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Cuentan que hubo en El Cairo un hombre poseedor de riquezas, pero tan generoso y
liberal que todas las perdió, menos la casa de su su padre, y que se vio forzado a trabajar
para ganarse el pan. Trabajó tanto que el sueño lo rindió debajo de una higuera de su
jardín y vio en el sueño a un desconocido que le dijo:
Había, junto a la mezquita, una casa, y una pandilla de ladrones atravesó la mezquita y se
metió en la casa, y las personas que dormían se despertaron gritando y pidieron socorro.
Los vecinos también gritaron, hasta que el capitán de la guardia de aquel distrito acudió
con sus hombres y los bandoleros huyeron por la azotea. El capitán hizo registrar la
mezquita y en ella dieron con el hombre de El Cairo y lo llevaron a la cárcel. El juez le hizo
comparecer y le dijo:
El hombre declaró:
El juez le preguntó:
-Un hombre me ordenó en un sueño que viniera a Ispahab porque ahí estaba mi fortuan.
Ya estoy en Ispahan y veo que la fortuna que me prometió ha de ser esta cárcel.
-Hombre desatinado-le dijo-, tres veces he soñado con una casa en la ciudad de El Cairo,
en cuyo fondo hay un jardín, y en el jardín un reloj de sol y después del reloj de sol una
higuera, y bajo la higuera un tesoro. No he dado el menor crédito a esa mentira. Tú, sin
embargo, has errado de ciudad en ciudad, bajo la sola fe de tu sueño. Que no vuelva a
verte en Ispahan. Toma estas monedas y vete.
El hombre las tomó y regresó a la patria. Debajo de la higuera de su casa (que era la del
sueño del juez) desenterró el tesoro.
El secreto de Anita
Los ojos de Anita eran por demás bellos. Nunca, jamás pasaban desapercibidos. Eran
grandes, color miel y particularmente expresivos. Ése era el rasgo que más sobresalía en
la niña puesto que Anita veía muy poco, apenas sombras difusas.
Nadie entendía cómo viendo casi nada la pequeña tenía ojos tan pero tan expresivos,
parecía que Anita le ponía color a esas sombras que la acompañaban. Así era sin dudas.
La niña parecía mirar, cosa que podría parecer imposible y más aún, parecía que
observaba. Nadie entendía su secreto.
Conocía a las personas por dentro y por fuera, como si las viese. Apreciaba los paisajes,
algo que a todos dejaba con la boca abierta. Cierto es que no hace falta ver para sentir el
calor del sol, el aire en el rostro, la lluvia que cae, pero la pequeña hacía más que percibir
una sensación o escuchar un sonido, Anita veía nítidamente aún sin ver casi.
En el pueblo mucho se hablaba de la niña que siendo casi ciega, tenía los ojos más
expresivos y bellos que se hubiesen visto. Todos comentaban su mirada alegre y atenta,
cosa que sorprendía porque para quien casi no puede ver, “mirar” es algo imposible, pero
Anita miraba y miraba de un modo muy especial.
Mucho se hablaba y se fabulaba. Decían Anita tenía poderes, que estaba hechizada, que
no era de este planeta. Para muchas personas era más sencillo hablar de aquello que no
entendían que intentar comprender, acercase a lo que era diferente, interesarse de un
modo amoroso y no con la avidez del chisme.
Anita lo sabía y no le importaba, ella seguía mirando la vida con esos ojitos que a todos
intrigaban.
Un día, un niño decidió que quería saber por él mismo cuál era el secreto de la pequeña,
que no se dejaría llevar por las habladurías del pueblo. Los niños suelen ser más sabios
que los adultos.
Buscó a Anita y le preguntó entonces cuál era ese secreto del que todo el pueblo hablaba.
La niña sonrió y mirándolo así como sólo Anita sabía mirar le dijo:
-Pues bien, no es difícil de entender realmente ¿Sabes cómo y con qué miro?
-Miro con el corazón, escucho atentamente, presto atención a cada detalle, cada tono de
voz, así logro realmente conocer a las personas.
-Te equivocas-respondió Anita- el corazón ve mucho más de lo que crees, porque sólo
con el corazón se conoce de verdad, se entiende y se comprende. No hay ningún secreto
extraño y menos aún algún poder sobrenatural.
El pequeño comenzó a entender, sobre todo cuando Anita tomó su mano y sintió su calor.
Así era, el niño estaba sonriendo y sin sorprenderse esta vez pues había comprendido
que sólo con el corazón se mira al otro y se lo conoce de verdad.
Fin