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Prácticas del Lenguaje 1º 3º EEST Nº 3

“El cuento del niño malo”


Mark Twain

Actividad de prelectura
a) A partir del título del relato escribí en tu carpeta sobre qué crees que tratara
dicho relato.
Actividades para luego de la lectura
1) Realiza con tus palabras un breve resumen sobre el relato y escríbelo en tu
carpeta (como si estuvieses narrándoselo a un amigo). Revisa el punto a) y
chequea si coincide con lo que habías anotado.
2) ¿Cómo se describe al personaje de Jim?
3) ¿A qué crees que se refiere el autor cuando habla de “libros de cuentos
ejemplares”? ¿Conoces alguno? ¿Cuál?
4) ¿Qué cosas deberían sucederle a Jim según los libros de cuentos ejemplares?
¿Por qué crees que esto no sucede así en el relato de Twain?
5) ¿Cómo se describe a su familia?
6) ¿Qué te pareció el final del relato? ¿Te gustó?
7) Hace una lista con las palabras del relato cuyo significado no conozcas. Busca
en el diccionario dichas palabras y anota brevemente lo que dice.
8) ¿Crees que el texto deja alguna enseñanza o moraleja? ¿por què?
9) Pensà y escribí otro final para el relato. Recordà respetar los personajes y sus
características para refrescar la memoria podés releer las respuestas 2 y 5.
10) Investiga sobre el autor y realiza una ficha. En ella debes incluir obras
destacadas y datos relevantes de la vida del autor. No te olvides de citar la
fuente de donde obtuviste la información.

Por dudas o consultas comunicarse a: natalialorenamccarthy@gmail.com


Prácticas del Lenguaje 1º 3º EEST Nº 3

El cuento del niño malo


Mark Twain

Había una vez un niño malo cuyo nombre era Jim. Si uno es observador
advertirá que en los libros de cuentos ejemplares que se leen en clase de
religión los niños malos casi siempre se llaman James. Era extraño que este se
llamara Jim, pero qué le vamos a hacer si así era.
Otra cosa peculiar era que su madre no estuviese enferma, que no tuviese una
madre piadosa y tísica que habría preferido yacer en su tumba y descansar por
fin, de no ser por el gran amor que le profesaba a su hijo, y por el temor de
que, una vez se hubiese marchado, el mundo sería duro y frío con él.
La mayor parte de los niños malos de los libros de religión se llaman James, y
tienen la mamá enferma, y les enseñan a rezar antes de acostarse, y los
arrullan con su voz dulce y lastimera para que se duerman; luego les dan el
beso de las buenas noches y se arrodillan al pie de la cabecera a sollozar.
Pero en el caso de este muchacho las cosas eran diferentes: se llamaba Jim y
su mamá no estaba enferma ni tenía tuberculosis ni nada por el estilo.
Al contrario, la mujer era fuerte y muy poco religiosa; es más, no se
preocupaba por Jim. Decía que si se partía la nuca no se perdería gran cosa.
Solo conseguía acostarlo a punta de bofetadas y jamás le daba el beso de las
buenas noches; antes bien, al salir de su alcoba le halaba las orejas.
Este niño malo se robó una vez las llaves de la despensa, se metió a
hurtadillas en ella, se comió la mermelada y llenó el frasco de brea para que su
madre no se diera cuenta de lo que había hecho; pero acto seguido… no se
sintió mal ni oyó una vocecilla susurrarle al oído: “¿Te parece bien hacerle eso
a tu madre? ¿No es acaso pecado? ¿Adónde van los niños malos que se
engullen la mermelada de su santa madre?”, ni tampoco, ahí solito, se hincó de
rodillas y prometió no volver a hacer fechorías, ni se levantó, con el corazón
liviano, pletórico de dicha, ni fue a contarle a su madre cuanto había hecho y a
pedirle perdón, ni recibió su bendición acompañada de lágrimas de orgullo y de
gratitud en los ojos. No; este tipo de cosas les sucede a los niños malos de los
libros; pero a Jim le pasó algo muy diferente: se devoró la mermelada, y dijo,
con su modo de expresarse, tan pérfido y vulgar, que estaba “deliciosa”; metió
la brea, y dijo que esta también estaría deliciosa, y muerto de la risa pensó que
cuando la vieja se levantara y descubriera su artimaña, iba a llorar de la rabia.
Y cuando, en efecto, la descubrió, aunque se hizo el que nada sabía, ella le
pegó tremendos correazos, y fue él quien lloró.
Una vez se encaramó a un árbol de manzana del granjero Acorn para robar
manzanas, y la rama no se quebró, ni se cayó él, ni se quebró el brazo, ni el
enorme perro del granjero le destrozó la ropa, ni languideció en su lecho de
enfermo durante varias semanas, ni se arrepintió, ni se volvió bueno. Oh, no;
robó todas las manzanas que quiso y descendió sano y salvo; se quedó
esperando al cachorro, y cuando este lo atacó, le pegó un ladrillazo. Qué
raro… nada así acontece en esos libros sentimentales, de lomos jaspeados e
ilustraciones de hombres en levitas, sombrero de copa y pantalones muy
cortos, y de mujeres con vestidos que tienen la cintura debajo de los brazos y
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que no se ponen aros en el miriñaque. Nada parecido a lo que sucede en los


libros de las clases de religión.

Una vez le robó el cortaplumas al profesor, y temiendo ser descubierto y


castigado, se lo metió en la gorra a George Wilson… el pobre hijo de la viuda
Wilson, el niño sanote, el niñito bueno del pueblo, el que siempre obedecía a
su madre, el que jamás decía una mentira, al que le encantaba estudiar y le
fascinaban las clases de religión de los domingos. Y cuando se le cayó la
navaja de la gorra, y el pobre George agachó la cabeza y se sonrojó, como
sintiéndose culpable, y el maestro ofendido lo acusó del robo, y ya iba a dejar
caer la vara de castigo sobre sus hombros temblorosos, no apareció de pronto
un juez de paz de peluca blanca, para pasmo de todos, que dijera indignado:
-No castigue usted a este noble muchacho… ¡Aquel es el solapado culpable!:
pasaba yo junto a la puerta del colegio en el recreo, y aunque nadie me vio, yo
sí fui testigo del robo.
Y, así, a Jim no lo reprendieron, ni el venerable juez les leyó un sermón a los
compungidos colegiales, ni se llevó a George de la mano y dijo que tal
muchacho merecía un premio, ni le pidió después que se fuera a vivir con él
para que le barriera el despacho, le encendiera el fuego, hiciera sus recados,
picara leña, estudiara leyes, le ayudara a su esposa con las labores hogareñas,
empleara el resto del tiempo jugando, se ganara cuarenta centavos mensuales
y fuera feliz. No; en los libros habría sucedido así, pero eso no le pasó a Jim.
Ningún entrometido vejete de juez pasó ni armó un lío, de manera que George,
el niño modelo, recibió su buena zurra y Jim se regocijó porque, como bien lo
saben ustedes, detestaba a los muchachos sanos, y decía que este era un
imbécil. Tal era el grosero lenguaje de este muchacho malo y negligente.
Pero lo más extraño que le sucediera jamás a Jim fue que un domingo salió en
un bote y no se ahogó; y otra vez, atrapado en una tormenta cuando pescaba,
también en domingo, no le cayó un rayo. Vaya, vaya; podría uno ponerse a
buscar en todos los libros de moral, desde este momento hasta las próximas
Navidades, y jamás hallaría algo así. Oh, no; descubriría que indefectiblemente
cuanto muchacho malo sale a pasear en bote un domingo se ahoga: y a
cuantos los atrapa una tempestad cuando pescan los domingos infaliblemente
les cae un rayo. Los botes que llevan muchachos malos siempre se vuelcan en
domingo, y siempre hay tormentas cuando los muchachos malos salen a
pescar en sábado. No logro comprender cómo diablos se escapó este Jim.
¿Será que estaba hechizado? Sí… esa debe ser la razón.
La vida de Jim era encantadora, así de sencillo. Nada le hacía daño. Llegó al
extremo de darle un taco de tabaco al elefante del zoológico y este no le tumbó
la cabeza con la trompa. En la despensa buscó esencia de hierbabuena, y no
se equivocó ni se tomó el ácido muriático. Robó el arma de su padre y salió a
cazar el sábado, y no se voló tres o cuatro dedos. Se enojó y le pegó un
puñetazo a su hermanita en la sien, y ella no quedó enferma, ni sufriendo
durante muchos y muy largos días de verano, ni murió con tiernas palabras de
perdón en los labios, que redoblaran la angustia del corazón roto del niño. Oh,
no; la niña recuperó su salud.
Al cabo del tiempo, Jim escapó y se hizo a la mar, y al volver no se encontró
solo y triste en este mundo porque todos sus seres amados reposaran ya en el
cementerio, y el hogar de su juventud estuviera en decadencia, cubierto de
hiedra y todo destartalado. Oh, no; volvió a casa borracho como una cuba y lo
primero que le tocó hacer fue presentarse a la comisaría.
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Con el paso del tiempo se hizo mayor y se casó, tuvo una familia numerosa;
una noche los mató a todos con un hacha, y se volvió rico a punta de estafas y
fraudes. Hoy en día es el canalla más pérfido de su pueblo natal, es
universalmente respetado y es miembro del Concejo Municipal. Fácil es ver
que en los libros de religión jamás hubo un James malo con tan buena estrella
como la de este pecador de Jim con su vida encantadora.

FIN

“The Story of the Bad Little Boy”, 1875

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