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Segundo Domingo de Pascua – Domingo de la Misericordia

San Gregorio Magno


La escena de Santo Tomás
La suma clemencia obró de manera maravillosa disponiendo que aquel discípulo que dudaba de lo
que le referían los demás, al tocar y palpar en su Maestro las llagas de su carne, curase en nosotros
las llagas de la incredulidad. Porque más nos aprovechó para la fe la incredulidad de Tomás que la
fe de los discípulos que creyeron. Al verse aquél reducido a creer lo palpado, sanó en nosotros las
llagas de la infidelidad al palpar en su Maestro las llagas de la carne. De esta manera, pues, permitió
el Señor que su discípulo dudase después de la resurrección, aun sin abandonarle en la duda. Como
quiso que María tuviera esposo antes de nacer Él. Pues el discípulo, dudando y palpando, resultó un
testigo de la resurrección, y el esposo de la Madre de Jesús fue custodio de su purísima virginidad…
Palpó, pues, y exclamó: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me has visto has creído (Jn
20,28-29). Lo que aparece, ya no es objeto de fe, sino del conocimiento. Al ver, pues, Tomás, al
palpar, ¿cómo se le dice: Porque me has visto han creído? Una cosa vió y otra creyó; porque la
divinidad no pudo ser vista por un mortal. Vió al hombre y confesó a Dios…
Mucho regocija lo que sigue: Dichosos los que sin ver creyeron (Jn 20,29). En esta sentencia estamos
especialmente comprendidos nosotros, los que tenemos en el corazón al que no vimos con los ojos.
Porque cree verdaderamente aquel que ejercita con las obras lo que cree. Al contrario, de los que sólo
tienen fe de palabra, dice San Pablo: Alardean de conocer a Dios, pero con las obras le niegan (Tit.
1,16). Por eso dice Santiago: Es muerta la fe sin las obras (2,26).

San Bernardo
Las Santas Llagas
Levántate ya, amada mía, hermosa mía, y ven (Cant. 2,10)… Paloma mía, que anidas en las
hendiduras de las rocas (ibid., 14)… Otro expositor ha visto en los agujeros de la peña las llagas de
Cristo, y con gran acierto, pues la piedra era Cristo. Buenos agujeros, pues ellos afianzan la fe en la
resurrección y en la divinidad de Cristo. ¡Señor mío y Dios mío! (Jn 20,28), exclamó Tomás al
contemplarlos. ¿De dónde salió este oráculo sino de los agujeros de la peña? Allí es donde el pájaro
ha encontrado retiro, y la tórtola nido en donde poner sus polluelos. Allí es donde la paloma se refugia
y mira sin susto al milano que vuela en derredor. Por eso dice Él: Mi paloma está en las hendiduras
de las peñas; voz de la paloma: Sobre la peña me ha exaltado (39,3). El hombre prudente edifica su
casa sobre roca viva, no teniendo así que temer las injurias de los vientos y de las inundaciones. ¿Qué
de bueno no habrá en la peña? Alto estoy en la peña, seguro estoy en la peña, firme estoy en la peña,
seguro del enemigo, libre del accidente, por estar levantado sobre la tierra, pues todo lo terreno es
caduco. Tengamos nuestra vida en los cielos y no temamos caer ni ser derribados. La peña es el
refugio de los erizos. Y en efecto: ¿Dónde podrá hallar nuestra flaqueza un remanso firme y seguro
sino en las llagas del Salvador? Yo permanezco allí con tanta mayor confianza cuanto que él Es
poderosísimo para salvarme. El mundo brama, el cuerpo me oprime, el diablo me tiende lazos; pero
no caigo, colocado como estoy sobre la piedra firme. Si cometiere alguna gran culpa, por ello,
recordando las llagas de mi Señor, pues ha sido cubierto de heridas por nuestros pecados (Is 53,5).
¿Qué hay tan mortífero que no sea sanado por la muerte de Jesús? Al recordar que siempre tengo a
mano un remedio tan poderosísimo y eficaz, ninguna dolencia con su malignidad me podrá causar
miedo.

Diario de Santa Faustina Kowalska


4 de abril de 1937: Domingo in Albis, es decir, la Fiesta de la Misericordia. Por la mañana, después
de la Santa Comunión mi alma ha sido sumergida en la divinidad; estaba unida a las Tres Personas
Divinas en tal modo que cuando estaba unida a Jesús, a la vez [estaba unida] al Padre y al Espíritu
Santo. Mi alma estaba inundada de una alegría inconcebible y el Señor me ha dado a conocer todo el
mar y el abismo de su misericordia insondable.
Oh, si las almas quisieran comprender cuánto Dios las ama. Todas las comparaciones así sean las más
tiernas y las más fuertes son apenas una pálida sombra frente a la realidad.
Cuando estaba unida al Señor, he conocido cuán numerosas son las almas que adoran la Divina
Misericordia.
Cuando fui a la adoración escuché estas palabras: Hija Mía amada, apunta estas palabras: Mi
corazón ha descansado hoy en este convento. Habla al mundo de Mi misericordia, de Mi amor.
Me queman las llamas de la misericordia, deseo derramarlas sobre las almas de los hombres. Oh,
qué dolor Me dan cuando no quieren aceptarlas.
Hija mía, haz lo que esté en tu poder para difundir la devoción a Mi misericordia. Yo supliré lo que
te falta. Dile a la humanidad doliente que se abrace en Mi Corazón misericordioso y Yo la llenaré
de paz.
Di, hija Mía, que soy el Amor y la Misericordia Misma. Cuando un alma se acerca a Mí con
confianza, la colmo con tal abundancia de gracias que ella no puede contenerlas en sí misma, sino
que las irradia sobre otras almas.
A las almas que propagan la devoción a Mi misericordia, las protejo durante toda su vida como una
madre cariñosa [protege] a su niño recién nacido y a la hora de la muerte no seré para ellas Juez
sino Salvador misericordioso. En esta última hora el alma no tiene nada en su defensa fuera de Mi
misericordia. Feliz el alma que durante su vida se ha sumergido en la Fuente de la Misericordia,
porque no la alcanzará la justicia.
Escribe: Todo lo que existe está encerrado en las entrañas de Mi misericordia más profundamente
que un niño en el seno de la madre. Cuán dolorosamente Me hiere la desconfianza en Mi bondad.
Los pecados de la desconfianza son los que Me hieren más penosamente (…).
Deseo la confianza de Mis criaturas, invita a las almas a una gran confianza en Mi misericordia
insondable. Que no tema acercarse a Mí el alma débil, pecadora y aunque tuviera más pecados
que granos de arena hay en la tierra, todo se hundiría en el abismo de Mi misericordia.

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