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de la Cofradía
de NUESTR A
SEÑOR A de
la SOLEDAD
de Santo Domingo.
Desde su fundación
en el siglo XVI
hasta 1915
Breve historia de la Cofradía
de NUESTR A SEÑOR A DE LA SOLEDAD
de Santo Domingo.
Desde su fundación en el siglo XVI hasta 1915
Coordinador:
Andrés Camino Romero
Autores:
Andrés Camino Romero
Alberto Jesús Palomo Cruz
Susana Elena Rodríguez de Tembleque García
© De los autores
© Agrupación de Cofradías
de Semana Santa de Málaga
Diseño y maqueta:
A na García K irmse
J. Javier Olveira
Portada:
Nuestra Señora de la Soledad,
Titular mariana
de la Congregación de M ena.
[Fotografía de Daniel González González]
Imprime:
Gráficas Urania, S.A.
Av. Juan XXIII, 35
29006 – Málaga
saluda
G racias a la labor que viene desarrollando la revista «La Saeta» por recu-
perar la historia de nuestras cofradías podemos conocer con más detalle
la imaginería de nuestra Semana Santa. Así, una vez más, esta publicación nos brin-
da la posibilidad de profundizar en otra de las hermandades malagueñas, como es
el caso de la antigua Hermandad de Nuestra Señora de la Soledad, corpora-
ción que tras fusionarse con la del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Áni-
mas, originó la actual Congregación de Mena, que este año cumple su primer
centenario fundacional (1915–2015). A vuelta de página podrá encontrar la evolu-
ción de esta advocación mariana a la que se rendía culto en el antiguo convento de
Santo Domingo, en pleno barrio de El Perchel.
Esta Hermandad a lo largo de su existencia, fue referente de la Semana Santa de
Málaga, siendo en los siglos XVIII y XIX Cofradía oficial de la misma. Por tanto, la
advocación de la Titular principal de la actual Congregación ha sido una de las más
veneradas y queridas de esta ciudad. Por ese motivo, ahora, cuando se cumplen cien
años de dicha fusión, la Congregación no ha dudado en solicitar la coronación ca-
nónica, máxima distinción de la Iglesia Católica a una imagen devocional, que se
hará efectiva a mediados del año 2016.
A lo largo de la historia, hay que destacar la vinculación existente desde 1756
con la Armada española a raíz del salvamento de una fragata en las costas de Má-
laga ante un temporal durante la cual los tripulantes de la embarcación se enco-
mendaron a la Virgen de la Soledad y gracias a ello pudieron llegar sanos y sal-
vos a puerto. A partir de ahí, la Virgen de la Soledad entró a formar parte de las tres
advocaciones que la Armada ha tenido como patronas, además de la Virgen del
Rosario ‘La Galeona’ y la Virgen del Carmen. Hoy en día, todos los buques de la
Armada española llevan una reproducción de la Virgen de Nuestra Señora de la
Soledad en lo que se conoce como la cámara de oficiales.
Como anteriormente hemos expresado, la Congregación de Mena espera con
anhelo la coronación canónica de su Titular principal, para lo cual se está prepa-
rando una serie de actos, que junto con el centenario sean de un carácter religio-
so y cultural que sirvan para difundir, aún más si cabe, la devoción y el cariño a
esta sagrada imagen que, desde el siglo XVI, recorre las calles de Málaga en Se-
mana Santa.
Agradecemos a la Agrupación de Cofradías y en especial a la Comisión de la
revista «La Saeta», la iniciativa de dar a conocer a través de estas publicaciones
el devenir histórico de nuestra Semana Mayor y poder valorar la labor cofrade de
investigación por medio de la historia de nuestras imágenes. Una ardua tarea que la
Congregación de Mena agradece en este caso a los que han contribuido a la rea-
lización de este libro.
Dcha.
Ntra. Sra. de la Soledad.
[Juan Miguel Salvador Morales]
capítulo 1
La Cofradía 1
de NUESTR A SEÑOR A
de la SOLEDAD:
desde 2
la fundación
3
10
I magen original de la Soledad «Del ayer es imposible hacer la actualidad
de M adrid, que en buena
medida expandió la devoción a y mucho menos el porvenir, pero así como el ser amado
esta advocación mariana en la está siempre presente en los recuerdos,
España del siglo XVII
1
el tiempo pretérito y sus cosas deben ocupar un lugar
en el archivo de la memoria»
(Juan José Relosillas).
11
Dominicos y
franciscanos se
convirtieron en
los religiosos
hegemónicos del
catolicismo durante
siglos. Los primeros
tienen como
fundador al burgalés
Domingo de Guzmán.
En la ilustración
tumba del Santo en
la ciudad italiana de
Bolonia
Aunque muy elemental este plano del año 1620 recoge La antigüedad de la fotografía impide apreciar con nitidez el
las trazas principales del convento de Santo Domingo, aspecto que presentaba la portada de Santo Domingo en el siglo
anclado en la ribera del río Guadalmedina. Se encuentra XIX. Aún así se percibe que por entonces todavía eran visibles los
en el A rchivo General de Simancas relieves de los santos que la adornaban (A rchivo del autor)
12
a lo que se sumaba en el caso de la orden de predicadores un carácter marcada-
mente clerical, lo que propiciaba que muchos de sus frailes fuesen ordenados pres-
bíteros o se convirtieran en teólogos. Los hijos de Santo Domingo fueron agraciados
por los Reyes Católicos de un terreno extramuros en la zona norte del arrabal que
comprendía siete huertas y muy cercano a un viaducto que garantizaba una rápida
comunicación con el núcleo urbano. Se trataba de la puente de «los cuatro arcos»,
seguramente con cimentación de la época romana que, salvando el lecho del Gua-
dalmedina, llegaba a tocar la muralla de la Ciudad por una de las dos torres de de-
fensa que se levantaban en sus extremos. Esta construcción pasaría a la historia por
la heroica defensa que allí estableció en los días del asedio el capitán de la artillería
castellana, Ramírez de Madrid, posteriormente recompensado con la inclusión en
su escudo de armas de la representación del citado puente, que tras la edificación
del convento comenzaría a ser nombrado como de Santo Domingo2.
El terreno ofrecido a los dominicos, en el margen derecho del río, se creía inme-
jorable porque además de ser fértil y con abundancia de agua, se hallaba tan equi-
distante de la mar como protegido por la cercanía de la urbe, lo cual era algo dig-
no de tener en cuenta, dado que desde fechas muy tempranas las incursiones de los
berberiscos se harían muy frecuentes, con el consiguiente peligro que eso suponía
para la comunidad monástica. Sin embargo a la larga se comprobaría que, geográfi-
camente al menos, presentaba serios inconvenientes. La historiografía da por hecho
que en este ámbito se alzaba una pequeña ermita denominada «Santa María de las
Huertas», a causa de los plantíos que la rodeaban y que bien pudo ser en origen una
edificación musulmana, quizás un morabito o una pequeña mezquita, porque resul-
ta bastante difícil de admitir que a dos años de la conquista alguien hubiese labra-
do de nueva planta una edificación de esa índole a las afueras. Sea como fuese, allí
comenzó la andadura del nuevo convento que a partir de 1493 quedó constituido en
priorato. Era, por entonces, maestro de la Orden, que es como tradicionalmente se
designa a quienes ejercen de superiores en ella, el veneciano fray Joaquín Turriani.
Pocos años más tarde en 1514 y por breve del Papa León X, quedaría instituida la pro-
vincia dominica de la Bética o de Andalucía, que tan trascendental llegaría a resul-
tar para la difusión del catolicismo en los nuevos territorios de Ultramar. En 1518 ya
funcionaba el noviciado y pocos años después quedaban establecidas varias cátedras
de estudio, con lo que eso suponía para el prestigio de la comunidad3.
En los años que siguieron a la dotación inicial de los monarcas se habían suma-
do nuevos huertos y terrenos, así como posesiones en otras comarcas limítrofes que
gravaban satisfactoriamente al convento. Insuficiente a todas luces a las necesidades
de una comunidad creciente en número e importancia, también la primitiva ermita
13
sería ampliada y renovada repetidamente, de tal forma que hay constancia de estas
intervenciones desde 1501 a 1512, debiendo responder estilísticamente las mejo-
ras al estilo gótico mudéjar4. A la par fue construyéndose en su entorno el complejo
monástico, que debía resultar un tanto anárquico e irregular en cuanto a trazado
se refiere. Por una reseña de las actas municipales se sabe que por esa última fecha
proseguían las obras de la iglesia con la apertura de las capillas secundarias, por
lo que la Ciudad acordó suplicar al emperador Carlos I una ayuda en beneficio de
los religiosos dominicanos5.
Precisamente se cuenta que en una de estas fases constructivas, al abrir de fundamen-
tos apareció en una cavidad una imagen de la Virgen que se supuso estaba allí oculta por
los godos desde los tiempos de la invasión musulmana de España. Esta efigie, advocada
de la Antigua o del Pozo, se convertiría en uno de los reclamos devocionales del monaste-
rio que, como era la tónica general casi desde sus inicios, fomentó la instauración de her-
mandades que sirvieran de acicate al esplendor cultual y patrimonial del mismo.
14
todo el extenso santoral dominicano, Pedro González Telmo fuese precisamente
uno de los tres bienaventurados escogidos para ilustrar la portada de la iglesia del
convento malagueño.
Hasta los primeros intentos de los carmelitas para fundar en Málaga hacia
1583, los dominicos habían detentado, por así decirlo, la exclusividad religiosa de
El Perchel, por lo que se opusieron enérgicamente a la implantación de los descal-
zos en terrenos próximos a su demarcación sacra. Pese a que también existieron
reticencias por parte de otras religiones, de los regidores y del incluso entonces
obispo, Francisco Pacheco, muy «aficionado» a los dominicos según expresión de
la época, los carmelitas lograron finalmente su propósito. Es de resaltar que los
padres predicadores mostraron un buen perder y aceptaron fraternalmente lle-
gado el momento que de su casa se trasladara el Santísimo Sacramento hasta la
iglesia de San Andrés de los nuevos conventuales7, quienes por su proximidad a
la costa y su especial apostolado les disputarían el favor de las gentes de la mar;
aún cuando la hermandad gremial de San Telmo todavía se encontraba activa en
Santo Domingo a fines del siglo XVIII y algunas otras cofradías de la misma sede
mantuvieran relaciones Andrés Camino
con los distintos Romeromarítimas incluida la que
colectividades
se historia en este libro.
En cuanto a la Hermandad de Nuestra Señora de la Soledad, el padre Andrés
Llordén la daba por organizada con anterioridad a 1579 porque, en ese año, se fe-
cha el documento más antiguo que de ella se conserva y que versa sobre la conce-
sión a la misma de un terreno para la futura labra de su capilla 8. Ya para entonces
la del Dulce Nombre de Jesús contaba con la suya propia, lo que parece indicar su
preeminencia de antigüedad con respecto a la Soledad. Con todo, no hay duda de
que entre las pasionistas, estas dos hermandades eran las más antiguas de las ra-
dicadas en Santo Domingo sin que haya forma de saber las fechas fundacionales
exactas de ambas. Lo que queda claro es que el resto de hermandades peniten-
ciales que compartieron el mismo ámbito fueron mayoritariamente fundadas en
los dos siglos siguientes. Mención aparte merece otra corporación que, aunque de
carácter letífico, quedaría con el transcurrir del tiempo asociada en cierta forma
a la órbita de la Soledad. Nos referimos a la Hermandad de Santa María Magda-
lena, seguramente integrada por aquellos hortelanos que roturaban los terrenos
para los frailes y que escogieron a esta Santa como patrona por aquello de que al
aparecérsele Cristo Resucitado ella lo tomó por un simple labriego. La magnífica
imagen que veneraban pasaría al cabo de los siglos a formar una estampa indiso-
luble con el Crucificado de la Buena Muerte cuya Congregación se fusionaría con
la de la Soledad en 19159.
15
M eritoria escultura de M aría M agdalena que fue en origen titular de una H ermandad
integrada por hortelanos y que acabaría siendo venerada por la Congregación de M ena
16
Dicho todo esto no nos podemos sustraer a señalar que por un documento emi-
tido por la propia Hermandad de la Soledad a primeros del siglo XX, y que será con-
venientemente desarrollado en su apartado correspondiente, se daba como fecha
fundacional, y así quedaba también reflejado en los Estatutos: «(…) con anterio-
ridad al año 1663 (…)»10, sin que podamos saber el apoyo documental que conta-
ban para citar esa fecha concreta que, a tenor de lo que hoy sabemos, es muy tardía
para datar el origen de la Corporación.
Así como la Cofradía del Dulce Nombre eligió una advocación de invención me-
ramente dominica, aquellos primeros hermanos de la Soledad optaron por contem-
plar la figura dolorosa de María sumida en el pesar y la melancolía por la pérdida de
su Hijo11. Trance además divulgado en la baja Edad Media a cuenta de la existencia
de un habitáculo cercano al Calvario y custodiado por la Iglesia etíope, en la actua-
lidad desaparecido, que visitaban los peregrinos que llegaban a Jerusalén y donde,
según se decía, se retiró a solas la Virgen María desde la muerte de Cristo hasta el
momento de su resurrección ocupada en penar y meditar:
Como fundamento a este pasaje, claramente apócrifo, los tratadistas con el afán
de dotarle de mayor peso teológico recurrieron al siguiente texto bíblico: «Por eso
yo estoy llorando (…) porque se ha alejado de mí el Consolador. Mis hijos se han
perdido, porque prevaleció el enemigo (…)»13, que los antiguos atribuían al pro-
feta Jeremías y que fue tomado como referente y premonición de la desolación de
la Madre de Dios:
Aunque la piedad de la antigua Orden de los Servitas y el arte gótico europeo ya
desarrollaron este tema piadoso, siguiendo las pautas del tratado «Speculum huma-
nae salvationis» de autor anónimo del siglo XIV, fue en España y en pleno Barroco
cuando alcanzaría su mayor difusión14. De hecho, la historiografía presenta como
el prototipo icónico en tierras hispánicas de este misterio la imagen vestida que la
reina Isabel de Valois, esposa de Felipe II, encargara al escultor Gaspar de Becerra.
La mencionada efigie, con las manos entrelazadas, fue ataviada con el traje enlutado
de la condesa de Ureña, pasando a ser venerada en el convento de los mínimos de
Santa María de la Victoria de Madrid. De ahí que a la larga esta advocación e icono-
grafía mariana se convirtiese en una de las fomentadas por los religiosos victorios,
17
por otra parte de tanta ascendencia malagueña15. Teniendo en cuenta estos da-
tos y por la coincidencia de fechas se puede pensar que esta fama devocional que
se propagó por toda España a lo largo del siglo XVI debió servir de acicate a los
fundadores de la Hermandad de la Soledad de Santo Domingo. De esta forma y a
modo de recuento se advierte que en Valladolid y Sevilla ya existían las herman-
dades de esta advocación en la primera mitad de esta centuria. Así ocurre con la
de Archidona quizás la más antigua de las de esta advocación en la diócesis mala-
citana, y las de Úbeda (hacia 1554), Jaén (h. 1556), Antequera (h. 1560), Granada
(h. 1561), Lucena y Jerez de la Frontera (h. 1564) y Marchena (h. 1567)… ciñén-
donos al entorno andaluz.
Casi todas estas corporaciones de la Soledad tenían en común la misma devo-
ción mariana, un gran rigor penitencial, el procesionar en Viernes Santo y cierto eli-
tismo en el estrato de sus componentes, que al menos en Málaga fue más palpable a
partir del siglo XVIII. En referencia a Málaga se desconocen la calidad y proceden-
cia de quienes integraron en origen sus filas porque no se puede probar taxativa-
mente ningún ascendente gremial, aún cuando hay testimonios documentales que
la relacionan muy específicamente con los armadores, o sea aquellos que profesio-
nalmente se ocupaban de dotar de tripulantes a las embarcaciones.
Igualmente algunas de estas hermandades de la Soledad contaban con el título
añadido o complementario de «la transfixión» y muchas más veneraban el pasaje del
entierro de Cristo, tal parece ser el caso de la confraternidad malagueña16. Aunque
no existe prueba documental fehaciente y directa de que rindiera culto y procesio-
nara alguna imagen del Yacente, cabe sospechar que así fuera porque formó parte
de su título y porque esta analogía devocional la acabaría enfrentando con la Co-
fradía de las Angustias del convento de San Agustín, que también contemplaba este
misterio, según se verá en su debido momento.
Como con anterioridad ha quedado reflejado, la primitiva fábrica de la llama-
da ermita de Santa María de las Huertas bien pronto debió de agrandarse, a lo que
obligaba no sólo las exigencias de la comunidad sino el surgimiento de las distintas
hermandades que, a tenor de la tónica generalizada por la época, quedaban vincu-
ladas al amparo de los distintos monasterios, en una simbiosis perfecta de ayuda
mutua, espiritual y material. La necesidad de las corporaciones no sólo era la de
dotar a sus insignias de un espacio de culto sino proveer a los hermanos de la se-
pultura a la que estatutariamente tenían derecho y que implicaba también propor-
cionarles mortaja, camilla y ataúd, amén de la cera, acompañamiento y las misas de
ánima. Los dominicos que, se recordará, ya habían aprobado conceder un terreno
a los componentes de la Soledad en 1579 para la edificación de su capilla, cerra-
18
L a efigie actual de la Virgen de la Soledad de M ena conserva el aspecto y atributos de la Titular primigenia.
[Rafael Rodríguez Puente]
19
ban ocho años después, en el verano de 1587 las
condiciones a las que se obligaban éstos una vez
resueltos y capaces de emprender la consiguien-
te edificación. A lo que parece y así se recoge en
la escritura otorgada ante el escribano Diego de
Astorga y ampliada en otras cuestiones por otro
documento que se rubricó ante el también escri-
bano Fernando de Salcedo, por los mayordomos
de la Soledad Juan de Contreras y Francisco de
Trigueros, el solar ocupaba parte de los pies de
la iglesia, según se entraba a mano derecha des-
de el compás conventual, y un trozo de un lava-
dero contiguo cercado por una valla. Los límites
Los documentos conservados de la época recogen espaciales los fijaban un moral y un álamo que
las ofrendas que los devotos ofrecían a Nuestra los cofrades se comprometieron a respetar. Re-
Señora de la Soledad, una de las mayores
devociones del barroco malagueño sulta llamativo que hasta la década de los ochen-
ta del pasado siglo esta última especie de árbol
seguía siendo frecuente en ese entorno17.
Todo el espacio por construir abarcaba die-
ciséis varas castellanas y media de largo por
otras diez de ancho, lo que equivaldría «a grosso
modo» a unos trece metros de largo por diez de
ancho. La Hermandad quedaba forzada a pagar
por esta cesión un censo perpetuo de ducado y
medio, pagadero en dos plazos al año que mar-
caban las fiestas equidistantes de San Juan y la
del día de Navidad. En 1590, una vez ratificadas y
aceptadas las condiciones por el cabildo de her-
manos, se hizo efectivo este compromiso al que
se unieron disposiciones referentes a la aplica-
ción de misas y sufragios semanales por los her-
manos difuntos lo que suponía una dotación de
trece ducados cada año a añadir a la cantidad del
censo establecido18. Otras condiciones secunda-
Otro de los planos existentes del
conjunto conventual de Santo Domingo rias de estas negociaciones resultan muy jugosas,
el R eal . Se encuentra porque los dominicos prohibían taxativamente en
depositado en el legajo 549
del archivo catedralicio ellas a los hermanos cofrades celebrar la fiesta
20
de la Resurrección en «el claustro de la fuente»,
lo que debían hacer en el compás, mientras que
en compensación les permitían desarrollar el la-
vatorio en el interior del convento19. Esto es de-
mostrativo de la presencia de hermanos de san-
gre en la Soledad, lo que implicaba la participa-
ción en su procesión de disciplinantes que en su
transcurso iban azotándose las espaldas con ner-
vios y flagelos, mortificación que canónicamente
por cierto les dispensaba del preceptivo ayuno20.
Tras concluir la estación estos penitentes eran
atendidos por otros cofrades que les lavaban las
heridas sufridas, generalmente con vino hervido
y con hierbas aromáticas, de ahí que los domini-
R ecreación de la figura del
cos le ofreciesen a la Hermandad un lugar para flagelante, personaje constante
llevar a efecto este piadoso servicio. y destacado de las procesiones
pasionistas del siglo XVII
Por la magnitud de la empresa, los trabajos en M álaga
de edificación de la capilla de la Soledad y sus
anejos se debieron demorar en el tiempo, inter-
viniendo al menos en dos etapas constructivas
los alarifes Juan de la Higuera y Bartolomé Sán-
chez. Del contrato establecido entre la Corpora-
ción y este último albañil nos es dado conocer
el nombre del alférez Diego del Águila Sánchez,
quien ostentaba el cargo de hermano mayor y
quien en nombre de la misma estipuló el rema-
te de su trabajo en 450 reales21. El recinto sagra-
do, propiamente dicho, debió quedar concluido
en esa década, adquiriendo a grandes rasgos y
salvo las yeserías, la configuración básica que
se mantendría hasta la sacrílega destrucción de
1931 ya que el aspecto actual del mismo se debe
a las sucesivas reconstrucciones que se sucedie-
ron en la posguerra.
En cuanto a la sacristía de la capilla, «nece-
saria para recoger las insignias y demás cosas Curiosamente casi todas las imágenes antiguas
con la advocación de Soledad aparecían nimbadas
tocantes», las obras para levantarla debieron de resplandor y desprovista de corona
21
comenzar hacia 1620 gracias a una suma adelantada al efecto por el anteriormente
mencionado alférez quien seguía formando parte de la mayordomía de la Soledad.
La Cofradía contemplaba devolverle el préstamo gracias a la generosidad de herma-
nos y devotos. De hecho existe una relación de cuenta y razón que detalla estas li-
mosnas que no sólo lo eran en metálico, como el donativo de cincuenta reales ofren-
dados por el armador Esteban Sánchez, sino que abundaban la entrega de objetos
que luego se vendían. A modo de ejemplo de esto últimos, citemos como Francisca
de Barreda regaló un jubón que «al no venirle (bien) a Nuestra Señora» se merca-
deó en 22 reales. Este apunte testimonia el carácter de imagen de candelero de la
Titular y como, pese a las periódicas reconvenciones episcopales, debía ser corrien-
te de vestirla con prendas de origen profano como los citados jubones que como es
sabido consistían en una prenda rígida, netamente española, que cubría desde los
hombros hasta la cintura y que se usó desde el siglo XVI hasta las postrimerías del
XVII. Hay otras entregas igual de curiosas que abarcan desde una «delantera» de
grana de la que se obtuvo treinta reales, otra pieza de la vestimenta de entonces, has-
ta el regalo de un millar de ladrillos por parte de Miguel Sánchez, valorados en 47
reales. Pese a estas captaciones, cuatro años más tarde y con la obra ya prácticamen-
te finalizada la Cofradía se veía imposibilitada de saldar la deuda contraída con su
mayordomo, pormenores todos que conocemos gracias a unos documentos bastante
deturpados conservados en el Archivo Histórico Provincial. De su lectura también
resulta que el montante por toda la obra había ascendido a 2.558 reales, mientras
que la cantidad recabada de las limosnas sólo llegaba a los 1.401, por lo que resta-
ban a pagarle a don Diego la cantidad de 1.157 reales y 8 maravedíes22.
Llegados a esta situación en la primavera de 1624 se citó a cabildo en la capilla
de la Cofradía siendo presididos por los mayordomos Juan Bautista y Juan de San
Marcos, quienes expusieron la idea de ofrecer al alférez Diego del Águila, que en
esos momentos ya no ostentaba cargo en la Hermandad, espacio para su entierro en
la sacristía a cambio de la condonación de la deuda. A lo que parece ya con anterio-
ridad los cofrades habían apalabrado en aquel recinto la cesión de otras sepulturas,
pero sería la de don Diego la que ocuparía «el hueco preferente». Tanto es así que
aceptadas las condiciones por el que fuera antiguo mayordomo «en su nombre y
en el de sus sucesores» se avino también a construir un retablo en la sacristía ador-
nándolo con un lienzo de la Purísima Concepción, capaz para la celebración de mi-
sas, según escritura acordada ante escribano público en 4 de abril de 1624, siendo
testigos entre otros Jacinto Martínez y Francisco Márquez23.
Puede sospecharse que una de las causas del retraso que medió entre la cons-
trucción de la capilla y la sacristía, como hemos visto, se debiera a un asunto que
22
durante un tiempo tuvo que consumir parte de las arcas,
así como la atención de los cofrades en los primeros años
del siglo XVII, aunque finalmente quedase resuelto a satis-
facción. Se trataba de una iniciativa del prelado malagueño Escudo labrado en piedra
Juan Alonso de Moscoso López (1603–1614), quien consi- con las armas del obispo
Juan A lonso de Moscoso.
derando las semejanzas y puede que la pugna existente en- Fachada del colegio
llamado de «M álaga»
tre las hermandades de la Soledad de Santo Domingo y las
en A lcalá de H enares
Angustias de San Agustín a causa de la representación del (MA drid)
entierro del Señor que ambas veneraban, decidió la absor-
ción de la primera por la segunda. La corporación agusti-
na, coetánea si no posterior en fundación a la dominica,
había adquirido sin embargo una pronta y notable ascen-
dencia mayormente por el prestigio que le proporcionaba
la adscripción en su nómina de los procuradores y escri-
banos malagueños. De hecho, salvo error u omisión, fue
una de las hermandades que mayor número de filiales ge-
neró, lo que es la mejor prueba del poderío espiritual que
llegó a ejercer. Por esto mismo el obispo Moscoso vio en
ello la coyuntura perfecta para fusionar en su seno a la
Soledad, pretensión que desde el primer momento, por
Espectacular conjunto
de la urna del Santo
Entierro de la Cofradía
de las A ngustias de San
Agustín. Todo indica
que la H ermandad de la
Soledad también rindió
culto a este simulacro
23
lo que sabemos, contó con la más enérgica y total oposición de sus componentes.
Semejante cuestión desembocó en la suspensión de la salida procesional de la her-
mandad dominica en la Semana Santa de 160624, a lo que siguió como era usual por
la época, un pleito interpuesto por sus mayordomos el cual quedó al arbitrio del
juez sinodal del Obispado de Córdoba, Cristóbal de Mesa y Cortés. En cabildo cele-
brado por la Cofradía en abril de 1607, se apostó finalmente por un entendimiento
cordial que suscribieron los hermanos Francisco Valenciano, Juan Zamora, Antón
Calvo «(…) y otros muchos armadores, y gente de la mar, para que se pudiese
llegar a un arreglo con el señor Obispo (…)».
La resuelta actitud de la Hermandad de la Soledad obligó a desdecirse a don
Juan Alonso que, no obstante, quiso sacar algún rédito de la cuestión. Aunque de
entrada y por lo expuesto se pudiera considerar a este Prelado como una persona
de gestos y actitudes intolerantes, en realidad fue un eclesiástico de carácter auste-
ro y bondadoso muy dado a la caridad, de tal modo que se cuenta que el entonces
corregidor Diego de Ágreda y Vargas, a la sazón caballero de Santiago, llegó a recri-
minarle las muchas limosnas que repartía y que a su juicio contribuía a la holgan-
za de los menesterosos. La respuesta que le dio el Obispo ha pasado a la historia ya
que de forma fraternal le expuso que al igual que a él le correspondía ejercer mi-
sericordia, al munícipe le tocaba impartir justicia, y que ninguno de los dos podían
hacer dejación de su oficio condenando el del otro25. Con este talante no es de ex-
trañar que don Juan no se empecinara en imponer su criterio, al contrario, deses-
timándolo, llegó a un entendimiento con la Cofradía no sin antes comprometerla a
una donación de cuatrocientos reales de renta anual para sostener una casa cuna
para niños expósitos que a iniciativa suya había fundado con anterioridad a 1612 y
que, finalmente, acabarían regentando los cofrades de la Soledad, según escritura
con fecha de abril de 160726. Desgraciadamente no podemos tener más datos sobre
los pormenores y el tiempo en que se prolongó el ejercicio de esta labor asistencial.
Igualmente hubo otro compromiso paralelo a éste que implicaba una serie de pagos
a efectuar por los patrones de los barcos a los que en compensación se les permi-
tía faenar en los días de precepto, una prueba más de la fuerte ligazón entre la Her-
mandad y los distintos sectores de la gente de la mar.
Aunque no deje de ser una conjetura, también cabe aceptar como un reto a posi-
bles investigaciones que de este litigio naciera la costumbre adoptada por la Ciudad
de asistir corporativamente y en años alternos a las procesiones que celebraban una
y otra Cofradía, de donde quizás proceda la tendencia a considerar como oficial al
cortejo del entierro de Cristo, que en la actualidad ha asumido la Hermandad del
Santo Sepulcro.
24
La muerte sorprendió al buen obispo Moscoso
en agosto de 1614, cuando se encontraba de visi-
ta en Antequera. La comunidad de los dominicos
favorecida por la devoción a la Orden que había
profesado el difunto, quien incluso había dotado
un importante aniversario en el convento, salió al
encuentro de la comitiva fúnebre que trasladaba su
cuerpo hasta Málaga para acompañarlo com-
pasivamente27 y no es ilógico pensar que con
ellos fueran los cofrades de la Soledad que
habiendo sabido defender su autonomía
corporativa ante las ínfulas episcopales,
también habían sido igualmente sensibles
para asumir la carga que suponía el sos-
tenimiento de un hospicio para los niños
abandonados, o «de la Iglesia» como de
manera eufemística se les llamaba.
A partir de la centuria del XVII y con-
solidada ya la Cofradía, la misma comen-
zó un periodo de esplendor en el cual in-
fluía la relevancia devocional de la que
empezó a gozar su primitiva imagen
Titular, de manos orantes y atuendo
enlutado, como por lo demás era co-
mún al resto de dolorosas por en-
tonces. De ella ignoramos datos
estilísticos y artísticos porque
los distintos autores no lo-
gran ponerse de acuerdo so-
bre si la escultura que preva-
leció hasta la primera mitad del si-
glo XX era la original u otra que la suplan-
tó en el siglo XVIII. Aquí no puedo por
menos que introducir una pequeña di-
gresión o, más bien, un desahogo so-
bre un tema en que poco se repara. Mu- Entrañable fotografía de la antigua Virgen de la Soledad.
Para la crítica especializada era una obra de círculo malagueño
cho se lleva escrito y más se escribirá del siglo XVIII
25
sobre el paradero del Cristo de la Buena Muerte que tallara Pedro de Mena tras los
sucesos de 1931. Pero la histórica y valiosa Virgen de la Soledad, «el mayor simu-
lacro de la devoción del pueblo» en conocido sentir de Cristóbal Medina Conde,
sufrió una suerte parecida e igual de ignota. Es sabido que, aunque con deterioros,
la escultura pudo rescatarse de los escombros de la iglesia de Santo Domingo y pos-
teriormente ser restaurada y entronizada en la Catedral28. Preservada también de la
etapa de la Guerra Civil, la Virgen volvió a recibir la veneración de los hermanos y
fue procesionada hasta la Semana Santa de 1945. Ese año, sin mayores explicaciones,
fue sustituida por la actual, de indudable mérito y de estética parecida. Pero aquella
secular imagen razón de ser y existir de su antigua Hermandad, se perdió en el vacío
más misterioso sin que tengamos, pese a la cercanía en el tiempo, ninguna pista oral
o documental sobre su destino que tan triste e inmerecido nos resulta.
En 1630, ya con la capilla y anejos en perfectas condiciones, las aspiraciones
de la Hermandad pasaban por la regulación de los cultos que allí debían celebrar-
se porque hasta ese momento, con el pretexto de las obras y los consiguientes años
de dilación, los frailes habían preferido o se habían visto obligados a celebrar las
misas propias de la Hermandad en el presbiterio y no en el recinto propiedad de la
misma. En julio del citado año, siendo prior fray Francisco Tello, los mayordomos
de la Soledad Sebastián de Vargas y Juan de Valderas informaban a los hermanos
del deseo de lograr un nuevo concierto al respecto, otorgando poder al ya alférez
Diego del Águila, quien debía seguir siendo uno de los miembros más influyentes
de la Hermandad de aquella época, para que encauzase las negociaciones perti-
nentes. Un mes más tarde por ambas partes se estipulaba la celebración de una
misa cantada en el altar de la Virgen todos los viernes del año, salvo el de Semana
Santa como resulta obvio, siendo asistido el preste por diáconos y subdiáconos, y
corriendo todos los gastos de cera e incienso a costa de la Cofradía, que convenía
también en pagar, incluido el censo perpetuo, la cantidad de veinte ducados, ob-
tenidos en parte del arrendamiento de unas casas que la Hermandad poseía en la
calle de Pozos Dulces29. Aquí cabe señalar que en 1678, el prior de Santo Domingo
dirigió un memorial al entonces obispo fray Alonso de Santo Tomás explicándole
que la Hermandad de la Soledad hacía muchos años que no satisfacía a las arcas
conventuales esta suma referida, incumpliendo así el acuerdo al que habían lle-
gado religiosos y cofrades a cuenta de los cultos a celebrar en la capilla30. Desco-
nocemos las causas del impago, pero la autoridad eclesiástica impelió al herma-
no mayor del momento, que era Gaspar de Cárdenas, a saldar las deudas, tenien-
do que entregar de una vez cuatrocientos ducados, lo que suponía dos décadas de
atraso en los haberes.
26
En cuanto a la faceta procesional aplicada al siglo XVII todo indica que la Co-
fradía de la Soledad, salvo los obligados paréntesis provocados por las pandemias,
contó con la consiguiente holgura económica para procesionar a lo largo de toda la
centuria de manera regular. Aunque sin base escrita se puede evocar de modo ra-
zonable cómo sería aquella procesión que estatutariamente efectuaba al anochecer
de los Viernes Santos y que partiendo desde Santo Domingo cruzaría el puente, cu-
yos estribos estaban ocupados por colmados que servían vino y comidas a los hor-
telanos y marineros, así como a los trajinantes de paso por los diversos mesones
allende el Guadalmedina. Una vez atravesado entraría en la Ciudad por el enclave de
la Puerta Nueva. Principiaría el cortejo penitencial el estandarte como por la épo-
ca era costumbre, flanqueado por dos frailes dominicos. Tras esta insignia, a fin de
cuentas una cruz vestida, desfilarían, quizás alternándose, los hermanos de sangre
o disciplina y los de luz llevando túnicas y sotanas de largas colas y confeccionadas
en tela basta, con los rostros muy probablemente cubiertos con simples capuchas
con coronas de espinas y sosteniendo grandes y fantasmales hachas de dos o tres
pabilos. Ignoramos si eran acompañados por cantores o trompetas dolorosas, aun-
que sí existe la evidencia de que iban distribuidos por entre las filas devotos que lle-
vaban demandas o cepillos petitorios de plata con la imagen grabada de la Dolorosa
Titular, para recabar limosnas entre quienes presenciaban la procesión. Seguirían
las andas de la Virgen de la Soledad, obviando en esta recreación la inclusión de
otros posibles pasos, como el del Yacente o los aportados por las hermandades fi-
liales, sustentada por unos pocos correonistas y escoltada por los religiosos domi-
nicanos que con la cruz y cirios irían salmodiando motetes mientras se cumplimen-
taban las estaciones por los distintos templos escogidos al arbitrio de la Hermandad
y que solían ser siete, en recuerdo de los tantos dolores de María.
Precisamente existen varios documentos referentes al estandarte corporativo
que como se sabe tanta importancia tenía en el pasado y que obligaba en gran ma-
nera a quien se le concedía llevarlo durante la celebración de las estaciones peni-
tenciales31. En lo tocante a la Soledad pervive un documento fechado en 1637 el cual
nos informa de que este honor, de forma alternativa, recaía en aquellos momentos
en los señores Dionisio Diana Rejón y Melchor de Valderrama y sus descendientes,
contrayendo el primero de los susodichos el compromiso de componer o arreglar el
estandarte y la cruz llegada la necesidad, así como costear las demandas petitorias
con la imagen de la Virgen de las que antes se habló. Por su parte el otro individuo
se responsabilizaba por este oficio a destinar cien ducados cada año para los niños
expósitos, lo que dejaba libre a la Hermandad de esa carga asumida desde el tiem-
po del pontificado de Moscoso. Sin embargo pocos años después de su designación,
27
con exactitud el 5 de mayo de 1641, la Herman-
dad emprendió un pleito contra Valderrama, se-
gún consta en un documento del Archivo Históri-
co Provincial signado en la caja número 1.453. Se
trata de un poder otorgado por el hermano ma-
yor de la Soledad, Lázaro Martín de Figueroa, a
favor de los mayordomos Francisco de Ávila de la
Torre, Gonzalo Pérez «y otros armadores», para
que resolvieran el asunto que estribaba, como de
costumbre, en lo que tocaba a los convenios ad-
quiridos por portar la insignia32. Paralelo a esto
,una vez más nos topamos con la relación de la
gente de la mar con la Soledad, lo cual tan suges-
tivo resulta y que antecede en el tiempo a la vin-
culación posterior con la Armada.
Cualquier cuestión, por trivial que hoy nos A este curioso documento siguen otros en
parezca, se solventaba en siglos pasados con
engorrosos pleitos procesales, como sabemos los que, en resumidas cuentas, se refleja el pa-
que le ocurrió a la hermandad de la Soledad
en 1641
recer de los hermanos sobre si al dicho Melchor
de Valderrama y herederos debían seguir dis-
frutando o no de la prerrogativa de procesionar
el estandarte, achacándosele que se presentase
como hermano mayor de la Corporación, cuan-
do una actualización de las reglas confirmadas
por el provisor en febrero de 1630 abolía y pro-
hibía la existencia de tal nombramiento hono-
rífico en aras de lograr la mayor independen-
cia posible para la vida corporativa, evitando el
vasallaje que podían imponerles nobles o bene-
factores. Con todo y en evitación de confusiones,
aclaramos que este título siguió siendo aplicado
a modo puramente nominal por los cofrades de
la Soledad como sinónimo de «mayordomos», lo
que resulta comprobable gracias a la documen-
tación conservada. No se puede saber la manera
en que se resolvió finalmente el asunto con el tal
Grabado con la representación de un arcabucero
Valderrama porque las noticias concluyen con el
en acción de guerra. L os miembros de esta milicia aplazamiento de la cuestión hasta un cabildo a
engrosaron una de las hermandades filiales de
la Soledad de Santo Domingo
28
celebrar por la Pascua Florida. En compensación nos es dado conocer los nombres
de quienes tuvieron parte interesada en él, como el prior por entonces de Santo Do-
mingo, fray Miguel Enríquez, o los de los hermanos Juan de Cuéllar, Juan del Pozo,
Bartolomé de Yáñez, Bartolomé Girón, Salvador de Banderas… o Dionisio de Viana
y Rejón, cuñado del cuestionado Valderrama y que al parecer estaba facultado para
ayudar a éste en el cometido de portar la insignia. Más importancia posee la men-
ción en estos papeles del contenido de los capítulos segundo y octavo de las Consti-
tuciones de la Hermandad, que no se conservan, y que versaban sobre este asunto.
Por ello podemos saber que quedaba estipulado cómo el estandarte sólo podía ser
escoltado por dos religiosos dominicos «(…) sin que vaya otro ningún caballe-
ro, y que no haya de poder llevar el dicho pendón ningún caballero seglar ni otra
persona (…)», que, por supuesto, no fueron los designados por la Cofradía.
Rebasada esta altura, hay que hacer mención de la irrupción de las herman-
dades filiales o agregadas a la Soledad a partir de la primera mitad del siglo XVII
y que venían a solventar la necesidad de quienes no pudiendo lucrarse espiritual-
mente, ni integrarse en la misma por el cupo cerrado que ésta tenía de hermanos,
pasaban a formar parte de otras menores y supeditadas a la matriz que les brinda-
ba algunos de sus derechos, como podían ser lo tocante a entierros o sufragios. La
más conocida de ellas es la de los Arcabuceros, muy semejante a aquella otra de la
Santa Milicia de los ciento tres hermanos, vulgo de «las Lanzas» y que estaba agre-
gada a las Angustias de San Agustín. Con vocación gremial, ya que militares eran
todos sus componentes, se creó entre otros fines, con la pretensión de acompañar
«o llevar el luto» en la procesión de la cofradía matriz de la Soledad. Nos queda la
incertidumbre de saber qué se entendía exactamente por ese deber que pasaba en
otras filiales por blandir o arrastrar en el cortejo penitencial banderolas negras y
lancillas, o alabardas con lazos de igual color. Si algunos de ellos desfilaban con
atuendos o arreos castrenses es imposible afirmarlo, aunque lo más probable es
que no lo hiciesen ateniéndonos al historial de la citada Hermandad de las Lanzas
cuya totalidad de miembros lo hacían con tunicelas. Además hay indicios de peso, y
así lo apuntó el profesor malagueño Federico Fernández Basurte, para aceptar que
la filial de la Soledad también era conocida con el sobrenombre de «la sotanilla» a
cuento precisamente de su hábito procesional que consistía en una túnica sin cola.
En todo caso debe considerarse como en el fondo del fenómeno procesionista late
la idea de la iglesia peregrina y militante, conformando sus participantes las hues-
tes de Cristo que desfilan preparadas para la batalla. Así debe entenderse, según el
parecer del profesor granadino Miguel López Guadalupe, la creación de estas sin-
gulares corporaciones de sustrato militar33.
29
Junto a la presencia de esta corporación subsidiaria hay que reseñar la existen-
cia de la Cofradía de San Vicente Ferrer que aún declarándose hacia 1646 agregada
a la Soledad, se vio obligada a llegar a un acuerdo con otra confraternidad de San-
to Domingo, la de Nuestra Señora de la Antigua, para poder entronizar en la capilla
de la misma la imagen de su Titular y usar su cripta de enterramiento. De hecho y
de ese mismo año, se conserva un testamento de un tal Luis de Juanes, de padres
flamencos, quien se declaraba hermano de San Vicente y por tanto con derecho a
ser inhumado «(…) sin que por ello tenga que pagar cosa alguna por cuanto es
obligación de la dicha Hermandad el enterrarme por cuanto les pagué la entra-
da y luminaria (…)»34.
Con todo, a la par que la Cofradía de San Vicente llegaba a un acuerdo con la de
la Antigua establecía de modo parecido lazos fraternos y de acatamiento con la Her-
mandad de Nuestra Señora de la Soledad y Entierro de Cristo, como consta en un do-
cumento asimismo fechado en el mes de abril de 1646. En él aparecen los nombres
de Andrés y Pedro López, Lucas de Burgos, Pablo Díez, Alonso de Alcántara, Diego
de Andrade, Francisco de Quesada, Pedro Pellón, Agustín Baeza, Francisco Jimé-
nez, Juan Laraín y Francisco Martínez, quienes además de hermanos se declaraban
fundadores de la Hermandad de San Vicente Ferrer, por lo que podemos establecer
que la misma había sido instituida poco tiempo atrás. La dicha escritura trata sobre
el acuerdo que éstos establecieron con la Soledad de procesionar al Santo que ve-
neraban en el cortejo penitencial del Viernes Santo «(…) como ya lo han sacado
este presente año (…)». Como representantes de la matriz, los mayordomos Miguel
Ruiz y Alonso Pérez de Padilla aceptaron el ofrecimiento asegurando en contra-
prestación cierto número de misas por los hermanos vicentinos que fallecieran35.
Aunque a simple vista pueda desconcertar la presencia de este santo dominico en el
esquema procesional del Viernes Santo, quizás una de las justificaciones estribe en
que el mismo pasaba por ser el patrono de los penitentes, habida cuenta de que, en
vida, con su predicación estimuló la práctica de la flagelación, fomentando incluso
la creación de compañías de disciplinantes lo cual era usual en las cofradías mala-
gueñas incluida la de la Soledad, según se ha comprobado36.
En el referido documento redactado por estas dos corporaciones al estipular
el sitio que habrían de ocupar en el cortejo las andas del referido Santo se detalla
cómo «(…) han de llevarlo en dicha procesión detrás de la insignia del Santo Su-
dario (…)», en alusión al existente en el cortejo de la Soledad que por esas fechas
procesionaba en la tarde del Viernes Santo. Esta mención insólita y escueta que crea
el interrogante de si existió una hermandad dependiente de la Soledad de este título
creemos que lo aclara un testamento redactado en 1653 y otorgado por Catalina de
30
Banderas, mujer de Juan Santana quien era «(…) hermano de la Hermandad del
Sudario de la Cofradía de la Soledad (…)» fallecido hacía trece años. Dado que,
desde entonces, ella había venido pagando puntualmente su luminaria de viuda, ex-
ponía su derecho a ser enterrada en la capilla de la Virgen de la Soledad a costa de
la Hermandad, aunque con un hábito de Nuestra Señora del Carmen que tenía dis-
puesto en su casa37.
Las fechas de estas interesantes noticias coinciden con la fiebre fundadora que
se dio en Málaga de corporaciones satélites con esta advocación del Santo Sudario.
Es incontestable que en Santo Domingo ya existía una de ellas que era filial del Dul-
ce Nombre y que se halla suficientemente documentada, pero eso no impidió que
radicase otra con idénticas características y nombre al servicio de la Soledad. De
hecho en el convento de San Luis el Real coexistieron dos con esta misma titulari-
dad sin problema alguno que se sepa.
La importancia y fervor alcanzada por la Hermandad por esa fecha son testimo-
niados por las numerosas mandas testamentarias conservadas en relación con ella,
hecho que sorprendió al investigador padre Andrés Llordén. Muy interesantes resul-
tan dos de las reseñadas por este agustino que nos aportan otros datos indirectos.
La primera de ellas está cumplimentada por uno de los mayordomos de la Cofradía,
Luis Pérez, quien testó junto su esposa Ana de Rivas en 1649, constando por cierto
que compartía mayordomía con un tal Gregorio Ruiz. Según declara este documen-
to la corporación adeudaba al primero la crecida suma de 1.600 reales adelantados
por él y destinados a los gastos inherentes a las inhumaciones38. Resulta evidente
que esta deuda fue contraída porque ese preciso año ocurrió la devastadora epi-
demia de peste que asoló casi toda Andalucía y que se cebó de forma muy especial
en Málaga. Una plaga de esas características hizo que las hermandades se sintieran
desbordadas ante el crecido número de sus miembros que sucumbieron a la enfer-
medad y a los que debía proporcionar sepultura, por lo que los miembros de la So-
ledad debieron recurrir a este individuo, que debía de gozar de cierta solvencia, so-
licitándole por adelantado la suma que las circunstancias requerían para satisfacer
esta obligación que no podían dejar de efectuar.
El otro testamento, redactado el 2 de noviembre de 1682, nos aporta la perte-
nencia a la Hermandad de José, hermano del ilustre malagueño y obispo de Cádiz
Lorenzo Armengual del Pino y de la Mota39, quien también llegaría a ser marqués
de Campo Alegre, Capitán Real y Vicario de la Real Armada del Mar Océano. El pa-
riente del prelado, armador de profesión, moraba en la calle Ancha de los Perche-
les, ya que toda esta familia estuvo siempre relacionada con este entorno y las acti-
vidades marítimas. Esta impronta la debió heredar en cierta manera don Lorenzo,
31
quien a su muerte dejó una valiosa colección de obras de arte, donde destacaban
nada menos que treinta ocho marinas y, por cierto, una lámina «(…) de la Virgen
de la Soledad en un relicario con engarce de plata de ochenta reales (…)»40. Por
la escritura de última voluntad del citado José Armengual, sabemos que en las Cons-
tituciones de la Cofradía, además de lo relacionado con el entierro, el acompaña-
miento y la cera, se fijaba en setenta dos las misas que debían aplicarse en sufragio
de los hermanos fallecidos41.
Por conocidos y menos relevantes omitimos otros de los testamentos ya publica-
dos, supliéndolos por algunos otros ejemplos inéditos. Así en 1625 Diego Sánchez de
Águila, dispuso ser sepultado en la capilla de Nuestra Señora de la Soledad, «(…)
donde tengo mi entierro, retablo y losa como consta de la escritura de la que fue
testigo Juan Bautista Díez (…)»42. En 1648 se registra el testamento de Francisco
Rodríguez «(…) del arte de la mar (…),» que como hermano exige su entierro en
la capilla de la Virgen43. Del mismo año se conserva el registro de la última volun-
tad de Antonio de Vergara y su esposa Isabel quienes declaran ante todo ser herma-
nos de la Soledad de Santo Domingo, así como la San Diego en el convento de San
Francisco y «(…) la de Nuestra Señora de la Soledad que está incorporada en
la Cofradía del Santo Cristo de la Columna sita en la iglesia del señor San Juan
(…)»44. Las dos primeras recuerdan cómo tienen concertada la asistencia a sus en-
tierros de los respectivos mayordomos.
Justamente la mencionada Hermandad de la Soledad con sede en la parroquia
de San Juan, hoy Archicofradía de los Dolores, entablaría con la de Santo Domingo
uno de los pleitos más sonados de la historiografía cofrade malagueña. Este proce-
so tuvo lugar hacia 1682 y lo emprendió la Soledad dominica a raíz de la indepen-
dencia obtenida por la corporación de San Juan que, hasta esos momentos había
sido una filial de la Cofradía del Santo Cristo de la Columna. En la redacción de las
nuevas Constituciones que refrendaban este nuevo status, los cofrades intitularon a
su Dolorosa como de la Soledad, con lo que el conflicto estaba servido. Primero por
la duplicidad de la advocación en una misma demarcación parroquial, ya que en el
ámbito de San Juan se encontraba el monasterio dominico y por tanto incumplía la
llamada «ley de distancias», normativa eclesiástica de remotos antecedentes y ple-
namente válidas por esa época en el vigente Código de Derecho Canónico45. Pero
a la par también colisionaban con cuestiones de preeminencia en cuanto a la anti-
güedad y captación de limosnas con la posible confusión que se podía dar entre los
fieles. El pleito se formalizó ante el provisor eclesiástico fallándose positivamente a
favor de la Hermandad demandante. De resultas de este veredicto la Hermandad de
San Juan se vio obligada a denominar a su Virgen con la advocación de los Dolores,
32
L a H ermandad
de los Dolores de San Juan
mantuvo con la
Cofradía de la Soledad
un sonado pleito
a cuenta de la advocación
para sus imágenes titulares
33
«(…) hubo mucho número de personas que habiendo amanecido ricas y con
caudales bastantes para pasar su vida con descanso y comodidad, anochecieron
tan pobres que andan pidiendo de limosna la comida y el vestido (…)»46.
De tan estremecedora noticia protagonizada por quien años más tarde llegaría a
ser Obispo de la Diócesis malacitana, se deduce tanto el deterioro sufrido en Santo
Domingo, como el estado de la Ciudad, tan anegada que era viable desplazarse en
barca por las calles.
En los años que siguieron a esta calamidad fue determinante para el remoza-
miento del convento la importante figura de fray Alonso, quien además de por su
condición de dominico, tanta querencia debía tener por él. Recordemos que allí, en
unas circunstancias muy novelescas, tomó el hábito en plena noche del 29 de abril
de 1648 de manos de fray Luis de Espinosa y dos años después ya había sido nombra-
do superior de la Casa, la misma que eligió como sepultura según recuerda la lápi-
da instalada modernamente por la Cofradía de los Dolores del Puente en su capilla.
A su magnanimidad se debieron obras como la escalera del claustro, la biblioteca y
la renovación de las distintas dependencias conventuales. Igualmente por él, Santo
Domingo llegó a contar con imágenes de la valía de la Virgen de Belén y el Crucifica-
do para la sala de profundis conventual, que andando el tiempo se convertiría en el
Titular de la Congregación de la Buena Muerte fusionada a la añeja Hermandad de
la Soledad. Obras éstas de Pedro de Mena, como lo era otro Cristo en la cruz del que
hay constancia que estaba colocado en el transparente del altar mayor de la iglesia48,
precisamente el sitio elegido por fray Alonso para su descanso eterno y cuya labra
había costeado, por lo que cabe la posibilidad de que también fuera donación suya.
34
Los depurados pinceles
de Juan Bautista M aino
inmortalizaron en hábito dominico
al que fuera obispo de M álaga
y gran benefactor del convento de
Santo Domingo,
fray A lonso de Santo Tomás
35
A todo este listado hay que añadir el don que hizo al convento de dos importantes
reliquias. Una de ellas fue la cabeza del venerable Diego de Acebes, concedida por la
iglesia de El Burgos de Osma en cuya catedral, en concreto a la siniestra del altar del
Cristo del Milagro, se conserva su sepulcro hasta el día de hoy. Fray Alonso consi-
guió esta cesión no sólo por sus influencias, sino por el hecho de haber sido Obispo
de aquella diócesis soriana entre 1661 y 1663. La importancia de la reliquia estriba
en que el venerable Acebes (Villaseca (¿?)– El Burgo de Osma, 1207) fue compañe-
ro de fatigas de Santo Domingo de Guzmán, a quien asistió en su obra evangelizado-
ra. De todo esto se da cuenta en el libro que sobre el fundador dominico escribiera
el maestro Serafín Tomás y Miguel, teólogo por la Universidad de Valencia, donde
se trascribe la carta dirigida por fray Alonso al padre de su Orden fray Juan Gil de
Godoy en el año 1683, dándole cuenta detallada del hecho:
A specto de la capilla
del Santo Cristo del M ilagro
en la catedral
de Burgo de Osma,
donde se halla el sepulcro
de Diego de Acebes,
cuya reliquia insigne
se trasladó al
convento malagueño
de Santo Domingo
36
«La cabeza del venerable señor don Diego de Acebes pedí a la Santa Igle-
sia de Osma para el relicario de la sacristía de este convento, donde no está
colocada como reliquia (por no estar declarado santo), sino en sitio apar-
te. Y por la inmediación a nuestro padre Santo Domingo y ser tanta parte en
el origen de nuestra religión, quise ilustrar a mi convento con esta memo-
ria. La iglesia me la envió aquí con la diputación de una dignidad y un ca-
nónigo, y con los papeles auténticos que comprueban su verdad. Juzgo se le
pudiera dar culto, porque los Bernardos le llaman beato en su menologio,
y la prescripción de quinientos años hace fuerza, y otros lo veneran así. Y
aunque para la Iglesia universal no esté publicado, basta que esté tolerado
por tantos siglos»49.
37
38
«(…) y los conventos de nuestro padre Santo Domingo y el de Carme-
litas descalzos casi arruinados. Y en dicha ruina murieron 24 personas, y
otras muchas que se presume estar sepultadas debajo de las ruinas de di-
chas casa y edificios (…)»51.
Notas
1 Vid.: LÓPEZ DE COCA CASTAÑER, J. E., La
tierra de Málaga a fines del siglo XV, Gra-
nada, 1977.
2 GONZÁLEZ SÁNCHEZ, V., Málaga: Perfiles
de su Historia en documentos del Archivo
Catedral (1487–1516), Excma. Diputación,
Málaga, 1995, p. 90.
3 Vid.: BARUA, A. (fray), Libro de la fundación
de este convento de Santo Domingo El Real
I zda.
L a devoción secular de Málaga y de las cosas notables que en
a la Virgen de la Soledad ella han sucedido, Málaga, 1625.
llevó a numerosos malagueños 4 MORALES FOLGUERA, J. M., «El convento de
a engrosar las filas
Santo Domingo de Málaga, antes del incen-
de su H ermandad
y a solicitar entierro
dio de 1931», Baética n.º 11, Universidad de
en su capilla. Málaga, Málaga, 1988, pp. 7 y 8.
[Rafael Rodríguez Puente] 5 RODRÍGUEZ MARÍN, F. J., Málaga conven-
tual. Estudio histórico, artístico y urbanís-
tico de los conventos malagueños, Cajasur,
Málaga, 2000, p. 157.
39
6 REPETTO BETÉS, J. L., «Las cofradías de la 18 FERNÁNDEZ BASURTE, F., La procesión
antigua Semana Santa. Siglos XVII y XVIII», de Semana Santa en la Málaga del siglo
en VV. AA., Semana Santa de Jerez, Alcalá XVII, Málaga, 1998, pp. 168 y 169.
de Guadaira, Sevilla, 1998 p. 131. 19 LLORDÉN, A. y SOUVIRÓN, S., Op. cit., p.
7 GARCÍA DE LA LEÑA, C., Conversaciones 141.
Históricas malagueñas, vol. IV, Málaga, 20 VASCONES, A. (fray), Destierro de igno-
1789, pp. 27 y 28. rancias y aviso de penitentes, Madrid,
8 LLORDÉN A. y SOUVIRÓN, S., Historia do- 1667, pp. 1 y 2.
cumental de las cofradías y herman- 21 LLORDÉN A. y SOUVIRÓN, S., Op. cit., p.
dades de pasión de la ciudad de Mála- 142.
ga, Excmo. Ayuntamiento, Málaga, 1969,
22 Archivo Histórico Provincial de Málaga
p. 140.
[en adelante AHPM]. Escribanía de Juan
9 Vid.: PALOMO CRUZ, A. J., «Una insólita ico- Bautista Díaz, leg. 1.320, año 1624.
nografía del pasado. El antiguo y peculiar
23 Ibídem.
grupo del Cristo del Perdón no atendía a
los textos evangélicos», Sur, Málaga 7 de 24 LLORDÉN, A. y SOUVIRÓN, S., Op. cit., p.
octubre de 2012. 751.
10 Archivo Agrupación de Cofradías [en ade- 25 GARCÍA DE LA LEÑA, C., Op. cit., vol. III,
lante AAC]. Caja de la Congregación de pp. 85 y 86.
Mena. 26 LLORDÉN, A. y SOUVIRÓN, S., Op. cit., p.
11 PALOMO CRUZ, A. J., Los nombres de la 751.
Pasión, Asociación Cultural Cáliz de Paz, 27 GARCÍA DE LA LEÑA, C., Op. cit., t.º III,
Málaga, 2009, p. 38. p. 87.
12 GARCÍA FABER, Al pie de la Cruz o los do- 28 Vid.: CAMINO ROMERO, A., «La Catedral
lores de María, Madrid, 1933, p. 449. de Málaga: lugar de acogida de cinco co-
13 Libro de las Lamentaciones, capítulo 1, fradías entre 1931 y 1935», La Saeta n.º
versículo 16. 26, Agrupación de Cofradías, Málaga,
2000.
14 VV. AA., «Ave María», Catálogo de la ex-
posición mariana de Huelva, Córdoba, 29 LLORDÉN, A. y SOUVIRÓN, S., Op. cit., pp.
2002. 143 y 144.
15 ARES, A. (fray), Discurso del ilustre ori- 30 Ibídem, pp. 146 y 147.
gen y grandes excelencias de la miste- 31 Para ahondar más en este asunto puede
riosa imagen de Nuestra Señora de la consultarse: MATEO AVILÉS, de, E., «Las
Soledad del convento de la Victoria de clases sociales en las cofradías durante
Madrid de la sagrada orden de los Míni- los siglos XVI y XVII: El papel preponde-
mos de San Francisco de Paula, Madrid, rante de la nobleza», Semana Santa en
1640. Málaga, vol. III, Málaga, 1987, pp. 71–79.
16 El término «transfixión» viene a expresar 32 AHPM. Leg. 1.453, fol. 893 v.
la acción de herir con un objeto punzan- 33 LÓPEZ–GUADALUPE MUÑOZ, M. L., «So-
te de parte a parte, por lo que de forma ciedad y Semana Santa en Andalucía (si-
metafórica se empleó con María la cual, glos XVI–XVIII): orden y desorden», en
según la profecía de Simeón, un dolor le VV. AA., Archivos locales y mundo cofra-
traspasaría el corazón. de, Málaga, 2002, pp. 120 y 121.
17 LLORDÉN, A. y SOUVIRÓN, S., Op. cit., p. 34 AHPM. Escribanía de Fernando Ortiz, leg.
140. 1.750, año 1646, fols. 180 a 185 v. Se da la
40
circunstancia que los componentes de la tos en España, donde hay obras de los
nación flamenca en Málaga mantuvieron pintores y estatuarios eminentes espa-
estrechos lazos con el convento domini- ñoles, puestos en orden alfabético, con
co de tal modo que en la segunda mitad sus obras puestas en sus propios lugares,
del siglo XVII obtuvieron permiso para la- Londres, 1796, p. 155.
brar capilla propia en dicho monasterio, 49 TOMÁS MIGUEL, S. (fray), Historia de la
precisamente aledaña a la de la herman- vida de Santo Domingo de Guzmán, fun-
dad de Nuestra Señora de la Soledad. Vid: dador de la sagrada orden de predicado-
AHPM. Escribanía de Pedro Ballesteros, res, con notas, ilustraciones y diserta-
año 1662. ciones históricas, Valencia, 1705, p. 60.
35 AHPM. Escribanía de Fernando Ortiz de 50 Isaías, cap. 52, v., 7.
Estrada, año 1646.
51 Archivo Histórico Nacional [en adelan-
36 SÁNCHEZ LÓPEZ, J. A., Muerte y cofradías te AHN]. «Segunda relación del horrible
de Pasión en la Málaga del siglo XVIII temblor de tierra que padeció la ciudad
(La imagen procesional del Barroco y su de Málaga el miércoles 9 de octubre de
proyección en las mentalidades), Excma. este año de 1680. Refierense las circuns-
Diputación, Málaga, 1990, p. 31. tancias que faltaron a la primera, así de lo
37 AHPM. Escribanía de Jaime Blanco, leg. sucedido en dicha ciudad, como en todos
1.762, año 1653. los lugares de sus contornos». Documen-
38 LLORDÉN, A. y SOUVIRÓN, S., Op. cit., p. to n.º 8 (1680).
146. 52 RODRÍGUEZ MARÍN, F.J., Op. cit., p. 161.
39 Ibídem.
40 GONZÁLEZ SEGARRA, S., «La colección
pictórica de don Lorenzo Armengual de
la Mota», Espacio, tiempo y forma n.º 11,
Málaga, 1998, pp. 235 y 360.
41 Ídem.
42 AHPM. Leg. 1.321, año 1625.
43 AHPM. Escribanía de Jaime Blanco, leg.
1.759, año 1648.
44 Ídem.
45 MERINO MATA, P., «Orígenes y primeros
momentos de la Hermandad de Nuestra
Señora de los Dolores», en VV. AA., Ar-
chicofradía Sacramental de los Dolores.
Historia y Patrimonio, Málaga, 2013, pp.
105 y 106.
46 Archivo del Cabildo Catedral de Málaga
[en adelante ACCM]. Leg. 675, pza. 121.
47 ANÓNIMO, Relación verdadera del dilu-
vio y ruina de la ciudad de Málaga, en-
viado al Excelentísimo Duque de Medina
Sidonia a Valladolid, Zaragoza, 1661.
48 PALOMINO VELASCO, A. y DE LOS SAN-
TOS, F., Las ciudades, iglesias y conven-
41
capítulo 2
La Cofradía
de la SOLEDAD
1
durante el
2
siglo XVIII
3
42
L ibro de moniciones para el
acto de la C elebración de la
Soledad de M aría
en el Sábado Santo de 1992.
Acto que conmemora
la M isa de P rivilegio
de la Congregación de M ena
1
I.– Reconstrucción del convento dominico
y de la capilla de la soledad ————
43
Almacenes y de la Banda de la Mar o, como se llamaron casi inmediatamente, de
Salitre y Cuarteles3. Allí se construyeron nuevos edificios públicos como la casa
de remonta, el matadero municipal y la primera plaza de toros estable de la ciu-
dad que, si bien duró pocos años, dejó su nombre a otra travesía perchelera: la
plaza de Toros Vieja.
Algunas de las nuevas calles percheleras del entorno dominico cambiaron su
denominación por la que desde entonces conservan: la de Segura pasó a ser de
Calvo, por la huerta del mismo nombre, y la de Romero se llamó de Fuentecilla.
Las vías que rodeaban zonas de cultivos conservaron los nombre de los huertos
tradicionales: la ya mencionada de Calvo, la del Obispo, la de Cuevas… y los co-
rrales de Santo Domingo. Las ya antiguas casas del siglo XVI de Alonso Hernán-
dez «Samarrilla», abuelo y nieto del mismo nombre, se convirtieron también en
viviendas 4. Esta situación de fuerte presión demográfica en su entorno conventual
obligó a los dominicos a cerrar sus huertos con tapias que abarcaban el perímetro
del monasterio y que recorrían las calles Cerrojo, Santa Rosa, Calvo y Fuentecilla
y los pasillos de Santo Domingo y Guimbarda, albergando dentro la iglesia, el ce-
nobio y las dependencias anejas5.
44
Los terrenos y edificaciones del convento de Santo Domingo tuvieron usos militares
durante todo el siglo XVIII merced a su situación extramuros de la ciudad pero bien co-
municada a través del puente, cuya construcción había sido promovida por fray Alonso
de Santo Tomás. Éste quedó inconcluso por lo que se habilitó, sobre los tajamares, un
pasadizo de madera. Se unía además la ventaja en el cenobio de contar con un recinto
cerrado por las mencionadas tapias. Sabemos que en sus edificios anejos se ubicó un
hospital durante la Guerra de Sucesión, especialmente tras la batalla naval de Málaga
que tuvo lugar el 24 de agosto de 1704. En ella una de las balas disparadas por algu-
no de los cuatro mil cuatrocientos cañones, en activo durante las trece horas que duró
la contienda, arrancó la pierna a un jovencísimo guardiamarina llamado Blas de Lezo
Olavarrieta. Éste comenzó aquí su carrera de héroe, llegando a ser conocido más tarde
como «El medio hombre». En la iglesia conventual recibieron sepultura los soldados
franceses que fallecieron en su enfermería, entre ellos el Marqués de Chaternaud, por
lo que el general en jefe de la Armada gala, el Conde de Toulouse, el 7 de septiembre
del mencionado año «pasaba al convento de Santo Domingo a dar las gracias de ha-
ber asistido al dicho difunto y de la asistencia que estaban haciendo a otros heridos
que allí se estaban curando»6.
45
Un testimonio emitido por el coronel de ingenieros Alfonso Jiménez hace refe-
rencia al acuartelamiento en 1773 de su compañía en el interior del convento de
Santo Domingo7. Un año más tarde, uno de los cinco batallones destinados a Málaga
se alojó en este mismo espacio, lo que manifiesta que mucho antes de la durísima
desamortización que sufrió este enclave monástico venía ya siendo utilizado de ma-
nera habitual como espacio castrense y señaladamente vinculado con la Armada.
Pero el estado del convento en los primeros años del siglo era de una completa
transformación y reforma de su traza mudéjar obligada por el mencionado seísmo
del Seiscientos y las numerosas crecidas del Guadalmedina que habían inundado el
conjunto afectando gravemente tanto a la iglesia como a la zona de residencia. Las
obras se prolongaron en el tiempo adquiriendo entonces la imagen barroca con la
que se identifica actualmente este edificio. La armadura mudéjar quedó entonces
oculta por una nueva bóveda 8.
Se procedió a la bendición del conjunto de manera solemne el 30 de septiembre
de 1729 haciendo coincidir la celebración con los festejos previstos con motivo de
la canonización de Santa Inés de Monte Policiano. Los dominicos organizaron tres
días de regocijo a los que se invitaron a la autoridades locales civiles y eclesiásticas,
que asistieron acompañadas por chirimías a la ida y la vuelta en señal de alegría,
así como a las restantes comunidades religiosas: «Se leyó un memorial del Prior
de Santo Domingo en que representaba que hallándose muy próxima a concluir-
se la obra de su iglesia, determinaba celebrar su renovación»9. Esta efeméride
fue acompañada por la concesión de diversos privilegios pontificios, principalmen-
te de indulgencias, que otorgados al convento fueron extensivos a las cofradías en
él radicadas10.
A pesar de las prolongadas obras no se interrumpió la vida monástica ni acadé-
mica del convento dominico y, mucho menos, la espiritual vinculada a los oficios
litúrgicos, las celebraciones religiosas y a las continuas inhumaciones que tenían
lugar en las diversas capillas de su iglesia. En este cenobio ejercía, a principios de
siglo, como prior fray Manuel de Santo Tomás que fue elegido en 1707 obispo de Al-
mería hacia donde partió en mayo del año siguiente. A la muerte del prelado mala-
gueño fray Francisco de San José en 1713, resultó elegido este religioso pastor de la
Iglesia malagueña a cuya cabeza estuvo hasta su fallecimiento en 1717. Dispuso ser
sepultado en su convento de Santo Domingo, tras el altar de la capilla denominada
del Transparente donde ya reposaban los restos de su predecesor en la mitra y prio-
rato fray Alonso de Santo Tomás11.
Son también muchos los hermanos de la Cofradía de la Soledad que en esta cen-
turia continúan declarando en sus testamentos su voluntad de ser enterrados en la
46
bóveda de la capilla propiedad de la misma. Sirvan como ejemplo los recogidos en
la Escribanía de Antonio León y Castillo quien en 1724 levanta testimonio de lo ma-
nifestado por Francisco Marín y Rubio: «Declaro soy hermano de dicha Cofradía
de Nuestra Señora de la Soledad sita en dicho convento [de Santo Domingo]»12.
En el mismo año hizo lo propio el matrimonio formado por Blas Gómez Montiel y
Juana de Castilla quienes declararon:
El mismo año que se reinaugura el cenobio continúan los testamentos de los que
da fe el mencionado notario, así el de Tomasa Ramírez de Aguilera dispone que «se
me dé sepultura en el Convento de Señor Santo Domingo en la capilla de Nues-
tra Señora de la Soledad de cuya Cofradía y Hermandad soy hermana de muchos
años a esta parte (…)»14.
Las fechas de estos testamentos dejan claro que, a pesar de las intensas refor-
mas que remodelaban el templo y cenobio dominicos, no se habían interrumpido
tampoco los enterramientos corporativos de esta centenaria Hermandad malague-
ña. Es más, las reformas de las capillas, especialmente la de Nuestra Señora de la
Soledad que ocupaba el primer lugar del lado de la Epístola, no terminaría hasta
bastante más tarde como señalaba una lápida conmemorativa que indicaba la fe-
cha de 1756 como la de la conclusión de estas reformas15. El resultado fue, en pa-
labras de la doctora Rosario Camacho, el de una auténtica iglesia–capilla tanto por
la complejidad de su diseño como por las dimensiones que alcanzó. Su planta es
«cuadrada con casquete esférico muy plano sobre pechinas y camarín de planta
movida, calada su cubierta con linterna». Se completó la decoración de la capilla
de la Hermandad con ricas yeserías relacionadas estilísticamente con las que lucía
la capilla del Rosario de la misma iglesia16.
Al ser reconstruida la capilla de la Soledad, que continuaba en su secular ubi-
cación, casi como una iglesia independiente dentro de conjunto del que formaba
parte, desde el exterior se destacó por incorporar una torre camarín propia del ba-
rroco español y cuyos modelos más inmediatos se encontraban en la del convento
47
A specto actual de la fachada exterior de la iglesia de Santo Domingo
en la que se aprecia la torre camarín de Nuestra Señora de la Soledad
48
torre cuyo aspecto se destacaba especialmente desde el exterior señalando un hito
devocional en este espacio sagrado. Es de suponer, que la rica decoración interior
del camarín siguiera los modelos señalados a base de yeserías y rocalla ya emplea-
dos en la capilla pero desgraciadamente no queda de la misma ningún testimonio
gráfico. En su aspecto exterior destaca el volumen y movimiento que imprime a la
fachada lateral del convento, a base de labores de ladrillo cortado en las pilastras y
placas recortadas, coronado por jarrones de cerámica18.
No parece que estas obras afectaran a las bóvedas de enterramiento de la Co-
fradía de la Soledad, castigadas especialmente por las numerosas inundaciones, ya
que en fechas cercanas a la conclusión de la reforma se documentan numerosos tes-
tamentos de hermanos que disponen su inhumación según las Constituciones de la
corporación. La escribanía de José Antonio de León registró en 1740 una copia de la
última voluntad del matrimonio Bartolomé Márquez y Ana del Pino, quienes dispo-
nen que sean «vestidos nuestros cuerpos de el hábito de Nuestro Padre Francisco
de Asís y sepultados en el convento de Santo Domingo en la capilla de Nuestra
Señora de la Soledad de cuya Cofradía somos hermanos»19. Y un año más tarde
renovaba su testamento esta misma señora ante José Díez de Medina, con idéntica
cláusula respecto a sus honras fúnebres20.
Pero no son éstas las únicas obras que la Hermandad realizó en su capilla du-
rante el siglo XVIII. Aunque sin documentar todavía, parece claro, tanto por las po-
cas imágenes del estado del convento dominico a principios de la centuria siguien-
te como por las características constructivas, que sobre la sacristía se elevó un pe-
queño edificio de tres plantas sobre rasante con ático y cubierta a dos aguas en la
actualidad muy modificado. La sacristía enlazaba directamente con el camarín y la
capilla y, mediante una escalera, con las pequeñas salas de la nueva construcción
que quedaban sobre la misma y que muy posiblemente albergaron enseres de la Co-
fradía y fueron además empleadas para otros usos como reuniones de las juntas de
gobierno, de correonistas, mayordomos, etc. Desde el exterior del edificio se apre-
cia adosado a la torre camarín de Nuestra Señora de la Soledad y cubierto por un
tejadillo. Aunque su uso varió cuando la comunidad dominica fue forzada a aban-
donar su casa, la Hermandad lo destinó a diversos fines antes del incendio que su-
frió todo el edificio en 193121.
En 1764, sin embargo, una nueva riada asoló la ciudad e inundó el convento do-
minico, después de haber sido prácticamente reconstruido22. El nivel de la crecida
alcanzó el altar mayor de la iglesia de Santo Domingo por lo que es de suponer que
tanto la capilla y la sacristía como las bóvedas de enterramientos de la Hermandad
de la Soledad se vieron también seriamente afectadas.
49
II.– La vida cofrade vinculada a la Soledad —————————————
Desde la fundación de la Hermandad de la Soledad tanto la comunidad domini-
ca como el clero de la parroquia de San Juan, a cuya demarcación pertenecía el Per-
chel, participaban en la procesión penitencial que salía desde el convento de Santo
Domingo cada Viernes Santo por la tarde. A tenor de un testimonio notarial de 1714
del Archivo Catedralicio se pone como ejemplo de lo que se venía haciendo en la Se-
mana Santa malagueña el caso de la Hermandad del Santo Entierro que salía de San
Agustín: «(…) van cuatro religiosos sin cruces, va la cruz de la Parroquia y la
clerecía al fin»23. Aunque la hermandad de la Soledad iba acompañada de todos los
monjes del convento que en torno a esas fechas eran ochenta y los legos, veintidós.
Por ese mismo testimonio sabemos que ese año al menos tres cofradías gremiales
del Perchel participaron en la procesión del Corpus Christi de la ciudad:
50
espada, San Miguel fue asumido como patrón y protector de uno de los cuerpos mi-
litares de la Edad Moderna que acabó siendo mayoría a partir de 1703 al dejar de
emplearse las picas. Su festividad se celebra el 29 de septiembre y ese día debían
realizar estos cofrades militares alguna señalada solemnidad en el entorno domi-
nico lo que vuelve a relacionar este convento con la vida castrense malagueña a lo
largo de esta centuria.
Sin embargo, respecto la Cofradía de San Telmo muchas veces nombrada como
de hombres de la mar o de pescadores cabe hacer una distinción. Esta secular cor-
poración, ya documentada en 1518, eligió nuevos hermanos mayores en 1724 pero
por Real de Decreto de 1717 y 1729 se vieron obligados a constituirse como cor-
poración profesional y no sólo devocional. La experiencia de la Guerra de Sucesión
marcaba esta pauta y en 1744 se organizaron como Gremio de los Matriculados en
Málaga. El 10 de mayo de 1774 se constituyeron legalmente en el Convento de Santo
Domingo: «(…) nosotros los patronos así viaxeros como pescadores, armadores
y marineros, vecinos de la matrícula de esta ciudad (…)»26. Acudieron al acto
entre otros el subteniente de fragata de la Real Armada José Vila y los cabos Miguel
Martínez y Antonio Sotelo y numerosos marinos más así como otro gran grupo de
pescadores encabezados por sus patronos Manuel Chaucre, José Cerdán y Baltasar
de Molina. Dentro de esta matrícula se habían unido dos corporaciones distintas
la gremial de San Telmo, radicada en la iglesia perchelera de San Pedro, y la de los
armadores, secularmente vinculados a la Hermandad de la Soledad y con sede en
el convento de Santo Domingo donde se encargaban de organizar la procesión de la
octava del Corpus Christi:
51
Pero las reformas ilustradas de Carlos IV, especialmente la Real Orden de 1783,
dieron al traste con la continuidad de estas corporaciones gremiales quedando a fi-
nales de siglo sus imágenes titulares en los templos donde habían radicado pero sin
ser propiedad de ninguna cofradía. Así ocurrió con la de Santa María Magdalena en
el convento dominico o la de San Telmo en la vecina iglesia de San Pedro. Sin em-
bargo, los patrones y armadores de viajeros siguieron organizando la procesión de
la octava del Corpus en Santo Domingo sin asumir el nombre de «cofradía» o «her-
mandad» que pudiera poner en peligro su continuidad. Así lo aseguraba el prior del
convento en 1795 en un testimonio conservado en el Archivo Catedralicio:
«(…) certifico por lo que pueda convenir y por petición de los Patrones
Marineros quienes muchos años ha concurren i hacen la fiesta del Sanctísi-
mo Sacramento en el domingo infraoctavo del Corpus (…) i asisten a ella
dichos Patrones con mucha decencia i devoción. Que esta unión y aplica-
ción a esta función no está fundada con formalidad de cofradía o herman-
dad con constituciones, reglas i disposiciones dependientes de los prelados
de nuestra Orden sino únicamente ordenada por cierto pacto o devoto con-
trato de dejar algunos maravedíses de sus ganancias en atención a esta fies-
ta, de cuyo origen en cuanto haberse aplicado los Patrones a los gastos de
cera, sermón y demás no tengo noticia; ni de que tengan libro formalizado,
como corresponde a Cofradías dirigidas por Religiosos de la Orden o fun-
dadas por nosotros según nuestros privilegios»29.
M atrícula del
Gremio de la M ar
de M álaga.
1774. [AHPM]
52
Aunque en 1774 los marinos sí que mencionaban la existencia de unas reglas, su
deseo de continuar su devoción eucarística sin rendir estatutos y cuentas y correr el
riesgo de desaparecer como las restantes cofradías gremiales les lleva a presentar
este certificado que les eximía de este control y les permitía subsistir corporativa-
mente dentro de la Matrícula de la Mar.
Sin embargo, estas disposiciones reales que hicieron desaparecer todas las co-
fradías gremiales en Málaga y muchas de las penitenciales, no afectaron sobre-
manera a la Hermandad de la Soledad de Santo Domingo. Su subsistencia a par-
tir de estas reformas demuestra que cumplían los requisitos exigidos de estar sus
Estatutos aprobados tanto por las autoridades civiles como por las eclesiásticas.
Es más, es de las pocas corporaciones penitenciales que no necesitó tramitar un
expediente que demostrara estas circunstancias como lo hicieron tantas otras en
idéntico brete ya que no se conserva copia de sus Estatutos para defender estos
derechos en el Archivo Municipal 30. Es posible que las corporaciones radicadas
en conventos dominicos gozaran de unos privilegios legales que las eximiera de
estos trámites lo que justificaría que ninguna de las radicadas en el de Santo Do-
mingo tenga copia de sus Constituciones o referencia a este tipo de validación en
el mencionado repositorio.
Prueba de ello sería una circunstancia parecida de control sobre las cofradías
acaecida en la primera mitad de siglo. Corría el año 1741 cuando un edicto emiti-
do por el Gobernador del Obispado, durante un período de sede vacante, prohibía
la salida de las procesiones de penitencia durante la Semana Santa con el objetivo
principal de obligar a los penitentes a salir a cara descubierta sin utilizar antifaces
ni capirotes. Parece que la respuesta de las hermandades malagueñas fue muy di-
versa. Unas aceptaron la prohibición y continuaron saliendo sin nazarenos yendo
sus hermanos en el desfile sin túnicas. Otras, intentaron resistirse al mandato pero
las pérdidas de ingresos por limosnas hicieron peligrar sus obligaciones estatuta-
rias para con los sepelios y honras fúnebres. Estas últimas finalmente recurrieron
en 1745 para continuar empleando túnicas y los penitentes, antifaces comprome-
tiéndose a que salieran revestidos sólo desde los conventos donde tenían su sede
sin separarse de la procesión. En este grupo se encontraban las hermandades radi-
cadas en San Luis «el Real» y en la Merced31. Es de suponer que las restantes cor-
poraciones penitenciales malagueñas acataran desde el principio la prohibición ya
que no participaron en la solicitud del mencionado año. Entre ellas debió estar la
Hermandad de la Soledad de Santo Domingo dado que los testimonios finiseculares
de sus procesiones muestran a sus hermanos acompañando las andas de la Imagen
titular sin llevar túnicas ni capirotes.
53
En 1795, casi concluyendo el siglo, las cofradías que habían sobrevivido a las medi-
das ilustradas se vieron conminadas a rendir cuentas ante el Obispado de Málaga. Por
primera vez hay noticia en este tipo de documentación de las radicadas en el convento
dominico que, perdido el privilegio de jurisdicción particular para sus hermandades,
declara que las existentes en esa fecha son: la del Santísimo Sacramento a cargo de
los patronos de las embarcaciones de este puerto, la Cofradía del Dulcísimo Nombre
de Jesús Nazareno, la Hermandad de Nuestra Señora de la Soledad, la Hermandad de
Nuestra Señora de la Esperanza y la Hermandad del Santo Rosario32. El 18 de marzo, el
notario eclesiástico declaró que: «hice saber dicha providencia a Manuel Melero ma-
yordomo de la Hermandad de la Virgen de la Soledad cita en el convento de Santo
Domingo, en su persona, estando en la calle de Calvo barrio del Perchel»33. Por esta
citación el 26 de marzo se presentó el otro mayordomo de la Soledad Alonso Rico en el
Obispado para rendir las cuentas de su Hermandad:
De esta cantidad total de ingresos, una vez rebajados los gastos, se vieron obli-
gadas todas las cofradías malagueñas a entregar la quinta parte al Obispado. La de
la Soledad no presentó en su contabilidad las cantidades más elevadas de Málaga
aunque su montante sí se destacó entre las radicadas en Santo Domingo.
54
El siglo XVIII asiste a la edificación de todos los terrenos
que rodeaban el convento dominico hasta agotar todo el espacio físico del P erchel . [ACCM]
55
siempre de la Soledad, existen algunos testimonios de esta centuria que se refieren
a su titular como Nuestra Señora de los Dolores36.
El aspecto que presentaba la Virgen era el tradicional para las imágenes de la
Soledad en España desde el siglo XVII pues una de sus hermanas más devotas so-
licitó ser enterrada con un hábito único que copiaba la forma de vestir la sagrada
efigie que no debía variar a lo largo del año ni alternar con otro color que no fuera
el negro, con un corazón sobre el pecho y una correa alrededor de su cintura. Así
amortajada la encontró en su casa el notario cuando fue a cumplir las diligencias de
su testamento: «(…) y en la sala principal se halló a su final y en su testero y es-
trado tendido en una camilla y entre diversas luces, un cuerpo (…) y se hallaba
en dicha camilla amortajada en hábito de estameña negra, con corazón sobre-
puesto en el pecho (…)»37. Ella misma lo había especificado en su última voluntad:
«Y yo la otorgante quiero que mi cuerpo vestido con hábito que se haga de esta-
meña negra con corazón sobrepuesto y correa que así lo considero a semejanza
del de Nuestra Señora de la Soledad cita en (…) su capilla del Real Convento de
Señor Santo Domingo de esta ciudad sea sepultado en uno de los nichos del pan-
teón de dicha capilla atento a que de presente me hallo de Camarera y Hermana
Mayor de aquella Hermandad»38. Se trataba de Bárbara de Aguiar y Padilla y son
estas disposiciones testamentarias una de las principales fuentes de información
que aporta el siglo XVIII respecto a la Cofradía y sus bienes39.
Precisamente estos inusuales cargos ostentados por una mujer en el siglo XVIII
hacen de la Hermandad de la Soledad una pionera en Málaga, que se sepa, en el
uso de la figura de «camarera», tan cotidiana en los siglos siguientes en manos fe-
meninas40. Pero las tareas de clavera, custodiando en su casa una de las arcas de
la Hermandad con el ajuar de la Virgen y el título de Hermana Mayor, asociado en
otras corporaciones a cargos familiares hereditarios y distintos de los mayordomos
electos cada año, dan prueba de que este título era asignado en esta corporación a
familias nobiliarias o de gran prestigio social como es el caso de esta señora.
Hija de Gregorio Rodríguez de Aguiar y María Balzarrate y Padilla, probablemen-
te emparentados con la saga de los escribanos Aguiar, murió sin descendencia en
1765 aunque se había casado en 1708 con el alférez mayor Mateo Sedeño Gudiel. Su
hermano Miguel de Aguiar, era cura propio de la desaparecida parroquia de San Juan
Bautista de Madrid cuando en 1738 se declaró un voraz incendio en la misma y, sin te-
mer a las llamas, logró rescatar el Santísimo Sacramento resultando ileso. Felipe V qui-
so premiar al presbítero proponiéndolo para la mitra de Ceuta a la que llegó en julio
de ese año después de ser ordenado en Madrid41. Es éste el segundo obispo malague-
ño del siglo XVIII relacionado familiarmente con la Hermandad de la Soledad después
56
de Lorenzo Armengual de la Mota, titular de Cádiz, fallecido en 1730, cuyos padres y
hermanos eran cofrades de la misma. A su muerte en 1743 dejó a su hermana Anto-
nia Rodríguez de Aguiar y Padilla un pectoral con forma de cruz que guardaba una
reliquia en el anverso. Esta señora hizo testamento en 1757 ante José Bonifacio del
Castillo dejando para la Virgen de la Soledad, a la que denomina Nuestra Señora de
los Dolores, esta preciada joya que había pertenecido a su hermano:
Esta cruz, junto con las restantes joyas de la Virgen de la Soledad estaba en po-
der de la otra hermana del Obispo Aguiar, la Hermana Mayor doña Bárbara43, como
ella misma indica en su propio testamento cuando enumera los bienes que deja a la
soberana imagen mariana de Santo Domingo:
Además de estas joyas que deja a la Nuestra Señora de la Soledad y el paño para
los entierros, elaborado con una «basquiña de terciopelo negra con trencilla an-
gosta de plata»46, declaraba Bárbara de Aguiar que como camarera de la Virgen
57
Disposición testamentaria
de Bárbara de Aguiar.
C amarera y H ermana M ayor
de la H ermandad de la Soledad
de Santo Domingo
para su enterramiento en 1765.
[AHPM]
58
«Un manto de terciopelo negro con estrellas y palmitas de plata, un ro-
sario con tres medallas y cruz de oro y engaste de metal; un pectoral de
diamante en oro y por el revés relicario que dejó la señora Doña Antonia
de Aguiar a quien lo donó el Ilmo. Señor Obispo de Ceuta Don Miguel de
Aguiar, hermano de la dicha difunta; dos joyitas de esmeraldas y alguna
capa blanca de vestir a la Virgen»48.
59
Domingo y el sobrante se aplique por la misma Hermandad, en primer lugar
a dorar el retablo que tiene en su capilla si ya entonces no estuviese dorado
y al mayor culto y decencia de dicha sagrada imagen de Nuestra Señora de la
Soledad porque así es mi ánimo y determinada voluntad»50.
Por esta última noticia, parece claro que a la fecha de redacción del testamento
aún estaba la Hermandad terminando la decoración de su remodelada capilla pues
el nuevo retablo de la misma se encontraba aún por dorar. Cuadraría así la fecha de
finalización de las obras que señalaba la mencionada lápida en 1756, un año después
del famoso terremoto de Lisboa que tanto se notó en Málaga, por lo que esta manda
final del testamento de Bárbara de Aguiar y su marido, fallecidos con posterioridad,
se invirtió no en la culminación del dorado sino en el esplendor de los cultos.
Precisamente esta fecha de la lápida es la que la tradición ha señalado como la del
origen de uno de los privilegios más señalados de la Hermandad de la Soledad y aún
recordado y reclamado en el siglo XXI. Se trata de la denominada «Misa de privile-
gio» que se celebraba el Sábado Santo por la mañana en la capilla de la Hermandad
de Nuestra Señora. Sin documentación que la ratifique, la memoria ha transmitido la
historia que relaciona directamente a los marinos de una fragata de la Armada con la
imagen de Nuestra Señora de la Soledad. El hecho tuvo lugar un Sábado Santo en que
a punto de naufragar frente a la costa de la ciudad, los tripulantes se encomendaron
a la imagen que albergara la torre camarín del convento dominico que entreveían en
medio de la tormenta. Salvados milagrosamente, hicieron voto de celebrar perpetua-
mente en ese altar una misa de acción de gracias cada Sábado Santo por haber arri-
bado a puerto. Tuvieron que obtener para ello los permisos pertinentes que llegaron
a ser expedidos por el Papa ya que se trataba de un día en el que la Liturgia no per-
mitía estas celebraciones. Y desde entonces hasta la reforma litúrgica que tuvo lugar
en 195551, se vino celebrando en el altar de Nuestra Señora de la Soledad esta misa de
privilegio, la única de estas características que había en la Diócesis de Málaga y que
se convertía en seña de identidad de la Hermandad y en signo de vinculación de la Ar-
mada Española con esta imagen mariana dolorosa. A partir de esa fecha se trasladó
esa eucaristía extraordinaria al Domingo de Pascua y dejó de tener lugar ésta de la
Soledad de María en el Sábado Santo aunque su recuperación es una reivindicación
de la Hermandad desde los años ochenta del siglo pasado52.
Respecto al hecho desencadenante de la tradición y la especial vinculación de la
Armada con el convento dominico y concretamente con la Hermandad de la Soledad,
nada parece contradecir esta realidad secularmente celebrada. Son muy habituales los
votos de acción de gracias de los marinos y pescadores a sus protectores tradicionales.
60
De hecho en el puerto de Málaga se rendía culto desde el siglo XVI a Nuestra Señora
de Puerto Salvo donde los que habían arriesgado su vida en el mar daban las gracias
por regresar con vida y a ella se encomendaban de nuevo cuando volvían a partir. El
hacer una promesa a la imagen que se albergara en una capilla cercana a la costa es
un hábito ya documentado en la Edad Media, sobre todo en poblaciones marítimas de
difícil navegación como ocurría en Canarias con la Virgen de la Candelaria cuyo san-
tuario se asomaba al mar y era faro de las oraciones de los marinos.
En 1756, en Semana Santa, se encontraba la Diócesis en uno de los denomina-
dos períodos de Sede Vacante por fallecimiento del obispo. En tanto era elegido el
nuevo titular, José Franquis Lasso de Castilla53, el Administrador de la Diócesis que
solía ser algún miembro del Cabildo eclesiástico, solicitó al Nuncio pontificio, a la
sazón Girolamo Spinola, la concesión de esta celebración excepcional ya que desde
el Viernes Santo hasta la Vigilia Pascual no es posible celebrar misa si bien la cos-
tumbre fue adelantando desde el siglo IV y durante la Edad Media la celebración de
la Pascua hasta la mañana del Sábado Santo que pasó a denominarse de Gloria por
esta razón. El motivo que los teólogos alegaban para esto era el de hacer más lleva-
dero el ayuno eucarístico necesario por la obligatoriedad de la comunión pascual54.
En este contexto, cuando un pontífice ilustrado y tan destacado como Benedicto XIV
luchaba contra abusos litúrgicos como éste tan extendido, parece raro que conce-
diera privilegios del tipo que la Hermandad de la Soledad solicitaba, pero no era un
caso único. Ya lo poseía desde el siglo XVII el santuario de Atocha en Madrid con
tres eucaristías en la mañana del Sábado Santo. Pero el mismo Benedicto XIV con-
cedió en 1742 la celebración de estas misas de privilegio a los Hermanos de San Juan
de Dios en el altar madrileño de Nuestra Señora de Belén y en 1745 para las capillas de
la misma orden de Nuestra Señora de la Paz de Sevilla y de San Juan de Dios en Grana-
da55. Como se ve, no es el de la Soledad un caso único en panorama español sino que
el Papa al que tradicionalmente se ha atribuido la autorización era consciente de los
beneficios espirituales que estos privilegios derramaban en los fieles y no dudaba en
concederlos si era debidamente solicitado y se trataba de una excepción justificada
como en el caso malagueño de Nuestra Señora de la Soledad.
En 1783 se documenta un nuevo privilegio para la Cofradía. Reclamaron los her-
manos de la Soledad de Santo Domingo ante una nueva disposición del Gobierno
que prohibía que las procesiones realizaran su recorrido fuera del horario noctur-
no lo que supuso un descenso en el número de participantes y lo que redundó a su
vez en una menor cantidad de limosnas de cera y, por tanto, en una reducción del
culto ya que: «la mayor parte de las personas que a ella asistían dejaban las ha-
chas, cirios y demás cera que cada uno llevaba y se refundía en culto a Nuestra
61
Señora haciéndose con el tal ingreso un fondo considerable»56. Además en la Se-
mana Santa de 1782, precisamente por cumplir esta nueva normativa, no dio tiempo
a llegar a la Catedral para hacer su estación de penitencia «(…) y con este último
pasaje más se disgustaron y distrajeron los hermanos cofrades y devotos»57. Todo
ello les motivó a apoderar como agente ante la Corte a Bernardo González para con-
seguir que saliera la procesión de nuevo a la hora en que solía hacerlo.
El documento que lo acredita describe con preciosismo la procesión de Nuestra
Señora de la Soledad a finales del siglo XVIII, añadiendo los datos de la antigüedad
de alguna de las prácticas como la no participación de nazarenos desde, al menos,
mediados de siglo, como se había indicado.
Al respecto, como afirma el profesor Sánchez López con respecto esta Hermandad
en el contexto cofrade malagueño, «durante cuatro siglos, ninguna advocación ma-
riana pudo rivalizar con la Virgen de la Soledad de Santo Domingo»59, tal y como
Medina Conde informaba a final de siglo refiriéndose a ella como «el simulacro de
mayor veneración del Pueblo, cuya procesión es de las más devotas» de la ciudad.
El mismo documento reclamaba el privilegio de continuar con su horario habi-
tual: «(…) que siga y continúe como antes saliendo al anochecer tan devota, aten-
dible, lucida y fervorosa procesión, recogiéndose lo mismo que entonces por el pro-
pio camino y estación»60. Esta reivindicación se inició ante notario el 4 de agosto de
62
Nuestra Señora de la Soledad en su trono procesional.[Manuel Dávila y Pilar González]
63
1783 y obtuvo pronta respuesta por cuanto el 27 de septiembre del mismo año el Fis-
cal General del Reino accedió a lo solicitado de manera que la Hermandad de la Sole-
dad recuperó su tradicional horario y la devoción y participación de fieles y hermanos
que le era característica. Su estación de penitencia era la última de las que el Viernes
Santo se hacían en la Catedral por lo que la concentración de público expectante para
asistir al acto era numerosa, sobre todo desde que la procesión incorporara a su re-
corrido las naves del trascoro del templo terminadas hacia esas fechas.
Notas
1 ACCM. Leg. 179, pza. 13. 15 Llordén, S., y Souvirón, S., Op. cit.,
2 CAMACHO MARTÍNEZ, R., «Cuando Málaga p. 754.
no era blanca», Boletín de Arte n.º 13–14,
1992–93, pp. 143–170. CAMACHO MAR- 16 Camacho Martínez, R., Málaga barro-
TÍNEZ, R., «La arquitectura barroca como ca, Universidad de Málaga, Málaga, 1981,
soporte de una nueva imagen», Atrio n.º pp. 240 y 241.
8–9, 1996, pp. 19–36. 17 CAMACHO, R., «El convento de los Míni-
3 GARCÍA MANRIQUE, E., «Málaga: Medio fí- mos de Málaga, Santuario de la Victoria.
sico y organización funcional» en Lectu- Mecenazgo del Conde de Buenavista. Obra
ras geográficas. Homenaje a José Estéba- y símbolo» en CAMACHO, R. (coord.),
nez Álvarez, vol. II, Universidad Complu- Speculum sine macula, Ayuntamiento de
tense, Madrid, 2000, pp. 1.119–1.131. Málaga, Málaga, 2008, pp. 309–338.
4 ACCM. Leg. 179, pza. 13. 18 Sauret Guerrero, T., Patrimonio Cul-
tural de Málaga, vol. II, CEDMA, Málaga,
5 Rodríguez Marín, F. J., Op. cit., p. 163.
2000, pp. 269 y 270.
6 ACCM. Actas capitulares, 7–9–1704, t.º 38,
19 AHPM. Escribanía de Antonio León, leg.
fol. 301.
2.796, año 1740, fols. 21–23.
7 Pérez de Colosía Rodríguez, M.ª I., «El
Guadalmedina en el siglo XVIII», Baeti- 20 AHPM. Escribanía de José Díez de Medina,
ca n.º 5, Universidad de Málaga, Málaga, leg. 2.796, año 1741, fol. 357.
1982, pp.171–194. 21 MATEO AVILÉS, de, E., «Informe históri-
8 Rodríguez Marín, F. J., Op. cit., p. 164. co–artístico sobre las dependencias ane-
jas a la capilla de la Pontificia y Real Con-
9 Llordén, A., Anales del Cabildo eclesiásti-
gregación del Santísimo Cristo de la Bue-
co malagueño, Santa Rita, Granada, 1988,
na Muerte (Mena) y Nuestra Señora de
p. 342.
la Soledad. Parroquia de Santo Domingo
10 Rodríguez Marín, F. J., Loc. cit. (Málaga)», Congregación de Mena, Bole-
11 Mondéjar Cumpián, F., Obispos de la Igle- tín informativo de la Pontificia Congre-
sia de Málaga, Cajasur, Córdoba, 1998. gación del Santísimo Cristo de la Buena
12 AHPM. Escribanía de Antonio León Casti- Muerte y Nuestra Señora de la Soledad n.º
llo, leg. 2.377, año 1724, fols. 225 y 439. 17, 1991, p. 15.
13 Ídem. 22 Mondéjar Cumpián, F., Op. cit., p. 301.
14 AHPM. Escribanía de Antonio León Casti- 23 ACCM. Leg. 549, pza. 16.
llo, leg. 2.379, año 1729, fol. 212. 24 Ídem.
64
25 Villas Tinoco, S., Los gremios malague- «Episcopologio de Ceuta», Boletín de la Real
ños, 1700–1746, vol. I, Universidad de Má- Academia de la Historia, t.º 18, 1891, p. 414.
laga, Málaga, 1982, pp. 218–221. 42 ACCM. Leg. 597, pza. única.
26 AHPM. Escribanía de Hermenegildo Ruiz, 43 Llordén, A., Escultores y entalladores…,
leg. 2.635, año 1774, s/f. p. 296.
27 Ídem. 44 En la copia de los bienes entregados a la
28 Ídem. Hermandad de la Soledad se describe como
29 ACCM. Leg. 215, pza. 6, fol. 57. «un rosario de permalen».
30 MAIRAL JIMÉNEZ, M.ª DEL C., «Noticias so- 45 AHPM. Escribanía de Joaquín de Sixtos y
bre hermandades y cofradías malagueñas Rico, leg. 3.090, años 1766–1768, fol. 15.
durante el reinado de Carlos IV en la colec- 46 Ibídem, fol. 89 v.
ción de Actas Capitulares», La Saeta n.º 36, 47 Ibídem, fol. 93.
Agrupación de Cofradías, Málaga, 2005, pp.
48 Ibídem, fols. 17 v. y 18.
146–154.
49 Llordén, S. y Souvirón, S., Op. cit., p. 754.
31 LLORDÉN, A. y SOUVIRÓN, S., Op. cit., pp.
855–857. 50 Ibídem,, fols. 45 y 46.
32 GARCÍA DE LA LEÑA, C., Op. cit., t.º III, p. 254. 51 MATEO AVILÉS, de, E., «La misa de privile-
gio de la Congregación de Mena: una tradi-
33 ACCM. Leg. 215, pza. 6, fol. 32.
ción litúrgica a recuperar», Congregación
34 ACCM. Leg. 215, pza. 6, fol. 57. de Mena. Boletín informativo de la Ponti-
35 Sánchez López, J. A., El alma de la ma- ficia Congregación del Santísimo Cristo de
dera. Cinco siglos de iconografía y escul- la Buena Muerte y Nuestra Señora de la So-
tura procesional en Málaga, Real y Excma. ledad n.º 14, 1987, p. 10.
Hermandad de Nuestro Padre Jesús del San- 52 MATEO AVILÉS, de, E., «La Soledad de María en
to Suplicio, Santísimo Cristo de los Milagros el Sábado Santo», Sur, 21 de marzo de 2008.
y María Santísima de la Amargura, Málaga,
53 Mondéjar Cumpián, F., Op. cit., pp. 298–
1996. p. 298.
300.
36 Ibídem, pp. 305 y 306.
54 Aldazábal, J., El Triduo Pascual, Barcelo-
37 AHPM. Escribanía de Joaquín de Sixtos y na, CPL, 1997, pp. 134–136.
Rico, leg. 3.090, años 1766–1768.
55 Juan Calzada, Fr., Tratado de las indul-
38 Ibídem, fol. 9. gencias en general y en particular, Impren-
39 Llordén, A., Escultores y entalladores ma- ta Fraternal, La Habana, 1838, p. 147.
lagueños, Real Monasterio de El Escorial, 56 AHN. Sec. Consejos, leg. 915, n.º 20, 1783.
Ávila, 1960, p. 296. Llordén, S., y Souvi- Cfr. Llordén, S., y Souvirón, S., Op. cit.,
rón, S., Op. cit., pp. 139–158 y 747–758. pp. 150–153.
40 Sánchez Domínguez, P., Mujeres y cofra- 57 Ídem.
días en Málaga, Arguval, Málaga, 2003, p.
58 Ídem.
75. Cfr. REDER GADOW, M., «De camareras
a hermanas mayores: La evolución de la pre- 59 Sánchez López, J. A., Statio Urbis. Rito, ce-
sencia femenina en las cofradías de Mála- remonia y estaciones de penitencia en la
ga», Jábega n.º 104, Excma. Diputación, Má- Catedral de Málaga, Agrupación de Cofra-
laga, 2014, pp. 34–49. días, Málaga, 2012, p. 108.
41 GUIARTE IZQUIERDO, V., Episcologio espa- 60 AHN. Sec. Consejos, leg. 915, n.º 20, 1783
ñol (1700–1867), Ayuntamiento de Castellón Cfr. Llordén, S., y Souvirón, S., Op. cit.,
de la Plana, Castellón, 1992, p. 55. Xiqués, J., pp. 150–153.
65
capítulo 3
La Cofradía de
NUESTR A SEÑOR A
de la SOLEDAD
en la centuria
1
decimonónica
66
Grabado para
C arta de H ermandad.
Cofradía de la Soledad.
Siglo XIX I.– DIFICULTADES SURGIDAS
1 EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO —
67
L a riada de 1907. El río Guadalmedina a su paso por el barrio de El P erchel (margen izquierda).
[«Málaga In Memoriam»]
Durante 1803 y 1804, Málaga padeció el azote de una epidemia de fiebre ama-
rilla que diezmó notablemente la población2. Ni que decir tiene que esta calamidad
abocaría a la pérdida de un estimable número de miembros de la Cofradía de Sole-
dad. Se desconoce, por ende, la forma en que afectaría a su gobierno y qué tipo de
funciones religiosas se llevarían a cabo por los cofrades fallecidos.
Para 1807, la Cofradía ya estaba totalmente restablecida al prestar el servicio
mortuorio que se exigía cuando moría un asociado:
68
Virgen de los Dolores.
[Archivo Cofradía de los Dolores del Puente]
presbítero y administrador del hospital de San Julián Andrés Ortega, quien encontró la
muerte el 9 de febrero de 1810 a la bajada del Puente de Santo Domingo, frente a la ca-
pilla de Nuestra Señora de los Dolores4 ; y el expolio de una gran parte del patrimonio
cultual y procesional de algunas cofradías y hermandades, sirviendo de referencia la
de Nuestro Padre Jesús de Viñeros, que llegó a desaparecer transitoriamente5.
Después, con la llegada al poder de los primeros gobiernos liberales, las cor-
poraciones de carácter penitencial vivieron unos momentos sumamente delica-
dos, preferentemente las radicadas en conventos y monasterios que vieron cómo
el Estado los desamortizaba entre 1835 y 1836. La Cofradía de la Soledad, al igual
que las del Dulce Nombre de Jesús Nazareno del Paso y de Nuestra Señora de la
Esperanza, permaneció en su sede fundacional aunque ya sin la dirección espiri-
tual de los hijos de Santo Domingo, quienes fueron exclaustrados tras más de tres
siglos de estancia en Málaga 6.
En la etapa inmediatamente posterior a la desamortización, algunas hermandades
abandonaron sus cenobios y se establecieron en iglesias que habían pasado a estar
bajo la jurisdicción diocesana, como la de Santo Domingo. En 1841 se constituía en
69
Dulce Nombre de Jesús Nazareno del Paso. Humildad y Paciencia.
[Archivo Municipal] [Archivo Agrupación de Cofradías]
70
Grabado del Cementerio de San M iguel.
[Archivo Díaz de Escovar]
71
II.– ESTATUTOS ——————————————————————————
No se conoce el número de reformas estatutarias emprendidas por la Cofradía
de la Soledad en este siglo, pero no hay duda de que, en 1853, se renovaron y apro-
baron las Reglas para el gobierno de esta entidad religiosa. Se trata, por consiguien-
te, de unos Estatutos de apenas diez artículos y una sola disposición. Un corpus ju-
rídico verdaderamente corto, en comparación con los de otras corporaciones naza-
renas e incluso letíficas y benéficas, como era el paradigma de la Hermandad de la
Santa Caridad de la iglesia de San Julián.
En el artículo 1º se anunciaba que la Hermandad ha sido creada para «(…) ve-
nerar y rendir culto á la Excelsa Madre de Dios (…)», siendo éste el único fin.
En el 2º se mencionaba de que el número de hermanos o componentes sería ili-
mitado, abonando cada asociado a su ingreso una cuota de entrada de cuarenta
reales, más cinco reales mensuales para el culto (septenario) de la Santísima Vir-
gen de la Soledad en su capilla, celebrándose en honor de sus «Dolores Santísimos
y demás atenciones de la Cofradía».
El artículo 3º determinaba que los recibos de las cuotas de ingresos y de las men-
sualidades se expedirían por el tesorero y serían revisados por el hermano mayor.
En el artículo 4º se dejaba claro que el hermano que no cumpliese con su obli-
gación de pagar seis mensualidades, sería automáticamente dado de baja.
En el artículo 5º se decía que el hermano que falleciera estando al día en el pago
de cuotas, tendría derecho a:
72
En el 8º se facultaba al hermano mayor a convocar cabildo extraordinario si lo
estimara conveniente, debiéndose cumplir con los requisitos señalados en cuanto
a la asistencia.
En el penúltimo artículo, se subrayaba que el hermano mayor tendría la repre-
sentación de la Cofradia y sería sustituido en ausencias y enfermedades por los ma-
yordomos y en última instancia, a falta de éstos, por los vocales. En el supuesto de
enfermedad, ausencia o renuncia del tesorero, este cargo, mientras no tuviera lugar
el cabildo de elección, lo ocuparía el hermano mayor o vocal que se designase.
En el capítulo 10º y último, se concretaba que la celebración de cultos y el
septenario en honor de Nuestra Señora de la Soledad, se decidirían por el her-
mano mayor y junta de gobierno. En relación a la salida penitencial de la imagen,
sería de «necesidad absoluta que se acuerde por mayoria de votos en Cabildo
extraordinario».
Finalmente, y como disposición, se recogía que:
Los Estatutos tenían fecha de 12 de julio de 1853, pero no serían aprobados por
la junta general extraordinaria hasta el 15 de agosto del mismo año12.
73
Tomás H eredia L ivermore. N. P. Jesús del Gran Poder.
[Cámara de Comercio] [Colección Enrique Guevara Pérez]
pues ha sido una constante, a lo largo de la historia, que un predicador o una dis-
tinguida familia se encargara de promover o divulgar el culto o devoción hacia una
determinada imagen, fuese cristífera o mariana. Las prédicas del beato fray Diego
José de Cádiz, por ejemplo, fueron especialmente determinantes para que la imagen
de Jesús del Gran Poder, de la capital hispalense, comenzara a ser una de las más ve-
neradas y visitadas por el pueblo sevillano, al igual que ocurriera en buena medida
con la Virgen de la Paz de Ronda, cuya devoción alentó el referido beato15.
Se aportan, a continuación, unas cuantas noticias referidas a las muestras de piedad
que el público malagueño manifestó hacia la Virgen de la Soledad por esa centuria.
En 1851, el diario conservador local «El Avisador Malagueño» resaltaba que el
número de participantes en la procesión era «de ochocientas á mil personas»16.
Aunque no deja de ser exagerada la cantidad, sí puede darse por cierto que ésta fue-
se bastante elevada. La prensa local no tenía por costumbre facilitar cifras de acom-
pañantes en los cortejos procesionales, salvo en el caso de la Soledad. Es probable
que detrás de esta información se escondiese el vivo deseo de algún distinguido
hermano (quizás perteneciente a una de las célebres familias que habían pasado a
formar parte de la nómina de inscritos en la Hermandad) de dar cierta notoriedad
a través de la influencia que podía tener con los medios escritos de la capital.
Precisamente en ese mismo año se remarcaba en el citado periódico que en la visi-
ta a los templos el Jueves Santo, una de las que llamó más la atención fue la capilla de
Nuestra Señora de la Soledad. Véase, por tanto, lo recogido por «La Unión Mercantil»:
74
«Todas las efigies estaban colocadas en lujosos altares, con profusion de
flores y de luces; pero merece que hagamos particular mención de la capilla
de Ntra. Sra. de la Soledad, de Sto. Domingo. Estaba esta capilla tapizada toda
de negro, con la bóveda estrellada de plata; negro era también el frontón del
altar con guarniciones de plata. Y de este metal las arañas y candeleros: la
hermosa efigie de Ntra. Sra. se destacaba imponente y magestuosa de
aquel fondo negro; y toda la capilla tenia un aspecto suntuoso y severo»17.
Por estas noticias y otras que se han omitido para no alargar en demasía, el lec-
tor puede hacerse una ligera idea del entusiasmo que despertaba la Titular de esta
Cofradía, siendo en esta época una de las efigies más devotas y populares de la Se-
mana Mayor. En los cortejos solían participar autoridades civiles y militares, así
75
como representaciones religiosas, convirtiéndose en una prueba inequívoca de la
relevancia y preeminencia social. En 1851 se decía:
Al año siguiente, 1851, la prensa local anunciaba que: «Los hermanos han acor-
dado sacar en procesión el Viérnes Santo en la noche á su Soberana Efigie»23. Al
mismo tiempo, facilitaba el recorrido procesional: Puente de Santo Domingo, pla-
zuela de Arriola, Puerta del Mar, Nueva, plaza de la Constitución, Santa María, plaza
76
del Obispo, Santa Iglesia Catedral, San Agustín, Granada, plaza de la Merced, Carre-
tería, Pasillo de Puerta Nueva, Puente de Santo Domingo, a su templo. Como nota
curiosa indicaba que: «No se admiten niños mas que los que sean precisamente
hermanos»24.
En esta información hay que detenerse momentáneamente para resaltar dos
cuestiones: la primera, que la entrada a la Catedral tenía lugar por la fachada prin-
cipal de la plaza del Obispo y la salida por la Puerta de las Cadenas, aunque no se
llegara a mencionar en esta ocasión, aunque sí se referirá este hecho en crónicas
ulteriores. La segunda, esa nota de color pintoresca concerniente a la chavalería,
que se repetirá a lo largo del siglo.
En efecto, el desfile se llegó a materializar como estaba anunciado:
77
masiva concurrencia por las calles y plazas del recorrido procesional, similar al de
años anteriores; y la presencia de señoras en los balcones de las casas por donde
transitó el cortejo.
En los primeros días de la Semana Santa de 1854 se presagiaba el posible desfile
procesional de la Virgen de la Soledad, «pues segun hemos oído decir se han man-
dado hacer ya las grandes hachas de cera que han de alumbrar á la Virgen»27. En
la víspera de la salida, se hacía público que las personas interesadas en participar
deberían concurrir con el traje adecuado, «escluyéndose los niños que de ningun
modo se admitirán en el acompañamiento á no ser que sean hermanos»28. Este
año, a diferencia de otros, realizó el recorrido en la tarde del Jueves Santo. En el
cortejo participaron además del Clero de la parroquia, el Ayuntamiento con «clarín
y maceros», presidido por el alcalde Antonio Segalerva y Sierra29.
No deja de ser curioso que, en ningún instante, se hable del hábito nazareno,
sino de «traje adecuado», que probablemente sería la levita. A diferencia de ésta,
los hermanos de la Hermandad de la Exaltación sí vestían túnicas, como queda es-
pecificado en la siguiente crónica:
Tras dos años sin información, en 1857 se vuelven a tener noticias de que «Pa-
rece cosa ya definitivamente acordada que haya procesión de la Soledad en la
noche del Viernes Santo»31. Efectivamente, la salida penitencial se llevó a cabo, ha-
ciendo un año más estación en la Santa Iglesia Catedral y figurando en la comitiva el
gobernador civil Miguel María Fuentes, entre otras dignísimas autoridades.
78
celebrados en honor de la Titular mariana y en la Misa de Privilegio, que tenía lugar
el Sábado Santo. Las razones que cercenaron las procesiones deben buscarse en el
seno de la propia institución nazarena, pues cofradías y hermandades como las de
Viñeros, Sangre y Columna, por citar tres ejemplos, mantuvieron sus desfiles duran-
te el período isabelino32.
79
A ños 20. L a Virgen de la Soledad en Santo Domingo.
[Archivo Agrupación de Cofradías]
80
una vez transitada la plaza de la Merced, enfilaría por Álamos, Carretería, Pasillo de
la Verdura (hoy día de Santa Isabel) y Puente de Santo Domingo.
En esa misma jornada «El Avisador Malagueño» anunciaba que los directivos
de la Soledad habían acordado efectuar la siguiente carrera procesional: Pasillo de
Santo Domingo, Puente de Tetuán, Alameda, Puerta del Mar, Nueva, Plaza (se refie-
re a la de la Constitución), Santa María, Plazuela del Obispo, Santa Iglesia Catedral,
Plazuela de las Cadenas, San Agustín, Duque de la Victoria, Granada, Plaza de Riego
(actual de la Merced), Álamos, Torrijos, Pasillo de Puerta Nueva y Puente de Santo
Domingo43.
81
P laza de
la Constitución
C alle C arretería
M ercado
y río
Guadalmedina
82
Trascoro de la S.I. C atedral de la Encarnación. [Colección particular] Virgen de Servitas
83
y se dignasen asistir «a las seis de la tarde a la capilla de dicha parroquia, para dar
con su asistencia mayor brillo y lucimiento de este acto religioso»48. La nota estaba
fechada el 22 de marzo de 1875, figurando los cargos que se citan: «Hermano mayor,
Narciso Franquelo Romero.– Hermano mayor, Manuel de la Camara.– Hermano
mayor, Lorenzo Cendra.– Ulpiano Serrano vocal–secretario»49.
En los Estatutos aprobados en 1853 aparecía en la relación de cargos: un herma-
no mayor y dos mayordomos, lo que denota claramente que se hubiese producido
una confusión o error a la hora de enunciarlos de la misma manera50.
Pese al público llamamiento, la procesión desgraciadamente no pudo llevarse a
cabo dado que «un copioso aguacero»51 impidió realizarla, aunque se intentó dos
veces, hubo de retornar apenas se habían recorrido unos metros de la iglesia de
Santo Domingo.
Aunque estaba anunciada la de 187652, no se conoce si, en realidad, se procedió
a la salida. Parece que, en 1877, la Cofradía no lo intentó, pues todos los esfuerzos
se concentraron en la celebración del septenario en honor a la Dolorosa53.
En 1878 la Titular mariana volvió a ver el cielo malagueño con la contrariedad
de que un «fuerte viento» privó del lucimiento de esta Cofradía, puesto que casi
toda la cera que alumbraba el trono de Nuestra Señora estuvo apagada54.
De los años finales de este decenio y principios del siguiente no se cuentan con
noticias. Un impedimento ineludible que frena el deseo de aclarar aspectos que re-
sultarían de enorme interés.
84
V.– CULTOS ————————————————————————————
Los cultos celebrados en honor de la Virgen de la Soledad se circunscribían al
septenario, a la Misa de Privilegio y alguna que otra función religiosa efectuada en
la mismísima capilla de la Dolorosa. Por otra parte, en la Semana Santa solía bajar-
se a la Titular mariana de su altar y a colocarla en el suelo de la capilla para la ve-
neración de los fieles y devotos.
V.1.— Septenario
Este culto tributado a la imagen de Nuestra Señora de la Soledad revistió, junto
al de la Misa de Privilegio, una gran solemnidad. Sin embargo, en los primeros años
de la colección de «El Avisador Malagueño» (que se inicia en 1851) no se informa
absolutamente del septenario. Para 1860, en la sección «Gacetillas» se indicaba:
«Hoy viérnes de Dolores á las nueve y media de la mañana, habrá misa cantada
en la capilla de Ntra. Sra. de la Soledad, de Sto. Domingo, que se halla ya enluta-
da, costeada por un devoto»56.
En «El Avisador Malagueño» de la Cuaresma de 1870 se encuentra una noticia
bastante ilustrativa y descriptiva del septenario:
85
En el septenario del año 1872 participaron renombrados predicadores, como
catedráticos, canónigos y beneficiados de la Catedral, capellanes y párrocos de las
iglesias más importantes. Como curiosidad cabe señalar que el beneficiado Pablo
Ruiz Blasco fue tío del genial pintor Pablo Ruiz Picasso y que el P. Vicente Pontes
Cantelar sería nombrado en 1876 obispo de Guadix–Baza.
FECHA PREDICADOR
En 1877 se dispuso contar con los servicios musicales del Liceo para el septenario
de la venerada Titular. Así, el 23 de marzo, cuarto día de los cultos, intervinieron el
profesor Luis Gutiérrez y algunos miembros del citado organismo cultural; y el día 26,
última jornada, «se cantaran algunos números del Stabat Mater de Rossini, por va-
rios señores aficionados del Liceo, que se han prestado graciosamente a ello»59.
Como se ha verificado, el acompañamiento musical en los cultos decimonónicos
fue importantísimo para que revistiesen la mayor grandiosidad posible.
86
C arta de H ermandad. 1866. [Archivo Agrupación de Cofradías]
87
Salida de los fieles de la M isa de Privilegio. 1915. [«La Unión Ilustrada»]
«La capilla tenia el mismo lúgubre adorno de todos los años, y estaba
brillantemente iluminada. Concluida la misa, por una numerosa y escogida
capilla vocal é instrumental, compuesta de profesores y aficionados, se can-
taron una solemne salve y las letanias de la Virgen, composición del profe-
sor D. Juan Cansino. La concurrencia á este acto religioso ha sido excesiva.
Al concluir la misa la banda de música de la casa de Socorro, tocó una mar-
cha en la puerta de la iglesia»61.
88
Desde luego que la ceremonia tenía que ser majestuosa, realzándose ésta con la
participación de grandes maestros y expertos de la música, como el maestro Juan
Bautista Cansino Antolinez, que se prodigó en este tipo de eventos religiosos, funda-
mentalmente en los de la Archicofradía de los Dolores de San Juan62.
Este acto se convirtió, junto con el de la salida procesional de la Virgen de la
Soledad, en el más importante. Habría que imaginarse el antiguo templo dominico
rebosante de público en la jornada del Sábado Santo. A propósito de la concurren-
cia de fieles, «El Avisador Malagueño» indicaba que la asistencia había sido «nu-
merosa y escogida», debiéndose este comentario a las personas que integraban la
Cofradía, que no eran otras que pertenecientes a la burguesía malacitana que vivía
mayoritariamente en la Alameda, a muy pocas distancia de la otrora iglesia conven-
tual de Santo Domingo63.
En la información facilitada por el citado periódico en 1861 se comentaba que
en la parroquia de Santo Domingo y en el altar de la Virgen de la Soledad, había
tenido lugar la Misa de Privilegio, «única que en tal día se celebra en esta ciu-
dad»64.
«El Avisador Malagueño» en 1882 describía que:
«Ayer á las doce se celebró en Sto. Domingo ante la imágen de Ntra. Sra.
de la Soledad, la misa rezada para la cual tiene concedido privilegio anti-
quísimo su Hermandad»65.
89
En una de las ediciones cuaresmales del periódico de «La Unión Mercantil» de
1890 se comentaba que: «como todos los años numerosas personas pertenecien-
tes á todas las clases sociales, fueron ayer a Santo Domingo con objeto de oir la
misa de Privilegio, que se dijo á las doce»66.
Una de las crónicas más completas y extensas de la Misa de Privilegio que se re-
cuerda fue la que sigue:
Esta reseña muestra a las claras el esplendor y la suntuosidad con que los miembros
de esta corporación nazarena se afanaban en preparar y celebrar esta función religiosa
que se convirtió en una de la más notables de la Málaga del período decimonónico.
En los últimos años del siglo XIX los componentes de esta antigua Cofradía si-
guieron volcándose en los cultos internos, en detrimento de los externos, puesto
90
que, desde la década de los ochenta, la Dolorosa había dejado de salir. Se desco-
nocen los motivos que abocaron a adoptar esta decisión, pero de lo que no existe
ninguna duda de que la Misa de Privilegio siguió estando revestida de una gran so-
lemnidad. En la celebrada el 17 de abril de 1897, el oficiante fue el coadjutor de la
parroquia Miguel Palomo Montenegro, estando amenizada musicalmente por una
orquesta dirigida por el señor Gutiérrez:
«Cantóse una preciosa sinfonía de Metra; luego una Plegaria del maes-
tro García, con acompañamiento de los señores Robles, Cabas y Gutierrez,
los cuales interpretaron después la <<salve>> de Prado y la <<Letanía>>
de Cansino, en la que además de aquellos señores cantaron los aficionados
señores Pozo y Garro»68.
Como se aprecia, la parte musical estaba muy cuidada para engrandecer, aún más
si cabe, la ceremonia que tenía lugar. Terminaba el periódico señalando que: «El es-
pectáculo resulto verdaderamente hermoso» y aclaraba que: «El altar ofrecía un
aspecto severo, pues el ritual del día no permitía determinada ornamentación»69.
91
iglesias y conventos instalaban en la Semana Santa. También en esta tradición par-
ticipaban las hermandades y cofradías penitenciales. El periódico «El Avisador Ma-
lagueño narraba en 1853 lo siguiente:
92
N. P. Jesús de la P uente. [Archivo Agrupación de Cofradías] Stmo. Cristo de la E xaltación.
[Archivo Agrupación de Cofradías]
93
Cristo de L lagas y Columna. [Archivo Agrupación de Cofradías] N.P. Jesús de la Columna. [Archivo Agrupación de Cofradías]
«La Unión Mercantil» volvía a informar en 1897 de los Divinos Oficios del Jueves
Santo que tendrían lugar a las 10 de la mañana y que, a las tres de la tarde de ese
día, se procedería al lavatorio de los doce pobres asilados. En la jornada del Viernes
Santo, comenzarían los Oficios a las diez y media de la mañana77. También lo hacía
con respecto a «las antiguas costumbres» de visitar a las «efigies o insignias» en
los distintos templos, donde aparecían colocadas en sus tronos o capillas.
95
Gracias a esta noticia se tiene conocimiento de la vida cofrade que latía en los
diferentes templos. Así, estuvieron expuestas en San Juan: el Señor de la Puente, el
de la Exaltación, la Vera Cruz, el Cristo de la Columna, la Virgen de los Dolores, y
Jesús Nazareno. En los Mártires: la Concepción Dolorosa, el Nazareno, la Virgen de
los Dolores, la Oración del Huerto. En Santiago: el Señor de Llagas y Columna, Je-
sús el Rico, el Cristo de la Humildad, Jesús «el chiquito» (no debe confundirse con
Nuestro Padre Jesús de la Misericordia, de la iglesia del Carmen) y la Virgen de los
Dolores. En la Merced: Jesús de Viñeros, la Soledad de Viñeros, la Columna y el Cru-
cificado de la Sangre. En Santo Domingo: Los Pasos, los Dolores, la Humildad y el
Cristo de la Buena Muerte (el Cristo de Mena). En el Carmen: el Señor de la Miseri-
cordia y la Virgen de los Dolores. En San Lázaro: el Señor de los Pasos. En la Victo-
ria: el Santo Sepulcro, el Cristo de la Epidemia y la Dolorosa. En el Santo Cristo de
la Salud: la Esclavitud Dolorosa. En San Felipe Neri: Jesús el Pobre y la Virgen de los
Servitas. Y en Zamarrilla: Nuestra Señora de los Dolores78.
Como se ha visto, en la relación no figuraba la Virgen de la Soledad, pudiendo
deberse a que la Cofradía no atravesara en ese período por sus mejores momentos.
96
Movimientos sindicales. [«Piedades e impiedades de los malagueños en el siglo XIX»]
Este final de siglo había sido desastroso, al encontrarse Málaga sumida en una cri-
sis económica y social, provocada por la caída de las industrias textil y siderúrgica,
por la plaga filoxérica y por la epidemia de cólera de 1885, que redujo la población. A
dichos factores se unían otros de carácter nacional, como la pérdida de las colonias
de ultramar en 1898, las continuas huelgas de trabajadores reclamando la bajada de
impuestos y el afianzamiento del movimiento republicano y anticlerical79.
Quizás este cúmulo de circunstancias provocara un distanciamiento entre la Co-
fradía y las familias de la alta burguesía malagueña (más preocupadas de defender
sus propios intereses que los ajenos) que, de algún modo, habían hecho posible que
esta corporación se erigiese en una de las más punteras y renombradas de la Sema-
na Santa a todo lo largo del siglo XIX.
Notas
97
5 LLORDÉN, A. y SOUVIRÓN, S., Op. cit., p. 729. 17 Ídem.
6 CAMINO ROMERO, A., «Efectos producidos en 18 El Avisador Malagueño, Málaga, 16 de abril
las cofradías penitenciales de Málaga tras la de 1854.
desamortización de Mendizábal», Simpo- 19 El Avisador Malagueño, Málaga, 6 de abril
sium La desamortización: el expolio del de 1871.
patrimonio artístico y cultural de la Iglesia
20 El Avisador Malagueño, Málaga, 5 de abril
en España, Instituto Escurialense de Inves-
de 1874.
tigaciones Históricas y Artísticas, San Lo-
renzo del Escorial, 2007, pp. 303–317. 21 El Avisador Malagueño, Málaga, 20 de abril
de 1851.
7 Así lo afirmaba el fraile dominico Francisco
Sánchez–Hermosilla Peña en un folleto pu- 22 La España, Madrid, 6 de abril de 1850.
blicado con una breve reseña del convento y 23 El Avisador Malagueño, Málaga, 16 de abril
de la iglesia de Santo Domingo. de 1851.
8 CAMINO ROMERO, A., «La Hermandad de la 24 Ídem.
Humildad. Del convento de San Luis <<El 25 El Avisador Malagueño, Málaga, 20 de abril
Real>> a la parroquia de Santo Domingo,
de 1851.
La Saeta n.º 44, Agrupación de Cofradías,
Málaga, 2009, pp. 176–182. 26 El Avisador Malagueño, Málaga, 27 de mar-
zo de 1853.
9 RODRÍGUEZ MARÍN, F. J., «La adaptación a
los nuevos tiempos: las cofradías malague- 27 El Avisador Malagueño, Málaga, 11 de abril
ñas y la arquitectura funeraria», Actas del de 1854.
III Congreso Nacional de Semana Santa, 28 El Avisador Malagueño, Málaga, 13 de abril
Cajasur, Córdoba, 1996, pp. 245–263. de 1854.
10 RODRÍGUEZ DE TEMBLEQUE GARCÍA, S., «El 29 El Avisador Malagueño, Málaga, 16 de abril
Rico y la Junta de Hermandades de Málaga: de 1854.
Los precedentes de la Agrupación de Cofra- 30 El Avisador Malagueño, Málaga, 31 de mar-
días», La Saeta n.º 53, Agrupación de Cofra- zo de 1861.
días, Málaga, 2014, p. 231.
31 El Avisador Malagueño, Málaga, 25 de mar-
11 Ídem. zo de 1857.
12 AAC. Caja de la Congregación de Mena. Esta- 32 El Avisador Malagueño, Málaga, 5 de abril de
tutos de 1853. 1860; CAMINO ROMERO, A., «Dos encuentros
13 MATEO AVILÉS, DE, E., «75 Años de la Con- en la historia», Sangre n.º 1, Archicofradía de
gregación de Mena en imágenes», Congre- la Sangre, Málaga, 1998, pp. 55 y 56.
gación de Mena n.º 20, extraordinario, Má- 33 El Avisador Malagueño, Málaga, 27 de mar-
laga, 1991, p. 3. zo de 1864.
14 GARCÍA DE LA LEÑA, C., Op. cit., t.º III, p. 254. 34 http://www.malaga.hoy.es/artide/malagade-
15 DUQUE DEL CASTILLO, R., Apuntes para la ayerahoy/852932/nudo/estrategico/la/ciu-
Historia de la Hermandad del Gran Poder, dad.html.
Área de Cultura y Fiestas Mayores, Ayunta- 35 El Avisador Malagueño, Málaga, 13 de abril
miento de Sevilla, Sevilla, 2002, pp. 246– de 1865.
250. http://foros–virgen–maria.blogspot.
36 El Avisador Malagueño, Málaga, 16 de abril
com.es/2010/01/nuestra–senora–de–la–
de 1865.
paz–de–ronda.html
37 El Avisador Malagueño, Málaga, 1 de abril
16 El Avisador Malagueño, Málaga, 20 de abril
de 1851. de 1866.
98
38 El Avisador Malagueño, Málaga, 21 de abril 60 El Avisador Malagueño, Málaga, 15 de abril
de 1867. de 1851.
39 El Avisador Malagueño, Málaga, 12 de abril 61 El Avisador Malagueño, Málaga, 27 de mar-
de 1868. zo de 1853.
40 Archivo Municipal de Málaga. Lib. 269, Ca- 62 PINO ROMERO, DEL, A., «La música en la
bildo, 3 de abril de 1871, fol. 75 v. Semana Santa de 1854», Cáliz de Paz n.º 7,
41 El Avisador Malagueño, Málaga, 6 de abril Asociación Cultural Cáliz de Paz, Málaga,
de 1871. 2010, pp. 154–159.
99
capítulo 4
La Cofradía
de la SOLEDAD
hacia la fusión
1
con la Hermandad
de la BUENA MUERTE
en 1915
100
I.–
LA MÁLAGA COFRADE
EN LOS ALBORES DEL SIGLO XX —
Nuestra Señora
de la Soledad.
El siglo comenzaba de forma similar a como habían trans-
curridos los últimos treinta años de la centuria decimonónica,
Según fotografía es decir, arrastrando una grave crisis que afectaba a práctica-
de Gyenes
mente todos los sectores de la sociedad malacitana. Dentro de
1
esta realidad, subsistía un microcosmos procesional que tenía
como principal escollo la falta de recursos. Las cofradías se-
guían recurriendo a familias acomodadas, como había suce-
dido en el siglo pasado, para que inyectaran algo de capital
en sus mermadas arcas1. La intervención episcopal también se
hacía notar en la vida de las cofradías, solicitando de éstas el
buen desarrollo de las procesiones. La prensa local daba a co-
nocer una noticia facilitada por el Obispado en 1901:
101
Desde el Jueves Santo, celebrados los oficios, hasta el sábado después
del toque de Gloria, no se permitirá rodar por las calles carruages, á excep-
ción de los coches fúnebres (...)»3.
Antes de que ese encuentro entre el prelado y las cofradías se produjera, las cor-
poraciones de carácter penitencial iban tomando posiciones en el sentido de mos-
trar abiertamente su disposición a sacar a sus sagradas imágenes, como la Herman-
dad de Nuestra Señora de la Soledad de la iglesia de San Pedro y la Venerable Orden
Tercera de Siervos de María (Servitas) de la parroquia de San Felipe Neri4. La anun-
ciada reunión tuvo lugar en el Palacio Episcopal el día 26 de marzo de 1901.
En fechas posteriores, confirmaron sus desfiles la Cofradía de Nuestro Padre Je-
sús de la Columna y Nuestra Señora de los Dolores de la iglesia del Carmen5 y la Her-
mandad de Nuestro Padre Jesús «El Rico» de la parroquia de Santiago, en la que:
«Muchos son los compromisos por obtener túnica para asistir al pia-
doso acto, y aunque conocemos la pericia que en estos asuntos distingue
al Hermano Mayor, don José Martin Macias, nos permitimos indicarle que
precisa una gran escrupulosidad en su reparto, para que el orden y la com-
postura sea todo lo perfecta que el caso impone»7.
102
Obispo Juan Muñoz H errera. [«Piedades
e impiedades de los malagueños en el siglo XIX»]
Las hermandades que llegaban a poner los tronos en las calles eran pocas, pues
se topaban frecuentemente con los males que aquejaban a la sociedad de entonces.
Sin ir más lejos, en un periódico local de 1902 se evidenciaba que:
«Al hecho de los tiros del sábado de gloria, peores que los antiguos ti-
ros de Misericordia y que produce mayor derramamiento de sangre que si
hubiera habido un motin en las calles, hay que agregar la nota desagrada-
ble de que muchos pobres han tenido que recurrir estos dias con sus ropas
á las casas de empeño por consecuencia de la crisis económica originada á
causa de haber cuatro días de fiestas casi seguidos en una sola semana.
Estas perturbaciones dejaron sin pan á los infelices que viven al dia, con
fondos de reserva, y la usura es la que ha ido ganando con esta multiplici-
dad de fiestas»10.
103
Lógicamente, hay que señalar que esta celebración de la Pasión, Muerte y Resu-
rrección de Nuestro Señor Jesucristo no era como la de hoy día, abierta y turística,
pese a presenciarse los primeros atisbos en noticias como ésta:
Málaga contaba con una Semana Santa íntima y provinciana, donde se mante-
nían vivas viejas prácticas heredadas del siglo anterior, como los tiros al aire el Sá-
bado de Gloria, la quema de bengalas al paso de los cortejos procesionales, el are-
nado de las calles por donde transitaban las cofradías y la participación de guardias
romanas en los desfiles, etc.13.
El cierre de la Semana Mayor no se podía sentir de otra manera que celebrando
la Resurrección de Cristo con grandes solemnidades religiosas en los diversos tem-
plos de la ciudad.
Así amanecía y daría sus primeros pasos la Málaga cofrade en el nuevo siglo.
104
que, afortunadamente, se halla la que se estudia en estas líneas, guardándose una
copia de los mismos en el Archivo de la Agrupación de Cofradías.
El hermano mayor de entonces, Juan Gutiérrez Bueno, presentaba un escrito en 1902
dirigido al gobernador civil Luis López Ballesteros, en el que acompañaba dos ejemplares
de los Estatutos por los que se regía la Cofradía desde 1853. Quiere decirse con ello que
los hermanos de la Soledad se guiaron por espacio de casi medio siglo por esas Constitu-
ciones. En el escrito de remisión se adjuntaban las Reglas manuscritas y, además, se de-
tallaba las identidades de los componentes de la junta de gobierno. Decía así:
105
Con esta noticia se aprecia el interés de los di-
rectivos por cumplir con las órdenes establecidas
por las autoridades competentes, aunque el estado
real de la Cofradía fuese preocupante, mantenién-
dose lo justo para la celebración de los cultos in-
ternos, auténtica meta de llegada en esos años.
Como se ve, la formación de la junta de oficia-
les era bien limitada, tan sólo constituida por cinco
miembros efectivos y dos vacantes por cubrir. En
total siete directivos. Estaba formada, entre otros,
por comerciantes y hombres de empresa como
Francisco Massó Torruella y Francisco Torres de
Navarra y Bourman, progenitor de un desconocido
Alberto Torres de Navarra Jiménez, personaje que,
con el devenir del tiempo, se convertiría en una
grandísima figura del procesionismo malagueño.
Fue el impulsor de la alicaída Hermandad de Nues-
tro Padre Jesús de «El Rico», desempeñado el car-
go de hermano mayor de la misma entre 1915 y
1922; y convirtiéndose en el cerebro de la creación
de la Agrupación de Cofradías en 1921, en la que
ostentó el puesto de vicepresidente bajo la direc-
ción de Antonio Baena Gómez, hermano mayor de
A lberto Torres de Navarra Jiménez. la Archicofradía y componente de la Congregación
[Archivo Cofradía de El Rico]
del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Nuestra
Señora de la Soledad16. Casi al final de su trayecto-
ria cofrade se convirtió también en hermano ma-
yor de la Cofradía de las Penas, una vez reorgani-
zada ésta tras la Guerra Civil17.
106
Soledad, Buena Muerte y M agdalena. [Colección familia Cabrera Bueno]
107
La Hermandad de Nuestra Señora de la Soledad de la iglesia de San Pedro fue cons-
tituida en 1900, teniendo como fin rendir culto y procesionar a una Dolorosa18.
La Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad de Viñeros, establecida en la parro-
quia de la Merced, organizaba un solemne septenario en la Cuaresma de 1901. Un
grupo de damas asociadas tenía encomendado el encargo de:
«(...) celebrar estos devotos cultos. Para darle aun mayor brillantez se ha
instalado la luz eléctrica, importante mejora que se debe á la citada cofradia,
que no omite sacrificios ni esfuerzos á fin de que el homenaje á su excelsa titu-
lar revista la magnificencia que su fervorosa devocion le inspira»19.
Esclavitud Dolorosa.
[Juan Miguel Salvador Morales]
108
«La señora Marquesa de Valle Um-
broso ha donado un manto y vestido
de terciopelo á la imagen de la Virgen
de los Dolores y Soledad en la Capilla
del Santo Sepulcro que hay en la Igle-
sia de San Agustin á cargo del Colegio
de Escribanos y Procuradores»22.
109
R icardo Gross Orueta. [Archivo Congregación de Mena]
110
1926. Nuestra Señora de la Soledad por la A lameda. [F. Sánchez. Archivo Agrupación de Cofradías]
111
la del Santo Sepulcro y la Virgen de la Soledad, la del Señor de Mena, sober-
bia escultura que hacía treinta y tres años, que no salía en procesión, la de Jesús
de la Puente y todas en fin. Desde el domingo de Ramos hasta el Viernes Santo,
ni un solo día dejaron de desfilar cofradías por las calles de la ciudad. La Sema-
na Santa será en Málaga notable, á la vuelta de muy pocos años»27.
Notas
1 La Unión Mercantil, Málaga, 30 de marzo 14 La Unión Mercantil, Málaga, 31 de marzo de
de 1901. 1902.
2 La Unión Mercantil, Málaga, 22 de febre- 15 AAC. Caja de la Congregación de Mena. Esta-
ro de 1901. tutos de 1853.
3 La Unión Mercantil, Málaga, 24 de marzo 16 CAMINO ROMERO, A., «Alberto Torres de Na-
de 1901. varra Jiménez. Una figura clave en el devenir
4 La Unión Mercantil, Málaga, 1 de febrero y histórico», La Semana Santa desconocida,
24 de marzo de 1901. Sur, Málaga, 4 de marzo de 2014.
17 CAMINO ROMERO, A., «Alberto Torres de Nava-
5 La Unión Mercantil, Málaga, 30 de marzo
rra Jiménez. Pieza clave en el regreso de la Her-
de 1901.
mandad en el año 1938», La Semana Santa des-
6 La Unión Mercantil, Málaga, 31 de marzo conocida, Sur, Málaga, 31 de marzo de 2014.
de 1901.
18 La Unión Mercantil, Málaga, 1 de abril de 1900.
7 Ídem.
19 La Unión Mercantil, Málaga, 22 de marzo de
8 La Unión Mercantil, Málaga, 28 de marzo 1901.
de 1901.
20 CAMINO ROMERO, A., «Peculiaridades de
9 Las cofradías fueron las siguientes: Columna la Hermandad de la Esclavitud Dolorosa de
y Dolores, del Carmen; Rico, de Santiago; Sol Málaga», Actas del Simposium de Religiosi-
dad, de San Pedro; y Sepulcro, de la Victoria. dad Popular en España, San Lorenzo del Es-
10 La Unión Mercantil, Málaga, 31 de marzo corial, 1997, pp. 83–98. La Unión Mercan-
de 1902. til, Málaga, 26 de marzo de 1901.
11 MATEO AVILÉS, E., de, «El mundo cofrade 21 La Unión Mercantil, Málaga, 20 de marzo
malagueño a principios del siglo XX. Ante- de 1901.
cedentes y orígenes de la Agrupación de Co- 22 La Unión Mercantil, Málaga, 28 de marzo
fradías», en FERNÁNDEZ BASURTE, F., (co- de 1902.
ord.), 75 años de la Agrupación de Cofra- 23 CAMINO ROMERO, A., Breve historia de un Cris-
días. 1921–1996. Estudio histórico sobre la to olvidado. Aproximación histórica a la Her-
Agrupación de Cofradías de Semana Santa mandad del Santo Cristo de Cabrilla, Agrupa-
de Málaga, Málaga, 1997. ción de Cofradías, Málaga, 2001, pp. 68–84.
12 La Unión Mercantil, Málaga, 12 de abril de 1908. 24 El Nuevo Diario, Málaga, 1 de enero de 1906.
13 PALOMO CRUZ, A. y CAMINO ROMERO, A., «Evo- 25 MATEO AVILÉS, E., de, «El mundo cofrade
caciones del pasado I», Gaceta del cofrade de malagueño a principios del siglo XX…».
Diario–16, Málaga, 27 de enero de 1995; PA- 26 MATEO AVILÉS, E., de, «LXXV Años de la Con-
LOMO CRUZ, A. y CAMINO ROMERO, A., «Evo- gregación de Mena…», pp. 11 y 12.
caciones del pasado II», Gaceta del cofrade de
Diario–16, Málaga, 3 de febrero de 1995. 27 La Unión Ilustrada, Málaga, 27 de abril de 1916.
112
Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Á nimas con una Dolorosa existente en Santo Domingo.
H acia 1918. [Archivo Congregación de Mena]
113
índice
presentación 5
saluda 7
capítulo 1
A lberto Jesús Palomo Cruz
capítulo 2
Susana Elena Rodríguez de Tembleque García
capítulo 3
A ndrés Camino Romero
capítulo 4
A ndrés Camino Romero
117
[Javier Cebreros]