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Inmigrantes; de Bolivia con amor

Ruddy Orellana V.

Partir del terruño, abandonar el suelo que sujetó nuestra integridad y alimentó nuestras
esperanzas es morir un poco.

Dejar a la familia, a los hijos, a los hermanos, a los padres, a la novia y hasta el banco en el que a
diario nos sentábamos para contemplar cómo el día sucumbía a los encantos de la noche y así
irnos caminando las calles desordenadas y bulliciosas de nuestro centro es morir un poco.

Jorge Luis Borges restrega en el rostro de la memoria el recuerdo de que “no basta ser valiente
para aprender el arte del olvido. Un símbolo, una rosa te desgarra y te puede matar una guitarra”.

Dejarlo todo y solo llenar las maletas de ropa y de esperanzas, de incertidumbres y de un profundo
deseo de buscar días mejores. Dejarnos ir hacia esa otra historia, hacia “ese otro mar” que pronto
atisbará su rostro, una veces halagüeña, otras verdaderamente dolorosa es morir un poco.

Amanece con nieve en la Ciudad de Falls Church, Virginia. El invierno es crudo y los siete grados
bajo cero son solo una pequeña desventaja que con el pasar de las horas se irá disipando al calor
del trabajo.

Juan C. B. Se levanta todos los días a las cuatro de la madrugada cargado de entusiasmo y
esperanza. El bus de servicio público que lo lleva hasta su trabajo pasa a las 5:30, pero antes tiene
que preparar su merienda si no quiere pasar hambre, pues en la zona en que trabaja no existen
locales que puedan ofrecerle una comida adecuada.

Juan es un cochabambino de sangre y médula que desde hace 3 años trabaja en construcción.
Llegó al Estado de Virginia en 2009 y desde entonces su sueño americano no se ha debilitado, al
contrario se ha ido fortaleciendo a medida que sus logros económicos fueron convirtiéndose en
soluciones para su familia que se quedó con la mano en el corazón en Tiataco, Valle Alto de
Cochabamba.

Juan trabaja ilegalmente, sin embargo su legalidad yace en su buena fe, en ese toque contundente
que tienen los bolivianos para echar el desasosiego a un lado y “meterle duro” al trabajo. “¡Carajo!
Dice, este país es el lugar de las oportunidades y debemos aprovecharlo.

Así como Juan, existen cientos de bolivianos que tienen que enfrentar su condición todos los días.
Sin la bendita tarjeta verde ni el número de Seguro Social, es imposible poder acceder a otros
documentos y privilegios como una cuenta bancaria, rentar una apartamento o tener seguro de
salud.

Juan no posee licencia de conducir, por ende es imposible que pueda comprar un auto, sin
embargo, y con frecuencia, la necesidad de trasladarse hasta su fuente de trabajo con relativa
rapidez ha hecho que una gran parte de los inmigrantes, no sólo bolivianos, corra el gran riesgo de
conducir sin licencia o con una suspendida.
El boliviano no pierde; gana experiencia. El boliviano no se esfuerza; se raja. El boliviano no se
enoja; se raya.

Estas bien podrían ser máximas populares que resumirían la esencia de un boliviano. Soy un
convencido de que Bolivia es un país portátil. Cada vez que un paisano emigra, su maleta está
repleta de esperanzas, costumbres, taras, tradiciones, ambiciones, cocina, bebidas, juegos,
modismos y hasta pequeñas trampillas. El país entero en un par de valijas para acampar en otros
lares, en otras culturas y así darle un nuevo rumbo a su vida.

Yo diría que son extensiones físicas y metafísicas de un comportamiento social irrenunciable, una
suerte de autodefensa que de una manera impresionante le ayuda a subsistir en las regiones más
inhóspitas del planeta.

Cuando se abre esa caja de Pandora, surgen sabidurías y panaceas, habilidades y atajos. Es un
círculo interminable, acaso por eso tengo la plena certeza de que a un boliviano en el exterior le
podría pasar de todo y aun así seguir teniendo la suerte de los gatos, no sólo por las múltiples
vidas, sino porque siempre caerá parado y jamás se morirá de hambre.

Desde hace algunos días, por fin una propuesta de reforma migratoria está en debate en la
Cámara de Representantes. Por fin existe un atisbo de consenso entre demócratas y republicanos.

Como nunca, en esta legislatura, existe la posibilidad de que la gran ley de reforma pase y sea
promulgada por Obama que, entre otras cosas, daría cumplimiento a la promesa que hizo a la
comunidad latinoamericana en su primera gestión.

Según datos extraoficiales, en los EE.UU. viven cerca de un millón de bolivianos, entre
documentados e indocumentados. Ojalá que esa reforma sea una realidad impostergable.

Ojalá que “esa vana costumbre que siempre nos inclina al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina”,
siga siendo el motor inagotable para que pronto nuestros compatriotas puedan al fin relamerse las
heridas de la ausencia en familia.

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