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El ataque xenófobo de Macerata despierta el fantasma del racismo en Italia


Los vecinos justifican al hombre que disparó contra seis inmigrantes
africanos, recibido como un héroe en la cárcel
Miles de personas se manifestaron ayer en Macerata contra el racismo y el fascismo, movilizadas
por el ataque de la semana pasada (Yara Nardi / Reuters)
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ANNA BUJ | MACERATA, Corresponsal
11/02/2018 02:39 | Actualizado a 11/02/2018 13:24

“Vinimos por mar huyendo de la violencia de Boko Haram y ahora tenemos violencia aquí”.

El lamento es de Chris, un joven nigeriano de 31 años. Hace dos y medio que cruzó el Sáhara, se
enfrentó al infierno de Libia, atravesó el Mediterráneo en una balsa y finalmente llegó a
Lampedusa. Desde entonces duerme entre los árboles de los Giardini Diaz, a las afueras
de Macerata, esperando a que se regularicen sus papeles.
Todas las miradas se posan en él. “¡Ve con cuidado con esta gente!”, grita un hombre que conduce
un Volkswagen negro.

Chris habla bajo las escaleras de la plaza de la Victoria, ante el monumento a los caídos en la
Segunda Guerra Mundial, el lugar donde Luca Traini, un excandidato local de la Liga de 28
años, fue detenido el sábado pasado mientras hacía el saludo fascista después de disparar contra
seis personas de color. Buscaba venganza por la muerte de Pamela Mastropietro, una joven
toxicómana de 18 años que se escapó del centro de rehabilitación cercano a Macerata para comprar
heroína en los Giardini Diaz y acabó siendo hallada desmembrada en dos maletas en un pueblo de
al lado. Los acusados de su muerte son tres nigerianos que le vendieron la droga.
En casa de Innocent Oseghale, quien acompañó a Mastropietro a comprar una jeringuilla en la
farmacia de su calle, la troceó en veinte pedazos –cuenta que no la mató, sino que murió de una
sobredosis–, lavó su cuerpo para eliminar el olor, y llevó las maletas hasta un pozo, nadie se
imaginaba que pudiese llegar a hacer algo así. La vecina lo recuerda como un hombre tranquilo, que
no contaba demasiado, pero sus actos lo han cambiado todo para los extracomunitarios en Macerata.
“Me da miedo pasar por mi calle para hacer la compra”, asiente la señora Ida, de 82 años, que
empuja su carrito frente al 124 de la Via Spalato. “Sí, yo ya me he vuelto racista, no me da
vergüenza decirlo”.

Un nigeriano
“Vinimos huyendo de la violencia de Boko Haram y ahora hay violencia aquí”

El ataque xenófobo de casi dos horas perpetrado por Traini, lejos de alejar el fantasma de la
intolerancia en esta pequeña ciudad medieval italiana, lo ha alimentado. El 9% de sus 43.000
habitantes son inmigrantes, cerca de la media del país, pero los discursos de líderes políticos como
el liguista Matteo Salvini o el ex primer ministro Silvio Berlusconi, que promete echar a 600.000
indocumentados si llega al Gobierno, han calado muy hondo. Sin quererlo, la tranquila Macerata se
ha convertido en el escenario de la campaña electoral para las elecciones más inciertas de Italia y no
hay día que los candidatos nacionales no hablen de sus hechos. Y aquí, en lugar de rechazar el
tiroteo racista, ya justifican a Traini. “Tenía que acabar pasando, con todos estos negros tirados por
la calle sin hacer nada”, protesta Luciana Campagnocci, que regenta la carnicería delante de la casa
de Oseghale. Ella escuchó los tiros –el primer herido cayó delante de su tienda– pero pensó que
eran petardos. “Lo bueno es que ahora ya hace tres días que no veo a ningún negro pidiendo delante
del súper”, añade un cliente.
No sólo es justificado en la calle. Traini ha sido recibido como un héroe en el penal de Montacuto.
Los internos le aplauden en los pasillos. Sus conocidos jamás hubieran dicho que pudiera llegar a
protagonizar un acto de odio de esta envergadura. “Nunca hablaba de política, pero sí que ponía
música extrema en el coche”, cuenta un camarero de 26 años que trabajaba en un local de juego del
que era asiduo. Le define como un chaval egocéntrico, con muchos amigos, con éxito entre las
chicas, y que solía hablar de sus problemas en el trabajo como guardia de seguridad en un
supermercado o en una fábrica vecina. No sabía que admiraba a Hitler ni que tenía banderas nazis
en su casa de Tolentino. Tampoco que había simpatizado con partidos neofascistas como el
CasaPound o Forza Nuova.

Traini compró la pistola semiautomática Glock hace tres años en la armería SportGuns, a diez
minutos de la plaza de la Victoria. Se la vendió Claudia Cicarelli, propietaria del único
establecimiento en la ciudad. Tenía todos los permisos en regla. “Una persona desequilibrada no
pasaría estos tests”, asegura. Ella tardó en reconocerlo porque cuando compró el arma para uso
deportivo no llevaba el tatuaje neonazi en la frente. Luego comprobó entre sus ficheros y se le paró
el corazón: su nombre aparecía entre los clientes de febrero del 2015.

Una vecina indignada


“Tenía que acabar pasando, con todos estos negros tirados sin hacer nada”

El líder del CasaPound, Simone Di Stefano, que podría entrar en el Parlamento en las próximas
elecciones, se presentó el miércoles en la ciudad pidiendo la pena de muerte para los nigerianos
acusados de la muerte de Mastropietro. La gente asentía. La imagen que da Macerata ahora es
aterradora. El jueves, decenas de simpatizantes se manifestaron pese a las prohibiciones en la
capital de la región de Las Marcas. “¿Qué te voy a decir?”, suspira Rita mientras mira a Di Stefano.
“Tienen razón, porque mientras este chico que no ha matado a nadie se pasará años en la cárcel, el
extranjero que ha asesinado a una italiana saldrá pronto y lo tendremos de nuevo por nuestras
calles”. La autopsia de Mastropietro no ha podido demostrar que fuera asesinada, por lo que
Oseghale sólo se enfrenta a cargos de ocultamiento de cadáver.

“Estamos hartos de la discriminación entre italianos y extranjeros. A nosotros nos lo piden todo, y
ellos tienen todo gratis y no gastan su dinero en nuestros establecimientos. Los vecinos afectados
por el terremoto de hace dos años todavía esperan sus casas”, protesta Mimmo, de 58 años, que
tiene una cafetería cercana al Ayuntamiento. Siempre votaba al centroizquierda pero ha decidido
que no volverá a hacerlo. Apostará por alguien que prometa echar a los migrantes, indeciso entre la
derecha de Forza Italia o la ultraderecha de la Liga de Salvini.

No le importa que el Ayuntamiento de su ciudad cifre en sólo decenas a los irregulares que duermen
en las calles, ni que el último informe de Médicos Sin Fronteras alerte de que la situación ha
empeorado mucho para los 10.000 migrantes que viven fuera de los campos en Italia. El cierre de la
ruta griega ha hecho que sea ahora el principal país de llegada por el Mediterráneo, con 600.000
personas desembarcadas en sus costas en los últimos cuatro años y ya hay más de 130.000
demandantes de asilo.

Mientras Mimmo despotrica entre la aprobación de sus clientes, entra un chico nigeriano a pedirse
un cortado. Se encoge de hombros, sonríe y responde que si Innocent Oseghale hubiese hecho lo
que hizo en su país, lo habrían masacrado.

“Dios nos ayudará a salir de esta”, termina Chris, antes de volver hacia los Giardini Diaz de
Macerata.

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