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Hacinamiento y Derechos del Interno Penitenciario en Tiempos del Covid-19

Lizeth Geraldine Silva Osorio


Código Estudiantil No. 540172032

Introducción

La Declaración Universal de los Derechos Humanos proclamada en 1948 dentro de la


Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas –ONU- y ratificada por 195 países,
basa su ideal para todos los pueblos y naciones, en el reconocimiento que se hace a la dignidad
intrínseca y a los derechos iguales e inalienables que poseen todas las personas, los cuales deben
protegerse como algo fundamental, y así elevar el nivel de vida hacia un concepto más amplio de
la libertad[ CITATION Orgsf3 \l 9226 ]. Con ello, todos los gobiernos, instituciones e individuos en
sí mismos, deben promover y asegurar el respeto a los derechos y libertades de todas las
personas sin condición alguna.

De acuerdo con Annan (2005) la libertad desde una conceptualización más amplia, abarca el
amparo que protege a la persona de la guerra y la violencia, así como la legislación que garantiza
sus derechos fundamentales y su dignidad, lo cual determina una estrecha interdependencia entre
derechos humanos, seguridad y desarrollo. Por tanto, es en el Estado en el que recae
primordialmente la responsabilidad de proteger a su población, y cuando sea necesario, actuar en
consecuencia para que dicha interdependencia se fortalezca.

Es precisamente el desarrollo, lo que representa un desafío global conforme a todos los


aspectos que lo conforman y se interrelacionan, puesto que demandan respuestas eficaces
basadas en la ayuda y cooperación mutua, no sólo entre naciones sino entre los propios
ciudadanos para atender las necesidades de los demás, que es donde se evidencia un amparo real
a la dignidad de la persona. De esta manera, cada país y gobierno al adoptar la declaración de los
derechos humanos, como normativa la reconoce y asegura su aplicación efectiva bajo su
jurisdicción, en cuya garantía de aplicabilidad, promoción y respeto también la sociedad
comparte esta responsabilidad [ CITATION Ann05 \l 9226 ].
Es en la Carta Constitucional, donde la mayoría de las democracias definen su
responsabilidad de proteger, promover y respetar los derechos fundamentales de sus habitantes,
integrando en ella muchos de los contenidos de los tratados y convenios internacionales a los
cuales pertenecen los Estados. Para el caso del hemisferio americano, el sistema regional
conocido como Sistema Interamericano de Derechos Humanos, es el organismo que vela por que
este cometido se cumpla, lo que, de acuerdo a la lógica de los ordenamientos nacionales, nunca
ha sido estático sino que se ha ido definiendo y consagrando a la par que lo ha hecho el
desarrollo histórico de la sociedad, de la organización de cada Estado, así como del propio
progreso de los regímenes constitucionales, determinando así una evolución en los contenidos de
los derechos humanos (Añaños, 2015, p.137-138).

En Colombia todas las Constituciones Políticas han consagrado los derechos humanos. En la
de 1811 se incluían los derechos provenientes de la Declaración de los Derechos del Hombre de
1789, es decir, los de primera generación como son los derechos civiles y políticos; hasta la
actual de 1991, en donde se encuentran aquellos de la declaración universal de los derechos
humanos de 1948, en la cual se determinan derechos de primera, segunda y tercera generación
[ CITATION Télsf \l 9226 ]. En consecuencia, es la Carta Magna la que rige fundamentalmente la
protección constitucional de todos los derechos de las personas, aun en su condición de privación
de la libertad, y recluidas en establecimientos carcelarios del país.

Hacinamiento y Derechos del Interno Penitenciario en Tiempos del Covid-19

Los derechos que poseen todas las personas privadas de la libertad en condición de reclusión
penitenciaria, son inherentes a los derechos humanos en cuanto a la vida, integridad personal,
dignidad, igualdad, salud, entre otros, que definen la naturaleza humana; razón por la cual la
normatividad que rige su protección, se sustenta en instrumentos internacionales y nacionales,
teniendo como base en los primeros, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y las Reglas mínimas para el tratamiento de
los reclusos de Naciones Unidas. Y para el caso colombiano, la Constitución Política de
Colombia (artículos 1 al 42), la Ley 65 de 1993, Ley 599 de 2000 y la Ley 1709 de 2014
[ CITATION Consf \l 9226 ].
En este contexto normativo, La Constitución Política promulga dentro de su preámbulo, que
los artículos que la conforman buscan fortalecer la unidad de la Nación y asegurar a sus
habitantes, individual como colectivamente, los derechos humanos, socioeconómicos y culturales
que allí se contienen como principios fundamentales de la vida humana, también las garantías
que así lo posibilitan, al igual que los deberes a los cuales se ha de responder dentro de un marco
jurídico, democrático y participativo en el territorio colombiano [ CITATION Con10 \l 9226 ].

La Ley 65 de 1993, por medio de la cual se expide el Código Penitenciario y Carcelario en


Colombia, como contenido y principios rectores, regula el cumplimiento de las medidas de
aseguramiento, la ejecución de las penas privativas de la libertad personal y de las medidas de
seguridad [ CITATION Sis93 \l 9226 ]. Por su parte, la Ley 599 de 2000 por la cual se expide el
Código Penal Colombiano, también retoma como principios rectores la dignidad humana y la
igualdad; y la Ley 1709 de 2014, reforma algunos artículos de las Leyes anteriores, es decir,
55/85, 65/93 y 599/2000, y otras disposiciones, que han ido fortaleciendo aún la protección de
los derechos de esta población, evidenciando en ello y especialmente en la adición de artículos
como el 3A, la evolución que van alcanzado los derechos humanos, tal y como lo menciona
Añaños (2015).

La adición o cambio en la Ley 1709/201, contempla el enfoque diferencial que trata del
reconocimiento que se debe hacer a las poblaciones carcelarias conforme a sus características
particulares: edad, género, religión, identidad de género, orientación sexual, raza, etnia, situación
de discapacidad y cualquiera otra [ CITATION Ges14 \l 9226 ], a fin de que las medidas
penitenciarias, vean en la protección de los derechos algo más allá de la mera condición de
reclusión, y los derechos fundamentales en las tres generaciones, se protejan y respeten en toda
persona privada de la libertad.

Ahora bien, con base en la jurisprudencia que le atañe a la Corte Constitucional en Colombia,
como guardián de la integridad y supremacía de la Carta Política de 1991, y que se considera una
corporación fuente del derecho en el sistema jurídico colombiano, vinculado a las decisiones de
las autoridades judiciales y administrativas del país [ CITATION Bansf \l 9226 ], esta ha determinado
que las personas privadas de la libertad se encuentran vinculadas con el Estado por una especial
relación de sujeción, bajo la cual, las autoridades carcelarias y penitenciarias solo pueden limitar
algunos derechos fundamentales de los reclusos, siempre y cuando las medidas estén dentro de
los criterios de razonabilidad, utilidad, necesidad y proporcionalidad [ CITATION Cor14 \l 9226 ].

Teniendo en cuenta esta determinación, y lo que implica dentro de la relación Estado-Interno,


La Corte Constitucional (2014) ha clasificado los derechos fundamentales de los internos en tres
categorías:

a) aquellos que pueden ser suspendidos, como consecuencia de la pena impuesta, como la
libertad física y la libre locomoción;
b) aquellos que son restringidos debido al vínculo de sujeción del recluso para con el Estado,
como derecho al trabajo, a la educación, a la familia, a la intimidad personal;
c) derechos que se mantienen incólumes o intactos, que no pueden limitarse ni suspenderse a
pesar de que el titular se encuentre sometido al encierro, dado a que son inherentes a la
naturaleza humana, tales como la vida e integridad personal, la dignidad, la igualdad, la salud y
el derecho de petición, entre otros (párr. 2).

Respecto a la tercera categoría, es decir, los que se mantienen intactos, el derecho a la vida e
integridad personal, a la dignidad y a la salud, que representan derechos fundamentales y que
implican una protección constitucional, son los más vulnerados cuando de hacinamiento se trata,
pues este fenómeno, que en el país a la fecha y según el Instituto Nacional Penitenciario –
INPEC- representa un 24.05% en 138 centros penitenciarios, con una sobrepoblación de 19,400
internos [ CITATION INP20 \l 9226 ], determina una crisis carcelaria que más allá de generar
problemas de administración de la justicia, crea riesgos latentes en la vida de muchos de los
internos, especialmente en momentos como el que vive el mundo por cuenta del Covid-19,
entendiendo que esta crisis es global dadas las deficiencias sistémicas de los sistemas de justicia
penal de muchos Estados y/o de sus políticas [ CITATION Ofi17 \l 9226 ].

Si bien lo anterior responde a cifras y datos que emite el INPEC en su página oficial, otra cosa
señalan algunos expertos y medios de comunicación al referir estadísticas según las cuales, para
el mes de marzo cuando apenas se iniciaba la pandemia del Covid-19, en el país y según el
mismo INPEC, los niveles de hacinamiento eran del 54.9% con una población intramural de
124.188 personas frente a una capacidad instalada en el territorio colombiano para 80.156
reclusos, es decir, una sobrepoblación de 44.03; o lo expresado por La BBC en su portal de
internet, que en realidad el INPEC reconoce que en Colombia hay 180.000 reclusos para un cupo
de 70.000 [ CITATION BBC20 \l 9226 ].

Esta y otras situaciones en las prisiones, ya habían sido declaradas como inconstitucionales
por la Corte Constitucional según Sentencias T-253 y T-296 de 1998, en relación al
hacinamiento, problemas de salubridad y alimentación, e incluso, condiciones laborales que van
en contravía del tratamiento penitenciario con respeto a la dignidad humana, requerido para
todos los involucrados [ CITATION Roj20 \l 9226 ]. Desde hace 20 años, La Corte Constitucional
declaró inconstitucionales diferentes aspectos en las cárceles del país, como por ejemplo con la
Sentencia T-153 de 1998, emitió la primera voz de alarma sobre el sistema penitenciario y
carcelario, y las tasas de hacinamiento de la época; la Sentencia T-388 de 2013 indicó que el
hacinamiento no era el único problema que debía resolverse, pues la política criminal
colombiana fue catalogada como poco reactiva, incoherente, ineficaz, volátil, desarticulada, sin
intenciones de resocializar a los convictos, es decir, sin un enfoque preventivo, o también la
Sentencia T-762 de 2015, que subraya la descoordinación de la política criminal [ CITATION
Gon20 \l 9226 ], es decir, un problema estructural al que no se le busca solución.

Lo anterior determina una problemática que ha venido creciendo y que carece de estrategias
efectivas que lleven a una solución desde la prevención, o con acciones definitivas y eficaces. Es
un fenómeno y problemática social mundial, pues solo para el caso latinoamericano la profunda
crisis ha demostrado la incapacidad de los sistemas de justicia penal y políticas carcelarias de
cumplir con el fin que la pena privativa de la libertad busca alcanzar, pues en varios de los países
de la región en las últimas dos décadas, se evidencia una aumento generalizado doble e incluso
triple, de las tasas de crecimiento de la población carcelaria [ CITATION Rod15 \l 9226 ].
Es así que, el hacinamiento, respecto al cual su conceptualización también crea una discusión,
constituye dentro de las nociones más utilizadas, la capacidad instalada de un establecimiento o
sistema y su comparación con el número de personas que alberga, lo cual desde la perspectiva
cuantitativa, establece el exceso de población que existe con base en el número de cupos
definidos en los establecimientos previamente (Ariza & Torres, 2019, p. 234).

Sin embargo, para Ariza y Torres (2014) esta definición en cuanto a espacio de ocupación
resulta en sí problemática, pues claramente se deben considerar otros aspectos de la vida de una
persona privada de la libertad, en tanto el derecho que le asiste a un espacio común al aire libre, a
un espacio sanitario para el aseo, a un espacio para comer y resocializar, todo dentro de la
integralidad de la vida en prisión que debe garantizar la dignidad, la integridad y la salud, siendo
esta última de manera precisa, la que debido a la pandemia generada por el Covid-19, ha
potencializado esta crisis en un serio problema de salud pública.

De acuerdo con Guardia (2020) si antes de la pandemia había una grave crisis sanitaria en
Colombia por el hacinamiento, a la cual además no se le había ofrecido soluciones de fondo para
contrarrestarla, la emergencia creada por la Covid-19 la acentúo profundamente, y esta terminó
siendo tratada más como un hecho normativo, de parágrafos e incisos, que como una verdadera
necesidad a atender, pues pasó a ser un problema de salud pública con grandes costos para el
sistema, pero especialmente para todas las personas que han padecido los síntomas y
consecuencias de esta enfermedad, sumada a la angustia y desesperación de sus familias con las
escasas alternativas de acción o intervención para favorecer a sus seres queridos privados de la
libertad.

Las cifras dan cuenta de que en el mes de agosto, en centros penitenciarios del país como La
Picota y El Buen Pastor, en Bogotá; la cárcel de Florencia, en Caquetá; la de Villavicencio en el
Meta, la de Leticia, en el Amazonas; en las prisiones en Cartagena, Santa Marta, Pasto,
Valledupar, Itagüí e Ibagué; la de Villahermosa, en Cali, la del Espinal, en el Tolima, entre
otros, se registran 3.196 casos de Covid-19 de los cuales 2.582 son reclusos, 178 del cuerpo de
custodia y vigilancia, 22 auxiliares de seguridad, y 14 funcionarios de las áreas administrativas
[ CITATION RCN201 \l 9226 ]. Cifra que a la luz de la realidad debe ser más alta, pues no se puede
desconocer que en principio era poco lo que se sabía del virus, su transmisión, y mecanismos de
prevención.
Si bien es cierto que se evidencia que no solamente son los reclusos los afectados por el virus,
pues mucho del personal del INPEC también lo ha contraído, se entiende que para estos resulta
más fácil su aislamiento, atención y cuidado, que para quienes al interior de una celda,
conviviendo con un gran número de personas, sus condiciones son diferentes y atentan contra su
integridad, salud y dignidad al verse sometidos a una enfermedad como la Covid-19;
particularmente para los internos con mayor nivel de vulnerabilidad por ser personas con más de
65 años de edad, quienes suman un total de 2.919 [ CITATION ElT20 \l 9226 ] o para todos los que
según su patología o condición gestante, que según el Ministerio de Justicia llegan a 16.265
personas [ CITATION Gon20 \l 9226 ] todo esta situación les resulta tan denigrante.

La situación de las cárceles en el país alcanzó su mayor nivel de complejidad en marzo del
presente año al iniciar la pandemia, cuando se generaron motines en más de diez centros a nivel
nacional, pues los internos reclamaron por el hacinamiento y la falta de elementos para prevenir
el contagio del coronavirus, lo que, frente a la brutal respuesta del Gobierno, solamente en la
cárcel La Modelo de Bogotá dejo 23 muertos y más de 83 heridos [ CITATION ElT201 \l 9226 ].
Siendo esto lo que motivó como respuesta, una ruta de deshacinamiento carcelario, prevención y
atención a posibles casos de Covid-19, propuesta por 171 organizaciones y 538 personas de la
sociedad civil[ CITATION Gon20 \l 9226 ].

Con esta ruta y dado el rechazo nacional por los hechos ocurridos, el Gobierno a través del
Ministerio de Justicia, emitió el Decreto 546 de abril de 2020 por medio del cual adopta medidas
para sustituir la pena de prisión y la medida de aseguramiento de detención preventiva en
establecimientos penitenciarios y carcelarios, por la prisión domiciliaria y la detención
domiciliaria transitorias en el lugar de residencia, a personas que se encuentran en situación de
mayor vulnerabilidad frente al Covid-19, y se adoptan otras medidas para combatir el
hacinamiento carcelario y prevenir y mitigar el riesgo de propagación, lo anterior en el marco del
Estado de Emergencia Económica, Social y Ecológica [ CITATION Min20 \l 9226 ] declarado por la
pandemia ocasionada por el virus.
Son diversas las voces que se expresan en contra del Decreto 546/2020, para algunos podría
ser el camino pero no resuelve el hacinamiento en las cárceles como lo reconoce el Gobierno
Nacional, al considerarlo como algo transitorio [ CITATION WRa20 \l 9226 ] lo que en efecto
tampoco logrará la protección integral de los derechos de los internos, pues si bien trata de
proteger a la población adulta mayor, son pocos los beneficiados y muchas las conductas
punibles excluidas, 70 en total que además no tienen sustento, lo que lleva a políticos y
especialistas del derecho a considerarlo como algo meramente político.

Es por esta razón que La Fundación Comité de Solidaridad con los Presos Políticos -CSPP-
(2020) refiere la solicitud de revisión que hacen algunos congresistas como Cepeda y Sanguino,
y el Presidente de dicho Comité, quienes solicitaron a la Corte Constitucional:

Declarar su constitucionalidad ante algunas precisiones del Decreto como: i) que se


declare la inconstitucionalidad de la expresión contenida en el literal F del artículo 2°,
que señala “condenados a penas privativas de la libertad de hasta cinco (5) años de
prisión” por tener un criterio indeterminado en la modalidad de la conducta y más
restrictivo que lo estipulado en los artículos 68 A y 38 B del Código Penal; ii)  que se
declare la inconstitucionalidad de las excepciones contenidas en el artículo 6°, salvo
aquellas que se encuentren establecidas en la Constitución o en las obligaciones
internacionales del Estado, como los son, entre otros, los delitos de lesa humanidad o
aquellos que atentan contra los derechos de los niños, niñas y adolescentes, los que
atentan contra su libertad e integridad sexual y los demás que determine la Corte
Constitucional (CSPP, 2020, párr. 5).

Los accionantes buscan que no sean los criterios subjetivos de gravedad y peligrosidad los
que determinen el otorgamiento de estas medidas, puesto que la misma Corte Constitucional ha
señalado que debe basarse en criterios objetivos reconocidos por la Constitución y la ley. De tal
manera que la idea inicial de descongestionar las cárceles con la salida de más de 4.000 internos
se queda corta con la excarcelación de un poco más de 207 personas, así como tampoco las
Unidades de Reacción Inmediata –URI- podrán verse beneficiadas del mismo (Semana, 2020;
WRadio, 2020) lo que determina un impacto mínimo al fenómeno del hacinamiento, y de velar
por el derecho a la salud, integridad física y dignidad, constitucionalmente protegidos.
Por otra parte, se ha podido establecer que buscando la protección especialmente de los
mayores de 65 años, cuyas condiciones de salud les hacen más vulnerables a contraer el virus, el
Decreto 546 trajo consigo medidas de restricción de ingreso de los familiares a las cárceles y de
salida de los internos que gozaban de este beneficio durante varios días a la semana, pero que
evidencia otra realidad, ya que hasta hoy los internos de diversas cárceles denuncian el ingreso
masivo y violento de guardianes del INPEC sin las medidas de salubridad requeridas como es el
uso de guantes y tapabocas (González, 2020, p.1).

En consecuencia, lo que ha demostrado la pandemia ocasionada por el coronavirus en relación


a la protección de los derechos fundamentales de los internos, especialmente aquellos que se
deben mantener intactos, y el tan mencionado Decreto 546 que buscaba la excarcelación de
buena parte de los más vulnerables y disminuir el hacinamiento, es que dicha protección a la
integridad y salud de esta población, que debe ser un imperativo y una constante, no pasó de ser
como siempre, una norma insosteniblemente ética y jurídica, y sobre todo política en tiempos de
polarización en el país, que sigue demostrando la crueldad de la reclusión inhumana y que
degrada en lo más profundo la dignidad de la persona, pues como norma se diseñó no para
impedir el riesgo de contagio al interior de las prisiones sino para prevenir el riesgo de
reincidencia del sujeto en la sociedad exterior [ CITATION Per20 \l 9226 ].

Conclusiones

El hacinamiento como fenómeno social y problema de salud pública en Colombia, no cuenta


hasta ahora con una estrategia y/o política de Estado que busque su disminución, así sea
progresiva. No se legisla al respecto de manera seria y coherente, y tampoco se acatan las normas
internacionales y nacionales que promulgan la defensa de los derechos humanos y los derechos
del interno.

Los derechos constitucionalmente otorgados a la dignidad de toda persona, en la mayoría de


las cárceles y centros de reclusión del país se vulneran; siendo esta condición de degradación del
ser humano lo que en muchas ocasiones no permite que la resocialización como fin de la pena se
alcance, sino que por el contrario la vivencia intramural se convierte en una situación
multiplicadora de conflictos personales que se reflejan en las interacciones sociales.
La promulgación del Decreto 546 de 2020, que pretendía descongestionar las cárceles y
proteger a los más vulnerables de las consecuencias de la Covid-19, terminó evidenciando la
falta de humanidad normativa que existe en el país para con los privados de la libertad.

Se requiere de un sistema penitenciario especial y efectivo en el que se contemplen, como


primera medida el deshacinamiento carcelario y las estrategias de prevención del Covid-19 como
aspectos urgentes ante una situación particular que se vive hoy; así mismo programas de
dignificación de la persona como sujeto de derechos fundamentales, esto con el fin de que los
objetivos de la privación de la libertad intramural se logren, en pos de ofrecer a la sociedad, una
ver terminada la pena, mejores personas.

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