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Ganimedes mitología

Debemos estar encerrados en casa, quince días dijeron, ¡Qué locura! La


excusa perfecta para el ocio, la creatividad, para evadir cualquier compromiso de
la cotidianeidad, ser pura modorra. Debo confesar que amo mi sillón, cualquier
sillón, amo el tiempo de calidad que paso con un sillón. Podría ser tu sillón,
piénsalo. Generalmente estoy en movimiento, debo laburar, cuarenta y cinco
horas semanales. Teclear en el computador c u a r e n t a y c i n c o h o r a s s e m a n
ales es extenso, imagina vivirlas. No siempre se tiene esta oportunidad, cuarenta
y cinco horas semanales para habitar el sillón. Ok, tengo tiempo, lo que más tengo
durante estos quince días es tiempo.
Busco archivos viejos en el computador, estoy encontrando muchas
imágenes que tengo guardadas en el correo electrónico. Hayo dibujos de chicos
desnudos ¿Por qué razón los dibujé? Caliente, obvio. También están los bocetos
que hice para un mito, cuando pensaba demasiado en ese mito. Confieso ser muy
fan de las cosas que me gustan, stalkeo, reviso cada segundo tu perfil,
perdóname, soy un obsesivo. El mito: Ganimedes y Zeus ¿Conoces ese mito? Te
lo cuento, dice así, Zeus reposaba sobre la hierba de un campo, cualquier campo,
imagínate una extensión amplia de pastos, un claro de luz entremedio de un
bosquecito, hierbas, una vertiente de agua. Zeus estaba en la somnolencia, en el
letargo y de pronto ¡Bang! Aparece Ganimedes, un muchacho precioso, el joven
más bello que te podrías topar en tu vida, intenta imaginarlo así… perfecto. La flor
más preciosa del vergel, ese era Ganimedes. Zeus se enamoró, pero Zeus tiene
pésima inteligencia emocional, cero empatía, Zeus jamás aprendió nada, ¿Qué
hace Zeus? Se convierte en águila y rapta a Ganimedes, lo lleva al Olimpo y le
obliga a servir por la eternidad, lo convierte en el aguatero de los Dioses, o sea,
por los siglos de los siglos deberá estar llenando copas. Ganimedes, un garzón
cuarenta y cinco horas semanales, de ocho de la mañana a ocho de la noche,
Transantiago, vive en Lampa y trabaja en Vitacura. Ojalá Zeus nunca se fije en mí,
tampoco creo que eso ocurra pero… uno jamás sabe qué le depara el destino.
El Dios del trueno, no conforme con delinquir, convertirse en secuestrador,
explotador, horrible sujeto, tomó al muchacho y lo inmortalizó ¡En el firmamento!
Ganimedes es la constelación de acuario brillando en el cielo junto las estrellas.
¡Por esto y mucho más, “Sin Dios, ni rey ni marido”! Durante los siguientes quince
días afiataré mi relación de dependencia tóxica con el sillón, no aceptaré otro
vínculo así que no me llames, estoy muy ocupado tarareando canciones y no
estoy dispuesto a prepararte el café.
Pienso, hubiese sido maravilloso que Ganimedes tuviera en el momento de
su rapto un arco y una fecha, podría ser una pistola o un gas pimienta pero
situémonos, usemos la imaginación. Zeus en forma de pájaro se acerca, a gran
velocidad y tú, Ganimedes, le disparas, lo matas, liberas a la humanidad del yugo
de los omnipresentes, de los omnipotentes, de los hombres, reescribes la historia,
entonces todos nosotros, las flores más hermosas del vergel, libres para reposar
sobre los campos de pétalos de las rosas, haciendo el amor con todo y todos. Y
no contigo.
Tres semanas asimilando tu ausencia, cuatro días de encierro mirando la pantalla del computador,
hace una hora he comenzado a sentirme cautivo, dos con veinticinco mi empleador me ha
llamado, tres con cincuenta y tres camino en dirección al oriente de Santiago. Me lanzo al cemento
caliente y te imagino acá a mi lado como cuando íbamos en ese automóvil por las carreteras del
Perú, así bien juntitos, escuchando los valses que sonaban fuerte y tanto le alegraban el viaje al
conductor. El automóvil aceleraba, rápidamente ingresamos a una carretera que se extendía
desde Ilo a Camaná, bordeamos la planicie costera, tu pierna rozó contra la mía, tu rostro se pegó
a la ventana, parecías dormido. En cada curva me acercaba a tu cuerpo como la mar se acerca a las
rocas, queriendo romper allí, sobre tus caderas que son acantilado donde los hombres suben a
encontrar la muerte. En tu boca florecía el maizal y yo labios de culebra queriendo reptar
despacito, danzando mi timidez y los chasquidos de mi lengua eufórica desbordando sobre tu
tierra caliente. Vuelvo mi paso más lento, quiero extender los recuerdos, rumiar tanto tu imagen
hasta que pierda su sazón, transformar tu rostro en una goma de mascar que dejaré pegada bajo
cualquier mesa. Al poco andar, el laberinto grisáceo estalla multicolor. Los últimos meses hemos
aullado como manada que corre abrazadita dejando una baba colorida sobre los muros
monocromáticos de la capital. El horizonte ha dejado de ser plano, es un beso desparramado,
desprolijo, la lengua de un licántropo sobre mi ojo derecho. Los labios tibios de la pintura sonrojan
mis mejillas. Pero allá, más allá, un hombre de blanco y mascarilla, brocha en mano borroneando,
extendiendo y plegando sus extremidades, susurrando un halito invernal sobre las murallas,
tapándolo todo, quitándome los suspiros, arrebatándome la lengua pictórica de mis compañeras,
la señalética de nuestro encuentro. Cobijo mi corazón entre las falanges de mis dedos, ¿Se habrá
vestido el tiempo de overol? ¿El aislamiento habrá tapado los rayones de nuestro encuentro?
¿Hemos perdido el camino a nuestro hogar? Sostendré el habitáculo donde reside mi memoria, tu
risa guardada dentro de un frasco de almíbar, mis amores y mis amigas sabrán cómo encontrarme,
permaneceré allí, donde el arrozal florece bordeando la costa y el ají se seca sobre las dunas.
La tela negra del pantaloncillo va rozando mi piel desnuda, polerita holgada, zapatillas y una
botella fría en la mano. Bebo un vino dulce, traslucido y frutal, me embriago con mis pensamientos
mentirosos. Agoniza el bullicio en Estación Central. Me detengo a observar las dunas de basura
formadas por el descuido ciudadano. Podría escalar y perderme, o habitar una de esas colinas de
cartón, mirar desde ahí el ocaso del progreso. Ven a recostarte junto a mí, en esta cama de
plásticos que hice para las dos. He seleccionado las mejores capas de espuma y el nylon más
resistente para fabricar un colchón que soporte nuestro peso, que nos permita saltar sobre él,
festejar las barricadas extendidas de punta a punta en la ciudad. Gritar, abrazarnos y llorar ¡Le
hemos cortado la cabeza al General Baquedano! Galopamos nosotras nuestra dignidad. Caigo. Me
sumerjo en el mar de cajas apiladas, numeradas, asignadas, empacadas, en espera de reciclaje.
Me duermo con mi licorcito empuñado, el pantaloncito se me cae y me arropas, calentito bajo una
frazadita, una que encontraste ahí, por Matucana, abandonada, como nosotras.

Que somos amigas.


Las barricadas que se entienden de punta a punta en Santiago nos proveerán de calor

Estoy dormitando mientras camino por la ciudad, aletargado por el atardecer, por las calles medio
vacías y los basureros atestados de desperdicios.

Es verano. La tela negra del pantalocillo va rozando mi piel desnuda. Una camisa encima, zapatillas
y mi cuerpo deambulando por la calle. Bebo un vinito frío directo de la botella, me embriago con
mi propio aliento dulce y mentiroso, borracho me sé capaz de empalagar cualquier oído
El sol ha comenzado a derretirse sobre la cordillera

Somnoliento observo el maizal que crece bordeando el mar. Montado sobre un mototaxi recorro
la carretera costera entre Ilo y Tacna. El conductor, un argentino de pocas palabras, me ha
contado una breve historia. Me comentó: “Encontrarás betoneras en el camino, las han
abandonado los que caminan. Cuando el sol comienza a derretirse sobre la cordillera prefieren
huir y dejar sus herramientas esparcidas, como regalo para los otros caminantes, como símbolo de
la nueva frontera, del muro que se alza más adelante, donde solo los que se movilizan rápido
pueden llegar.”

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