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Detective de cadáveres

Saco largo color beige, camisa manga larga color blanco, tirantes ajustados que
sostenían los pantalones de vestir color negro, zapatos de charol color marrón y un
reloj de plata, que rondaba unos cuatro mil amedes de costo, y una placa que se
balanceaba cuando él caminaba; así solía vestir el detective más famoso de Punta
Blanca, una ciudad al norte del país. Era muy conocido entre los policías y
entidades privadas. Tenía, aproximadamente, docientos casos resueltos
exitosamente. Su verdadero nombre era todo un misterio, pero su sobrenombre más
famoso era, El Loco Lupa y en algunas ocasiones lo llamaban Detective Bermúdez.

Bermúdez era un hombre al que le importaba poco o nada el bienestar de la


gente que lo rodeaba, tampoco tenía esposa. Él era un hombre temerario y de vez
en cuando se adentraba en el mar para que pueda pescar. Era muy callado y nunca
lo vieron sonreír de manera honesta, apenas enseñaba los dientes cuando
escuchaba algo gracioso. Tenía una mirada intimidante que hacía que cualquier
persona se sintiera menos que él. Siempre andaba fumando su puro avainillado y en
algunas ocasiones, un cigarrillo de canela.

—¿Cómo sabes de él? ¿Acaso gracias a él estás en este lugar? —preguntó Ismael,
un paciente con problemas mentales.

—No, Ismael, es una historia muy conocida en la ciudad —respondió Omar.

—Pues tan conocida no es, ni siquiera he escuchado sobre él. —dijo Ismael,
mientras movía su cabeza —. Sigue con tu historia.

Bermúdez tenía un mejor amigo, se podría decir que se conocían desde que
ambos tenían uso de razón. No se separaban casi nunca. Pasaron juntos toda su
niñez, juventud y adultez. Cabanillas, ese era el nombre de su mejor amigo,
recordaba con firmeza que iban al mismo colegio y, ambos, decidieron entrar a la
academia de policías.

Una vez dentro de la academia, ambos eran los mejores de su clase. Hubo
una ocasión en la que ellos dos se pelearon a puño limpio. En esa pelea, Cabanillas
llegó a quebrar sus nudillos en la cara de Bermúdez, pero él no salió lastimado. Los
nudillos de Cabanillas sangraban y Bermúdez solo reía viéndole como sufría.
Después de eso, decidieron nunca más pelear ni separarse, Cabanillas le ayudaba,
en sus cosas, personales a Bermúdez y Bermúdez, en las cosas profesionales de
Cabanillas. Bermúdez tenía una hija, aunque nunca supieron si era de él o de
Cabanillas, porque eran como hermanos y solían compartir hasta las mujeres.

—¡Oh! Se ve que eran grandes amigos ¿Ellos se separaron o aún siguen juntos?

—No lo sé, Ismael. Algunos dicen que murieron, otros que, se fueron del país y
otros que desaparecieron como por arte de magia.

—Me gustan tus historias, Omar, me llenan de alegría y me distraen mucho. Pero,
no sé si sean verdad —exclamó Ismael, mientras daba vuelta su silla de ruedas —.
Estamos en un loquero ¿Por qué debería creerte?

—Si te contase como ellos resolvieron el caso del asesinato del alcalde ¿Me
creerías? Tal vez al final, te diga lo que pasó con ellos dos —Omar, cogió la silla de
ruedas de Ismael.

—Tendré que escuchar y veré si es cierto —respondió Ismael, mientras regresaba a


su lugar inicial —. Pero no te aseguro que te creeré. En el tiempo que te conozco,
he notado que tienes una mente muy imaginativa. Aparte, estoy notando que ese tal
detective Bermúdez es muy arrogante y yo detesto a las personas así.

—Te contaré cómo es que resolvieron el caso del alcalde Peláez, pero antes tienes
que saber una cosa de él.

Desde muy pequeño, Bermúdez tenía una habilidad, aunque él siempre lo


veía como algo terrorífico. Cabanillas solía decir que, Bermúdez, ya había nacido
con eso y, por eso, siempre lo veían como el raro de su círculo social. Bermúdez no
tenía muchos amigos y los únicos con los que hablaba eran los muertos, no con los
espíritus, ni con los fantasmas, con el cadáver en sí. Él iba hacia el cadáver y
entablaba una conversación normal, como si de una persona viva se tratase. No
tenía miedo, siempre repetía que ellos eran sus amigos. Era de esa forma como es
que resolvieron todos los casos que les asignaban.
—¿Cómo es posible que una persona hable con un cadáver? Eso es totalmente
irracional —dijo Ismael, mientras volvía a voltear su silla de ruedas.

—Te estoy diciendo la verdad, Ismael, no tengo por qué engañarte. Eso es lo que a
mí me contaron y yo no cuestioné si era verdad o no. Solo es una historia.

—Está bien, está bien, te escucharé. No tengo nada mejor que hacer —dijo Ismael,
con voz inquietante —Pero primero cuéntame cómo es que él descubrió que podía
hablar con los cadáveres.

Muchos dicen que lo descubrió con la muerte de su padre, aunque la


verdadera historia nunca se supo. El padre de Bermúdez, era policía y en el día de
“Trae a tu hijo al trabajo” llevó a Bermúdez. Bermúdez, para ese entonces, tenía
ocho años. El padre recibió un llamado de la estación central, era un robo a mano
armada en Coffe Station, la cafetería más famosa de la ciudad, a ella iban las
personas más influyentes y alguna que otra celebridad que iba de visita a Punta
Blanca. Su padre, una vez recibido el llamado, tomó el volante de su patrulla y, junto
a Bermúdez, fueron hacia la cafetería. Cuando su padre bajó del auto, recibió un
disparo en la cabeza, matándolo al instante; Bermúdez, en medio de la
desesperación, cogió la cabeza y la mano de su padre y de inmediato sintió un
choque eléctrico que paralizó su cuerpo, pudiendo comunicarse con su padre.
Desde ese momento, Bermúdez solo se dedicó a perfeccionar su técnica
practicando con algún que otro animal muerto que encontraba en el bosque.

—Es que es algo de no creer ¡Es algo imposible! —dijo Ismael con voz de asombro
—. Sigue contándome cómo es que resolvió el caso del asesinato del alcalde.

El 23 de febrero del año 2000, el alcalde Peláez se encontraba en su casa,


cenando con su familia. Era un alcalde muy sencillo, pero atorrante. Parte de los
ciudadanos lo querían y parte, lo odiaban. Muchos decían que había pagado para
que las cédulas de votación sean alteradas y, así, pueda ser elegido como el
alcalde. No puedo negar que las obras que hacía por la ciudad eran muy buenas.

—Recuerdo esas épocas, Peláez llegó a la presidencia de forma ilegal. Los rumores
decían que había pagado a la gente para que votaran por él. Sus obras eran
buenas, pero era muy desagradecido con los ciudadanos —dijo Ismael.
—Sí sí, Ismael, pero no me vuelvas a interrumpir, le quitas lo interesante a la
historia, haces que mi memoria se altere y no pueda recordar con claridad —dijo
Omar, mientras le daba unas palmadas en la rodilla a Ismael.

—Bueno, sigue con la historia — dijo Ismael, con una voz incómoda.

Bermúdez se encontraba en la casa de Cabanillas, estaban viendo el partido


y de pronto Cabanillas recibió una llamada, era el coronel de la policía, se le
escuchaba desesperado y con la voz quebrada dijo:

—Cabanillas, el alcalde ha sido asesinado. Le metieron un disparo por la cabeza. Te


necesitamos para que cubras este caso.

—¿Cómo es posible que el presidente, con toda la seguridad que tiene, sea
asesinado en su propia casa? Ya nadie está a salvo de una tragedia —repetía la
población, mientras la noticia se propagaba rápidamente.

Cuando Cabanillas y Bermúdez fueron a la escena del crimen, el cadáver ya


no se encontraba, se lo habían llevado a la morgue. El lugar estaba totalmente
desordenado y con muchas cosas rotas; la mesa, partida en dos; los focos,
reventados y los platos, partidos en miles de pedazos.

—¿Dónde está la familia? —se preguntó Cabanillas.

La casa era todo un desastre. Desde que entrabas el olor a plomo, alcohol y
a sangre te inundaba las narices, hasta revolverte las tripas e hincharte los ojos. Los
agentes policiales daban vueltas y vueltas, no sabían qué hacer. Cabanillas y
Bermúdez empezaron a hacer los análisis correspondientes. Ellos inspeccionaron
los tipos de bala, cuantos casquillos habían tirados, algo así,como para que puedan
tener la base para su investigación.

Bermúdez decidió iniciar la investigación a fondo; él subió al carro de


Cabanillas y juntos decidieron ir a la morgue. Bermúdez tenía que utilizar su
habilidad para resolver el caso lo antes posible, pues, el coronel solo le había dado
ocho horas como máximo.
Las sirenas ensordecían las calles por completo, los helicópteros parecían
truenos en lo alto del cielo y los barcos como pequeños monstruos que, juntos, iban
a cerrar la ciudad para evitar que el o los asesinos escapen. La metrópolis se pintó
de rojo y azul, nadie podía estar en las calles, todos los negocios cerraron y hasta
los indigentes se refugiaron bajo el puente. De un segundo a otro, se convirtió en
una ciudad fantasma.

Eran las dos de la madrugada y la ciudad estaba atormentada sabiendo que


uno o más asesinos estaban sueltos por las calles. Los ciudadanos estaban
expuestos a cualquier peligro y que el o los asesinos, los agarren de rehenes para
que puedan salir de la ciudad.

Bermúdez y Cabanillas se encontraban en la morgue, tenían que llenar el


papeleo correspondiente para que el encargado les pueda mostrar el cadáver del
alcalde, ya que era una morgue privada, sin fines de lucro, pero, ellos decidieron
usar el camino fácil. Bermúdez sacó su Desert eagle de color dorado, en ella tenía
grabado, con color negro y en la empuñadura, su nombre y solo la sacaba para
“momentos de apuro”.

—¡Necesito que me muestres el cadáver ahora! —dijo Bermúdez con voz fuerte,
mientras le apuntaba con su arma y le enseñaba su placa de detective al encargado
de la morgue.

El encargado inclinó la cabeza y dijo «No puedo hacer eso señor Bermúdez, sé que
usted es un detective muy importante en esta ciudad, pero no quiero perder mi
trabajo. Lo siento»

—Ya vamos, Bermúdez —dijo Cabanillas, mientras le jaloneaba del brazo —. No


queremos que el chico pierda el trabajo, iremos a conseguir una orden, todavía hay
tiempo suficiente.

—¿Tiempo? El asesino está ahí afuera y, tal vez, es capaz de matar a alguien más,
y tú me estás diciendo que hay tiempo. Por favor, Cabanillas, no seas tan ingenuo.

—Haz lo que quieras —Cabanillas se apartó de ellos dos.


—Mira muchachito insolente, dices que no quieres perder tu trabajo, pero perderás
hasta la vida si no me enseñas el cadáver ahora mismo.

—Está bien, se lo mostraré —respondió el encargado, mientras temblaba y cogía


las llaves para abrir el gabinete donde estaba el cadáver.

Bermúdez y el encargado se dirigían hacia el cadáver. Ell encargado era un


chico muy tímido y nunca lo habían apuntado con un arma. Bermúdez, en su lugar,
se estaba preparando mentalmente para poder hablar con el cadáver del alcalde. En
los últimos meses, ya no podía hacerlo con normalidad, es como si ese “poder” se
hubiera debilitado.

Cada vez que Bermúdez hacía eso, se debilitaba y su forma de recuperarse


era fumando un cigarrillo o tomando un poco de cerveza. Pero en esa ocasión, sus
cigarrillos se le habían acabado y no se sentía seguro de hacerlo o simplemente
inspeccionar un poco el cuerpo.

—Cabanillas ¿Traes contigo algunos cigarrillos? —preguntó Bermúdez mientras


sacaba su linterna y una lupa.

—No, sabes que yo no fumo.

—Yo creo que tengo un par por aquí guardados, señor Bermúdez ¿Cree que le
sirva? —dijo el encargado mientras rebuscaba entre los cajones de su escritorio.

—Sí, no importa, solo necesito uno —respondió Bermúez, mientras se sacaba el


saco y se arremangaba las mangas de la camisa.

Bermúdez tocó, con una mano, la cabeza del alcalde y con la otra, su mano.
Esa era su forma de entrar en ese trance de comunicación con los cadáveres.
Nunca fue sencillo para él, pero de una forma u otra, lo disfrutaba. Era como una
droga, se había vuelto adicto a hacer eso.

Bermúdez entró en trance, comenzó a sentir esa electricidad, ese frío que,
poco a poco, invadía su cuerpo de una forma única. El ambiente se tornaba triste y
callado; Cabanillas tenía miedo, a él no le gustaba del todo que Bermúdez hiciera
eso, ya que siempre que lo hacía adoptaba ciertos comportamientos del cadáver.
—Buenas noches señor alcalde, soy Bermúdez.

—¿Bermúdez? ¿Cómo es que estamos hablando? ¡Soy un muerto!

—Digamos que es una larga historia y no hay tenemos mucho tiempo para
explicárselo. Necesito que me de toda la información necesaria de su muerte. Con
quienes estuvo, que estaban comiendo y lo último que recuerda.

El alcalde no podía entender lo que estaba pasando, pero, aún así, decidió
confiar en Bermúdez.

—Estaba con mi familia, estábamos en una cena junto con mi esposa, mis dos hijos,
mi cuñado y mis suegros... Mis guardaespaldas estaban en todas las esquinas del
comedor, de pronto uno de ellos recibió un disparo en el pecho y cayó al suelo, el
resto de mis salvaguardias vinieron a mi posición y me escoltaron hacia el cuarto de
seguridad que está atrás de mi oficina, a mi familia la llevaron al segundo piso, en
donde tengo otro cuarto de seguridad pero no tan secreto con en el que estaba yo.
Mi cuñado no se movió, ni se inmutó. Cuando uno de mis guardaespaldas cayó al
suelo, simplemente sonrió y tomó la copa de champán que estaba tomando.

—¿Luego de eso qué pasó? El cuarto de seguridad en donde usted se encontraba,


estaba vacío y limpio.

—Sí sí, fuí al comedor a traer mi celular, necesitaba llamarlos a ustedes para que
vinieran lo más antes posible. Fue ahí cuando vi a mi cuñado hablando con un chico
que tenía la cara tapada y poseía una UMP. Al parecer estos chicos querían
matarnos. Mi cuñado llegó a verme en el reflejo de la lámpara de cristales, se dió la
vuelta y disparó. Mi cuerpo fue derribado y a lo lejos escuche la voz de mi cuñado
diciendo «Trabajo terminado muchachos, regresen a sus hogares». Siempre he
creído que ese horrible ser quiere ocupar mi puesto en la alcaldía y supongo que
ahora, que he muerto, por fin lo tendrá.

—No se preocupe señor alcalde, no sucederá eso. No tenemos mucho tiempo, debo
irme —. dijo Bermúdez mientras regresaba a su estado normal —Gracias por su
colaboración.
Bermúdez regresó a su estado normal y encendió el cigarrillo mientras
anotaba los puntos más importantes que había rescatado de la conversación con el
alcalde.

—¿El resto también puede escuchar lo que el cadáver dice? —le preguntó Ismael a
Omar.

—No, sólo escuchaban a Bermúdez hablar.

Una vez que Bermúdez había terminado de fumar el cigarrillo y de apuntar


en su libreta, volvió a subir al carro de Cabanillas y, juntos, se dirigieron hacia la
casa del cuñado del alcalde. En el camino, Bermúdez le iba contando todo lo que el
alcalde le había dicho, Cabanillas no lo podía creer, él creía que el cuñado del
alcalde era el último hombre que se atrevería a hacer algo así.

—¿Ves cómo las personas más cercanas a ti, llegan a traicionarte? —dijo
Bermúdez mientras conducía de manera furiosa —. Quién creería que el inocente
de Manuel asesinaría al presidente. Tan tímido que se le veía.

—Nadie está a salvo ,Bermúdez, la persona menos pensada es la que te puede


hacer más daño.

Bermúdez y Cabanillas llegaron a la casa de Manuel y junto a ellos, once


patrulleros más. Estaban armados hasta por los dientes. Portaban AK-47, MP5, HK-
417 y TAC-50; como si de un video juego se tratase. Bermúdez se estacionó frente
a la casa de Manuel y se preparó para lo que fuese que estuviera por pasar.

—Cabanillas ¿Bajarás?

—No, Bermúdez, sabes que soy pesimo con las armas, lo mío es el papeleo —
respondió Cabanillas, mientras veía los apuntes en la libreta de Bermúdez —. Ve
con cuidado y deja el auto prendido.

Bermúdez bajó, sacó su arma y al megáfono exclamó «Manuel Tortosa, está


bajo arresto por ser participe del asesinato del alcalde Peláez. Toda su casa está
rodeada y todo lo que diga será usado en su contra. Por favor, salga con las manos
donde las pueda ver»
En ese momento se desató una inmensa balacera. Cinco personas salieron
por la azotea de la casa de Manuel y dispararon a sangre fría, haciendo que los
policías más expuestos cayeran. Bermúdez se metió en el auto de Cabanillas y por
primera vez, en su vida profesional, sintió miedo. Cabanillas no se sentía seguro,
jamás había estado en medio de una balacera.

—¡Joder Cabanillas, haz algo! No te quedes ahí agachado como un gran imbécil.
Saca tu radio y llama refuerzos, si no terminaremos más fríos que el alcalde.

—¡No puedo! Sabes que no estoy hecho para esto. Tú fuiste el que me metiste aquí,
en esta profesión. Yo solo quería ser un simple policía que recibiera sobornos
cuando las personas no tuvieran sus papeles en regla. Pero tú, me insististe en ser
un detective. ¡Ahora tú sacarás la maldita radio, llamarás a los refuerzos y salvarás
mi miserable vida!

—Aquí el detective Bermúdez, solicito refuerzos en la casa del doctor Manuel


Tortosa. Estamos siendo atacados a mano armada y hay varias bajas.

Pasaron cinco minutos y los refuerzos llegaron, dos helicópteros, tres


camionetas blindadas y seis autos más; todos con equipo táctico , los cuales,
estaban bien entrenados para una situación así.

Los disparos llovían y la noticia había inundado la ciudad. Nadie podía creer
que uno de los mejores abogados mataría al presidente. La relación entre el doctor
Tortosa y el alcalde Peláez, siempre fue distante y no muy llevadera. Muchos decían
que el doctor le quería arrebatar el puesto de alcalde, pero que era muy tímido para
que se atreva a hacerlo.

Bermúdez, en medio de su miedo, se armó de valor y salió del auto con su


Dessert eagle en lo alto y recargada; empezó a disparar a diestra y siniestra sin
importar que, tal vez, podría perder la vida. Bermúdez recibió dieciséis disparos a lo
largo de su cuerpo, cinco en la cabeza, siete en el pecho y cuatro en las piernas.
Perdió la vida al instante. Cabanillas también recibió un par de disparos, pero él sí
se logró salvar.
—¿Qué pasó con él? ¿Con Cabanillas? —le preguntó Ismael a Omar, mientras la
duda se expandía en todo su corazón.

—Señor Omar ¿Otra vez con la historia del detective Bermúdez? —dijo la enfermera
del hospital psiquiátrico mientras le cubría las piernas a Omar con una manta —.
Recuerde que gracias a esa historia, usted está acá.

—Señorita, ya le dije que es la historia de mi vida, yo resolví ese caso.

—Señor Ismael ¿Quisiera saber el nombre completo del señor Omar?

—Claro que sí señorita Lilian.

—Su nombre completo es Omar Bermúdez Cabanillas. Siempre cuenta esa historia
en la que dice que un detective puede hablar con los cadáveres, pero no es verdad.
Esa historia le ha causado muchos problemas y sus familiares decidieron internarlo
en este hospital, porque él cree que es un detective y puede hablar con los muertos.
Espero no le haya creído.

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