo quería en
mi piel y en mis venas.
Esto. Esto... todo este tiempo ha sido esto.
Jonah gimió suavemente, sus manos recorrieron cada centímetro de piel que tenía
a su disposición: mi cuello, mi hombro, mi rostro. Dios, la forma en que me sostuvo la
cara, me tomó la barbilla entre las manos... Me besó como si fuera algo delicado y
precioso, algo que él apreciaba y sostenía con reverencia.
Mi primer beso. Este es mi primer beso real.
El ruido de los centavos se detuvo. Los labios de Jonah rozaron los míos una vez
más antes de apartarse. Abrió los ojos. 166
Y mi corazón se rompió.
—Kace —susurró, su cara llena de dolor—. Oh maldita sea, no debería haber
hecho eso.
Cada sentimiento bueno y hermoso de nuestro beso me fue arrancado.
—Jonah...
—No puedo hacerte esto a ti. O a mí mismo.
Me aferré a él, tirando de sus manos, todavía sin aliento.
—¿De qué hablas…?
—¿Esta es tu máquina? —soltó una voz chillona detrás de él.
Jonah bajó las manos y se volvió. Una señora mayor vestida con poliéster y una
permanente miró a la luz amarilla parpadeando en la parte superior de nuestra
máquina.
—Vendrán a llenarlo de nuevo —dijo—. ¿Vas a coger tu dinero o no?
—Lo tenemos, gracias.
Jonah se ocupó de meter los centavos en los cubos de plástico. Yo ayudaba, y
cada vez que nuestras manos se tocaban, el deseo crepitaba en mis brazos. Lo quería.
Quería sus manos en mí, su boca en la mía, su cuerpo dentro de mí. Pero Jonah no
me miraba y su boca estaba presionada en una línea delgada, como si estuviera
tratando de no respirar.
Mis sentimientos se agitaban en mí como un torbellino de dolor, humillación y
confusión. Acababa de empezar a probar algo bueno y perfecto y luego me fue
arrancado.
Cambiamos los cinco mil centavos por $250. Jonah intentó colocar algunos de los
billetes en mi mano.
—Tómalo. O por lo menos la mitad. Para empezar, eran tus centavos.
—Fue tu bote.
Yo fui tu bote.
Sacudió la cabeza, en silencio y debatiéndose. La miseria que emanaba de él era
como mil pequeñas flechas en mi corazón.
—Vamos a salir de aquí —dije, tirando de su brazo—. Lejos del humo.
— Sí —dijo con una sonrisa amarga—. No es bueno para mi corazón. Todo lo que
hago es por el bien de mi estúpido corazón.
Dejamos el casino y caminamos en silencio, de regreso a lo largo de las
concurridas aceras de la Strip hasta su camioneta estacionada. El viaje hasta mi
apartamento fue silencioso. En el estacionamiento, dejó el motor al ralentí y apretó el
volante de su camioneta tan fuertemente, que sus nudillos se pusieron blancos.
—Soy un idiota —dijo finalmente. Se volvió para mirarme por primera vez desde 167
que dejamos el MGM Grand, y sus ojos eran intensos y exhaustos—. Kace, lo siento.
—¿Por qué?
—No debería haberte besado. Estuvo mal y fue estúpido, y lo siento. Somos
amigos. Tenemos que quedarnos amigos. Me quedé atrapado en el momento, y te
veías... tan hermosa.
—Jonah ... —Lo alcancé, pero él se estremeció.
—Por favor, no lo hagas. Ya lo he jodido lo suficiente por una noche. Mi fuerza de
voluntad está colgando de un maldito hilo.
Un breve silencio descendió en el que sólo escuché el latido de mi corazón,
golpeando fuertemente contra mi pecho. Lo alcancé otra vez y le alejé la mano del
volante. Su pulsera de alerta médica brilló por la farola.
—No tienes que disculparte. No te disculpes. Ese beso fue hermoso. ¿No lo
sentiste? Se sentía correcto y perfecto, y significa algo. Jonah...
—Dios, Kace —susurró, con la voz quebrada—. Deberías irte. Por favor. Solo vete.
—No quiero —dije, con la voz rota—. No quiero perder otro minuto. Estuve lejos
de ti durante doce días cuando dejé la banda. Doce días que nunca conseguiré de
vuelta. —Las lágrimas fluían por mis mejillas libremente ahora—. Escúchame. Tengo
más miedo de no estar contigo que de estar contigo. O de lo que podría ocurrir dentro
de cuatro meses.
La mano de Jonah apretó la mía y sus propios ojos brillaron.
—Cuatro meses —dijo, sacudiendo su cabeza—. ¿Sabes por qué mantengo mi
maldito horario? ¿Por qué mantengo la cabeza baja y trabajo todos los días para
preparar la instalación para la apertura? No es sólo para terminar el trabajo. Es porque
cuando hago sólo eso, guardo el tiempo como una idea abstracta. En lugar de un tramo
lineal de días es... una esfera. Una esfera de cristal en la cual trabajo, visito a mi
familia, tomo unas copas con amigos, una y otra vez, una y otra vez. Cada semana no
es diferente de la siguiente. Así es como mantengo el tiempo.
Las lágrimas rociaron mi falda.
—¿Y ahora lo he estropeado todo?
Sacudió la cabeza, sus ojos rebosantes, su voz ronca y temblorosa en los bordes.
—No. Has sido una luz brillante en mi sombrío y oscuro mundo. Pero si me dejas
besarte de nuevo... Si empezamos algo ahora mismo, el tiempo no se mantendrá
detenido. El final, mi fin, no será algo nebuloso en la distancia. Correrá hacia mí,
porque...
Su voz se ahogó, y yo sostuve su mano más apretada, nuestras lágrimas cayendo
juntas.
—¿Por qué? —susurré.
—Porque, Kace, los días irán disminuyendo hasta que sólo quede uno —dijo con
los dientes apretados—. En el que tenga que decirte adiós.
Las palabras golpearon mi corazón, lo agrietaron y lo rompieron. 168
Es real. Como dijo Lola. No puedo fingir que esto no existe.
Jonah respiró hondo y se dio la vuelta, limpiándose la mejilla en la manga de su
camisa.
—Será lo suficientemente difícil ya como amigos —dijo, su voz llena de grava—.
Será mucho peor si tratamos de tener algo más. Si hacemos el amor. Si caemos... —
Sacudió la cabeza, frustración coloreando su, ahora, agónica expresión.
—Jonah...
—Es tarde. Tengo mucho trabajo que hacer mañana.
No podía soportar la fría resolución en su tono. Asentí en silencio y alcancé la
puerta.
—Está bien. Gracias por la cena y mi primera vez en un casino...
Y mi primer beso.
Jonah me alcanzó a través del asiento para tomar mi mano de nuevo. La sostuvo
firmemente, presionó mis dedos en sus labios y luego me dejó ir.
En las primeras horas de la mañana del viernes del campamento de Oscar, mi
teléfono sonó con un texto de Kacey.
Ayer @ almuerzo, Tania me dijo que encontró un bono de $250 en su cheque
de pago.
¿Quién dijo que las traga monedas no pagan?, escribí de respuesta.
No era yo, sabelotodo. :P
Dejé escapar un suspiro de alivio. Las cosas no habían estado tensas entre Kacey
y yo la semana pasada, pero tampoco estaban 100% de vuelta a la normalidad. Ella
era tan dulce como siempre, todavía trayendo a Tania y a mí el almuerzo caliente a la
tienda o enviándome textos al azar, divertidos como éste. Ella estaba haciendo lo que
le había pedido que hiciera: estaba siendo mi amiga. Sosteniendo el trato, mientras yo
169
había sido el bastardo egoísta que la besaba y casi jodía todo entre nosotros.
Ninguno de nosotros, Oscar, Theo o yo tenía un carro o camioneta lo
suficientemente grande como para llevar seis pasajeros y nuestro equipo de
campamento, así que cada uno de nosotros condujo en pareja. La unidad de Great
Basin National Park4 era una unidad de cuatro horas y media. Pensé que con seguridad
Kacey y yo pasaríamos todo el tiempo en un silencio incómodo, el beso y todo después
colgando entre nosotros.
Pero largos silencios y Kacey Dawson no se mezclaron. Ella era toda sonrisas
cuando la recogí en su complejo, y charló sin parar sobre varios temas, y acampar.
—Nunca pasé una noche al aire libre —dijo—. ¿Veremos estrellas?
—Verás tantas estrellas, parecerá irreal —le dije.
—Nunca he visto un cielo lleno de ellas. Las luces de la ciudad siempre las
ahogan.
—Lo sé. La primera vez que fuimos, no podía creer el dosel. Te encantará.

4Great Basin National Park: Es un parque nacional de los Estados Unidos ubicado en el condado de
White Pine en el este-central de Nevada.
—Sé que lo haré —dijo Kacey, acomodándose en su asiento, pateando sus botas
en el tablero—. Pero todavía no sé si traer mi guitarra fue una buena idea. Seré esa
chica que se rompe la canción en la fiesta.
—Has estado privándonos de tu talento el tiempo suficiente. Nos debes al menos
una canción. Considéralo el precio de la admisión.
Ella me fue molestando con docenas de otras preguntas sobre el viaje, ninguno
de los cuales se refería a los arreglos para dormir. Ni siquiera sabía nada. Oscar me
aseguró que "me haré cargo" y murmuró algo sobre Holly y Kacey compartiendo una
carpa.
Cuando llegamos al campamento, el Truk negro de Theo y la camioneta plata de
Oscar ya estaban estacionados uno al lado del otro, frente a un claro plano de tierra
en Upper Lehman Creek. Árboles, abetos, pinos y robles, se alzaban en medio de
hierbas altas y verdes pálidas alfombrando el suelo del bosque. Se podía ver el arroyo
desde nuestro sitio. Se paseaba a través de los campamentos, corriendo suavemente
sobre piedra lisa. Un anillo de fuego metálico estaba en el centro del sitio, y Theo ya
estaba instalando su tienda naranja en el lado este.
Kacey saltó para abrazar a todos, y Oscar me hizo a un lado.
—Holly cambió de planes, hermano —dijo—. No puede separarse de Theo. Parece
que tú y Kacey van a ser compañeros de tienda.
Crucé mis brazos sobre mi pecho y levanté una ceja.
—Estás tan lleno de mierda.
170
Óscar rió.
—Tú y Kacey. Una tienda. Oh Dios.
—Lo sé, pero… No importa.
—Wow, esto es increíble —dijo Kacey, uniéndose a nosotros, su mirada barriendo
la vista. Ella era adorable con sus vaqueros descomunales y de gran tamaño,
enrollados hasta mediados de la espinilla, botas de combate negras, una camiseta
blanca apretada y una camisa a cuadros verde de unos diez tamaños demasiado
grandes. Puse la temperatura del día a treinta. Kacey llevaba una gorra de punto en la
cabeza, como si fuera trece—. Oscar, este lugar es tan hermoso.
—¿No es así? —Su sonrisa era nostálgica—. Yo solía venir aquí con mis padres
cada año cuando era un niño. Finalmente se aburrieron de él, pero nunca dejé de venir.
Obligo a mis mejores amigos y a mi mejor chica a que vengan conmigo al menos cuatro
veces al año.
—Al menos —dijo Dena, envolviendo a Oscar por detrás, con la barbilla apoyada
en el hombro—. Pero me encanta aquí. Me parece inspirador. —Ella volvió sus ojos
negros a Kacey—. Espero que lo encuentres igual. ¿Escuché que trajiste tu guitarra?
—Sí. —Kacey miró hacia abajo, pateó una bellota—. Quizá tocaré algo. Hago un
Kumbaya malo.
Oscar me sacudió la barbilla.
—J, ¿por qué no le muestras nuestro sitio, que se familiarice con el área? Haremos
que Theo te ponga la tienda.
—El infierno lo haré —gruñó Theo desde atrás, de rodillas en un estanque de
nylon naranja, dirigiendo a Holly sobre cómo ayudarlo.
Me volví hacia Kacey. Sus ojos azules parecían más impresionantes en la neblina
cubierta de la Cuenca, en lugar del incesante calor blanco de Las Vegas.
—¿Quieres ver el arroyo? —pregunté.
—Quiero ver todo.

La llevé por el lugar, por los bosques y por el arroyo. Tenía sólo unos metros de
ancho, pero con una sólida corriente de agua clara y fría. Kacey puso sus manos en
ella y saltó hacia atrás con un grito. Sacudió las manos y las envolvió en su camisa.
—Por favor, dime que no tenemos que bañarnos en esto —dijo riendo.
—De ningún modo. La ciudad de Baker tiene duchas de pago.
—Gracias a Dios.
—Sólo una corta caminata de cuatro horas por la montaña.
Su sonrisa se disolvió.
—¿De verdad? 171
—A Oscar le gusta ir todo o nada. Estamos durmiendo fuera, chica de la ciudad,
durante dos días enteros.
Kacey soltó los labios.
—Es mejor que haya algunas estrellas de verdad esta noche.
—Lo garantizo.
Caminamos a través de los árboles, el arroyo susurrando y balbuceando era el
único sonido.
—¿Sabes a dónde vas, Fletcher? —preguntó ella, caminando cuidadosamente
sobre un árbol caído.
Dejé de caminar.
—¿Creí que tenías el mapa?
—Muy divertido. Si nos perdemos, no estoy comiendo bichos o musgos o…
líquenes. Te lo diré ahora mismo.
—No tendrás que hacerlo. Sasquatch5 probablemente nos llevará primero.

5
Sasquatch: Pie Grande, es un supuesto animal de aspecto simiesco que habitaría los bosques, principalmente en
la región del noroeste del Pacífico en América del Norte.
Kacey se detuvo fría.
—Por favor, no te burles. ¿Pie Grande? ¿De verdad? ¿Hay Pie Grande? ¿Pie…
Grande aquí arriba?
—¿Pies grandes? Mi risa comenzó como un bajo retumbar, tomó vapor, y luego
me reí tan fuerte las lágrimas me picaron los ojos.
—¡Cállate! —dijo Kacey, dándome un empujón lúdico mientras intentaba ocultar
su propia risa—. Me asustan. Y son reales, ya sabes —insistió, señalándome con un
dedo—. No puedes decirme que no lo son. Una vez vi un documental… no dormí por
una semana.
—Vamos —dije, enjugando mis ojos—. Te mostraré por qué estamos aquí. Un
territorio libre de Pie grande, lo prometo.
Caminamos hasta que los árboles se diluyeron, y luego cedió el paso a un claro
de esa hierba larga, parecida a un cabello, en el borde del mundo. Las montañas se
alzaban por todas partes, vestidas con el verde pálido y polvoriento de los árboles de
verano, ya no el verde vibrante de la primavera ni los oros y los rojos de la caída. Debajo
de nosotros, la cuenca se extendía por kilómetros, un lago azul plateado rodeado de
más verde. Todavía no había navegantes que perturbaran la superficie; estaba tan
quieto como el cristal.
—Es tan hermoso —murmuró Kacey, su mirada barriendo por todos lados, y luego
hacia el cielo cubierto—. Si las nubes pasan, deberíamos ver estrellas esta noche.
Asentí.
172
—Si está bastante claro, puedes ver el borde de la Vía Láctea.
—¿De verdad? Eso sería sorprendente.
Observé su mirada seguir a un halcón mientras se elevaba a través de la cuenca.
Ver las estrellas reflejadas en sus ojos… eso sería asombroso. Una oportunidad de toda
una vida.

El crepúsculo descendió y los seis nos sentamos en sillas desplegables alrededor


de la hoguera, asando perros calientes y malvaviscos. La charla y la risa entrecruzaban
el círculo, las historias terminaban y otras recolectaban a su paso. Vi la luz del fuego
brillar sobre las caras de la gente que más amaba. Capturé los momentos en
instantáneas mentales.
La carcajada de Oscar, la luz de la chimenea atrapando el pendiente de Dena, el
chillido de alarma de Holly cuando su malvavisco se incendió, Theo sosteniendo un
perro caliente hacia arriba y girando su cabeza hacia un lado para morderlo. Y Kacey
apoyando su barbilla en el talón de su mano, mirándome de lado, inclinándose hacia
mí…
Yo confié estos momentos a la memoria con la esperanza de llevarlos conmigo
donde quiera que vaya.
Pronto, la única luz que quedaba era de nuestro fuego bajo. Los árboles se
inclinaban sobre nosotros para formar un dosel, y mientras parecía que las nubes
habían pasado, sólo un puñado de estrellas era visible más allá.
Alimentos comidos y basura limpiada, Dena abrió la mitad artística de la noche
recitando algunos poemas: un poco Walt Whitman, a unas pocas líneas de Thoreau.
Cerró como solía hacer con Rumi, y mientras la mayoría de la poesía no me movía,
Dena recitó una línea que saltaba hacia mí:
—No eres una gota en el océano. Tú eres el océano entero en una gota.
Miré a Kacey sentada a mi lado. Ella no es simplemente un océano. Ella es un
universo entero.
Oscar llamó a Kacey a cantar para nosotros.
—Estrella del rock en casa —le dijo a Holly.
—¿De verdad? —dijo ella desde su silla junto a Theo, con las manos unidas.
—La ex estrella del rock —dijo Kacey—. Y no creo que se pueda llamar una
“estrella” si abandona la banda ocho nanosegundos antes de que sean famosos.
Ella tenía razón. Escuché en la radio en la tienda caliente que su vieja banda iba
arriba en las listas y había agregado cuatro actos más a su serie agotada de conciertos.
—¿Qué banda? —preguntó Holly. 173
—Rapid Confession —dije mientras Kacey estaba sacando la guitarra de la tienda.
Holly casi escupió la cerveza de su cuello largo.
—¿Estás bromeando? Me encanta esa banda.
Theo le lanzó una mirada irritada. Kacey solo sonrió mientras empuñaba su
correa de guitarra.
—¿Por qué lo dejaste? —preguntó Holly.
—No es mi escena. —Kacey se sentó en el suelo delante de su silla, cerca de mis
piernas. La luz del fuego hizo que su rostro brillara—. Así que —dijo, sintonizando su
guitarra—. ¿Algunas peticiones?
—Um, sí, ¿qué tal 'Talk Me Down'?
Kacey sonrió levemente, pero mantuvo los ojos en su guitarra.
—Ya no canto eso.
Estaba nervioso como el infierno por alguna razón. Aparte de algunos riffs de
guitarra eléctrica ruidosos pero intrincados en la radio, nunca había oído a Kacey
tararear. O cantar. Mi corazón estúpido golpeó como si yo fuera el que estaba en el
centro de atención, y mis palmas estaban tan sudorosas que tuve que limpiarlas en el
frente de mis jeans.
—¿Qué tal la vieja escuela? —preguntó Dena—. ¿Tom Petty?
Kacey asintió mientras rasgaba unas cuantas notas. Luego sus dedos tocaron los
cinco acordes iniciales de “Free Fallin“.
—Muy bien —murmuró Dena.
Los acordes se repitieron, luego Kacey comenzó a cantar.
Después de dos líneas, cerré los ojos, bloqueando todo excepto su voz. Pura y
dulce, pero un poco grave también. Duro como el infierno teñido de vulnerabilidad.
Ella cantaba sobre una buena chica que amaba a su madre, y un chico malo que le
rompió el corazón. La mano de Kacey rasgó las cuerdas con más fuerza a medida que
terminaba el verso, y golpeó ese estribillo alto y claro, con un borde afilado al final.
Antes del siguiente verso, Kacey sonrió a Dena, murmurando:
—No me dejes colgando… —Dena se unió, entonces todos lo hicimos. Por el resto
de “Free Fallin” y en “I'm Yours” de Jason Mraz, “Brass in Pocket” de los Pretenders y
“Wonderwall” de Oasis.
Por último, Kacey cantó “Chasing Cars” de Snow Patrol solo, su voz llenando la
noche. Me incliné hacia atrás en mi silla, sólo el lado de su rostro visible para mí,
iluminado de oro con la luz del fuego como su dulce y áspera voz le pidió a alguien que
se acueste con ella y simplemente olvidar el mundo.
El dolor en mi corazón se elevó hasta mi garganta, y sentí que algo cambiaba en
mí. Un cambio. Una esperanza temeraria y egoísta de que tal vez, si Kacey todavía
estuviera dispuesta, pudiera acostarme con ella esta noche y todas las noches después,
por lo que muchos que me habían dejado.
174
La canción terminó. Seguido por el silencio.
Holly sorbió y se enjugó los ojos.
—Tienes una hermosa voz.
Kacey sonrió mientras los demás murmuraban un acuerdo. Con un chasquido de
cabeza, Theo salió de su ensueño como un hombre que había estado bajo hipnosis.
Todas sus paredes se dispararon de nuevo. Su cara se endureció, frunció el ceño y
tomó un largo tirón de su botella de cerveza.
Los ojos de Kacey encontraron los míos, suaves y serenos a la luz del fuego.
—Muy bien, muchachos —dijo Oscar, tomando una jarra de agua para apagar el
fuego—. Es hora de ir a la cama.

Se dijeron buenas noches, y nos refugiamos en nuestras tiendas. Kacey y yo nos


turnábamos esperando afuera mientras el otro se cambiaba de ropa para dormir. Se
puso unos leggings y el botón azul de un hombre viejo. La temperatura se había
reducido a quince grados más o menos, y se estremeció mientras se acurrucaba en su
saco de dormir.
Me cambié a pantalón de franela y una camiseta, y se deslizó en mi bolsa. Nos
quedamos en silencio mirando el techo de la carpa, un fragmento de luz de las estrellas
de plata nuestra única iluminación.
—Holly tenía razón —dije—. Tu voz es hermosa. Podrías tener una carrera en
solitario si lo quisieras.
Ella rodó de costado hacia mí.
—Si yo quisiera…
—¿Tú sí?
—No lo sé. Esta misma mañana intenté terminar una canción que empecé hace
varios años. Acerca de Chett. Lo había escrito en el camino. Todo el dolor de su interior.
Exprimí las palabras de mi corazón y la página. Dios, el dolor se había sentido tan real
en ese entonces. Pero cuando los leí hoy… se sentían vacíos. Incluso tonta. —Ella soltó
un suspiro—. Supongo que Chett no vale ni siquiera una canción. Irónico, ya que por
eso volví a Las Vegas. Para escribir sobre él. —Se movió en su bolso—. Supongo que
es hora de encontrar un nuevo material.
Asentí, luché por algo más que decir.
Kacey se dejó caer sobre su espalda.
—Esta tienda es la peor.
—¿Lo siento?
—Esta es la peor carpa de todos los tiempos —dijo, señalando el techo de nilón 175
anguloso sobre nuestras cabezas—. Míralo. ¿Qué diablos es el punto de dormir en la
naturaleza si no puedes verlo?
—Para protegerte de los elementos —dije—. Sólo una delgada tira de nylon te
separa de la lluvia, el viento… sasquatches.
—Cállate.
—Lo peor que la madre naturaleza tiene que ofrecer.
—Y lo mejor —dijo—. Quiero decir, ni siquiera hay una ventana para ver las
estrellas. ¿Las tiendas no suelen tener una pantalla o algo así?
—Algunas lo hacen —dije—. Esta no lo es.
Kacey salió de su bolso y lo enrolló en un paquete descuidado que metió debajo
de su brazo.
—¿A dónde vas?
—Quiero las estrellas. —Se detuvo en la tapa de la tienda y me miró por encima
del hombro, una pregunta en sus ojos.
¿Vienes?
No esperó una respuesta, pero salió. A dónde, no tenía ni idea, pero si no la seguía,
podría perderse en la oscuridad del bosque. Al menos, eso es lo que me dije, mientras
recogía mi propia bolsa y la seguía.
El suelo estaba frío y duro bajo mis pies descalzos mientras seguía el destello de
cabello claro de Kacey a través de los bosques, lejos del claro de las oscuras tiendas
donde mis amigos dormían. Ella siguió el arroyo y pensé que sabía a dónde iba. El
único lugar al que sabía ir; el claro cerca del borde del valle, a unos cien metros del
campamento.
Solo unos cuantos arboles bordeaban el claro, columnas imponentes en la
oscuridad. Debajo, el valle se extendía en ondulantes colinas de verde intenso que
parecían casi negras en la noche, y un cielo lleno de estrellas girando por encima como
diamantes. La luna estaba enorme y llena, proyectando luz plateada sobre todo.
Dejó caer su saco de dormir en la parte más suave del suelo, amortiguado por
ramas de pino secas y hierba suave y larga. Se quedó de pie un momento, de espaldas 176
a mí, esbelta y luminosa a la luz de la luna. Su cabeza volteó, contemplando la vista
del valle frente a ella, y luego se inclinó hacia las estrellas. Sus hombros se elevaron y
cayeron con una profunda inhalación. La respiración llenó mis pulmones, junto con el
deseo desesperando de moverme detrás de ella, sujetar su cuerpo al mío, meter mi
mano a su cabello y besar la suave piel de su cuello.
Kacey sacudió su saco de dormir y se metió. Puse el mío junto al suyo, y nos
tumbamos de espaldas, mirando las estrellas
—Tan increíblemente hermoso —dijo—. Increíble todo lo que está aquí, cada cielo
nocturno, que rara vez vemos. —Rodó en su bolsa para mirarme—. Esta noche estás
muy tranquilo. ¿En qué estás pensando?
Tú. Mis pensamientos están llenos de ti. Siempre.
—¿Puedo decirte en lo que estoy pensando? —preguntó antes de que pudiera
contestar—. Estoy pensando en este momento, estamos acostados aquí con menos de
treinta centímetros entre nosotros, pero en sacos de dormir separados. Porque somos
amigos. Estas ahí, y estoy aquí, y estamos fingiendo que la amistad nos mantiene a
una distancia segura.
Mi corazón empezó a latir.
—Lo sé. No debí haberte dicho que regresaras a Las Vegas. Y no debí haberte
besado.
—Tuve que regresar —dijo—. Nunca debí haberme ido. Si me hubiera mudado a
otra ciudad, estaría sola, miserable y extrañándote. Perdimos doce días cuando me fui.
Quiero ese tiempo de vuelta y no quiero perder más.
—Kacey…
—No puedo seguir así, Jonah —dijo, volviéndose para mirarme—. Como amigos.
Sé que debería intentarlo, pero no puedo. No puedo… no tocarte. Quiero ser capaz de
besarte si quiero, y creo que tú también quieres eso. Como nuestro primer beso en el
casino. Fue todo para mí. Todo.
—También fue todo para mí —dije—. Quiero besarte de nuevo. Quiero besarte
tanto que no puedo respirar. Quiero estar contigo cada segundo de mi vida, pero…
Dios, Kacey, ¿cuánto tiempo es eso? ¿Cómo te hago pasar por eso?
—¿Y qué hay de ti? ¿Sigues adelante, solo? —Negó con la cabeza—. Puedes confiar
en mí. Confía en mí cuando digo que puedo soportarlo. Tú y yo. Puedo soportarlo. Pase
lo que pase.
—Confío en ti. Alejarte nunca fue por desconfiar en ti. No quería hacerte daño.
Eso es siempre lo que he querido, desde el primer momento que te vi. Protegerte.
Mantenerte a salvo.
Sonrió entonces, sus ojos llenos de felicidad. Y Dios, de alguna manera, incluso
con todas las locuras pasando en mi vida, todo se reducía a si Kacey era feliz o no.
Quería hacerla feliz de cualquier manera en que pudiera, porque eso es lo que ella hizo
por mí. Poco a poco, día a día, como la luz del sol filtrándose por las grietas de una
casa abandonada, Kacey me invadía. Derribando las persianas, rasgando las tablas y 177
dejando entrar la luz.
—Ven aquí —dije.
Se sacudió en su saco de dormir por un momento antes de salir. Mi corazón
balbuceó a sus piernas desnudas, un destello de ropa interior rosa y el contorno de
sus pechos bajo su camisa abotonada. Mantuve mi bolsa abierta y se deslizó, su cuerpo
curvándose perfectamente con el mío, tan correcto y perfecto como nuestro beso.
Suspiró, su aliento revoloteando mientras ponía sus manos en mi cara.
—Lamento haberme ido.
—Te dije que te fueras.
—Debí haberme quedado. Nunca debí haberme ido. Y te prometo, Jonah, nunca
te dejaré de nuevo. Nunca más.
—Te voy a dejar —dije, mi voz apenas más que un susurro. Las palabras colgaban
entre nosotros, el punto crucial de todo nuestro dolor, lágrimas y vacilaciones.
Pero Kacey sonrió, sonrió, con valientes lágrimas resbalando por sus mejillas.
—Aun no. No esta noche. Podríamos no tener meses o años, pero tenemos
momentos. Miles y miles de ellos. Tomemos cada momento, lo agarramos y
retorceremos. ¿De acuerdo?
La miré fijamente.
—De acuerdo.
—Esto es un buen momento —susurró.
—Uno de los mejores… —Dejé que mi cabeza se hundiera a la suya. Nuestros
labios se rozaron y los suyos se separaron para mí de inmediato. Nuestras lenguas se
encontraron y me estremecí cuando una corriente corrió a través de mí, ardiendo como
un fusible.
—Dios —susurré contra su boca.
—Esto. —Respiró—. Este momento.
Me atrajo a su beso, y este siguió y siguió. Se sentía perfecta debajo de mí,
encajaba perfectamente contra mí, y nuestras bocas se movían en perfecta sincronía,
nuestras lenguas se movían y tocaban tan suavemente. La necesidad que había estado
creciendo e hirviendo entre nosotros chispeó y se incendió. Mis manos se pusieron
codiciosas. Ella gimió y se presionó contra mi toque, mientras sus propias manos
vagaban por mi cabello, por mi espalda, alrededor de mi cintura. Me encontró duro y
me acarició a través de mi pantalón de franela.
—Jonah. —Se empujó hacia mí, acercándome con su pierna—. Quiero. Tanto.
¿Puedes?
—Oh, puedo —dije—. Y voy a hacerlo.
Soltó un pequeño sonido de deseo en mi boca mientras la besaba con fuerza,
mientras mis manos buscaban sus pechos bajo su camisa. La sensación de ellos, su
peso y la piel suave contra mis palmas ásperas. Toda ella, su aliento, su olor, la manera 178
en que me besaba… nunca había querido tanto a una mujer como esta. Nunca.
—No dejes de besarme —susurró contra mis labios cuando paré para respirar—.
Moriré si lo haces.
Mi boca tomó la suya de nuevo, mientras nuestros cuerpos se balanceaban juntos,
sus caderas subían para encontrarse con las mías. Tiré de ella más apretado, moliendo
con fuerza, como si ya estuviéramos desnudos y estuviera dentro de ella.
Sus dedos lucharon con los botones de su camisa.
—Quítala —susurró.
La rasgué en su lugar, los botones volando y dio un pequeño grito que fue mitad
de sorpresa y mitad necesidad cuando sus pechos quedaron libres. El aire frío
endureció sus pezones inmediatamente y puse mi boca en uno, chupando y girando
mi lengua. El deseo se arremolinó desde mi entrepierna hasta mi cabeza. Vertiginoso
con deseo y necesidad, me moví al otro pecho mientras arqueaba su espalda hacia mi
boca.
—Oh Dios, sí… —Su voz salió en un silbido y su mano se deslizó bajo la cintura
de mi pantalón. Sus dedos se cerraron alrededor de mi dolorosa erección,
acariciándome.
—Si sigues haciendo eso —dije, mi boca en su cuello, chupando y
mordisqueando—, esta no será una noche muy divertida para ti.
—No —dijo—. Te vas a venir conmigo. Nos vamos a venir juntos.
—Eres una optimista.
—Y tú no estás desnudo —respondió. Sacó mi camiseta y la arrojó. Piel contra
piel, sus pechos apretados contra el mío. Mis manos se enredaron en su cabello,
sosteniendo su cabeza mientras besaba la dulzura de caramelo de su boca.
—Quiero esto… tú. —Quería sentir toda su exquisita suavidad y calor en todas
partes.
Me quité el pantalón y calzoncillos. Salió de sus bragas y me tiró de nuevo hacia
ella. Su boca tomó la mía de nuevo y sus piernas se separaron y estaba tan
malditamente duro…
—Mierda, no tengo nada…
—El bolsillo de mi camisa —susurró en mi cuello.
Podría haber llorado de alivio, pero eso habría tomado demasiado tiempo. Saqué
un condón del bolsillo delantero se la camisa destrozada que ella seguía usando
parcialmente y arranqué la envoltura. En cuestión de segundos, estaba listo.
—Jonah —susurró Kacey, extendiendo sus muslos y tomándome con su mano
para guiarme—. Te quiero tanto… —Las palabras se derrumbaron mientras arqueaba
su espalda y me deslicé dentro de ella.
No tenía palabras. No pensamientos. Sólo la sensación pura y perfecta de su tibia
y húmeda estrechez llevándome dentro, sosteniéndome, apretándome y envolviéndome
hasta quedar tan profundamente enterrado como pude. Luego sus uñas se clavaron 179
en mis omoplatos, inclinó y caderas y estaba más profundo.
—Jesús, Kace —gemí. Agarré su cadera con una mano, levantando su cuerpo para
encontrar el mío. Empujando dentro, presionándola contra mis empujes,
manteniéndolo lento. A la luz de la luna, su rostro se retorció de placer, sus ojos
cerrados, su boca abierta, su garganta y espalda arqueadas para tomarme todo el
camino cada vez.
—Jonah. —Suspiró— Más… por favor…
Sus caderas se elevaban y caían más rápido ahora, y coincidí con su ritmo,
manteniendo la sincronización sin pensarlo. Sus piernas se levantaron para envolverse
alrededor de mi cintura, empujando la bolsa de dormir fuera de nosotros. No sentí frío.
Sólo su piel en la mía, el dulce calor de su cuerpo y los sonidos de su creciente placer
ahogados contra mi hombro.
—Te sientes tan bien —le dije, moviéndome más rápido ahora—. ¿Cómo puedes
sentirte tan bien?
—Eres tú. Dios… —Sus ojos se abrieron sobre mis hombros—. Necesitas ver las
estrellas.
Envolví mis brazos a su alrededor y rodé hacia mi espalda, poniéndola encima de
mí. Se levantó contra los cielos, montándome. Y Dios santo, las estrellas… Millones de
ellas girando en un brillante telón de fondo a la belleza de Kacey. No eran nada
comparada con ella. Nada.
Se quitó la camisa desgarrada y la arrojó. Su piel desnuda brillaba pálida y
radiante, la tinta oscura de sus tatuajes enroscándose sobre sus brazos como
enredaderas. Sus pechos, llenos y hermosos mientras se levantaban y caían, la
espalada arqueada, el cabello como la seda blanca derramándose por su espalda.
Luché por no venirme, me aferré al mundo para esperarla, para que fuera tan
increíblemente bueno para ella como pudiera. Sus jadeos se convirtieron en gritos, mi
nombre en susurros cada vez más fuerte en su boca. Se inclinó hacia atrás y puso sus
manos en mis muslos detrás de ella, su cuerpo arqueado y abierto a mí. Me destrozó.
No podía sopórtalo más. Medio me senté, agarré sus caderas con fuerza y la empujé
hacía abajo mientras entraba en ella, una y otra vez.
—Vamos, Kace —gruñí entre dientes—. Déjame verte venir.
Gritó y su cuerpo se estremeció y apretó alrededor de mí. La visión de su rostro
cuando se vino, la increíble belleza de ello, el hecho de que yo podía hacerla parecer
así, trayéndole este placer, me llevó al borde.
Me levanté una última vez y me vine más duro de lo que había hecho en toda mi
vida. Una y otra vez me vine, explotando dentro de Kacey, quien estaba gimiendo ahora,
su voz cortada a pedazos, y finalmente al silencio roto sólo por nuestra dificultosa
respiración.
Kacey me miró fijamente, una sonrisa aturdida en su rostro. Lentamente se dejó
caer en mí, sus pechos presionados contra mi agitado pecho. Metió la cabeza bajo de 180
mi barbilla y la suavidad de su cabello cayó sobre mi cuello. Con esfuerzo, levanté mis
temblorosos brazos y la sostuve, la piel sedosa de su espalda desnuda bajo mis manos.
Me quedé mirando el toldó de estrellas sobre nosotros, un poco perdido.
Y un poco como encontrado.
—¿Estás bien? —susurró.
—Oh sí.
—Tu corazón está latiendo tan rápido.
Pasé la mano entre nuestros pechos.
—El tuyo también.
Sentí su suspiro de risa a través de mi piel desnuda.
—Eso fue irreal —susurró—. Yo nunca… quiero decir, lo he hecho, pero no así.
Nunca como eso.
Una estrella se disparó a través del profundo cielo negro azulado, atravesando el
dosel cubierto de diamantes.
—Sí —susurré—. Nunca como esto.
—¿Crees que los demás nos oyeron?
—Estoy seguro que todos en el área de los tres estados nos escucharon. —Mis
manos se deslizaron perezosamente por su espalda—. Un guardabosque vendrá en
cualquier momento por esa colina para investigar quién ha estado torturando a un
león de montaña.
—¿Quién es el león de montaña en este pequeño escenario?
—Tú lo eres, por supuesto. Tengo las marcas de las garras para demostrarlo.
Kacey se acurrucó contra mí.
—No me importa quién lo haya oído —murmuró después de un momento—. Ellos
quieren esto para ti, de todos modos. Oscar y Dena.
—¿Quieren que tenga sexo?
—Todos quieren que estés con alguien.
Asentí.
—Sí. Supongo que sí.
Kacey alzó la cabeza.
—Y ahora estás conmigo. —Sus ojos bajaron por un momento y luego volvieron a
encontrarse con los míos. Vacilante.
La sonreí suavemente, esta bella mujer desnuda conmigo, su piel enrojecida por
el borde duro de mi cicatriz y no tenía miedo.
—Estoy contigo, Kacey. No puedo no estar contigo.
181
—No hay vuelta atrás, ¿de acuerdo? Sin dudas. Si lo hacemos, sólo perderemos
tiempo. No quero desperdiciar ni un solo momento contigo. Ni uno. —Se apoyó en los
codos—. ¿Me lo prometes? ¿No hay vuelta atrás?
La tomé de los hombros y la empujé sobre mí, luego pasé mis manos a su cabello.
Sus ojos estaban abiertos y atentos, y sabía que todavía me pedía que confiara en ella,
cuando nadie más lo había hecho.
—No hay vuelta atrás —dije, y sellé el voto con un beso suave y gentil, pero
profundo de intención. Mis mejores intenciones, a pesar de mis peores temores.
Pequeños momentos, día a día. Esto es lo que tengo que dar.
La besé más profundamente y la necesidad de tenerla vino de nuevo. Gimió
suavemente contra mi boca y sentí su cuerpo comenzar a moverse contra el mío.
—No creo que tengas un segundo condón en ese mágico bolsillo tuyo, ¿verdad? —
pregunté entre besos—. Por favor, di que sí.
Kacey rió contra mis labios.
—Míralo por ti mismo.
Mi mano derecha serpenteó y agarró su camisa desechada. Sentí un crujido en el
bolsillo y mi cabeza cayó atrás con alivio.
—¿Sabía que íbamos a dormir juntos esta noche?
—Esperaba que lo hiciéramos.
Levanté una ceja mientras abría el paquete.
—¿Dos veces?
Su voz, ojos y sonrisa se suavizaron.
—Lo deseaba tanto…
Me tomó dentro de ella, y como mi cuerpo estaba destrozado con placer, sentí las
más agridulce de las emociones, volando y cayendo todas al mismo tiempo: alegría, de
tener a esta mujer en mi vida, y un profundo dolor por haberla conocido demasiado
tarde.
Te amaría por siempre, Kacey, si sólo tuviera la oportunidad.

182
El sol estaba bien en el horizonte cuando Jonah y yo regresamos trabajosamente
hacia el campamento, de la mano. Ahora que podía tocarlo no quería detenerme. Mi
cuerpo todavía zumbaba como un torbellino, y en vez de sentirme saciada por dos
orgasmos que me hicieron volar la mente, sólo quería más.
Nos acercamos a las tiendas de campaña para encontrar a todos los demás
sentados holgazaneando alrededor de un bajo fuego, bebiendo café. Todos dejaron de
mirar fijamente en nuestro acercamiento. Oscar empezó un lento aplauso hasta que
Dena le dio un codazo en su costado, ocultando una sonrisa detrás de su mano
mientras nos miraba con cálidos ojos. Holly enterró una embarazosa risa en su
hombro, aunque se veía cansada, como si no hubiera dormido mucho anoche. Theo
solo bostezó, su expresión ilegible. Encontré su mirada con una pequeña sonrisa que
él no devolvió, y rápidamente apartó la mirada. 183
Jonah se detuvo, mirando a todos fijamente.
—¿Escucharon anoche? León de montaña. Uno ruidoso también.
Todo el mundo dejó escapar una risa. Excepto Theo.
Aplasté el brazo de Jonah y me senté alrededor del fuego. La oscura mirada de
Theo me siguió, picando mi piel. Dena me dio un termo de café caliente. Nuestras
miradas se encontraron, la suya llena de calor y algo como gratitud.
Me senté en la tierra entre los pies de Jonah, apoyando mis codos en sus rodillas.
Un perfecto ajuste.
Todo esto, pensé, bebiendo a sorbos mi café, tan perfecto.
Tomamos una excursión por los bosques esa mañana, siguiendo un rugoso
camino que cortaba hacia un pequeño lago llamo Lake Stella. Los chicos saltaron rocas
a través de la superficie, insultándose el infierno uno al otro en una cariñosa pero
implacable rivalidad. Holly, Dena, y yo caminamos alrededor del perímetro bajo un
plomizo cielo que amenazaba lluvia.
Holly había estado tranquila toda la mañana. Ella se había pegado cerca de
nosotros en el paseo, pero dijo poco, sus manos metidas en su sudadera.
—Hice trampa en la regla de “no teléfonos” y comprobé las actualizaciones
meteorológicas —dijo finalmente—. Una enorme tormenta viene por aquí.
Dena y yo alzamos la mirada al mismo tiempo. El cielo era plano y gris, y en la
distancia, nubes más oscuras y más pesadas juntas.
—Entonces me estaba preguntando si nos vamos temprano hoy —dijo Holly—.
Como, hoy. Y si lo hacemos, ¿podría conseguir ir con uno de ustedes?
La expresión de Dena de cálido pasó a preocupación.
—¿Por qué? ¿Qué pasó?
—Theo y yo terminamos —dijo Holly.
—¿Cuándo? —pregunté.
—Anoche. —Jaló su piercing de ceja—. Justo después que todos se fueran a la
cama.
Dena me miró, y luego a Holly.
—Lo siento mucho, Holly. ¿Puedo preguntar por qué?
—Él es un idiota, ese es el porqué —dijo con un repentino fuego—. Me dijo que
estaba cansado de hacer algo funcionar cuando obviamente no lo hace. Él siempre era
medio… caliente y frío conmigo. Pero esta vez se sintió… el final. —Sus ojos llenos de
lágrimas que rápidamente quitó—. Lo que sea. No quiero pasar ese largo viaje de
regreso sólo con él en la camioneta.
—No, por supuesto que no —dijo Dena, pasando su brazo alrededor de ella—.
Puedes venir con nosotras. Buscaré a Oscar para ver qué piensa de esta potencial
tormenta y lo resolveremos, ¿está bien? 184
Holly asintió.
—Muchas gracias. Lo aprecio. Voy a regresar. Estoy harta del campamento. —Me
miró, su voz endureciéndose por el mal humor—. Conseguiste al hermano bueno.
Dena y yo la vimos volver y a la tormenta haciendo su rastro, luego cruzamos la
mirada con los ojos muy abiertos.
—Bien, por una parte —dijo Dena mientras seguíamos alrededor del camino—, es
una mierda de Theo terminar con ella estando varada, a cientos de kilómetros de casa.
Me encogí de hombros.
—Ella no es la adecuada.
—Definitivamente no. Él está buscando la indicada. Y no la encuentra.
—¿No?
—“Los amantes no se conocen repentinamente. Se pertenecen desde siempre” —
recitó.
Sonreí, una calidez bajó por mi estómago, con la memoria de Jonah dentro de mí.
—Me gusta así —dije.
—A mí también —dijo Dena en su gentil voz, el tipo de tono tranquilo que te hace
sentir como si te estuviera diciendo solo lo que quieres escuchar—. Rumi, otra vez.
Nunca deja de asombrarme que sus palabras todavía se sienten tan verdaderas y
potentes, cientos de años después de que él vivió.
Nos paramos y miramos a los chicos saltar de las rocas. Incluso a cuarenta y cinco
metros de distancia, podía ver la sonrisa en Jonah y la postura de Oscar, y el ceño
fruncido de Theo.
—Jonah es uno de los mejores hombres que alguna vez conocí —dijo Dena—. Ha
sido duro ver apagar la parte de él que anhela el amor y quiere cuidar de alguien.
Cuando tuvo esa última biopsia… tomó una decisión al no envolverse con alguien otra
vez. Usó la ruptura de Audrey como excusa. pero ahora está contigo. Deshizo su
decisión. Ahora tiene una oportunidad.
—¿Una oportunidad para qué?
—Para ser feliz. Él es feliz contigo. —Los oscuros ojos de Dena se encontraron con
los míos atentamente—. Él no saltará de aviones o visitará sitios remotos de la tierra.
No tiene ninguna lista de deseos. Solo quiere terminar su instalación. Y me
preocupaba, todos lo hicimos, no era suficiente. No tengo duda que terminará. Pero
quería que compartiera ese hermoso arte con alguien. Y ahora lo hace.
Puso su mano en la mía, le dio un apretón.
—No tienes que decirme. Estoy segura que él luchó para protegerte. Para
mantenerte…
—A una distancia segura —dije.
Suspiró, asintiendo. 185
—Alejó a tantos amigos por la misma razón. Pero no pudo mantenerte alejada,
¿no?
Negué, una sonrisa extendiéndose por mis labios.
—No, no pudo.
—Por supuesto que no —dijo Dena con una risa, y volvió su mirada a Jonah—. Se
pertenecen desde siempre…
Oscar confirmó que una fuerte tormenta de lluvia iba a empapar Basin. Por la
apariencia de las oscuras nubes llegando, él supuso que en una hora como mucho.
—Vi el pronóstico del tiempo antes de que nos marcháramos —dijo Oscar—, pero
esperaba que fallara así que me arriesgué. Lo siento chicos.
—Esto es una mierda —me dijo Kacey—. Resulta que me gusta acampar. Es
tranquilo aquí. Lejos de la ciudad, los autos y otras personas. Y quería tener más
tiempo aquí contigo. —Me miró y trazó la línea de mi mandíbula, luego sus ojos se
dirigieron hacia los otros empacando—. ¿Podemos quedarnos? Quiero ver la lluvia.
Envolví mis brazos alrededor de su cintura.
—Las tormentas eléctricas aquí son bastante complicadas —dije—. ¿Estás segura
de que quieres? 186
Ella asintió.
—Soy de San Diego, ¿recuerdas?, donde una llovizna que dura más de cinco
minutos es un aguacero. —Presionó su cuerpo más cerca del mío, rozó sus labios sobre
mi boca—. Quiero bailar bajo la lluvia.
La miré fijamente, toda la sangre en mi cerebro drenando al sur.
—Quédate.
—Tengan cuidado con los leones de montaña —dijo Oscar. Sus cejas se levantaron
dos veces—. Siempre puedes decir que están viniendo por lo fuerte que es su rugido.
Ella le golpeó el hombro.
—Nunca me dejarán olvidar eso, ¿verdad?
—Nunca.
Theo se acercó, nos llevó a un lado.
—¿Supongo que no puedo convencerte de esto?
—Ella quiere sentir la lluvia —dije.
—Una verdadera lluvia —dijo Kacey—. Nunca la había visto antes. Soy una idiota,
lo sé...
—Y yo soy un maldito fracasado preocupado porque el sistema inmunológico de
Jonah no puede manejar la lluvia fría. Todos tenemos un trabajo aquí.
—Lo juro, Teddy —dijo Kacey—. Quiero que esté sano tanto como tú.
—Jesús, estoy aquí, muchachos —dije.
Theo me miró durante largo rato.
—Sí, lo eres. —Él sacudió su cabeza y pinchó un dedo en mí—. Permanece seco.
—Palabra de scout —dije, levantando una mano.
Theo resopló y comenzó a alejarse.
—Nunca fuiste un scout.
—Eso es seguro —dije. Llevé a Kacey hacia mí tan pronto como los autos
desaparecieron por la colina. La abracé apretadamente, la besé fuertemente.
—Tienes que esperar a que llueva —susurró contra mis labios.
—No quiero —dije, mis manos deslizando su camisa. Ahora que podía tocarla, no
podía mantener mis manos fuera de ella. No podía tener suficiente de su cercanía, su
cuerpo, sus besos...
—Tienes que mantenerte seco —dijo, guiándome hacia la tienda—. Le prometimos
a Teddy.
En la tienda, la despojé de todo lo que llevaba, excepto el botón de abajo. Justo
cuando se fundió contra mí, lista para ceder, el cielo se abrió. Un destello de luz iluminó
el mundo al otro lado de la tienda. Kacey se sentó y apartó la tapa de la tienda, 187
observando las hojas inclinadas de la lluvia.
—Oh Dios mío. Es una lluvia real.
Salió de la tienda y soltó un chillido cuando el agua fría la golpeó, empapándola
instantáneamente.
—Oh mierda, Theo tenía razón. Esto es frío como el infierno.
—Vuelve —dije.
—Todavía no —dijo, dejando que el agua cayera sobre ella, sus caderas
balanceándose ligeramente—. Ojalá pudieras venir a bailar conmigo.
—Me darás las gracias más tarde cuando estés temblando de frío y yo esté seco.
—¿Me calentarás con tu calor corporal?
—Ahí le atinaste.
Cerró los ojos y dejó caer la lluvia sobre ella, de cara al cielo. Sus pechos eran
visibles a través del material húmedo de su camisa, sus pezones duros, y pude ver
cada contorno, cada línea y curva. El agua corrió por sus mejillas como lágrimas, pero
su sonrisa era tranquila y privada.
—Podría sentirme sola aquí.
—Te estoy observando —dije—. Me gusta verte.
—Me gusta que me mires —dijo. Levantó el cabello fuera de sus hombros y sus
pechos se levantaron también.
Respiré profundamente, y luché contra el impulso de ir por ella. Poner mis manos
sobre ella.
Espera. Solo espera... y mira.
Kacey dejó caer sus manos y abrió los ojos. Sus labios se separaron, el agua
chorreó por su barbilla, y lentamente pasó su lengua por su labio inferior. Sus ojos
nunca dejando los míos, sus manos se levantaron de nuevo, esta vez a su camisa.
Desabrochó los cuatro botones superiores, pero no más, revelando el valle perfecto de
piel suave entre sus pechos. Las yemas de sus dedos apartaron el material empapado
y trazaron por encima de un duro pezón.
—Jesús... —dije, mi voz ronca de deseo.
Su mano se deslizó hacia abajo, hasta el borde de la camisa, levantándola. Un
dolor sordo se asentó en mi ingle, y mi boca se secó como si me estuviera muriendo de
sed, y allí estaba ella, empapada en agua de lluvia.
—Ven aquí —dije.
—Si lo hago, ¿me tocarás? —preguntó, sus dedos rozando la carne desnuda entre
sus muslos.
—Sí —dije, de rodillas.
—¿Podrías poner tu boca en mí?
188
—Sí.
Sus dedos se movieron en un círculo lento.
—¿Aquí?
—Dios, sí.
Se acercó lentamente hacia mí, sus manos desabrochando el resto de los botones.
El último se separó cuando llegó a la entrada de la tienda, y la camisa cayó de sus
hombros al suelo.
—Tienes razón —dijo, cayendo en la toalla que yo sostenía—. Tengo frío.
La envolví y la puse de rodillas, mi boca encontró la suya inmediatamente. Su piel
estaba fría, pero el calor de su lengua deslizándose contra la mía...
—Kacey... quiero que...
La besé, mis manos pasaban la toalla sobre su cuerpo, secando su piel y dejándola
caliente y suave.
—Hueles a lluvia —dije, moviendo mi boca entre sus pechos. Ella gimió
suavemente mientras tomaba un pezón, calentándolo con mi lengua y luego
pellizcando y chupando para mantenerlo duro.
—Jonah... Dios, ¿qué me estás haciendo?
Sus dedos se retorcieron en mi cabello mientras me movía hacia el otro pecho,
chupando y rozando mis dientes mientras secaba su espalda y sus caderas. Luego
enganché un brazo alrededor de su cintura y la dejé en el suelo de la tienda. Arrastré
la toalla sobre su estómago, hacia abajo entre sus muslos, hacia abajo en cada pierna
a la vez, y luego la arrojé lejos. Ella yacía abierta y extendida ante mí, sus labios
entreabiertos y sus ojos vidriosos de deseo. Quería desnudarme y hundirme en ella,
satisfacer el dolor. Pero había algo eléctrico y poderoso en mí estando completamente
vestido mientras ella yacía desnuda debajo de mí.
Y sin embargo yo era suyo por completo. Ella me pertenecía. Ninguna otra mujer
me había hecho sentir así: deshecho, completamente desenmarañado y todavía
completo. Kacey me hizo todo. Saludable. Invencible. Y mi cuerpo estaba desesperado
por demostrárselo.
Me arrodillé sobre ella, bajé mi boca a la suya, y nuestras lenguas se encontraron
con un beso descarado y crudo. Ella alcanzó mi erección, me acarició a través del
material de mi pantalón y gemí ante el toque. Quería apretar su mano alrededor de mí
con fuerza, tener esa liberación...
—Quiero que esto sea bueno para ti... —susurré.
—Ya está bien —dijo, pellizcando mi labio inferior.
Sacudí mi cabeza.
—Puedo hacerlo mejor que bien. —Bajé mi boca a su oído—. Quiero hacerte venir
tan fuerte que todo el valle de mierda te escuche.
189
Tomé sus muñecas y las puse por encima de su cabeza. Nuestros ojos se
encontraron y se sostuvieron, los suyos reflejando la lujuria en los míos. La besé otra
vez, duro y rudo, y ella se onduló debajo de mí, sus caderas se tensaron para
encontrarse con las mías, empujándome contra mis manos sujetándola.
Al soltar sus muñecas, arrastré la lengua y dientes por la suave piel de su
garganta, entre sus pechos, ardientes besos a lo largo de su estómago. Cuando llegué
a sus muslos, ella gimoteaba, y tomé un momento para inhalarla, sacar al momento
medio segundo más antes de inclinar mi cabeza hacia ella y probarla.
Ella gritó, sus caderas se elevaron, arqueándose hacia atrás. Arremoliné mi
lengua sobre su carne más sensible, olvidando la necesidad furiosa que corría por mis
venas como un incendio. Me hundí más profundo, más duro, mi boca explorándola
hasta que ella gritó mi nombre.
Sí, pensé. Sí. Más fuerte... Su cuerpo se tensó, su espalda arqueada. Su mano
cayó sobre mi cabeza y me empujó más profundamente en ella mientras se venía en
mi lengua, su voz llenando la tienda. Podría haberme quedado allí, pero entonces se
puso sobre sus codos, sin aliento y agotada.
—Jonah. —Jadeó—. Ven aquí. Por favor…
Dejé a mi boca alejarse de ella, dejándola estremecida y húmeda, luego me quité
la camisa y los vaqueros. Sus manos temblorosas me ayudaron a desenrollar un
condón —¡Cristo!, ¿alguna vez había estado tan duro en mi vida?— luego fui subiendo
por su cuerpo.
Me sostuvo del cuello, empujándome hacia ella y besándome, besando el sabor de
ella de mis labios, mientras sus muslos se extendían para mí.
—Lo quieres duro —le dije.
Ella asintió en silencio, sus labios apretados. Ellos se apartaron en un grito
mientras yo me empujaba profundamente dentro de ella.
—Sí... —Siseó—. Oh, Dios, sí...
Sí, mi cuerpo estaba de acuerdo. Sí a cómo encajaba tan perfectamente dentro de
su calor. Sí a cuán jodidamente bien ella se sentía a mi alrededor. Sí a cuán dulce su
boca sabía. Sí al empuje e ímpetu de nuestros cuerpos hacia el borde. Y Dios, sí a ella,
a esta mujer que irrumpió en mi vida como una bola de demolición, haciendo trizas mi
rutina, devolviéndome a la vida cuando ya me había resignado a morir. Sí a su caos,
su emoción cruda, su desesperada necesidad de ser tocada sostenida y amada. Y sí,
más que nada, malditamente sí que yo era lo que ella quería, lo que ella desató en toda
su imperfección desordenada en mí.
—Sí —susurré. A todo eso. A nosotros. A ella—. Sí…
Sentí la lenta construcción en ella, escuché sus gritos tomar un ritmo, cada uno
más fuerte que el anterior. Sus manos agarraron mi cuello, sus piernas enrolladas
alrededor de mi cintura. Empujé profundamente, duro y lento, atrapado en mi propio
ritmo, pero aguantando por ella. Estaba volviendo de nuevo, construyendo otro
190
orgasmo desde el principio, alimentando los fuegos de nuevo. Me tomó todo lo que
tenía esperar, pero finalmente ella tiró su cabeza hacia atrás y levantó sus caderas a
las mías como una ofrenda. La agarré con fuerza y me sumergí profundamente y si no
nos vinimos juntos estuvo malditamente cerca.

La lluvia finalmente se detuvo un poco después del mediodía, Kacey y yo


empacamos la tienda y nuestras pertenencias. Nuestros ojos se encontraron mientras
trabajábamos. El aire entre nosotros, estaba lleno del amor que habíamos hecho. Y mi
corazón estaba creciendo plenamente con ella.
Le enviamos un mensaje de texto a Theo para que supiera que estábamos vivos y
secos, y después volvimos a Las Vegas. Mantuve mi mano derecha sobre su muslo y
ella entrelazó su mano izquierda a través de mi cabello. Hablamos y nos reímos como
de costumbre, pero en el medio había densos y cálidos silencios que no necesitaban
llenarse de nada.
Nosotros casi no cerramos la puerta de mi apartamento cuando ya estaba en mis
brazos otra vez y la tenía contra la pared, besándola, mis manos desgarrando su ropa.
Ella todavía olía a lluvia y café caliente de nuestra parada de almuerzo. Quería limpiar
el camino fuera de mí. Fuera de nosotros. Ahora éramos un nosotros, y eso alimentó
mi lujuria casi tanto como el cuerpo de Kacey.
De alguna manera, lo hicimos en el baño y duchándonos, apenas conseguimos
limpiarnos, ya que no podíamos dejar de tocarnos. Nos besamos entre golpes de una
toallita de jabón. Traté de llevarla contra la pared, pero ella se deslizó por mis brazos
y cayó de rodillas. Mis omoplatos golpearon los azulejos. Me quedé mirando fijamente
el techo húmedo cuando su boca deliciosa desentrañó lo que quedaba de mi cordura.
Fuera de la ducha, sequé su piel como lo hice en la tienda, luego la coloqué encima
del lavabo para poder separar sus muslos y poner mi boca sobre ella. Bajé hasta que
ella estaba golpeando las cosas fuera del lavabo, sus gritos haciendo traquetear el
gabinete de medicina. Yo quería ir más y más fuerte para que ella pudiera ir más alto.
Necesitaba que ella llenara mi boca y oídos, quería todo lo que pudiera darme. Tantos
momentos como podía agarrar antes de que se escaparan de mis dedos. Antes de que
yo me escurriera entre sus dedos.
Hambrientos, pedimos de un lugar japonés y nos las arreglamos para permanecer
vestidos el tiempo suficiente para comer.
—Ahora ven a la cama —dijo ella.
Me recosté sobre las almohadas, y ella se arrastró encima de mí. Agarró el marco
de la cama por encima de mi cabeza, su cabello cayó hacia mí como lluvia pálida, sus
pechos balanceándose mientras me cabalgaba, bajando con fuerza mientras me
levantaba para encontrarla. Y esta vez, sin duda, nos vinimos juntos.

191
Me desperté envuelta en él. Mi cabeza apoyada en su hombro, mi brazo sobre su
pecho. Me removí y alcé la mirada para ver que estaba despierto. Difícilmente dormía
mucho, mi Jonah, pero nunca parecía cansado. Incluso anoche, había quedado sin
aliento después de que hiciéramos el amor, pero se había recuperado rápidamente.
Mi Jonah, pensé. Es mío ahora, y soy suya.
Tracé mi dedo a lo largo de su cicatriz. En la luz de la mañana, desnudo para mí,
pude examinarlo por primera vez. Recorrí toda la longitud de su esternón, justo por
encima de las tenues líneas de sus abdominales que habían sido prominentes antes
de que se enfermera. Había visto una foto suya en Sura América, sin camisa.
Posiblemente en el mismo lugar en que había contraído el virus. Sus músculos habían
estado más definidos en ese entonces, pero todavía estaban ahí ahora. 192
Porque es fuerte, pensé ferozmente.
Jonah tomó la mano que tocaba su cicatriz.
—No es muy bonita, ¿verdad?
—No está mal —dije suavemente.
—Esto es hermoso —dijo, girando mi mano para inspeccionar el tatuaje que
empezaba en mi muñeca y subía por el interior de mis brazos, casi hasta el codo. Era
una guitarra, toda en tinta negra, hecha de claves fa y notas musicales—. Muéstrame
los otros. Enséñame.
Me senté, para mostrarle la rosa floreciente en mi hombro derecho, envuelta en
vides espinosas y capullos que viajaban por mi brazo.
—Me hice este en Seattle. La calavera me la hice en Portland y estas pequeñas
estrellas... —le enseñé las pequeñas estrellas negras en mi dedo del medio—, fueron
en San Diego. Mi segundo acto de rebelión en contra de mi padre. El primero fue tocar
la guitarra eléctrica. El segundo fue este tatuaje imposible de ocultar, en especial
cuando tocas dicha guitarra eléctrica.
Jonah se rió suavemente mientras me volvía a acurrucar contra él.
—¿Qué hora es? —pregunté.
—Casi las siete. —Presionó un suave beso contra mi sien—. Debo de ir a terminar
un trabajo. Luego esta noche es cena del domingo en la casa de mis padres.
—Ah sí. Recuerdo el primer domingo cuando Theo sin dudas me des-invitó de la
cena familiar.
Jonah hizo un sonido que pudo haber sido una risa.
—Bueno, estoy invitándote ahora. ¿Puedes venir?
Me levanté sobre un codo. Era tan apuesto, con su cabello negro contra la
almohada blanca.
—¿Quieres que conozca a tus padres?
Asintió y retorció una hebra de cabello entre sus dedos.
—Quiero que ellos te conozcan. Más que nada, no quiero estar lejos de ti más
tiempo del necesario.
—De verdad tienes dominada toda esta cosa de la charla íntima, ¿verdad?
—He estado practicando, ¿se nota?
—Muy delicado.
Silenció mi risa con besos. Dios, incluso a primera hora de la mañana sabía tan
bien. A limpio. Me separé con un pequeño suspiro, descansé mi barbilla sobre mi
pecho.
—Me encantaría conocer a tus padres. De hecho, retiro eso; estoy nerviosa como
el infierno por conocer a tus padres, pero no puedo ir esta noche. Tuve que tomar otro 193
turno en el Caesar´s para cubrir el fin de semana. Estaré lanzando alcohol gratis en
una toga desde la una hasta las nueve.
—¿Próximo domingo?
—El próximo funciona —dije—. Me dará una semana para prepararme. Y una
semana para que Theo se acostumbré a la idea. Todavía no estoy segura de que le caiga
bien. En absoluto.
Jonah tenía una sonrisa divertida.
—Creo que le caes muy bien.
—No lo demuestra bien. Y pobre Holly; ¿la forma en que la dejó en el medio del
bosque?
—Sí, eso fue una mierda —dijo Jonah—. Uno de los Pie grande pudo haberla
agarrado y tomado por compañera.
—¿Oh no eres muy gracioso? —Me agacho para besarlo de nuevo, simplemente
porque podía. El beso se profundizó y comenzó a convertirse en algo más, luego la
alarma del reloj de Jonah sonó desde un lado de la cama—. Tus medicinas —dije,
besando alrededor de mi boca.
—Sí, mis medicinas.
Me puse una camiseta larga y ropa interior, él se puso un pantalón de dormir y
una camiseta blanca. Fuimos a la cocina juntos y me mostró su régimen.
Me dio un informe detallado de cómo preparaba su batido proteico. Comenzaba
trabajando una pastilla después de otra mientras mezclaba los suplementos y polvos.
Pronto, tuvo que agarrarse del mostrador y respirar en una oleada de nauseas.
—No estoy seguro de qué es peor —dijo, con la cabeza agachada—. Cuando viene
o cuando sé que viene.
Le serví un vaso de agua y froté su espalda.
Esto es verdadero. Esto es lo que significa estar con él.
Un susurro en mi cabeza me dijo que no tenía las agallas para manejar nada peor.
Lo tragué, callé el pensamiento. Quería estar con él. No solo dejarme llevar por un
momento emocional bajo un cielo estrellado, sino respirar lado a lado con él a través
de las náuseas.
—¿Tienes otros efectos secundarios? —pregunté.
Asintió, tomando un largo sorbo de agua.
—Una cachondez insaciable.
Resoplé una risa.
—Lo noté. ¿Qué más?
—Los esteroides producen que el cabello crezca excesivamente. En todas partes.
Paso unas buenas dos horas al día afeitándolo todo. 194
Entrecerré mis ojos hacia él.
—De hecho, me alegra que estés aquí —dijo—. Mi espalda tiene unos lugares muy
difíciles de alcanzar.
—Sabelotodo. —Puse los ojos en blanco y besé la punta de su nariz—. Vamos,
hablo en serio. O lo intento.
—Tengo nauseas, algunas veces mis tobillos se hinchan, pero no dura mucho. —
Se encogió de hombros—. No tengo muchos efectos secundarios. Tengo suerte en ese
aspecto.
Asentí mientras se ponía a preparar el café. Me senté en un taburete a beberlo,
justo frente a Jonah bebiéndose su batido de proteína. Déjà vu. Menos la agotadora
resaca.
Jonah me miró a los ojos. Su sonrisa se estiró cálidamente, casi orgullosamente.
—Mírate, aquí —dijo suavemente—. Justo como antes, pero todo es diferente.
—Diferente mejor —dije y me subí sobre el mostrador para besarlo.
—Espera… —Empezó a decir, pero mi beso fue más rápido.
Hice una mueca y volví a mi asiento.
—Intenté advertirte. —Se rió.
—Mmm, sabe a pasto y ramas, con un toque de leche y un poquito a trasero. —
Limpié mi boca con el dorso de mi mano mientras Jonah se reía—. Voy a aprender a
hacerte algo que sepa mejor que… lo que sea que eso sea.
—Descifra eso y serás muy recompensada.
—¿En la cama?
—En la cama. En el mostrador. El suelo, el sofá…
—Esa no es una recompensa, es nuestra vida ahora —dije, bajándome de mi
taburete para rodear el mostrador y besarlo otra vez. No me importaba un demonio el
sabor que quedaba. Cuando sea que la urgencia por besarme me llegara, lo haría. No
más vivir a medias. Debíamos ir con todo, así como los jugadores de cartas lo hacían.
Entraría en lugar de quedarme. Siempre.
Nos vestimos y Jonah me llevó de nuevo a casa. Salté de su camioneta y la rodeé
hasta el asiento del conductor.
—Que tengas un buen día, llámame después.
—Lo haré —dijo.
Lo besé profundamente, mi mano deslizándose a la parte de atrás de su cuello
mientras él acunaba mi mejilla.
—Ya te extraño —dije.
Rozó su pulgar en mi mandíbula y dijo suavemente:
—Hablamos pronto, Kacey. 195
Lo miré irse y era como si un reloj invisible empezara a sonar en mi cabeza.
Contando los segundos mientras a la vez se sumaban hasta formar minutos, y
eventualmente las horas hasta que pudiera verlo otra vez.
—Momentos —murmuré para mí mientras el calor de Nevada me golpeaba—.
Tenemos miles de momentos.

Más o menos a las onces, estaba mirando una película mientras secaba mi cabello
con una toalla de la ducha, cuando alguien tocó a la puerta, lo suficientemente fuerte
para hacerla estremecer. Puse en silencio la televisión y agarré el teléfono, lista para
marcar el número de emergencias.
—¿Quién es?
—Theo.
Bueno, mierda. Bajé mi teléfono y abrí las cerraduras. Theo llenaba la entrada,
sus tatuados y musculosos brazos cruzados sobre su amplio pecho.
También crucé los míos.
—La próxima vez trae un ariete para entrar. Es más efectivo.
—¿Puedo entrar o no?
—Bienvenido.
Pasó a mi lado con determinación, pero una vez estuvo dentro, parecía inseguro.
Metió las manos en los bolsillos de sus jeans.
Justo como hace Jonah, pensé.
Theo miró la televisión silenciada donde Jon Cryer estaba bailando como un
precioso loco en una tienda de discos.
—Es Pretty In Pink —le dije a Theo—. ¿La has visto?
Resopló en una negativa.
—¡Es un clásico! Todo el mundo se molesta de que Andie termine con Blaine al
final en lugar de con Ducky. Pero honestamente, si la película hubiera sido en otro
año, Blaine habría roto su corazón. Y Ducky estaría ahí para ella, justo como siempre
estuvo. No estoy diciendo que Blaine sea malo para ella. En absoluto. Se hacen el uno
al otro feliz, ¿pero Ducky? Ducky está para largo plazo.
Miré un par de segundos más antes de darme cuenta que Theo estaba mirándome
como si fuera una forma de vida alienígena.
—Lo siento —dije—. Me pierdo con las películas de los ochenta. Tienen la filosofía
de vida para mí. —Apagué la televisión—. Entonces. ¿Te consigo algo de beber?
—No.
Se veía bastante molesto, pero no me intimidó. Incluso ahora, cuando su mirada 196
se endureció sobre mí en algo cerca a la furia.
—Bien, entonces —dije—. ¿Quieres contarme el propósito de la visita? Estoy
seguro de que no viniste aquí por Pretty in Pink 101.
—Tú y Jonah —dijo—. Están acostándose.
—Pensé que habíamos establecido esto en Grand Basin.
Theo comenzó a caminar por mi pequeña sala de estar, con su mano pasando por
su cabello.
—Escucha, hay algunas cosas que debes saber si vas a estar… con él. Cosas que
no te dirá porque es jodidamente terco.
—¿Cómo qué?
—Su sistema inmunológico está jodido, ¿bien? Por las drogas que debe de tomar.
Si le da un resfriado o una infección, no es como si tú o yo nos enfermáramos. Podría
matarlo.
—Soy consciente de eso —dije—. Parece saludable ahora…
—Sí, ahora. Hace cuatro meses, le dio un resfriado en alguna parte y se convirtió
en una neumonía. Estuvo en el hospital por dos días.
Me estremecí involuntariamente.
—Oh. Bien.
—Entonces debes de tener cuidado. Si siquiera crees que te va a dar algo, debes
permanecer alejada de él. No puedes… besarlo o dormir en la misma cama. Promételo.
Asentí.
—Claro. Jonah me ha hablado de eso y lo entiendo. Tendré cuidado.
—Y cuando tienen sexo… —El rostro de Theo se puso rojo y giró su mirada a otra
parte del cuarto menos a mí—. Debes de tomártelo con calma con el sexo.
—Muy bien, eso medio cae en la categoría de No Te Incumbe.
—No si su maldita vida está en juego —escupió Theo—. Todo me incumbe.
—Creo que él puede encargarse de las cosas de su dormitorio, jefe —dije, tratando
de aligerar la energía entre ambos—. Sabrá hasta dónde puede subir. No es un juego
de palabras.
El rostro de Theo se puso más rojo.
—Puede que sí, puede que no —dijo—. Como dije, él es un bastardo terco.
Y tú eres el epitome de la gracia y el tacto, Theodore. Mantengo el comentario para
mí.
—Me parece a mí que está haciendo un buen trabajo al ser cuidadoso —dije—. Y
yo también lo haré. Lo haré, Theo, lo prometo.
Asintió, con su mirada implacable. La sostuve, dejándolo mirarme. A pesar de sus
rudos modales, me caía bien, Theo. Era familia de Jonah y quería también caerle bien,
en especial ahora que Jonah y yo estábamos juntos. 197
—Lo prometo —dije de nuevo.
Sus manos fueron a sus bolsillos.
—Muy bien.
—¿Algo más está molestándote?
—Quiero saber cuáles son tus intenciones.
Parpadeé. —
¿Mis intenciones? ¿Convertirlo en un hombre honesto?
Me reí y fui a darle un empujoncito juguetón, pero se hizo a un lado.
—Solo vas a irte.
Me congelé, mi risa atorándose en mi garganta.
—No, no es así —dije suavemente—. Nunca me…
—Esto es un asunto jodidamente serio —dijo Theo—. Esto es el resto de su vida.
¿Lo entiendes? El resto de su vida. Si lo lastimas…
Apoyé mi cadera en la parte de atrás del sofá.
—Lastimarlo es lo último que quiero.
Nos miramos desde el otro lado de la sala de estar. Lentamente el brillo acerado
en los ojos de Theo se suavizó. Sus manos se abrieron, buscando algo que hacer y
entonces cruzó los brazos sobre su pecho.
—Bien. ¿Y qué pasa cuando se ponga mal? ¿Qué vas a hacer?
—No estoy pensando de esa forma —dije y sentí mi propia rabia agitarse—. ¿Qué
hay de la esperanza? ¿Qué pasa con no estar tan jodidamente seguro de que no tiene
oportunidad?
—Sí tiene oportunidad. Él sí…
Los brazos de Theo cayeron a los lados y sus hombros decayeron un poco. Su
rostro pareció derrumbarse un poco, mostrando el dolor bajo este. Recordé cuando
Jonah me dijo que Theo había estado a su lado cada minuto de su enfermedad. Estuvo
ahí cuando Audrey se fue. Estuvo sentado al lado de Jonah cuando los resultados de
la última biopsia fueron leídos. Había tenido un asiento en primera fila de todas las
cosas terribles en la vida de Jonah. Tendría que estar ciega para no ver que eso lo hizo
tomar responsabilidad por su hermano de la única forma que sabía hacerlo.
—Eres un buen hermano para él —dije suavemente—. No necesitas que te lo diga,
pero lo haré. Lo eres. —Me acerqué más a él, descansé mi mano en su brazo. Su
hombro se encogió restándole importancia, pero no se apartó de mi toque.
Dudé.
—¿Cómo estás?
Hizo una mueca. 198
—¿Qué?
—Creo… que tal vez no te lo preguntan mucho. En especial últimamente. Así que
estoy preguntando. ¿Cómo estás?
Me miró, con sus gruesas cejas fruncidas, como si estuviera hablando un idioma
extraño. Bajo mi mano, su piel se puso de gallina, los finos vellos de su brazo
levantándose. Ambos lo notamos a la misma vez y él se apartó.
—Estoy bien —dijo, caminando hacia la puerta—. Es de él de quien debemos
encargarnos. —La puerta se cerró tras él.
—Bien —dije a mi espacio vacío—. Buena charla.
Al día siguiente, un lunes, llegué a la tienda pronto al mediodía, con dos bolsas
de SkinnyFATS en la mano: ensaladas de pollo con rúcula y alcaparras para mí y Jonah
y una ensalada de alitas de pollo empanado para Tania. Tuve que hacer malabares con
la bolsa y con una bandeja con tres batidos mientras abría la puerta de la tienda. Hizo
sonidos y protestó y por algún milagro logré no derramar nada.
Tania y Jonah estaban trabajando en extremos opuestos de un soplete. Los ojos
de Jonah estaban entrecerrados por la concentración mientras enrollaba y daba forma.
—Aire —dijo.
Detrás de él, Tania sopló por la tubería. El vidrio se hinchó.
—Ahí —dijo Jonah, con los ojos en la pieza—. Perfecto.
199
Cuando era seguro para interrumpir, me acerqué.
—Hola, ¿alguien tiene hambre?
—¡Me muero de hambre! —Tania me envolvió en un abrazo que olía a sudor y
papel quemado—. Nos estás echando a perder con estas visitas a la hora del almuerzo.
No es que me queje...
La abracé, pensando, tengo cinco amigos aquí ahora. Nunca me había quedado en
un lugar el tiempo suficiente como para tener tantos.
Miré por encima del hombro de Tania a Jonah. Sonreía para sí mismo, como si
estuviera satisfecho y colgó el soplete del techo. Se unió a nosotras y me dio un beso
de saludo.
—SkinnyFATS —dijo Tania, hurgando en las bolsas—. Me encanta este sitio. —
Su cabeza se movió hacia arriba—. Espera, ¿qué ha pasado?
—Nada —dijo Jonah y me dio un segundo beso.
—Acaba de suceder de nuevo. —Tania miró de él a mí y de nuevo a él—. ¿Cuándo
pasó esto?
Me reí.
—El fin de semana.
—Dos veces el domingo —agregó Jonah.
—Oh, Dios mío. —Le miré.
—¡Mierda! —Tania me abrazó de nuevo, a continuación, metió a Jonah en el
abrazo también—. Estoy muy feliz por ustedes. Esto es increíble.
—No, es solo el almuerzo —dijo Jonah, hurgando en la bolsa y cogiendo un batido
de naranja. Levantó una ceja—. ¿No les quedaba abono?
—Es fresco, listillo —bromeé.
Su celular sonó. Lo sacó del bolsillo de atrás y miró el número.
—Es Eme —dijo—. Hola, soy Jonah... —Salió de la tienda con su constante siseo
de hornos quemando y agitando el aire acondicionado para tomar la llamada.
—¿Quién es Eme? —le pregunté a Tania, mientras poníamos la comida en una
mesa y sillas plegables, bien lejos del fuego y las bandejas con vidrios sueltos.
—Eme Takamura —dijo Tania, cogiendo un poco de su ensalada—. Es la curadora
de la galería donde se muestra la instalación de Jonah en el Wynn.
Mis ojos se abrieron.
—¿Su instalación está en el Wynn? ¿No es ese un hotel de éxito?
—De mucho éxito —dijo Tania—. ¿Jonah no te lo dijo? —Resopló cuando negué—
. Me lo imaginaba. Es modesto hasta ser molesto. De todas maneras, Eme se enteró
sobre él a través de Carnegie y después de ver algo más de su trabajo, se puso a
albergar su proyecto en la Gallería Wynn.
—Eso es increíble. 200
—Lo que es increíble es tú y Jonah. Estoy muy feliz por ustedes, no puedo
soportarlo.
—Pareces sorprendida —dije.
—¿Es una broma? —dijo en torno a una boca llena de lechuga—. Estoy
sorprendida. Honestamente pensé... —Su voz se desvaneció mientras se limpió la boca
con una servilleta.
—¿Pensaste qué?
Tania me miró, a continuación, miró a la puerta donde pudimos ver a Jonah
paseando y hablando.
—El Jonah que conozco siempre ha sido tan serio. Metido en su trabajo, ¿sabes?
Desde que hemos vuelto a la ciudad ha sido diferente. Sonríe más. Se ríe más. Siempre
ha sido un listillo, pero ahora es un listillo más amable y gentil. Todavía trabaja mucho,
y me hace trabajar mucho, pero es como si algún tipo de peso o sombra hubiera salido
de encima de él. Y ahora al ver que están juntos… —Negó—. No todos los días deja
entrar a alguien en su vida. Eres la primera desde que le conozco. Es grande. Tal vez
ahora se repensará el dejar que el resto del mundo entre.
—Al menos para su muestra —dije—. Quiero que todos lo vean.
—Yo también. Es tan talentoso. Y un verdadero buen tipo. Desinteresado. Tal vez
demasiado generoso, tratando de proteger a todo el mundo que le importa, tanto que
deja de lado su propia felicidad.
La puerta chirrió al abrirse y Jonah volvió, sus manos jugueteando con su
teléfono.
—Eme quería un informe de la situación. Le dije que dos semanas más y podemos
empezar a mover cajas hacia el espacio.
—Dos semanas es suficiente —dijo Tania.
Sin embargo, mirando la pantalla de su teléfono, Jonah se veía pálido.
—¿Pasa algo? —pregunté.
—Eme dijo que envió las invitaciones para la apertura de la muestra —dijo, con
voz tensa—. Grandes nombres, muchas de sus conexiones. Envió una al Estudio
Chihuly.
Los dedos de Tania se elevaron a sus labios.
—¿Y?
La mirada de Jonah pasó entre nosotras.
—Obtuvo una respuesta diciendo que Dale está realmente ocupado a principios
de octubre pero que tratará todo lo que pueda por venir. —Jonah pasó su mano por
su cabello—. Eme envió una invitación al estudio. Pensé que quizás enviarían a un
representante, si enviaban a alguien. 201
—¿Pero Dale quizás venga? —Tania se puso de pie—. ¿Personalmente?
—Mierda —dije.
—Oh Dios mío, mierda. —Tania puso sus brazos alrededor de Jonah, que parecía
aturdido por encima de su hombro—. Santo... —Le apartó, cogió el tenedor y metió un
poco de comida en su boca—. Come. Date prisa. Volvamos al trabajo. Hay un montón
de cosas con el agua quieta que todavía quiero terminar.
—Y los rayos de sol —dijo Jonah.
—Y sagrada mierda, Dale Chihuly. En persona. —Un último bocado y Tania ya se
afanaba a la sala de atrás, dejándonos a Jonah y a mí solos. Me levanté y puse mis
brazos alrededor de su cuello, abrazándolo con fuerza. Dejé mis manos entrelazadas
en su cabello y nos miramos a los ojos.
—Mira mi novio talentoso.
—Novio, ¿eh? —Envolvió sus brazos alrededor de mi cintura—. Yo... —Él apartó
la mirada con una breve risa—. Iba a hacer una broma justo allí, pero me gusta mucho
novio.
—Dale jodido Chihuly —le dije.
—Lo sé. Es surrealista. Pero no es seguro. Está ocupado. Puede que no venga…
—O podría ir. —Miré hacia abajo, pasé mi mano sobre el pecho de Jonah—. ¿Qué
puedo hacer para ayudar? ¿Tal vez contactar con algunos de tus antiguos amigos de
la Universidad de Las Vegas o Carnegie?
Jonah se puso rígido.
—No lo sé. Ya veremos. Tengo mucho trabajo que hacer en este momento.
—Lo haré. —Lo acerqué a mí—. Vas a tener una muestra en Wynn por el amor de
Dios. Es algo grande. ¿No crees que sería increíble que todos tus antiguos amigos
estuvieran allí?
—No he hablado con ellos en un año —dijo Jonah—. ¿Lo primero que escucharan
de mí es una invitación a una exposición en una galería? Van a pensar que soy un
idiota pretencioso.
—No, si se dejas que yo me ocupe de ello.
Jonah se echó hacia atrás, deslizando sus manos por mis brazos para coger mis
manos en su lugar.
—No puedo distraerme con reuniones en este momento, Kace. El hecho de que
Dale Chihuly podría venir ya está jodiendo con mi cerebro lo suficiente. Lo aprecio,
pero tengo demasiado que hacer. ¿Está bien?
—Está bien —le dije—. Solo prométeme que lo pensarás.
—Lo haré. —Me atrajo de nuevo hacia él y me besó largo y duro—. Novio —
murmuró.
202
—¿Sabes lo que hacen las chicas por sus novios?
—¿Es esta una pregunta con trampa?
—Los cuidan. Me has cuidado desde el día que nos conocimos. Déjame
devolvértelo.
Suspiró con una pequeña sonrisa.
—Ya veremos.
El resto de la semana pasó como un borrón. Jonah trabajó duro en el taller. Servía
cócteles en Caesar's por la noche y empecé una media docena de canciones durante el
día, ninguna de las cuales me emocionaba. La invitación a Chihuly puso a Jonah en
un manojo de nervios. La próxima cena del domingo con sus padres me provocó lo
mismo.
Fui de compras a una tienda de segunda mano local por algo más simple que mis
habituales camisetas grandes. Algo que cubriera mis tatuajes y que no estuviera hecho
de cuero o vinilo. Busqué entre la ropa, consumida con el deseo de hacer una buena
impresión. Todo lo que encontré fueron ecos de mi padre, diciéndome lo decepcionante
que era. Todos los viejos demonios me siguieron a los vestuarios mientras trataba
probarme cosa tras otra. Me sentía como un fraude en todo. Llegué a casa sin nada.
203
—O les gusto o no —me murmuré en casa, mientras me vestía con mi propia ropa
y aplicaba mi habitual delineado negro de ojos de gato y lápiz labial rojo. Bebí una
Coca Cola de dieta, deseando que tuviera algo de ron.
Arreglé mi cabello en una trenza lateral y me puse un vestido negro sin mangas.
Llegaba a la mitad del muslo, con mis altas botas negras que llegaban justo por encima
de mis rodillas.
Jonah llegó a mi casa con jeans y una camisa de vestir oscura, arremangada a
mitad de sus brazos, su cabello todavía húmedo de la ducha.
—Te ves increíble —dije, sujetando un largo collar con un colgante de plata de
aspecto celta—. Como siempre.
—Esa es mi línea —dijo, sus ojos observándome de pies a cabeza—. Y tú... estás
jodidamente hermosa.
Mis mejillas ardieron mientras alisaba los pliegues doblados del vestido.
—Pensé en usar un vestido normal. Pero se sentía mal. Quiero decir, esto es lo
que soy. Los tatuajes, el cabello y el maquillaje... no es un acto de estrella de rock, soy
yo.
Jonah se movió para tomarme en sus brazos. Su mano subió por mi brazo
tatuado.
—Me gusta —dijo—. Me gustas.
—Sólo quiero gustarles. Temo que podría no ser lo que esperan.
—Escucha. —Me sostuvo más fuerte—. Mis padres no esperaban a nadie. El
hecho que lleve a alguien a cenar está a tu favor. Confía en mí, mi madre va a estar
dando vueltas alrededor de ti.
Levanté la mirada hacia él.
—¿Y tu padre?
Jonah apartó suavemente un mechón de mi ojo.
—Te va a amar.

Los Fletcher vivían en una modesta casa de dos pisos, en un bonito barrio
suburbano de Belvedere. Pasamos filas tras filas de casas, todas separadas por prados
de rocas y cercas de hierro forjado. La camioneta de Theo ya estaba estacionada junto
a la acera frente a la casa Fletcher. No lo había visto ni hablado con él desde su visita
inesperada la semana pasada. Otro nudo se retorció en mi estómago cuando salí del
auto.
A las seis y cuarto de la tarde de julio, el calor se había apaciguado hasta los
treinta y dos grados. Las Vegas había sido mi hogar oficial durante tres semanas y ya
me estaba acostumbrando al clima.
Agarré el brazo de Jonah mientras me conducía por el corto paseo hasta la puerta 204
principal.
—Mierda, no le he traído nada a tu madre —dije—. ¿Podemos volver? Vi una
floristería en el camino...
La puerta principal se abrió y una señora baja y regordeta nos sonrió desde el
umbral. Tenía cincuenta y tantos años, con el cabello castaño hasta la barbilla, vestida
con pantalón y una blusa de manga corta.
—Pensé oír voces —dijo ella.
—Hola, mamá —dijo Jonah.
Ella lo abrazó fuertemente y sostuvo su cara por un momento, sus ojos lo
estudiaron.
—Te ves maravilloso —dijo. Se volvió hacia mí—. ¿No se ve maravilloso? Y debes
ser Kacey. —Dio un paso para abrazarme—. Estoy tan feliz de conocerte.
Su abrazo olía a pan caliente y me alivió los nervios.
—Me alegro de conocerla también, señora Fletcher —dije, inexplicablemente
llenando mis ojos de lágrimas. No podía recordar la última vez que mi madre me había
abrazado.
—Por favor, por favor, llámame Beverly. —Comenzó a regresar a la casa, haciendo
señas para que pasáramos—. Theo ya está aquí, y la lasaña está casi terminada. ¿Te
gusta la lasaña, Kacey?
—Me encanta —dije, deslizando mi mano en la de Jonah.
—¿Me olvidé de mencionar que le encanta abrazar? —me susurró.
Asentí.
—La amo.
Beverly nos guió por la sala de estar. Estaba sencillamente amueblada, un poco
desordenada, con bonitas piezas de vidrio de Jonah expuestas en mesitas, estanterías
y alféizares. Una galería de fotos en una pared mostraba las obras de arte de Theo,
había sido talentoso desde niño, y Theo y Jonah en cada etapa de la vida: de ligas
menores, retratos escolares, fotos de bailes. De lado a lado desde el preescolar hasta
la adolescencia, uno sonriendo brillantemente, en el otro haciendo una cara o
frunciendo el ceño.
—Has sido adorable toda tu vida —dije, haciendo una pausa para examinar una
foto de la secundaria, los dientes de Jonah oscurecidos por frenillos.
—Vamos, no hay nada que ver aquí —dijo él, arrastrándome suavemente hacia la
cocina.
Theo estaba sentado en la isla, la cual era de granito moteado de color marrón
que coincidía con el mármol de la pared. Los gabinetes eran de un blanco cálido. Al
igual que la sala de estar, la cocina era simple y desordenada. El corazón de la casa, 205
lleno de calidez, reconfortante olores y buena comida. Lo último de mi nerviosismo
desapareció, y fui a envolver mis brazos alrededor de Theo por detrás y besarle la
mejilla.
—Es bueno verte, Teddy. —Olía bien, una colonia limpia y fuerte sobre el olor más
suave de su jabón.
Toleró mi abrazo y beso, y se inclinó más allá por su botella de cerveza.
Beverly cerró la puerta del horno y me dio una sonrisa.
—Theodore lleva el nombre del bisabuelo de mi marido, que lo llamábamos Teddy.
Pero Theo se niega a aceptarlo. ¿Verdad, cariño?
Theo apretó la mandíbula.
—No es que nadie jodidamente escuche.
—Lenguaje —dijo una voz en la puerta de la cocina. El señor Fletcher se unió a
nosotros en la isla. Era un hombre alto y esbelto, con el cabello oscuro, gris en los
costados. Me extendió la mano como si fuera un potencial socio comercial—. Henry
Fletcher —dijo, estrechando firmemente—. Un placer, jovencita.
Jonah me lanzó una mirada divertida, pero asentí educadamente.
—Gracias, señor. Encantado de conocerlo.
—Nada de señores aquí. Puedes llamarme Henry o Henry. —Me guiñó—. El que
tú prefieras.
—¿Algo para beber, querida? —preguntó Beverly, abriendo el refrigerador—.
Tengo cerveza, soda, vino. He comprado unos O'Douls para ti, Jonah.
—También quiero uno de esos —dije.
Beverly nos entregó las botellas verdes.
—La noche es tan hermosa, pensé en comer en el patio trasero. ¿Te molesta,
Kacey? Podemos quedarnos dentro si lo prefieres. —Un tinte nervioso se notó en sus
palabras. Y sus manos nunca dejaron de moverse. Agitándose, arreglando o haciendo
algo.
—Al aire libre es perfecto —dije.
—Maravilloso —dijo—. Voy a encender las linternas que Jonah hizo en su primer
año en Carnegie. Nunca has visto algo tan hermoso en tu vida.
—Son realmente impresionantes —dijo Henry.
—Ya lo creo —dije—. El trabajo de Jonah es asombroso.
Jonah agitó la mano.
—Suficiente.
—Asombroso, sí —dijo Beverly, sus ojos sobre su hijo.
—Y un amplio pago en la inversión de matrícula —añadió Henry.
206
—Papá —dijo Jonah en voz baja.
Los musculosos hombros de Theo se encorvaron y le dio un empujón lento y
deliberado a su botella de cerveza.
—Sólo estoy diciendo un hecho —dijo Henry—. Las artes no son un sector fácil de
ganarse la vida. Uno tiene que dirigir sus talentos apropiadamente.
—Y no desperdiciarlos trabajando en una sala de tatuajes —dijo Theo.
Como un palo encajado en un engranaje, la ligereza de la habitación se detuvo.
Henry y Theo intercambiaron largas y duras miradas.
—¿Quién quiere ayudarme a preparar la mesa? —preguntó Beverly, su voz tomó
un tono agudo. Se metió en un armario y levantó una pila de platos.
—Yo lo hago. —Theo se los quitó de las manos y se dirigió a la puerta hacia el
patio.
—También ayudaré —dije, tomando servilletas, cubiertos y siguiéndolo.
La señora Fletcher sonrió y la noche volvió a su ligereza.
—¡Maravilloso!
La mesa al aire libre estaba ubicada bajo una pérgola, con racimos de globos de
vidrio colgando como fruta elegante. Aquí comimos lasaña, pan, y una ensalada verde.
Comida sólida hecha en casa. El tipo de comida que mi madre hizo cuando era una
niña. Pero la hora de cenar en mi casa era un momento frío e incómodo en el que
siempre hablaba demasiado alto, incluso cuando no estaba hablando. La presencia
pedregosa y opresiva de mi padre convirtió la buena comida en polvo en mi boca.
La mesa de los Fletcher estaba llena de risas, conversaciones y disputas sin parar.
Un poco de tensión silenciosa permaneció entre Theo y Henry, pero Beverly lo disipó
con historias de la juventud de sus hijos que me habían hecho ahogar con mi pan.
—Lo juro —dijo, sirviéndose un vaso de cabernet. Su tercero, me di cuenta—. Lake
Tahoe tiene una playa enorme. Un montón de arena para todos. Millones de granos, y
estos dos peleaban por un balde lleno.
Le di un codazo a Jonah a mi derecha.
—¿Luchabas por arena en la playa?
—Así habla un hijo único —dijo Jonah—. La apropiación de arena es fundamental
para niños de cuatro y seis años. —Miró a Theo con una sonrisa astuta—. Como las
mariposas imaginarias.
Theo levantó el tenedor en dirección a Jonah.
—Ni siquiera empieces.
Jonah lo ignoró.
—Una vez Theo se enojó conmigo porque atrapó una mariposa imaginaria y la dejé 207
escapar.
Theo se levantó sobre la mesa para empujar a su hermano con el tenedor.
—Calla. Te.
—Me encanta esta historia —suspiró Beverly.
—Eso sólo lo hace uno de nosotros —dijo Theo.
Jonah apartó el tenedor y apoyó los codos sobre la mesa, mirando a su hermano
con afecto.
—Theo levantó sus manos en el aire y me dijo que había atrapado una mariposa.
Le pedí verla, pero él temía que escapara.
—¿Cuándo fue esto? —pregunté.
—La semana pasada —dijo Jonah.
—Qué tal hace veinte años, idiota —murmuró Theo.
—Lenguaje, por favor —dijo Henry.
La voz de Jonah se hizo más baja, y la burla se desvaneció.
—Finalmente dijo que podía sostenerla. Metió las manos en las mías, mientras
describía las alas de la mariposa, de un azul brillante, bordeadas de negro. Cómo las
abría y cerraba, como si estuviera respirando. Incluso me dijo que sus patas parecían
pelos negros contra mi piel. ¿Te acuerdas, Theo?
Eché un vistazo al hombre duro, musculoso y tatuado sentado frente a mí,
mirando fulminantemente a su hermano. Sin embargo, podía ver fácilmente al dulce
niño que había sido, describiendo esta inexistente, pero preciosa mariposa.
—Pero no fui lo suficientemente cuidadoso —dijo Jonah—. Abrí las manos
demasiado y Theo dijo que la mariposa voló lejos. Lloró y lloró.
—¿Has jodidamente terminado? —preguntó Theo.
—Lenguaje —murmuró Henry.
Ahora todas las bromas habían desaparecido del rostro de Jonah.
—Nunca me disculpé por dejarla ir —dijo—. Traté de darle otra, una monarca,
naranja y negra, pero él quería la mariposa azul. Y se había ido para siempre. Lo siento
por eso, hermano.
Theo se echó hacia atrás en silla.
—¿En serio?
Jonah se encogió de hombros.
—Sólo dejándolo claro.
Los hermanos se miraron en silencio. Un silencio lleno de amor a pesar del tono
duro de Theo. Lleno de ese recuerdo y miles como ese.
—Así que. —Beverly juntó las manos—. ¿Quién tiene buenas noticias? —Se volteó 208
hacia mí—. Creo que todo el mundo tiene buenas noticias de la semana anterior,
aunque sólo sea una pequeña.
—Jonah tiene noticias asombrosas. —Puse mi mano sobre la suya y le di un
apretón—. ¿Cierto?
Su madre se inclinó.
—¿Qué es, querido?
Jonah jugueteó con su tenedor, su mirada parpadeó hacia Theo y luego hacia su
plato.
—Bueno, Eme Takamura, ¿el dueño de la galería? Dice que Dale Chihuly va a
tratar de asistir a la inauguración de mi instalación.
La mano de Beverly voló hasta su garganta.
—¿De verdad? Cariño, eso es una noticia maravillosa.
—Remarcable —dijo Henry—. Bien hecho, hijo.
Jonah se enderezó en su silla.
—Bueno, espera, no ha dicho que va a estar allí. Sólo que lo intentaría.
—Aun así, el hecho que incluso lo considerara —dijo Henry—, significa que ha
tomado nota de tu trabajo.
—Supongo —dijo Jonah.
—Es jodidamente increíble —dijo Theo—. Será mejor que aparezca. Será un idiota
si no lo hace.
Por primera vez, su lenguaje no fue amonestado. Otra mirada cargada pasó entre
los hermanos y me encontré sonriendo, como si me hubiera convertido en un traductor
de sus intercambios tácitos.
—Theo tiene buenas noticias —dijo Jonah—. Uno de sus clientes va a ser
fotografiado para la revista Inked. Va a ser acreditado en uno de los diseños.
La más leve sonrisa se dibujó sobre los labios de Theo.
—Eso es maravilloso —dijo Beverly.
—Contaminación corporal, eso es lo que es —dijo Henry.
Jonah bajó su botella vacía con fuerza.
—Jesús, papá.
Me incliné hacia atrás en mi silla, luchando contra el impulso de cubrir los
tatuajes en mis brazos desnudos.
—¿Qué? —dijo Henry—. Nadie es más fanático de los talentos de mis hijos. Theo
es un artista excepcional, pero me fastidia pensar que pasa la vida dibujando en otras
personas.
—Porque es arte —dijo Theo—. La gente lleva arte permanente. Y cuando consiga
mi propio lugar, seré dueño de un negocio legítimo. 209
—Te estarás arriesgando —dijo Henry.
—¿Podemos no hacer esto ahora? —dijo Jonah.
Cuando los hombres Fletcher se miraron el uno al otro, pensé que Henry no era
ni de lejos tan intimidante como mi padre, pero su desaprobación de Theo dejó el
mismo mal sabor en mi boca.
—No cualquiera que puede dibujar puede ser artista de tatuajes —dije en el
silencio—. Es una habilidad especial, ser capaz de tomar la visión de una persona y
convertirla en realidad. Y tienes toda la razón, es un riesgo. El artista tiene que pintarlo
perfecto la primera vez, porque no hay segunda oportunidad. Jonah puede reciclar el
vidrio y empezar de nuevo. Theo tiene una oportunidad. No puede rehacerlo.
Sentí todos los ojos en mí, pero sólo miré a Theo, que me miró de la manera que
hacía, como si no pudiera creer que fuera real.
—Obviamente estoy sesgada —dije, pasando una mano por mi brazo—. Pero no lo
veo como contaminación corporal. Es expresión. Cada uno de mis tatuajes significa
algo. Y conseguir que alguien haga el tatuaje tiene el mismo significado al tenerlo luego.
Debido a la confianza y la confidencialidad con el artista. —El silencio se profundizó.
Me encogí de hombros y tomé un sorbo de mi cerveza falsa—. Sólo mi opinión.
Henry se movió en su asiento.
—Supongo que es una manera de verlo.
Todo el mundo parecía exhalar al mismo tiempo. La mano de Jonah encontró la
mía debajo de la mesa y la apretó.
Beverly se levantó, recogiendo platos.
—¿Quién quiere postre?

210
Eran casi las once cuando nos despedimos. Beverly me atrajo en un largo abrazo.
—Estoy tan feliz de haberte conocido. Vuelve el próximo domingo. Todos los
domingos. ¿Puedes?
Asentí, derritiéndome en su abrazo.
—Me gustaría eso.
Me dejó ir y se volvió hacia Jonah.
—¿Te veré la próxima semana, cariño?
—Por supuesto —dijo.
La besó en la mejilla, y ella le dio unas palmaditas en la suya. Se quedó quieta,
211
con la mirada fija, memorizando cada detalle de su rostro.
Miré hacia otro lado, mis ojos ardían. Sentí un cambio en mi alma mientras estaba
expuesta a este momento entre una madre y su hijo. Durante todo el viaje a casa, no
pude pensar en nada que decir. Las palabras serían insuficientes. Incluso podrían
arruinarlo...
—Lo que le dijiste a Theo fue increíble —dijo Jonah.
—Era la verdad.
—Pero era nuevo. Papá es tan duro en T y se ha vuelto sordo al oírme defenderlo
todo el tiempo. Necesitaba una nueva perspectiva.
—Estaba preocupada de haber cruzado una línea.
—En absoluto.
—He oído un débil eco de mi papá en tu papá. No me malinterpretes, el tuyo no
es nada como el mío. Sólo sé cómo se siente Theo.
—Nunca lo suficientemente bueno.
—Por decir lo menos. ¿De verdad quiere abrir su propia tienda?
—Sí, pero a menos que reciba una gran cantidad de dinero en efectivo para un
pago inicial, necesita un co-firmante para un préstamo. Ese es un gran punto de
discordia entre él y papá. Mis padres tuvieron que sacar una segunda hipoteca para
ayudar a cubrir mis cuentas del hospital porque mi seguro no llegaba a tanto.
—Oh.
—Theo nunca se quejó de eso, por supuesto. Es sólo que nuestros padres siempre
han sido cien por ciento de apoyo para mí, y menos con él. El equilibrio es
horriblemente sesgado.
Jonah entró en el estacionamiento del apartamento y estacionó.
—Debe de ser tan difícil para él —dije.
Jonah rozó sus nudillos sobre mi mejilla.
—Creo que le ganaste un poco esta noche. Y mis padres te amaron. Sabía que lo
harían.
—Ha sido una buena noche —dije. Me desabroché el cinturón de seguridad y me
subí a su regazo, a horcajadas sobre él—. Vamos a terminar con una explosión.
—¿Literalmente o figurativamente? —murmuró Jonah, sus manos pasando por
mis muslos mientras nuestras bocas se encontraban.
Nuestros besos se calentaron rápidamente, incluso cuando un auto pasó e
iluminó el interior de la camioneta, y el volante se clavaba en mi espalda.
—Esto no es tan fácil como parece en las películas —dijo Jonah, respirando con
dificultad—. ¿Cambio de lugar?
Asentí. 212
—Arriba —le dije, y luego, dije con voz ronca con acento sureño—. Llévame a la
cama o piérdeme para siempre.
Jonah frunció el ceño.
—¿Body Heat?
—Top Gun.
—Muy cerca.
En mi dormitorio, el humor de Jonah aumentó y estuvo en llamas. Nunca me
había sentido tan deseada por un hombre en mi vida. Sus besos se convirtieron en
moretones, sus manos me despojaron de mi ropa. Tenía los ojos dilatados, el color
marrón oscuro de ellos, casi negro. Le quité la camisa, buscando la cremallera de sus
vaqueros.
—Deja estas —dijo, mientras tocaba las medias altas hasta los muslos que llevaba
debajo de mis botas—. Y el collar.
Una emoción caliente y blanca me recorrió por su voz áspera por la necesidad. Su
aliento se hizo fuerte cuando me miró, desnuda, excepto las medias de nylon negras a
lo largo de mis piernas, y el cuerno de plata curvado entre mis pechos.
—Kacey...
Dejé escapar un pequeño suspiro, mis piernas se debilitaron. Nos agarramos el
uno al otro de nuevo y él me apoyó contra la pared del dormitorio, su lengua, los dientes
y los labios adentrándose en mi boca. Podía sentirlo entre mis muslos, duro y
listo. Busqué en la mesita de noche junto a mí y ciegamente tomando un condón.
Me agarró por las caderas, apenas se detuvo mientras abría el envoltorio del
condón y lo rodaba sobre él. Entonces sus manos se deslizaron debajo de mí, me
levantó, y yo envolví mis piernas vestidas con medias alrededor de su cintura mientras
él gemía en mi boca. Mis brazos rodearon su cuello, mis uñas se clavaban en su piel y
mis dientes mordían el espacio entre su cuello y hombro. La sensación de él dentro de
mí ya era tan intensa, tan vertiginosa y caliente, que estaba delirando.
—Nunca lo he hecho así. Juro... —dije en su piel, agarrándolo, aferrándome a él.
—Yo tampoco —dijo encontrando mi boca de nuevo—. Todo lo que quiero es
esto. A ti…
Su cuerpo se movió contra el mío, rápido y duro. Me llenó, la pesada presión
convirtió un dulce dolor de placer en algo que rugió y me consumió. Lo abracé contra
mí tan fuertemente como pude, tomando sus empujes profundamente mientras el
resplandor de necesidad en mi vientre quemaba más brillante que el vidrio fundido.
Mis omoplatos se clavaron contra la pared por la fuerza de él. Su nombre salió
como un susurró de mi boca, y luego grité desde la garganta mientras entraba en mí,
una y otra vez, hasta que llegué al borde y me desplomé. Mi cuerpo se estremeció y se
apretó a su alrededor. Él dejó escapar sus propios sonidos masculinos de clímax, desde
el fondo de su pecho, y Dios, este era el sonido más sexy que jamás había oído en mi 213
vida.
Las caderas de Jonah bajaron la velocidad. Soltó mis piernas, dejando que mis
pies encontraran el suelo, pero su cuerpo aún sostenía el mío contra la pared, sus
manos cerradas alrededor de mis muñecas. Entre su agarre fuerte, su boca se volvió
suave, calmando la quemadura de su rastrojo y el mordisco de sus primeros besos en
mi piel. Necesidad carnal y cuidado tierno. Deseo y cariño.
Amor.
Jonah me hace el amor, pensé, devolviéndole el beso, mis dedos en su suave piel
donde tenía sus cicatrices. No importa cuán duro o brutal lo hacemos, aún me hace el
amor.
—Me haces sentir tan bien, Jonah —susurré—. Mejor que bien. Como si pudiera
empezar de nuevo por completo.
—Kacey. —Sostuvo mi cara en sus manos, sus ojos oscuros fijos en mí—. Me
haces sentir vivo.
Me besó de nuevo, lento y suave, mientras yo ardía de esperanza, seguro, no
teníamos miles de momentos de nosotros, sino millones.
Millones.
—¿Has estado alguna vez en una playa? —le pregunté a Jonah—. ¿No en la orilla
de un lago, sino en un verdadero océano?
Nos tumbamos en la cama en un martes por la noche, normalmente nuestra
noche de cita, pero habíamos optado por quedarnos dentro y tontear.
—Por supuesto. ¿Por qué?
—Lo extraño. Al crecer, la playa fue una parte de mi vida diaria. Solía saltarme la
escuela por las mañanas, y mi mejor amigo y yo íbamos a una de las casas de café a
lo largo del paseo marítimo en Pacific Beach, o un lugar de desayunos que tenía tablas
de surf colgando de las paredes. Pasábamos el rato en la playa hasta después del
almuerzo, luego regresábamos a la escuela para no perder la última asistencia. A veces
nos conseguía un viaje a la oficina del subdirector. La mayoría de las veces no, pero 214
siempre valió la pena.
Jonah me pasó la mano por la mejilla.
—Eres bastante pálida para una amante de la playa.
—Grandes sombreros y protector solar de 1000 —dije—. Y yo prefería nadar o
surfear en ese gran océano. Grande e interminable. Si crees que las estrellas eran
espectaculares en Great Basin, espera hasta que veas una salida de la luna sobre el
Pacífico.
Me acarició la oreja.
—Parece que estás planeando un viaje.
—Realmente quiero llevarte a San Diego. Caminar en la playa y pasar el rato en
todos los lugares geniales que solía amar.
—¿Y ver a tus padres?
Me estremecí.
—No. Dios no. Sería simplemente embarazoso e incómodo...
—Puedo manejar embarazoso e incómodo. Si quieres verlos, deberías.
—No quiero. Quiero estar contigo, en los lugares que más solía amar. —Levanté
la cabeza para mirarlo—. ¿Puedes? Dos días. Los vuelos son bastante baratos y todavía
tengo algo del envío rápido de dinero…
—Deberías guardarlo. No lo gastes en mí.
—Quiero gastarlo en nosotros. Pero si no puedes ahorrar tiempo en la tienda
caliente, entiendo.
—Puedo.
Le acaricié la cara.
—¿En serio?
—Si es importante para ti, puedo.
Dejé escapar un pequeño grito de excitación y lo besé.
—Vayamos el próximo lunes y martes. Así no tomamos tiempo de tus padres. Por
supuesto, Theo se pondrá furioso...
Jonah se echó a reír.
—Puede que lo haga, pero por lo hermosamente feliz que te ves ahora vale más
que la pena.

La demostración de seguridad de vuelo de Theo duró media hora. Desde qué hacer
si la presión de la cabina en el avión caía, hasta asegurarnos de que trajimos todos los
medicamentos de Jonah y los almacenamos adecuadamente para que no fueran
confiscados por la TSA. Y por supuesto, dónde se encontraba el hospital más cercano 215
a nuestro hotel. Pero nunca tomé la preocupación de Theo por Jonah por sentado. Le
di unos golpecitos en la mejilla y le dije que cuidaría bien a su hermano.
Nos habíamos reservado un lugar con el nombre más de San Diego que nunca, el
Surfer Beach Hotel en Pacific Drive. Su proximidad a la playa lo hizo un poco caro para
mi presupuesto, pero quería que pudiéramos caminar por el océano por la noche, por
la mañana, o en cualquier momento que nos diera el impulso. El precio lo valía.
En el alquiler de autos en el aeropuerto, Jonah me llevó a un Ford Mustang negro
convertible.
—No pensaste que todo este viaje iba por tu cuenta, ¿verdad? —preguntó,
manteniendo la puerta abierta—. Tengo ahorros. Entre los dos, podemos hacer que
estos dos días sean realmente increíbles.
Bajamos el capote, encendimos la música y Jonah disparó el motor con un grito
de risa. Cantando fuerte, nos cruzamos a lo largo de un tramo de desplazamiento
matutino en la autopista y llegamos al hotel alrededor de las diez. Teníamos todo el día
delante de nosotros.
—¿Qué quieres hacer primero? —pregunté, atando la parte superior de mi bikini
negro.
—¿Qué quieres hacer en segundo lugar? —respondió, lanzándome sobre la cama.
—Sí —susurré, mientras arrastraba besos por mi cuello, sus manos trabajando el
nudo en la parte trasera de mi traje de baño—. Esto primero.
Eran después de las once cuando salimos a la playa.
Nos instalamos cerca de la orilla, y pateé mis flip flops para enterrar mis pies en
la arena caliente y suave.
—¿Hueles eso? —pregunté, inhalando profundamente.
—¿Algas marinas? —pregunto Jonah, mirando a un grupo que se arrastraba a la
orilla y zumbaba con moscas.
—El océano —dije.
Sus brazos se deslizaron a mi alrededor por detrás.
—Quiero olerlo en tu cabello después de que nademos —murmuró—. Y en las
sábanas más tarde...
Me volví y lo besé, mis manos deslizándose sobre su pecho y sus brazos. Su piel
estaba caliente, resbaladiza con protector solar. Lo remolqué al agua.
El frío del océano mordió con fuerza, tomando mi aliento antes de que se relajara
en un suave frescor. Me sumergí bajo la espuma de una ola, como solía hacer cuando
era niña. El agua fría en mi cara y la atracción del océano eran tal como la había
recordado, y la nostalgia era tan fuerte, que tuve que tratar de orientarme por un
minuto. Pero ahí estaba Jonah. Mi aquí y ahora, y el momento se sentía tan grande
como el océano.
216
Jonah cayó hacia atrás en una ola crestante y desapareció bajo la superficie. Salió
del agua, con el sol brillando en las gotas de agua a lo largo de su pecho. El agua se
movió trazando un arco de su cabeza mientras se quitaba el cabello de los ojos. Me
mordí el labio cuando un escalofrío subió por mis muslos.
Jonah nadó y me besó. Dios, sabía tan bien. Como él mismo, limpio y cálido, pero
con el sabor de la mezcla de agua salada. Gimió en mi boca y luego se separó con un
jadeo.
—Santa mierda —dijo. Podía sentir su erección tirando de su traje de baño—.
Sabes a caramelo salado. —Me besó de nuevo, y presionó mis caderas a las suyas—.
Vamos a tener que vivir aquí.
—¿Oh sí? —dije, rodeando mis brazos alrededor de su cuello.
—Literalmente aquí en el agua. Seré arrestado si salgo.
Me reí y caminé hacia atrás, más profundo en el océano, protegiendo el frente de
su cuerpo con el mío. Me eché hacia atrás, lo llevé conmigo, y nos besamos sobre la
superficie y debajo de ella, antes de salir a descansar en el agua, ninguno de nosotros
hablo.
Jonah me sostuvo mientras flotaba sobre mi espalda, mi cabeza en la curva de su
hombro, y tuve el fugaz deseo de que pudiéramos vivir aquí. No en San Diego, sino en
este día, estos momentos, una y otra vez, para siempre.
Cenamos en el Chart House, un restaurante frente a la playa que era un
despilfarro, pero la vida era corta y el dinero era para gastarlo hoy. Después,
caminamos a lo largo de las olas, de la mano, cargando nuestros zapatos. La luna llena
se cernía sobre el horizonte. Su luz se derramaba sobre el océano negro en un cono de
plata fundida.
—Esta fue una buena idea —dijo Jonah. Dejó de caminar y lanzó su mirada hacia
las olas—. Todas las decisiones que he tomado desde que te conocí han sido buenas.
Llevarte a casa esa primera noche, comer en ese restaurante, dejarte quedarte unos
días, pedirte que regresaras cuando te fuiste.
—Fui un poco persistente en algunos aspectos —dije.
—Gracias a Dios que lo fuiste. —Se volvió para mirarme y sus ojos llenos de luna
eran feroces—. Mi familia y amigos me preguntan lo que quiero. Lo que quiero hacer o
ver además de hacer vidrio. Y sólo les he dicho lo que no quiero. No quiero viajar a un
lugar lejano, sólo para decir que fui. No quiero escalar una montaña ni saltar de un
avión. Un poco de euforia y luego de nuevo en el suelo de nuevo, esos momentos
fabricados no son lo que quiero.
Me pasó la mano por el cabello, jalándome cerca.
—Esto es lo que quiero. Tú y yo, en un lugar como este. Fuera del tiempo. Dando
un paseo por la playa, comiendo o nadando o haciendo el amor cuando nos apetece. 217
—Oí su respiración ahogarse y sus siguientes palabras fueron ásperas—. Esto es vivir,
Kace. Esto es exactamente lo que quería, pero no sabía a quién preguntar.
Sentí lágrimas en mis ojos, y dejé escapar una carcajada.
—Era yo.
—Eras tú. —Él sostuvo mi cara en sus manos, rozó sus labios sobre los míos—.
Siempre y sólo tú.

Hicimos mucho en el día siguiente, comenzando con un paseo temprano por la


mañana en la playa y el desayuno en la cafetería Pannikin.
—Aquí es donde yo y mi mejor amiga, Laura, veníamos cuando nos saltamos la
clase —le dije—. Este edificio fue una vez una estación de tren.
Jonah tironeó la esquina de su servilleta, deshaciéndola en tiras cuidadosas.
La casa de tus padres debe estar cerca.
—Casi dos kilómetros al este —dije—. Pero no estamos aquí por eso. Las cosas
que me gustan de San Diego están muy lejos de mi casa.
Jonah sonrió suavemente.
—Muéstrame todas ellas.
Lo llevé a mi puesto favorito de tacos de pescado para el almuerzo, seguido de un
donut de la mejor tienda de donuts del mundo. Caminamos por el paseo marítimo de
Pacific Beach, lleno de peatones y patinadores.
—¿Quieres ver el lugar donde tuve mi primer beso?
—No especialmente.
—¿Qué? ¿Crees que no puedes superar a un Ricky Moreno de catorce años con
sus frenos y mal aliento?
El giro de la boca de Jonah fue presumido mientras deslizaba una mano alrededor
de mi cuello y me besaba. Un beso varonil, exigente y profundo, dejándome sin aliento.
—¿Ricky qué? —murmuré.
Arqueó su ceja de esa manera que amaba.
—Malditamente correcto.
Empezamos a caminar de nuevo, con los brazos cruzados sobre la espalda del
otro.
—El beso en el MGM Grand realmente fue mi primero —dije.
—¿Mi beso de premio?
—Fue la primera vez que un hombre me besó porque era el momento y el lugar
perfectos para un beso. El momento adecuado. No porque esperara que pudiera llevar
a algo más. 218
—Pero yo sí quería que llevara a algo más —dijo Jonah—. A esto. Nosotros.
Sonreí ante el calor que se extendía a través de mí por esas palabras.
—Eso es una primera, también.
El día se derritió mientras caminábamos por San Diego, y luego volvimos al hotel.
Para hacer el amor, para dormir un poco. Nos duchamos y nos fuimos a cenar a una
pequeña cabaña de cangrejo, y después, subimos en el convertible alquilado mientras
el crepúsculo profundizó a la noche.
—Todavía hay tiempo si quieres ver a tus padres —dijo Jonah—. No quiero que
no vayas por mí, Kace. No se trata de mí.
Tomé un respiro.
—Realmente no quiero verlos ni hablar con ellos. Pero tal vez... podríamos pasar
por la casa. No me importaría. —Era la verdad: quería, necesitaba, saber si la casa
todavía era mi hogar.
Jonah aceleró el motor.
—Vamos a hacerlo.
—Muy bien. Pero... pon el capote, ¿de acuerdo? Así no me ven.
Sonrió y empujó el botón. La parte superior del coche se desplegó y cayó, haciendo
clic en su lugar.
Dirigí a Jonah al barrio de Bridgeview, donde las casas eran más pequeñas que
los grandes mastodontes de Mission Hills al oeste.
—Esa —le dije, mi corazón palpitando en mis oídos—. Detente aquí.
Jonah se acercó a la acera. Al otro lado de la calle y un poco más abajo estaba la
casa de dos pisos en pintura azul pálido con moldura blanca. El viejo Subaru de mis
padres estaba estacionado en la calle.
—No pueden usar el garaje —dije distraídamente—. Está lleno de muebles
antiguos y antigüedades que mi padre heredó cuando mi abuela murió. —Mis ojos
barrían la casa, deteniéndose en los cuadrados amarillos de luz de las ventanas
delanteras—. Están en casa —dije suavemente.
Jonah se inclinó sobre la consola, su cabeza junto a mi hombro. Tomó mi mano
y la apretó.
—Lo que quieras hacer, Kace.
La casa se nubló cuando las lágrimas llenaron mis ojos.
—Estoy muy orgullosa de que estés conmigo, Jonah. Sería una mierda ver a mi
padre perderse todo lo maravilloso de ti porque se avergüenza de mí.
—¿Quieres entrar sola?
—No creo que pueda. 219
—Quizá ha cambiado —dijo—. Es frío en el teléfono, pero tal vez si viera tu cara,
de cerca. Viera lo hermosa que eres, y lo mucho que lo amas. Porque está justo ahí en
tus ojos, Kace. Podría verlo y las cosas serían diferentes.
—No lo sé —dije lentamente.
La puerta principal se abrió y mis padres salieron.
Agarré la mano de Jonah en un apretón de muerte mientras bajaban el camino
hacia su coche. A la luz de las farolas podía ver a mi madre, pequeña y hermosa como
un pájaro, vestida con un elegante vestido azul con un bolso negro. Junto a ella, mi
padre era alto y delgado, con un traje azul marino y corbata amarilla.
—Van a salir —le dije.
—Puedes hacerlo —dijo Jonah suavemente.
Reuní mi coraje, mi voluntad, los añadí al sobrecogedor deseo de hablar con mis
padres. Verlos después de cuatro años me llenaba de nostalgia, incluso si tan poco de
ella era con mi papá estaba bien.
—De acuerdo —dije, extendiéndome por la manija de la puerta.
Pero entonces mi padre se detuvo en la puerta del pasajero del Subaru. Se volvió
a mi madre.
—Espera —susurré, colocando una mano sobre Jonah para detenerlo.
Mi padre estaba diciendo algo. Estábamos estacionados muy lejos para escuchar,
pero pude ver a mi madre inclinar su cabeza hacia arriba. Su frágil sonrisa de plástico
floreció en algo espontaneo y lleno de felicidad. Sacudió la cabeza, un gesto libre, casi
juvenil que nunca había visto antes. Su risa flotó a través de la calle y mi padre rozó
su pulgar sobre su barbilla, la caricia de un amante, Romántico.
—Papá. —Mi boca formó la palabra sin un sonido mientras él abría la puerta del
pasajero para mi madre. Cuando se dio la vuelta para el lado del conductor, sus pasos
eran casi un pavoneo, su cara angular y severa, era suave y divertida.
—Kace, se van a ir —dijo Jonah.
—Déjalos —susurré.
—¿Estás segura?
Pero el carro se estaba alejando de la acera y desapareciendo por la calle.
Mis dedos se levantaron del marco de la ventana en un pequeño saludo.
Los dedos de Jonah acariciaron la parte de atrás de mi cuello.
—¿Por qué?
—Parecían tan felices —susurré—. Nunca los había visto verse como… fue tan
emotivo, ¿sabes? Si hubiera salido y sorprendido, lo habría arruinado.
Sus manos jugaron suavemente con mi cabello.
—Lo siento.
—Tal vez, él es mejor —dije—, ahora que no estoy. No estoy tratando de ser una 220
mártir, Sólo quiero decir… quizá él es más feliz. Lo que los hace mejores juntos. No
querría arruinar eso. Dios, se veían tan enamorados… —Exhalé, y miré de nuevo a
Jonah con una sonrisa débil—. Regresemos al hotel. Tenemos un vuelo mañana
temprano.
Jonah encendió el carro, condujo tres metros, luego se detuvo de golpe y puso el
carro en neutral. Se volvió para mirarme, con una mano en el volante, la otra en la
parte de atrás de mi asiento.
—Cuanto estés lista, volverás —dijo—. Y tu padre puede que hable y se reconcilie,
o puede que se aferre a su estúpida ira y te aleje. Si lo hace, entonces es un maldito
idiota. Tú queriendo ser amada por él no te hace rota, Kace. Él es el roto por dejarte ir.
Es su perdida. Quiero odiarlo por lo que te ha hecho, pero en su lugar siento lastima
por él.
Me besó entonces, con ferocidad, como sellando un pacto, su mano tensa en mi
cabello.
—Necesitabas sacar eso de tu pecho ¿no? —pregunté.
—Síp —dijo.
—¿Te sientes mejor?
—Mucho. —Cambió la velocidad del auto y se alejó de la acera otra vez.
Me giré a la ventana para ver mi vieja casa pasar.
—Yo también.

221
Finales de septiembre

Me senté en mi cama, la guitarra en mi regazo y un cuaderno abierto a mi lado.


Di golpecitos en la parte inferior del cuerpo de la guitarra acústica Taylor, suspirando
a las páginas en blanco. Nada de letras hoy. No iba a suceder. Chett era un tema
muerto para mí y no quería escribir sobre mi padre. Básicamente estaba muy feliz
como para escarbar en los huecos oscuros de mi pasado.
Lo que, considerando todas las cosas, era un buen problema.
Desde hace seis semanas ahora, Jonah y yo hemos estado juntos. Una pareja.
Casi cada noche después del trabajo, viene a mi casa, o viceversa. Él no necesitaba 222
mucho descanso y yo era un búho nocturno, sin nada que hacer por la mañana.
Pasábamos la noche juntos, haciendo el amor, alguna veces duro y fuerte, algunas
veces lento y suave, luego hablábamos, comíamos y reíamos antes de ir a la cama.
Teníamos nuestras pequeñas rutinas. Domingo por la noche en la casa de los
Fletcher, con cenas al aire libre bajo las lámparas brillantes de Jonah. Reíamos,
compartíamos buena comida y mucho mejores conversaciones. Martes era noche de
citas. Cupcakes en el momento, el espectáculo de fuente en el Bellagio o solo quedarnos
a ver una película.
Dejó un botiquín con sus medicamentos en mi cocina y compré una batidora en
una venta de jardín, así podía hacerle sus batidos. Y casi todos los días, le llevaba el
almuerzo al taller donde Jonah y Tania trabajaban duro para terminar las piezas de la
instalación. La muestra en la galería en el Wynn estaba a tan solo dos semanas, pero
Jonah dijo que se sentía confiado que podría lograrlo.
Él va a lograrlo, pensé. Y mucho más. Está saludable. Su cuerpo es fuerte.
Sentía la fortaleza de su cuerpo casi todas las noches. Mi pequeña llama de
esperanza era una antorcha ahora y ni siquiera un huracán podría apagarla.
Mi celular sonó en la mesita de noche, interrumpiendo mis pensamientos.
—¿Hola?
—¿Kacey Dawson? —preguntó una voz de mujer.
—Así es.
—Señorita Dawson, soy de la revista Sound Addiction. ¿Me preguntaba si usted
tenía algún comentario sobre las recientes discusiones de su antigua banda Rapid
Confessions?
Fruncí el ceño.
—¿Qué recientes discusiones?
—Se dice que la gira está en peligro de cancelarse por las diferencias entre Jeannie
Vale y la nueva guitarrista, Elle Michaels. ¿Es cierto?
—No tengo idea.
—También se dice que hay una gran demanda en contra con un dueño de un
club. Los fans están molestos que los espectáculos en vivo no son tan sólidos como lo
eran cuando tú estabas.
—Bueno, mierda, eso es algo bueno de escuchar.
—Dado el hecho que tu reemplazante, la señorita Michaels, ahora se reporta que
está al borde de salir de la banda, o que la despidan, depende a quien le preguntes;
me pregunto si, ¿has pensado en regresar?
Sonreí.
—Ni por un segundo.
—Eso es interesante, señorita Dawson. Nadie ha podido tener información sobre
su propia salida de la banda. ¿Le importaría ahora? 223
—No, pero gracias por llamar.
Corté y tecleé el número de Lola. Buzón de voz.
—Lola, soy yo —dije—. ¿Qué demonios está sucediendo? Acabo de recibir una
llamada de una revista sobre cancelar espectáculos. Llámame.
Terminé la llamada y miré fijamente a mi viejo portátil chatarra. Solo lo usaba
para ver tutoriales de maquillaje en YouTube. Con un par de palabras clave en la barra
de búsquedas de Google, pude obtener respuestas a mis preguntas, pero ahora no
estaba muy segura de querer saber. Mis días como guitarrista principal en Rapid
Confessions parecían lejanos ahora. Y me gustaba que así fuera.
Un mensaje llegó de Lola: No puedo hablar ahora. RC está de camino a la
ruina sin ti. Jimmy quiere hablar. Solo PTI.
Mierda, la última cosa que quería era que mi vieja vida interfiriera en la nueva.
Dejando de lado las llamadas ocasionales a Lola, dejé la banda en el pasado. Tenía el
dinero justo, y ni siquiera estaba cerca de siquiera tener una buena canción bajo la
manga, pero...
Estaba feliz.
Le respondí: Dile que lo olvide.
Sin respuesta. Lola estaba ocupada o subiendo a un avión, pero, con suerte,
pasaría el mensaje. Pensé sobre enviarle un texto a Jimmy yo misma, pero eso sería
llamar a un martillo para que destruyera mi pequeña burbuja de vidrio de felicidad.
—No hay oportunidad —murmuré. Me fijé en la hora. Casi era el almuerzo. Armé
los sándwiches y ensaladas, y los llevé al taller.
Jonah salió en cuanto salí del auto.
—¿Cómo estás? —grité a través del pequeño estacionamiento.
—Listo —dijo.
—¿Listo? —dije confundida.
Tania también había salido. Extendió los brazos, repitiendo.
—Listo.
—¿Terminaron? —pregunté—. ¿Con la instalación? ¿Con todo?
—Listo —dijo Jonah—. Con nueve días libres.
Tania echó a reír.
—Necesito abrazar a alguien, además del jefe aquí, o voy a explotar.
—A mí —chillé, echando a correr. Abracé a Tania como el infierno, luego, me volteé
para pasar mis brazos alrededor del cuello de Jonah.
—Santa mierda —dijo él—. Está terminado.
A la vez, no me gustó esa palabra. A la vez, la tierra desapareció bajo mis pies. 224
Cambió a miles de emociones, me aferré más a Jonah, apretándolo con fuerza a mí,
extrañamente temerosa a dejarlo ir. Aterrorizada de algo que aún no podía nombrar.
Listo.
Terminó.
Me aparté lo suficiente para mirarlo a los ojos.
—¿Estás feliz con ello?
—Creo que aún sigo sorprendido. He estado haciéndolo por tanto tiempo... —Me
miró y me dio una sonrisa titubeante—. Eme dice que va a enviar un camión por las
últimas piezas y todas las cosas que estarán a la venta.
—No puedo creerlo. —Tomé su cara y lo besé—. Estoy tan orgullosa de ti.
—Gracias —dijo, sin embargo, sus ojos reflejaron la misma emoción extraña
oprimiendo mi corazón. Su mirada desconcertada se mantuvo fija en mí, mientras
lentamente sacudió la cabeza—. Está terminada...
—Jonah —dijo Eme Takamura, estrechando mi mano—. Estoy tan contenta de
verte de nuevo.
La curadora de la Wynn Galleria estaba fresca y elegante en un traje gris oscuro
de raya diplomática, impecablemente entallado a su pequeña figura. Era negocios de
la cabeza a los pies, pero una flor de hibisco roja de seda metida detrás de su oreja le
daba una artística explosión de color.
—Esto es tan emocionante —dijo mientras caminábamos por el vestíbulo. Su voz
era cálida y ligeramente acentuada—. Mi equipo está en el espacio, esperando por tu
guía para montar tu obra maestra. Tu asistente mandó por fax los bocetos y el
diagrama, y Wilson, es nuestro líder del equipo, me dice que las especificaciones entran
en el presupuesto. Un ajuste perfecto. 225
—Eso es genial. Muy buenas noticias.
—¿Estás bien, Jonah? —preguntó, alzando la mirada hacia mí—. Te ves un poco
pálido.
—Estoy muy nervioso —dije con una breve risa—. No quiero que apeste.
Ella se rió, un estirado y delicado sonido en la parte de atrás de su garganta.
—Sí, preferiría que no apestara también. Pero de las piezas que he visto, todavía
en sus cajas, no te preocupes, creo que has evitado ese destino.
—Hablando de nervios, ¿has oído algo más del señor Chihuly?
—Desafortunadamente no. Pero para mí, todavía pretende ver la exhibición la
noche de apertura. Cuento la falta de noticias como buenas noticias.
—Así lo haré.
Me guió por la galería, un pequeño espacio con forma de L, explicándome cómo
sería exhibido mi vidrio. El ala larga contendría las piezas individuales para la venta y
la exposición sería en el ala más corta.
Ya habían levantado andamios en el ala corta, y un equipo de dos hombres y una
mujer estaban llevando cuidadosamente las cajas desde una habitación adyacente de
almacenaje. Cada caja estaba marcada con números y su localización generalizada en
la exposición.
Eme me presentó a Wilson, el líder del equipo. Supuse que tenía unos cincuenta
años, era un tipo construido como un barril que se veía como si fuera a romper el
vidrio.
Debió leer mis pensamientos porque rugió una risa mientras estrechaba mi mano,
diciendo:
—Vengo de un estudio de vidrio en Los Ángeles. Sé que parezco un leñador, pero
no voy a romper nada.
—Confío en ti —dije. No es que tuviera otra opción. Los nervios se dispararon en
pequeños estremecimientos en mis manos y pies, haciendo que se entumecieran.
Esto es todo. En realidad, esto está pasando.
—Mi asistente debería estar aquí en cualquier minuto —dije—. Déjame llamarla
para ver dónde está.
—Está aquí —gritó Tania, apresurándose—. Lo siento tanto. Accidente en el
bulevar. Uno malo también. Atascó todo.
Fue presentada al equipo y lego todos los ojos se volvieron hacia mí.
—¿Preparado? —preguntó Tania.
Inhalé un enorme aliento.
—Vamos a hacer esto.

226

Lo dejamos alrededor de las cuatro. Los otros trabajadores se fueron y Tania y yo


nos hundimos en un banco, evaluando el trabajo hasta ahora.
—Va a ser brillante —dijo—. Mira eso. Ni siquiera hay un tercio montado y ya es
impresionante. Lo hiciste.
—Lo hicimos. Esto no hubiese ocurrido sin ti.
Miré a mi vidrio, a las espirales amarillas y los lazos azules que habían sido
conectados y suspendidos del techo hasta aquí.
—¿Crees que Kacey lo amará?
—Cariño, Kacey va a perder su mente. —Puso un brazo sobre mis hombros—. Y
si no te importa que te lo diga, estoy muy contenta de que esté aquí para compartir
esto contigo. Que la tengas para compartirlo.
—Yo también —dije. Todo el día, a través de las complejidades mentales y físicas
de montar el vidrio, mis pensamientos nunca habían estado lejos de Kacey. Estuvo
conmigo todo el tiempo. Cientos de veces dejé el trabajo para mirar sobre mi hombro,
seguro de que ella se encontraba allí mirando.
La extrañaba.
Tania le dio un tirón a mi camiseta.
—¿Quieres salir? ¿Tomar una cena temprana?
—No tengo hambre —dije—. Tengo que llegar a la A-1 pronto de todos modos.
—Mierda, deberías dejarlo. En una semana, vas a ser famoso.
Rodé mis hombros.
—No sé sobre eso.
—Yo sé sobre eso. ¿Has visto la lista de invitados de Eme? —Silbó bajo entre sus
dientes—. Incluso sin Chihuly, va a ser una multitud de oro, y todos aquí para verte.
—Se levantó del banco y estiró su espalda—. Tal vez deberías tomarte la noche libre.
Lleva a Kacey a algún lugar y celébralo.
—Buena idea. Podría hacer eso.
Revolvió mi cabello.
—O tal vez deberías tomarte la noche libre y dormir un poco. Pareces necesitarlo.
Después de que se fuera, me senté por unos momentos más, mirando alrededor
de la habitación.
Esto está sucediendo.
Me puse de pie. O lo intenté. Mi respiración se atoró con fuerza en mis pulmones,
luego desapareció sin que siquiera exhalara. Intenté aspirar otra y no pude pasarla de
mi garganta, como si tuviera una banda de acero envuelta alrededor de mi pecho.
Oh, mierda…
227
Me senté de nuevo, aspirando superficiales jadeos de aire.
Tranquilo. Con cuidado y tranquilo, me dije, incluso cuando mi corazón hizo un
sonido metálico en mi pecho. Mi mirada se disparó alrededor por un trabajador
extraviado encerrado o por el conserje. Alcancé mi teléfono para llamar al 911…
¡No! No es tan malo. No es…
Poco a poco, la banda alrededor de mis costillas se aflojó. Finalmente, cayó y pude
inhalar desde el fondo de mi estómago.
Fatiga. Había estado trabajando mucho. Eso era todo.
Asentí, me levanté cuidadosamente del banco y me fui de la galería. Mi paso fue
seguro, mi respiración profunda y regular. Pero cada terminación nerviosa gritaba por
Kacey. La necesitaba. Cada inhalación y exhalación marcaba los segundos que pasaba
sin ella y los sentí deslizarse por mis dedos como arena.

Tomé algo del consejo de Tania y llamé para avisar de que estaba enfermo a A-1.
La primera vez que lo hacía en los cinco meses que llevaba trabajando allí. Harry estuvo
molesto por la repentina noticia, y me pregunté por qué no me molestaba más, dejarlo
en un aprieto.
Porque Kacey es más importante que conducir de un lado al otro de la Strip toda la
noche.
Tenía casi una necesidad desesperada de verla. Froté mis palmas por mis muslos
como si fuera un yonqui ansiando una dosis. La llamé y aunque también tenía que
trabajar, se las arregló para escapar.
Llevé a mi hermosa novia a un restaurante elegante en el Mandalay Bay, el cual
tenía vistas a la brillante Strip. Ella estaba más radiante que todas las luces más allá
de las ventanas y se burló de mí por mirar fijamente más de una vez.
La comida era deliciosa y lo que necesitaba después de un día largo y emocional
y físicamente agotador. Para el momento en que dejamos el restaurante, mi necesidad
de estar con Kacey se había convertido en un feroz deseo de tenerla a solas. Habíamos
planeado ver otro espectáculo en la fuente del Bellagio, pero mientras esperábamos la
cuenta, me deslicé incluso más cerca de ella en nuestra cabina.
—Quiero llevarte a casa —dije en su oído, mis manos se deslizaron por el suave
material de su vestido. Llevaba unas elaboradas botas altas hasta el muslo que se
ataban al frente y un vestido abotonado negro, cada botón desabrochado excepto por
unos pocos en el medio. La tela acampanada revelaba el suave valle de su escote y la
abertura acampanada justo por encima de sus botas cuando caminaba.
—¿Sin espectáculo acuático? —preguntó.
—¿Te importa si nos lo saltamos?
Su mano se deslizó entre mis piernas, sobre mi pantalón de vestir. Encontró mi
228
creciente erección y le dio un apretón gentil.
—Quiero esto más —susurró en respuesta.
En mi casa, deshice las ataduras de sus botas —una a la vez— y los botones de
su vestido —también uno a la vez—, hasta que estaba en su sujetador negro de encaje
y bragas. Luego celebramos la exposición. Celebramos largo y duro en la noche, hasta
que colapsamos sobre las almohadas, exhaustos y saciados. Mi cuerpo se sentía
pesado y vibrante con los clímax menguando. Kacey era suave y blanda, acurrucada
junto a mí, con su cabeza apoyada en mi hombro. El reloj de la radio daba las dos
cincuenta de la mañana.
—Estuviste intenso esta noche —dijo.
—No te hice daño, ¿cierto?
—Dios, no. —Se acurrucó más cerca—. Podría no ser capaz de caminar mañana,
pero valdrá la pena.
Estiré el cuello para besar su cabello.
—Sólo hago lo que dijiste en Great Basin. Tomar cada momento y exprimirlo por
todo lo que vale.
—Me preguntaba… —Dejó que sus dedos se movieran por mi pecho, por mi
cicatriz y por mi hombro—. Si has pensando más en dejarme invitar a algunos de tus
viejos amigos de UNLV a la exposición la semana que viene. Carnegie también, aunque
eso va a ser con poca antelación. Sé que no…
—Sí —dije sin pensar—. Invitemos a algunos. Los amigos a los que era más
cercano.
Kacey levantó su cabeza para mirarme, con una sonrisa radiante.
—¿En serio?
Asentí.
—Intentaré buscar algunas direcciones de correo electrónico para ti. Estoy seguro
de que pensarán que soy un imbécil por esperar hasta ahora…
—Me aseguraré de que no lo hagan. Les explicaré que estabas ocupado, en fecha
límite, pero ahora tu proyecto está terminado. —Kacey se apoyó sobre sus codos, la
turgencia de sus senos se presionó contra mi pecho—. Estoy tan feliz de que cambiaras
de idea. ¿Puedo preguntar por qué?
Empecé a decirle que fue para hacerla feliz, o que realmente quería ver a mis viejos
amigos. Le dije la verdad, en su lugar.
—No lo sé. No se siente tan importante como lo hizo una vez para alejarlos.
Trazó una forma en mi pecho con su dedo.
—Tal vez es porque lograste lo que tenías la intención de hacer. Sin distracciones.
—Sonrió tímidamente—. Bueno, excepto por una.
—Una hermosa e increíble distracción. —Atraje su boca a la mía, besándola 229
suavemente al principio, luego más profundamente.
Necesitas tomarlo con calma…
—Mantén ese pensamiento —murmuré contra sus labios—. Necesito agua.
¿Quieres un poco?
—Claro.
Me levanté y fui desnudo al cuarto de baño. La luz acribilló mis ojos cuando la
encendí y se encogieron ante el molesto resplandor. Intenté tomar uno de los dos vasos
del lavabo y lo perdí porque luces blancas estaban de repente bailando en mi visión.
Me agarré al mostrador mientras el suelo giraba bajo mis pies y mi respiración se volvía
superficial.
¿Qué diablos…?
El episodio, o lo que sea que fuera, pasó en momentos. Mi visión se aclaró y respiré
profundamente un par de veces hasta que recuperé el equilibrio. Un efecto secundario
de las medicinas, probablemente. O más probablemente me había excedido con Kacey.
Era probablemente eso. Incluso cuando la estaba tomando como un loco, sabía que
era demasiado. Pero esta noche no podía tener suficiente de ella. Necesitaba llenar mis
manos con ella, tocarla por todas partes, inhalarla, absorberla, como si pudiera
llevármela conmigo incluso cuando nos separáramos.
Con cuidado y tranquilo. Relajado. La exposición está terminada y tienes todos los
días libres para verla.
Llené los vasos de agua con manos firmes y regresé al dormitorio.
—Gracias —dijo Kacey y bebió el suyo mientras subía a la cama. Dejó su vaso en
la mesita de noche y tomó el mío cuando terminé—. Ahora… ¿dónde estábamos?
Me besó suavemente, luego seductoramente, pero me retiré con suavidad.
—El día finalmente me ha alcanzado. O eso o me has agotado. Casi que lo último.
Resopló un dramático suspiro.
—Bromista.
—Lo sé. Ven aquí.
La envolví en mis brazos, metí su cabeza bajo mi barbilla y besé su cabello. Incluso
después del sudoroso y voraz sexo, todavía olía a caramelo. Llené mis pulmones con
ella, llevándola conmigo al sueño, donde soñé con un barco balanceándose suavemente
y la velozmente desvanecida orilla.

230
Era la noche de inauguración de la instalación de Jonah en la Wynn Galleria. No
había estado tan nerviosa y emocionada desde la noche anterior al primer gran
concierto de Rapid Confession.
Milagrosamente, no quería una bebida. No había tomado una copa desde que
había abandonado la banda y tampoco había fumado un solo cigarrillo. Tenía el
impulso de vez en cuando, pero nunca fumaría cerca de Jonah, y si fumara en mi
apartamento, el humo estaría por todas partes cuando él viniera.
Así que di una patada a dos malos hábitos. Uno para mí, uno para él.
Me puse un pequeño vestido negro que llegaba a la mitad del muslo en la parte
delantera, con tiras anchas en los hombros y una falda que cubría mis pantorrillas por
la espalda. 231
—Es un mullet inverso —le había dicho a Jonah por teléfono más temprano ese
día—. Fiesta por delante, negocios en la parte posterior. ¿Crees que será apropiado?
—No lo sé —dijo—. Mi principal preocupación es cuán fácil se quita.
La broma era un alivio. Jonah había estado distraído, nervioso y estresado esta
última semana de la carga. Todavía no había visto el producto terminado, y la
anticipación me cruzaba el estómago mientras amontonaba mi cabello en la cabeza,
dejando caer algunos bucles sueltos. Apliqué mi estilo de maquillaje habitual con ojos
ahumados y labios rojos brillantes, y luego paseé por mi pequeña sala de estar,
esperando. Una mirada por la ventana reveló una lustrosa limusina negra
deteniéndose al frente de mi edificio, justo cuando mi teléfono sonaba con un texto
entrante:
Aquí, pero llegando tarde. ¿Nos reunimos abajo?
Corrí hacia abajo y llegué a la acera justo cuando el conductor abrió la puerta del
pasajero y Jonah salió. Se quedó inmóvil cuando me vio, con la mandíbula abierta por
un instante.
—Lo tengo —le dijo al conductor, que inclinó la gorra y volvió a sentarse detrás
del volante.
—Buenas noches —dije.
—Te ves… —Sacudió la cabeza cuando se acercó y deslizó sus brazos alrededor
de mi cintura.
—No es necesario —dije—. Me encantan tus cumplidos silenciosos.
—Cada vez que te veo, pienso: Esto es todo. No puede lucir más hermosa que ahora.
Y luego te veo la próxima vez.
Las lágrimas saltaron a mis ojos mientras corría mis manos por las solapas de su
traje gris oscuro.
—Te ves... tan guapo, Jonah. Dios, ¿qué pasa conmigo? —Presioné la parte
posterior de mi muñeca cuidadosamente debajo de un ojo, luego abaniqué mi cara—.
No sé de qué se trata esto. Es una noche especial para ti y estoy muy contenta y
orgullosa... Emocionada por ver tu hermoso cristal. Mierda, tendría que traer una caja
de pañuelos. Sé que lo necesitaré.
Jonah se inclinó y me besó en la boca.
—Gracias por estar aquí conmigo.
Podía sentir la tensión enroscada en sus músculos. Su expresión lucía afligida,
como si tuviera mil pensamientos en su mente y quisiera decir más. Pero las luces de
las calles parpadeaban sobre nosotros. La noche había comenzado a caer, y Jonah se
volvió para llevarme a la limusina.
—¿Cortesía de A−1? —le pregunté.
—Dios, no —dijo Jonah, deslizándose a mi lado—. Eme lo envió. Es algo ridículo,
pero no pude dejarlo marchar y arruinar la noche del conductor. Pero me alegro de que 232
no sea de A−1 o sería el cuento de nunca acabar de los chicos.
—Me encanta Eme por hacerlo —dije—. Te lo mereces.
—No lo sé —dijo Jonah.
La limusina se alejó de la acera y Jonah se volvió para ver pasar Las Vegas por la
ventana. Su pierna se levantó y deslicé la mano en la suya. La sostuvo firmemente todo
el viaje, y luego le dio un apretón casi doloroso cuando llegamos al Wynn.
—Mierda —murmuró.
La parte delantera del hotel era una cabalgata rotativa de sedanes, limusinas y
coches, derramando invitados vestidos con trajes semi−casuales.
—No pensé que habría tantos —dijo Jonah—. Eme debe haber invitado a la mitad
de Las Vegas. —Se volvió hacia mí, su hermoso rostro retorcido por el pánico—. ¿Qué
hago si lo odian?
Comencé a decirle que no iban a odiarlo, pero sabía por mi propia experiencia de
poner mi alma en exhibición, vertiendo mi corazón en una canción y luego
entregándola a alguien más. Por supuesto que no lo odiarán no era una gran medida
contra esa clase de ansiedad.
—¿Te gusta? —le pregunté—. ¿La instalación es todo lo que imaginaste?
Jonah asintió.
—Sí, lo es.
Sonreí y me encogí de hombros.
—Ahí lo tienes.
Él soltó una risa corta.
—Bueno, eso fue fácil. —Acarició mi mejilla, estudiándome intensamente, y abrió
su boca para decir algo más. Me besó en su lugar, justo cuando el chofer abrió la
puerta para nosotros y era hora de entrar.
La larga ala de la galería en forma de L mostraba las piezas individuales para la
venta, cada una de pie a la vista, plataformas oblongas de diferentes alturas. Botellas
y jarrones decorados con colores en patrones complejos y precisos. Esferas y cubos
que contenían ramos de flores imposibles. Un racimo de flores silvestres púrpuras y
amarillas tenía abejas que planeaban sobre él. Otro parecía como si estuviera
suspendido bajo el agua, borrosa y fluida en su forma. Otras piezas colgaban del techo
en marañas de vidrio multicolor. Algunos eran lámparas, sus bombillas escondidas
entre los espirales.
Tuve que morder el interior de mi mejilla mientras caminábamos entre la gente
formalmente vestida asimilando el magnífico trabajo de Jonah. Bebían champaña de
las copas de cristal o comían delicados bocadillos de las bandejas de los camareros
que pasaban. Una corriente de conversación entrecortada y sorprendida se tejía a
través de la multitud en movimiento. En cada dirección que giraba la cabeza, escuché
a los invitados exclamar cuán hermosa era la copa y cuánto gastarían voluntariamente
para llevarse una pieza a casa con ellos. 233
Jonah miró hacia delante, su mano sosteniendo la mía firmemente, mientras nos
dirigíamos al extremo más corto de la L, donde colgaba su instalación. Doblamos la
esquina y nos unimos a la multitud reunida, todas sus voces y jadeos apuntando hacia
el techo.
Un mar…
Yo también miré hacia arriba. Tres metros arriba hasta una cascada de cristal de
todas las tonalidades de azul. Cintas y rizos surgían de ella, algunos barbudos en
espuma opalescente. Se derramaba por debajo de una esfera situada en el centro. Un
sol naranja, rojo, oro y amarillo. Una bola de fuego llena de lava fundida.
En el fondo de la cascada, el agua se transforma en un plácido azul hecho de
destellos de vidrio, como platos de forma cuadrada con bordes ondulados, cada uno
de cincuenta centímetros de largo e igual de ancho. Hoja de nenúfar en verde, cubiertas
con racimos de flores de cristal rosa, salpicaban el lago azul que se extendía por el
suelo. Las luces ocultas en lugares estratégicos iluminaban la vida animal entre el
agua y el verdor: peces de cristal con escamas de bronce, cubos de coral y algas
marinas, e incluso un pulpo, con sus tentáculos abanicados y extendidos.
Mi mano en la de Jonah estaba tan apretada, que mis nudillos dolían.
—Jonah, es... —No tenía palabras para lo que vi.
Se volvió para mirarme y solo pude mirar hacia atrás.
—Gracias —dijo.
Mis ojos lentamente distinguieron a Tania, Dena y Oscar, los padres de Jonah y
Theo entre la multitud. Entonces Eme Takamura nos vio. Sin decir una palabra,
señaló, esperó a que las miradas siguieran, luego comenzó a aplaudir. El resto de la
gente se unió al darse cuenta de que el artista estaba con ellos. Pronto el espacio se
llenó de aplausos y Jonah dio un paso atrás, abrumado. Lo empujé suavemente hacia
adelante.
—Es todo para ti —susurré—. Ve a buscarlo.

El resto de la noche estuvo un poco borroso. Dena, Oscar y Theo se quedaron


conmigo, mientras Jonah, Tania y los Fletcher fueron guiados por Eme, presentándolos
a varios artistas, coleccionistas y críticos. Mis ojos no tuvieron suficiente de Jonah
siendo saludado y felicitado por su hermoso legado. Entonces los amigos de UNLV se
acercaron y Jonah fue rodeado y abrazado, una y otra vez, por gente que no había visto
en casi dos años.
—Su trabajo es asombroso —dijo Dena, admirando una gran escultura en forma
de huevo llena de fragmentos geográficos, como un prisma, piedras preciosas en
colores pastel flotando entre ellos—. Hemos visto su trabajo en UNLV pero esto... lo ha
llevado a un nuevo nivel.
—Es un maldito genio —dijo Theo. Estaba menos formal que cualquier otra 234
persona, aunque todavía me parecía que se veía muy guapo con una camisa negra
abotonada enrollada hasta justo por debajo de sus codos, revelando sus antebrazos
entintados.
—¿No hay fecha, T? —preguntó Oscar.
Theo sacudió la cabeza.
—Eso es lo primero.
Theo se encogió de hombros y murmuró algo ininteligible contra la boca de su
botella de cerveza.
—¿Chihuly está aquí? —pregunté. Si el ídolo de Jonah llegara, la noche estaría
completa.
Dena escudriñó a la multitud de un lado a otro de la larga L.
—No lo creo. Al menos no todavía.
—Él aparecerá —dijo Oscar.
—Más le vale —dijo Theo.
Apenas lo dijo, la multitud se separó, y un hombre entró, flanqueado por un
séquito de cuatro. Era bajo, fornido y rubio, vestido de negro. Su cabello plateado le
rozaba los hombros y un parche negro cubría su ojo izquierdo.
—¿Theo...? —susurré, agarrando su mano.
—Es él —dijo Theo.
Mi mano se apretó más tensa y conteniendo mi aliento mientras este hombre, este
maestro del cristal, esta leyenda se acercó a Jonah y dio un golpecito en su brazo.
Jonah se dio vuelta. Su rostro se dio vuelta de revés, transformándose entre asombro,
conmoción y reverencia.
—Jesús, míralo —dijo Theo suavemente.
Parpadeé lágrimas cuando Dale Chihuly le ofreció a Jonah su mano y Jonah la
estrechó. Yo estaba muy lejos para oír cualquier palabra, pero Chihuly estaba animado
mientras hablaba, sus brazos haciendo gestos, sus dedos apuntando a diferentes
piezas. La cabeza de Jonah se balanceó. Su boca formando gracias una y otra vez.
Entonces él y Chihuly se movieron alrededor de la curva en la L y desaparecieron de
nuestra vista.
—Oh, Dios mío, Theo —susurré.
Levanté la vista para verlo parpadeando con fuerza, con la mandíbula apretada
de tal manera que los músculos se tensaron debajo. Me miró y sus pupilas se dilataron,
dejando que las lágrimas se acumularan.
—Vino —dijo Theo—. Y le gusta el trabajo de Jonah. Vimos que sucedió.
Asentí, luchando contra las lágrimas.
—Lo vimos —dijo—. ¿Sabes a lo que me refiero?
235
Lo sabía. Jonah conoció a su ídolo. Su héroe elogió la obra. Theo y yo lo
presenciamos. Sería para siempre uno de los momentos más preciosos de nuestras
vidas.

Durante una hora, Jonah y Dale Chihuly se sentaron en un banco frente a la


cascada de cristal, profundamente enfrascados en la conversación mientras la
multitud disminuía a su alrededor. Finalmente, el maestro se puso de pie, estrechó las
manos de buen grado con Jonah, luego con Eme y Tania, y salió de la galería con su
pequeño séquito.
—Vendido todo —dijo Eme, consultando su iPad—. Toda la exposición se agotó.
Hasta la última pieza. Se fue.
Jonah se pasó una mano por el cabello, mirando alrededor su trabajo, su rostro
feliz, aturdido y un poco cansado.
—Felicidades —dije, abrazándolo con fuerza—. Pero necesito una palabra mejor.
Una palabra más grande.
—Ni siquiera ella tiene palabras —dijo Oscar, moviendo un pulgar hacia Dena—.
Ni siquiera una cita de Rūmī.
Una mano que cubría su sonrisa temblorosa, Dena sacudió la cabeza.
—Estoy confusa.
Oscar se quedó boquiabierto.
—¿Oyeron eso, damas y caballeros? Jonah se reunió con viejos amigos, vendió
todo su espectáculo, conoció a su ídolo, y, maravilla de todas las maravillas, Dena
Bukhari sin palabras.
Dena lo empujó.
—Desafortunadamente para ti fue sólo una pérdida momentánea. —Ella levantó
su copa de vino—. Rūmī dijo: “Deja que la belleza de lo que amas sea lo que haces”. Yo
brindo por nuestro querido amigo, Jonah, cuya exhibición es la encarnación de esas
palabras. Has creado tanta belleza, amigo mío, el mundo no puede dejar de estar
agradecido por ello.
En la limusina en el viaje a casa, me senté con mi sien apoyada en el hombro de
Jonah.
—Dena tiene razón, ¿sabes? —dije—. El mundo del arte va a volverse loco contigo.
Y tú mereces cada parte de ello.
Él asintió con la cabeza contra la mía.
—Un legado —dijo—. Eso es todo lo que quería. —Sus dedos levantaron mi
barbilla y me miró, sus cejas fruncidas en la penumbra—. Nunca pensé pedir más.
Una punzada de inquietud manchó mi felicidad, como una gota de tinta negra en 236
un tazón claro.
—¿Estás bien? Pareces un poco...
—Cansado —dijo Jonah—. Esta noche fue... surrealista. Más de lo que jamás
había imaginado. Me siento un poco impactado.
—Vamos a tu casa —dije, con mi mano en su muslo—. A celebrar.
Él sonrió y tomó mi mano en la suya.
—¿Tiene algo en particular en mente?
—Puedo pensar en algunas cosas.
Pero de regreso en casa, después de que él se cambiara de su traje y saliera del
baño en pantalón de dormir, fue un asunto diferente.
—Sé que me arrepentiré más tarde —dijo, su mirada se arrastró sobre mí mientras
me tumbaba en su cama con mi ropa interior de encaje rojo—. Pero estoy cansado.
¿Me das unas horas para recargar?
Lo pospuse y le di un beso de buenas noches. Me acurruqué junto a él y cerré los
ojos, esperando despertarme en la parte más profunda de la noche con besos a lo largo
de mi cuello, su habitual línea de ataque. En lugar de eso, mis ojos se abrieron de
repente a plena luz del día. En el reloj de la mesita de noche se leía las seis de la
mañana. Jonah seguía durmiendo, su cálido aliento flotando sobre mí.
No es gran cosa, pensé. Había estado trabajando sin parar en su cristal durante
meses. Ninguna sorpresa del porqué se vino abajo. Necesitaba —y merecía— un largo
descanso.
Dormí hasta que su alarma del reloj se apagó una hora más tarde, indicando que
era hora de sus medicamentos. Entró en la cocina y me quedé entre dormida y
despierta, anticipando agradablemente su regreso, segura de que haríamos el amor
ahora. Pero en su lugar se metió de nuevo en la cama, envolvió sus brazos alrededor
de mí y volvió a dormir.
Ahora me quedé completamente despierta, escuchándolo respirar. Dentro y fuera,
un metrónomo susurrante, guardando el tiempo, contando minutos.
Cuando finalmente se despertó eran las nueve menos cuarto, frunció el ceño ante
el reloj como si no pudiera creer lo que decía. Vi una astilla de miedo en sus ojos, y
sentí que su gemela se deslizaba hacia mi corazón.
—Ven aquí —susurré. Lo besé con fuerza, y él respondió de inmediato, con
gratitud. Caímos uno sobre el otro, agarrando y meciéndonos hasta que la cabecera
golpeó la pared.
Después, me dije que fue la intensidad con la que hicimos el amor lo que hizo que
Jonah volviera a dormir.
Nada más.

237
Dos días después de la inauguración. Dos días de Jonah durmiendo hasta tarde,
andando solo para tomar sus medicinas, y luego volviendo a la cama. Dos días de él
dando vueltas, navegando por Facebook en su teléfono, apenas diciéndome una
palabra, o viendo el ruido estúpido de la televisión. Dos días de creciente tensión entre
nosotros que no tenía ningún origen, pero que me asustaba hasta los huesos.
Al tercer día, Jonah y yo desayunamos en el café Baby Stacks, una tienda de
tortitas en Strip. Había sido mi hábito pedir los mismos tipos de comida que tomaba
Jonah, parcialmente por solidaridad, pero también porque los sentía más saludables.
Todo lo que había hecho desde que me mudé a Las Vegas había sido mejor para mi
salud, mental y física.
La camarera vino a tomar la orden. 238
—Yo tomaré una tortilla de huevo… —empecé.
—Jesús, Kace, consigue unas tortitas si las quieres —dijo Jonah—. Pide lo que
quieras. —Su sonrisa vino un poco tarde—. Tienen unas tortitas matadoras.
Me quedé mirando mientras se giraba hacia la camarera.
—Yo pediré una ración pequeña, un descafeinado y a un lado patatas fritas.
—Las patatas fritas son muy grasosas —le dije.
Él entregó el menú a la camarera sin mirarme.
—Uno no puede hacer daño.
Yo pedí la tortilla de huevo con fruta y café. La camarera cogió nuestros menús y
se fue. Los ojos de Jonah estaban en la mesa, las cejas fruncidas mientras giraba la
cuchara entre sus palmas, como un mini soplete.
—Oye —dije suavemente.
Me llevó tres intentos de decir su nombre antes de que levantara la mirada.
—Perdona Kace, ¿qué pasa?
—Dímelo tú. Has estado yendo de un extremo a otro últimamente.
—¿Lo he hecho?
—Sí, lo has hecho. Me siento mareada de intentar mantenerme al día.
Se marchitó un poco y se acercó a la mesa para tomar mi mano.
—Lo siento. Estoy un poco distraído últimamente. No estoy acostumbrado a tener
tanto tiempo libre. No sé qué hacer conmigo mismo. Supongo que eso me pone un poco
irritable.
Sí, está bien. Eso tiene sentido.
Le apreté la mano.
—¿Por qué no vamos al taller de todos modos? ¿Hacer algo solo para ti?
Se encogió de hombros y murmuró algo que sonó como, “Tal vez”, y soltó mi mano.
Silencio.
—Tania me dijo que tres galerías diferentes quieren tu obra —digo finalmente—.
Londres, París y Nueva York. Esa es la trifecta del mundo del arte ¿no?
—¿Por qué Las Vegas no es suficientes? —Agitó una mano—. Es cristal. Cómo
piensan que lo pueden mover cruzando el océano está más allá de mí, pero pueden
intentarlo.
Me siento de nuevo en mi silla. Sintiendo como si estuviera tomando un desayuno
con un extraño. O peor, mi padre.
Diez minutos más de silencio opresor antes de que nuestra comida llegara. Tomé
mi tortilla, mi apetito desaparecido. Jonah miró su plato de comida y finalmente pinchó
una porción de patata. Miré desde debajo de mis pestañas mientras lo masticaba
lentamente, como si fuera un trozo de arcilla gris. Tragó duro y bajó la comida con un 239
sorbo de agua. Entonces alejó el plato entero.
—Supongo que no tenía tanta hambre.

Después de lo que llamara para siempre el Peor Desayuno Jamás, nos dirigimos
a Vegas Ink. Quería un nuevo tatuaje y había establecido que era tiempo de visitar el
estudio de Theo y ver su trabajo.
Jonah no dijo casi nada en el camino. Pero justo cuando el silencio comenzaba a
ser opresivo, de repente encontró su sonrisa, cogió mi mano y presionó sus labios.
Vegas Ink estaba situado en un mini centro comercial al lado de la Strip. Sus
paredes eran de color rojo fuego y cubiertas de ejemplos enmarcados de la obra de
tatuadores que trabajaban allí. Las sillas estaban repletas de falso cuero, también de
color rojo, y tres artistas estaban inclinados sobre sus clientes, Theo entre ellos. El
zumbido de las agujas era casi ahogado por la explosión de heavy metal que salía del
sistema de sonido. Una recepcionista con la cabeza afeitada nos dijo que diría a Theo
que estábamos aquí. Tomamos un asiento en la zona de espera, que era realmente
nada más que un banco tapizado cerca de la puerta principal, frente a una pared de
fotografías. Los clientes antiguos que revelaron los tatuajes frescos, su piel todavía en
relieve, roja.
Jonah se hundió fuertemente en el banco y recogió un número de la revista Inked.
—¿Alguna idea de lo que vas a conseguir? —preguntó. Era la primera vez que
hablaba voluntariamente en toda la mañana.
—Ninguna —dije—. Pero estoy ansiosa de conocer el trabajo de tu hermano.
—Es talentoso como el infierno —dijo Jonah—. Mi padre le da mucha mierda por
ello. Lo verás cuando revises su portafolio.
Asentí y esperé hasta que Theo giró la pequeña esquina, llamando.
—Hola, chicos.
El mero hecho de que sonara optimista y animado me llenó de alivio y apenas me
puse en pie.
—Oye. Gracias por dedicar el tiempo para mí.
Theo sacudió la barbilla hacia Jonah.
—¿Vienes?
—Adelántense —dijo Jonah—. Tengo que llamar a Eme. Ver lo que está pasando
con las piezas en venta.
—¿No vas a ayudarme a escoger algo? —pregunté, incrédula. Forcé mi sonrisa
más salvaje—. ¿O en qué parte del cuerpo ponérmelo?
Detrás de mí, Theo tosió.
—Sorpréndeme —dijo Jonah. Sacó su teléfono celular, la conversación terminada. 240
Con las mejillas encendidas, seguí a Theo hasta su silla, pasando a los otros
artistas. Uno de ellos era un tipo enorme y fornido con una cabeza calva y tatuada,
que ponía un aerosol femenino de flores violetas en el brazo de una mujer. El otro
artista era una mujer joven en ropa negra y maquillaje pesado. Tenía grandes ojos de
color verde pálido, casi caricaturescos en su rostro pequeño. Parecía un hada gótica.
Ella me dio un cabeceo mientras secaba la sangre que goteaba de un colmillo de una
cobra que silbaba en la parte posterior de la pantorrilla del joven.
Me hundí en la silla de Theo y saqué un pañuelo de la caja que él usó para limpiar
la sangre. Me limpié los ojos, pero no tenía lágrimas. Mis emociones estaban demasiado
enredadas para que mi cuerpo supiera qué hacer, así que me senté, ansiosa y nerviosa.
Frente a mí, Theo se apoyó contra el pequeño armario con espejos sobre el que estaba
su pistola de tinta, sus agujas y su tinta.
—¿Han discutido? —preguntó en voz baja.
—No —dije—. O sí. Quiero decir, quizás he hecho algo que le haya molestado, pero
no sé el qué. Ha estado actuando muy extraño últimamente. Desde la inauguración de
la galería.
La expresión de piedra de Theo se endureció, pero sus ojos se dirigieron hacia otra
dirección, llenos de preocupación y algo que parecía cercano al miedo. Me di cuenta de
que iba a asustar la mierda fuera de Theo por ninguna buena razón, y agité mi mano
rápidamente.
—¿Sabes qué? Él dijo esta mañana que se siente distraído. Sin tener que estar en
taller todo el día, no está seguro de qué hacer consigo mismo. Creo que sólo se está
descomprimiendo.
Theo asintió lentamente.
—Tiene sentido.
—¿Puedo ver tu trabajo ahora?
Theo me entregó una carpeta gruesa de tres anillos, llena de fotos y muestras de
su arte. Jonah tenía razón: el talento de Theo era increíble. Había visto mi parte justa
de tatuajes. Cada uno de mis tatuajes provenía de alguien diferente, cada uno era
hermoso y perfecto para mí.
Theo le ganaba a todos. Su libro lo tenía de todo: representaciones básicas de
contorno negro, letras en cualquier fuente o letra que pudiera desear. Motociclistas,
rosas, cráneos y serpientes. Retratos realistas, formas abstractas y complejas, paisajes
de sueños, criaturas fantásticas, iconos de cultura pop. Página tras página de visiones.
Si hubiera estado en un mejor estado de ánimo, podría haber pasado horas observando
su trabajo, segura de que no podría reducirlo a una idea o concepto.
—Eres increíble Teddy —dije—. Esto es lo mejor que he visto nunca. Quiero algo
que nadie más tenga, pero tú has hecho difícil que sea difícil reducirlo.
Quiero que Jonah sonría otra vez.
Cerré la carpeta y se la devolví.
—Déjame pensarlo, ¿de acuerdo? Te llamaré o te avisaré si tengo una idea. 241
—Claro —dijo, tirando la carpeta en el cajón superior del armario y cerrándolo.
—Lo siento si robé tu tiempo —dije, bajando de la silla.
—No lo hiciste, Kacey —dijo—. Era la primera vez que decía mi nombre.
Nos dirigimos de nuevo a la zona de espera. Jonah se sentaba inclinado, pasando
el pulgar por encima del teléfono. Él levantó la vista cuando nos acercamos.
—¿Encontraste algo? —preguntó.
Me senté a su lado y le besé la mejilla.
—Aún no. Tu hermano es tan increíblemente talentoso, que tengo que encontrar
algo digno de él.
Theo sacudió la cabeza, con los gruesos brazos cruzados sobre su camiseta negra.
—Lo que pidas, él puede hacerlo —dijo Jonah, finalmente alejando su teléfono.
Los hermanos intercambiaron miradas, la mirada de Theo escudriñaba.
—Esta noche salida con Dena y Oscar —dijo—. ¿Aún no te apuntas?
Jonah sonrió amargamente, una expresión tan diferente a él, que tuve que
parpadear dos veces.
—No hay necesidad de mantener ninguna rutina ahora —dijo—. ¿Cuál es el
punto? Mandaré un texto y te haré saber.
Los brazos de Theo cayeron a sus lados.
—Oscar y Dena esperan pasar el rato ...
—No dije que no, dije que te lo haría saber.
Los hermanos se enfrentaron y luego Jonah dio una sacudida y una risa fea. Se
levantó y salió por la puerta sin mirarme.
Sonreí débilmente a Theo.
—Hablaré contigo pronto.
Me agarró el brazo con fuerza, luego aflojó su agarre, pero no lo soltó.
—Si me necesitas ... Si él me necesita, llámame inmediatamente. ¿De acuerdo?
Comencé a protestar y en vez eso me encontré asintiendo.
—De acuerdo —dije en voz baja.
Dejé Vegas Ink y subí a la camioneta de Jonah, que había dejado en el
estacionamiento.
No me miró cuando cerré la puerta, y finalmente no pude aguantar más.
—¿Qué demonios está pasando? —pregunté—. ¿Sólo sales y me dejas ahí?
—Hace mucho calor —dijo Jonah—. Vine a encender el aire acondicionado.
—Es octubre —dije—. Tal vez haya veintiún grados.
—¿Así que has estado aquí tres meses y de repente eres una experta?
242
Mis ojos se abrieron. Nunca me había hablado así. Ni una sola vez.
—¿Qué te ha pasado? —pregunté—. Has estado diferente desde la inauguración
de la galería. ¿Pasó algo? ¿Dijo Chihuly algo que te molestara?
Jonah sacudió la cabeza.
—No —dijo, su voz suavizándose—. No es nada de eso. Dijo cosas asombrosas
sobre mi trabajo... Ni siquiera puedo recordar las palabras, pero todavía puedo
sentirlas, si eso tiene sentido.
—Entonces, ¿qué te está molestando? Me lo puedes decir.
Jonah encontró mis ojos por primera vez en lo que parecían días, y por una
fracción de segundo, eran el marrón cálido y rico del hombre que conocía. Entonces
una pared bajó y él apretó mi mano.
—Nada me está molestando. Porque no tengo nada que hacer. No más trabajo.
Estoy de humor para ver una película. ¿Tienes alguna película clásica de los ochenta?
Asiento lentamente.
—Alquilé un DVD de Airplane!
—¿Seguramente no hablas en serio?
—¡Hablo en serio! —le contesté sin entusiasmo—. Y no me llames Shirley.
Era una versión dolorosa y torpe de nuestro humor habitual. Una mala imitación
de nuestra típica burla.
Quizá solo necesita una buena risa, pienso.
De vuelta en mi apartamento, nos dirigimos por las escaleras exteriores de
cemento que llevan a la segunda planta. Mis llaves de la casa habían emigrado al fondo
de mi bolso. Sólo cuando las tomé, me di cuenta de que Jonah ya no estaba detrás de
mí.
Me di la vuelta. La pequeña zona frontal estaba vacía.
—¿Jonah?
Retrocedí el camino que había realizado, casi de puntillas.
Estaba sentado a medio camino de la escalera, de espaldas a mí. La forma en que
sus hombros se levantaban y caían rápidamente hizo que el terror se enroscara en mis
entrañas como un vapor venenoso.
No puede respirar.
Bajé las escaleras con las piernas de plomo, agarrando la barandilla de metal
oxidado. Me senté a su lado, ordenándome estar tranquila y no alimentar el pánico.
—Oye.
Sus codos estaban apoyados en las rodillas, las manos y la cabeza colgando
mientras aspiraba el aire.
—Traté de subirlas demasiado rápido —dijo entre respiraciones. Echó la cabeza 243
hacia atrás, parecía un corredor que acababa de hacer un sprint de cuarenta y cinco
metros.
—De acuerdo —dije—. Estoy aquí.
Mi mente recorrió el catálogo de todas las veces en que Jonah había subido
escaleras, o levantado un soplete pesado, o me había hecho el amor vigorosamente. En
todos los casos había estado sin aliento, por el daño que el CAV le estaba haciendo a
su corazón. Pero nunca se había quedado así. Siempre se había recuperado
rápidamente.
Siempre.
—Mentí —dijo Jonah, como si estuviera leyendo mis pensamientos. Recuperó su
aliento lentamente, una inhalación a la vez—. No iba demasiado rápido. Estaba
caminando.
Me miró, respirando, respirando, su frente sudando, y sus ojos... Oh Dios, el
miedo que vi en ellos. Un presentimiento que me aterrorizaba hasta el corazón de mi
alma. Apartó la mirada y sin decir nada más, se detuvo para empezar a subir de nuevo.
Un pie en un escalón. Luego el otro. Quería tocarlo, ayudarlo, pero no podía. No podía
admitirme a mí misma que él necesitaba ayuda.
Una vez en mi apartamento, Jonah fue a la cocina y se sirvió un poco de agua. Se
desplomó contra el mostrador, aspirando profundas respiraciones.
—¿Es la primera vez que esto ha sucedido? —le pregunté, mi propia respiración
llegando bien a mi garganta.
—No —dijo—. Viene y va. Desde justo antes de la inauguración.
—Eso fue hace nueve días —dije—. ¿Tú…?
Mis palabras se ahogaron en un grito cuando Jonah empujó el envase que tenía
sus medicamentos de cada día fuera del mostrador. Las píldoras y las cápsulas se
dispersaron en un spray de azul, blanco y naranja, rodando y chasqueando sobre mis
baldosas de linóleo barato.
Me congelé en el salón, incapaz de hablar.
—Pensé... —Jonah mordió sus palabras, tragó saliva, y luego escupió a las
siguientes de carrerilla—. Pensé que sería suficiente. Pero es sólo puto cristal. Es arena
caliente de mierda. ¿A quién le importa una mierda?
—¿De qué estás hablando? —dije, encontrando mi voz—. ¿Tu trabajo? Es
hermoso…
—Es una mierda. No significa nada. No es importante.
—Por supuesto que lo es.
Dio una risita de incredulidad.
—No, Kace. No. Tú eres importante. Eres lo más importante de mi vida y fui tan
jodidamente estúpido para pensar... para esperar...
Sus palabras se alejaron, y él sacudió la cabeza, los labios apretados, los ojos 244
brillantes.
—No hables así —dije después de un breve silencio—. Te has cansado, ¿y qué?
Has tenido una semana agotadora, dirigiendo un gran evento. Me sentí igual después
de mi primer gran concierto.
Fui a la cocina y me agaché, recogiendo píldoras. Estaban por todas partes, las
lágrimas en mis ojos las empañaban a manchas azules o blancas o anaranjadas. Saqué
el envase desde donde se había deslizado debajo de la nevera y metí los medicamentos.
Todas las píldoras equivocadas en todos los días equivocados, pero podría arreglarlo.
Podría arreglarlo todo. Conocía su régimen. Yo sabía dónde iba cada uno. Podría
arreglar esto.
—No puedes simplemente tirar esto —le dije, inspirando y secándome los ojos—.
Los necesitas. Son importantes.
Jonah se dio la vuelta para inclinar sus manos sobre el mostrador detrás de él,
con la cabeza colgando, sus palabras hacia al suelo.
—No están funcionando.
—Sí lo están.
—Kacey…
—No te rindas —grité, haciéndole estremecerse. Haciéndome estremecer ante la
histeria que estaba al acecho justo debajo de la superficie. Lo miré fijamente, llena de
la hostilidad que acababa de salir de él—. Estás cansado, eso es todo. Ve a tomar una
siesta. Coloca las almohadas en mi cama y toma una siesta. Limpiaré esto y pediré la
cena. Veremos esa película y nos reiremos un montón, ¿de acuerdo?
No me tranquilizó ni me dijo que tenía razón. Se empujó fuera del mostrador y
fuimos a mi habitación. Coloqué las almohadas y él se acostó sin protestar,
hundiéndose pesadamente en la cama.
Porque está cansado y necesita una siesta, pensé, cerrando las persianas. Eso es
todo.
Se pasó el brazo por los ojos, sin decir nada. Yo estaba en la puerta cuando dijo
mi nombre.
—¿Sí? —Me aferré al marco de la puerta.
—Lo siento —dijo desde debajo del brazo. Ahora sonaba genuinamente agotado.
Exhausto hasta los huesos—. Lo siento jodidamente mucho.
—No hay nada que lamentar. Solo descansa. Te sentirás mejor después de una
siesta.
Volví a la cocina. Todavía había píldoras esparcidas por todas partes. Las alcancé,
las recogí y las emparejé en el envase como pude. Las tapas se abultaron. Las píldoras
cayeron de mis manos temblorosas para rodar de nuevo. Alejándose de mí. Todo se
alejaba de mí. Me deslicé por el frente de la nevera y me encorvé en una pelota,
sollozando con las manos puestas en la boca.
Lloré con fuerza, con grandes sollozos que estrangulaban y sofocaban. Lloré hasta 245
que me dolió la cara. Sabía que estaba roja y con lágrimas, mis ojos hinchados. Tenía
que parar antes de que Jonah se despertara y me viera así.
Agarré las últimas píldoras perdidas y me puse de pie. Coloqué el recipiente
cuidadosamente en el mostrador y luego lavé mi cara en el fregadero con agua fría. La
sequé con un trapo para secar los platos, volví hacia mi habitación.
Jonah ahora dormía, sus ojos ya no estaban cubiertos por su brazo. Sus párpados
cerrados eran suaves, su respiración profunda y uniforme. Sólo el más pequeño surco
en su frente, como si lo que le inquietaba lo acompañara al sueño.
Volví a la sala de estar y tomé el móvil de mi bolso. Pediría una pizza. Vegetariano.
Eso era lo mejor para él. O tal vez ensaladas. Demasiado queso en una pizza ...
Encendí la pantalla de llamadas y pulsé un nombre. Una voz profunda y ronca
respondió.
—Teddy —susurré, las lágrimas inundando mis ojos otra vez—. Está empezando.
246
Un hombre que vive plenamente, está preparado para morir
en cualquier momento.
—Mark Twain.
Al día siguiente, Jonah ingresó a las instalaciones de Sunrise Medical para una
biopsia de miocardio. Alguien me comentó, no recuerdo quién, que era un
procedimiento de un día; pero su doctor, el doctor Morrison, quería que Jonah pasase
la noche para más exámenes. Revisión de riñón e hígado, además de un
electrocardiograma.
—¿Eres su novia? —preguntó el doctor Morrison en el pasillo, fuera del cuarto de
Jonah. Theo se detuvo a mi lado.
—Sí —contesté, abrazando mis brazos—. Kacey Dawson.
—Es un gusto conocerte, Kacey —saludó el doctor Morrison. Era un hombre
adorable, con una barba canosa y ojos agudos y amables. Me cayó bien de inmediato,
pero todo el tiempo que intercambiamos cordialidades le grité en mi mente… 247
ARRÉGLALO.
HAZLO SENTIR BIEN.
DEVUÉLVEMELO.
El doctor Morrison explicó qué necesitaría Jonah para recuperarse de la biopsia.
—Sería ideal si alguien estuviera con él durante veinticuatro horas después del
procedimiento. Presumiendo que se le dé de alta mañana por la mañana, como está
planeado.
—¿Por qué no se le daría de alta? —cuestioné.
—No hay razón de momento. Veremos los resultados del examen y partiremos
desde ahí, ¿bien?
Después se nos permitió entrar al cuarto de Jonah. Yacía en la cama, una
intravenosa de líquido claro colgaba sobre él y se conectaba en el dorso de la mano, la
aguja pegada justo encima de su brazalete de alerta médica. Nos lanzó una mirada
como saludo. Había estado callado y triste toda la mañana. Inalcanzable.
Mientras Theo y yo tomábamos asiento al otro lado de su cama, no nos miró a
ninguno de los dos, pero ausentemente pasó por los canales de la televisión silenciada
en la pared.
—Mamá y papá están en camino —comentó Theo.
—No necesitan venir.
—Estás en el hospital —replicó su hermano, apenas manteniendo el tono afilado
en su voz—. ¿Piensas que mamá se quedará lejos?
Jonah se encogió de hombros y no dijo nada.
—Oscar me escribió —continuó Theo—. Está en el trabajo y quiere venir. Él y
Dena, los dos. Les dije que no es una emergencia.
—Bien.
Puse mi mano sobre la de Jonah, consciente de la intravenosa. No reaccionó, no
se movió para tomar mi mano o mirarme. Tragué el dolor rugiendo en mi interior, no
soy lo suficientemente fuerte para esto. No lo soy, no lo soy, no lo soy…
Theo me miró a los ojos, pensativo. Como Lola, listo y esperando que cancelara
justo antes de un gran espectáculo, solo que las probabilidades era un billón más altas.
Sabías que esto vendría, me recordé. Sabías que no serían largos paseos por la
playa en San Diego y haciendo el amor toda la noche, cada noche. Es esto. Esto es real
y ahora vas a quedarte y vas a soportarlo.
Excepto que no pensé que en realidad estaríamos aquí. Siempre me había aferrado
a esa pequeña llama de esperanza y ahora, estaba extinguiéndose.
Una enfermera llegó llevando un carrito y Theo se levantó para darle espacio.
Mientras el doctor Morrison y el técnico se movían alrededor de las maquinas, el ritmo
cardiaco de Jonah latió más rápido, traicionando la estoica expresión de su cara.
248
—Oye —susurré.
Asintió, con sus ojos al frente.
—¿Quieres sostener mi mano?
—La aplastaría. —Giró la cabeza sobre la almohada y me miró por primera vez en
toda la mañana. Entre las frías y planas líneas de su rostro, sus ojos estaban rodeados
de terror. Porque esto estaba sucediendo. Estábamos en este lugar temido y era peor,
mucho peor, de lo que podría haberme imaginado.
No puedo, no puedo, no puedo…
Le solté la mano.
—Tal vez Theo, entonces…
Jonah alzó ligeramente la barbilla, luego la dejó caer.
Le cedí mi asiento a Theo. Él tomó la mano de Jonah en la suya y los observé
intercambiar una mirada. Una conmiseración. Theo sabía qué hacer y Jonah confiaba
en él para que lo hiciera.
El técnico le puso a Jonah una inyección anestésica en el cuello, justo por encima
de la clavícula, mientras el doctor Morrison preparaba unos instrumentos que se veían
horribles.
—Muy bien, Jonah —dijo el doctor Morrison—, vas a sentir un ligero pinchazo y
luego presión.
—Mentiroso —protestó Jonah, todo su cuerpo se tensó y los nudillos se le
pusieron blancos en la mano que sostenía la de Theo.
—Culpable de los cargos —admitió Morrison, moviendo la mirada entre sus manos
y el monitor que ahora mostraba la pequeña cámara bajando por la yugular de Jonah.
Y podía ver todo. Podía ver el interior del cuerpo de Jonah, tomando un estrecho y
oscuro camino hacia el corazón que le estaba fallando—. Ya casi estamos ahí —indicó
el doctor—. Vas genial. Trata de relajarte.
—Exhala —murmuró Theo—. No contengas el aire.
Jonah dejó salir el aire por la nariz, manteniendo los dientes apretados. El monitor
del corazón continuaba latiendo a noventa y ocho pulsaciones por minuto.
—Ya estamos —dijo el doctor y Jonah cerró los ojos.
A través del catéter, Morrison insertó un biotomo; un aparato con pequeñas
abrazaderas en la punta. Este pellizcó un pedazo del tejido del corazón de Jonah, luego
regresó por la vena.
Jonah hizo un sonido profundo en su pecho y tuve que taparme la boca con una
mano para no hacer lo mismo.
—Yyyy terminamos.
El doctor Morrison se giró a la bandeja en la mesa. El técnico embotelló y etiquetó
la pequeña pieza de tejido del corazón para llevar al laboratorio mientras una enfermera 249
se apuraba con la zona de la incisión. Morrison se quitó los guantes de látex azules y
los lanzó a una papelera.
—Lo hiciste genial —alabó, dando una palmadita a la pierna de Jonah—. Ah, y
aquí están tus padres. —Sonrió cálidamente a Henry y Beverly en la puerta—.
Acabamos de terminar. Deberíamos tener los resultados mañana por la mañana.
—Maravilloso —contestó Beverly a través de una tensa y nerviosa sonrisa. Asintió
hacia mí como saludo, luego fue al lado de Jonah—. ¿Cómo estás, cariño? Te ves
maravilloso.
—Estoy cansado —respondió Jonah, mirando a la nada—. Me gustaría descansar
ahora.
—Oh. —Beverly tragó saliva—. Pero acabamos de llegar…
Henry intervino:
—Debe descansar. —Tomó a su esposa de los hombros—. Vamos, Beverly. Todos.
Dejemos que duerma. Podemos visitarlo en unas horas…
—No —intervino Jonah—. Por la mañana. Vuelvan por la mañana.
—¿Por la mañana? —Beverly subió la mano hasta el cuello del cárdigan.
—Dependiendo de los resultados de los otros exámenes, vamos a dejar ingresado
a Jonah por la noche —comentó el doctor Morrison—. Solo como precaución.
Nadie se movió. Las miradas fueron de un lado a otro, hasta que el doctor se aclaró
la garganta e hizo un firme gesto hacia la puerta. Todos salimos y esperé a que Jonah
me mirara o me llamara. No lo hizo.
En el pasillo, los Fletcher hicieron preguntas. Theo respondió. El doctor Morrison
explicó. Yo me quedé de pie en silencio, escuchando el chirriar de las suelas de gomas
en el suelo de linóleo mientras las enfermeras pasaban. Sonidos de las alarmas de las
máquinas y una voz en un interfono llamando un doctor.
—¿Kacey?
Salté. Todos me estaban mirando. La sonrisa de Beverly estaba congelada en una
mueca mientras sus ojos se derretían en pánico.
—¿Te quedarás con Jonah después de que le den de alta mañana?
—Claro —aseguré, consciente de la mirada de Theo sobre mí—. De hecho, debería
ir a casa y empacar algunas cosas para quedarme…
Theo dirigió sus ojos color whiskey a los míos. En su suplicante mirada, pude
escuchar un eco de una conversación temprana.
Solo te irás…
Negué hacia él, como si lo hubiera dicho en voz alta.
—Voy a empacar una maleta —expliqué—. Luego regresaré. Voy a… yo…
Luego Beverly puso una mano en mi brazo.
—¿Sabes, Kacey?, me encantaría un café. ¿Vienes conmigo? 250
Tomé aire y asentí.
—Sí, claro. Por supuesto.
Con su mano metida en mi codo, fuimos al primer piso, a la cafetería. Un espacio
que típicamente asociaba con la escuela, lleno de risas, gritos y ruidosas
conversaciones. La cafetería del hospital tenía tan poca gente y silenciosa como una
biblioteca. Solo un par de personas llenaban las mesas, comiendo en silencio. Uno o
dos pacientes en sillas de ruedas se sentaban con enfermeras o familiares.
Beverly tomó una pequeña mesa cerca de la ventana mientras compraba dos
cafés. Nos sentamos bebiendo en un largo silencio, mirando pequeñas aves negras
saltar en el patio de afuera.
—Es difícil para ti estar aquí, ¿verdad? —comentó Beverly después de un
momento—. Es difícil para todos, pero a diferencia de ti, hemos conocido a Jonah todas
nuestras vidas. Antes del virus. Antes del trasplante. Pero tú solo lo conociste hace
unos meses. Cuando ya estaba enfermo.
Asentí.
—Y aquí estás —continuó—. Estaba enfermo cuando lo conociste, pero aquí estás.
Eso es algo extraordinario, creo, estar tan cerca al final.
—Estoy… estoy asustada. —Bajé el café antes de que mis manos temblorosas lo
salpicasen—. No creo que sea tan fuerte.
—¿Puedo contarte una historia, querida? —Su tono decía, voy a contarte una
historia y vas a escucharla. Pero lo acepté. Necesitaba la distracción. Necesitaba que
las palabras de alguien más apartasen el pánico que rebotaba en mis pensamientos
como rayos—. Cuando Jonah nació, cambié. Profundamente. Para siempre. Creo que
así es como es con cada madre primeriza. Pasas nueve meses cargando a este pequeño
ser dentro de ti, este pequeño extraño, hasta que finalmente nacen y ves su rostro…
Su mirada se fijó más allá de la ventana, más allá de las aves, a un momento hace
veintiséis años.
—Cuando vi el rostro de Jonah por primera vez fue como ver a alguien de nuevo
después de una larga ausencia. No un encuentro, sino una reunión.
Estiró la mano y tocó la mía brevemente.
—Amo por igual a mis dos hijos, por supuesto. Pero son tan diferentes. Theo y yo
hemos pasado todas nuestras vidas llegando a conocernos y no siempre ha sido fácil.
Pero con Jonah, no requiere esfuerzo.
Beverly frunció el ceño, como si intentara recordar algo ahora olvidado.
—He conocido a Jonah antes. Ahora lo sé. Llámalo una reencarnación o como
quieras. No soy religiosa, ni particularmente espiritual. Pero no puedo evitar sentir que
el universo es un espacio vasto y el alma de un ser humano es infinita, incluso si el
cuerpo es temporal. —Asintió para sí misma, segura ahora—. He conocido a Jonah
antes y sé que lo veré de nuevo. Y eso me reconforta. No mucho, pero un poco.
Se giró hacia mí.
251
—Y tú, Kacey. Tú me reconfortas. Me has reconfortado mucho más estos días que
nada.
Tragué el nudo en mi garganta, pero no pude apartarlo. Las palabras de Beverly
se envolvieron a mi alrededor y me apretaron hasta que lo único que pude escuchar
fue mi propio corazón golpeteando en mi pecho.
—Estoy segura de que sabes que Jonah tuvo una novia seria en la universidad —
dijo.
—Audrey.
—Sí. Una chica linda, pero seria. Resuelta. Era… precisa sobre cómo quería que
fuese su vida. —Beverly apretó los labios en una fina línea y endureció la voz—. Estaba
molesta con ella por dejar a Jonah cuando más la necesitaba. Furiosa. ¿Pero quieres
saber algo extraño? El día después de que salió del país, al mismo día siguiente,
recibimos una llamada de que había un donante que coincidía. ¿No es eso algo?
No dije nada. De todos modos, no se requería una respuesta.
—Jonah estaba en cirugía y ella se fue. Traté de pensar en formas de contarle la
noticia y reconfortarlo. Pensé que seguramente estaría devastado. Traicionado. Aun
así, cuando pensé en su tiempo juntos, no podía recordar algo que calificaría como
una gran pérdida. Nada significativo en tres años. Sus ojos no se iluminaban cuando
la miraba al otro lado de la mesa del comedor. Su voz no cambiaba cuando decía su
nombre. Nunca habló de ella… maravillado. Solo hechos.
»“Audrey y yo estamos pensando en ir a Cabo”. “Audrey y yo iremos a la apertura
de una galería”. “Audrey y yo cenaremos con amigos…” Era un reporte de eventos. —
Me miró, curvó los labios en una pequeña sonrisa de culpa—. Es insignificante y
desagradable, pero es la verdad.
—Entiendo.
—Su corazón no está bien ahora, pero es mucho más saludable de otras formas.
Formas que siempre había esperado cuando estaba con Audrey, pero nunca vi.
Sentí una presión en el pecho, una anticipación de algo que necesitaba oír, algo
que me salvaría de la perdida de mi coraje.
—Jonah siempre está insistiendo en que no hablemos de su lista de deseos —
relató Beverly—. “No me hables de la lista de deseos, mamá”. Pero las madres… siempre
tenemos nuestra propia lista para nuestros hijos… esperanzas que tenemos para ellos.
Sueños y aspiraciones. Mi lista está llena y todas las cosas que puede que Jonah nunca
haga o experimente recaen sobre mí. Tan pesadas. Una boda, niños propios…
Me miró, con los labios temblorosos y los ojos brillando.
—Enamorarse y ser igualmente amado. Ese es el más pesado. Pero ahora estás
aquí. Y la forma en que habla de ti… —Se le llenaron los ojos de lágrimas que se
derramaron—. Le brillan los ojos y la voz le cambia cuando pronuncia tu nombre. Su
sonrisa cuando entras a un cuarto es una de las cosas más hermosas que he visto.
Una calidez comienza a extenderse a través de mí, calentándome contra el frío del
miedo y el dolor. Beverly estiró la mano, limpió una lágrima de mi mejilla y acunó mi
252
barbilla.
—¿E incluso más hermoso que eso, Kacey? Tus ojos se iluminan cuando mi hijo
está cerca. Tu voz cambia cuando dices su nombre. Y la sonrisa que tienes cuando lo
miras y crees que nadie está mirando… Esos regalos jamás podré agradecértelos. Saber
que Jonah es amado. Se marchará de este mundo siendo amado, ¿verdad?
Asentí, las lágrimas derramándose de mis ojos.
—Sí —susurré—. Es amado y será amado para siempre.
La sonrisa de Beverly brilló a través de sus lágrimas, como un rayo de sol a través
de la lluvia.
—Maravilloso. —Me acarició la mejilla y apartó la mano—. Entonces, tacho eso de
mi lista.
Seis semanas.
El doctor Morrison me explicó. Los resultados de la biopsia fueron como esperaba;
el endurecimiento de las arterias se estaba acelerando y los análisis de sangre
mostraron que la cantidad de anticuerpos que mi sistema inmunológico había
desarrollado contra el corazón del donante se disparó. La insuficiencia cardíaca era
inminente. No solo estaba de vuelta en la lista de donantes en estado de emergencia,
sino que, para colmo de males, los medicamentos inmunosupresores habían hecho
mella en mis riñones, lo que comprometía mis posibilidades de un segundo trasplante.
A los ojos de la junta, no era un candidato favorable.
Seis semanas. Ya no meses.
Sucesión de días. 253
Apenas más de un millar de horas.
Pero dentro de esas horas, miles y miles de momentos...
Me quedé mirando las motas de polvo que danzaban en un rayo de sol de la
mañana que pasaba por la ventana. Verdadera luz, cálida contra los duros
fluorescentes sobre mí.
El doctor Morrison se inclinó sobre la cama para poner su mano sobre mi muñeca.
—¿Jonah?
Aspiré profundamente y dejé escapar un suspiro jadeando de alivio, como si algo
pesado hubiera estado presionando hacia abajo en mi pecho y ahora se hubiese ido.
La mano del médico en mi brazo se apretó.
—¿Jonah?
—Estoy bien —respondí, girándome hacia él—. Estoy bien, en realidad. Conocer
la brutal verdad... es mejor. Me siento mejor.
Curiosamente, pude volver a respirar. La espiral retorcida de ansiedad, miedo y
temor se desvaneció. Mis emociones habían estado en caída libre durante una semana,
cuando el primer golpe de fatiga injustificada me golpeó justo antes de la apertura en
la galería. Kacey dijo que pasaba de cálido a frío, pero eso apenas capturaba mi gama
de emociones. Frío y caliente, enojado y culpable, asustado y luchando por tener paz.
Había estado pasando por las cinco etapas del duelo, una tras otra, cada etapa duraba
menos de un minuto y luego otra vez al principio para empezar de nuevo. Había tenido
que alejar a todo el mundo ayer por la noche, incluso a Kacey para poder hacer frente
a lo inevitable.
Miré al doctor Morrison, ahora una sensación de paz se instaló en mí y un
profundo alivio ante las emociones caóticas de los últimos días.
—¿Te gustaría hablar con alguien? —preguntó el doctor Morrison—. ¿Un
consejero, tal vez? ¿O el capellán?
—Quiero presentar una reclamación ante la Junta Médica —aseguré—. La. Peor.
Biopsia. Del. Mundo.
Se rió entre dientes.
—Siempre has sido una de mis pacientes favoritos, Jonah. Siempre. —Su risa se
calmó—. Ya me he tomado la libertad de explicar la situación.
—Gracias —le dije—. No es la mejor parte de tu trabajo, lo entiendo.
—Nunca. Pero sabían que esto era una posibilidad y se lo están tomando bien.
Tan bien como se puede esperar, más bien. Están esperando afuera.
—¿Dena y Oscar? —cuestioné.
El doctor Morrison asintió.
—Tania también.
Asentí 254
—¿Y mi novia?
Sonrió
—Está aquí.
—Estoy aquí —comentó una voz desde la puerta.
Kacey estaba de pie con la mano en el marco. Su rostro pálido, con los ojos
hinchados y enrojecidos, el cabello en una coleta descuidada. Se veía tan malditamente
hermosa que casi no podía respirar.
—Piérdase, doc —indiqué.
—Con mucho gusto.
Se levantó y Kacey pasó corriendo a su lado hacia mí, me rodeó con los brazos lo
mejor que pudo sobre la cama y hundió su rostro en mi cuello.
—Tengo que decirte algo —comenzó, su voz amortiguada.
—Yo también tengo que decirte algo. —La alejé lo suficiente como para poder
mirarla, aparté el cabello que se le había pegado a las lágrimas en sus mejillas, como
la lana al vidrio—. He sido tan idiota contigo, Kace. Lo siento tanto. Estaba muy
asustado. Cada minuto sentía una emoción diferente y yo…
—Te amo —interrumpió.
La miré fijamente.
—Te amo —reiteró—. Estoy enamorada de ti.
Sus palabras se hundieron en mi corazón. No el órgano que fallaba en mi pecho,
sino la parte de mí que latía por ella, que vivía por ella. Me sentía saturado de calor y
de una felicidad que no creía que fuese posible experimentar. No en un momento como
este. No en un lugar como este.
Kacey deslizó la mano por mi mejilla, los ojos llenándosele de lágrimas.
—¿Tu rostro ahora mismo? Nunca, ni en un millón de años, podría imaginar que
un hombre me mirase de la forma en que me estás mirando en este momento. Te amo
—repitió—. Sé que quieres protegerme y no va a funcionar. Solo te quiero aún más por
ello. No puedes mantenerme a una distancia segura. Te lo dije, no hay una distancia
segura. Nunca la hubo.
—Tienes razón —musité—. Nunca la hubo. Te amo, Kacey. Te quiero mucho…
Volvió a bajar la cabeza, justo sobre el punto sensible de la incisión, pero no me
importaba. El amor y el dolor, lo quería todo de ella.
—Te amo —contesté—. Dios, nunca pensé que esto me iba a pasar.
—Pero lo ha hecho —susurró—. Sucedió y lo único que podemos hacer ahora es
cuidar el uno del otro. Vivir en los pequeños momentos, ¿verdad? Como prometimos.
Los pequeños momentos. Tenemos muchos. Miles y miles.
—Demasiados para contar —aseguré. Respiré con fuerza mientras la rodeaba con
los brazos y la sostenía contra mí. Tan cerca como pude, besando su cabello—. Y éste 255
de aquí... el mejor momento de mi vida.
Nos abrazamos durante mucho tiempo y pensé sobre las elecciones que Kacey
hizo para llegar a este momento. Para estar aquí conmigo, sabiendo que no dudaría.
—Eres tan valiente —comenté—. Eres la persona más valiente que conozco.
—Yo no —contestó—. Valiente o muerta de miedo, no tengo otra elección sino
amarte. —Levantó la cabeza e inhaló—. Es culpa tuya, en verdad. Eres tan
malditamente adorable.
Me reí brevemente.
—Pensé que era un listillo obstinado.
—Eso también. —Se secó los ojos—. Hay un montón de otras personas en la sala
que quieren decirte algunas cosas. ¿Puedo ir por ellos?
Asentí, sonriendo.
—Sí. A todos. Los quiero todos.
Todos entraron, mis mejores amigos, mis padres, mi hermano. Me enfrenté a toda
la gente que más amaba y recordé este discurso que había ensayado centenares de
veces en los últimos seis meses. Pensé que lo daría solo. Que tendría que enfrentarme
a lo inevitable con la mano vacía. Pero Kacey Dawson estaba allí, sus dedos
entrelazados con los míos. No estaba solo y mi mano no estaba vacía.
Me aclaré la garganta dolorida.
—Bien, chicos, el plan es que no hay plan. Ningún viaje. No hay aventuras.
Ninguna lista de cosas por hacer. Esto es lo que quiero: que pasemos el rato juntos.
Que tengamos barbacoas y desayunos. Una buena cena en un restaurante de lujo, o
un desayuno en Mulligan. O panquecitos al lado de un cajero automático. Vamos a
hablar y a contarnos chistes estúpidos y a reírnos y… a vivir.
Asentimientos y murmullos de asentimiento.
—Lo que no quiero es que alguien me pregunte cómo me siento cien veces al día
—pedí—. Prometo que voy a decirlo si necesito algo, pero todo lo que podría necesitar
o querer está justo aquí, en esta sala. Son los amores de mi vida. No quiero nada más
que estemos juntos lo más que podamos. De esa manera, cuando llegue el momento...
Tragué saliva, mi visión difuminó las caras de mi gente.
—No tienen que preocuparos de si soy feliz. O si tengo remordimientos. No tengo
ninguno. —Miré a Kacey, mi niña hermosa, y toqué su mejilla llena de lágrimas—. Sin
arrepentimientos.
—Ni uno —susurró. Se besó los dedos y los puso sobre mis labios.
Me tomó un momento reponerme y rápidamente me sequé los ojos.
—Así que ese es mi gran discurso. Los amo a todos y eso es todo. Salgamos todos
de aquí.
Mi público se rió suavemente a través de lloriqueos o toses y fue como si una
tensión horrible, hubiera sido levantada. No quería estoicismo masculino o 256
contenciones. Quería su verdadero ser y nada más.
Quería sus momentos.
Dos días después, Theo vino a mi casa a última hora de la tarde.
—¿Dónde está Kacey? —preguntó.
Le entregué una cerveza de la nevera y tomé un té verde para mí.
—Está comprando comestibles.
Theo asintió, dejándose caer en el sofá.
—¿No estás trabajando esta noche?
—Renuncié hoy —contesté, sentándome en el otro extremo—. Harry preguntó si
había sido cazado por otra compañía de limusinas.
—¿Qué le dijiste?
257
—Que el suyo era el único servicio de limusinas en el que había trabajado en toda
mi vida.
—Mierda, Jonah.
—¿Qué? —cuestioné, sonriendo—. Vamos, fue un poco gracioso.
Theo resopló, girando su cerveza en su mano.
—Morrison dijo que tus riñones están muertos.
—Aparentemente, sí —confirmé.
Me miró.
—Y eso es lo que te impide estar más arriba en la lista de donantes.
—Sé a dónde va esto.
—Solo estoy diciendo que podría darte un riñón —comentó Theo—. Podría ser
compatible. Tu cuerpo no lo rechazaría porque somos familia. Somos hermanos. Eres
mi hermano… —Se le quebró la voz. Se sentó encorvado, apoyando los codos sobre las
rodillas. Esperé que se recuperará y puse la mano en su brazo.
—Con el tiempo, la medicación lo arruinaría, mientras que mi cuerpo destrozaría
un segundo trasplante de corazón gracias a mi raro tipo de tejido. —Le palmeé el
hombro—. Así que mantén tus malditos órganos internos para ti mismo.
Se rió entonces. Una pequeña, pero real.
—Bien. Pero di la palabra y es tuyo. Lo que quieras o necesites… si te lo puedo
dar, es tuyo. ¿De acuerdo?
—Puede que tenga que pedirte un favor.
Levantó la cabeza.
—Cualquier cosa. Nómbralo, dame algo…
Pero entonces, el pomo de la puerta crujió. Lo miré, levantando un dedo.
—Ahora no….
Kacey entró por la puerta, con los brazos cargados de bolsas de supermercado.
—Oye, dos de mis hombres favoritos en el mundo en un solo lugar. Debe ser mi
día de suerte.
Theo se levantó para tomar las bolsas. Ella sonrió y lo molestó por ser
secretamente caballeroso. Luego estaban guardando los comestibles, peleando
ligeramente todo el tiempo, mientras yo estaba sentado en el sofá, apartado con una
sonrisa donde no pudiesen verla.

Esa noche cenamos en casa de mis padres, como casi todas las otras noches.
Oscar, Dena y Tania siempre estaban invitados. Quería a mi gente a mi alrededor tan
a menudo como fuera posible. 258
Desde el principio, Kacey estaba charlando con Tania y Dena estaba ayudando a
mis padres a preparar la cena. Oscar miró disimuladamente hacia la cocina y acercó
su silla a la mía. Se frotó las manos sobre el vaquero, como si sus palmas estuvieran
sudorosas.
—¿Qué pasa, hombre? —pregunté—. ¿Estás en problemas con Dena?
Una sonrisa vaciló en sus labios, luego desapareció.
—No, pero podría estarlo si no consigo esto bien. —Tomó una bocanada y dijo—:
Voy a pedirle que se case conmigo.
Me senté recto en la silla, con el pecho inundado de felicidad. Pero Oscar estaba
lo suficientemente nervioso para que me emocionara. Fingí sorpresa absoluta.
—Pero Oscar, solo han pasado seis años. ¿Estás seguro? No quieres precipitarte
con esto…
—Lo sé, lo sé. —Se rió un poco y se pasó la mano por su cabello corto—. Nunca
quisiera estar con nadie más, pero nunca pensé que necesitase, o quisiese, alguna
ceremonia o papel para hacerlo oficial. Pero viéndote con Kacey estás últimas
semanas… —La sonrisa de Oscar se congeló en su rostro, sus ojos sin pestañear como
si pudiera bloquear su emoción antes que pudiera ser revelada—. Si amas a alguien
tanto como amo a Dena, entonces te aferras a ella, ¿verdad? Mientras puedas, tan duro
como puedas.
—Sí, hombre —susurré—. Suena exactamente correcto.
Oscar asintió y nos tomamos un momento, bebió su cerveza y esperé a que
estuviera listo para hablar de nuevo.
—Entonces, ¿cuándo es el gran día? —pregunté.
—Primero tiene que decir que sí —indicó Oscar y se aclaró la garganta—. Pero esa
es otra cosa de la que quería hablarte. La fecha. Quiero que estés allí. Mi padrino. Las
Vegas es la capital de las bodas rápidas. —Se detuvo cuando negué y sacudí las
manos—. ¿Qué?
—No puedes tener una boda rápida con Dena Bukhari —expliqué—. ¿Puedes
imaginarte a nuestra chica vestida con un vestido iraní tradicional, en una vulgar
capilla oficiada por Elvis? No, no. Necesita la ceremonia completa.
Oscar se removió en el asiento.
—Lo sé. Pero sus padres están el Londres y sus abuelos en Irán. Solo la situación
de las visas toma seis meses.
Me incliné hacia adelante y palmeé a mi amigo en el hombro.
—Es suficiente que sepa que va a pasar. Estoy feliz por ti, hombre. Por ambos.
Dale la boda que ambos merecen. Estaré allí en espíritu. —Le tiré del brazo—.
Literalmente.
Oscar soltó una carcajada y apartó la mirada.
—Te voy a extrañar, hombre —dijo contra la botella de cerveza. 259
—Gracias por decir eso —dije, porque sabía que era difícil para él hacerlo—.
También voy a extrañarte. A ambos. Y estoy increíblemente feliz de saber que se
cuidarán el uno al otro.
—Ella me cuidará a mí —puntualizó Oscar—. Voy a pasar el resto de mi vida
tratando de no estropearlo.
Me reí y él también, y superamos la cuesta emocional como un vagón que
finalmente se tambalea sobre una roca. No necesitaba las lágrimas de Oscar para saber
que se preocupaba por mí, o esperaba un montón de palabras sentimentales. Solo
necesitaba estar cerca de él y eso era suficiente.
Después del postre, mi padre tintineó su cuchillo contra su copa de vino y sacó
un pedazo de papel doblado del bolsillo de su camisa.
—Esto llegó por correo esta tarde —comentó—. De Carnegie Mellon. Supuse que
era correo basura o una carta de formulario. Lo bueno es que la abrí. —Se aclaró la
garganta y empezó a leer—: Estimado señor. Esta carta es para informarle, Jonah Miles
Fletcher, que ha obtenido el grado de Master de Bellas Artes de la Universidad Carnegie
Mellon, y todos los honores, beneficios y derechos conferidos aquí…
Había más, pero la mesa estalló en vítores y aplausos, ahogando la voz de mi
padre. Los brazos de Kacey me rodearon el cuello y se arrastró justo en mi regazo. Le
sostuve el rostro, miré a la profundidad azul de sus ojos. Ella era mucho. Podría pasar
mil vidas completas y nunca llegar al final de ella.
Ella es un universo…
Me di cuenta en ese momento, mi legado de vidrio estaba lamentablemente
incompleto. La tarde llegó a su fin, una lenta migración hacia la puerta, con abrazos,
sacudidas de mano y poniéndonos los abrigos. Llevé a Tania a un lado.
—¿Sí, master en Bellas Artes? —bromeó—. ¿Cómo puedo servirle?
—Déjalo —contesté—. No lo habría hecho si no fuera por ti.
Agitó la mano.
—No fue nada.
—Lo fue todo. Te debo mucho, Tania. Y yo…
Se inclinó hacia adelante.
—¿Sí…?
Sonreí.
—Pensé que podría pedirte una cosa más.
Tania soltó una carcajada y me golpeó el brazo.
—Soy muy costosa, ya sabes.
Tomé sus manos en las mías.
—¿Nos encontramos en el taller mañana?
Su rostro se iluminó.
260
—¿Una pieza nueva?
—Una última pieza —afirmé—. La pieza más importante de mi vida.
Conduje de regreso a casa de Jonah con mariposas en el estómago.
—¿Por qué sonríes? —preguntó.
Lo miré.
—Sigo pensando en la confirmación de tu título. —Lo cual era parcialmente cierto.
Tenía planes para la noche y una vez dentro del apartamento, lo llevé hacia el sofá—.
Tengo una sorpresa para ti —indiqué.
—¿Implica que estés desnuda?
—Quizá —respondí sobre el hombro de camino a la habitación—. Dame un
minuto.
Saqué una caja que metí bajo la cama. Tenía una docena de velas largas y las 261
coloqué alrededor de la habitación: en su cómoda y mesita de noche, dos en el alféizar
de la ventana. Una vez que apagué la lámpara, la habitación brillaba con orbes de
suave luz amarilla.
Tarea terminada, llamé a Jonah para que viniera.
En la puerta, se detuvo y observó las velas, luego a mí. Apoyó el antebrazo en el
marco de la puerta, arqueando una ceja.
—Ni siquiera estás remotamente desnuda.
—Aún no —dije, acercándome a él y pasando mis manos sobre su camiseta—. Sé
que tenemos que tomarlo con calma, así que, he estado haciendo algunas
investigaciones.
—Investigaciones —repitió Jonah, rodeándome la cintura con los brazos—. Ahí
tienes una palabra erótica. ¿Qué has estado investigando?
—Sexo tántrico —susurré. Entonces, se me escapó una risa—. Oh Dios mío, suena
muy cursi. Pero leí sobre ello y creo que será bueno para nosotros. Seguro.
El doctor Morrison no prohibió exactamente el sexo, pero ya pasaron los días que
Jonah me tomaba contra la pared en un ataque de pasión desenfrenada. Habíamos
dormido juntos dos veces desde que salió del hospital y, a pesar de nuestros esfuerzos
por tomarlo con calma, en ambas ocasiones, se había quedado sin aliento. Era como
si el VAC se hubiese acelerado, como una roca que se había acercado lentamente sobre
el lado de una colina empinada y ahora rodaba y ganaba velocidad con cada momento
que pasaba.
—¿Quieres darle una oportunidad? —pregunté.
—Como si fuese a decirte que no a ti. —Me acercó y nos besamos, desnudándonos
hasta quedarnos sin nada.
—Ven a sentarte en la cama —pedí—. Posición de Lotus.
—No hablo Tantra.
—Cruza las piernas.
Se sentó en medio de la cama como le instruí. Sus ojos iluminados por las velas,
se ampliaron y se llenaron con deseo cuando me arrastré sobre él. Me senté en su
regazo, envolví mis piernas alrededor de su cintura, pero no lo llevé dentro de mí, lo
que de alguna manera se sintió más íntimo que si lo hubiera hecho.
—Me gusta esto —aseguró contra mi cuello. Su boca se movió sobre mi barbilla—
. Bésame.
—Aún no —objeté—. Tenemos que hacer todos los pasos primero.
—¿Pasos? ¿Hay un manual del que pueda consultar?
—Deja de reírte.
—Cierto. Lo siento. El sexo tántrico es algo serio. ¿El primer paso es…?
—Primer paso, sostenme cómodamente y mírame a los ojos. A ningún otro lugar.
262
Jonah colocó sus manos sobre mis muslos y me aferré a sus brazos que me
sostenían. Miré fijamente el rico terciopelo marrón de sus ojos.
Por tres segundos completos.
Ambos nos echamos a reír, nuestros cuerpos inquietos con nervios. Lo intentamos
de nuevo, reímos otra vez y seguimos intentándolo. Poco a poco las risas
desaparecieron. Me relajé y me sentí caer en su mirada. Con cada parpadeo, mi
memoria recordaba un momento que compartimos, miles de miles, desde la primera
vez que desperté en su sofá, hasta ahora, con la luz de las velas parpadeando sobre
nuestros cuerpos.
—¿Ahora qué? —musitó.
—Ahora compartimos la respiración del otro —expliqué, acercándome, así mis
labios rozaban los suyos—. Encuentra un ritmo.
Sucedió rápido. En pocos segundos, estábamos respirando por el otro. Respirando
como uno solo. Él inhalaba lo que yo exhalaba. Yo respiraba lo que él dejaba salir,
llenando mis pulmones con él. El mundo y sus necesidades desaparecieron. El tiempo
dejó de existir. Solo ahora. Este momento. Y no necesitaba nada más de lo que él me
daba.
Con cada respiración, mis pensamientos se dispersaron. Mientras me adentraba
más en la belleza de sus ojos, sentí que yo dejaba de existir. Yo no. Él no. Solo nosotros.
Nuestra piel se fundió como una sola, creando una tercera presencia, compartiendo el
aire, compartiendo nuestros cuerpos.
Su agarre en mis caderas se apretó y me levantó sobre él. Una pausa en el ritmo
de nuestra respiración, mientras se deslizó dentro de mí.
—Sí. —Su boca formó la palabra sin un sonido.
Sí, esto…
Me moví hacia delante, mis pechos presionados sobre su pecho con cicatrices. Mis
brazos envueltos alrededor de su espalda, mis piernas alrededor de sus caderas,
tomándolo tan profundo como podía.
Jonah deslizó una mano alrededor de mi cintura. Su otra mano contra mi rostro,
su pulgar rozando mis labios. Nuestra respiración se sincronizó de nuevo. No nos
movimos más que para respirar.
—Tú —susurró.
—Tú… —Todo lo que conocía o veía. A ti. El mundo entero en mis brazos. El
despliegue en las profundidades de sus ojos. El calor duro y pesado de él dentro de mí.
Un placer suave y pulsante que crecía con cada momento, hasta que empezó a
movernos.
Nuestros labios se encontraron en un suave y profundo beso. Inhalé, rodé mis
caderas hacia atrás. Exhalé, las empujé hacia delante. Jonah era como un reflejo,
moviendo su pelvis contra la mía. Una marea, bajando y fluyendo. Olas oceánicas
cayendo suavemente en la orilla, mientras nos besábamos y compartíamos nuestra 263
respiración. Con los ojos abiertos, jamás rompiendo el contacto, el pesado dolor del
placer tomó más potencia, creció la intensidad.
—Kace —susurró.
Pasé los dedos por su cabello, añadiendo nuevos puntos de contacto, nuevas
conexiones. Lo sentí en cada poro, cada respiración y cada latido de nuestros
corazones. Nunca experimenté nada como esto en mi vida. Él era un universo. Mi amor
por él era así de ilimitado.
Las lágrimas llenaron nuestros ojos mientras nuestros cuerpos se movían y
deslizaban, llevándonos hacia un crescendo agridulce de placer. Lágrimas por el amor.
Por la pérdida. Por las semanas que él tenía y los años que no. Por la alegría y la risa,
la angustia y el dolor. Por este hombre solitario y la mujer perdida que había rescatado.
Por nosotros y el tiempo que se aproximaba rápidamente en el que solo quedaría yo.
Cerré los ojos, me hundí en su beso y cedí al clímax. Creció y pasó a través de
nosotros, explosiones suaves en cámara lenta en lugar de las olas estrellándose.
—Mírame —susurró—. No te detengas.
Abrí los ojos.
—Te amo, Kacey.
—Jonah. —Mis ojos solo lo veían a él. Mi respiración era para sus pulmones, mis
lágrimas humedecían su piel. Mis manos fueron hechas para pasarlas a través de su
cabello. Nací para sentirlo sobre mí para siempre—. Jonah… mi Jonah…

264
Hice girar el soplete de un lado a otro. El vidrio en el extremo era del tamaño de
una bola de bolos infantil, pero se sentía cien veces más pesada. Mi respiración era un
jadeo superficial entrando y saliendo de mi pecho, no podía respirar profundamente, a
menos que estuviera sentado.
—Tania...
Tomó el tubo de mi mano mientras me sentaba pesadamente en el banco y lo puse
sobre los rieles. Seguí haciéndolo una bola y dando forma. Mis brazos se sentían como
plomo cuando moldeaba las puntas y afinaba el cuello. Tania estaba allí, con las manos
cubiertas por los gruesos guantes acunando la esfera.
—Detente si tienes que hacerlo —me dijo.
No respondí. No tenía aliento y, de todos modos, no habría dejado de hacerlo. El 265
globo de cristal se separó del tubo y Tania lo tomó hábilmente en sus manos. Lo llevó
al horno, pero era demasiado grande para que pudiera sostenerlo mientras abría la
puerta.
Utilizando el soplete como un bastón, me empujé para estar de pie y me moví tan
rápido como pude por los tres metros. Abrí la puerta del horno y Tania depositó
cuidadosamente el vidrio en el interior, mientras me desplomaba contra la pared,
jadeando por respirar.
Ella se quitó los guantes para poner el temporizador de enfriamiento, luego me
tomó por los brazos.
—Dime…
Teníamos un acuerdo permanente, yo y mi círculo. No me preguntaban si
necesitaba ayuda, siempre y cuando prometiese decirles si la necesitaba.
—Estoy bien —respondí y era cierto. Mi corazón palpitaba a la velocidad del conejo
Jack en el pecho, irregular y rápido, pero se estaba calmando. Mis pulmones aspiraron
cada vez más aire y finalmente, pude apartarme de la pared.
Tania metió el brazo bajo el mío y me ayudó. Juntos, miramos a través de la puerta
de cristal del horno.
—Está terminado —mencioné. Me había llevado dos horas al día durante cuatro
días, pero ya estaba hecho.
—Es lo mejor que has hecho —murmuró Tania.
—Porque amarla es lo mejor que he hecho.
Cerramos todo, limpiamos la mesa de trabajo y nos dirigíamos hacia las puertas
correderas. Me detuve y me giré, observando el espacio que me había parecido un
segundo hogar.
—¿Has olvidado algo? —preguntó.
—No. Solo estoy…
Diciendo adiós.
—... recordando. —Miré a mi asistente. Había lágrimas en sus ojos—. ¿Te
encargarás de la última pieza?
Asintió.
—Ha sido un honor y un privilegio trabajar contigo.
—Igualmente, Tania. Ojalá pudiera seguir aquí para ver tu brillante carrera.
—También yo, maldita sea —exclamó con ferocidad y me rodeó el cuello con los
brazos—. Aunque no sé sobre lo brillante...
Yo sí. Ella había presentado una solicitud para el estudio Chihuly en
Seattle. Sabía que el representante de Dale había recibido mi carta de recomendación
y sabía que estaban "extremadamente entusiasmados" con el trabajo de Tania. Sabía
que se lo notificarían en breve para programar una ronda de entrevistas y tiempo en el
estudio. 266
Podría haberle dicho qué esperar, pero algunos momentos, como ella abriendo la
carta del estudio, estaban destinados a ser vividos como sucedían.
También lo sabía.
Una mañana, Jonah fue lento para salir de la cama y entonces solo llegó a la
cocina antes de detenerse para apoyar las manos sobre la encimera, recuperando el
aliento. Pasó la mayor parte del día en una silla en la sala de estar.
La velocidad de su declive me aterrorizaba. Los segundos pasaban deslizándose,
llevándose nuestros momentos con ellos. Luché para aferrarme a ellos. Para hacer algo
de ellos que fuera más que miedo, dolor y agonía. Perder a Jonah era una agonía y si
me paraba a pensarlo, incluso por un momento, me ahogaría.
Tenía que seguir moviéndome. Sacar ventaja de ello, por el bien de Jonah y por el
mío. Hice llamadas telefónicas, preparé su medicación e hice nuestras comidas.
Tomaba duchas con él, lo ayudaba a lavarse el cuerpo y el cabello, luego lo ayudaba a
salir. Lo convertí en un juego de coqueteo, pero además de algunos ardientes besos, el 267
cuerpo de Jonah estaba dejando de funcionar.
Había dejado mi trabajo en el Caesar´s hace semanas y estaba viviendo de lo que
quedaba del dinero de Rapid Confession. Esos fondos estaban reduciéndose también,
pero no había ninguna posibilidad de que dejara a Jonah ahora. Si perdía mi
apartamento, que así fuera. Por ahora, estaba viviendo con Jonah y después, el
nebuloso después, tenía muchos amigos en Las Vegas con los que podía quedarme
hasta que me recuperara.
Como si el universo me estuviera probando, Jimmy Ray llamó una tarde y me
ofreció todo lo que posiblemente podría querer: un nuevo contrato con RC, un contrato
adicional en solitario para escribir y producir mi propio álbum, y un adelanto que me
hubiera dejado establecida por años.
—La discográfica está desesperada por ti —comentó. Su voz era afable, pero
prácticamente podía oler su desesperación a través del teléfono—. Elle es una buena
chica, pero no es tú. ¿Has estado leyendo la prensa? Los fans te quieren de vuelta. Te
queremos de vuelta.
Quería reír ante lo ridículo. Jimmy congraciándose como un vendedor de autos
usados o un feriante. Lo que ofreció era tan trivial y falso comparado con lo que tenía
con Jonah. Aún con todo el dolor que se avecinaba, y que Dios me ayudara, iba a ser
una avalancha, valía la pena. Jonah valía todo.
—No, gracias, Jimmy.
Escuché un jadeo y un tartamudeo:
—¿No, gracias? ¿Vas a rechazarlo todo por qué? ¿Un chófer de limosina?
—Sí.
—Escucha, gatita, este es mi pase Hail Mary. No quiero frotar sal sobre la herida,
pero Lola dice que se está muriendo. ¿Y vas a elegirlo sobre todo lo que te ofrecemos?
—No —contesté—. No estoy eligiendo nada. No hay elección. Nunca la hubo.
El silencio nunca sonó tan bien.
Colgué.
La mañana siguiente, revisé mi cuenta bancaria en mi ordenador portátil con un
ojo cerrado, mentalmente preparada para ver un montón de ceros, o números rojos
con un gran y gordo signo negativo delante. En su lugar, mi balance leía casi cinco mil
dólares. Un depósito había sido hecho desde una cuenta de la Wynn Galleria.
Encontré a Jonah descansando en el sofá, viendo Cuando Harry encontró a Sally…
lo había convertido totalmente a la Iglesia del Cine de los Ochenta. Me quedé delante
de él, puse las manos sobre las caderas e hice mi mayor esfuerzo por alzar una ceja
sin ayuda de mi dedo.
Entrecerró mis ojos ante mi débil intento.
—O tienes un muy malo dolor de cabeza… o estás intentando leer algo impreso a
un kilómetro de distancia.
—Cinco mil dólares han aparecido misteriosamente en mi cuenta. 268
La sonrisa de Jonah desapareció.
—Lamento que no sea más.
—¿Más? —Me hundí en el sofá a su lado—. ¿Qué es? ¿De dónde viene?
—Es de lo que quedó de la venta de la galería después de que pagara la hipoteca
de mis padres y le diera a Theo lo suficiente para pagar su propio estudio de tatuajes.
—Su propio estudio. Mierda, eres un generador de negocios.
—Creo en él —dijo Jonah simplemente—. Creo en ti. Cinco de los grandes no es
mucho, pero es para que puedas seguir viviendo aquí, tener un nuevo trabajo y
continuar trabajando en tu álbum. O lo que sea que quieras hacer.
—No lo necesito —rechacé, mi garganta llenándose con lágrimas—. Puedo resolver
algo…
—Sé que puedes —aseguró—. Puedes mantenerte por tu cuenta, pero si puedo
hacerlo más fácil para ti, voy a hacerlo.
Negué, parpadeando para alejar las lágrimas. No podía llorar demasiado estos
días. Una vez que empezara, temía no poder parar nunca.
Jonah me atrajo y yací acurrucada con él, mi espalda contra su pecho. En la
televisión, la bola había caído en Año Nuevo y Harry se apresuraba a la fiesta, hacia
Sally, para declarar su amor por ella. Porque quería que el resto de su vida empezara
tan pronto como fuera posible.
—Mi vida empezó en este sofá —susurré—. En el momento en que desperté esa
mañana.
Asintió contra mi cabeza.
—La mía también, Kace. La mía también.

Esa noche, nos tumbamos juntos en la cama, besándonos suavemente. Deslicé


las manos por su piel, intentando memorizar cada línea y contorno. Esperando,
queriendo, que la baja llama de deseo chispeara y prendiera fuego.
—Cariño, estoy muy cansado —protestó.
—Eso no es problema —repliqué, sonriendo ampliamente, tratando de que mi voz
temblorosa sonara seductora y juguetona. Pasé mis manos por su pecho, hacia la
cintura de su pantalón de pijama—. ¿Quizá un poco de estimulación oral?
Jonah negó contra la almohada.
—No esta noche, Kace.
Era el décimo “no esta noche” seguido y la sonrisa desapareció de mi rostro como
la endeble máscara que era. 269
No esta noche. Pero detrás de los ojos de Jonah, detrás de la calidez, la tristeza y
los infinitos pensamientos, leí lo que realmente estaba diciendo.
No esta noche.
No cualquier noche.
Nunca más.
—De acuerdo —acepté, mi respiración tensa en mi pecho que de repente pesaba
quinientos kilos. Las lágrimas ardían en mis ojos y fui demasiado lenta para alejarme
y demasiado débil para evitar que se derramaran.
—Esta parte es la que más odio —se quejó.
—Shh.
—Lo siento.
—No. No lo sientas, Jonah. Sentirlo significa que deseas que no hubiéramos
sucedido; y no lamento eso. ¿Y tú?
Negó, sus propios ojos llenos de lágrimas.
—Estos últimos meses lo han sido todo.
—Todo. No me arrepiento. Pero voy a llorar un poco ahora, ¿de acuerdo? No puedo
evitarlo. No puedo…
No puedo perderte, es lo que quería decir, pero iba a perderlo, así que lloré y me
abrazó hasta que paré.
Me sequé los ojos, luego me quité la camiseta y me desabroché el sujetador.
—¿Qué haces? —murmuró con la voz adormilada y comedida que tenía que usar
ahora para decir algo, para tener bastante aire para hablar.
—Quiero estar cerca de ti. —Me acurruqué más fuerte contra él. Olía a calor, jabón
y su propia esencia que era únicamente suya.
Jonah me sostuvo cerca y se durmió rápidamente, estaba tan aterradoramente
cansado todo el tiempo, pero me quedé despierta durante largas horas, mi fuerte
corazón latiendo contra el suyo fallando. Obligué cualquier fuerza que tuviera hacia él.
Intenté visualizar una corriente de energía, vibrante y dorada, emanando de mí y
filtrándose en él. Haciendo que mejorara. Haciendo que se pusiera bien.
No me dejes.
La mañana siguiente, se despertó falto de respiración, apenas capaz de sentarse
sin ayuda. Nuestros ojos se encontraron y pasó sus dedos por mi mejilla.
—Es la hora.
Creí que colapsaría contra él entonces, sollozando y llorando… dejando que el
dolor saliera de mí. Dios sabía que quería hacerlo. Pero entonces, tendría que llevarlo
al hospital y este último momento, aquí en nuestra cama, habría sido desperdiciando
llorando.
En su lugar, lo besé como una amante, profundo, largo y con todo lo que tenía. 270
Con cada gramo del infinito amor que residía en mí.
Besé a Jonah Fletcher con todo mi corazón y con cada pedazo de mi alma que lo
amaría para siempre.
Colocaron a Jonah en una habitación privada, a unos pasos del ascensor, la
capilla, las máquinas expendedoras y los servicios. El círculo de su familia y amigos,
Los Siete como yo los llamaba, tenían acceso a todo lo que necesitábamos,
permitiéndonos acampar en la sala de espera.
Nadia se marchaba más de un par de horas y comprobaban cómo iban las cosas
cada poco tiempo vía mensaje de texto:
¿Está bien?
¿Alguna noticia sobre un donante?
¿Qué dice el doctor?
Las respuestas fueron las mismas durante las primeras veinticuatro horas: Jonah 271
estaba resistiendo, no había noticias de un donante de corazón y el doctor comentó
que no parecía que fuese a conseguir uno. Los riñones de Jonah, deteriorados por la
medicación, estaban fallando y lo mandaron a diálisis, lo que lo hizo no apto para un
segundo trasplante de corazón.
—Si me hubieses permitido darle uno de los míos… —se quejó Theo. Se veía mal,
ojeras debajo de los ojos inyectados en sangre. No había tenido un sueño decente en
semanas.
—No habría ayudado —indicó el doctor Morrison—. Su número de anticuerpos
siempre ha sido demasiado elevado. El ACV es demasiado duro.
—Así que, ¿simplemente lo quitaron de la lista?
—No del todo —contestó el doctor Morrison—. Jonah nunca fue quitado de la lista.
Pero si estuviese disponible un nuevo corazón, ya lo habríamos sabido. Lo siento
mucho.
Se giró para dirigirse a los Siete:
—Ahora mismo, lo mejor para Jonah es permanecer cómodo y pasar tiempo con
ustedes.
—No tiene dolor, ¿cierto? —preguntó Henry.
—No —aseguró amablemente el doctor Morrison—. Y haré todo lo que esté en mi
poder para asegurarme que permanece así. Lo prometo.
Durante los siguientes dos días, nos reunimos en su habitación, hablando y
recordando el pasado. Riendo al lado de su cama y saliendo a llorar al pasillo. AL tercer
día, cuando Jonah estaba luchando contra los minutos, alguna comprensión instintiva
se apoderó del grupo.
Era momento de decir adiós.
Tania, Oscar y Dena tomaros turnos solos en su habitación. Luego los Siete se
convirtieron en Cuatro, los Fletcher y yo.
—¿Cómo estás? —le pregunté a Theo. Nos sentamos en las sillas en la zona de
espera mientras Henry y Beverly se sentaban con Jonah.
—Mi hermano está muriendo y no hay una maldita cosa que pueda hacer. Así es
como estoy.
Me miré las manos durante un momento de silencio.
—¿Cómo estás tú? —preguntó él.
—Realmente ya no puedo sentarme aquí fuera yo sola —contesté—. ¿Puedo…
sostener tu mano?
Theo se movió para sentarse a mi lado. Su gran mano fuerte engullendo la mía.
Estudié los tatuajes que serpenteaban alrededor de sus antebrazos.
272
—¿Tus diseños?
—Algunos.
—¿Qué te llevó a tatuar? —Mi voz sonaba como si hubiese estado gritando durante
horas, empapada en lágrimas y ronca.
—La permanencia —contestó Theo—. El tatuaje es un arte que te muerde
profundamente. Deja sangre. Nunca puede ser borrado. Permanece. —Me miró con sus
ojos de color como el whiskey—. Tú permaneces.
Sonreí.
—Quiero un tatuaje tuyo.
—Nómbralo.
—Aún no estoy segura. Pensaré en ello.
Asintió y esperamos, tomados de las manos. Los Fletcher salieron entonces,
Beverly pareciendo frágil y delicada, Henry totalmente derecho, estoico y tenso, su
dolor bullendo bajo la superficie.
—Theo, cariño —dijo Beverly con voz trémula—. Quiere verte.
Theo se fue y me senté encajada entre los Fletcher, sosteniendo la mano de ella y
apoyando la cabeza en el hombro de él. No eran mis padres, pero los quería. Y me
sentía amada por ellos de un modo que nunca había sentido de los míos. Incluso el
cariño reservado de Henry era un millón de veces más cálido que el de mi padre.
No había pensado en él desde San Diego. O en mi madre. Nunca habían conocido
a Jonah y ahora, nunca lo harían.
Su pérdida, pensé amargamente, pero al instante esa amargura cambió en un
orgullo feroz e incluso alegría. Había conocido a Jonah Fletcher. Había sido amada por
él y era un privilegio que llevaría conmigo el resto de mi vida.
Theo salió, pareciendo desconcertado. Me dio una extraña mirada que no podía
definir, luego comentó:
—Está preguntando por ti.
Jonah descansaba en la cama del hospital, reclinado como hacía en la silla de su
apartamento. Una cánula nasal pasaba bajo su nariz, llevando oxígeno, pero su
respiración era errática. Tomaba pequeñas bocanadas de aire, su pecho sacudiéndose
en lugar de subir y bajar. Sus ojos oscuros eras duros contra su pálido rostro. Su
grueso cabello sedoso ahora era fino y frágil. Tubos y cables corrían por su brazo
derecho, sujetos allí con esparadrapo. La máquina de diálisis moviéndose
continuamente al lado de su cama. Otra monitoreaba su corazón. No entendía los
números de presión sanguínea pero la señal eléctrica saltando de su pulso
monitoreado sonaba rápido y agitado en mis oídos.
—¿Me llamabas? —pregunté mientras me sentaba en la silla junto a su cama.
Apoyé los codos en el colchón y tomé su mano en la mía.
273
—Estoy consiguiendo promesas —mencionó, entre cortas respiraciones
superficiales—. Nadie… puede negarse a alguien… en mi posición.
Intenté encontrar una contestación inteligente, pero no encontré ninguna. Solo el
clamoroso deseo que estuviese en otra posición distinta a esta.
—¿Quieres algo? —pregunté—. Cualquier cosa.
—No, Kace. Solo a ti. Aquí conmigo.
Asentí.
—Aquí estoy. No voy a irme a ningún lado.
Sonrió con un débil tiró de sus labios.
—Y esa promesa.
—¿Dé qué se trata?
—Prométeme —respondió Jonah. Su voz era débil y suave, pero una desesperada
intensidad envolvía su mirada.
—¿Qué, cariño…
—Vuelve a amar.
Lo miré durante un segundo, luego negué.
Luchó por tomar una bocanada de aire.
—Hay más para ti que nosotros, Kace. Por favor… no te reprimas. Tienes mucho
que dar. Tanto amor, Kacey… tanto.
Se me comprimió el pecho.
—Ni siquiera puedo pensar en ello ahora mismo, Jonah…
—Con el tiempo —interrumpió—. Prométemelo. Si encuentras a alguien…
—Nunca.
Entrelazó nuestros dedos.
—No. Lo harás. Ámalo. Ámalo con todo. Como me amaste. Ámalo más. —Cerró
los ojos—. Soy muy feliz, Kace. Nunca así en mi vida. Es… un regalo. ¿Sabes?
Pasé el dorso de los dedos sobre su rostro.
—Lo sé.
Abrió lentamente los ojos.
—Haz a otra persona… tan feliz como yo lo soy ahora mismo. ¿De acuerdo?
Promételo.
Quería negar con la cabeza y asegurarle que no podía hacerlo. Que nunca podría
hacerlo. Nunca volvería sentir por nadie lo que sentía por él.
—Te amo, Kace —dijo entre pequeños hipidos de aire—. Te amo mucho.
Promételo…
—Te amo, Jonah. Y… está bien. Sí. Lo prometo. —Las lágrimas se deslizaban por 274
mis mejillas mientras asentía—. Lo prometo.
Se le volvieron a cerrar los ojos. Su cuerpo se acomodó entre las almohadas y en
su siguiente inhalación parecía tranquilo, aliviado al expirar. Curvó los labios, luego
aún más. Sonrió. Entonces estaba hermoso. En paz. Sereno.
—Necesito decirte algo —comenté—. Sé que estás cansado. Solo descansa y
escucha.
Aun sonriendo, asintió.
—Todavía aquí.
—Te amo —aseguré—. Eres lo mejor que me ha pasado jamás. No devolvería ni
un segundo de nuestro tiempo juntos. Ni uno.
—Kace… —susurró. Su mano en la mía tembló, intentando levantarla. La alcé por
él y presioné mi mejilla en su palma. Acariciándome lentamente el cabello con los
dedos.
—Se me está rompiendo el corazón —dije—. Y estoy muy feliz. Me haces muy feliz.
Tu amor me ha hecho fuerte. Tú me has hecho una mejor persona… —Sollozos como
pequeños puñales en mi garganta, las palabras intentando pasar a su alrededor—. Ser
amada por ti, Jonah… es el mayor honor de mi vida.
Me miró, las lágrimas deslizándose por su pálido rostro.
—Dios, tú… tan hermosa —susurró—. Tan hermosa. No quiero dejar de mirarte…
pero… cansado.
—Duerme —indiqué, subiendo el borde de la manta—. Estaré aquí cuando te
despiertes. Estaré aquí todo el tiempo.
Me incliné y besé sus labios suavemente y sostuvo mi rostro entre sus manos.
—Te amo.
—Te amo, Kace. Te amo… —Cerró los ojos y en menos de un minuto se durmió.
Apoyé mi dolorida cabeza a su lado en la cama, más cansada que lo que había
estado jamás. Destrozada y vacía de todo. Sin alegría, sin dolor, sin esperanza ni
arrepentimiento.
No había dejado nada sin decir.
Con la cabeza en la cadera de Jonah, me quedé dormida, donde soñé que estaba
flotando en un mar de cristal. Suspendida e ingrávida, la belleza rodeándome en cintas
de colores y remolinos de luz. En silencio. En paz.
Feliz.

275
Kacey…
Sin remordimientos.
Sólo amor.
Sólo tú.
Podía ver una costa tranquila bajo un cielo lleno de estrellas. Millones y millones
de estrellas. Millones y millones de momentos. Todos ellos con su nombre.
La amé más de lo que jamás amé a alguien; y me amó a cambió. Ese conocimiento
estaba a salvo en mí, seguro en mi corazón y cuando dejé de luchar contra eso y dejé
que mis ojos se cerraran…
Ya no podía ver la costa, pero sabía que estaba allí. 276
Un viento susurró, como una respiración. Mi última respiración.
Te amaré para siempre.
Cuatro días después…

Me senté en mi cama, aún llevaba el vestido negro, aunque el funeral había pasado
hace mucho tiempo. Mi mano sujetaba un pañuelo húmedo, húmedo de lágrimas y
ennegrecido con rímel.
De los trozos y piezas que podía recordar, había sido un hermoso servicio. Los
amigos de Carnegie vinieron, junto con profesores e instructores. Un representante del
Estudio Chihuly trajo una exquisita escultura de cristal de lirios blancos para la madre
de Jonah y una nota de condolencia del propio Dale. El mundo había perdido un talento
vibrante demasiado pronto, escribió.
277
Un ministro habló, Dena recitó un poema y todos tomaron turnos para hablar de
Jonah; contar historias divertidas, compartir recuerdos conmovedores. Una y otra vez,
escuché a la gente decir cómo él los hizo reír, cómo sacó lo mejor de todo el
mundo. Cómo su fe en ellos los hizo valientes. Creo que esa fui yo.
Después, Beverly se acercó donde Theo y yo estábamos juntos, una pequeña urna
de latón en sus manos.
—El desierto, por la noche, bajo las estrellas —explicó, presionando la urna en las
manos de Theo—. Es lo que él quería. Pero no puedo hacerlo. No puedo...
Yo tampoco puedo, pensé, sentada sola en mi cama. No quiero estar aquí sin ti. Te
necesito.
Solo un golpe en mi puerta me despertó para moverme. Tania estaba fuera,
todavía con el vestido negro del funeral, con los ojos enrojecidos. En sus brazos había
una caja de cartón.
—No puedo quedarme —se disculpó—. Me voy a Seattle mañana y todavía tengo
una tonelada por empacar. —Puso la caja en mis manos—. Pero esto es para ti.
—¿Qué es?
—Jonah lo hizo para ti. Ayudé, pero él hizo el trabajo. Dios, su arte... era un
maestro. Respiró su vida a través del cristal. Nunca trabajaré con nadie mejor.
Nos abrazamos despidiéndonos, ambas rígidas por el dolor, sabiendo que, si nos
quedábamos aquí, colapsaríamos. Hicimos un plan apresurado de vernos cuando
regresara de su entrevista. Si volvía.
Llevé la caja al sofá y la puse en la mesa de café para abrirla.
En el interior había una esfera de vidrio, del tamaño de un melón, pesada y
oscura. Estrellas cristalinas yacían estancadas contra los tonos azul oscuro y
negro. Un planeta rojo, verde y negro, rondaba en el centro, rodeado de remolinos y
espirales de luz en azul pálido que parecían poseer su propia iluminación. Un pedazo
del cielo nocturno atrapado en una esfera.
—El universo —murmuré, acunando el orbe en mi regazo, pasando las manos
sobre su superficie lisa. Su exquisita belleza atrapó mi aliento. Temiendo romperlo,
busqué en la caja una especie de soporte para ponerlo.
Había una nota en la parte inferior de la caja. Cuidadosamente, dejé la esfera a
un lado y saqué el papel doblado con las manos temblorosas. Mis ojos se llenaron de
lágrimas cuando vi su letra. Toqué las palabras, oyendo su voz hablando detrás de
cada trazo de pluma.

Kacey,
Si estás leyendo esto, significa que estoy (espero) en algún restaurante celestial,
llenando mi rostro con bacon y patatas fritas y bebiendo cerveza real. Cuando haya
terminado, daré propina al camarero en rollos de monedas. Porque alguien puede dar con el 278
premio mayor, ¿verdad? Solo tienes que jugar.
Y tienes que vivir. Me enseñaste eso. Mi vida fue obsoleta y cerrada hasta ti. Incolora y
monótona hasta ti. Guardé mi corazón roto para mí mismo, hasta que viniste y lo tomaste en
tus manos suaves y lo reviviste. A mí.
Me enseñaste a encontrar la vida en cada momento. Curaste mi corazón, Kacey, cuando
nada más pudo.
Esta bola de cristal y fuego está muy cerca de mostrarte lo que has sido para mí. Traté
de poner todo lo que eres y todo lo que siento por ti, todo en un solo lugar. Pero capturar tu
enormidad es imposible. No es suficiente. Nada jamás será suficiente.
Eres un universo, Kacey.
Me quedé esperando para encontrar el final de tu amor y belleza, el fin de tu generoso
corazón. Nunca lo hice. Nunca lo haré. No sé cómo, ni por qué, me elegiste para amarme y lo
elegiste. Podrías haberte alejado y salvarte. En su lugar, elegiste quedarte y así, me
salvaste. Ese es mi legado: te he amado y fui amado por ti.
Estoy en paz y espero por Dios, que te haya dado la misma felicidad que me diste. Espero
que el amor que tenemos supere el dolor cuando no esté.
Vive plenamente, canta en voz alta. Comparte tu belleza con este mundo y espero que
sepas que te estoy cuidando desde el otro lado.
Todo mi amor para ti, Kacey. Mi ángel, mi corazón.
Tu Jonah
Sostuve la carta sobre mi corazón, protegiéndola de las lágrimas que caían del
borde de mi barbilla.
Que el amor que tenemos supere el dolor...
Me sentí asintiendo mientras una sonrisa se extendía bajo mis lágrimas. Si tuviera
que hacerlo todo de nuevo, lo haría. No cambiaría ni un minuto, excepto para decirle
antes que lo amaba y que estar con él no era una opción, era como comer o respirar.
—Sin remordimientos, Jonah —le dije, mi mano pasando sobre el pedazo de
universo—. Y te amaré para siempre.

279
Theo nos llevó hacia el oeste, hacia el corazón del desierto en la carretera del
condado 20555. Ninguna luz de la calle o de la ciudad, o incluso la luna, atenuó el
cielo lleno de estrellas. No como la capa llena de polvo de diamantes de Great Basin,
sino cientos de puntos plateados en el lienzo de medianoche sobre nosotros.
Estábamos en silencio en el camino a través del terreno sinuoso, bajas y oscuras
colinas que se elevaban alrededor de nosotros por todos lados.
—Aquí parece bien —indicó Theo, mientras los faros iluminaban una pequeña
parada de descanso con vista al desierto. A la luz de las estrellas, la tierra era una
ondulada meseta de formas indistintas, que se extendía por kilómetros.
Theo estacionó a un lado, luego se acercó para abrirme la puerta del
pasajero. Sostuve la urna segura en mis brazos, su peso de latón caliente en mi piel y 280
pesada. Afuera, el viento se ponía frío y penetrante.
Los faros de la camioneta formaban conos amarillos de luz alrededor de nosotros,
brillando en la urna mientras Theo la tomaba suavemente de mis brazos. Ninguno de
nosotros habló mientras quitaba la tapa y dejaba que el viento tomara las cenizas. A
la luz de la camioneta, los vi elevarse al cielo, donde se dispersó en una nube, como
humo y luego, desapareció.
Me sentí desamparada, como si el viento también me llevase. Como si me
levantara y me arrojara en un millón de pequeñas piezas y llevándolas hacia el cielo.
Entonces su mano se cerró alrededor de la mía.
—Quédate aquí —dijo Theo suavemente. Sentí su pulso golpear a través de su
palma, caliente y fuerte contra la mía, manteniéndome para evitar que me
derrumbara. Manteniéndome entera.
Apreté los dedos alrededor de los suyos mientras miramos hacia el borde del
universo donde Jonah vivía ahora.
—Lo haré.
All In
(Full Tilt #2)

281
Recuperándose de su pérdida, Kacey Dawson está sumergida en el dolor y con el
corazón destrozado, sus adictivos demonios arrastrándola de vuelta al abismo lleno de
alcohol que trabajó tan duro por alejarse. Kacey se tambalea al borde del olvido y debe
luchar por el dolor, construir una nueva vida con su música y cumplir de alguna
manera la promesa que le hizo a Jonah... una que siente imposible de mantener.
Theo Fletcher tiene un secreto que arde en su corazón, uno que lo mantiene cerca,
mientras que lucha por mantenerse fuerte para su familia que se está desmoronando.
La salud de su madre es frágil y la desaprobación de su padre lo está destrozando.
Theo tiene miedo que, si sigue su corazón, fracasará, y no sólo a sí mismo, sino a su
hermano que creyó en él cuando nadie más lo hizo.
Unidos por su dolor, Theo y Kacey construyen lentamente una amistad, re-forjan
viejos vínculos, se ayudan el uno al otro a sanar y se dan el valor para alcanzar sus
sueños. Juntos, de las profundidades del dolor y la culpa, aprenden a reírse de nuevo,
a confiar de nuevo, y muy posiblemente, encontrar algo hermoso y duradero en medio
de las piezas destrozadas de sus corazones rotos.
Parte II del dueto de Full Tilt.

A TENER EN CUENTA, esta novela NO es una novela independiente. Es muy


recomendable leer Full Tilt primero, para entender la trama completa de la
historia y para evitar spoilers.
Emma Scott
Emma Scott es una escritora, maratonista y adicta a la cafeína, que vive y escribe
en el área de California Bay. Tiene dos niñas inteligentes y alegres, y un esposo que la
apoya en todo, y es una fan demostrada de Oxford comma. También es una entusiasta
de Star Wars y comics, que se enamoró de las novelas románticas cuando un escrito
romántico de cien palabras para un concurso, se convirtió en una novela completa
espectacular. También escribe fantasía épica que cuenta con una cantidad épica de
palabras.
Espera que disfrutes su trabajo, que motives a los lectores que dejen sus
opiniones, y piensa que es divertido escribir sobre ella misma en tercera persona. Y si
tiene una fuerza impulsora que motive su trabajo es que el amor siempre gana.
Xoxo

282
283

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