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PARAFINA

ARGUMENTO

JOAQUIN MORALES

2B

NARRACIÓN CREATIVA
AUDIOVISUAL
Escena 1

Vemos el primer plano de la cabeza de una mujer (21) que mira nostálgica la mesa del
bar donde se encuentra, tiene una melena negra y lacia. Detrás de ella está la taberna,
hay una luz lánguida que apenas alumbra el local, el bar está adornado con un
estampado de rombos rojos en las paredes blancas. La mujer se vuelve en sí y ahora
podemos ver su rostro, tiene una tez blanca y un rostro adolescente aún cuando está
notablemente empapada por la ebriedad. Existe una ambigüedad sorprendente en
cuanto a su género, pero podemos discernir que se trata de una mujer, aún cuando lo
masculino y lo femenino fluyen en una misma dirección para dar lugar a un nuevo tipo
de corporalidad. Ocupa una marcada sombra negra al rededor de sus ojos verdes y
lleva puesto un labial rojo un poco disperso por el alcohol. La mujer parece parece
estar conversando con alguien en el bar, le dice estas palabras a la persona o cosa que
está en frente de ella, siempre con un tono melancólico, parece estar hundida en un
ensueño por los gestos de su rostro. -Wilson me ama, nuestros flujos se mueven,
estamos en un tren que nos lleva hasta Londres. Son los últimos días del invierno.
Estoy loca por él. Pasamos el túnel de la Mancha. Bajo Tierra. El se duerme a mi lado.
Se despierta y me dice SexToy. Me lleva a dar una vuelta en su auto deportivo.
Tomamos ron con coca-cola. Después yo soy la que se duerme. Déliciusement.
Mientras yo duermo, decenas de exiliados se agarran a los chasis de sus camiones de
ideología ilegal. A veces sueño que al llegar a la aduana me arrestan por trafico de
estrógeno. Somos dos bambús sobre el hielo, dice él, mientras caminamos por las
calles aún heladas de Londres-. Después de decir esto hace una larga pausa, no hay
ninguna respuesta del otro lado. Retoma su monologo, ahora su rostro parece
perturbado, como si algo o alguien hubiera entrado en ella.
-Caminamos juntos por una ruta sinuosa y empinada que bordea la montaña, y no
puedo, no puedo parar de subir y… Y me cierno más al borde de un precipicio y la
ascensión es ardua y me empiezo a desesperar y la hélice se vuelve pequeña mientras
el se aleja y empiezo a desesperar y una cuchilla voladora me corta ligeramente la
mano y no puedo atraparla mis brazos agitados no pueden parar de llorar y el se va y
me deja y se va en su coche deportivo y ya no hay calles de Londres y no hay
continente en el que pueda cernir mi desdén y odio y y las laderas de las montañas se
están derritiendo sobre mi no tengo tiempo para actuar ya no tengo manos para matar
a nadie y el quiere cortar mi cabeza moldeada pero solo queda el aire caliente que
emana de su cuerpo y desciende hacia mi mientras me enfrío y respiro directamente un
hilo de su aliento mientras me dice: Ça va, tu vas bien?-. Aquí su voz se quiebra, cae
en el torbellino del delirio, sus ojos están vidriosos, su voz tiembla, prosigue al borde
del llanto, llevándose las manos a los ojos de vez en cuando -Ahora las estrellas
encienden mi cabeza. Quiero que el mundo entero se queme al instante, quiero que
todo y todos mueran, menos él, menos yo. Y, entonces, gestaremos otro mundo, en un
óvulo metamorfoseado. Y no me preguntes cómo, no me preguntes nada, no lo sé.
Siento dolor, pregúntame por ese dolor, el dolor de la cárcel. No tengo más respuestas.
Me gusta el fuego. Me gusta el resplandor. Me gustan las estrellas, porque es lo único
real en esa fracción de segundo entre la vida y la muerte. Me gusta avanzar lo más
veloz velozmente posible en un tren rápido sobre todo cuando siento el dolor, me
gustaría llegar más allá y enloquecer, o sea, cuando ya no puedo seguir pensando, o
sea cuando no soy mas un reflejo y la excitación y mi negrura y su negrura y el peligro
me hace permanecer en calma. Te digo algo, solo quiero una cosa: libertad, la libertad
de la quimera incendiaria.- Finalmente vemos otra cosa que no es su cara, es una
mano temblorosa que sostiene con fuerza nerviosa una navaja de afeitar con manchas
de oxidación y sangre fresca. Un poco más abajo, hay un muslo rasmillado por la
misma navaja, que dibujó varias lineas de sangre negra, estos tajos lloran gotas de
sangre por los costados del muslo que, al igual que la mano, tiembla de ansiedad.
Hay un corte, vemos el mismo pelo negro y lacio de la chica del principio, pero desde
atrás. Ya no está en el café, mágicamente cambiamos de ambiente, el sonido de gente
parloteando continua, pero con la impresión de estar en un estrato más abajo de donde
se produce la escena, la iluminación sigue siendo tenue y obscura como en la del bar,
pero lo único que vemos es una habitación mugrienta. La chica está sentada en frente
de un espejo, vemos sus ojos embarrados de sombra negra en el reflejo, se levanta por
el lado derecho y se alcanza a ver su muslo ensangrentado, queda el escritorio vacío.

Escena 2

Parece ser el atardecer, vemos tirado en el asfalto un panfleto que convoca a una
protesta masiva, se lee: Julio 12, ¡PROTESTE! Caceroleo de 20 a 22 hrs, no compre
nada, ¡Por el derecho a la democracia!. Arriba de este panfleto, en el fondo, vemos
cientos de pies corriendo con desesperación, hasta que una bota con cordones rosas
pisa el panfleto en su ansiosa carrera. Hay un microbus ardiendo, detrás de el,
desenfocada, vemos a la multitud corriendo de los carros militares que avanzan
rápidamente por la Alameda de Santiago, el sonido se amplifica y oímos los gritos de
miedo que mueven a las masas de gente, también hay disparos y el sonido que
producen los vehículos de guerra.

Escena 3

Es de noche, ahora en una periferia vemos la misma bota de cuero con cordones
rosados que en el principio, ahora la vemos detalladamente, con precaución vemos
también unas medias un poco rajadas, una falda escocesa color rojo y un gran abrigo
negro. Luego, unos ojos verdes pintados de negro alquitrán, están cristalizados, como
si estuvieran a punto de llorar, pero, al mismo tiempo, están inyectados de rabia. No
vemos nada más, el resto de la cara está cubierta con una capucha negra. Detrás de
esta cabeza vemos mucho humo y barricadas desenfocadas. Finalmente se presenta la
mujer de botas de cuero, tiene una molotov en su mano derecha y un encendedor en la
izquierda, está aguardando en una esquina el momento perfecto para poder estrellarla
contra una patrulla policial. Podemos ver cómo se acerca la patrulla lentamente al
escondite donde se encuentra esta mujer encapuchada, los gritos de una multitud, más
los cacerolas que suenan esquizofrénicas en un tumulto de ansiedad y terror. La mujer
prende el encendedor y enciende la mecha de la molotov, espera unos segundos y la
estrella contra el carro policial al mismo tiempo que grita con voz desatada y
desafinada. El carro prende de inmediato, quedan completamente ciegos. La mujer
corre rápidamente a través de la multitud y el humo de lacrimógenas, la vemos
desaparecer en la nebulosa de tierra y fuego.
Escena 4

Es de mañana, podemos ver un pasaje de alguna población de Santiago, casas


pequeñas que apenas se sostienen en el suelo, grafitis estampados en las murallas y
un centenar de rocas en el camino que una viejita intenta despejar.
Vemos a la mujer de rasgos andróginos, de tez blanca y cabello muy negro, sus ojos
están cerrados, aún tienen el maquillaje de alguna noche anterior, duerme desnuda en
un colchón, solo la cubren unas pocas sabanas y una manta dibujada con bordados de
pajaritos. De pronto la puerta del living comienza a golpearse de manera repentina y
repetitiva, cada vez más fuerte, esto despierta de golpe a la mujer que duerme, su ojos
legañosos se dirigen con pánico a la puerta que ya casi se cae por la fuerza con la que
la golpean, es la misma mujer que aparecía en las primeras escenas. Con terror trata
de levantarse y traspasar el umbral de su habitación hasta la puerta principal, primero
ve por el ojo de pez que hay en la puerta. Nos ponemos en su mirar; solo es la Tutú
(42), una vieja travesti que parece estar muy enojada. La mujer abre la puerta con
inquietud y la Tutú entra rápidamente.-Niña tu vai’ a tener que irte de acá, llegaron los
milicos y andan allanando las casas, ándate luego oye, total, ¿qué teni’ en este
cuchitril? Un colchón pulguiento y unos cuantos harapos, ya pues niña, apúrate-.
Mientras dice esto ayuda a la mujer recién despertada a hacer sus maletas, sin
pensarlo mucho ambas comienzan a echar diferentes objetos en la maleta negra.
Paulatinamente comienzan a arrojar diversas cosas con pánico, se escuchan los gritos
de los vecinos y las amenazas de los militares, hasta unos disparos se hacen
presentes en la agitada mañana que hace que ambas se desesperen y cierren la
maleta violentamente, lo que hace que una lluvia de polvo explote encima de ellas. Sin
lavarse la cara, la mujer de ojos verdes legañosos se despide con un fuerte abrazo de
la vieja travesti.-Chao mi niña, si no me matan hoy, nos volveremos a ver-. Tutú dice
esto con lagrimas en los ojos y con la mandíbula tiritando de terror. La mujer le da un
beso en la cara escamosa y escapa rápidamente de la escena y de su población.

Escena 5

El humo de un tabaco se cuela en el paisaje, la boquilla viaja hasta llegar a los labios
rojos de la mujer prófuga. Ahora viste un pantalón negro y un abrigo que le queda dos
tallas más grande, las botas del día anterior siguen intactas, el ajetreo de la revuelta
sigue calcado en manchas de barro y tierra, penosamente sus cordones rosados
intentan florecer entre tanta mancha marrón que baña esas botas que alguna vez
fueron de un negro chillón. La jornada de protestas aun no termina, se escuchan de
nuevo en toda la alameda las ollas y las cacerolas, como también los cánticos en
contra del dictador. La mujer, aún fumando de su tabaco, revisa en su mochila los
materiales que lleva, saca un trapo negro, una botella de vidrio, y una botella que
detalla: parafina. Comienza a preparar un coctel molotov entre un escondrijo de la
escalera del cerro Santa Lucia. Cuando ya tiene casi todo listo siente una mano gruesa,
como de cuero de cerdo que la agarra del cuello fuertemente pero al mismo tiempo con
un tipo de erotismo violento. La mujer pega un grito mudo que rápidamente es callado
por otra de las manos, son manos morenas con un poco de vello, se escriben
masculinas y contrastan con la blanca piel de la mujer que ya está preparada para
recibir cualquier tipo de vejaciones, cierra los ojos y espera el golpe, ya está
acostumbrada. Deja pasar cinco segundos y tiritando, al no ver ningún tipo de acción,
abre temerosamente los ojos. Vemos a un hombre (28) que transpira, un tipo de
imagen de maleante, de un erotismo criminal. Tiene los ojos cafés, una barbilla
prominente y un mohicano mal hecho. La mujer al no ver ningún tipo de acción por
parte del hombre comienza a patearlo para escapar, pero es imposible, los músculos, la
estatura y la testosterona del hombre son mucho para su cuerpo envenenado de
estrógeno. La toma del cuello con indicios de querer ahorcarla, la voz se escapa de su
cuerpo y parece aceptar la muerte. Cuando ya casi no queda oxigeno que alcanzar, el
victimario estampa su boca contra la de ella y le entrega la vitalidad que le arrebató.
Rápidamente la mujer se incorpora y trata de seguirle la corriente, luego encuentra un
tipo de extraña satisfacción en la interpelación. La mano peluda baja por el cuerpo de la
mujer hasta llegar a su entrepierna, la mujer se sobresalta y respira entrecortado,
exhalando por la nariz con pánico. La mano sigue tocando con curiosidad, luego ambos
se miran y el hombre le tira una mirada complice.-Tranquila- Le dice. Los materiales
cocteleros quedaron despilfarrados por todas partes, el hombre la ayuda a recoger sus
cosas y meterlas en la mochila. -¿Cómo te llamas?-. Le pregunta el hombre. Ella, aún
con desconfianza, trata de inventar cualquier otro nombre buscando con los ojos algún
indicio de alguno, su mirada se clava en la botella de parafina y sin pensarlos dice
tartamudeando y aún atontada por la falta de aire. -PerraFina, me llamo PerraFina-. El
hombre se lanza a reír como si fuera una burla, pero ella está demasiado extasiada con
la rabia que le llena los pulmones como para sentir vergüenza por su invención, luego
él se incorpora. -Buena, yo me llamo Wilson-. Le dice.

Escena 6

Una flama incandescente de fuego toma toda la imagen, en su trizado movimiento


podemos ver a la gente protestando, caceroleando, cantando. Al frente de este grupo, a
unas dos cuadras, un grupo de militares se prepara para reprimir, vemos sus fusiles y
los tanques de guerra. Algunos de los militares se encuentran esparcidos por varias
partes, pero el grupo de protestantes es numeroso y se niega a moverse. Vemos a La
PerraFina y a El Wilson salir por un escondrijo que da directo a la Alameda, pero se
detienen, ven a un militar que esta haciendo guardia, el militar está de espaldas, no los
puede ver. El Wilson le susurra en el oido a ella.-Estate quieta y no grites-. La
PerraFina antes de poder decir cualquier cosa ve como el cuerpo macizo de Wilson se
abalanza sobre la espalda del militar y lo empuja dentro del escondrijo por donde
venían saliendo, casi rozando el cuerpo de PerraFina el militar cae de cabeza en las
escaleras de cemento y su cuerpo hace todo el recorrido hasta llegar a la oscuridad del
agujero. Wilson salta rápidamente sobre él antes de que pueda reaccionar a cualquier
cosa y le quita su fusil, el militar aun está aturdido por la caída pero no llega a estar
inconsciente. PerraFina se encuentra vigilando por las rejillas por si algunos de los
otros militares se ha dado cuenta de la desaparición de aquel soldado, aun todo esta
igual. El militar abre los ojos y trata de gritar pero es callado por el pie de Wilson, una
zapatilla sucia y harapienta es incrustada en todo el interior de su hocico. Wilson le dice
a PerraFina, que ya ha bajado donde están ellos para ver el espectáculo, con ojos
retumbando de éxtasis.-Mira lo que le voy a hacer a este conchetumadre-. Vemos
como la mano de Wilson baja hasta su bolsillo del pantalón y saca un destornillador
que clava con euforia en un ojo del militar, el cuerpo de este comienza a saltar y
convulsionar de dolor mientras muerde la goma sucia de la zapatilla de Wilson, el
destornillador es desencajado del ojo derecho del militar y luego, casi por inercia, se le
clava en el ojo izquierdo, mientras Wilson canta sin mis ojitos ya no podré ver con cierto
tono psicopático y sombrío, la cabeza del militar ya yace en un charco de sangre negra
entre piedras, polvo y vidrios que se encuentran en el piso del escondrijo, Wilson toma
la cabeza inconsciente del soldado y la estrella reiteradas veces en el suelo,
levantando una nube de suciedad.-Oye hueón, ya para, vai´ a traer a todos los milicos
pa´ acá-. Le dice PerraFina que en toda la escena miraba plácidamente pero con algún
tipo de extrañeza, y lo empuja hacia un lado. Ella saca de su abrigo una botella de
parafina y la riega en la cara del soldado que yace muerto en el cochino suelo, luego
prende un encendedor, la llama de fuego prende todo el pequeño túnel y llama la
atención de los militares que se encuentran en la parte de arriba. Wilson y PerraFina se
encuentran contemplando la cara del soldado mientras se derrite, hasta que escuchan
los gritos de los otros militares, rápidamente se meten más profundo en el escondrijo,
tratando de buscar una forma de escapar hacia la carretera, hay un hoyo tapado con
una tabla, Wilson la saca y deja que PerraFina escape primero, el toma el fusil y antes
de que cualquiera pueda verlos, escapan corriendo por la carretera repleta de autos y
la luz cálida de los postes.

Escena 7

Es otra jornada de protestas en alguna población, Santiago está lleno de fogonazos. El


sonido de los cristales rotos estremece toda la periferia. Una de las manifestantes ha
caído herida junto a la fuente teñida de rojo, cae de bruces al suelo, al parecer muerta.
Alrededor de su cabeza se va produciendo un charco negruzco que se coagula al
contacto del aire. El militar que le disparó guarda cobardemente su arma y se le ve huir
de la turba amenazante. La ciudad se sigue estremeciendo con varios bombazos. Los
edificios se evaporan lentamente en la noche llena de fogatas. La brigada antimotines
se hace presente y desarticula la marcha rápidamente con bombas lacrimógenas, la
gente corre del aire venenoso. PerraFina, que seguía el trote enfermizo de la multitud
para luego desviarse por una callejuela, tropieza en un montículo de escombros, el
ruido produce ecos repetidos que llaman la atención de un militar armado que se
encontraba desvanecido en la oscuridad del pasaje, corre apresurado contra ella y la
embiste con violencia, el trasero de su metralleta golpea el craneo de Perrafina y queda
inconsciente, la pantalla queda negra.

Escena 8

Es de mañana, vemos el boquete de una botella de cerveza tirada en un suelo de


tablas. De fondo se escucha el agua de la ducha estrellarse con el suelo, podemos
atisbar en el fondo de la botella una habitación desordenada, una cama sin hacer y una
mesa de noche. Vemos la regadera que expulsa agua con violencia en chorros entre
cortados, la paredes de la ducha parecen tener hongos, pero no se ve totalmente
putrefacta. La luz del sol que se cuela por la rejilla de la ventana deja un ambiente
cálido y tropical, abajo de la regadera hay dos personas húmedas que se bañan juntas,
abrazadas. Primero vemos los músculos tonificados de el Wilson y un tatuaje en su
antebrazo que dice Tabula Rasa escrito en una fuente elegante y sempiterna. Luego
vemos el cuerpo de PerraFina acaparado por los mismos brazos masculinos de el
Wilson, quien comienza a masajear sus senos hormoneados. Vemos el craneo de
PerraFina desde atrás, hay algunos rastros de sangre que se van lavando con el agua,
Wilson le besa el cuello. Sus cuerpos vibran y salpican el agua que cae desde arriba,
comienzan a contorsionarse en un vaivén culibristico de sexualidad ensimismada,
acuosa, totalmente húmeda en esas carnes de diferente color, blanca y morena dibujan
en sus cuerpos la totalidad de un amor fugaz, acaban.

Escena 9

Vemos el trasero desnudo de Perrafina llegar a la misma cama de la escena anterior,


pero se nota que ni siquiera es una cama, es un colchón con las sabanas
desordenadas y, tirada en un rincón, yace una bolsa de plástico grande. Deja caer su
cuerpo en el colchón, entran en cuadro las piernas velludas de Wilson, podemos ver
por entre medio de ellas el cuerpo de PerraFina quien, sin querer queriendo, deja al
descubierto su sexo delator. Wilson se abalanza sobre ella.

Escena 10

Una patrulla avanza amenazante por las calles empedradas de una población, es una
patrulla sin patente. Dentro de ella hay dos policías mirando con altivez a la gente en el
recorrido. 2 mujeres cuchichean en una esquina con sus delantales amarillos, más allá,
una mujer con rostro esquelético se corta a ella misma con un trozo de vidrio, sus ropas
están harapientas y llenas de manchas de lo que parece ser baba o semen o
escupitajos. También, en un quiosco verdulero, se ve a un hombre que compra una
bolsa de papas y al vendedor que se la entrega, parece decirle algo pero no lo
escuchamos, al pasar los policías acosan a los pobladores con insultos demostrando
cierta superioridad moral. PerraFina está mirando atenta por su ventana con rejas, está
rezando, suplicando que este no sea el momento en que la encarcelen, sus labios
tiemblan mientras mira por la ventana. Wilson la acompaña detrás abrazándola,
intentando calmar sus movimientos temblorosos. La patrulla para en la casa contigua,
sale una anciana como de unos 70 años, mira con suspicacia el nido de amor que
ocuparon Perrafina y Wilson y les habla a los policías, esto aumenta la paranoia de
Perrafina y comienza a llorar. Los policías de vestimenta oscura echan un vistazo a la
casa y se devuelven a su patrulla que se aleja lentamente, Perrafina dice que tendrán
que irse pronto de ese lugar, son prófugos de la ley, del amor institucionalizado.

Escena 11

PerraFina está sentada en el suelo, viste una camiseta de tirantes negra ajustada,
pantalones vaqueros de cintura baja que dejan ver unos centímetros de finísima grasa
con unos vellos rubios que se dibujan en su piel, como también unas cicatrices
horizontales. Todo ello coronado por unas zapatillas de deporte blancas. Ríe
estúpidamente al mismo tiempo que ve a alguien, como si no supiera qué hacer delante
del objetivo. Se oye la voz de un hombre, es Wilson.-Vamos a ver cómo harías una
escena de sexo, mi SexToy, sedúceme, yapo-Lo dice con cierto tipo de autoridad, como
si de verdad fuera el director de cada movimiento de su amada. Ella dice que no sabe
cómo la haría, al mismo tiempo que sonríe y cierra los ojos, bajando la mirada.
Tímidamente se pone las manos delante de la cara. -Ya pues.-Le dice Wilson. La voz
femenina dice de nuevo -No sé-.Pero se nota que ya ha empezado a hacerse una idea:
se levanta el pelo negro y lacio con los dos brazos, abre la boca, la cierra como
haciendo una letra u, se muerde el labio inferior, saca la lengua y se chupa el labio
superior con la punta y de nuevo cierra la boca en letra u. -Muy bien mi amor, ahí ves
como si sabes-. En la habitación verde moco está PerraFina apoyando sus dos manos
en el suelo hacia atrás. Entonces un brazo peludo, grueso y largo toca el pecho de la
chica, tira del escote de la camiseta de tirantes, primero toca una teta y luego la otra.
PerraFina se saca el sujetador que cubría sus pequeños pechos. -Eso, enséñame lo
que tienes ahí, vamos a ver cómo harías una escena-. Dice la voz ronca, su lascivia
fetichista está desbordada, comienza a chupar los pezones erectos que se le muestran
en frente, comienza a rugir con desesperación, como si en esas tetillas estuvieran las
ultimas bocanadas de aire en el mundo. PerraFina, mientras ve sus pechos
succionados, mira más allá, como si estuviera incomoda, enojada con algo o alguien.
Entorpece su inquieto cavilar, entra de nuevo a la sexualidad enfrentada. Baja su
cabeza, resignada a su destino de trava tierna hipersexualizada.

Escena 12

Son las 9 de la noche, en la televisión narran los hechos de hace una semana, hablan
sobre el cadáver incinerado del militar, hay una banda de terroristas suelta. Perrafina
mira esto con cierta inquietud, Wilson parece disfrutarlo. Dos horas mas tarde tocan a
la puerta, son golpes tenues, endebles, como los de una rama de árbol, no son los
milicos, Wilson abre la alfeñique puerta principal, es la vieja de al lado, viste un vestido
de playa y un abrigo de tela. La hace pasar. -Así que ustedes son los terroristas que
andan matando militares y carabineros- Les dice la vieja con tono despectivo pero
almirante. -¿De qué me está hablando?- La interrumpe Wilson. Sé que son ustedes, no
quería denunciarlos tan prontamente, pero sé, lo supe desde que llegaron. Tienen
todas las características de esos rotos, ¿qué se han creído?-. Le responde la vieja,
ahora decidida al choque, al juicio moral, mi marido es de la CNI, podría fácilmente
decirle y ¡plop!, quedan encerrados en un campo de concentración en pichagua, pero
no lo he hecho, como te digo, tenia mis dudas, pero sé que pronto los encontraran, me
alegro por eso, ustedes son un cáncer para este país-. Perrafina escucha expectante
desde la otra habitación pero decide interrumpir en la discusión, con seguridad entra en
la habitación. La vieja vuelca la cabeza hacia ella.-Así que tú eres el travesti
degenerado que anda haciéndose el revolucionario, huachito, déjate de shows pobres,
no vas a conseguir nada. Eres un pobre y triste maricón-. La vieja ya no tiene
escrúpulos, la mira desafiante, quiere pasar directo al combate, pero antes de que
Perrafina pudiera decir nada, Wilson se abalanza contra ella, y le mete un rodillazo en
toda su boca que le rompe los pocos dientes huachos que le quedan, la vieja trata de
gritar de dolor, pero es inaudible para nadie, para los muertos quizás. Perrafina se
incorpora, decisiva.-Ábrela desde arriba a abajo, esa vieja saco de mierda será nuestro
pasaporte a un nuevo mundo, un mundo donde ya no cabe el miedo, ya estamos en
él-. Wilson la mira con la mirada embobada de amor. La vieja, con su boca
ensangrentada intenta modular las palabras, pero son casi imposibles de escuchar.-
Son unos locos bastardos, lo supe desde el día en que llegaron a esta humilde
población, no soy un pasaporte a nada, solo soy una vieja, una vieja que quiere paz en
este mundo de ajetreo y caos infernal-. Gime en posición fetal.
-Nosotros también queremos paz, irnos de este mundo lleno de caos, torcimiento y
locura, por eso debemos matarte, para que el infierno no sea como este mundo-. Le
responde Perrafina. La vieja comienza a lloriquear y a repetirse una oración para sí. -Ya
no esperes más, ábrela de una vez-. Le grita Perrafina a Wilson. Y él, decidido, empuja
su mano dentro de la boca de la vieja que aun lloriquea tenuemente en el suelo,
ensangrentada, llena de mocos, saliva y sangre. La mandíbula de la vieja, al reventarse
hace un leve crujido que la deja estremeciéndose de dolor en el suelo, empieza a gritar
todo lo que puede, comienza a vomitar y comienza a salir sangre pulverizada de su
mandíbula desgarrada. Perrafina la golpea en las costillas hasta hacerlas crujir. La
sangre que salta a chorros le gotea de la cara, desde la punta de la nariz y hasta el
final de la barbilla, pero ya no tenia sentido, la vieja ya está muerta, en un rio de sangre
espesa y parda sobre las cerámicas. Wilson saca un cutter y le abre el craneo desde la
frente hasta su parte trasera, y luego, con rigor, mete su puño lo mas profundo que
puede. Perrafina se agacha y le da un beso en la mejilla. -Tenemos que irnos luego,
antes que los gritos de la vieja llamen la atención-. Le dice Perrafina al Wilson.
Comienzan a escucharse las sirenas policiales. Sin entender nada, con sus manos y
caras aún llenas de sangre, salen a lo desconocido. Cuando creen estar
suficientemente lejos de los carros policiales y prenden su ultimo cigarro.-Me he sentido
solo toda la vida, menos contigo-. Le dice Wilson con una sonrisa en el rostro, ella sin
saber cómo reaccionar le estrella un beso y la sangre seca y los mocos y la saliva se
mezclan para formar un liquido homogéneo, un amor liquido y criminal. Es una plaza
oscura, pero las sirenas de las patrullas se escuchan aún mas cerca y comienzan a
iluminar el lugar.-Hasta aquí llegamos mi amor, te ame y te amo como nunca antes lo
había hecho, necesitaba este fuego en mi vida-. Le dice Perrafina con lagrimas en los
ojos, pero no lagrimas tristes, lagrimas de felicidad, se le dibuja una tímida sonrisa
mientras dice esto y escapa hasta un podio que hay al medio de la plaza, hace un
circulo de neoprén al rededor de su cuerpo. Los policías ya han llegado al lugar y le
disparan en una pierna a El Wilson, éste queda inmovilizado en la tierra, las bestias lo
golpean con dureza en la espalda, uno de ellos se tumba encima de él, manteniéndolo
allí sujeto, moliendo su cara contra el pavimento, Wilson se movía violentamente y
encorvaba el cuerpo dando saltos cortos encima del suelo, pero era imposible escapar,
un ultimo golpe en el pavimento y quedó inconsciente. La PerraFina no sabe qué hacer,
y solo atina a gritar “pacos culiaos” repetidas veces mientras sigue con su performance,
ahora se comienza a bañar en parafina. Está empapada, es inflamable. Saca un
encendedor de su monedero y antes de prenderlo, vocifera estas palabras: VIVO AL
BORDE DE LA VIDA VIVO EN TODOS LOS BORDES CONCEBIBLES ESTO NO ES
RENCOR. ESTO NO ES NINGUNA EMOCIÓN. ESTO ES RESENTIMIENTO. ESTO
ES VIVIR EN EL BORDE EN EL MISMISIMO BORDE Y PODRIA MUY BIEN ODIAR A
TODO EL MUNDO PERO NO. Y CADA DIA ESTOY MÁS HECHA MIERDA Y MIS
SIGNOS VITALES ME FALLAN Y TENGO DESEOS Y USTEDES NUNCA
ENTENDERÁN ESTO PORQUE USTEDES NO VIVEN COMO VIVO YO Y NO VEN
QUE SON PURA MIERDA Y ESTOY HECHA MIERDA PORQUE NO SE ME OCURRE
DE QUÉ OTRO MODO PUEDO EXISTIR O SER DIFERENTE Y SI DIOS EXISTE,
DIOS ES TORCIMIENTO Y LOCURA Y EXILIO.
El encendedor cae.

FIN

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