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Frankenstein educador,
que ha sido inspirado por la obra de Mary Shelley y está influenciado también por el
pensamiento de Arendt. Este texto puede considerarse una provocación del autor, en cuanto
arremete contra toda pedagogía que se precie de “fabricar” un sujeto, interpela el “abandono”
desde la mirada del pedagogo.
Meirieu nos habla a los educadores y analiza lo que puede suceder cuando alguien que llega
al mundo ( “...un ser que nos ha nacido”) no tiene quien lo inscriba. Frankenstein educador es
un alegato contra la des-responsabilización de los educadores con las generaciones
venideras:
Hay cosas evidentes que, curiosamente, se olvidan pronto. Para empezar, que el
hombre no está presente en su propio origen. Que nadie puede darse la vida a sí
mismo aunque adquiera, o crea adquirir, progresivamente la capacidad de dirigirla
por su cuenta y de conservarla cuanto más tiempo mejor. Nadie puede darse la vida
a sí mismo, y nadie puede, tampoco, darse su propia identidad. No elegimos cómo
nos llamamos: eso, por una parte, lo heredamos, y por otra parte nos es impuesto por
los padres. Nuestra opinión no cuenta. (…) hemos de admitir que somos introducidos
en el mundo por adultos que hacen, como se dice, «las presentaciones»: «Aquí, mi
hijo. Se llama Jaime, o Ahmed. Hijo mío, aquí el mundo, y no sé en realidad cómo se
llama: Francia o Europa, el Caribe o el Islam, la televisión o los Derechos Humanos.
(...) ese mundo existe; formamos parte de él, más o menos, pero ahí está. Ya estaba
ahí antes que tú, con sus valores, su lenguaje, sus costumbres, sus ritos, sus alegrías
y sus sufrimientos, y también con sus contradicciones. Ese mundo, por supuesto, no
lo conozco del todo. Por supuesto, no todos sus aspectos me parecen bien. Pero ahí
está, y yo formo parte de él. Formo parte de él, y debo introducirte en él … (Meirieu,
1998, p. 21).
Tan simple como vital : que alguien nos reciba, nos sitúe, nos cuente de dónde venimos, hacia
dónde hemos nacido; nos ayude en los inicios de ese proceso de constitución de subjetividad
a ir re-conociéndonos, diciendo quiénes somos, para luego poder elegir quiénes queremos
ser. ¿Y si ello no ocurre? ¿Si nadie está ahí para recibirnos?
Si no aparece alguien que nos transmita las palabras con las que poder decir, alguien que
tienda la mano y nos sostenga en los momentos en que aprendemos a caminar, caeríamos.
Meirieu (1998) sale del mito y analiza el tiempo presente: