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No hay una razón. No hay una explicación.

Puedo intentar crear razones en mi cabeza, pero


ninguna encaja perfectamente. Fue tan simple como que mi pie pisó el acelerador y él
estaba enfrente; por qué estaba en primera y no en retro, no sé, irrelevante a estas alturas. El
auto lo golpeó, suficientemente fuerte para lanzarlo con fuerza contra la mesa de trabajo de
papá. Él, todo flaco y desnutrido, en su vida se mostro interesado de poner a trabajar un
solo músculo fuera de los de la mano derecha, no puso ninguna resistencia y salió volando,
de espaldas, a la mesa de trabajo de papá; podría haberse golpeado con las herramientas,
haberse cortado con los calvos o sierras; pero no, salió volando contra la mesa de trabajo de
papá, de espaldas contra la esquina de la mesa. Disparado con suficiente fuerza y ninguna
resistencia contra la esquina, de espaldas. Salgo del auto, asustado porque ni yo entendía
que había pasado, y lo veo tirado en el piso, no hay rastro de sangre así que por segundos
me tranquilizo. Me disculpo mientras me acerco a ayudarlo a pararse, así bobalicón como
es él, no se está quejando de ningún dolor, sorprendente para ambos supongo. ― ¿Estás
bien? ― pregunto para encontrar su cara de terror. No, no sentía dolor, pero no era por eso
porque no gritaba y lloraba. Estaba tan callado como nunca porque no podía moverse y lo
aterró tanto que su voz no podía ser encontrada entre todo el pánico que sentía. El ruido del
golpe, las herramientas, su cuerpo contra el piso, fueron fuertes y acompañados, con un
retraso leve, estaban mis padres entrando por la puerta del garaje para encontrarnos sin
decir nada. Ellos sin decir nada. Solo sonaba la puerta del auto porque la había dejado
abierta.
Las cosas se dan, o no se dan. Seis años después, estoy llegando tarde al trabajo y no puedo
encontrar la camiseta que nos obligan a usar. Está llena de manchas de aceite, olvido
lavarla con normalidad. Podría escribir a alguien para que me preste una camiseta que tenga
extra. Estoy demasiado tarde. En el auto recuerdo lo que tengo que hacer después de mi
turno; recoger la carne de la carnicería, hacer compras para la semana, los ungüentos de
mamá junto con sus pastillas, la comida, lavar ropa y si acabo temprano, podría tomar un
turno en la noche; claro, si consigo una camiseta para entonces. Y es lunes.
Durante el tiempo que paso en casa soy, prácticamente un fantasma. El fantasma que lava
la ropa, que ordena, que cocina, que hace las compras, que le da de comer, que trae el
dinero, que se encarga de prácticamente todo… “¡boo!”. Hago todo, todos los días y
durante el tiempo que estoy dentro de esas paredes, no suelo una sola palabra. Las otras dos
voces hablan, por supuesto, de lo contrario se volverían locos con el silencio de la
obsolescencia.
Hay días y hay días, por ejemplo hoy es uno de esos. Mientras conduzco de aquí para allá,
no puedo evitar sentir que estoy siendo ahorcado, como el perro que quiere oler algo en la
calle, pero para su mala suerte la correa no es suficientemente larga; que te den el espacio
para ir a oler, está fuera de la conversación, peor si no existe conversación. “Guau guau,
guau guau” La cena es la peor comida para mi, significa gastar la energía que ya no tengo
al final del día; y por supuesto, no termina ahí. Si tan solo papá pudiera ser el que cocina
como lo hacía antes. Termino la cena y me toca repartir la comida a los comensales. Pero
que es esto, tenemos un comensal especial esta noche, y es mi deber servirlo en su totalidad
(como anoche). Sus ojos usualmente están clavados en la televisión, cambiando de
programas con controles orales, ¡Dios gracias tecnología!. Yo corto su comida, cargo un
bocado suficientemente grande y se lo llevo a la boca; espero a que mastique y que después
trague, repito. Después, de mesero paso a lavaplatos, porque aprendí que “mañana los lavo”
es una trampa que termina pagando caro para el lavaplatos cuando es el único. Finalmente,
termino todo, solo me queda enterrarme entre las sabanas sin tender de mi cama y esperar
que comience de nuevo. Mis pies se arrastran por las escaleras cuando esucho, en un tono
firme, pero neutral, frío, ―Olvidaste comprar cereal, y leche.― Era verdad, había olvidado
comprar ambas cosas. Recojo la chamarra de la silla, alcanzo las llaves de la mesa,
probablemente encuentre algo abierto a esta hora, salgo para comprar cereal y leche.

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