Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
1
¡Esos chicos pierden el tiempo! (1935)
—No, señor, lo que ocurre es que usted quiere que su hija sea educada
en la escuela del rigor, a la que usted asistía mas por obligación que por
cariño; venga usted y presencie la fiesta, puede ser que cambie de
opinión.
Y ahí estaba instalado en una silla del Teatro Infantil, un poco incómodo
por la algazara de los chicos y la expresión sonriente de algunas madres.
Observé la actitud del padre, hasta entonces rígida y fría. Poco a poco
fue modificando su expresión, lo miré recogerse en la silla, inclinar un
poco la cabeza, pasar repetidas veces la mano por su mentón áspero,
hasta que al final aplaudió con los chicos confundiendo su alegría nueva
con la alegría de los pequeños.
Cuando salió del salón quiso volver a su actitud primera, pero no tuvo
tiempo. Ahí estaba frente a él su hijita, satisfecha, sonriente, esperando
del papá la palabra buena, que no tardó en llegar.
Fragmento de "Escuela serena. Apuntes de una maestra", en Olga y
Leticia Cossettini, Obras completas, Santa Fe, AMSAFE, 2001, citado en
2
el libro Relatos de escuela, de Pablo Pineau (compilador), Buenos Aires,
Paidós, 2005.
3
Yo quería chicos de pelo bien corto y niñas de trenzas hechas y
deshechas todos los días (1998)
Ese primer día, los chicos entraron a clase y yo salí de la escuela. Busqué
una peluquería, me acuerdo perfectamente de que el dueño se llamaba
don Miguel y le pedí que con todos sus útiles de trabajo me acompañara
a la escuela, que yo me hacía cargo de la mañana que se iba a perder
allí. En el segundo recreo, cuando los chicos estaban todos en el patio,
empecé a elegirlos uno por uno. Los hice formar a un costado y esperé
que tocara la campana y los demás entraran a las aulas. No me acuerdo
qué les dije a las maestras. Era un día radiante. Le expliqué al peluquero
que quería que les cortara el pelo a todos los chicos que habían quedado
en el patio, que el trabajo se hacía bajo mi responsabilidad y que se lo
iba a pagar yo misma.
Nunca más tuve que llevar a don Miguel al patio. Los rapaditos les
enseñaron a los demás que era más cómodo y más despejado tener el
pelo cortísimo. Cuando lo conté en mi casa, durante el almuerzo, un
hermano mío, que ya era abogado, me dijo: "Sos una audaz. Te podés
meter en un lío. Esas cosas no se hacen". Pero ni esas madres ni esos
chicos sabían nada de higiene y la escuela era el único lugar donde
podían aprender algo. Un patio lleno de mechones rubios y morochos es
una lección práctica.
5
Para que -les decía ella- no los engañaran cuando les llegara la
hora de cobrar un sueldo (2000)
Andrés Rivera*
Ella aprendió, a su vez, que los chicos crecían entre piedras, llanura,
vientos y resignación, y que olvidarían los precarios trazos que
escribieron en la pizarra y en el papel.
6
Ella los miraba bajar el cerro, camino a sus casas, en el crepúsculo de
cada día.