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Varios sueños en una noche

Nicolás es un vendedor en los mercados sumerios. Por alguna razón lo busca la ley y tiene
que perderse en la inmensidad del desierto. Se ve, sin darse cuenta, rodeado de las infinitas
dunas y el sol. Se imagina un camello y empieza a resbalar sobre él el incierto firmamento
del desierto que se deshace. Arriba dos soles que no proyectan sombra alguna. Entre sus
ropas un millar de mapas y folletos turísticos. Bajo sus pies un cero que lo divide y como
resultado la infinidad de la arena. Nicolás piensa en aquella vez se soñó como un
fraccionario donde él era el numerador y María Antonia el denominador. Cuando se
abrazaban frente al espejo su inmensidad se multiplicaba y se entendían como Nicolás al
cuadrado y María al cuadrado. De vez en cuando María crecía de sobremanera y hacía que
Nicolás fuera más pequeño y se perdiera en el infinito de números que habitan entre el cero
y el uno y que son todos y ninguno. Nicolás se pone un yelmo y palpa la noche. No es ya el
desierto bajo dos mortales soles sino la luz de la luna sobre la piedra. Al lado suyo la cama
vacía y afuera, en la oscuridad, el silencio de la noche. Nicolás se levanta con su armadura
y sale a buscar a la princesa. Sabe que estará, y Dios también, en manos de algún esclavo
maloliente. A Nicolás no le importa: no sabe si es porque no la ama y no le importa o
porque, efectivamente, la ama de verdad. Baja por las escaleras del castillo y sale a recibir
el frío de la noche. Baja por entre los matorrales a una dimensión desconocida bajo las
murallas de su casa: en un pequeño calabozo una mujer arrugada de espalda caída le
entrega un paquete envuelto en hojas como un tamal. Nicolás agradeció el producto
transoceánico y subió con el empaque bajo la capa. Al subir encontró en el cuarto,
desvistiéndose, a la princesa. La regañó. Bajo una bóveda más burda pero de iluminación
parecida, se encuentra Nicolás sentado en un colchón en el piso ante una gran pantalla
proyectada. Es la escuela de Cine y Televisión de la universidad nacional. El profesor
Bahomón hace una introducción a la película que Nicolás ignora y, antes de dar inicio,
advierte “Cuidado con esos puteaderos”, refiriéndose a los colchones desde los cuales los
estudiantes estarán destinados a la oscuridad, la intimidad y el estudio. Nicolás mira a sus
compañeros. Al lado suyo hay una mujer agradable que tiene por identidad la de Laura
Hincapié sin serlo exactamente. La sala se vuelve oscura y empieza la película, que Nicolás
conoce de memoria, por lo que decide darse al coqueteo con su vecina. Mientras pone en
marcha su estudiado protocolo, se da cuenta de los senos al aire de su compañera siguiente:
lindos y bien formados, pero con un sospechosos sarpullido alrededor de los pezones. El
protocolo surte el efecto esperado y sin darse cuenta Nicolás se ha adentrado en la
intimidad de su compañera en un espacio compartido e impúdico. Después de un intervalo
la pantalla se a vuelto televisor y la sala el salón de audiovisuales uno y en el mar de
pixeles un partido de fútbol da el movimiento final. La gente se para de las silla y Nicolás,
que sigue en un sueño, siente la necesidad de contarle a Gabriel lo que acaba de soñar:
cómo se vio convertido en un habitante de la germinante anatolia y cómo luego en un
príncipe del medioevo y, más aun, sus hazañas en una ficticia sala de cine que hacía las de
la sala de cine de la facultad de cine. Antes de abrir la boca se dio cuenta de la
imposibilidad de este último, pues no era posible que tuviera el recuerdo de aquella vez que
estudió cine en la nacional estando todavía en el colegio. Seguía en el sueño. Caminó un
rato para despejarse y decidió ir al baño. Camino al baño, sentada en un borde del módulo
con sus amigas, María tiene las sábanas y cobijas bajo las cuales, los dos, duermen en ese
mismo instante en otro mundo. Piensa en decirle que se las devuelva, pero entiende el
fracaso lógico que eso significaría. Al entrar al baño los orinales se encuentran torcidos y
las sábanas y cobijas cuelgan de una puerta, amenazando con caer al piso y ensuciarse.
Nicolás orina y se queda un rato en su celular. Alguien que es Molina y Sergio al tiempo
intenta molestarlo. Nicolá se molesta y lo aparta. Este lo interpreta como una incitación a la
agresión e intenta golpearlo. Nicolás se defiende procurando no herirlo y gritando para que
alguien calme la tempestad. De alguna forma el otro personaje ahora le falta un diente y
sangra de forma copiosa. Nicolás lo abraza para que sus puños sean en vano, pero no puede
evitar terminar hiriéndolo. Entran varios que los quieren separar (y otros, no podían faltar,
que vitorean y avivan con cizañas). Entra Darío, el papá de Sara, e intenta separarlos.
Nicolás le pide consejos sobre cómo defenderse para no hacer daño y Darío hace lo que
puede sosteniendo al otro, que vocifera escupiendo sangre de su boca.

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