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P. Fr. Marcos Rodolfo González O.P.

LA CONTEMPLACION

Nos referiremos a la contemplación cristiana, siguiendo las huellas de Santo Tomás de

Aquino.

I.- Contemplación y acción

La palabra contemplación viene del latín contemplatio, de contemplando.

Contemplando se constituye de cum y de templo. Cum tiene un sentido aumentativo o

intensivo. Templo, del griego témenos, indica una porción de campo reservada al jefe del

ejército, en donde el mismo observa todo atentamente. La contemplación tiene el sentido de

observar algo atentamente con los ojos del cuerpo y del alma. Y se amplía el sentido en un

orden sagrado. Así se dice que “El universo mundo se llama templo de Dios”(1) . Y se

habla de una contemplación de la inteligencia sobre Dios.

Se contrapone la contemplación a la acción. La acción del latín actio, agendo, del griego

ágo (llevar ante sí), con el sentido de dirigir, conducir. Referida la acción al intelecto

importa en el mismo “la operación de dirigir las potencias o hábitos o los movimientos

inferiores hacia el fin” (2)

II.- Vida contemplativa y activa

La vida contemplativa es la de aquellos que principalmente intentan la contemplación de

la verdad. La vida activa es la de aquellos que principalmente intentan el ejercicio de la

operación exterior y de las obras.

La vida humana y la vida cristiana algo requieren de las dos vidas. Y la distinción se

establece por la mayor o menor ocupación y acento.

La distinción de la vida divina, sobrenatural y cristiana en contemplativa y activa es algo

que está siempre presente en la Revelación divina. Por ej. cuando se enseña que Dios, creó
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al mundo en seis días y al séptimo descansó y que esa creación realizada por el Dios eterno

fue en el tiempo (3). Que nuestros primeros padres Adán y Eva fueron creados por Dios y

colocados en el paraíso que tenían que cultivar y en donde estaban en amistad con Dios.(4).

Se considera que Raquel es ejemplo de vida contemplativa y Lía ejemplo de vida activa (5).

Cristo es el Hijo de Dios hecho hombre por nosotros y por nuestra salvación que conoce y

ama a Dios perfectamente y actúa, padece y muere por los hombres, reconciliándolos con

Dios. Se destacan los ejemplos de las hermanas amigas de Cristo Marta y María, la primera

ejemplo de vida activa y la segunda ejemplo de vida contemplativa (6).

En toda la historia de la Iglesia aparece esta distinción de vida activa y contemplativa.

Están por ej. los anacoretas retirados al desierto para ocuparse mejor de Dios o los monjes

encerrados en sus monasterios insistiendo en sus oraciones y liturgia, por un lado; y los

hombres comunes que viven su cristianismo en un trabajo legítimo y fecundo, por el otro.

Las dos formas de vida quedan registradas en la enseñanza de la Iglesia. Así dice por ej el

Conc. Vaticano II: “ Es característico de la Iglesia ser, a la vez, humana y divina, visible y

dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente

en el mundo y, sin embargo, peregrina, y todo esto de suerte que en ella lo humano está

ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación, y

lo presente a la ciudad futura que buscamos” (7)

Santo Tomás de Aquino, en la Summa Theol. II-II, 179, 1 se pregunta: “Si la vida de un

modo conveniente se divide en contemplativa y activa” (8). Y responde “Sed contra es que

Gregorio, “sobre Ezequiel” dice: “dos son las vidas en las cuales a nosotros el omnipotente

Dios por la sagrada palabra nos enseña: a saber la activa y la contemplativa”.

Respondo diciendo que aquellos propiamente se dicen vivientes que a partir de sí mismos

se mueven u operan. Pero aquello máximamente conviene a alguno según sí mismo que es
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propio del mismo, y hacia lo cual máximamente se inclina. Y por consiguiente cada

viviente se muestra vivir a partir de la operación que le es máximamente propia, y hacia la

cual máximamente se inclina: como se dice que la vida de las plantas en esto consiste que

se nutren y generan; pero la de los animales en esto que sienten y se mueven; pero la de los

hombres en esto que entienden y según la razón actúan. De donde también en los hombres

la vida de cada hombre parece ser aquello en lo cual máximamente se deleita, y a lo cual

máximamente intenta: y en esto cada cual principalmente quiere convivir al amigo, como se

dice en el IX de los Ethic. Por consiguiente porque algunos hombres principalmente

intentan la contemplación de la verdad, y otros principalmente intentan a las exteriores

acciones, de allí es que la vida del hombre convenientemente se divida por activa y

contemplativa.”

En el art. siguiente de la Summa Theol., concluye a favor de la suficiencia de esta

división de la vida humana en contemplativa y activa y dice: “Respondo diciendo que,

como se ha dicho, esta división se da sobre la vida humana, la cual ciertamente se atiende

según el intelecto. Pero el intelecto se divide por activo y contemplativo: porque el fin del

conocimiento intelectual o es el mismo conocimiento de la verdad que pertenece al

intelecto contemplativo ; o es alguna exterior acción , que pertenece al intelecto práctico o

activo. Y por consiguiente también la vida suficientemente se divide por activa y

contemplativa” (9)

Respondiendo a una objección establecida según S. Agustín, que divide a la vida humana

en tres géneros que son el ocioso, que pertenece a la vida contemplativa, el actuoso que

pertenece a la vida activa, y un tercero compuesto de los dos, lo que concluiría en la

insuficiencia de la división de la vida humana en contemplativa y activa, responde el

Aquinate: “Al segundo hay que decir que los medios se confeccionan a partir de los
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extremos, y por consiguiente se contienen en los mismos en virtud: como lo tibio de lo

cálido y de lo frío, y lo gris de lo blanco y de lo negro. Y de manera semejante bajo lo

activo y lo contemplativo se comprende aquello que es compuesto de uno y otro. Y de

manera semejante como en cada mixto predomina algo de los simples, así también en el

género de vida medio sobreabunda a veces lo contemplativo y a veces lo activo.” (10)

De manera que para el Aquinate la llamada vida mixta que se compone de activa y

contemplativa se reduce según los casos o a la activa o a la contemplativa.

La vida contemplativa, tal como se da en el hombre, resulta algo complejo. Aunque

menos complejo que la vida activa. Solamente en Dios la vida es absolutamente simple.

Se puede preguntar por la esencia de la vida contemplativa. Para S. Tomás la vida

contemplativa, en su esencia, es algo del intelecto, una operación del intelecto hacia Dios.

Pero se da también alguna intervención de la voluntad. Así en la Summa Theol. II-II, 180,

1, se pregunta: “Si la vida contemplativa pertenezca sólo al intelecto, o consista también en

el afecto” Y dice: “Por el contrario es que Gregorio allí mismo dice, que “la vida

contemplativa es retener a la caridad de Dios y del prójimo con toda la mente, e inherir con

el solo deseo al Creador”. Pero el deseo y el amor pertenecen a la vida afectiva o apetitiva ,

como arriba se ha dicho. Por consiguiente también la vida contemplativa tiene algo en la

vida afectiva o apetitiva.

Respondo diciendo que, como se ha dicho, la vida contemplativa se dice ser de aquellos

que principalmente intentan la contemplación de la verdad. Pero la intención es acto de la

voluntad, como arriba se ha dicho: porque la intención es del fin, que es objeto de la

voluntad. Y por consiguiente la vida contemplativa, en cuanto a la misma esencia de la

acción, pertenece al intelecto: pero en cuanto a aquello que mueve a ejercer tal operación,
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pertenece a la voluntad, que mueve a todas las otras potencias, y también al intelecto a su

acto, como ariba se ha dicho.

Pero mueve la virtud apetitiva para inspeccionar algo, o sensible o intelectivamente, a

veces por el amor de la cosa vista, porque como se dice en Mateo 6,/21/, “allí en donde está

tu tesoro, allí está tu corazón”: pero a veces por el amor del mismo conocimiento al cual

alguno consigue a partir de la inspección. Y por esto Gregorio constituye a la vida

contemplativa en la “caridad de Dios”: a saber en cuanto alguno a partir de la dilección de

Dios enardece en orden a inspeccionar su belleza. Y como cada uno se deleita cuando hubo

alcanzado aquello que ama, por consiguiente la vida contemplativa se termina en la

delectación, que es en el afecto: a partir de la cual también el amor se intensifica.” (11)

La vida activa se ejercita esencial y principalmente por las virtudes morales. Y estas

virtudes morales se ordenan a la contemplación de un modo antecedente y dispositivo, en

cuanto favorecen al alma para la contemplación; y de un modo consiguiente y completivo

en cuanto resultan perfeccionadas por el conocimiento y amor de Dios.

Aunque la contemplación sea esencialmente un acto del intelecto, para la contemplación

se requiere algo de la voluntad, inclusive de un modo necesario y propio. Esto aparece

particularmente en cuanto se trata de un acto humano, y es formalmente sobre la verdad

divina que se constituye en fin supremo de la vida humana.

La contemplación considerada como acto definitorio de la vida contemplativa consiste en

un acto supremo del intelecto hacia Dios, en un orden bueno.

III.-Distintas formas de contemplación

La contemplación se considera analógicamente. En un orden natural y en un orden

sobrenatural. En este mundo y en el otro mundo. En distintos estados del hombre: de


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naturaleza pura, de naturaleza íntegra (como se dió en el paraíso), de naturaleza caída, de

naturaleza reparada por Cristo, en el cielo.

Se puede hablar del hombre en el estado hipotético de naturaleza pura; esto es , con todo

lo natural y con sólo lo natural.En este caso se concibe que el hombre por sus fuerzas

naturales y el auxilio natural de Dios (premoción física) puede llegar naturalmente a

conocer a Dios y a amarlo sobre todas las cosas.

El hombre, como estaba en el paraíso con la naturaleza íntegra y la gracia de la justicia

original, con el correspondiente auxilio natural y sobrenatural de Dios, podía conocer y

amar a Dios natural y sobrenaturalmente en una contemplación elevada.

El hombre en estado de naturaleza caída, después del pecado, por sus fuerzas naturales y

el auxilio natural de Dios, sin la gracia, puede conocer a Dios naturalmente y amarlo con

amor afectiva y efectivamente ineficaz. Es decir, puede llegar a una cierta contemplación

de Dios, bastante imperfecta. Porque puede llegar a Dios con el conocimiento metafísico,

pero con un débil amor por encima de las creaturas, que no alcanza para sacarlo del abismo

del pecado.

El hombre, en estado de naturaleza reparada por Cristo, en este mundo,con el auxilio

natural y sobrenatural de Dios, puede conocer a Dios natural y sobrenaturalmente y amarlo

con un amor afectiva y efectivamente eficaz. Esto es, por la gracia, el hombre recibe el

perdón de los pecados, queda transfigurado sobrenaturalmente queda curado más que nada

en su espíritu de las lacras del pecado, y puede elevarse para conocer a Dios y amarlo

natural y sobrenaturalmente de un modo pleno. Así puede llegar a una contemplación

imperfecta en esta vida, según distintas plenitudes.

El hombre, según su alma separada, en el purgatorio, en un modo cuasi angélico, accede

a una seguridad en la gracia y a una certeza de la salvación y mientras se purifica de sus


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pecados disfruta de una contemplación imperfecta de Dios, en la fe y en la esperanza. En

una perspectiva asegurada de conseguir el cielo.

El hombre por su alma en el cielo, perfeccionado con la luz de gloria contempla a Dios

cara a cara o directa e inmediatamente. Así tiene la perfecta contemplación sobrenatural,

con el gozo celestial.

IV.-La contemplación en orden a Dios y a las creaturas

La contemplación sobrenatural es ante todo de Dios; pero se consideran también

secundariamente las creaturas. Justamente S. Tomás se pregunta ( Summa Theol. II-

II,180,4): “Si a la vida contemplativa pertenezca la consideración de cualquier verdad” y

señala: “Por el contrario es que Gregorio dice, en el VI Moral. Que “en la contemplación el

principio, que Dios es, se busca”.

“Respondo diciendo que, como ya se ha dicho, a la vida contemplativa pertenece algo de

un doble modo: de un modo principalmente; de otro modo secundaria y dispositivamente.

Principalmente por cierto a la vida contemplativa pertenece la contemplación de la divina

verdad: porque la contemplación de este modo es el fin de toda la vida humana. De donde

Agustín dice, en el I de Trin. Que “la contemplación de Dios se nos promete como el fin de

todas las acciones, y la eterna perfección de los gozos”. La cual ciertamente en la futura

vida será perfecta, cuando lo veamos a él “cara a cara”: y por consiguiente nos haga

perfectamente bienaventurados. Pero ahora la contemplación de la divina verdad nos

corresponde a nosotros imperfectamente, a saber “por espejo y en enigma”: de donde por

ella se hace en nosotros cierta incoación de la bienaventuranza, que aquí empieza para que

en el futuro se termine. De donde el Filósofo, en el X de los Etic., en la contemplación del

óptimo inteligible pone la última felicidad del hombre.


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Pero porque por los divinos efectos somos conducidos a la contemplación de Dios, según

aquello de los Rom. 1,/20/ “Las invisibles de Dios por aquellas cosas que han sido hechas,

entendidas, son consideradas”: de allí es que también la contemplación de los divinos

efectos pertenece secundariamente a la vida contemplativa, a saber en cuanto a partir de

esto el hombre es conducido en el conocimiento de Dios. De donde Agustín dice , en el

libro de Vera Relig., que en la consideración de las creaturas no se ha de ejercer una vana y

peligrosa curiosidad, sino que se han de hacer grados en orden a las inmortales y eternas”

Así por consiguiente a partir de las premisas consta que en cierto orden cuatro pertenecen

a la vida contemplativa: primero ciertamente, las virtudes morales: segundo, otros actos

distintos de la contemplación; tercero, la contemplación de los divinos efectos; y cuarto

contemplativo es la misma contemplación de la divina verdad”

V.-Contemplación natural y sobrenatural de Dios

1.-La contemplación natural de Dios

La contemplación natural de Dios es un conocimiento último de Dios en el orden del bien

que se realiza por las fuerzas naturales de la creatura racional, con el auxilio natural de

Dios.

Importa en la tierra un conocimiento metafísico de Dios que se realiza en base a las cosas

creadas que dicen semejanzas e imágenes con respecto a Dios. Hay que tener en cuenta

también las semejanzas e imágenes que utilizamos en nuestras potencias cognosctivas para

nuestro conocimiento. Especialmente debemos tener en cuenta a la llamada especie impresa

para el principio del acto intelectual; y a la llamada especie expresa o verbo mental para el

término inmanente del conocimiento intelectual de Dios. Dado el realismo del

conocimiento, la contemplación llega a Dios mismo, pero de un modo indirecto, con un

apoyo en las creaturas.


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El alma separada, en el pugatorio, está en un estado quasi-angélico, con imágenes

inteligibles transportadas de este mundo y otras infundidas por Dios. Conoce a Dios

naturalmente por estas imágenes. Pero además conoce a Dios por sí misma; esto es, por su

propia esencia de alma separada que conforta a su intelecto en lugar de una especie

impresa.

El hombre en el cielo contempla a Dios también por modo natural, en cuanto la visión

celeste no anula a la naturaleza sino que la superperfecciona. Hay lugar para el ejercicio de

la inteligencia natural hacia Dios, en el orden de la llamada ciencia vespertina, que importa

un conocimiento de las creaturas fuera del Verbo, pero en orden al Verbo.

2.-La contemplación sobrenatural de Dios

La contemplación sobrenatural se realiza por la creatura racional con ayuda de la gracia

santificante tanto actual como habitual.

I. Sobre el objeto de la contemplación sobrenatural de Dios.

Para considerar más precisamente lo que es la contemplación, conviene aclarar su

referencia a su objeto.

Dios Padre, Hijo y E. Santo es el creador del universo y especialmente de las creaturas

racionales, que son naturalmente superiores a las creaturas irracionales. Esta condición

superior de las creaturas racionales se establece por su espíritu y porque naturalmente

pueden conocer y amar a Dios. Así naturalmente pueden tener acceso a la contemplación y

felicidad natural. En este orden natural, el hombre, con la ayuda natural de Dios, tiene

acceso a la unidad de Dios pero no a la trinidad de personas y a otros misterios. Pero Dios

quiso elevar al hombre a un orden sobrenatural.


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En el orden sobrenatural se da el principio de la Revelación divina, según la cual Dios

habla y enseña de un modo directo a sus creaturas racionales, en orden al mismo Dios en su

misterio.

Así las convoca hacia la vida eterna. La Revelación divina se realiza con hechos y

palabras.

Llega a nosotros en la Sagrada Tradición y en la Sagrada Escritura y se nos propone

mediante el Magisterio de la Iglesia. Por esta vía quedan expeditos en orden al

conocimiento y al amor de las creaturas racionales el misterio de la Santísima Trinidad de

Dios y otros misterios.

En el hombre, Dios establece un organismo sobrenatural con la gracia santificante, las

virtudes teologales, y otros dones y virtudes, para proporcionarlo en el camino o ejercicio

espiritual sobrenatural hacia la vida eterna.

Dios Padre Hijo y Espíritu Santo existe en sí mismo, desde toda la eternidad. Y,en cierta

manera, empieza a existir para nosotros. Esto último acontece básicamente por la creación,

la conservación y la providencia y gobierno del mundo. Pero además Dios existe para

nosotros de un modo original y sobrenatural que se resume en lo que se llaman las misiones

divinas. Las misiones divinas importan un nuevo modo de existir en el mundo de una

persona divina originada a partir de otra. Así se dan las misiones divinas del Hijo y del E.

Santo. También viene el Padre pero no en cuanto enviado por otro, sino por sí mismo. Y

esto en cuanto el Padre es principio no de principio y son inseparables las tres divinas

personas.

Se destacan especialmente la misión visible del Hijo, por la encarnación redentora del

mismo; la venida del Espíritu Santo en Pentecostés y la misión invisible de las divinas

personas que importa en nosotros la inhabitación de las tres divinas personas en el alma de
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los justos por la gracia “Respondió Jesús y les dijo: Si alguno me ama guardará mi palabra,

y mi Padre le amará y vendremos a el y en el haremos morada .” (Jn. 14,23)

Particularmente la encarnación redentora de Cristo importa una cierta elevación del

mundo hacia Dios (Cf. Vat. II, Const. Lumen Gentium, espec. Nn. 48-50). Hay que tener en

cuenta que las misiones de las divinas personas, no se realizan por un cambio (paso de la

potencia al acto) en Dios que es inmutable, sino por un cambio en las creaturas. Algo

semejante a lo que acontece en un viaje hacia una montaña: se establece un acercamiento a

la montaña, pero no por un cambio en la montaña sino por un cambio en nosotros que

viajamos

También las creaturas son constituidas o descubiertas en su aptitud analógica hacia Dios

en su misterio. De manera que por las creaturas de este mundo se pueda acceder a Dios no

sólo en un orden natural sino también sobrenatural. Está el caso de los sacramentos y de la

lectura de la creación que hacen los santos.

II. Sobre la misma contemplación sobrenatural de Dios.

La contemplación sobrenatural supone alguna contemplación natural y se realiza más

formalmente en el ámbito sobrenatural del misterio de Dios.

Esto supuesto distinguimos entre la contemplación sobrenatural que acontece en el cielo y

la contemplación sobrenatural que acontece fuera del cielo. Dentro de esta última

distinguimos la contemplación sobrenatural en la tierra y en el purgatorio.

La contemplación sobrenatural en la tierra se realiza por un acto de conocimiento

sobrenatural de Dios por la fe, imperada por la caridad, en la perspectiva de la esperanza

cristiana, y con la ayuda de los dones del Espíritu Santo, especialmente de los dones de

sabiduría, intelecto y ciencia.


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Decimos que “la contemplación sobrenatural en la tierra se realiza por un acto de

conocimiento sobrenatural de Dios por la fe...” Esto consta en cuanto se trata de un

conocimiento sobrenatural de Dios que requiere en el hombre un principio permanente y

sobrenatural. Este principio próximo es la fe sobrenatural que está en el orden de la gracia

santificante y es una virtud sobrenatural y teologal, infundida por Dios en el alma, por el

cual conocemos a Dios en su misterio y a las cosas reveladas, no por la intrínseca

evidencia del objeto, sino por la autoridad de Dios que revela. La fe sobrenatural es el más

alto principio de conocimiento sobrenatural que Dios nos concede en este mundo.

Con todo, hay que tener en cuenta algunas limitaciones de la fe. En primer lugar que aún

cuando sea una virtud teologal orientada directamente hacia Dios, sin embargo, requiere el

uso de imágenes creadas para su conocimiento de Dios. También tiene intrínsecamente una

cierta obscuridad; y por esta razón no puede darse en el cielo

Esta fe, debe estar “imperada por la caridad”. Consta, en cuanto la caridad sobrenatural es

la más perfecta de las virtudes y es vínculo de perfección; es decir, nos une especialmente

con Dios elevando operativamente al hombre hacia Dios en los otros ámbitos de su

accionar particularmente en el orden de la fe y de la esperanza. Nota que de hecho si no se

diera la caridad en el alma se daría el pecado, que ofende a Dios, aleja del mismo e impide

un conocimiento perfecto de Dios como el requerido por esta contemplación sobrenatural

de Dios.

La contemplación sobrenatural de Dios se realiza “en la perspectiva de la esperanza

cristiana”. La esperanza cristiana es una virtud sobrenatural teologal infundida por Dios en

el alma por la cual esperamos alcanzar la vida eterna por el auxilio divino”. Se trata de una

virtud de “viadores” o viajeros hacia Dios. Esto importa como una cierta distancia con

respecto a Dios Y ésta es una condición que tenemos en este mundo, mientras no entramos
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en la visión de la vida eterna. De aquí resulta otro límite para nuestra contemplación

sobrenatural en este mundo. La contemplación sobrenatural de Dios en este mundo, aunque

verdadera, siempre tiene una condición inferior a la contemplación del cielo.

La contemplación sobrenatural de Dios en este mundo se realiza “con la ayuda de los

dones del Espíritu Santo, especialmente de sabiduría, intelecto y ciencia”. Los dones del

Espíritu Santo son hábitos operativos buenos, sobrenaturales, infundidos por Dios en el

alma, para que la misma resulte bien dispuesta en orden a una inspiración divina y que

tienen una operación por modo divino hacia toda la materia moral y religiosa. La tradición

cristiana reconoce la existencia de siete dones: sabiduría, intelecto, ciencia, consejo, piedad,

fortaleza y temor de Dios. (12)

La inspiración divina de que se trata es una gracia actual más elevada que la que

corresponde a las virtudes morales infusas. En esta inspiración divina y en los dones

correspondientes se importa especialmente una connaturalidad caritativa (una especial

conformidad y consonancia perfectiva con la caridad). Y una experiencia de lo divino; hay

una presencia en Dios quien fundamenta el sentido de la inspiración y de la operación de

los mismos dones.

Los actos de los dones del Espíritu Santo son particularmente elevados, “por modo

divino”, por encima de las limitaciones de la condición humana y de los pecados. Disponen

a las virtudes teologales para un mejor ejercicio de las mismas y perfeccionan a las virtudes

morales.

Los dones que se consideran más especialmente en relación a la contemplación son los de

sabiduría, intelecto y ciencia.

Los dones del Espíritu Santo son infundidos por Dios en el alma juntamente con la gracia

santificante y la caridad. Supuesto el ámbito cognoscitivo de la fe sobrenatural, los dones


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del Espíritu Santo funcionan bajo ese ámbito y concurren en orden al perfecto

funcionamiento de todo el organismo sobrenatural de la gracia santificante.

El don de intelecto es para la aprehensión de la verdad divina. El don de ciencia es para

un conocimiento de las cosas creadas en orden a Dios –algo semejante a una metafísica

sobrenatural- . El don de sabiduría es para el conocimiento de Dios y un juicio según Dios

de todas las cosas.

Los dones de intelecto y ciencia corresponden especialmente a la fe. El don de sabiduría

que es el más elevado, corresponde a la caridad.

Los dones del Espíritu Santo, particularmente los señalados, de momento que superan el

modo humano operativo, con sus limitaciones derivadas de la condición humana y del

pecado, y proceden según un modo divino y por inspiración divina, favorecen grandemente

la contemplación. Particularmente estos dones de intelecto, ciencia y sabiduría por su

esencial luminosidad que permite su permanencia en estado perfecto en el cielo,

contribuyen grandemente a la iluminación en la contemplación que se ejercita

esencialmente por la fe en la tierra.

Hay que remarcar el influjo de la caridad en la tierra con respecto a la contemplación. La

caridad nos vincula con Dios, incluso de un modo inmediato, por encima del conocimiento.

Santo Tomás se pregunta “si /Dios/ en esta vida puede ser inmediatamente amado” y

responde afirmativamente diciendo “Por el contrario es que el conocimiento de Dios porque

es mediato, se dice enigmático, y se evacua en la patria: como consta I Cor 13, /9/. Pero “la

caridad no se evacua”, como se dice I Cor 13,/8/. Por tanto la caridad del camino

inmediatamente a Dios adhiere”

Respondo diciendo que, como arriba se ha dicho, el acto de la cognoscitiva virtud se

perfecciona por esto que lo conocido es en el cognoscente: pero el acto de la apetitiva


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virtud se perfecciona por esto que el apetito se inclina en la cosa misma. Y por consiguiente

es necesario que el movimiento de la virtud apetitiva sea en la cosa según la condición de

las mismas cosas: pero el acto de la virtud cognoscitiva es según el modo del cognoscente.

Pero es el orden mismo de las cosas tal según sí mismo que Dios es por sí mismo

cognoscible y amable, en tanto existente esencialmente como la misma verdad y bondad,

por la cual las otras cosas son conocidas y amadas. Pero en cuanto a nosotros, porque

nuestro conocimiento tiene su origen a partir del sentido, son primeramente cognoscibles

las que son más cercanas al sentido; y el último término del conocimiento es en aquel que

es máximamente remoto del sentido. Según esto por tanto hay que decir que la dilección,

que es acto de la virtud apetitiva, también en el estado de vía tiende hacia Dios

primeramente, y a partir del mismo se deriva hacia los otros: y según esto la caridad ama a

Dios inmediatamente, pero a las otras mediante Dios. Pero en el conocimiento es por el

contrario: porque a saber por los otros a Dios conocemos, como a la causa por el efecto, o

por modo de eminencia o negación, como consta por Dionisio en el libro “sobre los Div.

Nom.” (Summa Theol. II-II, 27,4)

La unión por amor de caridad con Dios importa la inhabitación de las divinas personas en

el alma. El movimiento del alma llega a una culminación perfectiva que arrastra tras sí al

resto de la persona y particularmente a las otras virtudes teologales y morales. Los dones

del Espíritu Santo se alimentan de Dios, beben de una experiencia de Dios, mediante las

riquezas de la caridad de Cristo. Y en esas condiciones acontece la contemplación amorosa

de Dios en la tierra.

Contemplación que es de Dios; y de las creaturas en orden a Dios. En este sentido tiene

especial importancia la contemplación de la naturaleza humana de Cristo y del mismo

Cristo en sus misterios pascuales.


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En lo que diríamos un diálogo amistoso con Ricardo de S. Victor que habla de seis

contemplaciones (Cf. S. Tomás de Aquino, Summa Theol.II-II, 180,4, obj. 3) el divino

Tomás dice: “Al tercero hay que decir que por aquellos seis se designan grados por los

cuales por las creaturas se asciende a la contemplación de Dios. Pues en el primer grado se

pone la percepción de los mismos sensibles; en el segundo grado se pone el progreso a

partir de los sensibles hacia los inteligibles; en el tercer grado se pone el juicio de los

sensibles según los inteligibles; en el cuarto se pone la absoluta consideración de los

inteligibles a los cuales por los sensibles se llega; en el quinto grado se pone la

contemplación de los inteligibles que por los sensibles no pueden ser encontrados, pero por

la razón pueden ser encontrados; en el sexto grado se pone la consideración de los

inteligibles que la razón no puede ni encontrar ni captar, a saber que pertenecen a la

sublime contemplación de la divina verdad, en la cual finalmente la contemplación se

perfecciona.” (ib, ad 3)

En el purgatorio se realiza la contemplación de Dios en el modo posible a ese lugar. Hay

que remarcar la condición del alma separada en un modo semejante a los ángeles. Esto

interesa en cuanto debe darse una mutua conformación entre la naturaleza y la gracia y

entre la contemplación natural y la sobrenatural. También la seguridad de llegar al cielo. La

purificación que une un dolor a la gran alegría de la cercanía del cielo.

En el cielo, la contemplación consiste en la visión de Dios cara a cara. Para esto se

requiere la gracia santificante en el alma, el lumen gloriae que desplaza a la fe y que tiene

un caracter de supervirtud teologal, la presencia inmediata de Dios en la inteligencia

elevada de los bienaventurados. Las creaturas naturalmente conocen a Dios por imágenes.

En los planos inferiores de la gracia y santidad esta condición permanece. Pero en el cielo

esta condición se supera y se conoce a Dios de un modo directo e inmediato. Dios se hace
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presente en la inteligencia de los bienaventurados, por modo inteligible, en lugar de las

especies o imágenes creadas del conocimiento. Esto es, estando el alma del bienaventurado

con la gracia santificante, con la inteligencia natural superelevada por el lumen gloriae,

Dios se introduce en lugar de la especie impresa del conocimiento, así brota de la

inteligencia de la creatura el acto de visión que se termina de un modo inmediato en Dios

presente en lugar de la especie expresa del conocimiento, y como término real, definitivo,

infinito y eterno del conocimiento del bienaventurado. Inmediatamente después, a partir de

esa visión de Dios que lo configura, se considera el amor celeste que queda como

transubstanciado en el gozo celestial. Y así se da la visión beatífica, que en su esencia

importa también el sacrificio de la imagen creada del conocimiento, en cuanto Dios ocupa

su lugar para posibilitar el conocimiento de Dios por su esencia.

En Dios se tiene el conocimiento de las creaturas en cuanto precontenidas en el mismo.

Es lo que se llama la ciencia matutina. También se da la ciencia vespertina que importa un

conocimiento de las cosas creadas fuera del Verbo hacia el Verbo de Dios. Esta ciencia

vespertina ya es con imágenes creadas. Junto a la misma y en cierto modo bajo la misma se

concede una contemplación natural de Dios superperfeccionada por la unión con el

sobrenatural perfecto.

III. Perfecta unidad en la contemplación de la vida espiritual del cielo.

El hombre del cielo no sólo ve y ama a Dios sino que también opera. Así es

perfectamente práctico. Y la vida activa queda asumida en la vida contemplativa. En cuanto

la vida contemplativa tiene una vigencia ininterrumpida y superior e impera perfectamente

a la práctica, que no la perturba. Se cumplen las palabras de Cristo: “María eligió la mejor

parte que no le será quitada”.

IV. Influjo de Cristo y de María.


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Cristo es nuestro Salvador. Estando en la tierra debemos avanzar hacia el cielo con su

auxilio y poniendo en El nuestra mirada y amor. “Jesús le dijo. Yo soy el camino, la verdad

y la vida; nadie va al Padre sino por mí. Si me habéis conocido, conoceréis también a mi

Padre. Desde ahora le conocéis y le habéis visto” (Jn 14, 6-7)

Pero hay que notar que la vida eterna del cielo en lo que tiene de más formal importa una

cierta superación de la imagen creada de Cristo, en cuanto esta visión no es por algo creado,

sino por Dios mismo que es increado. Pero a la naturaleza humana de Cristo se la ve

perfectamente en Dios. Y uno puede percibir la dimensión humana de Cristo, de un modo

directo, por otros medios menores de conocimiento; por ej. por la inteligencia natural y por

la vista.

Por otra parte, hay que tener en cuenta que el misterio de la encarnación redentora de

Cristo es algo más perfecto que la visión del cielo. En la unión de la encarnación se trata de

una unión de la naturaleza divina con la naturaleza humana en la persona divina del Hijo,

para que el Hijo subsista en la naturaleza humana asumida. En cambio la unión de la visión

beatífica es más en el orden accidental de la inteligencia de la creatura racional. Esto

importa una supraordenación de la visión beatífica a la encarnación redentora de Cristo. Y

no es lo mismo salvación por la gracia, que salvación por Cristo y por la gracia. Salvación

por Cristo y por la gracia es algo más que salvación por la gracia. Lo que se da en la visión

beatífica es un influjo por modo eficiente de Cristo no sólo en cuanto Dios, sino por su

humanidad asumida como instrumento u órgano de nuestra salvación. Lo que importa

también una cierta finalidad de la misma y aún cierto influjo formal no en la divinidad

misma presente en el alma –que es causa incausada-, sino en el acto de visión que

corresponde a la creatura. Y en el gozo. Y en el resto del organismo del hombre celestial,

hijo adoptivo de Dios, hermano de Cristo que es el primogénito entre muchos hermanos.
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También se concibe un influjo semejante al de Cristo e inferior al mismo, en la S.

Virgen, Madre de Dios y Corredentora. Los cristianos son marianos, especialmente en el

cielo.

NOTAS

(1) Macrobius, in Somnium Scipionis, lib. I, cap. 14, p. 58, Patavii 1735. Cf. Ramírez

Jacobus M. Opera Omnia, T. VII, CSIC, De Donis Spiritus Sancti deque Vita Mystica,

Salamanca 1974, Tract. II, q. CLXXIX, p. 384.

(2) Ramírez J.M. op. cit , ib.

(3) Cf. Sagrada Biblia, Ed. Nacar-Colunga, BAC, Madrid ,1955, Gen 1,1-2,4.

(4) Sagrada Biblia, Ib. Espec.Gen 1,26-27; 2,7; 2,15-25.

(5) S. Biblia op. cit.Gen 29,16-35

(6) S. Biblia, op. cit. Lc 10, 38-42.

(7) Cf. Documentos del Vaticano II, Ed. BAC, Madrid, 1972, Const. “Sacrosanctum

Concilium, 2.

(8) S. Tomás de Aquino, Summa Theol. Ed. Marietti, Taurini-Romae 1948, II-II,179,1.

(9) Ib.2

(10) Ib. Ad 2

(11) Op. cit.

(12) Is. 11,1-5, Biblia Sacra juxta Vulgatam Clementinam, ed. Colunta-Turrado, BAC,

Matriti, 1951. Cf. Septuaginta, id est Vetus Testamentum graece juxta LXX interpretes, ed.

Alfred Rahlfs, Vol II, ed. 6, in Germany, 1959.

P. Fr. Marcos Rodolfo González O.P.

Lector y Licenciado en Teología.

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