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Rorty
Contenido
Panrelacionismo .................................................................................. 38
Bibliografía ............................................................................................ 69
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Teoría del conocimiento II – M. Fuentes Martínez
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Verdad, contingencia y pragmatismo: aproximación a R. Rorty
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alguna medida, terror. Así pues, “lo sublime ha de ser siempre grande”. Sin
embargo, “lo bello puede ser también pequeño” (Kant, 1982, p. 15).
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Rorty habla para un “nosotros los liberales”. Liberal, para Rorty, es todo
aquel que cree “que los actos de crueldad son lo peor que se puede hacer” (Rorty,
2017, p. 17). La crueldad primeramente se nos denota como acto intencional que
causa dolor y se sabe que va a causar dolor. Las personas crueles son aquellas que
no tienen reparos en causar dolor a otras personas, incluso buscan con sus acciones
causar ese dolor. Así bien, una persona cruel es el que no es sensible al dolor ajeno.
Esa sensibilidad al dolor ajeno es lo que define a las personas liberales, ese es “el
mal radical muy humano” que hay que combatir. De esta manera, la caracterización
de los liberales puede reformularse en términos utilitaristas: el liberal es aquel que
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Centro de hijas iguales, de hijos iguales, /Todos, todos amados lo mismo, grandes,
pequeños, jóvenes o viejos, /Robusta, amplia, hermosa, paciente, capaz, rica, /Eterna como la Tierra,
la Libertad, la Ley y el Amor, /Eres la madre majestuosa, prudente, altiva, /Sentada en el trono
diamantino del Tiempo.
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Whitman describe a la gente de Estados Unidos como “la raza de las razas”.
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que nos podamos considerar todos como igualmente susceptibles de sufrir dolor.
De ahí la igualdad3.
Es posible que esto nos suene sorprendente. Si vemos los últimos informes
internacionales sobre riqueza e igualdad, Estados Unidos es uno de los países con
mayor P.I.B y, a la vez, está dentro de los 50 países más desiguales. La violencia
policial esta al orden del día, tiene problemas con el acceso a la sanidad, la brecha
social entre poblaciones racializadas y los “blancos” sigue perpetuando una
herencia de esclavitud… No son problemas que no se presenten en otros países
occidentales, pero no por nombrar un ejemplo, “nosotros los europeos” tenemos
acceso a la sanidad en muchos países del Viejo Continente.
“De la Igualdad –como si me dañara el dar a otros las mismas oportunidades y derechos
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de que gozo– como si no fuera indispensable para mis propios derechos el que otros los posean.”
(Whitman, 2014, p. 609)
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es mucho menos importante por lo que ha hecho, o por lo que es, que por los
resultados venideros. (Whitman citado en Rorty, 2015, p. 69)
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Antifundamentalismo filosófico
Consideremos la afirmación “la verdad está ahí fuera”. Esto implica que hay
algo que va más allá de los lenguajes humano que constituyen descripciones del
mundo, que hace que esas descripciones sean verdaderas o falsas. Esto justamente
serían los hechos, hechos que son verdad más allá de cualquier lenguaje humano,
que son autosusbsistentes. Por eso, Rorty distingue la afirmación anterior de otra:
la que afirma que “el mundo está ahí afuera”. Esta afirmación implica sostener que
“la mayor parte de las cosas que se hallan en el espacio y el tiempo son los efectos
de causas entre las que no figuran los estados mentales humanos" (Rorty, 2017, p.
25). Pero esas cosas no son verdaderas o falsas, pues estos valores solo se pueden
predicar de proposiciones. Y las proposiciones no son más que una parte de una
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creación humana, esto es, de un lenguaje humano. Por tanto, allí donde el mundo
no es descrito en un lenguaje humano, no tiene sentido hablar de verdad o falsedad.
Según Rorty, la facilidad con la que se equiparan las dos afirmaciones –“el
mundo está ahí fuera” y “la verdad está ahí fuera”– se debe a que se consideran las
proposiciones de forma aislada. Si tenemos que decidir entre dos proposiciones
alternativas, podemos encontrar la causa que justifica sostener una u otra en el
mundo. Pero no hemos de confundir esto con que un “determinado estado no
lingüístico del mundo es en sí una instancia de verdad, o que determinado estado
de carácter ‘verifica una creencia’ por ‘corresponder’ con ella” (Rorty, 2017, p. 25).
Esta confusión no se presenta tan fácilmente al considerar el conjunto de un léxico,
léxico que realiza una descripción del mundo, en vez de una proposición aislada.
Como ejemplo de léxicos alternativos podemos mostrar el léxico de la física
cartesiana frente al léxico de la física newtoniana. Desde esta perspectiva, es difícil
sostener que el léxico de Newton es más eficaz para predecir los fenómenos físicos
porque el mundo habla newtonianamente. Esto se debe a que el mundo no es ningún
criterio neutro desde el cual decidir que léxicos emplear. Solamente una vez
adoptado cierto programa del lenguaje, es posible que el mundo se vuelva la causa
de una creencia, creencia que solo puede ser sostenida por nosotros. Como dice
Rorty, “El mundo no habla. Solo nosotros lo hacemos” (Rorty, 2017, p. 26).
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Davidson intenta eludir esta visión del lenguaje como medio, de manera que
su concepción trata el lenguaje con la misma analogía que Wittgenstein: como una
herramienta. Y considera los supuestos sobre los que se erigen las teorías
tradicionales del lenguaje. Estos supuestos se resumen en dos: primero, asumir que
preguntas como “el lenguaje usado ¿es el correcto?” tienen sentido, lo cual supone
que existen relaciones de adecuación entre el lenguaje y algo no lingüístico; y
segundo, la suposición de que “nuestro lenguaje” como entidad, une otras dos, yo
y mundo. Aparecen así entidades no lingüísticas a expresar, los “significados”, y
entidades no lingüísticas a representar, los “hechos”, sustentando la idea de lenguaje
como medio (Rorty, 2017, p. 33). Lo anterior hace que se conciba los léxicos como
piezas de un rompecabezas que encajar, para poder llegar a un “superléxico” donde
la adecuación no este distorsionada, donde la realidad o la naturaleza profunda del
yo este adecuadamente representada. La oposición entre dos léxicos alternativos se
resolvería por medio de una inferencia desde unas premisas planteadas en los
léxicos antiguos, dando lugar a un nuevo léxico que subsuma a los anteriores. Pero
esta no es la analogía correcta. La obstaculización entre dos léxicos, que lleva a la
creación de un nuevo léxico coincide más bien con creación de una nueva
herramienta que reemplace a las anteriores, en una creación gradual, en sucesivas
pruebas (Rorty, 2017, p. 32). Volviendo al léxico newtoniano y al léxico cartesiano,
la física que plantean respectivamente no representa, mejor en un caso y peor en el
otro, sino que el léxico newtoniano se presenta como una herramienta más eficaz
para un proyecto humano, el científico, que podríamos definir como un proyecto
que intenta predecir y controlar. Esto centra la reflexión sobre el lenguaje en su uso
y no en su adecuación. La pregunta es si la herramienta que usamos es ineficaz o
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que sirven así de base para otras nuevas metáforas. ¿Cómo se literalizan las
metáforas? ¿Cuál es la fuente del cambio cultural, del progreso intelectual? Antes
ya indicamos que el mundo no puede constituir un criterio neutro que nos permita
elegir entre un léxico u otro, entre un juego del lenguaje u otro. La visión del
lenguaje y de la metáfora como se ha presentado nos permite ahondar en esta
cuestión. Dos léxicos se pueden entorpecer el uno al otro, pueden incluso ser
incompatibles. Pero si el mundo no puede constituir un criterio, no significa que la
elección sea arbitraria, sino que la noción misma de elección no tiene sentido en
este contexto.
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la forma de hablar es cambiar lo que queremos hacer y lo que pensamos que somos
(Rorty, 2017, p. 40). Todo esto coincide con la sustitución nietzscheana del
descubrimiento por la creación de sí, y sitúa al poeta –en sentido muy genérico-
como el formador de nuevos lenguajes, como la vanguardia.
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han llevado a uno a ser lo que es, las contingencias, las causas ciegas de lo que es,
conformaría la demostración de que uno es único, es individuo. Bajo este signo se
comprende el temor del poeta, “la angustia de influencia del poeta vigoroso”, el
“horror a descubrir que es solamente una copia o una réplica” (Bloom citado por
Rorty, 2017, p. 44). Esta individualidad se ha de expresar en palabras o formas, en
el léxico distintivo de la propia distintividad. Constituye un reconocimiento y
redescripción de la propia contingencia particular, lejos de las descripciones hechas
por otros.
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de sí es creación de sí. Solo una narración de las causas particulares de uno mismo
en un nuevo lenguaje hace emerger la individualidad. Es un proceso de invención
de un nuevo lenguaje, de nuevas metáforas, rechazando la descripción ajena, literal
y heredada, que no puede ser conocimiento de sí.
Rorty apunta (Rorty, 2017, p. 48) que es paradójico pensar en las causas
como una invención y no como un descubrimiento. Sin embargo, si pensamos desde
la distinción davidsoniana entre literal y metafórico como viejo frente a nuevo,
podemos apreciar “la pertinencia de la tesis de Bloom y de Nietzsche de que el
hacedor vigoroso, la persona que emplea las palabras en la forma en que antes nunca
han sido empleadas, es la más capacitada para apreciar su propia contingencia”
(Rorty, 2017, p. 48). Así frente a la filosofía más o menos deudora de Platón, que
encumbra la necesidad, lo quieto, la verdad perdurable, Nietzsche encumbra el
reconocimiento de la contingencia, viendo el triunfo según la separación entre lo
viejo y lo nuevo. La redención ya no es el contacto con lo humano sino el “recrear
todo ‘fue’ para convertirlo en un ‘así lo quise’” (Nietzsche citado por Rorty, 2017,
p. 49). El pasado define lo que se es y a la vez es redescrito: es un pasado nuevo,
que ningún otro pasado conoció, es decir, una individualidad nunca antes conocida,
que describe en un nuevo lenguaje sus propias causas. Si la filosofía anterior a
Nietzsche entendía la admiración como el impulso de la indagación, ahora es el
terror de ser una mera copia o replica, es decir, de vivir en un mundo heredado, el
que constituye el impulso para indagar, que no es sino redescribir, el mundo.
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Según Rorty, Freud nos permite apreciar las idiosincrasias de las personas,
poniendo en un mismo plano toda la vida humana. Sin embargo, “no nos dice que
la vida humana sea meramente una continua recanalización de energía libidinal”.
No ve en su descripción la expresión de la realidad, sino que propone su léxico, su
redescripción, junto a otras: nos pone unas metáforas a disposición, dando
posibilidad a su utilización y, por ende, a su literalización (Rorty, 2017, p. 58).
En los autores que hemos mencionado hasta ahora existe, para Rorty, una
misma estrategia, aplicada a diferentes nociones –lenguaje, verdad, yo, poeta- que
“consiste en colocar un tejido de relaciones contingentes, que se dilata hacia atrás
y hacia delante a trasvés del pasado y del futuro, en lugar de una sustancia (…), de
una cosa que puede ser vista constante y totalmente” (Rorty, 2017, p. 61). Los
autores postnieztscheanos, así como Nietzsche, comparten el mismo juego, la
apreciación del poder de la redescripción, la capacidad del lenguaje de variar lo que
es importante y posible, de abrir mundos alternativos, dejando de lado la idea de un
Único Léxico. Pero este poder no es un poder total de dominación: el mundo y el
yo tiene poder sobre nosotros, poder para destruirnos o matarnos, poder del que no
es posible apropiarse a través de la redescripción. Solo somos capaces de efectuar
esa apropiación en la medida que ciertas cosas constituyen causas lingüísticas. Sin
embargo, frente a causas no lingüísticas únicamente podemos efectuar un
reconocimiento de la contingencia y del dolor que integran. El único poder del que
es posible reapropiarse es el que somos capaces de reconocer en esas causas que
podemos denominar lingüísticas y, en esa mediada, sociales, culturales, históricas.
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El contexto: el pragmatismo
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W.K. Clifford es el oponente escogido por James en ese libro. Este formula
que debemos ser sensibles, no solo a las necesidades humanas, sino también a la
“evidencia”. La falta de evidencia se convierte en un asunto pecaminoso.
Funcionalismo y realismo afirman que las relaciones de evidencia existen
independientemente de los propósitos humanos. Para los realistas, la fuente última
de evidencia es el mundo en sí mismo. Sin embargo, si se acepta con los
pragmatistas que no hay nada que de lo que pueda abstraerse el elemento humano,
que todo lo pensado es como es en tanto que vivido en una determinada
circunstancia histórica y cultural, el que una creencia sea la “adecuada para expresar
la naturaleza intrínseca del mundo”, no añade nada a que la creencia motive una
serie de acciones que se consideran universalmente valiosas (Rorty, 2015, p. 43).
La oposición al fundacionalismo se da en los mismos términos. Los
fundacionalistas no afirman que el mundo tenga una naturaleza intrínseca, sino que
cada creencia es parte de “un orden natural de razones transhistórico y transcultural,
un orden que (…) termina por hacer que el investigador llegue hasta una u otra
‘fuente última de evidencia’” (Rorty, 2015, p. 43). La respuesta de James sería que
la cuestión de si la investigación sigue un orden natural de razones o si solo es un
modo de justificación de una cultural, no tiene relevancia en el orden práctico.
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Una posible objeción a esta visión de la religión es que integra una visión del mundo que
define y sostiene un único modo de ver la idea de bien. Si entendemos que el compromiso de Rorty
con una sociedad liberal y democrática, es con una sociedad pluralista donde conviven múltiples
ideas de bien, la idea de que hay una única idea de bien, que ha de ser la que guie a toda la sociedad,
al modo que hace la religión católica, es incompatible con dicha sociedad. La privatización de la
religión no tiene sentido en el contexto de la religión católica, pues el católico no solo debe buscar
la salvación propia, sino que alcanza la salvación como comunidad, debe extender su mensaje,
internándose en el discurso público. La idea de un evangelio social que expone Rorty, y que será
explicada más adelante, a mi parecer, no es compatible con la religión católica.
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reduce a una cuestión “¿será mejor la vida humana, en el futuro, si adoptamos esta
creencia, esta práctica, esta institución?” (Rorty, 2015, p. 34)
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embargo, en vez de asirse a una consideración del léxico religioso desde el uso útil
para la vida, James establece que hay que ir más allá de esa mera utilidad hacia el
mismo contenido intelectual, y su exploración le hace afirmar que la persona es
parte de un yo más amplio, del que provienen sus experiencias redentoras, lo cual
es literal y objetivo (citado en Rorty, 2015, p. 62). Con esa consideración se aleja
de los planteamientos utilitaristas y pragmáticos. La lectura de Rorty de The Will to
Believe reproduce la distinción entre lo público y lo privado, que se hubiera quedado
en los límites de una concepción pragmatista de la religión Sin embargo, James va
más allá de las hipótesis planteada en ese ensayo (“Las mejores cosas son las más
eternas, las cosas que se solapan, las cosas del universo que, por así decirlo, arrojan
la última piedra y dicen la última palabra” citado por Rorty, 2015, p. 63) propuesta
como una hipótesis entre otras, y afirma en Variedades que Dios es la garantía de
un orden ideal permanente y que la religión de respuesta a la sensación de que “algo
no funciona bien en nosotros” al establecer una relación adecuada con poderes
superiores.
Dewey, por el contrario, evita las posiciones de James con su clara posición
antiautoritaria, que podemos cifrar en su rechazo al sentido de pecado, viendo como
una autoridad posible la emanada de una comunidad cooperativa humana. Ve a
experiencia religiosa de Dios y la revelación de las Escrituras como algo que solo
tiene sentido si es realizada por los hombres, por la vivencia de la misma. Esto se
equipará a decir, según Rorty, a te llevan a la vida que deseas o no: lo único que las
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El Dios o, mejor dicho, los dioses deweynianos son “cualquier cosa que los
humanos lleguen a ver a través de unos ojos que ellos mismo se han creado” (Rorty,
2015, p. 68). Dewey solo sentía temor reverencial –aunque tal y como lo plantea
Rorty, podría expresarse mejor con una fascinación hacia algo muy bello–¨hacia “la
comunidad de causas y consecuencias en la que, conjuntamente con los que están
todavía por nacer, nos encontramos enredados” (Dewey citado por Rorty, 2015, p.
68). Es decir, hacia la totalidad del universo que incluye la comunidad humana que
se extiende en el pasado y hacia el futuro, totalidad que no deja de ser en proceso,
dando nuevas formas. Aquí es donde más se nota la influencia de Whitman en
Dewey, que entiende que la unión de lo real y lo ideal, esa culminación humana de
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Según Rorty, Dewey rechaza el pecado y el mal radical, pues son cuestiones
que nos llevan a una autoridad no humana, a un sentido sublime que nos impide ver
que el mal no es sino un bien inferior del bien posible que podemos alcanzar por
medio de la deliberación y la cooperación con otros seres humanos en el seno de
una sociedad democrática. El Ilustración al encumbrar a la ciencia allí donde antes
estaba la religión, dejaron un poso de esa noción de mal radical y autoridad no
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Panrelacionismo
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posible pensar una naturaleza intrínseca que representar, lo cual nos aparta de la
verdad como descubrimiento. Sin embargo, “el mundo sigue estando ahí fuera”,
dispone del poder causal para modificar las descripciones, lo cual no niega el
planteamiento panrelacionista.
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En el planteamiento de Rorty es relevante, en tanto que defiende que su redescripción del
lenguaje, el yo y la comunidad liberal sirven mejor a la democracia que otras redescripciones
esenciales o representacionalistas.
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lo defina. Los panrelacionistas ven las cosas del mismo modo: como una urdimbre
grandísima y expansible de relaciones con otros objetos, términos que son definidos
en función de otra urdimbre, y así ad infinitum (Rorty, 2015, p. 145). No hay nada
que no sea relacional.
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relación, no puede pensarse algo sin relacionarlo con otras cosas. Ante este fracaso,
busca refugio en la ciencia (Rorty, 2015, pp. 152-153).
Pero el antiesencialista si distingue entre decir que “el mundo está ahí
afuera” y decir “la verdad está ahí fuera”, y rechaza la segunda. No niega la
existencia de las cosas antes de que se hable de ellas, pues el juego del lenguaje que
usa así lo expresa, pero el hecho, es que no puede buscar sentido a una pregunta
como “¿qué es una cosa, evitando una definición relacional?”. El mundo puede ser
causa de un cambio en el lenguaje con el que lo describimos, en vista a cierto
propósito. La posición de la ciencia, en especial, la de la física de partículas a la que
apela el esencialista en su postura, es parte de la asunción por una parte mayoritaria
de la población de occidente, de que la ciencia puede explicar la utilidad de
cualquier descripción, además de la suya propia. Eso hace que la reducción a lo útil
por parte de una visión pragmatista de la ciencia, les resulte empequeñecedora. La
ciencia habla al todo, parece que nos lleva más allá de nuestro contexto humano y
relacional, para dejarnos fuera de toda relación, en un conocimiento no humano,
valido en todo contexto, en ese sentido, en un contexto infinito. Para el pragmatista
esto es simplemente la vuelta a la autoridad, no ya religiosa, pero si divina. Pero
este intento de situar en la posición de Dios, de que aquel que observa la totalidad,
sin necesidad alguna, no es más que otra necesidad humana (Rorty, 2015, p. 155).
“La ciencia fisica es sencillamente otro proyecto humano más que, como todos los
proyectos humanos, puede eclipsar la posibilidad de otros proyectos incompatibles
con él” (Rorty, 2015, p. 156).
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Este modo de ver las cosas toma en serio la obra de Darwin. Los humanos
nos presentamos como unos animales mucho más listos que el resto. El desarrollo
de nuestra capacidad simbólica se puede explicar aludiendo a una astucia muy
desarrollada, con extremada adaptabilidad. Desde esta perspectiva fiel a Darwin, el
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lenguaje se concibe como “un modo de abreviar las distintas clases de complicadas
interacciones que solo los antropoides superiores mantienen con el resto del
universo” (Rorty, 2015, p. 161). En consonancia con Darwin, se comprende que la
conducta lingüística se adquiere cuando los organismos empiezan a utilizar un
metalenguaje semántico, y presentan la capacidad de emplear preferencias en
contextos intensionales, es decir, cuando hay una diferencia entre emplear la
descripción A para describir el objeto X y emplear la descripción B para designar
el mismo objeto. Es en torno a esa diferencia, donde se puede cifrar la necesidad de
emplear nociones lingüísticas como “verdad”, “significado”, etc. Esta concepción
de la conducta lingüística nos lleva a lo que vimos en el primer apartado: a la
consideración del lenguaje como una herramienta para satisfacer fines. La
contemplación del objeto como es en sí mismo, deja de tener sentido.
Pero la justificación de esta postura nunca alude a su verdad sino a que “es
una forma útil de entenderlo, útil para unos determinados fines en particular”
(Rorty, 2015, p. 163). La ventaja del antiesencialismo es que no permite formular
los problemas filosóficos tradicionales, aparte de su fácil adaptación a Darwin. Se
puede considerar con Rorty, que Hume, al hacer a la razón esclava de las pasiones
y concebir la moral a través del interés benévolo animal entre los miembros de una
especie, es un protopragmatista: desvanece la distinción entre conocer y hacer
frente a la realidad. Frente a Hume, se plantea la salida kantiana, la salida que
protege la definición aristotélica del deseo natural del hombre por el conocimiento
de las cosas en sí mismas. Kant salva a través de su subjetivismo idealista, la
pretensión de incondicionalidad del conocimiento. Su distinción entre la cosa-en-sí
y el mundo fenoménico, distinción que solo hace los seres humanos, nos distancia
enormemente de los meros animales, para los cuales todo es prudencia, todo es
relativo y pragmático. Los seres humanos kantianos son más que animales: tienen
una lado trascendental, incondicionado, no pasional, racional y no relacional. Ese
en ese lado donde se cifra la correcto.
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propios valores, del propio léxico, y a la vez, ser fieles a las esperanzas formuladas
en por él.
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culturas por referencia a nuestras propias pautas (Rorty, 2017, p. 76). Para
Oakeshott, defiende que la moralidad no son unos principios que rijan el obrar, sino
“una práctica en cuyos términos pensar, elegir, actuar y expresarse” (citado en
Rorty, 2017, p. 77). La educación moral consistiría en aprender “el modo de hablar
ese lenguaje inteligentemente” (ibíd.). Esto sirve a Rorty para diluir la distinción
entre moralidad y prudencia, pues supone, antikantianamente, que los principios
morales (el imperativo categórico y también el principio utilitarista, por ejemplo)
solo tienen sentido en el contexto de unas instituciones, prácticas y léxicos de
deliberación moral o política. Es decir, emana de lo que Hegel llamaba eticidad
(Sittlichkeit), las valoraciones sedimentadas en las instituciones sociales, y que, por
tanto, se hallan históricamente y culturalmente situadas. Los principios se presentan
como “abreviaturas o alusiones” a esas prácticas, pero no las justifican (Rorty,
2017, p. 77). La distinción entre moralidad y prudencia deja de tener sentido en
cuando la noción de principio moral deja de tener un carácter fundante de la
moralidad. Ya no es algo ahistorico, no es divino. Sin embargo, podemos mantener
la noción de moralidad si en vez de entender por moralidad aquello que emerge de
la voz de la “recta razón”, podemos entenderlo como nuestra propia voz que habla
como miembros de una comunidad. La distinción se transforma en aquello que
alude a interés compartidos por una determinada comunidad, y aquello que atañe
solo al individuo, dimensiones que pueden entrar en conflicto. Esto coincide con la
caracterización de W. Sellars de la moralidad (Rorty, 2017, p. 78), donde esta se
conforma en torno a las “intenciones-nosotros”, de manera que la “acción inmoral”
es “el tipo de cosas que nosotros no hacemos”. Para Rorty, la filosofía moral ya no
es una justificación a través de búsqueda principios generales y neutrales, sino que
se torna una reflexión narrativa y una especulación utópica.
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deseo se debe a que, aunque acepte la contingencia del yo, todavía busca aludir a
algo más profundo, que la enculturación distorsiona (Rorty, 2017, p. 83), al igual
que Nietzsche veía en la democracia la incapacidad de realización del hombre
verdaderamente libre, el que puede ser sumamente feliz.
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La idea de tal convergencia para Rorty no es más que una estructura ineficaz
a excluir: ve el “fundamento” de la sociedad liberal en la creciente disposición a
vivir con personas con objetivos extremadamente diversos pero que son capaces de
ponerse de acuerdo en unos propósitos comunes, sin dejar de lado el carácter
poético y contingente de sus vidas y, por tanto, también de la constitución de un
“nosotros” que subyace a las instituciones sociales. Los deseos de creación de sí
mismo, si bien son irrelevantes para los fines públicos, pueden ejercer un
importante papel en la adaptación de los deseos privados a las esperanzas liberales.
“Todo lo que está en cuestión es, no obstante, la adaptación, no la síntesis” (Rorty,
2017, p. 86). Rorty, al igual que Freud en El malestar en la cultura, cree que no es
posible unificar los propósitos privados y los propósitos públicos, de forma que toda
persona liberal tendría una escisión en su léxico propio. Para Habermas esta
escisión sería la concesión de derechos al irracionalismo. Pero, para Rorty, no tiene
sentido la oposición racional-irracional.
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La solidaridad humana
Sin embargo, ya hemos visto que, para Rorty, la idea de una naturaleza
intrínseca es ininteligible: no hay un yo nuclear. Entonces ¿desaparece la
posibilidad de fundamentar una solidaridad humana y decir ciertas acciones son
inhumanas? En el proyecto rortyano, no hay manera de sostener que unas acciones
son esencialmente inhumanas mientras que otras no, pues entonces, hacemos
referencia a una naturaleza humana esencial, ahistórica, trascendental, que no tiene
sentido si admitimos que son las contingencias históricas lo que determinan que se
considera tal naturaleza humana. El reconocimiento de la contingencia nos aleja de
este léxico a la ve que también hace inútil una posible acusación de que hemos
introducido subrepticiamente nuestras pautas culturales propias en la definición de
tal naturaleza. La respuesta ante tal pregunta es otra pregunta: ¿Cómo podríamos
no haberlo hecho? Desde estas coordenadas, sin embargo, la pregunta más
interesante es cómo reconocerse los unos a los otros como iguales, cómo despertar
la solidaridad de los seres humanos.
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Se esboza así una distinción entre “moral” y “ética” que Rorty consolida con
la interpretación de Sellars de la obligación moral como “intenciones-nosotros”,
paralela a la distinción de lo público y lo privado rortyana. Sellars reformula la
distinción kantiana entre obligación y benevolencia evitando la noción de un núcleo
del yo, integrado por la razón. Así pues, por “obligación” se entiende “validez
intersubjetiva”, no en sentido universalista, sino restringida a ámbitos de grupos
menores que el conjunto de la humanidad, es decir, referida a grupos concretos, más
o menos amplios. Las obligaciones se expresan en torno a un “nosotros
queremos…”, obligaciones que surgen del sentimiento de solidaridad con ese grupo
con el que nos identificamos, grupo que no deja de ser una contingencia histórica
más. Frente al “nosotros queremos…” está el “yo quiero…”. La distinción entre
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entorpecerse, provocar dilemas. Para Rorty, estos dilemas, debido al doble aspecto
de nuestras vidas, es ineludible. No hay forma de armonizar completamente el
léxico público y el léxico privado. “Lo único que podemos hacer es trabajar con el
léxico último del que disponemos, manteniendo, entre tanto, los oídos atentos a los
indicios que señalen el modo de ampliarlo o de revisarlo” (Rorty, 2017, p. 215).
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Será esta búsqueda, en principio, la que le aparte del que más tarde será una
de sus grandes influencias: Dewey y con él, el pragmatismo (a lo cual ayuda la
rebeldía adolescente frente a el héroe de la gente con la que creció). En el ambiente
neotomista de Chicago, parece mucho más plausible decir que “la verdad triunfará”,
que “la verdad es lo que funciona”. Dewey no tiene absoluto, no tiene forma de
sostener su postura y defender la socialdemocracia frente al fascismo. “Todos
parecían estar de acuerdo en que se necesitaba algo más profundo y de más peso
que Dewey si debíamos explicar que era preferible estar muerto a ser nazi” (Rorty,
1998, p. 33).
Podemos entrever que el modelo de persona que Rorty quería ser ya tenía
una definición: una buena persona para él, es el luchador social, el héroe contra las
injusticias y la opresión, aunque a la vez pueda dejar de lado esos intereses
particulares que le atraían irresistiblemente. La búsqueda de encumbrar la pureza
de ese héroe, le hace buscar un modo (como los cristianos) de dejar de lado las
obsesiones privadas. Si bien lo religioso no se le presenta apetecible, opta por una
versión secularizada: el absolutismo filosófico. En Platón y Sócrates encuentra la
forma de resolver el conflicto entre realidad y justicia: la virtud es conocimiento.
Esto le induce a especializarse en filosofía. Busca su camino hacia el triunfo de la
verdad, a encontrar el absoluto donde defender la justicia y acallar lo privado.
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Veinte años tras Hegel vuelve a Dewey. Para Rorty, Dewey toma lo mejor
de Hegel, su antiplatonismo, y toma en serio a Darwin. Este encuentro le lleva a
otros autores: Derrida, Heidegger, Wittgenstein. Al encontrar semejanzas de su
crítica con el cartesianismo, es capaz de unirlas con el historicismo cuasihegeliano
de otros autores, publicando La filosofía o el espejo de la naturaleza, que trata una
historia cuasiheideggeriana sobre la tensión con el platonismo. Pero esta no
solventa sus ambiciones adolescentes (Rorty, 1998, p. 37): no había resulto la
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tensión entre Trotsky y las orquídeas, no había unido realidad y justicia. Ni siquiera
estaba más cerca.
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Bibliografía
Alexander, F., 2014. Preámbulo. En: Hojas de hierba. Madrid: Visor libros,
pp. 7-14.
Bello Reguera, G., 2000. Rorty y el pragmatismo. Doxa , Issue 23, pp. 635-
644.
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