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del Romanticismo europeo, encontramos una gran dispari­

dad en la evolución socioeconómica y política de los distin­


tos países. Varios de ellos no han alcanzado aún la unidad
nacional, como Italia o como Alemania, dividida en unos
doscientos minúsculos territorios de carácter semifeudal; y
su economía es básicamente agraria. Inglaterra va a la cabe­
za en su industrialización y riqueza colonial, así como en la
gradual conquista del poder político por la burguesía. Y en
Francia estalla el enfrentamiento violento con las estructu­
ras del Antiguo Régimen. La Revolución de 1789 es un
acontecimiento clave, que entronca con el Romanticismo
en una misma lucha por la libertad. La nueva ideología, que
tiene en Rousseau a su más emblemático representante, su­
pone un «giro copemicano» frente a la creencia en un peca­
do original irremediable: la historia se contempla como un
proceso esperanzado de superación, siempre en progreso.
Aunque los excesos del Terror, las guerras subsiguientes y las
invasiones napoleónicas pusieron en seguida en crisis el en­
tusiasmo inicial, las propuestas teóricas de la Revolución
Francesa continuaron vigentes. Friedrich Schlegel, en el
Fragmento 116 de la revista Athenäum (1798-1800), escribió:
«La Revolución Francesa, la Doctrina de la ciencia de Fichte y
el Wilhelm Meister de Goethe son las grandes tendencias de
nuestra época». Es conocido el gesto de Hölderlin, Sche-
lling y Hegel, condiscípulos en Tubinga, plantando un «ár­
bol de la libertad» en su memoria. Y Kant, que aportó al
Romanticismo las bases para la filosofía idealista de Fichte
(sobre todo con su Critica deljuicio, de 1790, donde poten­
cia la idea de belleza como «intuición de la unidad del ser»),
siempre celebró la Revolución. En Inglaterra, Wbrdsworth
y Coleridge se apasionaron en su favor; ellos y muchos
otros viajaron a Francia. Pero, a partir de la derrota de Na­
poleón y del Congreso de Viena, las teorías conservadoras
de Edmund Burke y Joseph de Maistre ganaron mucho te­
rreno; muchos románticos alemanes, ingleses, franceses y
españoles volvieron a la tradición, para basar en el «espíritu
del pueblo» el creciente nacionalismo de su tiempo. G. Lu-
kács ha mostrado cómo, sobre todo en Alemania, donde el
progreso político era imposible, los intelectuales concéntra­

te
«Círculo de Jena» y en Berlín, esta intensísima etapa de es­
peculaciones teóricas.
Pero estas primeras generaciones del Romanticismo ale­
mán no fueron sólo creativas a través del lenguaje verbal,
tanto metafísico como crítico-literario. La música y las artes
plásticas se desarrollaron de manera tan impresionante
como la filosofía. El más temprano teorizador literario de
la convergencia de todos los caminos hacia la belleza fue
Wackenroder (1773-1798), amigo de Tieck y muerto prema­
turamente cuando empezaba a colaborar con el «Círculo
de Jena». Su obra Efusiones cordiales de un monje amante del
arte (1797) pone la intuición y la libertad del genio como
punto de partida, y la pintura y la música como vías más ele­
vadas hacia la plenitud estética9. En su exaltación de la mú­
sica le acompañaron después Tieck, F. Schlegel, Novalis y
E. T. A. Hoffmann, quien adoptó el nombre de Amadeus en
homenaje a Mozart (cuyo Requiem fue compuesto en 1791).
Recordemos que, en el año inaugural del Romanticismo
alemán e inglés (1798), Beethoven compuso su Sonata para
piano «Patética»; y siguió creando, paralelamente a los poe­
tas y pintores: en 1808, la «Quinta Sinfonía», a la vez que
C. D. Friedrich pintaba su «Monje a la orilla del mar» (co­
mentado por Kleist, Amim y Brentano); y así hasta 1823,
en que coincidieron su «Novena Sinfonía» y «El mar de hie­
lo» de Friedrich. En el norte de Alemania dos pintores pro­
fundizaron en una sutilísima interpretación de la realidad.
Philipp-Otto Runge (1777-1810) pintó desde su interioridad
y sentimiento cósmico; amigo de Tieck y muy afín a Nova-
lis, se anticipó a Wagner en su proyecto de síntesis de las ar­
tes; su serie «Las horas del día» iría acompañada de textos
de Tieck y música de Berger, y alojada en un edificio simbó­
lico. Caspar David Friedrich (1774-1840) extremó el recha­
zo de la tradición italiana y profundizó en la expresión del
alma a través de paisajes vibrantes de simbolismo. En el sur,
los llamados «Nazarenos» volvieron en cambio a Italia, a re­
novar el arte alemán desde un medievalismo cristiano. Por

9 Véase Antoni Mari, E l entusiasmo y la quietud’ Barcelona, Tusquets,


1979, págs. 171-176.

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otra parte, la gran pintura romántica fue creada también
por franceses: Géricault, Gros, Delacroix..., e ingleses: J. H.
Füssli (de origen suizo), Blake, Constable, Tumer... y enri­
quecida por Goya, el genio español en la divisoria entre
Ilustración y Romanticismo10.
Entrando ya en el panorama específicamente literario,
conviene aludir a la simultaneidad de la aparición del pleno
Romanticismo en Inglaterra y en Alemania, así como a su
posterior difusión por Francia y España. Se ha debatido lar­
gamente sobre la unidad de este gran movimiento europeo.
Arthur O. Lovejoy ha insistido en la heterogeneidad de sus
manifestaciones, según los distintos países y generaciones11.
En cambio, René Wellek ha mostrado la profunda comuni­
dad ideológica y estética que subyace a la aparente plurali­
dad12, tesis que comparte Hans Georg Schenk en su valioso
estudio, donde aspira a demostrar su coherencia, más allá
de las contradicciones en que se manifiesta13.
En 1798 apareció la primera edición de las LyricalBattads,
anónima; la segunda, en 1800, firmada por Wordsworth
(nacido en 1770) y Coleridge (n. 1772): con ellas se inició la
renovación de la lírica inglesa hacia el lenguaje asequible a
la clase media, la conciencia de la necesaria distanciación
de la emoción inicial para la elaboración del poema, y una
visión íntima, familiar y panteísta a la vez, de la naturaleza.
En esta primera generación tienen importancia también
Southey (n. 1774), Jane Austen (n. 1775) y Walther Scott
(n. 1771), creador de un tipo de novela histórica que influi­
ría enormemente en Francia y España (mientras que los pri­
meros no fueron apreciados entre nosotros hasta Unamu-

10 Véase Paz, op. cit., págs. 215-405.


11 Arthur O. Lovejoy, Essays in the history o f ideas, Baltimore, The Johns
Hopkins Press, 1948; véase también, La gran cadena del ser, Barcelona, Ica­
ria, 1983.
12 René Wellek, H istoria de la crítica moderna, Madrid, Gredos, 1959; véa­
se también, Confrontations, Studes in the intellectual and literary relations bet­
ween Germany and England and the United States during the ninetenth century,
Princeton University Press, 1965.
13 H. G. Schenck, The m ind o f the european romantics, Londres, 1966; trad,
alemana, Geist der europäischen Romantik, Francfort, Minerva GMBH, 1970.

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