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OTRAS INQUISICIONES

Por
 Fernando Savater
 -
25 octubre, 2019

U na de las mayores batallas entre la sociedad civil con sus leyes laicas y la

mentalidad religiosa que pretende someterlo todo a inapelables normas divinas es la


de distinguir entre delitos y pecados. El gran jurista ilustrado Cesare Beccaria se ocupó
de este tema en el XVIII y a partir de él Voltaire y otros. Para el ilustrado, sólo los
delitos son agresiones socialmente punibles según un código establecido de acuerdo
con baremos humanos: los pecados dependen de la conciencia de cada cual y de su
creencia en preceptos divinos…si es que esa fe existe. En cambio el creyente, sobre
todo si tiene tendencia al fanatismo, sostiene que la sociedad debe someterse a las
normas dictadas desde los cielos, que están por encima de cualquier código humano.
Para ser justas, las leyes deben sancionar lo que los mandamientos divinos consideran
punible y los jueces tienen que ser el brazo secular de los teólogos. En cambio, quien
obra de acuerdo con la fe no puede delinquir, aunque perpetre lo que terrenalmente
parecen atrocidades…

El asentamiento moderno de la democracia ha consistido hasta ahora en preservar las


leyes civiles del contagio con dogmas teológicos. Y los grupos sociales que consideran
los preceptos religiosos superiores a cualquier norma laica constituyen potenciales
enemigos de la democracia y a veces un efectivo peligro para la convivencia dentro de
ella. Es el caso, de ningún modo único, del islamismo radical. Pero actualmente
aparecen otros planteamientos religiosos que no responden a las teologías clásicas sino
a nuevas idolatrías que, a partir de preocupaciones razonables por problemas reales,
crean dogmas hiperbólicos que lo arrollan socialmente todo a su paso. Destacan el
ecologismo radical, el animalismo, el antimachismo, etc… Como las antiguas
intransigencias teológicas, critican las leyes existentes por su lenidad o hasta
complacencia con el mal, advierten de inmediatos apocalipsis, exigen un cambio de las
costumbres sin admitir disconformes y señalan culpables individuales o genéricos para
los que no vale la presunción de inocencia ni las habituales garantías jurídicas. En una
palabra, se adueñan del espacio de la culpa, convierten las imperfecciones en crímenes
y ejercen de jueces, testigos y verdugos.
Sería imposible en el breve espacio de un artículo entrar en una casuística detallada de
esas nuevas inquisiciones. Sólo aportaré un ejemplo perteneciente al antimachismo,
porque su protagonista es un artista insigne conocido por todos. A sus 78 años y en la
cima de su gloria, Plácido Domingo ha sido acusado de haber acosado sexualmente a
varias mujeres. Las acusaciones son anónimas, salvo en un caso, no han sido hechas
ante instancias oficiales sino ante la prensa, se refieren a sucesos sucedidos hace
décadas y no denuncian hechos propiamente delictivos o punibles sino en el peor de
los casos comportamientos indebidamente atrevidos o groseros. Por lo visto el gran
tenor es un ligón, se aprovecha de su fama para acercarse a mujeres que de otro
modo le rehuirían y así a algunas las fastidió con sus requerimientos que en aquel
momento no se atrevieron a rechazar abiertamente (otras sin duda estaban
encantadas por encandilar al gran hombre). Bueno… ¿y qué? Quizá Plácido Domingo
tiene defectos, no es un santo…pero aún menos es un delincuente o un apestado
moral. Nada de eso justifica que se le impida actuar en teatros o dirigir orquestas,
cosas que hace estupendamente a pesar de sus supuestos vicios: hay que ser yanki y
estar aterrado por las nuevas inquisiciones para pensar de otro modo. O padecer el
mismo síndrome pero a la europea, es decir con el añadido del complejo de
inferioridad.

Que hombres con posiciones de influencia y privilegio las aprovechen para acosar
indebidamente a mujeres es algo indecente y será una buena noticia saber que esos
comportamientos son universalmente rechazados. Pero aceptar que la presunción de
inocencia se desvanezca para dar gusto a formas semi-religiosas de histerismo
colectivo y manía persecutoria es algo mucho más grave. Nos devuelve a la caza de
brujas medievales, aunque ahora sean «brujos» los acusados y brujas las
denunciantes. Las acusaciones contra Plácido Domingo equivalen a que un denunciante
anónimo nos acusase a cualquiera de nosotros (bueno, a ustedes, en mi caso estaría
justificado) de habernos visto frecuentemente borrachos por la calle y sin más ni mejor
argumento se nos sometiese obligatoriamente a una cura de desintoxicación, además
de retirarnos por si acaso el permiso de conducir. Pero me callo, no quiero brindar
ideas a los nuevos inquisidores…

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