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25/02/13 Antología de poetas latinoamericanas

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Antología de poetas
Antología de poetas
latinoamericanas
Mis aficiones
latinoamericanas
Los contenidos de las secciones que integran esta obra han sido elaborados por:
Prof. Marisa Martínez Pérsico

¿POETAS O POETISAS?

Comencemos por el título. Al leerlo, más de uno se habrá preguntado: ¿Por qué
“poetas” en v ez de “poetisas”, si se trata de poesía escrita por mujeres? Si la
palabra “poetisa” es el sustantiv o femenino correspondiente al masculino “poeta”
que figura en el diccionario... ¿Por qué no usarlo?
Bueno, ése es un punto central en el debate que les proponemos en este libro: la
may oría de los poemas seleccionados reiv indica la igualdad –o rev ela la
desigualdad– del mundo femenino en una sociedad históricamente dominada por
el sex o fuerte.
El lenguaje nunca es inocente; carga con connotaciones deriv adas del uso
histórico de las palabras, de las posiciones de poder dentro de las sociedades... Y
estas diez poetas transmiten en sus obras la necesidad de legitimar un lugar
propio, con v oz y v oto, con la misma v alidez que el de ellos, con acceso a los
mismos priv ilegios que durante siglos les fueron negados.
Hombres amados, hombres pequeñitos, hombres ingratos, hombres ideales...
para ellas, no se trata de disputarles el lugar sino de compartir un mismo
horizonte. V eremos cómo cada una persigue este ideal, con la militancia de su
v ida y de su obra.
V olv iendo al dilema de cuál es el v ocablo correcto –si poeta o poetisa– diremos
que la normativ a del español actual permite la utilización de ambas opciones.
Ambas son correctas. Tenemos un ejemplo incorporado en el habla cotidiana: la
palabra artista, utilizada indistintamente para el hombre o la mujer. Decimos “la
artista plástica” tanto como “el artista ofreció una conferencia”. Entonces ¿por
qué conserv ar la distinción del sufijo –isa para la activ idad literaria femenina?
Parece un matiz despectiv o, que desjerarquiza la poesía de la mujer al incluirla en
una especie de subgénero literario.

LAS "SIN V OZ" RECUPERAN LA PALABRA

La historia de la mujer en Latinoamérica, desde los días de la Conquista hasta los


albores del siglo XXI, es una historia de sumisión y de liberación.
A comienzos del siglo XX se produjeron cambios importantes: no sólo se
fortaleció la lucha por sus derechos civ iles en todo el mundo; también se le
presentaron nuev as posibilidades en el terreno educativ o y laboral. El derecho al
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presentaron nuev as posibilidades en el terreno educativ o y laboral. El derecho al
v oto, el acceso irrestricto a las univ ersidades y la promulgación de la ley de
div orcio fueron el resultado de la persev erancia de muchas mujeres que
manifestaron su derecho a la dignidad.
Pero además de la militancia política, otro reto se dio en el ámbito de la cultura.
La participación femenina en la v ida contemporánea de América se tradujo de
manera notoria en la literatura. Desde las primeras décadas del siglo XX, poetas
como la chilena Gabriela Mistral, las uruguay as Juana de Ibarbourou y Delmira
Agustini o la argentina Alfonsina Storni, entre otras, renov aron el punto de v ista
de lo femenino en una sociedad paternalista. Ex isten antecedentes ineludibles,
como Juana de Asbaje –más conocida como Sor Juana Inés de la Cruz– y otros
casos paradigmáticos que iremos repasando página a página.

LA DÉCIMA MUSA

La máx ima transgresión de sor Juana fue su av idez por saber. El mundo del
conocimiento era, por entonces, un ámbito reserv ado a los hombres, v edado a
cualquier mujer perteneciente a la sociedad v irreinal mex icana del siglo XV II.
Para entrar a ese “mundo prohibido”, la pequeña Juana apeló a v arios recursos,
muchas v eces sin éx ito: solicitar a la maestra de su hermana que le enseñara a leer
sin permiso materno, hojear libros a escondidas en la biblioteca de su abuelo,
rogar clases de latín y pedir que la dejaran ir a la univ ersidad v estida de v arón...
Y a adolescente, Juana debía respetar el imperativ o social: casarse. Eso significaba
tener que dedicar su v ida a la maternidad y a las labores domésticas... Pero había
otra opción: la v ida religiosa, que le permitiría acceder al estudio. El conv ento
fue, para ella, una escuela donde aprender filosofía, literatura, historia, física y
astronomía...
Para sus contemporáneos, su libertad de pensamiento unida al talento poético era
un cóctel difícil de digerir en una mujer. El arzobispo de la ciudad de Puebla –
amparado bajo el seudónimo sor Filotea de la Cruz– publicó una reprimenda
donde recomendaba a sor Juana que guardara silencio en los temas de la Iglesia y
se dedicara ex clusiv amente a la v ida religiosa, sin alimentar ningún tipo de
curiosidad intelectual. Pero la inquieta monja le retrucó el escrito defendiéndose
de las acusaciones: así nace su autobiográfica Respuesta a sor Filotea de la Cruz.
En ella reclama el derecho a la educación femenina, tanto en las letras profanas
como en las sagradas, y se queja de que tales saberes sean elogiados en un hombre
pero despierten recelo y desconfianza en una mujer. Este reproche lo reitera en
coplas populares, como en su V illancico de Santa Catarina, donde ex presa:

Estudia, arguy e y enseña


Y es de la Iglesia serv icio,
Que no la quiere ignorante
El que racional la hizo.

Su compatriota Octav io Paz, tres siglos más tarde, se refirió a sor Juana de la
siguiente manera: ¿cómo no lamentarse por la suerte de una mujer que estuv o por
encima de su sociedad y de su cultura?

ROMPIENDO ESQUEMAS

En 1 969, el escritor Francisco Luis Bernárdez escribió, en una nota del diario
Clarín, que “decir mujer, hace medio siglo, era en Buenos Aires como decir cosa
más o menos ornamental: linda estatua de carne, mueble de fina caoba, ex quisitez
suplementaria, bella e inútil cornisa del edificio social”. Alfonsina Storni fue de las
que contradijeron ese estereotipo.
Con casi v einte años, a punto de ser madre soltera, se radicó sola en Buenos Aires
para tener a su hijo Alejandro, en 1 91 2. Luego de cumplir v arios oficios para
poder sobrev iv ir, en 1 91 9 obtuv o una sección fija en la rev ista La Nota y en el
diario La Nación, donde escribió sobre el lugar que las mujeres merecían en la
sociedad: “Llegará un día en que las mujeres se atrev an a rev elar su interior; este
día la moral sufrirá un v uelco; las costumbres cambiarán”. En sus columnas
periodísticas ironizó sobre el comportamiento de las mujeres huecas; por
ejemplo, en Diario de una niña inútil describió las v idas aburridas y superficiales
de las damas-caza-nov ios. Impulsó el derecho al v oto femenino –que las ley es
argentinas aprobaron recién en el año 1 946– y cuestionó las rígidas tradiciones
que les impedían elegir un rumbo distinto al del matrimonio. En sus artículos
adopta un periodismo combativ o: asegura que para cambiar la situación de las
mujeres es imprescindible romper con los tópicos, los arquetipos, los lugares
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mujeres es imprescindible romper con los tópicos, los arquetipos, los lugares
comunes que la sociedad patriarcal espera de ellas. Para lograrlo, trata de
persuadir a las lectoras para que demuestren ser personas que deliberan por sí
mismas sobre el camino a seguir.
Estas ideas, en la década del ´20 y en Latinoamérica, resultaban v erdaderamente
innov adoras. Las mujeres de la época se div idían en dos grupos: las que
admiraban la actitud libre y desprejuiciada de Alfonsina, y las que la consideraban
peligrosa.
Gracias a su empeño, con sólo 30 años la poeta se conv irtió en una profesional de
prestigio en el mundo intelectual porteño, históricamente dominado por
hombres. Fue miembro activ o de las reuniones del grupo Anaconda, encabezadas
por Horacio Quiroga; participó en las tertulias artísticas organizadas por Benito
Quinquela Martín en el café Tortoni y en las del grupo Signo, donde conoció a
Federico García Lorca.
En sus tex tos literarios, las referencias al v arón suelen ser sarcásticas. Su obra
teatral El amo del mundo –estrenada en el Teatro Cerv antes en 1 927 – ex presa en
una de sus acotaciones: “Por ser hombre se cree un poco amo del mundo. La
mujer puede ser a su lado el capricho, la distracción y hasta la locura. Pero nunca
otro ser de igual limpieza moral”. Alfonsina cuestiona, en v arios poemas, el juicio
que recae sobre la v irginidad de la mujer (en «Tú me quieres blanca»), el derecho
a la independencia (en «Hombre pequeñito») y la subordinación de la esposa ante
el marido en «Bien pudiera ser». Jorge Luis Borges despreció el estilo confesional
de la poeta: en 1 924 la acusó de escribir “chillonerías de comadrita” y
“borrosidades” de mal gusto. Muchos han interpretado esta crítica como un
prejuicio de clase y de género, motiv ada por el origen inmigrante italiano y
humilde de Alfonsina en contraste con el aristocrático y anglosajón de Borges.

EROTISMO EN LAS LETRAS URUGUAY AS

Las uruguay as Delmira Agustini, Juana de Ibarbourou e Idea V ilariño se


destacaron por poner en boca de mujer la v oz de la pasión. A principios del siglo
XX, la poesía de Agustini desplegó motiv os transgresores como el placer sensual
femenino con un lenguaje íntimo y sugerente. Representante del Modernismo
uruguay o, inauguró un espacio nuev o en la lírica rioplatense, pero su poesía
desinhibida generó polémica por ser abiertamente erótica, “primera
manifestación de la sex ualidad poética femenina en América Latina” según el
crítico literario Emir Rodríguez Monegal.
Delmira dedica su libro Los cálices v acíos al propio Eros, el dios del amor. Sus
poemas lamentan la ausencia del amado y apelan a imágenes sensoriales
permanentes; hay un efecto “hiperestésico” que recorre sus v ersos, esto significa
que confluy en sensaciones táctiles, lumínicas y olfativ as que generan un clima
sumamente sensual. La agresiv idad y la v iolencia aparecen asociadas al amor:
v erbos como morder, destrozar, clav ar y sustantiv os como coágulos,
secreciones, sangre, segregaciones y fluidos se rebelan contra el estereotipo
cultural de la delicadeza femenina y la dulzura maternal. Agustini desmitificó el
v alor del matrimonio en su propia v ida: apenas reglamentado el div orcio en
Uruguay , a pocas semanas de haberse casado, solicitó la separación legal que
desencadenó un famoso crimen pasional: despechado por el rechazo de Delmira,
su esposo la asesinó para luego suicidarse... Esto ocurrió en 1 91 4. Es que tantas
libertades abruptas fueron interpretadas como un golpe a la dignidad masculina.
Lamentablemente, la muerte de la poeta es un amargo testimonio de esta
resistencia inicial.
Juana de Ibarbourou fue otra personalidad innov adora. Su independencia frente a
las influencias del momento la hicieron afirmarse en un estilo propio, construido
con sencillez y espontaneidad. Aunque su poesía desarrolla tópicos de la poesía
univ ersal como la muerte o la fugacidad de la v ida –el clásico tempus fugit–, el
erotismo se hace presente en poemas como “La hora”, y la rebeldía ante los
códigos impuestos se v islumbra en “Rebelde”.
Para completar la tríada uruguay a, la poesía de Idea V ilariño nos sumerge
nuev amente en el deseo y en la pérdida del amado enemigo: el hombre. Sus
poemas son autobiográficos: poetizan la ambiv alente relación amorosa que
mantuv o con el gran escritor uruguay o Juan Carlos Onetti.

¡A LA V ANGUARDIA!

Norah Lange fue la presencia femenina central de las v anguardias argentinas de


principios del siglo pasado. A partir de la década del ´20, Norah –más tarde
esposa del escritor Oliv erio Girondo– colaboró activ amente en publicaciones de
tendencia ultraísta como Prisma, Proa y Martín Fierro; de esta última fue la única
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tendencia ultraísta como Prisma, Proa y Martín Fierro; de esta última fue la única
colaboradora mujer. La ambición ex perimental de sus búsquedas estéticas en
poesía, pero especialmente en prosa, la coloca en el centro del escenario
martinfierrista. Fue ex trav agante –su inolv idable cabellera roja ponía la nota en
cada reunión– y se ganó el apodo de “la musa de la v anguardia”. Le gustaba oficiar
de anfitriona de las tertulias donde se reunían Jorge Luis Borges, Francisco Luis
Bernárdez, Leopoldo Marechal, Raúl Scalabrini Ortiz, Jacobo Fijman y el artista
plástico Xul Solar, entre otros.
Hay una anécdota que retrata la osadía de Norah. En 1 928 se embarcó en un
carguero rumbo a Oslo, Noruega, para v isitar a su hermana, a la que ex trañaba
mucho. Resultó ser la única mujer entre treinta marineros, en un v iaje que duró
cuarenta y cinco días. Ella mantuv o intacta su fidelidad por el único amor de su
v ida: Oliv erio. Esta ex céntrica ex periencia de v iaje decantó en la escritura de su
nov ela 45 días y 30 marineros. Sin duda, una mujer v aliente y decidida para su
época.
Otra pareja de escritores, afín al círculo de Jorge Luis Borges y a la rev ista Sur, fue
el que formaron Silv ina Ocampo y Adolfo Bioy Casares. En la obra de Silv ina
encontramos dos v ertientes: la poesía amorosa y la poesía telúrica. Escribió y
compiló tex tos en colaboración con su esposo, con sus amigos Borges y Wilcock,
un libro con prólogo de Manuel Mujica Láinez y otro con dibujos de Norah Borges.
La relación que mantuv o con los hombres-escritores de su entorno fue de
compañerismo y camaradería, lazos que potenciaron la creativ idad mutua, como
en el caso de Norah Lange. Esta última y su marido, Oliv erio Girondo, fueron
conocidos como “Noraliv erio” por ser complementarios en el talento literario
tanto como en la v ida cony ugal.

MISTRAL: LA DEMOCRATIZACIÓN DE LA EDUCACIÓN

La chilena Gabriela Mistral, primera mujer ganadora del Premio Nóbel de


Literatura en Latinoamérica –y a v an diez mujeres premiadas, al año 2007 –, gestó
su apología de la educación femenina en torno a tres pilares: autonomía, libertad
y emancipación. Democratizar la enseñanza y ofrecer alternativ as para que las
mujeres salieran de la pobreza fue el mensaje que transmitió en gran parte de sus
tex tos. En su ensay o La instrucción de la mujer, escrito en 1 906, defendió el
derecho a la educación igualitaria. Allí manifestó: “En todas las edades del mundo
en que la mujer ha sido la bestia de los bárbaros y la esclav a de los civ ilizados,
¡cuánta inteligencia pérdida en la oscuridad de su sex o! ¡Cuántos genios habrán
v iv ido en la esclav itud v il, inex plotados, ignorados!” Gabriela estuv o v italmente
conv encida de que sólo la educación las haría personas dignas, capaces y libres de
rev ertir la ignorancia de las generaciones futuras.
Su preocupación pedagógica se originó en un episodio biográfico. A los dieciséis
años, Gabriela había decidido seguir la carrera de maestra. Solicitó su ingreso en
la Escuela Normal de La Serena pero su pedido resultó rechazado porque sus ideas
–que habían sido publicadas en la prensa local– fueron consideradas ateas y
peligrosas para el ejercicio de una maestra destinada a educar niños. Gabriela
respondió a la negativ a publicando un artículo en el diario La v oz de Elqui donde
ex igía equidad en la instrucción, denunciando la prisión de ignorancia a la que se
la condenaba por el sencillo hecho de ser mujer. Obtuv o así su justo ingreso a la
carrera de magisterio.
Su destacada labor docente traspasó fronteras y fue conv ocada por el gobierno
mex icano, en la década de los ´20, para participar de la reforma educativ a rural
iniciada por José V asconcelos. También apoy ó el derecho al v oto femenino: “El
derecho al v oto me ha parecido siempre cosa naturalísima”. Y acota al respecto,
no sin un dejo de ironía, que es necesario distinguir entre “derecho y sabiduría”.
En uno de sus escritos, Gabriela Mistral ex presa que: “Las mujeres formamos un
hemisferio humano. Toda ley , todo mov imiento de libertad o de cultura nos ha
dejado por largo tiempo en la sombra. Siempre hemos llegado al festín del
progreso, no como el inv itado reacio que tarda en acudir, sino como el camarada
v ergonzante al que se inv ita con atraso y al que luego se disimula en el banquete
por necio rubor. Más sabia en su inconsciencia, la naturaleza pone su luz sobre los
dos flancos del planeta. Y es ley infecunda toda ley encaminada a transformar
pueblos y que no toma en cuenta a las mujeres”. De esta manera se preocupa por
desmantelar una historia de ex clusión. Recluidas en el ámbito doméstico y
condicionadas a tener únicamente dos opciones en sus v idas –el matrimonio y la
maternidad impuesta, o el conv ento– las mujeres se abrieron paso en la
educación, lenta y tenazmente. Gabriela Mistral es un ejemplo de esta lucha.

EL V ALOR DE UN HOMENAJE
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EL V ALOR DE UN HOMENAJE

Otra actitud v ital para la rev alorización de la literatura femenina es el homenaje.


Mujeres que rememoran la obra de otras mujeres, como hizo la cubana Dulce
María Loy naz, quien en 1 993 publicó dos tomos de su Canto a la mujer compuesto
por ensay os, conferencias, escritos brev es y poemas que permiten un
acercamiento a figuras hispanoamericanas de peso artístico o político como
Isabel La Católica, Sor Juana Inés de la Cruz, Juana de Ibarbourou, Gertrudis
Gómez de Av ellaneda, Delmira Agustini, Gabriela Mistral o Bertha Arocena.
Identificada con sus pares, en 1 937 publicó Canto a la mujer estéril, poemas
atrav esados por la frustración de una mujer impedida de procrear.
Por último, en esta antología recogemos algunos poemas de Olga Orozco,
escritora incluida en las filas del surrealismo argentino de la década del ´40. Su
obra rev ela un afán por alejarse de la v ersificación tradicional, trascendiendo
influencias. Se destacó como periodista; trabajó en la redacción de rev istas
femeninas como la mítica Claudia. Fue amiga de la gran poeta Alejandra Pizarnik a
quien dedicó su poema “Tiempo”, luego del suicidio de esta jov en amiga.

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ANTOLOGÍA.

ALFONSINA STORNI

Alfonsina Storni (1 892-1 938) nació en Sala Capriasca, un cantón de la Suiza


italiana. Su familia emigró a la Argentina en 1 896, instalándose primero en San
Juan y luego en Rosario. Su juv entud fue pobre; trabajó como costurera, actriz y
maestra rural. A los v einte años, a punto de ser madre soltera, se radicó en
Buenos Aires. Colaboró en las rev istas Fray Mocho, Caras y Caretas, El Hogar,
Mundo Argentino, La Nota y en el diario La Nación. Sus obras: La inquietud del
rosal, El dulce daño, Irremediablemente, Languidez, Ocre, Mundo de siete pozos y
Mascarilla y trébol. Se suicidó en Mar del Plata, v íctima de un cáncer av anzado.

Si la muerte quisiera
(De El dulce daño, 1 91 8)

Tú como y o, v iajero, en un día cualquiera


Llegamos al camino sin elegir la acera.
Nos pusimos un traje como el que llev an todos
Y adquirimos su aspecto, sus costumbres, sus modos.

Hemos andado mucho, sujetados por riendas


Inv isibles, los ojos fatigados de v endas
Tenemos en las manos un poco de cicuta ,
Perdimos de la lengua el sabor de la fruta
Y sabemos que un día seremos olv idados
Por la v ida, v iajero, totalmente borrados.

Y tú y y o conocimos las selv as olorosas...


Y tú y y o no atinamos jamás a cortar rosas .

Tú me quieres blanca
(De El dulce daño, 1 91 8)

Tú me quieres alba,
Me quieres de espumas,
Me quieres de nácar.
Que sea azucena
Sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada.

Ni un ray o de luna.
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Ni un ray o de luna.
Filtrado me hay a.
Ni una margarita
Se diga mi hermana.
Tú me quieres nív ea ,
Tú me quieres blanca,
Tú me quieres alba.

Tú que hubiste todas


Las copas a mano,
De frutos y mieles
Los labios morados.
Tú que en el banquete
Cubierto de pámpanos
Dejaste las carnes
Festejando a Baco.
Tú que en los jardines
Negros del Engaño
V estido de rojo
Corriste al Estrago.

Tú que el esqueleto
Conserv as intacto
No sé todav ía
Por cuáles milagros,
Me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
Me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡Me pretendes alba!

Huy e hacia los bosques;


V ete a las montañas;
Límpiate la boca;
V iv e en las cabañas;
Toca con las manos
La tierra mojada;
Alimenta el cuerpo
Con raíz amarga;
Bebe de las rocas,
Duerme sobre escarcha;
Renuev a tejidos
Con salitre y agua;
Habla con los pájaros
Y lév ate al alba.
Y cuando las carnes
Te sean tornadas,
Y cuando hay as puesto
En ellas el alma
Que por las alcobas
Se quedó enredada,
Entonces, buen hombre,
Preténdeme blanca,
Preténdeme nív ea,
Preténdeme casta.

¿Qué diría?
(De El dulce daño, 1 91 8)

¿Qué diría la gente, recortada y v acía,


Si un día fortuito , por ultra fantasía,
Me tiñera el cabello de plateado y v ioleta,
Usara peplo griego, cambiara la peineta
Por cintillo de flores: miosotis o jazmines,
Cantara por las calles al compás de v iolines,
O dijera mi v erso recorriendo las plazas
Libertado mi gusto de mortales mordazas?
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Libertado mi gusto de mortales mordazas?

¿Irían a mirarme cubriendo las aceras?


¿Me quemarían como quemaron hechiceras?
¿Campanas tocarían para llamar a misa?

En v erdad que pensarlo me da un poco de risa.

Hombre pequeñito
(De Irremediablemente, 1 91 9)

Hombre pequeñito, hombre pequeñito,


suelta a tu canario que quiere v olar...
y o soy el canario, hombre pequeñito,
déjame saltar.

Estuv e en tu jaula, hombre pequeñito,


hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes,
ni me entenderás.

Tampoco te entiendo, pero mientras tanto


ábreme la jaula, que quiero escapar;
hombre pequeñito, te amé media hora,
no me pidas más.

El div ino amor


(De Irremediablemente, 1 91 9)

Te ando buscando, amor que nunca llegas,


Te ando buscando, amor que te mezquinas,
Me aguzo por saber si me adiv inas,
Me doblo por saber si te me entregas.

Las tempestades mías, andariegas,


Se han aquietado sobre un haz de espinas;
Sangran mis carnes gotas purpurinas
Porque a salv arme, oh niño, te me niegas.

Mira que estoy de pie sobre los leños,


Que a v eces bastan unos pocos sueños
Para encender la llama que me pierde.

Sálv ame, amor, y con tus manos puras


Trueca este fuego en límpidas dulzuras
Y haz de mis leños una rama v erde.

Bien pudiera ser…


(De Irremediablemente, 1 91 9)

Pudiera ser que todo lo que en v erso he sentido


No fuera más que aquello que nunca pudo ser,
No fuera más que algo v edado y reprimido
De familia en familia, de mujer en mujer.

Dicen que en los solares de mi gente, medido


Estaba todo aquello que se debía hacer...
Dicen que silenciosas las mujeres han sido
De mi casa materna... Ah, bien pudiera ser...

A v eces en mi madre apuntaron antojos


De liberarse , pero se le subió a los ojos
Una honda amargura, y en la sombra lloró.
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Y todo eso mordiente, v encido, mutilado


Todo eso que se hallaba en su alma encerrado,
Pienso que sin quererlo lo he libertado y o.

El león
(De Languidez, 1 920)

Entre barrotes negros, la dorada melena


Paseas lentamente, y te tiendes por fin
Descansando los tristes ojos sobre la arena
Que brilla en los angostos senderos del jardín.

Bajo el sol de la tarde te has quedado sereno


Y ante tus ojos pasa, fresca y primav eral,
La niña de quince años con su esponjado seno:
¿Sueñas echarle garras, oh goloso animal?

Miro tus grandes uñas, inútiles y corv as;


Se abren tus fauces; v eo el inútil molar,
E inútiles como ellos v an tus miradas torv as
A morir en el hombre que te v iene a mirar.

El hombre que te mira tiene las manos finas,


Tiene los ojos fijos y claros como tú.
Se sonríe al mirarte. Tiene las manos finas,
León, los ojos tiene como los tienes tú.

Un día, suav emente, con sus corteses modos,


Hizo el hombre la jaula para encerrarte allí,
Y ahora te contempla, apoy ado de codos,
Sobre el hierro prudente que lo aparta de ti.

No cede. Bien lo sabes. Diez v eces en un día


Tu cuerpo contra el hierro carcelario se fue:
Diez v eces contra el hierro fue inútil tu porfía.
Tus ojos, muy lejanos, hoy dicen: ¿para qué?

No obstante, cuando corta el silencio nocturno


El rugido salv aje de algún otro león,
Te crees en la selv a, y el ojo, taciturno,
Se te v uelv e en la sombra encendido carbón.

Entonces como otrora, se te afinan las uñas,


Y la garganta seca de una salv aje sed,
La piedra de tu celda v anamente rasguñas
Y tu zarpazo inútil retumba en la pared.

Los hijos que te nazcan, bestia caída y triste,


De la leona esclav a que por hembra te dan,
Sufrirán en tu carne lo mismo que sufriste,
Pero garras y dientes más débiles tendrán.

¿Lo comprendes y ruges? ¿Cuando escuálido un gato


Pasa junto a tu jaula huy endo de un mastín
Y a las ramas se trepa, se te salta al olfato
Que así puede tu prole ser de mísera y ruin?

Alguna v ez te he v isto durmiendo tu tristeza,


La melena dorada sobre la piedra gris,
Abandonado el cuerpo con la enorme pereza
Que las siestas de fuego tienen en tu país.

Y sobre tu salv aje melena enmarañada


Mi cuello delicado sintió la tentación
De abandonarse al tuy o, y o como tú cansada,
De otra jaula más v asta que la tuy a, león.
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De otra jaula más v asta que la tuy a, león.

Como tú contra aquélla mil v eces he saltado.


Mil v eces, impotente, me v olv í a acurrucar.
¡Cárcel de los sentidos que las cosas me han dado!
Ah, y o del univ erso no me puedo escapar.

Romance de la v enganza
(De Ocre, 1 925)

Cazador alto y tan bello


Como en la tierra no hay dos,
Se fue de caza una tarde
Por los campos del Señor.

Seguro llev aba el paso,


Listo el plomo, el corazón
Repicando, la cabeza
Erguida y dulce la v oz.

Bajo el oro de la tarde,


Tanto el cazador cazó,
Que finas lágrimas rojas
Se puso a llorar el sol...

Cuando v olv ía cantando


Suav emente, a media v oz,
Desde un árbol enroscada,
Una serpiente lo v io.

Iba a v engar a las av es;


Mas, tremendo, el cazador
Con hoja de firme acero
La cabeza le cortó.

Pero aguardándolo estaba


A muy pocos pasos y o...
Lo até con mi cabellera
Y dominé su furor.

Y a maniatado le dije:
–Pájaros matasteis v os,
Y v oy a tomar v enganza
Ahora que mío sois...

Más no lo maté con armas,


Le di una muerte peor:
¡Lo besé tan dulcemente
Que le partí el corazón!

Env ío

Cazador, si v as de caza
Por los montes del Señor,
Teme que a pájaros v enguen
Hondas heridas de amor.

Dolor
(De Ocre, 1 925)

Quisiera esta tarde div ina de octubre


Pasear por la orilla lejana del mar;

Que la arena de oro, y las aguas v erdes,


Y los cielos puros me v ieran pasar.

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Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,


Como una romana, para concordar

Con las grandes olas, y las rocas muertas


Y las anchas play as que ciñen el mar.

Con el paso lento, y los ojos fríos


Y la boca muda, dejarme llev ar;

V er cómo se rompen las olas azules


Contra los granitos y no parpadear;

V er cómo las av es rapaces se comen


Los peces pequeños y no despertar;

Pensar que pudieran las frágiles barcas


Hundirse en las aguas y no suspirar;

V er que se adelanta, la garganta al aire,


El hombre más bello, no desear amar...

Perder la mirada, distraídamente,


Perderla y que nunca la v uelv a a encontrar:

Y , figura erguida, entre cielo y play a,


Sentirme el olv ido perenne del mar.

V oy a dormir
(De Mascarilla y trébol, 1 938)

Dientes de flores, cofia de rocío,


Manos de hierbas, tú, nodriza fina,
Tenme prestas las sábanas terrosas
Y el edredón de musgos escardados.

V oy a dormir, nodriza mía, acuéstame.


Ponme una lámpara a la cabecera;
Una constelación; la que te guste;
Todas son buenas; bájala un poquito.

Déjame sola: oy es romper los brotes...


Te acuna un pie celeste desde arriba
Y un pájaro te traza unos compases

Para que olv ides... Gracias. Ah, un encargo:


Si él llama nuev amente por teléfono
Le dices que no insista, que he salido...

DELMIRA AGUSTINI

Delmira Agustini (1 886-1 91 4) nació en Montev ideo, Uruguay . Se la considera una


auténtica representante del “900”, época en que su ciudad natal fue foco de las
ideologías del Modernismo literario. El tópico del amor sensual atrav iesa toda su
obra: desde El libro blanco, pasando por los Cantos de la mañana, Los cálices
v acíos hasta su inconcluso Los astros del abismo. A los v eintisiete años fue
muerta por su marido, apenas concluido el juicio de div orcio iniciado por ella.

V isión
(En Los cálices v acíos, 1 91 3 )

¿Acaso fue en un marco de ilusión,


En el profundo espejo del deseo,
O fue div ina y simplemente en v ida
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O fue div ina y simplemente en v ida
Que y o te v i v elar mi sueño la otra noche?

En mi alcoba agrandada de soledad y miedo,


Taciturno a mi lado apareciste
Como un hongo gigante, muerto y v iv o,
Brotado en los rincones de la noche
Húmedos de silencio,
Y engrasados de sombra y soledad.

Te inclinabas a mí supremamente,
Como a la copa de cristal de un lago
Sobre el mantel de fuego del desierto;
Te inclinabas a mí, como un enfermo
De la v ida a los opios infalibles
Y a las v endas de piedra de la Muerte;
Te inclinabas a mí como el crey ente
A la oblea de cielo de la hostia...
–Gota de niev e con sabor de estrellas
Que alimenta los lirios de la Carne,
Chispa de Dios que estrella los espíritus.–
Te inclinabas a mí como el gran sauce
De la Melancolía
A las hondas lagunas del silencio;
Te inclinabas a mí como la torre
De mármol del Orgullo,
Minada por un monstruo de tristeza,
A la hermana solemne de su sombra...
Te inclinabas a mí como si fuera
Mi cuerpo la inicial de tu destino
En la página oscura de mi lecho;
Te inclinabas a mí como al milagro
De una v entana abierta al más allá.

¡Y te inclinabas más que todo eso!

Y era mi mirada una culebra


Apuntada entre zarzas de pestañas,
Al cisne rev erente de tu cuerpo.
¡Y era mi deseo una culebra
Glisando entre los riscos de la sombra
A la estatua de lirios de tu cuerpo!

Tú te inclinabas más y más... y tanto,


Y tanto te inclinaste,
Que mis flores eróticas son dobles,
Y mi estrella es más grande desde entonces.
Toda tu v ida se imprimió en mi v ida...

Y o esperaba suspensa el aletazo


Del abrazo magnífico; un abrazo
De cuatro brazos que la gloria v iste
De fiebre y de milagro, será un v uelo!
Y pueden ser los hechizados brazos
Cuatro raíces de una raza nuev a:

Y o esperaba suspensa el aletazo


Del abrazo magnífico...
Y cuando,
Te abrí los ojos como un alma, v i
Que te hacías atrás y te env olv ías
¡En y o no sé qué pliegue inmenso de la sombra!

Lo inefable
(En Cantos de la mañana, 1 91 0)

Y o muero ex trañamente... No me mata la V ida,


No me mata la Muerte, no me mata el Amor;
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No me mata la Muerte, no me mata el Amor;
Muero de un pensamiento mudo como una herida...
¿No habéis sentido nunca el ex traño dolor

De un pensamiento inmenso que se arraiga en la v ida,


Dev orando alma y carne, y no alcanza a dar flor?
¿Nunca llev asteis dentro una estrella dormida
Que os abrasaba enteros y no daba un fulgor?...

¡Cumbre de los martirios!... Llev ar eternamente


Desgarradora y árida, la trágica simiente
Clav ada en las entrañas como un diente feroz!...

¡Pero arrancarla un día en una flor que abriera


Milagrosa, inv iolable!... ¡Ah, más grande no fuera
Tener entre las manos la cabeza de Dios!

El nudo
(En Cantos de la mañana, 1 91 0)

Su idilio fue una larga sonrisa a cuatro labios...


En el regazo cálido de rubia primav era
Amáronse talmente que entre sus dedos sabios
Palpitó la div ina forma de la Quimera.

En los palacios fúlgidos de las tardes en calma


Hablábanse un lenguaje sentido como un lloro,
Y se besaban hondo hasta morderse el alma!...
Las horas deshojáronse como flores de oro,

Y el Destino interpuso sus dos manos heladas...


¡Ah! los cuerpos cedieron, mas las almas trenzadas
Son el más intrincado nudo que nunca fue...
En lucha con sus locos enredos sobrehumanos
Las Furias de la v ida se rompieron las manos
Y fatigó sus dedos supremos Ananké...

Rebelión
(De El libro blanco, 1 907 )

La rima es el tirano empurpurado,


Es el estigma del esclav o, el grillo
Que acongoja la marcha de la Idea.
¡No aleguéis que sea de oro! ¡El Pensamiento
No se esclav iza a un v il cascabeleo!
Ha de ser libre de escalar las cumbres
Entero como un dios, la crin rev uelta,
La frente al sol, al v iento. ¿Acaso importa
Que adorne el ala lo que oprime el v uelo?

¡Él es por sí, por su div ina esencia,


Música, luz, color, fuerza, belleza!
¿A qué el carmín , los perfumados pomos?...
¿Por qué ceñir sus manos enguantadas
A herir teclados y brindar bombones
Si libres pueden cosechar estrellas,
Desv iar montañas, empuñar los ray os?
¡Si la cruz de sus brazos redentores
Abarca el mundo y acaricia el cielo!
Y la Belleza sufre y se sublev a…
¡Si es herir a la diosa en pleno pecho
Mermar el torso div inal de Apolo
Para ajustarlo a ínfima librea!

Para morir como su ley impone


¡El mar no quiere diques, quiere play as!
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¡El mar no quiere diques, quiere play as!
Así la Idea cuando surca el v erso
Quiere al final de la ardua galería,
Más que una puerta de cristal o de oro,
La pampa abierta que le grita «¡Libre!»

SILV INA OCAMPO

Silv ina Ocampo (1 903-1 994) nació en Buenos Aires. Estudió dibujo con Giorgio de
Chirico en París, cuy a impronta decantó en las imágenes pictóricas presentes en
su lírica. Fue esposa del escritor argentino Adolfo Bioy Casares, traductora,
escritora de narrativ a y poesía. Algunas de sus obras son V iaje Olv idado,
Enumeración de la patria, Espacios métricos, Sonetos del jardín, Autobiografía de
Irene, Poemas de amor desesperado, La furia, Las inv itadas, Amarillo celeste, Los
que aman, odian (en colaboración con Bioy ) y una Antología de la literatura
fantástica junto a Jorge Luis Borges. Escribió para la mítica rev ista Sur, propiedad
de su hermana V ictoria.

Enumeración de la patria
(De Enumeración de la patria y otros poemas, 1 942)

Oh, desmedido territorio nuestro,


v iolentísimo y párv ulo. Te muestro
en un infiel espejo: tus paisanos
esplendores, tus campos y v eranos
sonoros de relinchos quebradizos,
tus noches y caminos despoblados
y con rebaños de ojos constelados.
Entre bandadas de árboles mestizos,
entre múltiples sombras y basuras,
te muestro con nostalgias asombradas,
con niñas de trece años y maduras,
en las puestas de sol inmoderadas.

Trémulas nerv aduras de una hoja,


los ríos te atrav iesan de agua roja
sobre el primer cuaderno de paisajes
pintados por la mano de algún niño.
Tienes plantas y pájaros salv ajes,
somnolientas mujeres en corpiño
trenzándose los dedos, quietas balsas
para v adear los ríos, cangrejales
dev oradores de hombres y animales,
montones de hijas negras y descalzas
cruzando tus desiertos y estaciones.
Tienes prov incias y gobernaciones,
poblaciones v acías y distancias
con nombres melancólicos de estancias,
indomables cansancios y mortales
pav orosos pantanos estiv ales,
médanos, v iento norte y osamentas ,
fragancias de altamisas y de mentas,
almacenes en todas las esquinas,
grandes patios con muchas v entolinas.
Tienes plantas perv ersas y sumisas,
con todos los v enenos predilectos
de muertes repentinas y precisas,
como en las grandes cajas con insectos
colecciones de arañas v enenosas,
palúdicos mosquitos, mariposas.

¡Patria, he nacido tantas v eces muda!


Inmóv il como un árbol he dejado
tu cielo iluminarme de rosado.
He v isto la llanura tan desnuda
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He v isto la llanura tan desnuda
quedándose sin pastos, y sin riegos
tus plantaciones, tus huertas escasas.
He v isto disparar caballos ciegos.
En distintas v entanas de tus casas,
deslumbrada y atenta, he conocido
inclementes tormentas. He oído
el grito del chajá y del teruteru ,
el grito de la garza y de la iguana,
y llev ando la tropa cotidiana,
alto y nocturno, el grito del resero.
He respirado todos tus olores:
frescura de jazmín en los calores
de febrero, magnolias, malv arrosas,
perfumes de tumbergias pegajosas
y el ferv oroso olor de los zorrinos.
En quintas con glorietas, y en las noches
v uelo de pájaros azulmarinos,
tu canto de piedritas y de coches
me ha regalado infancias prolongadas,
dulce de leche y siestas desv eladas,
v erdes y embalsamados picaflores,
la fuente sostenida por amores,
bombas de carnav al anaranjadas
y hamacas paraguay as olv idadas.

Patria, en una plaza, de memoria


he sabido pasajes de tu historia.
Debajo de la mano indicadora
de San Martín, he sido la impostora
de indios en los límpidos ponientes.
He transformado próceres dolientes
con cuidadoso lápiz colorado,
inv asiones inglesas he soñado
en azoteas llenas de improv iso
aceite hirv iendo y pelo suelto. He v isto
a la Santa de Lima desatando
los temporales turbios y adorando,
sobre un papel de encaje, corazones
y tocay as con muchas perfecciones.

Patria v acía y grande, indefinida


como un país lejano, interrumpida
por la llegada lenta de los trenes,
con jubilosa espera en los andenes.
Es en la madrugada incierta, cuando
tus gauchos inv isibles v an cruzando
potreros alambrados y cañadas,
jagüeles y tranqueras atrofiadas,
que tu alma lenta y de madre se queda
con silencios de urraca en la arboleda.
Tu ancho río tiene mimetismos
secretos con tus dulces, con tus cielos
y tus grajeas lilas de bautismos.
Ecuatorial calor y azules hielos
en tus montañas, derramadas piedras
como bandadas de tortugas, hiedras.
Eres esplendorosa y desv alida:
con un frío y ardor que no descansa
desde el Seno de la Última Esperanza
al Pilcomay o de agua bienv enida,
la indolente v iolencia de tus tierras
se repite con lunas o entre sierras.

Sonetos de la muerte y de la dicha


(De Espacios métricos, 1 945)
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En qué recinto de nuestra alma quedan


los jardines, el miedo, y en la mano
todas las palmas del amor en v ano,
y esa luz de las tardes que se heredan.

Con qué insistencia lenta se acumulan


la persuasión v isible de las v oces
y esas fulgentes flores que v inculan
su aroma a un pensamiento de otros goces.

En qué lugar penetran tan despacio,


en el olv ido, en busca de otro espacio,
ademanes y rostros conturbados

O por la indiferencia v isitados,


cuando la muerte, delictuosa, llega
con su antigua quietud de estatua griega.

Castigo
(De Poemas de amor desesperado, 1 949)

Transformará Minerv a tus cabellos


En serpientes y un día al contemplarte
Como en un templo oscuro, con destellos,
Seré de piedra, para amarte.

Espera
(De Amarillo celeste, 1 97 2)

Cruel es la noche y dura cuando aguardo tu v uelta


al acecho de un paso, del ruido de la puerta
que se abre, de la llav e que agitas en la mano
cuando espero que llegues y que tardas tanto.
Crueles son en las calles los rumores de coches
que me dan sueño cuando estoy junto a tus ojos.
Cruel es la lluv ia suav e, furiosa que fascina
las enormes tormentas, las nubes con sus islas
cuando espero que llegues y que el reloj enclav a
sus manecillas de oro en el corazón áv ido.
Cruel es que todo sea precioso hasta el retorno
de la espera, y el lento padecer del amor.
Cruel es rezar sin tregua la promesa olv idada
de v olv er a ser buena, de sentir que redime
estar bien preparada sólo para la dicha.
Cruel es la luz, perfecta, de la luna y del alba
el alma de las horas sobre el campo y el mar
y crueles son los libros, la v oluptuosa música,
hasta la anomalía de las caras etruscas.
Y es cruel aún después tener que ser humana
no conv ertirme, al v erte, en perro, de alegría.

Metamorfosis
(De Árboles de Buenos Aires, 1 97 9)

¿Sentiste al desprenderte de la rama,


paloma,
que eras un gajo de cedro?
Cedro,
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Cedro,
¿sentiste al quedarte sin paloma
que eras toda la paloma?
¿No te bastó ser cedro,
quisiste ser paloma?
¿Fuiste el cedro que v uela,
la paloma que queda?

GABRIELA MISTRAL

Lucila del Perpetuo Socorro Godoy Alcay aga (1 889-1 957 ) fue el nombre real de la
poeta Gabriela Mistral, nacida en V icuña, Chile, y primera mujer latinoamericana
en recibir el Premio Nóbel de Literatura en 1 945. Fue maestra, participó en la
reforma educativ a mex icana, publicó columnas literarias y sociales en el diario El
Mercurio de Antofagasta y ejerció cargos consulares en Europa y Estados Unidos.
Sus obras más célebres: Desolación, Ronda de niños, Ternura, Nubes blancas,
Tala, Lagar y Poema a Chile. Fue premiada en los Juegos Florales de Santiago por
sus Sonetos de la muerte, inspirados en el suicidio de su gran amor de juv entud,
Romelio Ureta.

Amo amor
(De Desolación, 1 922)

Anda libre en el surco, bate el ala en el v iento,


late v iv o en el sol y se prende al pinar.
No te v ale olv idarlo como al mal pensamiento:
¡le tendrás que escuchar!

Habla lengua de bronce y habla lengua de av e,


ruegos tímidos, imperativ os de mar.
No te v ale ponerle gesto audaz, ceño grav e:
¡lo tendrás que hospedar!

Gasta trazas de dueño; no le ablandan ex cusas.


Rasga v asos de flor, hiende el hondo glaciar.
No te v ale decirle que albergarlo rehúsas:
¡lo tendrás que hospedar!

Tiene argucias sutiles en la réplica fina,


argumentos de sabio, pero en v oz de mujer.
Ciencia humana te salv a, menos ciencia div ina:
¡le tendrás que creer!

Te echa v enda de lino; tú la v enda toleras.


Te ofrece el brazo cálido, no le sabes huir.
Echa a andar, tú le sigues hechizada aunque v ieras
¡que eso para en morir!

Tres árboles
(De Desolación, 1 922)

Tres árboles caídos


quedaron a la orilla del sendero.
El leñador los olv idó, y conv ersan
apretados de amor, como tres ciegos.

El sol de ocaso pone


su sangre v iv a en los hendidos leños
¡y se llev an los v ientos la fragancia
de su costado abierto!
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de su costado abierto!

Uno torcido, tiende


su brazo inmenso y de follaje trémulo
hacia el otro, y sus heridas
como dos ojos son, llenos de ruego.

El leñador los olv idó. La noche


v endrá. Estaré con ellos.

Recibiré en mi corazón sus mansas


resinas . Me serán como de fuego.
¡Y mudos y ceñidos,
nos halle el día en un montón de duelo!

V ergüenza
(De Desolación, 1 922)

Si tú me miras, y o me v uelv o hermosa


como la hierba a que bajó el rocío,
y desconocerán mi faz gloriosa
las altas cañas cuando baje el río.

Tengo v ergüenza de mi boca triste,


de mi v oz rota y mis rodillas rudas.
Ahora que me miraste y que v iniste,
me encontré pobre y me palpé desnuda.

Ninguna piedra en el camino hallaste


más desnuda de luz en la alborada
que esta mujer a la que lev antaste,
porque oíste su canto, la mirada.

Y o callaré para que no conozcan,


mi dicha los que pasan por el llano,
en el fulgor que da a mí frente tosca
y en la tremolación que hay en mi mano...

Es noche y baja a la hierba el rocío;


mírame largo y habla con ternura,
¡que mañana al descender al río
la que besaste llev ará hermosura!

Besos
(De Desolación, 1 922)

Hay besos que pronuncian por sí solos


la sentencia de amor condenatoria,
hay besos que se dan con la mirada
hay besos que se dan con la memoria.

Hay besos silenciosos, besos nobles


hay besos enigmáticos, sinceros
hay besos que se dan sólo las almas
hay besos por prohibidos, v erdaderos.

Hay besos que calcinan y que hieren,


hay besos que arrebatan los sentidos,
hay besos misteriosos que han dejado
mil sueños errantes y perdidos.

Hay besos problemáticos que encierran


una clav e que nadie ha descifrado,
hay besos que engendran la tragedia
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hay besos que engendran la tragedia
cuantas rosas en broche han deshojado.

Hay besos perfumados, besos tibios


que palpitan en íntimos anhelos,
hay besos que en los labios dejan huellas
como un campo de sol entre dos hielos.

Hay besos que parecen azucenas


por sublimes, ingenuos y por puros,
hay besos traicioneros y cobardes,
hay besos maldecidos y perjuros.

Judas besa a Jesús y deja impresa


en su rostro de Dios, la felonía,
mientras la Magdalena con sus besos
fortifica piadosa su agonía.

Desde entonces en los besos palpita


el amor, la traición y los dolores,
en las bodas humanas se parecen
a la brisa que juega con las flores.

Hay besos que producen desv aríos


de amorosa pasión ardiente y loca,
tú los conoces bien: son besos míos
inv entados por mí, para tu boca.

Besos de llama que en rastro impreso


llev an los surcos de un amor v edado,
besos de tempestad, salv ajes besos
que sólo nuestros labios han probado.

¿Te acuerdas del primero...? Indefinible;


cubrió tu faz de cárdenos sonrojos
y en los espasmos de emoción terrible,
llenáronse de lágrimas tus ojos.

¿Te acuerdas que una tarde en loco ex ceso


te v i celoso imaginando agrav ios,
te suspendí en mis brazos... v ibró un beso,
y qué v iste después...? Sangre en mis labios.

Y o te enseñé a besar: los besos fríos


son de impasible corazón de roca,
y o te enseñé a besar con besos míos
inv entados por mí, para tu boca.

Poema del hijo


(Fragmento, de Desolación, 1 922)

¡Un hijo, un hijo, un hijo! Y o quise un hijo tuy o


y mío, allá en los días del éx tasis ardiente,
en los que hasta mis huesos temblaron de tu arrullo
y un ancho resplandor creció sobre mi frente.

Decía: ¡un hijo!, como el árbol conmov ido


de primav era alarga sus y emas hacia el cielo.
¡Un hijo con los ojos de Cristo engrandecidos,
la frente de estupor y los labios de anhelo!

Sus brazos en guirnalda a mi cuello trenzados;


el río de mi v ida bajando a él, fecundo,
y mis entrañas como perfume derramado
ungiendo con su marcha las colinas del mundo…
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ungiendo con su marcha las colinas del mundo…

JUANA DE IBARBOUROU

Juana Fernández Morales de Ibarbourou (1 892-1 97 9) nació en Melo, Uruguay ;


fue conocida como “Juana de América”. Sus primeros tex tos se enmarcan dentro
del Modernismo, luego adquieren un tinte personal, colmado de imágenes
lumínicas. Publicó Las lenguas de diamante, Raíz salv aje, La rosa de los v ientos,
Azor y El soldado, entre otros. Fue miembro de la Academia Uruguay a de Letras y
obtuv o el Premio Nacional de Literatura. Las muertes de su esposo y de su madre
se rev elan en Perdida (1 950). Escribió tex tos infantiles como Chico Carlo, El
cántaro fresco y Los sueños de Natacha.

La hora
(De Lenguas de diamante, 1 91 9)

Tómame ahora que aún es temprano


y que llev o dalias nuev as en la mano.

Tómame ahora que aún es sombría


esta taciturna cabellera mía.

Ahora que tengo la carne olorosa


y los ojos limpios y la piel de rosa.

Ahora que calza mi planta ligera


la sandalia v iv a de la primav era.

Ahora que en mis labios repica la risa


como una campana sacudida aprisa.

Después... ¡ah, y o sé
que y a nada de eso más tarde tendré!

Que entonces inútil será tu deseo,


como ofrenda puesta sobre un mausoleo.

¡Tómame ahora que aún es temprano


y que tengo rica de nardos la mano!

Hoy , y no más tarde. Antes que anochezca


y se v uelv a mustia la corola fresca.

Hoy , y no mañana. ¡Oh amante! ¿no v es


que la enredadera crecerá ciprés?

La higuera
(De Lenguas de diamante, 1 91 9)

Porque es áspera y fea,


porque todas sus ramas son grises
y o le tengo piedad a la higuera.

En mi quinta hay cien árboles bellos,


ciruelos redondos,
limoneros rectos
y naranjos de brotes lustrosos.

En las primav eras


todos ellos se cubren de flores
en torno a la higuera.
Y la pobre parece tan triste
con sus gajos torcidos, que nunca
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con sus gajos torcidos, que nunca
de apretados capullos se v iste...

Por eso,
cada v ez que y o paso a su lado
digo, procurando
hacer dulce y alegre mi acento:
"Es la higuera el más bello
de los árboles todos del huerto".

Si ella escucha,
si comprende el idioma en que hablo,
¡Qué dulzura tan honda hará nido
en su alma sensible de árbol!

Y tal v ez, a la noche,


cuando el v iento abanique su copa,
embriagada de gozo le cuente:
–¡Hoy a mí me dijeron hermosa!

Melancolía
(De Lenguas de diamante, 1 91 9)

La sutil hilandera teje su encaje oscuro


con ansiedad ex traña, con paciencia amorosa.
¡Qué prodigio si fuera hecho de lino puro
y fuera, en v ez de negra la araña, color rosa!

En un rincón del huerto aromoso y sombrío


la v elluda hilandera teje su tela lev e.
En ella sus diamantes suspenderá el rocío
y la amarán la luna, el alba, el sol, la niev e.

Amiga araña: hilo cual tú mi v elo de oro


y en medio del silencio mis joy as elaboro.
Nos une, pues, la angustia de un idéntico afán.

Más pagan tu desv elo la luna y el rocío.


¡Dios sabe, amiga araña, qué hallaré por el mío!
¡Dios sabe, amiga araña, qué premio me darán!

Rebelde
(De Lenguas de diamante, 1 91 9)

Caronte : y o seré un escándalo en tu barca.


Mientras las otras sombras recen, giman o lloren,
y bajo tus miradas de siniestro patriarca
las tímidas y tristes, en bajo acento, oren,

y o iré como una alondra cantando por el río


y llev aré a tu barca mi perfume salv aje
e irradiaré en las ondas del arroy o sombrío
como una azul linterna que alumbrara en el v iaje.

Por más que tú no quieras, por más guiños siniestros


que me hagan tus dos ojos, en el terror maestros,
Caronte, y o en tu barca seré como un escándalo.

Y ex tenuada de sombra, de v alor y de frío,


cuando quieras dejarme a la orilla del río
me bajarán tus brazos cual conquista de v ándalo.

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DULCE MARÍA LOY NAZ

Dulce María Loy naz Muñoz (1 902-1 997 ) nació en La Habana, Cuba. Fue doctora
en Ley es, presidenta de la Academia Cubana de la Lengua y Honoris Causa de la
Univ ersidad de La Habana. Sus obras: V ersos, Juegos de agua, Jardín, Un v erano
en Tenerife, Canto a la mujer estéril, Últimos días de una casa. Obtuv o el Premio
Nacional de Literatura, el Cerv antes y la Orden de Alfonso X El Sabio. Son famosos
sus poemas sobre islas, dedicados a Cuba y a las Islas Canarias. En su casa se
celebraban las conocidas "juev inas", reuniones artísticas que conv ocaron a Juan
Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Alejo Carpentier y Carmen Conde, entre
otros.

El amor indeciso
(De V ersos, 1 920-1 938)

Un amor indeciso se ha acercado a mi puerta...


Y no pasa; y se queda frente a la puerta abierta.

Y o le digo al amor: -¿Qué te trae a mi casa?


Y el amor no responde, no saluda, no pasa...

Es un amor pequeño que perdió su camino:


V enía y a la noche... Y con la noche v ino.

¡Qué amor tan pequeñito para andar con la sombra!...


¿Qué palabra no dice, qué nombre no me nombra?...

¿Qué deja ir o espera? ¿Qué paisaje apretado


se le quedó en el fondo de los ojos cerrados?

Este amor nada dice... Este amor nada sabe:


Es del color del v iento, de la huella que un av e

deja en el v iento... Amor semi-despierto, tienes


los ojos neblinosos aun de Lázaro ... V ienes

de una sombra a otra sombra con los pasos trocados


de los ebrios, los locos... ¡Y los resucitados!

Ex traño amor sin rumbo que me gana y me pierde,


que huele las naranjas y que las rosas muerde...,

Que todo lo confunde, lo deja... ¡Y no lo deja!


Que esconde estrellas nuev as en la ceniza v ieja...

Y no sabe morir ni v iv ir: Y no sabe


que el mañana es tan sólo el hoy muerto... El cadáv er

futuro de este hoy claro, de esta hora cierta...


Un amor indeciso se ha dormido a mi puerta...

Si me quieres, quiéreme entera


(De V ersos, 1 920-1 938)

Si me quieres, quiéreme entera,


no por zonas de luz o sombra...
Si me quieres, quiéreme negra
y blanca. Y gris, y v erde, y rubia,
y morena...
Quiéreme día,
quiéreme noche...
¡Y madrugada en la v entana abierta!
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¡Y madrugada en la v entana abierta!

Si me quieres, no me recortes:
¡Quiéreme toda... O no me quieras!

Tiempo
(De V ersos, 1 920-1 938)

Un kilómetro de luz,
un gramo de pensamiento...
(De noche el reloj que late
es el corazón del tiempo...)

V oy a medirme el amor
con una cinta de acero:
Una punta en la montaña.
La otra... ¡cláv ala en el v iento!

Creación
(De Juegos de agua, 1 947 )

Y primero era el agua:


un agua ronca,
sin respirar de peces, sin orillas
que la apretaran...
Era el agua primero,
sobre un mundo naciendo de la mano de Dios...
Era el agua...
Todav ía
la tierra no asomaba entre las olas,
todav ía la tierra
sólo era un fango blando y tembloroso...
No había flor de lunas ni racimos
de islas... En el v ientre
del agua jov en se gestaban continentes...
¡Amanecer del mundo, despertar
del mundo!
¡Qué apagar de fuegos últimos!
¡Qué mar en llamas bajo el cielo negro!
Era primero el agua.

Criatura de isla
(De Juegos de agua, 1 947 )

Rodeada de mar por todas partes,


soy isla asida al tallo de los v ientos...
Nadie escucha mi v oz, si rezo o grito:
Puedo v olar o hundirme... Puedo, a v eces,
morder mi cola en signo de Infinito.
Soy tierra desgajándome... Hay momentos
en que él me ciega y me acobarda,
en que el agua es la muerte donde floto...
Pero abierta a mareas y a ciclones,
hinco en el mar raíz roto.
Crezco del mar y muero de él... Me alzo
¡para v olv erme en nudos desatados...!
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25/02/13 Antología de poetas latinoamericanas
¡para v olv erme en nudos desatados...!
¡Me come un mar batido por las alas
de arcángeles sin cielo, naufragados!

NORAH LANGE

Norah Lange (1 905-1 97 2), escritora argentina de ascendencia noruega, nació en


Buenos Aires. Publicó poemas y relatos en rev istas porteñas de v anguardia como
Martín Fierro, Proa y Prisma. Por su atractiv o físico y su carácter afable fue
celebrada como la “musa del Ultraísmo”. Sus obras: La calle de la tarde, Los días y
las noches, El rumbo de la rosa, 45 días y 30 marineros, Cuademos de infancia y
Los dos retratos, entre otros. Fue esposa del poeta martinfierrista Oliv erio
Girondo, amor idílico juv enil de Jorge Luis Borges y de Leopoldo Marechal; este
último la ficcionalizó en su nov ela Adán Buenosay res con el nombre Solv eig
Amundsen.

I
(De Los días y las noches, 1 926)

V acía la casa donde tantas v eces


las palabras incendiaron los rincones.

La noche se anticipa
en el plano mudo
que nadie toca.

V oy a solas desde un recuerdo a otro


abriendo las v entanas
para que tu nombre pueble
la mísera quietud de esta tarde a solas.

Y a nadie inmov iliza las horas largas y cerradas


tanto pudor de niña.

Y tu recuerdo es otra casa

Y mis latidos forman una hilera de pisadas


grande y quieta
por donde y o tropiezo sola.
que v an desde su puerta hacia el olv ido.

II

V entana abierta sobre la tarde


con generosidad de mano
que no sabe su limosna.

V entana, que has ocultado en v ano


tanto pudor de niña.

V entana que se da como un cariño


a las v eredas desnudas de niños.

Luego, v entana abierta al alba


con rocío de júbilo riendo en sus cristales.

¡Cuántas v eces en el sosiego


de su abrazo amplio
dijo mi pena
su v erso cansado!

Jornada
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Jornada
(De La calle de la tarde, 1 925)

Aurora
Lámpara enredada
en un camino de horizontes.
Después, al mediodía,
en el aljibe se suicida el sol.
La tarde hecha jirones
mendiga estrellas.
Las lejanías reciben al sol
sobre sus brazos incendiados.
La noche se persigna ante un poniente.
Amanece la angustia de una espera
y aún no es la hora.

Poniente doble
(De La calle de la tarde, 1 925)

Oscurece. El silencio
De las cosas y a cansadas
Pone apuro en las tinieblas.

Aguardo –entre las sombras–


Corona de palabras tuy as
Para ceñir la espera.

¡Sueños de otros lugares!


Afuera oscurece. Adentro, en el corazón que es grande
Como el tiempo,
Otro poniente nace.

¡Poniente del corazón!


Cumplida y a la luz
Como mi espera.
Somos un mismo poniente,
Adentro, y afuera…

Amanecer
(De La calle de la tarde, 1 925)

En el corazón de cada árbol


se ha estremecido la medianoche.

La noche se desmenuza
en lenta procesión de niebla.

Todas las tardes terminan su cansancio.

Los letreros luminosos duermen


el asombro de sus colores
y anticipan la contemplación de cada pobre.

En toda esquina v igila el sueño


y es tu recuerdo la única pena
que humilla la altiv ez de las aceras.

Lejos, el primer mendigo,


traiciona el portal donde ha dormido.

Y la ciudad se abre como una carta


para decirnos la sorpresa de sus calles.
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Anochecer
(De La calle de la tarde, 1 925)

Los brazos del sauce llorón


son serpentinas malgastadas.
El v iento simula arpegios
jirones de música entrecortada.
El v éspero anuncia la noche

mientras en otro horizonte


el sol delira…

Cada árbol es un país de emociones.


Tú y y o, multiplicándonos de amor. Sumergiéndonos
en nuestros ojos, amplios de azul.

Como un niño llegué a tu corazón.


Tú, generoso, te partiste para darme un pedazo de dicha.

IDEA V ILARIÑO

Elena Idea V ilariño Romani nació en Montev ideo en 1 920. Es poeta, traductora y
profesora de Letras. Mantuv o una difícil relación durante v arias décadas con el
gran escritor uruguay o Juan Carlos Onetti, que fluctuaba entre los alejamientos y
los acercamientos abruptos. Fue el único destinatario de sus poemas amorosos.
Escribió para las rev istas Clinamen y Número, esta última codirigida junto a Mario
Benedetti. Recibió el Premio Nacional de Literatura pero lo rechazó; también
prefirió esquiv ar un perfil público. Algunas obras: Nocturnos, Poemas de amor,
Pobre mundo, No, La masa v olcánica del poema y Conocimiento de Darío.

Y a no
(De Poemas de amor, 1 957 )

Y a no será,
y a no v iv iremos juntos, no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa, no te tendré de noche
no te besaré al irme, nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros.

No llegaré a saber por qué ni cómo, nunca


ni si era de v erdad lo que dijiste que era,
ni quién fuiste, ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido v iv ir juntos,
querernos, esperarnos, estar.

Y a no soy más que y o para siempre y tú


Y a no serás para mí más que tú.
Y a no estás en un día futuro
no sabré dónde v iv es, con quién
ni si te acuerdas.

No me abrazarás nunca como esa noche, nunca.


No v olv eré a tocarte. No te v eré morir.

El olv ido
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El olv ido
(De Poemas de amor, 1 957 )

Cuando una boca suav e boca dormida besa


como muriendo entonces,
a v eces, cuando llega más allá de los labios
y los párpados caen colmados de deseo
tan silenciosamente como consiente el aire,
la piel con su sedosa tibieza pide noches
y la boca besada
en su inefable goce pide noches, también.

Ah, noches silenciosas, de oscuras lunas suav es,


noches largas, suntuosas, cruzadas de palomas,
en un aire hecho manos, amor, ternura dada,
noches como nav íos...

Es entonces, en la alta pasión, cuando el que besa


sabe ah, demasiado, sin tregua, y v e que ahora
el mundo le dev iene un milagro lejano,
que le abren los labios aún hondos estíos ,
que su conciencia abdica,
que está por fin él mismo olv idado en el beso
y un v iento apasionado le desnuda las sienes,
es entonces, al beso, que descienden los párpados,
y se estremece el aire con un dejo de v ida,
y se estremece aún
lo que no es aire, el haz ardiente del cabello,
el terciopelo ahora de la v oz, y , a v eces,
la ilusión y a poblada de muertes en suspenso.

Carta II
(De Poemas de amor, 1 957 )

Estás lejos y al sur


allí no son las cuatro.

Recostado en tu silla
apoy ado en la mesa del café
de tu cuarto
tirado en una cama
la tuy a o la de alguien
que quisiera borrar
–estoy pensando en ti no en quienes buscan
a tu lado lo mismo que y o quiero–.
Estoy pensando en ti y a hace una hora
tal v ez media
no sé.

Cuando la luz se acabe


sabré que son las nuev e
estiraré la colcha
me pondré el traje negro
y me pasaré el peine.

Iré a cenar
es claro.

Pero en algún momento


me v olv eré a este cuarto
me tiraré en la cama
y entonces tu recuerdo
qué digo
mi deseo de v erte
que me mires
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tu presencia de hombre que me falta en la v ida
se pondrán
como ahora te pones en la tarde
que y a es la noche
a ser
la sola única cosa
que me importa en el mundo.

El mar no es más que un pozo


(Del libro Paraíso perdido, 1 949)

El mar no es más que un pozo de agua oscura,


los astros sólo son barro que brilla,
el amor, sueño, glándulas, locura,
la noche no es azul, es amarilla.

Los astros sólo son barro que brilla,


el mar no es más que un pozo de agua amarga,
la noche no es azul, es amarilla,
la noche no es profunda, es fría y larga.

El mar no es más que un pozo de agua amarga,


a pesar de los v ersos de los hombres,
el mar no es más que un pozo de agua oscura.

La noche no es profunda, es fría y larga;


a pesar de los v ersos de los hombres,
el amor, sueño, glándulas, locura.

Mediodía
(Del libro Paraíso perdido, 1 949)

Transparentes los aires, transparentes


la hoz de la mañana,
los blancos montes tibios, los gestos de las olas,
todo ese mar, todo ese mar que cumple
su profunda tarea,
el mar ensimismado,
el mar, a esa hora de miel en que el instinto
zumba como una abeja somnolienta...
Sol, amor, azucenas dilatadas, marinas,
Ramas rubias sensibles y tiernas como cuerpos,
v astas arenas pálidas.
Transparentes los aires, transparentes
las v oces, el silencio.
A orillas del amor, del mar, de la mañana,
en la arena caliente, temblante de blancura,
cada uno es un fruto madurando su muerte.

OLGA OROZCO

Olga Orozco (1 920-1 999) nació en La Pampa, Argentina. Entabló una estrecha
amistad con los poetas Alejandra Pizarnik, Norah Lange y Oliv erio Girondo, estos
últimos nucleados en torno a la estética surrealista. Colaboró con los suplementos
culturales de Clarín y La Nación, y en las rev istas Canto –órgano de difusión de la
Generación del ´40– y Claudia, una publicación para mujeres. Entre sus obras
cabe destacar Las muertes, Los juegos peligrosos, Museo salv aje, Cantos a
Berenice, Mutaciones de la realidad, La noche a la deriv a, En el rev és del cielo y
Con esta boca, en este mundo. En 1 998 ganó el V III Premio de Literatura
Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo.
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Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo.

Génesis
(De Museo salv aje, 1 97 4)

No había ningún signo sobre la piel del tiempo.


Nada. Ni ese tapiz de inv ierno repentino que presagia las garras del
[relámpago quizás hasta mañana.
Tampoco esos incendios desde siempre que anuncian una antorcha
[entre las aguas de todo el porv enir.
Ni siquiera el temblor de la adv ertencia bajo un soplo de abismo que
[desemboca en nunca o en ay er.
Nada. Ni tierra prometida.
Era sólo un desierto de cal v iv a tan blanca como negra,
un áv ido fantasma nacido de las piedras para roer el sueño milenario, la caída
hacia afuera que es el sueño con que sueñan las piedras.
Nadie. Sólo un eco de pasos sin nadie que se alejan
Y un lecho ensimismado en marcha hacia el final.

Y o estaba allí tendida;


y o, con los ojos abiertos.
Tenía en cada mano una cav erna para mirar a Dios,
Y un reguero de hormigas iba desde su sombra hasta mi corazón y
[mi cabeza.

Y alguien rompió en lo alto esa tinaja gris donde subían a beber los
[recuerdos;

después rompió el prontuario de ciegos juramentos heridos a traición destrozó las


tablas de la ley inscritas con la sangre coagulada de las
[historias muertas.
Alguien hizo una hoguera y arrojó uno por uno los fragmentos.
El cielo estaba ardiendo en la ex tinción de todos los infiernos
Y en la tierra se borraban sus huellas y sus pruebas.
Y o estaba suspendida en algún tiempo de la ex piación sagrada;
y o estaba en algún lado muy lúcido de Dios;
y o, con los ojos cerrados.

Entonces pronunciaron la palabra.

Hubo un clamor de v erde paraíso que asciende desgarrando la raíz


[de la piedra,
su proa celeste av anzó entre la luz y las tinieblas.
Abrieron las compuertas.
Un oleaje radiante colmó el cuenco de toda la esperanza aún
[deshabitada,
y las aguas tenían hacia arriba ese color de espejo en el que nadie se
[ha mirado jamás,
y hacia abajo un fulgor de gruta tormentosa que mira desde siempre
[por primera v ez.
Descorrieron de pronto las mareas.
Detrás surgió una tierra para inscribir en fuego cada pisada del
[destino,
para env olv er en hierba sedienta la caída y el rev erso de cada
[nacimiento,
para encerrar de nuev o en cada corazón la almendra del misterio.
Lev antaron los sellos.
La jaula del gran día abrió sus puertas al delirio del sol
con tal que todo nuev o cautiv erio del tiempo fuera deslumbramiento
[en la mirada,
con tal que toda noche cay era con el v elo de la rev elación a los pies
[de la luna.
Sembraron en las aguas y en los v ientos.

Y desde ese momento hubo una sola sombra sumergida en mil


[sombras,
un solo resplandor innominado en esa luz de escamas que ilumina
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un solo resplandor innominado en esa luz de escamas que ilumina
[hasta el fin la rampa de los sueños.
Y desde ese momento hubo un borde de plumas encendidas desde la
[más remota lejanía,
unas alas que v ienen y se v an en un v uelo de adiós a todos los
[adioses.
Infundieron un soplo en las entrañas de toda la ex tensión.
Fue un roce contra el último fondo de la sangre;
fue un estremecimiento de estambres en el v értigo del aire;
y el alma descendió al barro luminoso para colmar la forma
[semejante a su imagen,
Y la carne se alzó como una cifra ex acta,
como la diferencia prometida entre el principio y el final.

Entonces se cumplieron la tarde y la mañana


en el último día de los siglos.

Y o estaba frente a ti;


y o, con los ojos abiertos debajo de tus ojos
en el alba primera del olv ido.

No estabas en mi umbral
(De Cantos a Berenice, 1 97 7 )

No estabas en mi umbral
ni y o salí a buscarte para colmar los huecos que fragua la nostalgia
y que presagian niños o animales hechos con la sustancia de la
[frustración.
V iniste paso a paso por los aires,
pequeña equilibrista en el tablón flotante sobre un foso de lobos
enmascarado por los andrajos radiantes de febrero.
V enías condensándote desde la encandilada transparencia,
probándote otros cuerpos como fantasmas al rev és,
como anticipaciones de tu eléctrica env oltura
–el erizo de niebla,
el globo de lustrosos v ilanos encendidos,
la piedra imán que absorbe su fatal alimento,
la ráfaga emplumada que gira y se detiene alrededor de un ascua,
en torno de un temblor–.
Y y a habías aparecido en este mundo,
intacta en tu negrura inmaculada desde la cara hasta la cola,
más prodigiosa aún que el gato de Cheshire ,
con tu porción de v ida como una perla roja brillando entre los
[dientes.

La realidad y el deseo
(De Mutaciones de la realidad, 1 97 9)

A Luis Cernuda

La realidad, sí, la realidad,


ese relámpago de lo inv isible
que rev ela en nosotros la soledad de Dios.

Es este cielo que huy e.


Es este territorio engalanado por las burbujas de la muerte.
Es esta larga mesa a la deriv a
donde los comensales persisten atav iados por el prestigio de no estar.

A cada cual su copa


para medir el v ino que se acaba donde empieza la sed.
A cada cual su plato
para encerrar el hambre que se ex tingue sin saciarse jamás.
Y cada dos la div isión del pan:
el milagro al rev és, la comunión tan sólo en lo imposible.
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el milagro al rev és, la comunión tan sólo en lo imposible.
Y en medio del amor,
entre uno y otro cuerpo la caída,
algo que se asemeja al latido sombrío de unas alas que v uelv en desde
[la eternidad,
al pulso del adiós debajo de la tierra.

La realidad, sí, la realidad:


un sello de clausura sobre todas las puertas del deseo.

Detrás de aquella puerta


(De La noche a la deriv a, 1 983)

En algún lugar del gran muro inconcluso está la puerta,


aquella que no abriste
y que arroja su sombra de guardiana implacable en el rev és de todo
[tu destino.

Es tan sólo una puerta clausurada en nombre del azar,


pero tiene el color de la inclemencia
y semeja una lápida donde se inscribe a cada paso lo imposible.
Acaso ahora cruja con una melodía incomparable contra el oído de
[tu ay er,
acaso resplandezca como un ídolo de oro bruñido por las cenizas del
[adiós,
acaso cada noche esté a punto de abrirse en la pared final del mismo
[sueño
y midas su poder contra tus ligaduras como un desdichado Ulises.
Es tan sólo un engaño,
una fabulación del v iento entre los intersticios de una historia baldía,
refracciones falaces que surgen del olv ido cuando lo roza la nostalgia.
Esa puerta no se abre hacia ningún retorno;
no guarda ningún molde intacto bajo el pálido ray o de la ausencia.
No regreses entonces como quien al final de un v iaje erróneo
–cada etapa un espejo equiv ocado que te sustrajo el mundo–
descubriera el lugar donde perdió la llav e y trocó por un nombre
[confuso la consigna.
¿Acaso cada paso que diste no cambió, como en un ajedrez,
la relación secreta de las piezas que trazaron el mapa de toda la
[partida?
No te acerques entonces con tu ofrenda de tierras arrasadas,
con tu cofre de brasas conv ertidas en piedras de ex piación;
no transformes tus otros precarios paraísos en páramos y ex ilios,
porque también, también serán un día el muro y la añoranza.
Esa puerta es sentencia de plomo; no es pregunta.
Si consigues pasar,
encontrarás detrás, una tras otra, las puertas que elegiste.

SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ

Juana de Asbaje y Ramírez (1 651 -1 695), más conocida por su nombre religioso,
nació en San Miguel Nepantla, Méx ico. Fue una niña precoz. Aprendió a leer a los
tres años y pocos años después rogó a su madre la dejara asistir a la univ ersidad
v estida de hombre, única forma de acceder a los claustros académicos. Aprendió
latín a corta edad, ingresó a la corte como compositora de v ersos y luego se
ordenó monja en al conv ento de las carmelitas descalzas. Escribió obras religiosas
y profanas; las primeras en forma de coplas y v illancicos, las segundas en forma
de sonetos y redondillas.

Redondillas
Satíricas a la v anidad masculina
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Satíricas a la v anidad masculina

Hombres necios que acusáis


a la mujer sin razón
sin v er que sois la ocasión
de los mismo que culpáis:

si con ansia sin igual


solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia
y luego, con grav edad,
decís que fue liv iandad
lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo


de v uestro parecer loco,
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Queréis con presunción necia,


hallar a la que buscáis,
para pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro


que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo,
y siente que no esté claro?

Con el fav or y el desdén


tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.

Opinión ninguna gana;


pues la que más se recata,
si no os admite es ingrata,
y si os admite es liv iana.

Siempre tan necios andáis


que, con desigual niv el,
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.

¿Pues como ha de estar templada


la que v uestro amor pretende,
si la que es ingrata, ofende,
y la que es fácil, enfada?

Más entre el enfado y pena


que v uestro gusto refiere,
bien hay a la que no os quiere
y quejáos enhorabuena.

Dan v uestras amantes penas


a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cual may or culpa ha tenido


en una pasión errada:
la que se cae de rogada,
o el que ruega de caído?

¿O cual es más de culpar,


aunque cualquiera mal haga:
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aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga,
o el que paga por pecar?

Pues ¿para qué os espantáis


de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar,
y después, con más razón.
acusaréis la afición;
de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo


que lidia v uestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.

Soneto V II

Detente, sombra de mi bien esquiv o,


imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa v iv o.

Si al imán de tus gracias, atractiv o,


sirv e mi pecho de obediente acero,
¿para qué me enamoras lisonjero
si has de burlarme luego fugitiv o?

Mas blasonar no puedes, satisfecho,


de que triunfa de mí tu tiranía:
que aunque dejas burlado el lazo estrecho

que tu forma fantástica ceñía,


poco importa burlar brazos y pecho
si te labra prisión mi fantasía.

Soneto II
A la incompresión mundana

(Quéjase de la Suerte: insinúa Su Av ersión


a los V icios, y Justifica Su Div ertimiento a Las Musas )

En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas?


¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?

Y o no estimo tesoros ni riquezas;


y así, siempre me causa más contento
poner riquezas en mi pensamiento
que no mi pensamiento en las riquezas.

Y no estimo hermosura que, v encida,


es despojo civ il de las edades,
ni riqueza me agrada fementida ,

teniendo por mejor, en mis v erdades,


consumir v anidades de la v ida
que consumir la v ida en v anidades.

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Soneto CXLV
A su retrato

(Procura desmentir los elogios que a un retrato de la poetisa inscribió la v erdad,


que llama pasión)

Este, que v es, engaño colorido,


que del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido;

éste, en quien la lisonja ha pretendido


ex cusar de los años los horrores,
y v enciendo del tiempo los rigores
triunfar de la v ejez y del olv ido,

es un v ano artificio del cuidado,


es una flor al v iento delicada,
es un resguardo inútil para el hado:

es una necia diligencia errada,


es un afán caduco y , bien mirado,
es cadáv er, es polv o, es sombra, es nada.

Comentarios y sugerencias
Copyright: Marisa Martínez Pérsico
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