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Exposiciones universales

Una exposición universal es el resumen de nuestra época, más dada a lo útil que a
lo ideal, pagada especialmente de todo lo que afecta a mejorar las condiciones de
la vida, ya en la parte material ya en la moral. También es el resumen de nuestra
época, más dada a lo útil que a lo ideal, pagada especialmente de todo lo que
afecta a mejorar las condiciones de la vida, ya en la parte material ya en la moral.

Si el siglo XVIII fue el germen de la modernidad, el gran campo de cultivo donde surgieron las ideas que
habrían de revolucionar las bases del conocimiento y de la organización social y política de la humanidad,
el siglo XIX fue no sólo su gran heredero, sino el siglo en el que empezaron a materializarse esas ideas,
algunas de las cuales parecían meras utopías, espejismos de mentes privilegiadas que para la inmensa
mayoría de los mortales eran de todo punto irrealizables. El bien común, la educación para todos, la mejora
de la humanidad por medio del conocimiento, el avance social, científico y tecnológico basado en la razón y
la experimentación que un día habían soñado los ilustrados (y mucho antes aún el hombre renacentista),
dejaron de ser utópicos para convertirse en proyectos que se ponían en marcha hasta convertirse en
verdades que empezaban a ser tangibles. Desde mediados del siglo XIX, esos avances y progresos buscaron
no sólo ser proyectados y fomentados sino, y sobre todo, dados a conocer al mayor número posible de
personas. El avance en las comunicaciones, entonces precarias si las comparamos con las actuales, fue uno
de los primeros proyectos conseguidos y a la vez el vehículo para difundir todos los demás. Se investigaba,
se estudiaba, se proyectaba, se descubría y se inventaba y finalmente se daba a conocer en un tiempo
récord a un número de personas antes inimaginable por medio de la prensa, el telégrafo y el teléfono. La
prensa periódica vive entonces un auge inaudito, como nunca antes se había conocido. La técnica del
grabado primero y la de la fotografía después, consiguen lo que antes parecía magia o brujería: captar y
fijar en papel una imagen real. No sólo empieza a cambiar el concepto del arte sino el de la prensa escrita
que dejará de recurrir a la palabra como único instrumento para dar a conocer verdades nunca vistas. La
luz eléctrica supuso un cambio radical en la distribución del tiempo de la vida social y laboral del ser
humano, las fronteras entre el día y la noche se hacen más difusas. Por otro lado, el automóvil y el
ferrocarril aceleran radicalmente el ritmo de vida; la comunicación entre personas e ideas, entre regiones y
países, se hace más fluida y más ágil y empieza a desaparecer el aislamiento de zonas tradicionalmente
atrasadas. Las posibilidades comerciales se multiplican. El ferrocarril empieza a ser el nuevo vehículo de la
modernidad en toda Europa y dibuja en cada país una tela de araña que trata de comunicar los centros de
poder político y económico con los puntos más alejados. La fiebre de optimismo y de avance que vive
Europa en esta segunda mitad del siglo XIX necesitaba un escaparate, un modo de mostrar al mundo
entero los logros conseguidos en todos los campos, empezando por el industrial y económico y terminando
por los nuevos inventos, los futuros proyectos por realizar y la inmensa cantidad de incógnitas planteadas
aún por descubrir. Ese escaparte estuvo constituido por lo que se conoce con el nombre de exposiciones
universales. Y fueron Francia e Inglaterra, las dos grandes potencias económicas, industriales y políticas del
momento, las anfitrionas de las primeras que se celebraron y que luego fueron extendiéndose a las
grandes capitales del mundo occidental, aunque ambas siguieron siendo la sede de muchas de las que
tuvieron lugar con posterioridad.
Primera exposición universal
(Londres, 1851)

Cristal Palace, Josep Paxton, 1 de mayo del

Si hay algo que caracterice esta exposición es el hecho de haber sido considerada la primera de la historia,
la que inaugura el ciclo de exposiciones universales que se celebraron en todo el siglo XIX y que sirvió de
modelo para todas las que se celebraron posteriormente. En su eterna rivalidad con París, Londres supo
adelantarse a la capital francesa celebrando un evento de importancia y dimensiones nunca vistas hasta
entonces que le valió fama mundial y sirvió para asentar aún más la importancia de su papel de potencia
económica y política. Esta exhibición, bajo el título oficial de Gran Exposición de los trabajos de la industria
de todas las naciones, o Exposición de la industria universal, engloba, simboliza e inicia la mirada del ser
humano hacia el progreso y la modernidad. La estructura tradicional de Europa se quebraba ante el
torbellino de ideas y comportamientos nuevos que la primera mitad del siglo XIX había traído al mundo. En
1851 Inglaterra era ya el centro financiero de Europa y continuaba desarrollando como ningún otro país su
proceso de industrialización. Con el telón de fondo de la proliferación de doctrinas, el empuje cada vez
mayor de la burguesía y el decidido avance hacia el futuro, la Exposición de la Industria Universal de
Londres de 1851 demostró en su tiempo la supremacía de Inglaterra como el país más avanzado. La
industrialización iba a cambiar las bases de las estructuras sociales, de comunicación y de producción a
nivel mundial. El telégrafo, el ferrocarril, la lucha por conseguir la jornada laboral de diez horas y la
eliminación del trabajo infantil se mezclaban con las inquietudes artísticas de la pintura de Turner y las
descripciones que hacía Dickens de los bajos fondos de la sociedad. El príncipe Alberto, esposo de la reina
Victoria, fue el gran promotor de la exposición. Hombre de gran inteligencia y excepcional cultura,
observaba con preocupación cómo la revolución industrial iba paralela al estancamiento cultural e
intelectual de Inglaterra y de sus universidades emblemáticas, Oxford y Cambridge. El deseo de sacar a
Inglaterra de ese estado de cosas le impulsó a crear la Comisión Real para la Organización de la Exposición,
a pesar de la reticencia o incluso la oposición abierta de ciertos sectores de la sociedad inglesa que
vaticinaban un auténtico desastre moral, social y económico con la entrada de revolucionarios extranjeros
que, según sus temores, destruirían toda fe y lealtad en el país. Para ello el príncipe Alberto contó con la
inestimable ayuda de Henry Cole quien fue el encargado de transmitir al príncipe la idea surgida en Francia
de hacer internacionales las muestras de la industria que hasta entonces habían estado celebrándose a
nivel nacional. La apertura de la exposición el 1 de mayo fue la culminación de las inquietudes del príncipe

El plan de Haussmann fue un gran cambio en Paris


ya que cambio totalmente la forma de vida de muchos y
fue tan importante que hoy en día es reconocido a nivel
mundial, este plan fue nombrado por orden de Napoleón III
que al asumir el poder en el 1851 nombra prefecto al Barón
Georges Eugène Haussmann, Napoleón nombra a Haussmann
ya que él quería que Paris se convirtiera en la ciudad más
importante del mundo desplazando a Londres que en ese
Alberto por un lado y el esfuerzo de Henry Cole por otro.
Torre Eiffel, Alexandre Gustave Eiffel entonces era la más importante de toda Europa.

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