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2º domingo de Navidad (A-B-C)

EVANGELIO

Evangelio

La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.

Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 1-18

En el principio ya existía la Palabra,


y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios.

Por medio de la Palabra se hizo todo,


y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.

En la Palabra había vida,


y la vida era la luz de los hombres.

La luz brilla en la tiniebla,


y la tiniebla no la recibió.

Surgió un hombre, enviado por Dios,


que se llamaba Juan:
éste venía como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que por él todos vinieran a la fe.

No era él la luz,
sino testigo de la luz.

La Palabra era la luz verdadera,


que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino,
y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella,
y el mundo no la conoció.

Vino a su casa,
y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron
les da poder para ser hijos de Dios,
si creen en su nombre.

Éstos no han nacido de sangre,


ni de amor carnal,
ni de amor humano,
sino de Dios.

Y la Palabra se hizo carne


y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de él y grita diciendo:


«Éste es de quien dije:
"El que viene detrás de mí,
pasa delante de mí,
porque existía antes que yo"».

Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.

Porque la Ley se dio por medio de Moisés,


la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.

A Dios nadie lo ha visto jamás:


el Hijo único,
que está en el seno del Padre,
es quien lo ha dado a conocer.

Palabra de Dios.

HOMILIA

2015-2016 (C)
3 de enero de 2016

Título

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José Antonio Pagola


HOMILIA

2014-2015 (B)
4 de enero de 2015

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

2013-2014 (A)
5 de enero de 2014

RECUPERAR LA FRESCURA DEL EVANGELIO

En el prólogo del evangelio de Juan se hacen dos afirmaciones básicas que nos obligan a
revisar de manera radical nuestra manera de entender y de vivir la fe cristiana, después de
veinte siglos de no pocas desviaciones, reduccionismos y enfoques poco fieles al Evangelio
de Jesús.

La primera afirmación es ésta: “La Palabra de Dios se ha hecho carne”. Dios no ha


permanecido callado, encerrado para siempre en su misterio. Nos ha hablado. Pero no se
nos ha revelado por medio de conceptos y doctrinas sublimes. Su Palabra se ha encarnado
en la vida entrañable de Jesús para que la puedan entender y acoger hasta los más
sencillos.

La segunda afirmación dice así: “A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo único, que está en el
seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer”. Los teólogos hablamos mucho de Dios,
pero ninguno de nosotros lo ha visto. Los dirigentes religiosos y los predicadores hablamos
de él con seguridad, pero ninguno de nosotros ha visto su rostro. Solo Jesús, el Hijo único
del Padre, nos ha contado cómo es Dios, cómo nos quiere y cómo busca construir un mundo
más humano para todos.

Esta dos afirmaciones están en el trasfondo del programa renovador del Papa Francisco.
Por eso busca una Iglesia enraizada en el Evangelio de Jesús, sin enredarnos en doctrinas
o costumbres “no directamente ligadas al núcleo del Evangelio”. Si no lo hacemos así, “no
será el Evangelio lo que se anuncie, sino algunos acentos doctrinales o morales que
proceden de determinadas opciones ideológicas”.
La actitud del Papa es clara. Solo en Jesús se nos ha revelado la misericordia de Dios. Por
eso, hemos de volver a la fuerza transformadora del primer anuncio evangélico, sin eclipsar
la Buena Noticia de Jesús y “sin obsesionarnos por una multitud de doctrinas que se intenta
imponer a fuerza de insistencia”.

El Papa piensa en una Iglesia en la que el Evangelio pueda recuperar su fuerza de


atracción, sin quedar obscurecida por otras formas de entender y vivir hoy la fe cristiana. Por
eso, nos invita a “recuperar la frescura original del Evangelio” como lo más bello, lo más
grande, lo más atractivo y, al mismo tiempo, lo más necesario”, sin encerrar a Jesús “en
nuestros esquemas aburridos”.

No nos podemos permitir en estos momentos vivir la fe sin impulsar en nuestras


comunidades cristianas la conversión a Jesucristo y a su Evangelio a la que nos llama el
Papa. Él mismo nos pide a todos “que apliquemos con generosidad y valentía sus
orientaciones sin prohibiciones ni miedos”.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2012-2013 (C)
Fecha

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

2011-2012 (B)

ACOGER A DIOS

Y los suyos no lo recibieron.

Jesús apareció en Galilea cuando el pueblo judío vivía una profunda crisis religiosa.
Llevaban mucho tiempo sintiendo la lejanía de Dios. Los cielos estaban “cerrados”. Una
especie de muro invisible parecía impedir la comunicación de Dios con su pueblo. Nadie era
capaz de escuchar su voz. Ya no había profetas. Nadie hablaba impulsado por su espíritu.
Lo más duro era esa sensación de que Dios los había olvidado. Ya no le preocupaban los
problemas de Israel. ¿Por qué permanecía oculto? ¿Por qué estaba tan lejos? Seguramente
muchos recordaban la ardiente oración de un antiguo profeta que rezaba así a Dios: “Ojalá
rasgaras el cielo y bajases”.

Los primeros que escucharon el evangelio de Marcos tuvieron que quedar sorprendidos.
Según su relato, al salir de las aguas del Jordán , después de ser bautizado, Jesús “vio
rasgarse el cielo” y experimento que “ el Espíritu de Dios bajaba sobre él”. Por fin era posible
el encuentro con Dios. Sobre la tierra caminaba un hombre lleno del Espíritu de Dios. Se
llamaba Jesús y venía de Nazaret.

Ese Espíritu que desciende sobre él es el aliento de Dios que crea la vida, la fuerza que
renueva y cura a los vivientes, el amor que lo transforma todo. Por eso Jesús se dedica a
liberar la vida, a curarla y hacerla más humana. Los primeros cristianos no quisieron ser
confundidos con los discípulos del Bautista. Ellos se sentían bautizados por Jesús con su
Espíritu.

Sin ese Espíritu todo se apaga en el cristianismo. La confianza en Dios desaparece. La fe se


debilita. Jesús queda reducido a un personaje del pasado, el Evangelio se convierte en letra
muerta. El amor se enfría y la Iglesia no pasa de ser una institución religiosa más.

Sin el Espíritu de Jesús, la libertad se ahoga, la alegría se apaga, la celebración se convierte


en costumbre, la comunión se resquebraja. Sin el Espíritu la misión se olvida, la esperanza
muere, los miedos crecen, el seguimiento a Jesús termina en mediocridad religiosa.

Nuestro mayor problema es el olvido de Jesús y el descuido de su Espíritu. Es un error


pretender lograr con organización, trabajo, devociones o estrategias diversas lo que solo
puede nacer del Espíritu. Hemos de volver a la raíz, recuperar el Evangelio en toda su
frescura y verdad, bautizarnos con el Espíritu de Jesús.

No nos hemos de engañar. Si no nos dejamos reavivar y recrear por ese Espíritu, los
cristianos no tenemos nada importante que aportar a la sociedad actual tan vacía de
interioridad, tan incapacitada para el amor solidario y tan necesitada de esperanza.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2010-2011 (A) – JESÚS ES PARA TODOS


2 de enero de 2011

EL ROSTRO HUMANO DE DIOS


No recuperaremos los cristianos el vigor espiritual que necesitamos en estos tiempos de
crisis religiosa, si no aprendemos a vivir nuestra adhesión a Jesús con una calidad nueva.
Ya no basta relacionarnos con un Jesús mal conocido, vagamente captado, confesado de
manera abstracta o admirado como un líder humano más.

¿Cómo redescubrir con fe renovada el misterio que se encierra en Jesús? ¿Cómo recuperar
su novedad única e irrepetible? ¿Cómo dejarnos sacudir por sus palabras de fuego? El
prólogo del evangelio de Juan nos recuerda algunas convicciones cristianas de suma
importancia.

En Jesús ha ocurrido algo desconcertante. Juan lo dice con términos muy cuidados: «la
Palabra de Dios se ha hecho carne». No se ha quedado en silencio para siempre. Dios se
nos ha querido comunicar, no a través de revelaciones o apariciones, sino encarnándose en
la humanidad de Jesús. No se ha "revestido" de carne, no ha tomado la "apariencia" de un
ser humano. Dios se ha hecho realmente carne débil, frágil y vulnerable como la nuestra.

Los cristianos no creemos en un Dios aislado e inaccesible, encerrado en su Misterio


impenetrable. Nos podemos encontrar con él en un ser humano como nosotros. Para
relacionarnos con él, no hemos de salir de nuestro mundo. No hemos de buscarlo fuera de
nuestra vida. Lo encontramos hecho carne en Jesús.

Esto nos hace vivir la relación con él con una profundidad única e inconfundible. Jesús es
para nosotros el rostro humano de Dios. En sus gestos de bondad se nos va revelando de
manera humana cómo es y cómo nos quiere Dios. En sus palabras vamos escuchando su
voz, sus llamadas y sus promesas. En su proyecto descubrimos el proyecto del Padre.

Todo esto lo hemos de entender de manera viva y concreta. La sensibilidad de Jesús para
acercarse a los enfermos, curar sus males y aliviar su sufrimiento, nos descubre cómo nos
mira Dios cuando no ve sufrir, y cómo nos quiere ver actuar con los que sufren. La acogida
amistosa de Jesús a pecadores, prostitutas e indeseables nos manifiesta cómo nos
comprende y perdona, y cómo nos quiere ver perdonar a quienes nos ofenden.

Por eso dice Juan que Jesús está «lleno de gracia y de verdad». En él nos encontramos
con el amor gratuito y desbordante de Dios. En él acogemos su amor verdadero, firme y fiel.
En estos tiempos en que no pocos creyentes viven su fe de manera perpleja, sin saber qué
creer ni en quién confiar, nada hay más importante que poner en el centro de las
comunidades cristianas a Jesús como rostro humano de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2009-2010 (C)
3 de enero de 2010

RECUPERAR A JESÚS

Los creyentes tenemos múltiples y muy diversas imágenes de Dios. Desde niños nos vamos
haciendo nuestra propia idea de él, condicionados, sobre todo, por lo que vamos
escuchando a catequistas y predicadores, lo que se nos transmite en casa y en el colegio o
lo que vivimos en las celebraciones y actos religiosos.

Todas estas imágenes que nos hacemos de Dios son imperfectas y deficientes, y hemos de
purificarlas una y otra vez a lo largo de la vida. No lo hemos de olvidar nunca. El evangelio
de Juan nos recuerda de manera rotunda una convicción que atraviesa toda la tradición
bíblica: «A Dios no lo ha visto nadie jamás».

Los teólogos hablamos mucho de Dios, casi siempre demasiado; parece que lo sabemos
todo de él: en realidad, ningún teólogo ha visto a Dios. Lo mismo sucede con los
predicadores y dirigentes religiosos; hablan con seguridad casi absoluta; parece que en su
interior no hay dudas de ningún género: en realidad, ninguno de ellos ha visto a Dios.

Entonces, ¿cómo purificar nuestras imágenes para no desfigurar de manera grave su


misterio santo? El mismo evangelio de Juan nos recuerda la convicción que sustenta toda la
fe cristiana en Dios. Solo Jesús, el Hijo único de Dios, es «quien lo ha dado a conocer».
En ninguna parte nos descubre Dios su corazón y nos muestra su rostro como en Jesús.

Dios nos ha dicho cómo es encarnándose en Jesús. No se ha revelado en doctrinas y


fórmulas teológicas sublimes sino en la vida entrañable de Jesús, en su comportamiento y
su mensaje, en su entrega hasta la muerte y en su resurrección. Para aproximarnos a Dios
hemos de acercarnos al hombre en el que él sale a nuestro encuentro.

Siempre que el cristianismo ignora a Jesús o lo olvida, corre el riesgo de alejarse del Dios
verdadero y de sustituirlo por imágenes distorsionadas que desfiguran su rostro y nos
impiden colaborar en su proyecto de construir un mundo nuevo más liberado, justo y
fraterno. Por eso es tan urgente recuperar la humanidad de Jesús.

No basta con confesar a Jesucristo de manera teórica o doctrinal. Todos necesitamos


conocer a Jesús desde un acercamiento más concreto y vital a los evangelios, sintonizar con
su proyecto, dejarnos animar por su espíritu, entrar en su relación con el Padre, seguirlo de
cerca día a día. Ésta es la tarea apasionante de una comunidad que vive hoy purificando su
fe. Quien conoce y sigue a Jesús va disfrutando cada vez más de la bondad insondable de
Dios.

José Antonio Pagola


HOMILIA

2008-2009 (B) RECUPERAR EL EVANGELIO


4 de enero de 2009

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

2007-2008 (A) – RECREADOS POR JESÚS

DIOS ENTRE NOSOTROS

La palabra se hizo carne.

El evangelista San Juan, al hablarnos de la encarnación del Hijo de Dios, no nos dice nada
de todo ese mundo tan familiar de los pastores, el pesebre, los ángeles y el Niño Dios con
María y José. San Juan se adentra en el misterio desde otra hondura.

En Dios estaba la Palabra, la Fuerza de comunicación y revelación de Dios. En esa Palabra


había vida y había luz. Esa Palabra puso en marcha la creación entera. Nosotros mismos
somos fruto de esa Palabra misteriosa. Esa Palabra ahora se ha hecho carne y ha habitado
entre nosotros.

A los hombres nos sigue pareciendo todo esto demasiado hermoso para ser verdadero. Un
Dios hecho carne, identificado con nuestra debilidad, respirando nuestro aire y sufriendo
nuestros problemas. Y seguimos buscando a Dios arriba, en los cielos, cuando está abajo
en la tierra.

Una de las grandes contradicciones de los cristianos es confesar con entusiasmo la


encarnación de Dios y olvidar luego que Cristo está ahora en medio de nosotros. Y sin
embargo, después de la encarnación, a Dios sólo lo podremos encontrar entre los hombres,
con los hombres, en los hombres.

Dios ha bajado a lo profundo de nuestra existencia y la vida nos sigue pareciendo vacía.
Dios ha venido a habitar en el corazón humano y sentimos un vacío interior insoportable.
Dios ha venido a reinar entre nosotros y parece estar totalmente ausente en nuestras
relaciones.
Dios ha asumido nuestra carne y seguimos sin saber vivir debidamente lo carnal. Dios se ha
encarnado en un cuerpo humano y olvidamos que nuestro cuerpo es templo del espíritu.

También entre nosotros se cumplen las palabras de San Juan: «Vino a los suyos y los suyos
no le recibieron». Dios busca acogida en nosotros y nuestra ceguera cierra las puertas a
Dios.

Y sin embargo, es posible abrir los ojos y contemplar al Hijo de Dios «lleno de gracia y de
verdad». El que cree, siempre ve algo. Ve la vida envuelta en gracia y en verdad. Tiene en
sus ojos una luz para descubrir en el fondo de la existencia la verdad y la gracia de ese Dios
que lo llena todo.

¿Hemos visto nosotros? ¿Estamos todavía ciegos? ¿Nos vemos solamente a nosotros? ¿La
vida nos refleja solamente las pequeñas preocupaciones que llevamos en nuestro corazón?
Dejemos que nuestra alma se sienta penetrada por esa luz y esa vida de Dios que también
hoy quieren habitar en nosotros.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2006-2007 (C) – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS

EL ROSTRO HUMANO DE DIOS

La Palabra de Dios se ha hecho carne.

El cuarto evangelio comienza con un prólogo muy especial. Es una especie de himno que,
desde los primeros siglos, ayudó decisivamente a los cristianos a ahondar en el misterio
encerrado en Jesús. Si lo escuchamos con fe sencilla, también hoy nos puede ayudar a
creer en Jesús de manera más profunda. Sólo nos detenemos en algunas afirmaciones
centrales.

La Palabra de Dios se ha hecho carne. Dios no es mudo. No ha permanecido callado,


encerrado para siempre en su Misterio. Dios se nos ha querido comunicar. Ha querido
hablarnos, decirnos su amor, explicarnos su proyecto. Jesús es sencillamente el Proyecto de
Dios hecho carne.

Dios no se nos ha comunicado por medio de conceptos y doctrinas sublimes que sólo
pueden entender los doctos. Su Palabra se ha encarnado en la vida entrañable de Jesús,
para que lo puedan entender hasta los más sencillos, los que saben conmoverse ante la
bondad, el amor y la verdad que se encierra en su vida.
Esta Palabra de Dios ha acampado entre nosotros. Han desaparecido las distancias. Dios se
ha hecho «carne». Habita entre nosotros. Para encontramos con él, no tenemos que salir
fuera del mundo, sino acercamos a Jesús. Para conocerlo, no hay que estudiar teología,
sino sintonizar con Jesús, comulgar con él.

A Dios nadie lo ha visto jamás. Los profetas, los sacerdotes, los maestros de la ley hablaban
mucho de Dios, pero ninguno había visto su rostro. Lo mismo sucede hoy entre nosotros: en
la Iglesia hablamos mucho de Dios, pero nadie lo hemos visto. Sólo Jesús, el Hijo de Dios,
que está en el seno del Padre es quien lo ha dado a conocer.

No lo hemos de olvidar. Sólo Jesús nos ha contado cómo es Dios. Sólo él es la fuente para
acercarnos a su Misterio. Cuántas ideas raquíticas y poco humanas de Dios hemos de
desaprender y olvidar para dejamos atraer y seducir por ese Dios que se nos revela en
Jesús.

Cómo cambia todo cuando uno capta por fin que Jesús es el rostro humano de Dios. Todo
se hace más simple y más claro. Ahora sabemos cómo nos mira Dios cuando sufrimos,
cómo nos busca cuando nos perdernos, cómo nos entiende y perdona cuando lo negamos.
En él se nos revela la gracia y la verdad de Dios.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2005-2006 (B) - POR LOS CAMINOS DE JESÚS

LO PODEMOS RECIBIR EN NUESTRA CASA

Y los suyos no le recibieron.

No es fácil acoger a Dios y permitir que entre en nuestras vidas. Los «creyentes» siempre
corremos el riesgo de encubrir nuestra falta de acogida a Dios bajo la apariencia de una fe
que, tantas veces, confesamos sólo verbalmente. Hay preguntas sencillas que, al
enunciarlas, arrojan ya una luz grande, capaz de desenmascarar nuestras confesiones más
firmes.

¿Dejamos a Dios encarnarse en nuestras vidas o nos limitamos a confesar la Encamación


de Dios, viviendo una vida prácticamente «atea»? ¿Vivimos convirtiéndonos o nos limitamos
a creer en el amor, sin dejar de ser los viejos egoístas de siempre?

Si tuviéramos algo más de sensibilidad para captar la verdad del evangelio, descubriríamos
que el fondo de nuestro corazón sigue sin estar «evangelizado». Nos daríamos cuenta de
que nos hemos afincado en la Iglesia cada uno con nuestros intereses y egoísmos,
impermeables a la llamada de Jesús.

Y, sin embargo, Dios sigue viniendo. Y, de muchas maneras, su interpelación y su llamada


nos seguirán alcanzando también durante este nuevo año que acabamos de estrenar.

Es cierto que también este año continuaremos cometiendo los mismos errores y las mismas
equivocaciones. Y que seguiremos estropeando cada día nuestra vida, y obstaculizando a
cada momento nuestra convivencia. Pero, también es verdad que un año nuevo es siempre
tiempo abierto, algo inédito todavía, tiempo de gracia, lleno de nuevas posibilidades.

La persona siempre puede cambiar. Aunque, a veces, nos cueste creerlo, siempre podemos
ser mejores. Todavía podemos ser más humanos. También este año nuevo. Podremos tener
más arrugas, pero también más corazón. Podremos tener más años, pero menos egoísmos.
Podremos tener gestos más humanos, aunque en estos momentos comprobemos que
todavía somos una calamidad.

Este año podemos creer un poco más que Dios es bueno y nos quiere. Podemos descubrir
que está más cerca de nosotros de lo que sospechamos. Podemos sentir su presencia en el
fondo de nuestro ser, porque sentimos que el amor, la sinceridad y la alegría están todavía
vivos en algún rincón de nuestra conciencia. Todavía le podemos recibir en nuestra casa.

José Antonio Pagola

HOMILIA

2004-2005 (A) – AL ESTILO DE JESÚS


2 de enero de 2005

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

2003-2004 (C) – A QUIÉN IREMOS


4 de enero de 2004

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

2002-2003 (B) REACCIONAR


5 de enero de 2003

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

2001-2002 (A) – CON FUEGO

VINO AL MUNDO

La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros

El hombre de hoy mira más que nunca hacia adelante. El Futuro le preocupa. No es sólo
curiosidad. Es inquietud. Estamos ya escarmentados. Sabemos que los humanos somos
capaces de lo mejor y de lo peor. Son pocos los que creen hoy en grandes proyectos para la
humanidad.

Hemos progresado mucho, pero el futuro del mundo es tan incierto como siempre o incluso
más oscuro e indescifrable que nunca. ¿Quién se atreve hoy a arriesgar algún pronóstico?
¿Quién sabe hacia dónde nos está llevando esto que llamamos «progreso»?

Las posturas pueden ser diversas. Algunos se encierran en un optimismo ingenuo: «el
hombre es inteligente, todo irá cada vez mejor». Otros caen en una secreta resignación: «no
se puede esperar otra cosa de los políticos, nada nuevo van a aportar las religiones, hay que
agarrarse a lo que tenemos». Hay quienes se hunden en la desesperanza: «ya no somos
dueños del futuro, estamos cometiendo errores que nos acercan a la destrucción».

Hay una manera sencilla de definir a los cristianos. Son hombres y mujeres que tienen
esperanza. Es su rasgo fundamental. Ya san Agustín decía que «esperar a Dios significa
tenerlo» y el poeta Peguy nos recordaba que la esperanza es «la fe que le gusta a Dios».

Los cristianos no pretendemos conocer el futuro del mundo mejor que los demás. Sería una
ingenuidad entender el lenguaje apocalíptico de los evangelios como un reportaje sobre lo
que va a suceder al final. Viviendo día a día la marcha del mundo, también nosotros nos
debatimos entre la inquietud y la resignación. Sólo Dios es nuestra esperanza.

El porvenir último del mundo es Dios. Lo sepamos o no, estamos colocados ante él. La
historia se encamina hacia su encuentro. Al final, todo lo finito muere en Dios, y en Dios
alcanza su verdad última. Dios es el final misterioso del mundo.

En las fiestas de Navidad se nos recuerda algo que puede hacer sonreír a más de uno, pero
que, para el creyente, es la fuerza más sólida para mantener la esperanza: Dios nos ha
venido al mundo encarnándose en Jesús. Muchos no lo acogen pero quienes lo hacen,
conocen su «gracia» y su «verdad».

José Antonio Pagola

HOMILIA

2000-2001 (C) – BUSCAR LAS RAICES

VIVIR SIN ACOGER

Los suyos no la recibieron.

Todos vamos cometiendo a lo largo de la vida errores y desaciertos de todo tipo. Calculamos
mal las cosas. No medimos bien las consecuencias de nuestros actos. Nos dejamos llevar
por el apasionamiento o la insensatez. Somos así. Sin embargo, no son ésos los errores
más graves. Lo peor es tener planteada la vida de manera errónea. Pongamos un ejemplo.

Todos sabemos que la vida es un regalo. No soy yo quien he decidido nacer. No me he


escogido a mí mismo. No he elegido a mis padres ni a mi pueblo. Todo me ha sido dado.
Vivir es ya desde su origen recibir. La única manera de vivir sensatamente es acoger de
manera activa y responsable lo que se me da.

Sin embargo, no siempre pensamos así. Nos creemos que la vida es algo que se nos debe,
que nos pertenece de manera exclusiva. Nos sentimos propietarios de nosotros mismos.
Pensamos que la manera más acertada de vivir es organizarlo todo en función de nosotros
mismos. Yo soy lo único importante. ¿Qué importan los demás?

Esto tiene consecuencias diversas. Algunos no saben vivir sino exigiendo. Exigen y exigen
siempre más. Tienen la impresión de no recibir nunca lo que se les debe. Son como niños
insaciables que nunca están contentos con lo que tienen. No hacen sino pedir, reivindicar,
lamentarse.
Sin apenas darse cuenta, se convierten poco a poco en el centro de todo. Ellos son la fuente
y la norma. Todo lo han de subordinar a su ego. Todo ha de quedar instrumentalizado para
su provecho.

La vida de la persona se cierra entonces sobre sí misma. Ya no se acoge el regalo de cada


día. Desaparece el reconocimiento y la gratitud. No es posible vivir con el corazón dilatado.
Se sigue hablando de amor, pero «amar» significa ahora poseer, desear al otro, ponerlo a mi
servicio.

Esta manera de enfocar la vida conduce a vivir cerrados a Dios. La persona se incapacita
para acoger. No cree en la gracia, no se abre a nada nuevo, no escucha ninguna voz, no
sospecha en su vida presencia alguna. Es el individuo el que lo llena todo.

Por eso es tan grave la advertencia del Evangelio en estos últimos días de la Navidad: «La
Palabra era luz verdadera que alumbra a todo hombre. Vino al mundo... y el mundo no la
conoció. Vino a su casa y los suyos no la recibieron». Nuestro gran pecado es vivir sin
acoger.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1999-2000 (B) – COMO ACERTAR


2 de enero de 2000

ENTRAR

Los suyos no la recibieron.

Hay quienes viven la religión como «desde fuera». Pronuncian rezos, asisten a
celebraciones religiosas, oyen hablar de Dios, pero se limitan a ser «espectadores». Lo
viven todo desde una «representación extrínseca» de Dios (M. Legaut). No «entran» en la
aventura de encontrarse con Dios. Se quedan siempre a cierta distancia.

Sin embargo, Dios está en lo íntimo de cada ser humano. No es algo separado de nuestra
vida. No es una fabricación de nuestra mente, una representación medio intelectual o medio
afectiva, un juego de nuestra imaginación que nos sirve para vivir «ilusionados». Dios es una
Presencia real que está en la raíz misma de nuestro ser.

Esta presencia no es evidente. No se capta como se captan otras cosas más superficiales.
Se la percibe en la medida en que uno se percibe a sí mismo hasta el fondo. Su misterio es
tan inalcanzable como lo es el misterio de cada ser humano. Dios se me hace presente
cuando me hago presente a mi mismo con verdad y sinceridad. No es posible entrar en la
experiencia de Dios si uno vive permanentemente fuera de sí mismo.

Sin esta apertura interior a Dios no hay verdadera fe. La voz de Dios la comenzamos a
escuchar cuando escuchamos hasta el fondo nuestra verdad. Dios actúa en nosotros
cuando le dejamos activar lo mejor que hay en nuestro ser. Toma cuerpo en nuestra
existencia en la medida en que lo acogemos. Su presencia se va configurando en cada uno
de nosotros adaptándose a lo que le dejamos ser.

Lo humano y lo divino no son realidades que se excluyen mutuamente. No tenemos que


dejar de ser humanos para ser de Dios. Lo humano es «la puerta» que permite «entrar» en
lo divino. De hecho, las experiencias más intensas de comunicación, de amor humano, de
dolor purificador, de belleza, de verdad.., son el cauce que mejor nos abre a la experiencia
de Dios.

No es extraño que el evangelio de Juan presente a Cristo, Dios hecho hombre, como la
«puerta» por la que el creyente puede entrar y caminar hacia Dios. En Cristo podemos
aprender a vivir una vida tan humana, tan verdadera, tan hasta el fondo que, a pesar de
nuestros errores y mediocridad, nos puede llevar hacia Dios. Pero hemos de escuchar bien,
en estas fiestas de Navidad, la advertencia del evangelista. La Palabra de Dios «vino al
mundo» y el mundo «no la conoció»; «vino a su casa» y «los suyos no la recibieron».

José Antonio Pagola

HOMILIA

1998-1999 (A) – FUERZA PARA VIVIR


3 de enero de 1999

Título

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José Antonio Pagola

HOMILIA

1997-1998 (C) – UN CAMINO DIFERENTE


4 de enero de 1998

ESCONDIDO, PERO NO AUSENTE

Al mundo vino.
Toda la tradición bíblica insiste en que el Dios de Israel es un “Dios escondido», según la
bella expresión del libro de Isaías. El cristianismo sigue afirmando lo mismo. Es cierto que se
ha “revelado» en Jesucristo, pero Dios sigue siendo un misterio insondable y, como decía B.
Pascal, «toda religión que no diga que Dios está escondido no es verdadera».

Lo nuevo de la fe cristiana es confesar, a partir de Cristo, que de ese Dios oculto sabemos lo
más importante. Tiene su rostro vuelto hacia nosotros, pues su misterio insondable es un
misterio de amor. Dios no puede sino mirarnos con amor. Nos lo recuerda san Juan de la
Cruz: «el mirar de Dios es amar».

Todo esto puede ser así. Pero lo cierto es que, para muchos, Dios es hoy no sólo un Dios
escondido, sino un Dios ausente. Dios se ha diluido en su corazón. Su vida transcurre al
margen del misterio. Fuera de su pequeño mundo de preocupaciones, no hay nada
importante. Dios es sólo una abstracción. Lo verdaderamente transcendental para ellos es
llenar esta corta vida de bienestar y experiencias placenteras. Eso es todo.

Sin embargo, el Dios escondido no es un Dios ausente. En el fondo de la vida, detrás de las
cosas, en el interior de los acontecimientos, en el encuentro con las personas, en los dolores
y gozos de la existencia, está siempre el amor de Dios sustentándolo todo.

Muchos han quedado hoy sin oído para escuchar esa presencia. Pero la vida no ha
cambiado. Dios sigue ofreciéndose calladamente en el interior de cada persona y de cada
cosa. El mensaje último y decisivo que él pronuncia sobre cada ser humano, lo ha de
escuchar cada uno en el fondo de su corazón. Por eso, el primer paso hacia la fe es ponerse
a escuchar a ese Dios que ni pregunta ni responde con palabras humanas, pero está ahí, en
el interior de la vida, invitándonos a vivir con confianza.

Estamos celebrando estos días la Encamación del Hijo de Dios. Como dice el evangelista
san Juan: «A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es
quien lo ha dado a conocer. » Dios sigue escondido pero en Cristo nos ha revelado hasta
dónde llega su amor al hombre.

Este es el mensaje último de la fiesta de la Navidad. Dios es amor. Tiene su rostro vuelto
hacia nosotros. Nos bendice y nos mira con amor. Como escribió el gran teólogo suizo Karl
Barth: “Que está mal, el mundo lo sabe ya; pero no sabe que, por los cuatro costados, está
en las manos buenas de Dios. »

José Antonio Pagola

HOMILIA

1996-1997 (B) – DESPERTAR LA FE


2 de enero de 1997

LA FE DEL QUE BUSCA

Luz verdadera que alumbra a todo hombre.

Estoy leyendo estos días un estudio que me envía un amigo teólogo sobre la búsqueda
religiosa de Miguel de Unamuno. Ha sido un verdadero regalo de Navidad, pues me ha
ayudado a entender mejor el camino que lleva hasta el Dios nacido en Belén. Explicaré por
qué.

Con toda honestidad explica Unamuno en el Diario Íntimo su mundo interior: «Maté mi fe por
querer racionalizarla», «perdí la fe pensando mucho en el Credo y tratando de racionalizar
los misterios». Pero no es esto lo que más le aleja de Dios, sino otra enfermedad que
Unamuno sabe diagnosticar con lucidez: «Estoy enfermo y enfermo de yoísmo». «Tengo que
vencer ese oculto orgullo, esa constante rebusca de mí mismo, ese íntimo y callado
endiosamiento.»

Pero lo grande de Unamuno, lo que lo eleva sobre la actual indiferencia y frivolidad religiosa,
es su búsqueda sincera. Cuando desde Chile le llega la noticia de que algunos se preguntan
cuál es la religión del señor Unamuno, ésta es su admirable respuesta: «Mi religión es
buscar la verdad en la vida y la vida en la verdad... mi religión es luchar incesante e
incansablemente con el misterio.»

Don Miguel expone con claridad su lucha interior: «Con la razón buscaba un Dios racional,
que iba desvaneciéndose por ser pura idea... Y no sentía al Dios vivo, que habita en
nosotros.» Desnudando aún más su alma, nos hace esta conmovedora confidencia: «Al
rezar reconocía con el corazón a mi Dios, que mi razón negaba.»

Durante los años 1897-1898 conocerá Unamuno sus angustias más íntimas. Le horroriza
terminar en la «nada». Ya no sabe si cree o sólo quiere creer. En medio de la crisis más
violenta toma una decisión: «Entonces me refugié en la niñez de mi alma... Y hoy me
encuentro en gran parte desorientado, pero cristiano y pidiendo a Dios fuerza y luz para
sentir que el consuelo es verdad.» No es la primera vez que Unamuno recurre al «niño que
lleva dentro» para encontrase con Dios. En su Diario poético había escrito estos conocidos
versos: «Agranda la puerta, Padre, / porque no puedo pasar. / La hiciste para los niños, / y
yo he crecido a mi pesar. / Si no me agrandas la puerta, / achícame por piedad; / vuélveme a
la edad bendita / en que vivir es soñar.»

En el trasfondo de la Navidad resuena una queja inquietante: «La luz brilló en las tinieblas, y
las tinieblas no la recibieron... La Palabra vino al mundo, y el mundo no la conoció» (Juan 1,
5. 9-10). A Dios se le acoge no con orgullo de adulto, sino con fe sencilla de niño; no con
razón autosuficiente, sino con el corazón humilde de quien busca la verdad.
José Antonio Pagola

HOMILIA

1995-1996 (A) – SANAR LA VIDA

¿PODÉIS?

Los suyos no le recibieron.

Este año me suenan de manera diferente las palabras con que el evangelista san Juan
describe el inmenso error de la humanidad al no acoger a Dios: «Vino al mundo y el mundo
no le conoció... Vino a su casa y los suyos no le recibieron. » Son muchos los que ya no
esperan a Dios ni les preocupa en absoluto recibirlo en sus vidas. Les basta recibir con
euforia el Año Nuevo.

He podido contemplar en los telediarios de Sky News cómo se recibe en el mundo el año
nuevo. He visto a las gentes de Londres reunidas para escuchar las campanadas del Big
Ben e iniciar la «noche loca» del Año Nuevo, el espectáculo de los fuegos artificiales sobre
el cielo de Nueva York, las clases elegantes de París brindando con el mejor champagne, los
jóvenes de Nueva Sydney saludando el año con la primera borrachera.

Lo que no he podido ver en ningún canal es cómo se recibe al Año Nuevo en los barrios de
Kigali o Bujumbura, en los poblados de Etiopía o en la periferia de Calcuta. No habrá fuegos
artificiales porque no tienen luz para iluminar sus casas destartaladas. No brindarán con
champagne porque los he visto recorrer kilómetros para buscar agua potable. No
organizarán el «gran cotillón de Nochevieja» con solomillo braseado al vino tinto con hongos
y «festival de repostería selecta», porque tendrán que contentarse con algo de mandioca o
unos trozos de boniato.

Cuando Jesús invitaba a «acoger el reino de Dios y su justicia», no estaba proclamando un


mensaje espiritual y etéreo. Estaba señalando el único camino que nos puede llevar a los
hombres hacia un futuro más humano y más dichoso para todos. Pensemos, por un
momento, que los hombres acogen realmente a Dios como Padre de todos y como criterio
absoluto de la existencia humana. En esa misma medida tendría que reinar en la Tierra la
solidaridad fraterna, los poderosos no podrían abusar de los débiles, ni los ricos ignorar a los
pobres, ni los países satisfechos del Norte abandonar a los pueblos hambrientos de la
Tierra.

Este mensaje constituye el núcleo esencial del evangelio y lo hemos de tomar en serio
quienes nos decimos cristianos. No para amargarnos las fiestas o dejar de disfrutar de la
vida, sino para que nos ayude a escuchar en el fondo de nuestra conciencia una pregunta
ineludible: «¿podéis ser felices sabiendo que no todos pueden tener parte en vuestra
felicidad?» Estoy convencido de que seríamos más humanos y más felices si nos
atreviéramos a poner un límite a nuestro bienestar para poder compartirlo con los pueblos
pobres de la Tierra.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1994-1995 (C) – VIVIR DESPIERTOS

ESCONDIDO, PERO NO AUSENTE

Al mundo vino.

Toda la tradición bíblica insiste en que el Dios de Israel es un “Dios escondido», según la
bella expresión del libro de Isaías. El cristianismo sigue afirmando lo mismo. Es cierto que se
ha “revelado» en Jesucristo, pero Dios sigue siendo un misterio insondable y, como decía B.
Pascal, «toda religión que no diga que Dios está escondido no es verdadera».

Lo nuevo de la fe cristiana es confesar, a partir de Cristo, que de ese Dios oculto sabemos lo
más importante. Tiene su rostro vuelto hacia nosotros, pues su misterio insondable es un
misterio de amor. Dios no puede sino mirarnos con amor. Nos lo recuerda san Juan de la
Cruz: «el mirar de Dios es amar».

Todo esto puede ser así. Pero lo cierto es que, para muchos, Dios es hoy no sólo un Dios
escondido, sino un Dios ausente. Dios se ha diluido en su corazón. Su vida transcurre al
margen del misterio. Fuera de su pequeño mundo de preocupaciones, no hay nada
importante. Dios es sólo una abstracción. Lo verdaderamente transcendental para ellos es
llenar esta corta vida de bienestar y experiencias placenteras. Eso es todo.

Sin embargo, el Dios escondido no es un Dios ausente. En el fondo de la vida, detrás de las
cosas, en el interior de los acontecimientos, en el encuentro con las personas, en los dolores
y gozos de la existencia, está siempre el amor de Dios sustentándolo todo.

Muchos han quedado hoy sin oído para escuchar esa presencia. Pero la vida no ha
cambiado. Dios sigue ofreciéndose calladamente en el interior de cada persona y de cada
cosa. El mensaje último y decisivo que él pronuncia sobre cada ser humano, lo ha de
escuchar cada uno en el fondo de su corazón. Por eso, el primer paso hacia la fe es ponerse
a escuchar a ese Dios que ni pregunta ni responde con palabras humanas, pero está ahí, en
el interior de la vida, invitándonos a vivir con confianza.
Estamos celebrando estos días la Encamación del Hijo de Dios. Como dice el evangelista
san Juan: «A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es
quien lo ha dado a conocer. » Dios sigue escondido pero en Cristo nos ha revelado hasta
dónde llega su amor al hombre.

Este es el mensaje último de la fiesta de la Navidad. Dios es amor. Tiene su rostro vuelto
hacia nosotros. Nos bendice y nos mira con amor. Como escribió el gran teólogo suizo Karl
Barth: “Que está mal, el mundo lo sabe ya; pero no sabe que, por los cuatro costados, está
en las manos buenas de Dios. »

José Antonio Pagola

HOMILIA

1993-1994 (B) – CREER ES OTRA COSA


2 de enero de 1994

LO DECISIVO

Luz verdadera que alumbra a todo hombre.

Para conocer la actitud religiosa de las gentes no basta recurrir a los estudios sociológicos.
A veces resulta incluso más esclarecedor escuchar directamente a las personas y tratar de
aproximamos a lo que sucede en su conciencia. He aquí un muestrario que refleja la «crisis
religiosa» de no pocos.

«La verdad es que no pienso mucho en estas cosas. La religión apenas me dice nada. He
dejado de ir a misa y no me resulta motivo de preocupación.»

«Quizás haya Dios. No lo sé. Yo dejo esas cosas para la gente de iglesia. Nunca me ha
interesado mucho la religión. Si hay Dios, pienso que me ayudará.»

«Yo sigo yendo a misa casi todos los domingos. Así me enseñaron desde niño. No sabría
decir exactamente por qué voy. No me hace daño. Supongo que me servirá de algo ante
Dios, ¿no?»

«A veces pienso que me tendría que ocupar más de la religión y tomar más en serio a Dios,
pero nunca tengo tiempo. Además no sabría por dónde empezar o qué hacer.»

«La religión me parece bien. Pero yo estoy lleno de dudas. No entiendo cómo algunos
pueden sentirse lo bastante seguros como para decir que creen. ¿Qué hay que hacer para
creer?»
No es fácil definir la actitud religiosa de personas que se expresan así. No se observa una
negación rotunda de Dios. Tampoco hay un interés vivo por él. Dios va quedando eclipsado
poco a poco por otras preocupaciones. Más que rechazo a Dios, lo que se percibe es
desinterés y apatía por lo religioso.

En estas personas se ha abierto una brecha profunda entre el mundo de la fe y su vida


concreta de cada día. La comunicación con Dios ha quedado bloqueada en un determinado
momento. Son más víctimas de un ambiente, que personas que han tomado una decisión.
De niños, el ambiente los llevaba hacia la religión, hoy se ven arrastrados en dirección
contraria.

Estas personas no van a encontrarse de nuevo con Dios leyendo libros o buscando
«pruebas» de fe. Tampoco van a escuchar su llamada siguiendo a través de la prensa las
discusiones sobre los «anticonceptivos» o los nombramientos de obispos. Al contrario, todo
esto no hace muchas veces sino distraer y alejar de lo esencial.

El lugar donde se despierta la fe de la persona es su propia interioridad. Es ahí donde capta


sus anhelos más hondos y donde se experimenta a sí misma necesitada de sentido y
esperanza. Por otra parte, nadie vuelve a Dios si no lo escucha como Amigo en el fondo de
su corazón.

El momento tal vez más decisivo es ése en el que, no se sabe cómo ni por qué, la persona
percibe en su interior una luz diferente. No es una idea brillante que ha brotado de su
inteligencia. No es un razonamiento nuevo sobre la vida humana. Es la luz que nace de
Jesucristo, el Hijo encamado de Dios. En él se nos revelan «la gracia y la verdad» de la
existencia.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1992-1993 (A) – CON HORIZONTE


3 de enero de 1993

ATENCION A LO INTERIOR

La gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.

Confieso que no puedo soportar programas televisivos como Rifi-Rafe que pretenden
abordar el misterio de Dios en medio de altercados, arremetidas al contrario y aplausos
cerrados a cualquier vulgaridad. Me producen disgusto y pena. Son el mejor ejemplo de lo
que no hay que hacer para encontrarse con Dios.
A Dios no se le busca así. Como un ser extraño que, tal vez, existe en algún lugar lejano y
desconocido, y que, de vez en cuando, puede ser tema curioso de discusión, algo así como
la existencia de los extraterrestres.

Para encontrarse con Dios es necesario descender al fondo de uno mismo y saber
exponerse al misterio que se encierra dentro de cada uno de nosotros. Quien no encuentra a
Dios en su interior, difícilmente lo encontrará en lugar alguno.

Por eso, lo mejor que podemos hacer todos, creyentes e increyentes, no es entablar
polémicas «cara al público» para embestir cada uno a su contrario de la manera más
ingeniosa posible, sino ayudarnos a encontrar la actitud más acertada para ponernos en
contacto con «lo profundo» de la existencia.

La primera dificultad que encuentran muchas personas hoy para percibir las huellas de Dios
en el mundo y los signos de su presencia en nosotros es la poca capacidad para llegar a su
interior. Configurados por una cultura que nos arrastra siempre hacia lo exterior, no aciertan
a descender hasta su propio misterio. Dom Helder Cámara acostumbraba a decir que somos
bien pobres «si no comprendemos que es con los ojos cerrados como se ve todo mejor».

Por eso, con diferentes lenguajes, todas las religiones invitan a la «vida interior». No es una
llamada a vivir replegados sobre nosotros mismos y cerrados a la vida, sino una invitación a
hallar el «espacio» donde la persona puede encontrarse con Dios y desde donde puede
comenzar a vivir la existencia entera con un sentido, una fundamentación y un horizonte
diferentes.

Incluso cuando uno, al bajar a su interioridad, sólo encuentra soledad profunda y un silencio
aplastante, «algo sucede» en la persona. Experimentar la propia fragilidad, la incapacidad
de conocer y dominar nuestro destino, el misterio que, por todas partes, penetra nuestra
existencia, puede conducir a la persona a vivir abierta a la trascendencia, aunque, de
momento, no pueda darle un nombre concreto.

La alegoría de Cristo como «verdadera vid» y los hombres como «sarmientos», no hace sino
recordarnos que siempre es posible la comunicación vital con El. A través de Cristo, la
presencia amorosa de Dios puede llegar como «savia renovadora» a cualquier vida y en
cualquier momento. Por eso, el Concilio Vaticano II afirmaba que «todo hombre puede
encontrar a Dios de una manera que sólo Dios conoce».

En medio de estas fiestas de Navidad, la liturgia cristiana nos recuerda que «a Dios nadie le
ha visto jamás», pero Cristo, su Hijo, «lo ha dado a conocer». Por eso, quien lo escucha con
sinceridad interior experimenta también hoy que, por medio de El, nos llegan «la gracia y la
verdad» de Dios.

José Antonio Pagola


HOMILIA

1991-1992 (C) – SIN PERDER LA DIRECCIÓN


5 de enero de 1992

¿POR QUE NO?

La luz brilla en la tiniebla.

Hemos comenzado un nuevo año. Y después del bullicio y aturdimiento de las fiestas, puede
ser momento idóneo para proyectar nuestra mirada hacia el nuevo año que acabamos de
estrenar.

De manera general, ¿qué es lo que yo espero de este año? ¿No complicarme la existencia
con más problemas y compromisos? ¿Disfrutar al máximo cada momento? ¿Ir desplegando
mi vida de manera acertada y sana? ¿Será realmente para mí un año nuevo porque
aprenderé a ser más humano cada día, o seguiré estropeando mi vida con los mismos
errores y la misma superficialidad de siempre?

El nuevo año, como la vida entera, es un camino a recorrer. ¿Qué es lo que más temo y qué
es lo que más deseo de este año? ¿Dónde encontraré fuerza interior para enfrentarme con
ánimo y hasta buen humor a los problemas de cada día?

A veces pensamos que ya no podemos cambiar. Y, sin embargo, no es así. ¿Me dejaré
llevar también este año por la corriente, o me atreveré a ser diferente siguiendo con más
fidelidad mis propias convicciones? ¿A qué me gustaría llegar este año? ¿Qué meta me he
propuesto?

A lo largo del año me relacionaré con las personas de siempre, familiares, amigos,
conocidos, y también con personas a las que encontraré por primera vez. ¿Qué recibirán de
mí? ¿Haré su vida un poco más llevadera o, tal vez, más difícil y dura?

Este año haré muchas cosas. Trabajaré, me divertiré, descansaré, viajaré. . .Pero, ¿desde
dónde viviré todo eso? ¿Dedicaré algún tiempo al silencio, a la reflexión, a mirarme por
dentro, o seguiré viviendo desde fuera de mí mismo?

También este año seguirá creciendo el número de parados y necesitados. ¿Pueden esperar
algo de mí o pienso que es un asunto que no me concierne? ¿Seguiré yo organizándome la
vida lo mejor posible mientras junto a mí hay familias enteras que se hunden en la
inseguridad y la pobreza?
Está creciendo entre nosotros el anhelo de paz y reconciliación. ¿Qué voy a hacer yo este
año para colaborar más activamente en la tarea de la pacificación? ¿Pienso que sólo tienen
que cambiar los demás, o me he propuesto introducir también yo algún cambio en mis
propias posturas, reacciones y comportamientos?

También este año Dios me acompañará de cerca en el caminar de cada día. ¿No haré nada
por encontrarme con él? ¿Seguiré distanciándome cada vez más, o me atreveré, por fin, a
confiarme a su bondad insondable?

Este año sacaré tiempo para mis cosas, mis aficiones, mis amigos. ¿Tendré tiempo para ser
yo mismo? ¿Tendré tiempo para Dios? En cualquier caso, él sí tendrá tiempo para mí.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1990-1991 (B) – DESPERTAR LA ESPERANZA

“NO SE SI CREO O NO”

Luz verdadera que alumbra a todo hombre.

Hoy son bastantes las personas que no saben con certeza si creen o no creen. Es verdad
que se han distanciado de aquel “mundo religioso” que vivieron en su infancia. Llegó un
momento en que todo eso no les decía nada; la misa les aburría; la religión les parecía algo
artificial e inútil. Un día lo dejaron todo.

y, sin embargo, en muchos de ellos hay “algo” que no ha muerto. Algunos de ellos vuelven,
incluso, a sentir la necesidad de creer de manera nueva. Surgen entonces preguntas de no
fácil respuesta: “Esto que siento yo es fe?”. “Puedo yo volver a creer?”.

A ellos les quiero ofrecer hoy algunas sugerencias al hilo de preguntas que me han hecho
en ocasiones diversas.

¿Hay que hacer algo para volver a creer? Es claro que a nadie se le puede forzar desde
fuera para que crea. Más aún. Nadie puede “forzarse” a sí mismo para obligarse a creer.
Pero tampoco hay que permanecer pasivo, dejando pasar los años, uno tras otro, esperando
que un día mi vida cambiará. Lo que hay que hacer es buscar.

Pero, ¿qué tiene que hacer uno para buscar? Antes que nada, estar más atento a todo lo
que nace de su interior. Sin atormentarse inútilmente ni caer en obsesiones absurdas.
Escuchando sencillamente con sinceridad las llamadas que provienen de lo más profundo
de uno mismo.
¿Hay algún método para aprender a creer? No. Cada persona tiene que recorrer su propio
camino. No hay recetas ni fórmulas que garanticen un resultado seguro. Lo importante es la
fidelidad a uno mismo, la escucha interior, la orientación de nuestra vida hacia Dios.

¿Se puede creer cuando uno está lleno de dudas y ve la religión como algo muy
complicado? Es normal que dentro de nosotros surja en más de una ocasión la duda o la
inseguridad. Lo importante es la verdad de nuestra relación con Dios. Y no es necesario que
hayamos resuelto todas nuestras dudas para vivir en verdad y sinceridad ante El.

¿Para volver a creer hay que sentir algo especial? No necesariamente. Algunos pueden
sentir la paz y la alegría de estar descubriendo el camino acertado. Pero, lo importante no es
buscar “experiencias especiales”, sino dar pasos prácticos donde se vea nuestro deseo de
buscar a Dios: contacto con alguna persona creyente, algún tiempo para reflexionar sobre mi
vida, lectura de algún libro adecuado.

¿Para creer hay que rezar? Sí. No se trata de recitar mecánicamente “Padrenuestros” o
“Avemarías”, aunque a más de uno le hace bien el saborear despacio aquellas oraciones
que aprendió de niño, descubriendo ahora todo el contenido que encierran. Lo importante es
abrir el corazón a Dios, ponerse ante El con confianza, sentirse comprendido y perdonado,
escuchar su llamada a comenzar una vida nueva.

En este tiempo de Navidad se nos recuerda repetidamente unas palabras del evangelista
Juan, que nos deben hacer pensar. Cristo es “la luz verdadera que alumbra a todo hombre...
Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para
ser hijos de Dios “.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1989-1990 (A) – NUNCA ES TARDE

ALERGIA A LA MISA

Los suyos no la recibieron.

Son muchos los que, aun confesándose cristianos, han abandonado casi totalmente la
práctica dominical. Basta escucharlos con atención para descubrir en ellos una especie de
«alergia» hacia la misa.

Algunos dicen que les aburre el carácter repetitivo de la celebración dominical. Desearían
algo más vivo y espontáneo. Sin embargo, el carácter repetitivo es algo inherente a la misma
condición humana. Toda nuestra vida está hecha de gestos y actividades que se repiten de
manera regular. Lo importante es no vivir de manera rutinaria, con esa «alma habituada» de
la que hablaba Peguy.

¿Es rutinaria la misa dominical para quien pide perdón por los errores y pecados concretos
cometidos durante la semana, para quien agradece a Dios todo lo bueno y positivo, para
quien pide al Señor luz y fuerza para enfrentarse a la vida siempre nueva de cada día?

Hay quienes dicen que les resulta una liturgia hipócrita y artificial, que queda muy lejos de
esa vida real donde cada uno ha de mostrar con hechos la fe que lleva dentro.

Pero, ¿es hipócrita escuchar, semana tras semana, el evangelio de Jesucristo, recordar sus
exigencias y su interpelación, y renovar el compromiso de ser cada vez más coherente con
las propias convicciones? ¿No es más hipócrita llamarse creyente y vivir, semana tras
semana, sin recordar siquiera a Dios?

Otros se alejan de la misa como de algo mágico, un conjunto de ritos extraños y


anacrónicos, envueltos en un lenguaje hermético e impenetrable, que difícilmente puede
decirle algo a un hombre enraizado en la cultura moderna?

Pero, ¿es algo mágico buscar el encuentro personal con Cristo, alimentar la propia fe en la
escucha del evangelio, buscar la renovación profunda de nuestro ser en el contacto
vivificador con la comunidad creyente y con el Señor presente en la eucaristía?

Hay quienes rechazan la misa porque la Iglesia ha insistido en su carácter obligatorio. No


están dispuestos a someterse por más tiempo a una obligación precisamente el día en que
uno puede liberarse del trabajo y de otras cargas profesionales.

Pero, ¿se puede ser creyente sin sentirse nunca urgido interiormente a alabar y dar gracias
a Dios? ¿Se puede ser cristiano sin sentirse nunca llamado a comulgar con Cristo?

Durante las fiestas de Navidad hay un texto que se escucha repetidamente en la liturgia: «La
Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre... Vino a su casa, y los suyos no la
recibieron». ¿No es una interpelación para todos? ¿No estamos abandonando a quien
desea hacerse más presente en nuestra vida?

A pesar de todas las limitaciones y defectos que puede tener la celebración concreta de la
misa en una comunidad cristiana, la eucaristía puede ser para muchos la única experiencia
que alimente hoy su fe. Hemos de preguntarnos con sinceridad: ¿Por qué he abandonado
en realidad esa misa dominical que podría reavivar mi fe?

José Antonio Pagola


HOMILIA

1988-1989 (C) - CONSTRUIR SOBRE LA ROCA

¿CUAL ES MI IDOLO PARTICULAR?

Los suyos no la recibieron

Muchos hombres y mujeres que piensan no creer en ningún Dios viven de hecho sometidos
enteramente a pequeños ídolos a los que han entregado su existencia.

El olvido del verdadero Dios los ha llevado no al ateísmo sino a la idolatría. Dios ha dejado
paso a ídolos más pequeños que se han ido alojando en su corazón, cumpliéndose una vez
más aquellas certeras palabras de F. Dostoievski: “Es imposible ser hombre sin inclinarse. Si
a Dios no adora, ante un ídolo se inclina”.

El ídolo siempre esclaviza porque nos obliga a organizarnos la vida entera en torno a ese
“dios” que hemos descubierto. Todo lo demás, familia, amistad, proyectos, ideales... sólo
valen en la medida en que están al servicio de nuestro ídolo.

El ídolo es siempre engañoso. Ingenuamente creemos que cumplirá todos nuestros deseos.
Proyectamos en él nuestras aspiraciones más profundas de felicidad, seguridad, grandeza,
poder o bienestar. Pero, el ídolo nunca ofrece lo que promete.

A veces, produce satisfacciones inmediatas. A la larga, sólo engendra amargura, decepción


y mal sabor. Descubrimos que no podemos liberarnos de él pero percibimos que estamos
hechos para algo ms grande y mejor.

Hoy vivimos en una “sociedad politeísta” donde las gentes viven adorando secreta o
públicamente multitud de “pequeños dioses”. Cualquier cosa puede convertirse en ídolo
cuando el corazón del hombre se ha alejado de la fe genuina en el Dios verdadero, el único
capaz de hacernos vivir en el amor y la verdad.

El dinero, el confort, el prestigio social, el sexo, la patria, el poder, el propio partido, la


ciencia.., son los ídolos intocables adorados por muchos en esta sociedad.

Pero la idolatría no es algo privativo de los increyentes. Se aloja también en muchos


creyentes que erigimos nuestros pequeños dioses junto al Dios verdadero. El pecado de
Israel no consistió en abandonar a Dios para adorar a los falsos “baales” de Canaán, sino en
pretender “vivir con Dios y los baales”. ¿No es ésta la actitud de muchos que nos llamamos
creyentes?
Ante la escena, aparentemente ingenua, de aquellos magos buscando al verdadero Dios
para ofrecerle sólo a Él adoración, todos deberíamos preguntarnos a qué “dios” estamos
rindiendo nuestra vida y entregando nuestro corazón.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1987-1988 (B) – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA


3 de enero de 1988

LAS HORAS IMPORTANTES

Vino a su casa y los suyos no le recibieron.

Aunque lo hayamos celebrado en el hogar familiar o en la ruidosa cena de un restaurante,


en realidad cada uno despedimos el año viejo y comenzamos el nuevo en la soledad del
propio corazón.

Cada persona es diversa de la otra. El año vivido por éste es distinto del vivido por aquél.
Cada uno va recorriendo su propio camino.

Si no te has dejado aturdir demasiado durante estos días, tal vez en algún instante ha
surgido dentro de ti de manera fugaz el interrogante: ¿Qué me traerá el año nuevo?

Tú sabes muy bien que, en muchos aspectos, no será un año tan «nuevo”. Probablemente a
todos nos esperan las preocupaciones y trabajos de siempre. Las mismas satisfacciones y
las mismas desilusiones. Esa vida pequeña que vamos gastando día a día, a veces de
manera monótona y rutinaria.

¿No sucederá nada nuevo? ¿No acontecerá tampoco este año nada decisivo en tu vida?
¿Seguirá todo discurriendo exactamente como siempre?

Se suele hablar a veces del “día más feliz» de la vida. De esas horas más densas y
hermosas de la historia personal de cada uno. El primer beso, el día de la boda, la primera
comunión, el nacimiento del primer hijo.

Pero, ¿son ésas las horas más decisivas de la vida? ¿Las experiencias que abren una
brecha nueva en nuestra existencia?

Lo decisivo sucede casi siempre de otra manera y sin que coincida necesariamente con las
fechas señaladas por nosotros.
Las horas más decisivas son más bien aquéllas en las que por una vez se nos regala una
luz nueva que nos permite descubrir el vacío y la insatisf acción que hay en nuestra vida.

Ese momento imprevisible en que “algo” nos invita desde dentro a buscar la Verdad sin
engañarnos por más tiempo a nosotros mismos.

Esos instantes en que sentimos brotar de nuestro corazón el anhelo de algo más grande,
más real, más eterno. Esa hora inolvidable en que descubrimos en nosotros la Presencia
cercana de Alguien diferente.

Entonces sabemos que ya no estaremos nunca solos. No nos lo tiene que decir nadie desde
fuera. Sabemos que es verdad. Dios existe. Está ahí, en lo más hondo y entrañable de
nuestro ser. Somos aceptados, acogidos y amados sin fin.

¿Qué nos traerá el año nuevo? Ciertamente nos traerá a Dios. El seguirá viniendo a
nosotros aunque no lo recibamos. Si alguien lo hace, una cosa es segura. Para él será año
nuevo, realmente nuevo.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1986-1987(A) – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA


4 de enero de 1987

PODEMOS CAMBIAR

La tiniebla no la recibió...

Sólo algunos lo dicen, pero son muchos los que lo piensan. Si Dios ha venido al mundo,
¿por qué todo sigue exactamente igual que si no hubiera venido? ¿A qué viene celebrar el
nacimiento de Cristo y cantar paz y fraternidad, si el mundo seguirá tan mal como siempre?

Los creyentes deberíamos escuchar con atención estas preguntas que parecen cuestionar y
poner en aprieto nuestra fe cristiana. En realidad, son planteamientos que nos ayudan a
profundizar más en nuestro ser de creyentes.

Cuando el evangelista San Juan narra la Navidad no nos describe lo que ocurrió en Belén,
sino lo que sucede en los corazones de los hombres cuando llega Dios. Unos lo rechazan y
otros lo acogen.
La Navidad es algo que sucede en el corazón de cada hombre, en el núcleo más libre y
personal de cada uno. El que acoge a Dios desde su ser más íntimo, encuentra luz para
caminar, fuerza para luchar, alegría para vivir.

Pero no todos lo acogen. Con la venida de Cristo nada cambia para quien no quiere
cambiar. Nada se ilumina para aquel que huye de la luz. Nada nuevo sucede en quien no se
quiere renovar.

Y es que Dios siempre se acerca a los hombres respetando nuestra libertad. No se ha hecho
hombre para sustituir al hombre o anular nuestra responsabilidad.

Por eso Dios no es un mago venido al mundo a hacer desaparecer el mal con sus artes
fantásticas, dejándonos a los hombres boquiabiertos. Dios ha venido a compartir nuestras
luchas y esfuerzos y sostenernos en nuestro caminar hacia un mundo siempre mejor.

Este sistema puede cambiar aunque traten de convencernos de que no puede haber otro
mejor y que para subsistir necesita la muerte de millones de hombres, víctimas del hambre.
Esta sociedad puede cambiar aunque traten de persuadirnos de que sólo dejando en el paro
a millones de hombres se puede avanzar.

Pero no cambiará sólo con gritos, protestas y críticas estériles. Cambiará con la lucha
solidaria, lenta, tenaz de todos los que realmente deseen cambiar.

Cambiará si cambiamos nuestros egoísmos colectivos, nuestras reivindicaciones


insolidarias, nuestra inhibición y pasividad ante los abusos e injusticias.

Todo podrá cambiar si un día nos atrevemos a creer que todo hombre y toda mujer es mi
hermano y mi hermana. Los que crean esto “entenderán» la Navidad. Los demás seguirán
en tinieblas aunque la luz sigue brillando.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1985-1986 (C) - BUENAS NOTICIAS


5 de enero de 1986

MENSAJE NO COMERCIAL

Y los suyos no la recibieron.

Las palabras que escuchamos en el evangelio de S. Juan tienen una resonancia especial
para quien está atento a lo que sucede también hoy entre nosotros. «La Palabra era Dios...
En la Palabra había vida... La Palabra era la luz verdadera... La Palabra vino el
mundo... Y los suyos no la recibieron».

No es fácil escuchar esa Palabra que nos habla de amor, solidaridad y cercanía al
necesitado, cuando vivimos bajo «la tiranía de la publicidad» que nos incita al disfrute
irresponsable, al gasto superficial y a la satisfacción de todos los caprichos «porque usted se
lo merece».

No es fácil escuchar el mensaje de la Navidad cuando queda distorsionado y manipulado


por tanto «mensaje comercial» que nos invita a ahogar nuestra vida en la posesión y el
bienestar material.

Lo importante es comprar. Comprar el último modelo de cualquier cosa que haya salido al
mercado. Comprar más cosas, mejores y, sobre todo, más nuevas.

Pocos piensan hacia dónde nos lleva todo esto ni qué sentido tiene ni a costa de quién
podemos consumir así. Nadie quiere recordar que, mientras nuestros hijos se despiertan
envueltos en mil sofisticados juguetes, 40.000 niños del Tercer Mundo mueren de hambre
cada día (informe de J. Grant, presidente de la UNICEF).

Nadie parece muy preocupado por este consumismo alocado que nos masifica, nos
irresponsabiliza de la necesidad ajena y nos encierra en un individualismo egoísta. Lo que
importa es oler a la colonia más anunciada, leer el último «best-seller», regalar el disco
número uno del «hit-parade».

Seguimos fielmente las consignas. Compramos marcas. Bebemos etiquetas. Satisfacemos


«fantasías artificialmente estimuladas». Con la copa de champagne, nos bebemos la imagen
de las jóvenes que lo beben en el anuncio.

Y poco a poco, nos vamos quedando sin vida interior. «La gente se reconoce en sus
mercancías; encuentra su alma en su automóvil, en su aparato de alta fidelidad, su
equipo de cocina» (Marcuse). Y mientras tanto, crece la insatisfacción.

El hombre contemporáneo no sabe que, cuando uno se preocupa sólo de «vivir bien» y
«tenerlo todo», está matando la alegría verdadera de la vida. Porque el hombre necesita
amistad, solidaridad con el hermano, silencio, gozo interior, apertura al misterio de la vida,
encuentro con Dios.

Hay un mensaje no comercial que los creyentes debemos escuchar en Navidad. Una
Palabra hecha carne en Belén. Un Dios hecho hombre. En ese Dios hay vida, hay luz
verdadera. Ese Dios está en medio de nosotros. Lo podemos encontrar «lleno de
gracia y de verdad» en la persona, la vida y el mensaje de Jesús de Nazaret.
José Antonio Pagola

HOMILIA

1984-1985 (B) – BUENAS NOTICIAS

ACOGER LA PALABRA DE DIOS

y la Palabra acampó entre nosotros.

San Juan comienza su evangelio hablándonos de la Palabra de Dios. Esa Palabra que
estaba en Dios. Palabra que es vida y luz. Palabra que brilla en medio de las tinieblas.
Palabra que se ha hecho carne y ha venido a habitar entre nosotros.

Esa Palabra de Dios la podemos escuchar ya, de alguna manera, a través del mundo y en la
creación entera. Alguien Grande y Bueno se esconde detrás de las cosas que nos rodean.

Esa Palabra de Dios la escuchamos todavía mejor en la historia de los hombres.


Generaciones de hombres y mujeres que han sabido amar, sufrir, luchar por un mundo más
humano. Esta humanidad no camina sola. Dios nos acompaña y nos dirige hacia la Vida.

Esa Palabra de Dios la escuchamos con mucha mayor claridad en La historia concreta del
pueblo de Israel. Un pueblo que ha cometido errores y pecados, pero que ha sido trabajado
de manera particular por Dios. En su vida, sus leyes, su oración, sus costumbres, sus
profetas, podemos escuchar la Palabra de Dios de manera más clara, penetrante y luminosa
que en cualquier otro pueblo.

Pero sólo en la historia de Jesús encontramos en plenitud esa Palabra. Cuando Dios ha
querido hablarnos y descubrirnos su misterio, lo ha hecho encarnándose en este hombre.
Este Jesús es la última Palabra, la decisiva, la Palabra de Dios hecha carne.

¿Dónde podemos nosotros hoy encontrar esa Palabra para acogerla con fidelidad?
Ciertamente, podemos percibir a Dios en la naturaleza. Podemos seguir su rastro en la
historia de los pueblos. Hemos de encontrarla en el fondo de nuestro corazón.

Pero los creyentes contamos con un camino privilegiado: la Biblia. Esos libros que recogen
la experiencia religiosa de Israel y nos ofrecen la vida, el mensaje, la muerte y resurrección
de Jesús.

El creyente no se acerca a la Biblia para leer en un libro sino para escuchar a Alguien. No
trata de conocer una doctrina sino de encontrarse con el UNICO. No buscamos aprender
una sabiduría nueva sino dejarnos penetrar por la fuerza y la luz del mismo Dios.
La celebración navideña de la Encarnación de la Palabra de Dios, tiene que ser para los
creyentes una invitación a acercarnos con más asiduidad a los libros sagrados.

Esa Palabra nos puede dar una luz nueva y una vida diferente. Entonces podremos decir
con más verdad y desde nuestra propia experiencia que la Palabra de Dios ha venido a
habitar entre nosotros.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1983-1984 (A) – BUENAS NOTICIAS

DIOS ENTRE NOSOTROS

Y acampó entre nosotros.

El evangelista San Juan, al hablarnos de la Encarnación del Hijo de Dios, no nos dice nada
de todo ese mundo tan familiar de los pastores, el pesebre, los ángeles y el Niño Dios con
María y José. San Juan se adentra en el misterio desde otra hondura.

En Dios estaba la Palabra, la Fuerza de comunicación y revelación de Dios. En esa Palabra


había vida y había luz. Esa Palabra puso en marcha la creación entera. Nosotros mismos
somos fruto de esa Palabra misteriosa. Esa Palabra ahora se ha hecho carne y ha habitado
entre nosotros.

A los hombres nos sigue pareciendo todo esto demasiado hermoso para ser verdadero. Un
Dios hecho carne, identificado con nuestra debilidad, respirando nuestro aire y sufriendo
nuestros problemas.

Y seguimos buscando a Dios arriba, en los cielos, cuando está abajo en la tierra. Y
seguimos persiguiéndole fuera, sin acogerlo con fe en nuestro interior.

Una de las grandes contradicciones de los cristianos es confesar con entusiasmo la


encarnación de Dios y olvidar luego que Cristo está ahora en medio de nosotros. Y sin
embargo, después de la En carnación, a Dios sólo le podremos encontrar entre los hombres,
con los hombres, en los hombres.

Dios ha bajado a lo profundo de nuestra existencia y la vida nos sigue pareciendo vacía.
Dios ha venido a habitar en el corazón de los hombres y sentimos un vacío interior
insoportable. Dios ha venido a reinar entre nosotros y parece estar totalmente ausente en
nuestras relaciones.
Dios ha asumido nuestra carne y seguimos sin saber vivir debidamente lo carnal. Dios se ha
encarnado en un cuerpo humano y olvidamos que nuestro cuerpo es templo del espíritu.

También entre nosotros se cumplen las palabras de San Juan: «Vino a los suyos y los suyos
no le recibieron». Dios busca acogida en nosotros y nuestra ceguera cierra las puertas a
Dios.

Y sin embargo, es posible abrir los ojos y contemplar al Hijo de Dios «lleno de gracia y de
verdad». El que cree, siempre ve algo. Ve la vida envuelta en gracia y en verdad. Tiene en
sus ojos una luz para descubrir en el fondo de la existencia la verdad y la gracia de ese Dios
que lo llena todo.

¿Hemos visto nosotros? ¿Estamos todavía ciegos? ¿Nos vemos solamente a nosotros? ¿La
vida nos refleja solamente las pequeñas preocupaciones que llevamos en nuestro corazón?

Dejemos que nuestra alma se sienta penetrada por esa luz y esa vida de Dios que también
hoy quieren habitar en nosotros.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1982-1983 (C) - APRENDER A VIVIR


2 de enero de 1983

LA ETERNA INFANCIA DE DIOS

Habitó entre nosotros.

No es tan equivocado afirmar que la Navidad es la fiesta de los niños y de aquellos que
saben vivir con corazón de niño.

Son ellos los que desde su sencillez, su capacidad de sorpresa y su mirada limpia pueden
disfrutar como nadie del regalo de un Dios niño.

A los adultos se nos hace más difícil disfrutar del contenido entrañable de estas fiestas. Lo
que nos impide gozar como los niños no es la edad, sino nuestro corazón envejecido,
autosuficiente, lleno de egoísmos e intereses. Nuestra vida agitada, polarizada en la
búsqueda obsesiva de eficacia, rendimiento, seguridad y bienestar a cualquier precio.

El niño habita un mundo diferente al nuestro. No ha cerrado todavía las puertas de su ser a
lo bueno, lo hermoso, lo admirable. No necesita tampoco esconderse detrás de una
máscara. Puede revelarse como realmente es, en lugar de dedicarse a proyectar imágenes
que agraden, seduzcan y engañen.

El niño es todavía capaz de dar y recibir con gozo. Es un ser abierto. Sabe admirar, acoger,
disfrutar. No ha aprendido todavía a manipular a los demás. Su vida es acogida y
crecimiento.

La Navidad es una gracia que nos invita a despertar lo que queda en nosotros de ese niño
que fuimos, capaces de admirar, escuchar y acoger con sorpresa y gozo el regalo de la vida.

La contemplación de un Dios niño es una llamada a reavivar lo que la ambición, el ansia de


seguridad, la obsesión de bienestar y la mentira han podido matar en nosotros.

Paul Claudel, describiendo su conversión, nos recuerda cómo sintió un día de Navidad en la
catedral de Notre Dame de París «el sentimiento desgarrador de la inocencia, revelación
inefable de la eterna infancia de Dios». Sorprendido y sollozando, comenzó a salir de su
«estado habitual de asfixia y desesperanza».

Cuando uno ha intuido, aunque sea de manera muy elemental y pobre, la eterna infancia de
Dios, es difícil seguir siendo el adulto mentiroso y manipulador de siempre.

El niño que todavía hay en nosotros se despierta para acoger a ese Dios, pequeño,
«infantil», incapaz de engaños y manipulaciones. Un Dios sencillo, confiable, transparente,
acogedor.

No lo olvidemos. En medio de la superficialidad y banalidad que caracterizan con frecuencia


a nuestras fiestas navideñas, hay algo que sólo se puede descubrir con corazón de niño: la
eterna infancia de un Dios que puede despertar nuestra ternura y nuestra capacidad de
amar por puro gozo, como ¡os niños.

José Antonio Pagola

HOMILIA

1981-1982 (B) – APRENDER A VIVIR


3 de enero de 1982

VINO A SU CASA

Vino a su casa, y los suyos no le recibieron.

Pocos años después de la guerra europea, W. Borcheri en su obra 4Fuera ante la puerta»
gritaba estas palabras estremecedoras: « ¿Dónde está ese viejo que se llama Dios? ¿Por
qué no habla? ¡Responded! ¿Por qué Os calláis? ¿Por qué...? Nadie, nadie responde...
¿Dónde estás tú, el que sueles estar siempre en todas partes?».

Para muchos contemporáneos, Dios se ha quedado mudo para siempre. No habla. Se ha


convertido en un viejo personaje lejano y extraño. Algo que se va difuminando poco a poco
en medio de las nieblas del alma.

Hombres que tenían fe, la han ido perdiendo, y ya no saben cómo recuperarla. Hombres que
tenían confianza en Alguien, han ido sufriendo decepciones dolorosas a lo largo de la vida, y
ya no saben cómo volver a confiar. Hombres que un día rezaron, y de cuyo corazón no
puede elevarse hoy invocación ni súplica alguna.

Cuántos hombres y mujeres viven, sin confesarlo, en una especie de ateísmo gris, insípido y
trivial, en el que se han ido instalando poco a poco, y del que parece imposible ya resurgir.

Pero también hay quienes buscan a Dios sinceramente, y su búsqueda se hace difícil y dura.
¿Cómo creer en un Dios bueno, cuando millones de hombres mueren de hambre y buscan
sedientos un agua que no llega? ¿Cómo creer en un Dios que se calla cuando los hombres
aplastan la libertad, se destruyen unos a otros, y hacen imposible la convivencia?

¿No tenemos derecho también nosotros a gritar con el salmista: «Por qué escondes tu
rostro? ¿Por qué duermes?». Ante tanta injusticia, fracaso y dolor, ¿dónde está Dios?

El evangelista nos responde algo desconcertante. Dios ha venido al mundo. «Ha venido a su
casa, y los suyos no lo han recibido». No se puede decir nada más inaudito en palabras más
sencillas.

A Dios no hay que buscarlo en lo alto del cielo, gobernando el cosmos con poder inmutable,
o dirigiendo la historia de los hombres con mirada indiferente.

Dios está aquí, con nosotros, entre nosotros. Dios está precisamente donde los hombres
han dejado de buscarlo. Dios está en un hombre que nació pobremente en Belén, fue
maltratado por la vida, y terminó ejecutado sin poderío ni gloria, en las afueras de Jerusalén.

Quizás, no lo percibimos porque está precisamente tan cerca, en nuestra carne, nuestra
impotencia y nuestro dolor. No es. una metáfora piadosa decir que hoy Dios «pasa miedo»
en Polonia, «mue re de hambre» en Afganistán, «está en paro» entre nosotros, y «es
ametrallado» en el Salvador.

Aunque nuestra fe sea, a veces, «una llaga abierta» que nos hace gritar: «,Dónde está
Dios?», seguimos creyendo que Dios está con nosotros, sufriendo nuestros sufrimientos,
luchando nuestras luchas y muriendo nuestra muerte. Por eso, tenemos esperanza.
José Antonio Pagola

HOMILIA

1980-1981 (A) – APRENDER A VIVIR


4 de enero de 1981

Y LOS SUYOS NO LE RECIBIERON

Y los suyos no le recibieron.

No es fácil acoger a Dios y permitir que se adentre en nuestras vidas Los «creyentes»
siempre corremos el riesgo de encubrir nuestra falta de acogida a Dios bajo la apariencia de
una fe que, tantas veces, confesamos sólo verbalmente.

Hay preguntas sencillas que sólo enunciarlas arrojan ya una luz grande, capaz de
desenmascarar nuestras confesiones más firmes.

¿Dejamos a Dios encarnarse en nuestras vidas o nos limitamos a confesar la Encarnación


de Dios, viviendo una vida prácticamente «atea»? ¿Vivimos convirtiéndonos o nos limitamos
a creer en la conversión? ¿Amamos o nos limitamos a creer en el amor, sin dejar de ser los
viejos egoístas de siempre?

Si tuviéramos algo más de sensibilidad para captar la verdad del evangelio, descubriríamos
que el fondo de nuestro corazón sigue sin estar «evangelizado». Nos daríamos cuenta de
que nos hemos afincado en la Iglesia cada uno con nuestros intereses y egoísmos,
impermeables a la llamada de Jesús.

Y, sin embargo, Dios sigue viniendo. Y, de muchas maneras, su interpelación y su llamada


nos seguirán alcanzando también durante este nuevo año que acabamos de estrenar.

Es cierto que también este año continuaremos cometiendo los mismos errores y las mismas
equivocaciones. Y que seguiremos estropeando cada día nuestra vida, y obstaculizando a
cada momento nuestra convivencia.

Pero, también es verdad que un año nuevo es siempre tiempo abierto, algo inédito todavía,
tiempo de gracia, lleno de nuevas posibilidades.

Y un hombre siempre puede cambiar. Aunque, a veces, nos cueste creerlo, siempre
podemos ser mejores. Todavía podemos ser más humanos. También este año nuevo.
Podremos tener más arrugas, pero también más corazón. Podremos tener más años, pero
menos egoísmos. Podremos tener gestos más humanos, aunque en estos momentos
comprobemos que todavía somos una calamidad.

Este año podemos creer un poco más que Dios es bueno y nos quiere. Podemos descubrir
que está más cerca de nosotros de lo que sospechamos.

Podemos sentir que todavía nos llama desde el fondo de nuestro ser, porque sentimos que
el amor, la sinceridad y la alegría están todavía vivos en algún rincón de nuestra conciencia.
Todavía le podemos recibir en nuestra casa.

José Antonio Pagola

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